Con letra de médico

                                                                                             «La medicina es mi raíz, la literatura son mis alas»                                                                                                                                                              David Hilfiker

Los médicos somos famosos por nuestra mala letra. Hoy menos que antes, porque hacemos muchas cosas con las nuevas tecnologías. El ordenador se ha convertido en el santo patrón de los pobres farmacéuticos, condenados en el pasado a ejercer una profesión arriesgada, cuando tenían que enfrentarse a recetas que llegaban al mostrador de sus farmacias en forma de escritos casi esotéricos.

Pero hay médicos que, aunque tienen muy mala letra, son también dueños de una muy buena pluma. Y de eso quiero hablar hoy.

Si consultamos Wikipedia, un médico-escritor es “un médico que escribe de forma creativa en campos fuera de la práctica de la medicina”.

Mis motivos para escribir este artículo

Hace ya tiempo que mi autoestima superó a mi vergüenza, y reconozco, sin ningún problema, que me considero incluida en la categoría de médicos-escritores. Hablo de vergüenza porque hay ocasiones en las que, como cuenta Gabriella Literaria, nos da miedo decir que somos escritores. Ese miedo puede tener relación con dos aspectos: uno, con esa especie de pudor que nace de hacer ostentación de algo, ser escritor, sin que estemos convencidos de nuestro derecho a proclamarlo. Y el otro, con exponer lo que escribimos a los ojos de los demás, sabiendo que nos enfrentaremos a sus críticas. Pero, si dejamos que esa timidez mal entendida nos domine, nos frenaremos para hacer algo que nos atrae: escribir. De modo que, ¡fuera la vergüenza!

Voy a hablaros de dos artes que quiero relacionar porque juegan en mi vida un papel importante: la medicina y la escritura. La primera, me da de comer y la ejerzo por vocación. La segunda se coló en mi vida por la puerta trasera, y ha ido ganando terreno hasta lograr que cada día me la tome más en serio. Sueño con mi jubilación para dedicarme más a ella y, mientras tanto, me matriculo en cursos, participo en este bendito blog, me apunto a retos como escribir 500 palabras todos los días, y cosas así. Hoy, sin ir más lejos, he empezado un curso en la plataforma de MOLPE de Ana González Duque, sobre Twitter. Y como uno de los primeros pasos era completar el perfil, he puesto en el mío lo siguiente: “Médico por vocación y vivo de ello. Escritora por placer y disfruto con ello”. Así. Sin anestesia.

Pese a mi optimismo, todavía no soy famosa. Pero hay médicos-escritores y escritores-médicos. Y a todos quiero rendirles mi pequeño homenaje. Porque se lo merecen. Porque me identifico con ellos. Porque me parece buena idea escribir sobre algo que me gusta.

¿Qué implica poner delante médico o escritor?

En realidad, depende del matiz que le queramos dar. Si optamos por el criterio cronológico, atendiendo a si un personaje ejerció primero la medicina o empezó publicando algo no relacionado con ella, la cosa está clara. Pero, si dejamos a un lado esa clasificación simplista, yo diría que para muchos autores sería aplicable aquello de que tanto monta, monta tanto.

¿Qué lleva a una persona a estudiar medicina?

Si la respuesta no es una sola palabra, “vocación”, mi consejo es que abandone. Pero puede haber más motivos: desde la curiosidad científica por los entresijos físicos y psicológicos que hacen de cada persona un ser único, hasta las presiones o la tradición familiar, el deseo de enriquecerse, o, simplemente, el querer ayudar a los demás. Es el caso del médico sacrificado y altruista que responde a una imagen romántica, cada vez más en desuso. Y cuando digo “en desuso”, me refiero a la imagen en sí, no a que haya disminuido esa clase de galenos. Pienso en mis compañeros de urgencias, que se levantan a las tres de la mañana para ver dos mocos y medio de algún trasnochador que se pasa por allí a la vuelta de una juerga. O en esos otros al borde del divorcio por culpa de mil guardias que los convierten en los eternos ausentes de las fiestas familiares. Estos motivos darían para otro artículo.

¿Qué lleva a una persona a hacerse escritor?

“Escritura” no es una carrera universitaria con límites tan bien definidos como “Medicina”. Como yo llegué a las ciencias bastante antes que a las letras, prefiero no elucubrar sobre los motivos de los demás. El País, en su reportaje Por qué escribo, recoge muchas de las respuestas posibles.

¿Y desde cuándo andan todos revueltos?

Ya en la antigua Grecia, el mítico Apolo era a la vez dios de la poesía y de la medicina. Apuleyo, en su Apología, dice: “También los antiguos médicos habían conocido que los versos eran remedio de las llagas”. Homero y Plinio sostienen la misma tesis, y de ella quedó la superstición de curar por “ensalmos” (psalmo: canto).

La historia sigue repleta de ejemplos. San Lucas, autor de uno de los Evangelios, también era médico. Durante la época de la dominación árabe en nuestra tierra, genios como Avicena y Maimónides dejaron escritos que trascendían con mucho el limitado campo de los tratados médicos. Y, en épocas más recientes, ¿qué me diríais de los médicos poetas del Romanticismo, como Keats o Schiller?

No todo han sido poemas y suspiros. En el siglo XVIII apareció por primera vez, en las baladas góticas, la figura literaria del vampiro. Y saltó al ámbito de la novela de la mano de Polidori (1819), médico personal de Lord Byron, con su obra The Vampyre.

En los siglos XIX y XX, Sir Arthur Conan Doyle aclaraba en su biografía que tuvo mucho tiempo para escribir porque cuando abrió su clínica oftalmológica en Londres ningún paciente cruzó el umbral. Eso le permitió inmortalizar a su personaje, Sherlock Holmes, al que, curiosamente, llegó a odiar. Y si esa historia nos la hubiera relatado Sigmund Freud, otro ejemplo de la dualidad entre el fonendo y la pluma, seguro que lo hubiera hecho desde un punto de vista sorprendente.

Hay muchísimos casos más: Antón Chejov, cuentista excepcional y dramaturgo; William Somerset Maugham, autor de El filo de la navaja; Archibald Joseph Cronin, con La ciudadela y Las llaves del reino; Frank G. Slaughter, escritor de best sellers tanto históricos como de médicos. O el mismísimo Michael Crichton, de todos conocido por su famoso Parque Jurásico.

Entonces, ¿médicos escritores o escritores médicos?

Se suele hablar de médicos-escritores cuando la persona ha ejercido la medicina durante la mayor parte de su vida, y, solo de forma más o menos ocasional, ha hecho incursiones en la literatura, aunque estas hayan sido brillantes. En esa categoría incluiría a Santiago Ramón y Cajal, o a Gregorio Marañón, por citar algunos. Y escritores-médicos serían aquellos que ejercieron la medicina de manera transitoria, como Pío Baroja, que luego se ganó el pan con el sudor de su pluma.

Hay autores que, en sentido estricto, no responden a este binomio pero a los que no podemos dejar fuera. Margaret Mitchell, autora de una de las novelas más vendidas, Lo que el viento se llevó, tuvo que abandonar los estudios de medicina para cuidar a su madre enferma. Y tampoco terminaron la carrera Henrik ibsen, André Breton, ni James Joyce. Y, visto desde el otro lado, ¿podríamos excluir de la categoría de médicos escritores a Sigmund Freud por no haber escrito una obra teatral, una novela o un poema?

¿Y por qué nace el deseo de mezclar las dos disciplinas?

Pues, sin tener que echar mano de elaboradas encuestas, se me ocurren varias razones.

Entre las más conocidas están las presiones familiares. En hogares con gran tradición de médicos o escritores, puede darse el caso de que uno de sus miembros se sienta obligado a seguir la trayectoria familiar, aun en contra de sus deseos. Carme Riera, premio nacional de narrativa en 1995, confesó en una entrevista: “Yo quería ser médico, pero en casa no me dejaron”.

Otra razón puede ser el simple afán de saber. Es bastante frecuente entre los médicos el interés por temas culturales, intelectuales o filosóficos, que van más allá del ejercicio limitado de su profesión. Tal vez porque el eje de la misma es el hombre, y, por tanto, nada de lo humano les resulta ajeno. Y, por la misma causa, puede ocurrir que escritores con idéntico afán busquen en la medicina respuestas a motivaciones del ser humano que luego puedan plasmar en sus escritos con credibilidad. Poco antes de su muerte, Maurice Maeterlinck, premio Nobel de Literatura en 1911, reconoció que la medicina había sido su vocación frustrada: “La medicina es la llave más segura para dar acceso a las profundas realidades de la vida”.

El aura romántica es otro punto en común de las dos profesiones. Es fácil imaginar a un médico sensible que quiera expresar por escrito sus vivencias, porque la medicina es una profesión donde el contacto humano va de la mano con el dolor, la muerte, la sexualidad, el sufrimiento o la soledad. Y, si lo pensamos, todas esas vivencias son fuente de inspiración para muchas obras literarias. Y en el otro caso, el de los escritores, un joven con vocación poética, que necesite ganarse la vida de otra manera, posiblemente elegirá ser médico antes que ingeniero o que otras profesiones desprovistas de esa aureola de servicio y entrega a sus semejantes que acompaña a la medicina vocacional.

Ahora quiero ir de lo general a lo concreto, y hablar de uno de mis motivos: la satisfacción personal. Viene a colación el ejemplo de Chéjov, y la respuesta que le dio a su editor cuando le pidió que se consagrara por completo a la literatura y abandonara la medicina: “La medicina es mi mujer legítima, y la literatura, mi amante. Cuando una me cansa, paso la noche con la otra… Si no tuviese mis ocupaciones médicas, difícilmente podría dar mi libertad y mis pensamientos perdidos a la literatura”.

Parte de esa satisfacción que siento procede de la evasión que me supone escribir. Si bien es cierto que esta necesidad no es exclusiva de los médicos, mi profesión requiere a diario un contacto continuo con mis semejantes en circunstancias poco habituales. Además, me exige tomar decisiones que implican responsabilidades morales, más allá de las puramente asistenciales, que tendrán repercusión sobre unas personas que se encuentran en una situación de especial vulnerabilidad.

La vida me ha enseñado que la medicina es una batalla que siempre se pierde, pues, en último extremo, nadie puede vencer a la muerte. No quiero que se confunda esta afirmación con un sentimiento de derrota. Encontramos la felicidad en las pequeñas batallas, en las que ganamos día a día. Pero no podemos alcanzar el resultado deseado en todas las ocasiones. Por eso, cuando escribo, me desquito de mis frustraciones, puedo domesticar mi pena y convertir mi impotencia en un acto de creación. Y encuentro en las palabras un refugio ante la inmensidad de lo desconocido, de lo que me supera, de lo que me duele en un momento dado.

Tal vez me haya puesto demasiado trascendente. O tal vez podáis reprocharme que me he limitado, dentro del campo sanitario, a los médicos. Pero si pensamos que Ágatha Crhristie, autora e inventora de mil formas de matar, era enfermera, me perdonaréis por no extender mis reflexiones a esos compañeros.

Adela Castañón

Foto: Unsplash. João Silas

12 comentarios en “Con letra de médico

  1. Carla dijo:

    Adela, me ha encantado este artículo. Tienes razón: medicina y escritura orbitan alrededor del hombre así que tiene sentido que haya tantos que comparten ambas profesiones. Tenía en cuenta a Chéjov y a Arthur Conan Doyle pero me has descubierto muchos más.
    Me pregunto si no tendría que haber estudiado medicina para ser mejor escritora. Pero, como no puedo soportar la sangre, no hubiera sido una buena idea, ¿verdad? jeje

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    • Adela dijo:

      ¡Jejee…! ¡Eres un sol, Carla! Te confieso que la sangre me mareó hasta tercero de carrera. Pero ahí decidí que ya no era cuestión de dar marcha atrás, y pude (no me preguntes cómo) aprender a convivir con eso. Porque acostumbrarse, lo que se dice acostumbrarse, espero no acostumbrarme nunca para no convertir el dolor u otros aspectos de mi trabajo en algo deshumanizado o rutinario. ¡Además, un poquito de sufrimiento me trae a veces otro poquito de inspiración! Lo mismo que tus historias, guapa. ¡Besotes!

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  2. Adela dijo:

    ¡Nunca se sabe, Carla! Te confieso que yo me mareaba en las prácticas de la carrera hasta casi la mitad de la misma (jejee). Pero me encanta que tus estudios, por el camino que sea, te hayan traído hasta aquí. Y el «parto» de Mocade tuvo en ti a la mejor de las «ginecólogas». ¡Un besazo, amiga!

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  3. Carmen Romeo Pemán dijo:

    Adela: hoy nos descubres algo que ya sospechábamos, la pasión con la que vives tus dos vocaciones: la medicina y la escritura. Con esta letras de médico nos contagias tu entusiasmo. ¡Gracias, amiga!

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  4. Adela dijo:

    Gracias a ti, Carmen, por compartir conmigo y con tantas personas esa pasión por escribir. Que, en mi caso, la vocación literaria es comunitaria, por decirlo así. Si no fuera por Curro y por vosotras tres, mis escritos no habrían visto la luz. ¡Un abrazo enorme!

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  5. Mónica Solano dijo:

    Amiga, me encanta tu letra de médico 🙂 Siempre disfruto, cantidades, con tus relatos. Me encanta esa capacidad que tienes de volver las historias tan especiales. Todavía recuerdo la primera vez que te leí. En ese momento pensé «Adela tiene madera de escritora» y, después, cuando supe que tenías una profesión tan especial, no pude si no pensar que esa combinación era la que te hacía tan única. Eres puro corazón amiga 🙂 Soy afortunada, porque después de varios años, sigo teniendo el placer de leerte, y de sorprenderme con tu creatividad. Espero que sean muchos años más, para seguir deleitándome con tu letra de médico. Besos

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    • Adela dijo:

      ¡Ay, mi amiga del alma! Ten por seguro que el deleite será mutuo y prolongado. Que aquí las «doñas» tenemos cuerda para rato…¡por suerte! Te quiero, amiga. Gracias por tus palabras.

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  6. Ana González Duque dijo:

    Me ha encantado el post, Adela. En mi caso, elegí Medicina (después de haber ido toda la vida para Letras) por no volver a ver el Latín ni en pintura (Sí, es que las decisiones trascendentales de tu vida las tomas cuando eres adolescente y ya se sabe…). Pero la vida se encarga de equilibrar todo :D.
    Un besote muy gordo

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    • Adela dijo:

      Muchas gracias por el comentario, Ana. ¡Y más sabiendo que no es tiempo lo que te sobra! Que no sé cómo puedes llevar adelante todo lo que llevas (bueno, al hacer cursos, ya medio lo voy entendiendo -que no consiguiendo, aún-). Yo me consuelo pensando que al haber llegado tan tarde a la escritura, tengo todavía muchas ideas sin explorar entre neurona y neurona… jejee… ¡Un besote!

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  7. Eva dijo:

    Muy buen artículo, Adela. Nunca me había parado a pensar que hubiera tantos médicos-escritores o escritores-médicos. Solo conozco una de tus dos facetas, y desde luego eres una auténtica profesional en ella, así que como médico tienes que ser increíble. He disfrutado leyéndote, como siempre. El final me ha encantado, ¿cómo una enfermera puede idear tantas formas de matar? Y ahora te voy a hacer una pregunta difícil, si tuvieras que quedarte con una de las dos profesiones, ¿cuál elegirías?

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    • Adela dijo:

      ¡Gracias, Eva! Y respecto a la pregunta (¡vaya si es difícil!) me temo que me quedaría con la medicina, quizá porque me da más seguridad. Pero si me garantizaran que a final de mes cobraría lo mismo, casi seguro que la escritura se llevaba el gato al agua. Es una respuesta muy prosaica, lo sé, pero igual si me lo preguntas mañana pienso de otro modo… ¡Aunque por suerte, por ahora, llevo las dos al retortero! Un besazo! 😉

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