El menú de Santa Lucía



De la tradición oral fragolina

Después de muchos preparativos, el día trece de diciembre celebrábamos santa Lucía con una comida que cocinaban nuestras madres y que siempre tenía el mismo menú.

Al principio no sabíamos por qué era nuestra patrona. Por casualidad, nos enteramos un día que estábamos limpiando la escuela. Curioseando el cajón de doña Angelita,  encontramos su libreta y nos detuvimos en esta anotación.

Los festejos tienen su origen en una fiesta romana del solsticio de invierno dedicada a la diosa Juno, la gran madre, la que protegió el nacimiento del sol de invierno. Era una antigua fiesta de fertilidad y de iniciación a la menarquía. En los pueblos rurales se convirtió en la fiesta de las niñas de las escuelas. En la Edad Media se olvidó el significado romano y santa Lucía pasó a ser la patrona de la vista.

La víspera, delante de la maestra, las chicas mayores hacían un sorteo para saber quién era la afortunada que iba a llevar el plato con los ojos de un cordero recién degollado. Después venía la procesión por las calles. Y las pequeñas las acompañábamos cantando a pleno pulmón.

Santa Lucía los ojos perdió. Cristo en un plato los recogió. ¡Gloriosa santa Lucía! Por Dios, os pido limosna, p’astas pobres estudiantas, que van muy flojas de bolsa. ¡Viva santa Lucía!

Las bellotas, las almendras y las nueces, que íbamos recogiendo, se mezclaban en un capazo con el brillo de algunas monedas y con el de las primeras mandarinas que un vendedor ambulante solía traer por esas fechas.

Al acabar, guardábamos la colecta en un armario de la escuela, lo cerrábamos con llave y nos íbamos a buscar ontinas para la hoguera de la noche. No cogíamos aliagas, aunque sabíamos que ardían mejor y con llamas más altas. Pero pinchaban demasiado y no conseguíamos enristrarlas en una soga, de la que teníamos que tirar para bajarlas por el camino pedregoso que iba desde el cerro de Santa Ana hasta la plaza.

Las ontinas, como el incensario de la iglesia, atufaban el ambiente con un humo bajo y denso. Desde alguna ventana, siempre se asomaba una tos asmática que acababa con nuestra hoguera al grito de ¡agua va! Con el consiguiente alborozo de los chicos, que, justo una semana antes, habían hecho otra hoguera con aliagas en honor a su patrón. Ellos, como nosotras, habían ido pidiendo limosna por las casas cantando:

San Nicolás ha coronado cuatro gallinas y un gallo, cuatrocientos a caballo…

Al día siguiente, vestidas de domingo y con las enaguas almidonadas, nos sentábamos alrededor de una gran mesa, que habíamos hecho juntando los pupitres.

Comenzábamos con un plato de boliches. Criados junto al nacimiento del Arba y regados con agua de manantial, se convertían en los más finos de la redolada. Estas judías blancas, pequeñas y redondas, se cocían la víspera en unos pucheros grandes de barro. Por la mañana temprano se arrimaban a los tizones del fuego y se dejaban hervir lentamente durante todo el día. De vez en cuando había que asustarlas, cortándoles el hervor con agua fría, para que no quedaran pellejudas. A media tarde se echaban unas cabezas de ajo. Por la noche, cuando ya estaban cocidas se añadía la sal, el aceite de oliva y un caldillo espeso que se había hecho machacando en un almirez unas cuantas judías reblandecidas con un poco de azafrán. Cuando el guiso y la casa estaban bien aromatizados se apartaban del fuego.

Para segundo plato, nos habían preparado unos buenos gallos de corral. Eran unos gallos exquisitos, cebados con trigo y maíz durante más de medio año. Cuando destapaban las cacerolas, el olor intenso del estofado se colaba por las calles y llegaba hasta el río. Este guiso requería mucha paciencia. Había que ir añadiendo agua y vino rancio poco a poco, mientras duraba la cocción, para evitar que la carne se quedara seca y para que el caldo estuviera en su punto. Estos platos se acompañaban con largos tragos de agua fresca del botijo de la ventana.

Después venía el arroz con leche, cocido con la leche de las cabras de casa Carcaños y condimentado con abundante canela y vainilla. Ese momento era muy emocionante porque invitábamos a los chicos. En el entrechocar de las jícaras se adivinaban miradas de iniciación a la vida y al amor.

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En mis años de la escuela, la ancestral rivalidad entre santa Lucía y san Nicolás fue en aumento. Venció el santo. Y nosotras aceptamos la derrota. Cambiamos la comida por una merienda de chocolate y tortas con la forma de la santa, que nuestras madres cocían en los hornos del lugar.

Al acabar untábamos las manos en las chocolateras y manchábamos las caras de los chicos, que habían acudido a compartir los frutos secos y las mandarinas.

El cambio de menú y estos juegos atrevidos nos permitieron llegar a las primeras caricias. Doña Angelita nos vigilaba con una amplia sonrisa, como si estuviera recordando la nota de su libreta.

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Hablar san Nicolás y santa Lucía en El Frago es hablar de las tradiciones escolares y de sus maestros. Doña Simona, doña Angelita, doña Isabel, doña Asunción, y muchas más, mantuvieron encendida la vela de esta tradición hasta que se cerraron las escuelas.

He ambientado el relato en la época de doña Angelita García Alegre, la maestra de nuestras madres, esas mujeres fragolinas que con tanto esmero guisaban las judías y los gallos de corral para las comidas escolares.

Quiero dedicar este emocionado recuerdo  a los hijos de doña Angelita,  Blanca, Carlos y Miguel Angel, y a todos sus nietos y bisnietos.

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Imagen destacada. Doña Angelita García Alegre en la escuela de El Frago (1929). Foto de Bruno Gracia Sieso.

Carmen Romeo Pemán

12 comentarios en “El menú de Santa Lucía

  1. Bea Aranda dijo:

    Cierto pique sigue habiendo en los cantos de la procesión con esa intención de «que a nosotras se nos oiga más», algo queda. De lo que no queda nada y debería trabajarse seriamente es lo del arroz con leche de cabra… Que me pierde a mí. Un relato fantástico que espero que lean todos los fragolinos, y la foto también una pasada. Un beso gordo.

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  2. Laura Antolín dijo:

    Me emociona leer algo tan bién escrito, Carmen. Carmen Romeo Pemán, creo que eres una gran escritora de verdad. Por favor, me gustaría leer algún libro tuyo, entero. ¿Es posible? Dime algo…
    Te dejo este enlace por si te apetece leer un relato corto que escribí hace tiempo en Sin ti no soy maga, sobre mi San Nicolás. No está tan bien escrito como el tuyo, mi redacción no llega ni de lejos (cuando te leo a ti escucho las voces castellano-manchegas de mi padre que, como tú, controlaba de cerca el castellano. Mi voz es una mezclilla de bable, francés, castellano, catalán y no se sabe, que no se puede aguantar. Pero, bueno, ni que sea por el tema, lo mismo te hace gracia. https://lauraescribe.wordpress.com/2014/12/06/san-nicolas/
    Más tarde me iré a tu blog a ver si encuentro más tesoros como este tuyo que acabo de leer. Un abrazo, y mil gracias.

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    • Carmen Romeo Pemán dijo:

      Querida Laura: gracias por tu comentario. Es un poco excesivo, en lo referente a las alabanzas, y un poco escaso, en lo referente a tus merecimientos. Pongamos un término medio.

      He leído tu “Gran San Nicolás” en tu blog y he intentado dejarte un comentario, pero no hay espacio para los comentarios, así que voy a dejártelo aquí. Tu relato me ha emocionado más de lo que me esperaba. Está bien escrito y consigue embargarnos en una gran emoción.

      La lectura me ha devuelto a mis orígenes profesionales. Empecé mi andadura docente como maestra en “Les Écoles Publiques de Bruxelles”, donde había muchos emigrantes: nueve nacionalidades en mis grupos. Allí viví los hechos tal y como tú los cuentas. Y antes de abrir los regalos, ¡cuántas veces canté esta canción con los niños! Estoy segura de que también la cantó tu padre.

      Ô grand Saint Nicolas,
      Patron des écoliers
      Apporte-moi des jouets
      Dans mon petit panier.
      Je serai toujours sage
      Comme un petit mouton.
      J’apprendrai mes leçons
      Pour avoir des bonbons.

      Venez, venez, Saint Nicolas,
      Venez, venez, Saint Nicolas,
      Venez, venez, Saint Nicolas, et tra la la…

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      • Carmen Romeo Pemán dijo:

        Estas nuevas estrofas se las dedico a mi amiga, Montse, profesora de francés, que está muy interesada en la letra completa. Y de paso, Montse, te doy las gracias por seguirnos con tanto interés, con comentarios incluidos.

        Ô grand Saint Nicolas,
        Patron des écoliers,
        Apporte-moi des pommes
        Dans mon petit panier.
        Je serai toujours sage
        Comme une petite image.
        J’apprendrai mes leçons
        Pour avoir des bonbons.

        Hay muchas variantes, como bien lo sabe Laura Antolín. A mi también me gusta mucho la siguiente:

        Oh grand Saint Nicolas, patron des écoliers,
        Apportez-moi du sucre dans mes petits souliers.
        Je serai toujours sage comme un petit mouton,
        Je dirai mes prières pour avoir des bonbons.

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    • Laura Antolín dijo:

      Oh, la, la, no puede ser… Claro que canté eso y también aquello de : «Saint Nicolas va m’apporter une poupée, une poupée. (Bis) Saint Nicolas va m’apporter une poupée pour m’amuser…» ¿Te gustaban los «spekuloos»? A mí me apasionaban. A veces todavía pienso en ellos…
      Por cierto, yo vivía en Etterbeek, quartier de La Chasse, y fui a las escuelas públicas de 28, rue Fétis, desde 1963 hasta 1971 y Lycée Royal d’Etterbeek, rue Hansen Soulie, desde 1972 hasta 1975. ¿Habremos coincidido? ¡Eso sí que sería! Un abrazo, y no recorto mis comentarios.

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      • Carmen Romeo Pemán dijo:

        No, no hemos coincidido. Pero, por poco.
        No es que recortes comentarios, no es eso. Es que no yo he encontrado el espacio para comentarios. Puede ser un problema informátivo.
        Un abrazo.

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      • Laura Antolín dijo:

        Perdona, Carmen, no me expliqué: quise decir que no retiro ni una coma de mis, según tú, alabanzas excesivas… En cuanto a la sección de comentarios era que estaba desactivada para el relato de Saint Nicolas, por haber sobrepasado el tiempo. Ya lo restauré. Merci !

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  3. Josefina López dijo:

    Preciosa la fotografía de la escuela y muy interesante la tradición de la que hablas, para mí totalmente desconocida. En cuanto al menú, casi llegamos a percibir el exquisito aroma de esos platos sencillos, cocinados sin prisas al amor de la lumbre y elaborados con los productos locales.
    Muchas gracias, Carmen.

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    • Carmen Romeo Pemán dijo:

      ¡Gracias, Josefina! Tu opinión cuenta mucho para mí. Desde que te conozco, ¡y hace muchos años!, has sido una excelente profesora de Lengua y literatura, que destacas por tu exquisita sensibilidad. Pero, sobre todo, eres una gran amiga, una gran compañera y un gran apoyo.
      ¡Gracias por ser como eres y por estar siempre ahí!

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  4. Manuel Pérez Berges dijo:

    Una vez más te felicito por la facilidad con que relatas las vivencias de cuando éramos críos.Ahora no se lo que dirían de las chicas que portasen en un plato los ojos de un cordero y encima cantando. Los chicos éramos más brutos, pues el gallo iba en lo alto de la tranca, aunque no se si alguna vez cantó. Creo recordar que los chicos comíamos en alguna casa que nos recibía a todos y que parte de la canción de San Nicolás decía: «Los garbanzos van muy caros/ y el abadejo en Bayona/ también tomaremos huevos/ para hacer la buena olla».

    Un fuerte abrazo Mari Carmen y a desentrañar todas aquellas cosas tan bonitas de nuestro pueblo.

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  5. Carmen Romeo Pemán dijo:

    Gracias, Manuel, por tus aportaciones y tus alabanzas.
    Y tú sigue también, que tus vivencias de tradiciones, costumbres y oficios fragolinos superan con creces los míos. Un abrazo.

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