Un breve relato de terror: el corrector

Juan miró el pasillo. El olor pestilende del orín se mezclaba con el de la humedad de las paredes y con el de la comida descompuesta. El techo, que casi se podía tocar con los dedos si se levantaba la mano, tenía desconchones y bolsas de agua, además de diez ojos de buey. Algunos estaban rotos, otros fundidos y, el único que funcionaba, titilaba.

Miró a su criatura, a la que sujetaba con fuerza con la mano. Intentaba engañarse y creer que la estaba tranquilizando, pero él era quien necesitaba valor y consuelo. Su niña bonita había sido el fruto de su amor y, aunque sabía que lo que iba a hacer era lo mejor para ella, se estremecía al pensar en dejarla a solas con un desconocido. ¿Cómo la trataría? ¿Tendría con ella la consideración que se merecía? ¿Sobrevivirían a esta intervención?

Se concentró en la meta que apenas entreveía al final del pasillo. Dio un paso, luego otro. A medida que se acercaba, se hacía más claro el lugar en el que todo cambiaría. Era una puerta de madera con un gran sobre de cristal opaco que empezaba a media altura y ocupaba toda la parte superior. Detrás, una luz moribunda resaltaba unas letras desgastadas que apenas se leían. El mensaje sobresalía por entre las salpicaduras de sangre de sus clientes anteriores:

“Hacemos correcciones de textos literarios”

Os estaréis preguntando qué hace Carla publicando un relato un lunes, si los lunes, en Mocade, son días de artículo. Y tenéis razón.

Quizá, cuando leáis mi relato , pensáis que exagero. Que el autor no ve a los correctores como terribles mutiladores de su obra y, por tanto, de su ingenio. Quizá. Pero, cada vez que me pongo a bucear entre los ebooks publicados en Amazon por escritores indies, me acaban sangrando los ojos con sinopsis plagadas de faltas y de puntuación creativa.

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Un ejemplo de puntuación creativa. Amazon.

Llamadme quisquillosa pero, como lectora, solo pido un mínimo de respeto por la lengua en la que intentamos comunicarnos. Y por mis ojos, que sufren mucho.

Uno de esos días en los que lloraba sangre con profusión después de una búsqueda de lectura nueva, y teniendo en mente la preparación de este post, se me ocurrió examinar qué era lo que los escritores noveles hacían antes de (auto)publicar un libro. Si lo corregían o qué. Como formo parte del grupo de Facebook “Libros, lectores, escritores y una taza de café”, aproveché para preguntarlo:

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Las respuestas cubren todas las opciones que tiene un escritor:

“¿Corrección? ¿Qué corrección?”. Escribí esta opción con los dedos cruzados, incluso los de los pies, temiendo que alguien la eligiera. No fue así, por suerte.

“Solo lo he corregido yo”. Pienso que esta opción es casi lo mismo que no corregirlo. Porque es muy difícil ver los errores propios (si lo escribiste mal, ¿seguro que vas a verlo? ¿No lo habrías escrito bien a la primera?) y posiblemente el texto cojee más que Claudio.

“He pasado mi libro a otros escritores para que corrigieran”. Pensaba, de verdad, que esta opción tendría más acogida. Porque es de suponer que un escritor conoce los trucos del oficio y te puede decir qué cosas son las que fallan: si las tramas cuajan o aburren, si los personajes son más planos que un folio o si tienen más curvas que la Pedrera. Dejar tu novela a un escritor es una buena idea, pero no es imprescindible que tenga la misma formación específica que un corrector, por lo que pueden obviar muchas cuestiones de estilo y ortográficas.

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La Pedrera. Porque Gaudí odiaba las líneas rectas. Wikipedia.

“He pasado mi libro a lectores de confianza para que corrigieran”. Como veis, esta es la opción preferida, de lejos. Y yo soy partidaria de dar a leer el texto antes de publicarlo, pero para ver si funciona, no para corregirlo Porque, ¿qué formación tienen esos lectores? ¿La que se imparte en primaria y secundaria? No olvidemos que conocer la lengua no es garantía de hacer un buen trabajo de corrección, hace falta algo más. Y recordemos que hay lectores que devoran libros y que, misteriosamente, son impermeables al conocimiento de la ortografía básica como saber que “a ver” y “haber” no se usan indistintamente, aunque suenen igual. Y que “aver” no existe.

“He pasado mi libro a un corrector”. La verdad, me esperanzó que fuera la segunda opción más votada, aunque rivalice por el puesto con los que se autocorrigen.

Las respuestas a la encuesta me acabaron de convencer para escribir este post. Me gustaría desmitificar el papel de los correctores y traductores. Siempre han sido necesarios pero, hoy, que cualquiera puede escribir un texto de menor o mayor calidad y ponerlo a disposición de quien lo quiera leer, más aún.

El punto de vista del corrector

Creo que una buena manera de desmitificar el trabajo del corrector es hablando con uno de ellos. Por eso me puse en contacto con Mariola Díaz-Cano, filóloga inglesa, traductora y correctora ortotipográfica y de estilo.

Carla – Muchos escritores nóveles aún no conocen el trabajo de los correctores. ¿Podrías explicarnos brevemente cuál es vuestra labor?

Mariola – Nuestra labor consiste en revisar que la forma de un texto sea correcta, independientemente de su contenido. Es decir, que ese texto cumpla las normas básicas ortográficas, gramaticales, sintácticas y de léxico que permitan su claridad y comprensión. En definitiva, «limpiarlo» de errores o erratas que puedan tener. Por ejemplo, ese «nóveles», que es incorrecto. El adjetivo es novel y el plural es noveles, sin tilde. Para ello, contamos con varias herramientas lingüísticas como la norma académica que dicta la RAE y otras muchas (diccionarios, manuales, etc.). Más simple: hacemos que un texto esté correcto, pero puede que ese texto no sea bueno. La calidad la juzgan los lectores.

C – Aunque el trabajo de corrección es imprescindible aún hay muchos autores, especialmente los noveles, que son reacios a contratar vuestros servicios. ¿Cuáles crees que son los motivos?

M – Posiblemente por el precio, pero hay que tener en cuenta que a veces no están seguros o desconocen qué tipo de correcciones hay o necesitan. No es lo mismo una corrección ortotipográfica superficial que una corrección profunda de estilo, mucho más especializada, o una corrección profesional que incluye ambos servicios. Pero lo fundamental es el tiempo que puede llevar ese trabajo. De nuevo, no es lo mismo la corrección ortotipográfica de un folleto, la revisión de una bibliografía, o la de estilo de una novela de 300 páginas. Y todos sabemos que el tiempo tiene un valor importante.

C – ¿Qué es lo más difícil de vuestra labor?

M – Tal vez darte cuenta de que puedes dudar de lo más mínimo o que, en varias ocasiones, la lengua puede ser tan flexible que todo está permitido. Pero sobre todo, en particular en la corrección de estilo, hay que intentar por todos los medios no perderle el respeto al texto. Eso, a veces, es un verdadero esfuerzo, pero ayuda ser capaz de ponerse en el otro lado. Y dado que en mi caso también soy escritora trato de mantener ese equilibrio.

C – Como ya sabemos, un autor debe construir una voz que hable al lector. Aunque, en un mundo ideal, el narrador debería de ser diferente al autor, está claro que es complicado librarse de ciertos modismos o formas del habla. ¿De qué forma interviene aquí el corrector de estilo? ¿Se deben cambiar los modismos o formas de hablar del narrador en pos de un lenguaje más normativo? 

M – El corrector de estilo (y el tipográfico menos) no tiene nada que ver con la voz que decida utilizar el autor. Que este quiera escribir en primera o tercera persona no influye a la hora de usar recursos o figuras según su conveniencia o para construir personajes. O sea, un personaje tendrá la forma de hablar que quiera el autor, independientemente a su voz. El corrector de estilo puede hacer sugerencias o comentarios para mejorar la construcción o comprensión de determinadas expresiones (concordancias, coherencias, pleonasmos, barbarismos, etc.), pero no debe alterarlas más que en el grado que afecte a la norma más básica y fundamental. Siempre será el autor el que tenga la última palabra, él es quien acepta o no los cambios o sugerencias propuestos. Y aquí vuelvo a hablar desde los dos lados. Además, el autor también puede pedir que se mantengan esas características especiales. Donde actúa el corrector de estilo es por ejemplo en mantener la coherencia con el contexto. Si el autor crea un personaje del hampa criminal en una novela negra ambientada en los Estados Unidos de los años 50, en teoría, debe saber hacerlo hablar como tal. Si el corrector de estilo observa que ese personaje habla con giros lingüísticos del siglo XXI, es cuando le llama la atención al autor sobre ello. Eso sí, le corregiría sin dudarlo un «pegale un tiro» o «me ha robado doscientos pabos», porque eso forma parte tanto de la corrección ortotipográfica como de la estilística.

El punto de vista del corrector que también es escritor

Para esta parte de la entrevista he escogido a Gabriella Campbell, a la que muchos conoceréis por ser una de las blogueras literarias más importantes en lengua hispana.

Carla – Como escritora y correctora, ¿qué significó para ti que otra persona tocara tu trabajo la primera vez? ¿Fue traumático? (doy por hecho que tus libros pasan por otra correctora por aquello de que cuatro ojos ven más que dos).

Gabriella – Pues es un problema, si te soy sincera. Cuando otros correctores han revisado mis textos ha sido un poco desastre, por la sencilla razón de que si dos correctores no están de acuerdo en algo, se inicia un largo proceso de consultas a Fundeu, citas de la RAE y debates sobre el manual de estilo que use la editorial. Así, una corrección sencilla se alarga mucho más de lo necesario.

Debido a esto, para obras autopublicadas prefiero tirar de buenos lectores de confianza que no son correctores profesionales, pero que saben cómo trabajo y dónde suelo meter la pata. Cuando publico con editoriales, intento no intervenir demasiado en la corrección, pero confieso que me cuesta mucho (y he sido editora y maquetadora también, así que te puedes imaginar lo pesada que puedo llegar a ser).

Insisto siempre en la necesidad de otro par de ojos (¡o más!): ya sea un corrector si eres escritor a secas o un lector excelente si ya tienes experiencia como corrector profesional y no te apetece entrar en el bucle que ya he descrito.

C – ¿Qué pasa si tienes un punto de vista diferente ante una corrección? ¿Qué criterio consideras que vale más, el tuyo como autora o el suyo como corrector?

G – Creo que cualquier corrector te dirá que el criterio del cliente acaba pesando más, por la sencilla razón de que es quien paga. Siempre he dicho que, con la excepción de fallos garrafales de ortografía, todas las modificaciones de estilo son sugerencias que el cliente puede aceptar o no. Y en alguna ocasión he tenido que dejar pasar, también, algún fallo garrafal, porque el cliente se empecinaba y no había manera de hacer que cambiara de opinión.

Cuando trabajo como escritora con otro corrector, mi perspectiva ya no es de autora, sino también de correctora. Así que se trata, como ya he mencionado antes, de un debate entre colegas.

 C – ¿Crees que el trato que dispensas a obras y autores como correctora ha cambiado desde que te pusiste al otro lado?

G – Creo que me he vuelto más diplomática, desde luego. Entiendo ahora mucho mejor lo duro que es recibir una corrección (sobre todo de estilo); para muchos autores es una crítica, una manera de decir que no hacen bien su trabajo (cuando no es así, para nada). Así que he cambiado mi forma de comunicarme con autores: presento las correcciones como sugerencias y el lenguaje que empleo con ellos es muy distinto. Está enfocado a que entiendan mis correcciones como maneras de sacarle el máximo potencial a su texto, no como correcciones de algo que ellos han hecho mal. Corregir es, como tantos otros oficios, un aprendizaje constante de trato con el cliente.

El punto de vista del traductor

Si ya es difícil mandar un libro a corregir, imaginaos lo que tiene que ser dejarlo en manos de alguien que habla otra lengua que no sea la tuya. ¡Cuántos miedos! ¿Lo corregirá bien? ¿Sabrá transmitir en inglés, sueco o suajili cómo se siente mi protagonista amado? ¿Por qué no podrán todos hablar la misma lengua que yo, eh? ¿EEEEHHHH?

Por eso he contado con Roberto Correcher. Roberto es muchas cosas: traductor de holandés, danés, alemán e inglés (¡ahí es nada!), pero es que además es guionista y actor. Seguro que muchos lo conocéis por sus papeles en teatro y televisión. Ya, yo también me pregunto cómo tiene tiempo para todo. ¡Hasta para contestar a mi entrevista!

Carla – Una de las cosas más importantes para el autor es encontrar una voz única. ¿Es fácil mantener esa voz en el proceso de traducción?

Roberto – Lamento ser taxativo, pero la respuesta es no. Al leer tu pregunta se me agolpan varias ideas en la cabeza a las que me gustaría dar salida. El mero hecho de hablar un idioma no lo convierte a uno en traductor. La traducción es un «arte de interior» que rara vez se aplaude, es un trabajo solitario y desmedido que no se reconoce. Los traductores literarios preparan su labor mucho antes de ponerse a traducir un libro o una novela, como poco leen obras anteriores de ese autor para familiarizarse con el estilo, el tono —no solo las obras originales, sino también las traducidas—, el contexto social en el que se ha escrito la obra, el contexto social del momento en el que el autor escribió la obra y un sinfín de cosas más que prepararán al traductor para la tarea. Los autores pueden tardar días en dar por buena una frase, el traductor no puede pasar por alto ese trabajo. Es su obligación ser fiel al autor y empaparse hasta la médula, lo cual puede resultar agotador; sin mencionar los plazos de las editoriales, pero ese es otro cantar.

C – ¿Cuál es la relación del autor con el traductor? ¿Le da algún tipo de directriz de cómo quiere la traducción, etc.?

R – Pues varía todo lo que puede variar una relación. Hay traductores que son los «titulares» de ciertos autores. Con el tiempo y el trabajo han ido fomentando una relación, han canalizado empatías y la tarea es mucho más fácil. El autor siempre puede clarificar matices, imágenes, etcétera. Por supuesto, esto no siempre se da, de hecho, no es lo habitual. Lo normal es que se reciba un encargo de un autor que no conoces ni conocerás y al que empezarás a vislumbrar a través de su escritura, algo que también es muy enriquecedor, sin duda. Una buena relación con la editorial basada en la profesionalidad también es indispensable. Habrá correcciones, notas, cambios que uno mismo debe defender y argumentar para honrar el trabajo del autor.

C – ¿Qué recomiendas a un autor independiente que quiera traducir su obra sin el apoyo de una editorial?

R – Hay algunas plataformas (http://www.babelcube.com) en las que los autores tienen sus libros para que traductores que quieran empezar a desenvolverse en el campo hagan sus primeros pinitos y cuyo destino suelen ser plataformas como Amazon, donde la calidad de los libros a la venta no siempre es satisfactoria. Naturalmente, estas traducciones son gratuitas y la recompensa se «traduce» en potenciales y precarios derechos de autor que se compensan con la satisfacción de haber traducido el primer libro.

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Creo que la conclusión que podemos sacar de estos grandes profesionales es que la corrección es necesaria y que no supone ningún trauma acudir a un corrector para que deje nuestro texto tan limpio como se merece.

Desde aquí, quiero dar las gracias a Mariola, Gabriella y a Roberto, y desearles muchísimos éxitos (que ya tienen) a los tres. Dejadme un huequito en vuestra agenda para cuando tenga lista mi novela, que os voy a necesitar.

Para los más curiosos, os dejo las biografías de los tres entrevistados. Seguro que os gustará saber un poco más de ellos.

Mariola Díaz-Cano Arévalo es filóloga inglesa, correctora ortotipográfica y de estilo y traductora, además de escritora desde la infancia. Con casi innato interés por el mundo de las letras y el lenguaje en general, empezó más oficialmente en el mundo de la corrección al participar en un blog literario donde escribía y corregía textos de otros colegas escritores, que empezaron a hacerle encargos. Así que, como correctora ortotipográfica y de estilo, ya son diez libros publicados.

Como escritora tiene varias influencias literarias, con preferencia por el género negro y el más clásico de aventuras, sobre todo las que transcurren en el mar, quizás por contraste con sus orígenes de tierra adentro. Tiene pendientes de publicación un par de novelas y también escribe relatos de varios géneros (RINCÓN LITERARIO – IATA – MDCA CORRECCIONES).

Entre sus escritores favoritos destacan Robert Louis Stevenson, Jane Austen, Walter Scott, Alejandro Dumas, Edgar Allan Poe, Julio Verne o Patrick O’Brian, y más contemporáneos, Arturo Pérez-Reverte, James Ellroy y Jo Nesbø, entre otros muchos.

Gabriella Campbell es licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y tiene un experto en Comunicación. Fue cofundadora y dirigió durante siete años la editorial Parnaso, ha sido correctora y lectora profesional, y en la actualidad se dedica a escribir y a ayudar a otros escritores.

Tiene dos poemarios publicados (El árbol del dolor, Happy Pills) y un libro de relatos de fantasía oscura: Lectores aéreos. Ha colaborado como redactora en diversas revistas y páginas web, entre las que destaca la red literaria Lecturalia.com y su propia web para escritores: www.gabriellaliteraria.com.

También publica libros para autores (70 trucos para sacarle brillo a tu novela), y ha escrito El fin de los sueños y El día del dragón con José Antonio Cotrina.

Roberto Correcher  es graduado en Comunicación y Criminología. Compagina el trabajo de traductor con su gran pasión, la actuación. Además de participar en Yo soy Bea o Perdona bonita, pero Lucas me quería a mí, podemos verle a menudo por los teatros de Madrid.

Su gran pasión por las artes no se quedan ahí. Además de su formación como guionista y escritor, es un entusiasta de la novela negra y policíaca, especialmente la novela escandinava. Disfruta leyendo a Caleb Carr, Dean Koontz o Edgar Allan Poe.

Cuando se jubile lo encontraréis haciendo yoga junto al mar.

Carla

@CarlaCamposBlog

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Imagen de Sandid

10 comentarios en “Un breve relato de terror: el corrector

  1. Carmen Romeo Pemán dijo:

    Este artículo valiente, y valioso, nos acerca de una forma novedosa y original al mundillo de los correctores y de los traductores. Un mundo en la sombra, al servicio de las firmas literarias.

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  2. Laura Antolín dijo:

    Hola, Carla;
    Se me ocurren otras dos razones, además de las ya mencionadas en el artículo (desconocimiento, desembolso de dinero y «pérdida» de tiempo), por que los principiantes no acudimos a un corrector.
    Es una tarea escasamente reconocida; de hecho, muy pocos son los escritores o editoriales que la incluyen en sus créditos. De ahí, nuestro desconocimiento (?)
    Además, diría que es un servicio poco publicitado. Intentaré explicarme.
    No todas las personas que escribimos pertenecemos al «mundillo», puede ser que vivamos en Babia y no conozcamos ningún profesionales del sector. ¿Cómo contratar, entonces, a ese corrector, desconocido, para depurar nuestro pobre texto? ¿Por la red? Y ¿cómo saber si tratamos con un experto? Sí, la calidad del discurso que rastreamos en su página será un indicio, pero tampoco una garantía… A esas alturas ya estamos tirándonos al abismo de la plataforma «editora», así que bastante tenemos en lidiar con desconocidos, ¿no te parece? Con el tiempo, vas conociendo gente a quien acudir para que te oriente, como la misma Gabriella, pero al principio… (Muy útil sus «70 trucos para sacarle brillo a tu novela», aunque no sustituye al corrector de estilo, ya sé, pero ayuda a que el texto luzca menos desastre.)
    Muy buena esta entrada, también, Carla. Te guardamos en favoritos, por si.

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    • Carla dijo:

      ¡Hola Laura!
      Tienes toda la razón. Puede dar cierto miedo entablar relación con un corrector que no conoces de nada. ¿Será bueno? ¿Me sacará los cuartos por una birria de trabajo? Sin embargo, es igual que cuando se te emboza por primera vez un desagüe o se te rompe el coche y el taller oficial está muy lejos: podemos recurrir al «boca-oreja» para encontrar al profesional que necesitamos. Y aquí os ofrezco tres (¡nada menos que dos correctoras y un traductor! un lujo) para que vayáis haciendo vuestros pinitos.
      Y también coincido totalmente contigo con que, al ser un trabajo ingrato y poco publicitado, muchos no conocen la figura del corrector. De ahí mi post: para reconocer su labor, especialmente de cara al escritor novel. Que a los consagrados los corrigen desde la editorial y, como dices, ni siquiera les dan créditos. Qué desagradecidos, ¿eh?
      Por cierto, ¿tienes algún trabajo publicado? ¿O un sitio donde seguirte? Si es así, ¡déjalo en comentarios!
      ¡Un beso!

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  3. Mª Yolanda Gracia López dijo:

    Me ha gustado mucho, por varias razones pero, sobre todo, porque me has acercado un mundo absolutamente desconocido. La has planteado y desarrollado muy bien, en mi opinión. Gracias.

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    • Carla dijo:

      Me alegro muchísimo, Mª Yolanda, que mi artículo te hayan acercado al mundo de los correctores. La verdad es que he tenido la suerte de contar con gente estupenda que ha respondido con un conocimiento y una gracia enormes ^__^
      ¡Gracias a ti por leernos y por dejar tu comentario!

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  4. Mónica Solano dijo:

    Eres la diosa de los artículos amiga 🙂 Aprendo un montón con cada post. Debo confesarte que mientras te leía, pensé: «cómo sacó el tiempo para hacer entrevistas y todo». Eres maravillosa mi Carla. Gracias por compartirnos este artículo, que ya agregué a mi lista de favoritos. Besos.

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