El mundo escondido

A mi abuela, por empezar la magia.

Y a mi hija, por continuarla.

Valeria entró de puntillas en la habitación de su abuela. Cerró la puerta colocando la mano en el marco para que la manivela no repiqueteara. Yaya había dejado la persiana medio abierta, así que pudo llegar al interruptor de la mesilla de noche sin que los monstruos, esos que acechaban en el límite de la visión y la oscuridad, la atraparan. En la pared, santos enmarcados y cristos de corazón sangrante la vieron cómo abría el primer cajón y rebuscaba con cuidado.

Para la niña, Yaya era tan eterna como sus padres, pero distante e infalible. A ellos los veía en pijama, resfriados o con ojeras. Yaya, en cambio, llevaba ropas negras almidonadas, el pelo brillante y cano recogido en un moño de película, que aguantaba todo el día. Y los ojos y los labios bien pintados. Solo se quitaba los tacones ante los pedales del piano. Y luego estaba su voz. Llenaba el estómago de un calor que subía por el pecho hasta la cara y dejaba la piel de gallina.

No recordaba que Yaya se hubiera puesto enferma. Nunca la había visto con los zapatos sucios del barro de la calle o con un hilo colgando de la manga. Todas las mañanas salía impecable de su habitación, y a su habitación volvía impecable todas las noches.

Valeria resopló por la nariz e hinchó las mejillas al cerrar el último cajón de la mesilla. No se topó con ningún artefacto entre la ropa blanca, solo un montón de medias hasta las rodillas. Tal como había visto hacer a Indiana Jones en el iPad todos los domingos desde hacía tres meses, separó las piernas y se apartó de la cara el ala del sombrero. Durante unos segundos, que le parecieron tan largos como las clases de lengua, observó la habitación y se preguntó qué haría él en su situación.

Se golpeó la frente con la palma de la mano. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Había jugado a demasiados videojuegos para no saber lo que tenía que hacer. Los objetos iluminados podían abrirse. Quizá la luz llena de partículas en suspensión caía sobre la cómoda y no sobre la caja en la que Valeria había posado la vista, pero eso no parecía importarle.

El objeto maravilloso resultó ser un joyero con tapa y cuatro cajones. El último era el doble de ancho que los demás y con una cerradura pequeña, igual que la de su diario. Necesitaba una llave. ¿Dónde había visto una? Volvió al cajón de las medias. Sostuvo en alto la pieza metálica y escuchó el tintineo de victoria de una campana.

Giró la llave hasta que el mecanismo hizo clic y tiró del cajón, pero estaba demasiado duro. Se colocó el joyero entre las piernas para sostenerlo con fuerza y desencajarlo con las manos. Después de un violento forcejeo, acabó con el cajón en la mano y el contenido desparramado por el suelo: una navaja nacarada en rojo con delicadas flores de almendro dibujadas, un mechón de pelo con un lazo azul, una concha estriada de color rosa, una medalla cobriza con una cinta descolorida y una fotografía en blanco y negro con arrugas de mil dobleces. Valeria no se fijó en ninguno de estos objetos, pues había visto rodar algo hasta debajo de la cama.

Saltó de baldosa en baldosa para evitar el río de lava. Al final del camino tortuoso le esperaba su premio: la varita. Ella la hubiera reconocido en cualquier parte. Se parecía a uno de esos pinchos largos y afilados que su madre utilizaba para recogerse el pelo. Pero la varita pesaba, seguramente por todo el poder que contenía, y estaba coronada por un rosetón de piedras preciosas. Se preguntaba si estaría rellena de pelo de unicornio o de pluma de fénix.

Estaba tan concentrada que, cuando Yaya entró en la habitación, siguió absorta con la varita en la mano. Yaya miró a su alrededor con los ojos muy abiertos y las mandíbulas bien apretadas.

—Valeria. Tenemos que hablar

Al son de su voz, las joyas de la varita iluminaron toda la habitación.

Carla

@CarlaCamposBlog

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Imagen de Estatua blanca mármol

5 comentarios en “El mundo escondido

  1. Mónica Solano dijo:

    Mi Carla, tu relato me dejó en las nubes, es precioso. Una historia bien construida y con un trasfondo, que hace que le salte el corazón hasta al más escéptico. Me encanta tu imaginario cargado de fantasía. Es un placer para el lector sumergirse en él y encontrarse con personajes como la pequeña Valeria y su Yaya, que lo llevan de la mano desde el principio hasta el final de la historia. Me encantó. Besos.

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    • Carla dijo:

      Moni, muchísimas gracias. Es que el mundo tiene magia y ya sabes que los niños son únicos para verla. Es una pena que nos olvidemos con los años, ¿verdad? Un beso enorme, guapísima. Me encanta que te haya gustado

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