¿Observador o jugador?

Cuando era niña me pasaba muchas noches llorando porque me iba a morir. Me aterraba la idea de que me llegará ese momento en el que quedaría suspendida en la nada, rodeada de oscuridad, y sola. Tenía sueños recurrentes en los que estaba en un espacio inerte y podía escuchar lamentos, susurros y, en algunos instantes, un silencio que me robaba el aliento. La idea de la muerte me causaba mucha curiosidad, me intrigaba saber qué pasaría cuando ya no estuviera en este plano terrenal. ¿Y si me olvidan? ¿Y si todas las referencias a mi existencia desaparecen? ¿Qué pasa con las personas que dejo atrás? ¿Qué hay de cierto en las historias sobrenaturales de fantasmas y apariciones? O, como en el infierno de Dante, ¿pasaré el resto de mi existencia contemplando lo que nunca me arriesgué a hacer? Tenía tantas preguntas con escasos ocho años que lloraba sin encontrar consuelo. Pero, en este artículo, no voy a tratar de la muerte, aunque quizás toque el tema de pasada. Quiero que sea un artículo sobre nuestro papel en la vida.

Hace unos días, sentada en mi escritorio, miraba por la ventana y pensé: “Todas las personas que habitamos este planeta tenemos una misión, debemos cumplir con un designio”. Sin embargo, y aunque estoy convencida, también considero que hay personas que tienen un papel más activo, que están todo el tiempo movilizando las cosas a su alrededor y otras que están en la barrera, ejerciendo un papel más pasivo.

Por más que lo intento, yo solo puedo ver lo que me rodea como una dualidad, sin términos medios. Desde niños nos enseñan que las cosas son buenas o malas, blancas o negras. Y tenemos la potestad de decidir en qué lado de la balanza nos colocamos. Aunque no voy a hacer una diatriba sobre si estoy en el lado de los buenos o de los malos. Porque, como decía al principio, quiero tratar de nuestro papel en la vida; y lo haré con la metáfora de observadores y jugadores.

Según la RAE, un jugador es una persona que forma parte de un juego. Cuando inicié mi proceso de escritura me enfrenté a la decisión de si entraría al juego o sería una simple espectadora. Pero ¿qué es lo que nos impulsan a jugar? Esa pregunta me llevó a pensar que no somos jugadores en todos los campos. Por ejemplo, respecto a la muerte, en todas las historias se repite lo mismo: nada puede evitar ese momento. Somos simples observadores, no podemos intervenir. Rezar, emprender un viaje en busca de la fuente de la eterna juventud o sentarnos a esperar; cualquier opción es buena, pero va a tener el mismo resultado. Sin embargo, con los años, he aprendido que todos tenemos un tiempo para cumplir con un objetivo, y ese tiempo es perfecto. Si logramos alcanzar la meta o no, es solo el resultado de nuestras acciones, no del tiempo; de si nos arriesgamos en algún momento a ser jugadores.

En un proyecto en el que estoy trabajando llegué a la conclusión de que somos organismos en descomposición esperando no ser olvidados. Y, aunque creo que no tiene discusión, me pregunto, ¿qué ocurrirá con la otra parte de la historia, con esa fracción etérea que habita el cuerpo? A veces me creo el cuento de que esa parte pasará a otra clase de vida, en la que le espera el paraíso o el infierno, con un séquito de ángeles dispuestos a arroparla con sus alas; otras veces pienso que los seres humanos somos expertos en el arte de la manipulación, y esa porción del mundo que quiere gobernar sobre las mentes más débiles ha establecido todo tipo de historias fantásticas recreando una realidad más fácil de sobrellevar.

La mayoría de las religiones coinciden en que pasamos a otro plano en el que seremos juzgados por nuestros actos en este mundo. Puede ser y, si es el caso, que Dios nos agarre confesados. En conclusión, pienso que todo simplemente se extingue y puedo estar, aquí y ahora, malgastando el tiempo en conjeturas inútiles, cuando debería estar disfrutando del sol.

Lo cierto es que también me gusta plantearme estas cosas y observar a las personas. Suponer qué pasa con sus vidas. Si estarán en este mundo mañana, si comparten mis abstracciones. En esos momentos, me siento frente a la ventana y dejo que el tiempo transcurra mientras observo. Se podría decir que no actúo como una jugadora. Sin embargo, según el sociólogo y antropólogo Buford H. Junker: “La observación es el inicio del conocimiento del mundo a través de la vista”. En sus estudios afirma que los observadores pueden ser participantes, es decir, personas que se vinculan y forman parte; y no participantes, que prefieren pasar desapercibidos.

Tengo la creencia de que las historias de las demás personas tienen relevancia cuando estamos en el mismo plano existencial, como si cobraran vida al pasar por mi lado. Tal vez sea un pensamiento bastante egocéntrico, pero la realidad es que sus vidas me resultan ajenas. Caminan, duermen, lloran, ríen, tienen sexo, quizás sufren; es algo que ignoro, solo puedo imaginarlo e hilar historias. Para mí ninguna persona, ni sus historias, son reales hasta que puedo verlas con mis ojos, escucharlas con mis oídos o tocarlas con mis manos. Cuando estoy en mi faceta de observadora, también me gusta pensar en la conciencia que tenemos de la muerte. Porque muchas de nuestras acciones están precedidas por ese sentimiento, por ese instante en el que abrazamos la verdad más importante de nuestra existencia. Nadie está preparado para ese momento. Y, al final, todos sucumbimos al miedo de abandonar este mundo.

¿Qué pasaría si no tuviéramos esa conciencia? Si viviéramos ignorantes de nuestro destino, ¿viviríamos mejor? ¿Nos arriesgaríamos más? ¿Lo visceral y lo racional armonizarían de tal forma que no volveríamos a somatizar ningún sentimiento? ¿Nos importaría tanto ser olvidados? En mi opinión, creo que no existirían muchas sensaciones que conocemos y experimentamos a diario, porque la conciencia de la muerte nos impulsa a vivir; así nos pasemos el noventa por ciento del tiempo ignorándola. Una estadística un poco exagerada, lo sé, pero la verdad es que, aunque me apasiona todo lo referente a la muerte y sus misterios, no me despierto todos los días pensando en que me voy a morir al bajar los pies de la cama; y he vivido muchos instantes como si fuera a permanecer en la tierra más de cien años. Somos tan contradictorios la mayor parte del tiempo, que es imposible no perderse en el proceso de observación, y hasta hacer análisis que vayan en contra del método científico.

Las preguntas que me persiguen desde niña han creado muchos demonios y una mañana, muy parecida a la de hoy, con un cielo azul tan intenso que hacía que me ardieran los ojos, tomé una decisión. Elegí ser observadora y jugadora. Y, como resultado, me lancé a escribir para exorcizar algunos de esos demonios. Empecé a crear mundos imaginarios, y dejé de tener miedo.

Uno de los primeros interrogantes que me planteé mientras escribía este artículo fue ¿qué cosas nos impulsan a jugar? Considero que lo más relevante no es si estamos en el lado correcto o incorrecto de la balanza, según los parámetros sociales. Es sí estamos dispuestos a ser observadores participantes y jugadores que movilizan todo a su alrededor para alcanzar sueños.

Mónica Solano

Imágenes de Steve Buissinne y Hungary

6 comentarios en “¿Observador o jugador?

  1. Adela Castañón dijo:

    Querida Mónica: una vez más me dejas «ojiplática», como diría nuestra Carmen, al enfocar esa cuestión desde un punto de vista tan enriquecedor. No dejo de asombrarme y de disfrutar con cada una de tus reflexiones. Cada uno de tus escritos brilla con luz propia, y me siento afortunada al estar al alcance de todos esos rayos de genialidad que son tus trabajos. ¡Gracias por hacerme disfrutar tanto, hermosa! Muchos besos.

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  2. Jorge Solera Marín dijo:

    Hola Mónica: Interesantes reflexiones. sin embargo yo no creo que nazcamos con una misión. Nuestra vida es lo que decidimos cada minuto cada uno de nosotros. No creo en esa dualidad espectador/jugador; el propio hecho de ser un hipotético espectador implica una decisión: la de no hacer nada. También eso es tirar los dados. En cuanto a la angustia frente a la muerte; desconozco tu edad, pero yo que ya he pasado de los cincuenta, te digo que va convirtiéndose en una especie de camino vislumbrado sin demasiada angustia. Somos capaces, o deberíamos serlo, de verse acercar el final poco a poco y sin demasiado ruido. Nos vamos acostumbrando poco a poco a la idea de un final e intentamos hacerlo con la mayor dignidad posible. Por mi profesión he visto morir a mucha gente y no he percibido en los momentos finales esa sensación de angustia final. Creo que la verdadera misión de los que escribimos por elección propia es la de dejar memoria de algo irremediablemente condenado a desaparecer como vivencia sensorial. Para eso está el pensamiento.

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    • Mónica Solano dijo:

      Me encanta tu comentario. Compartir con confianza y buenos argumentos nuestros puntos de vista, hace más entretenido este tipo de publicaciones. Te agradezco que te hayas tomado el tiempo de analizar cada punto de mi artículo para regalarnos una excelente reflexión. Gracias por leerme. Besos :*

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