Historia de un relato

Héctor parpadeó. Frente a él, un hombre de edad indefinida y barba blanca, muy cuidada, le sostenía la mirada.

–Bienvenido.

–¿Quién es usted? ¿Dónde estoy?

–¿No te acuerdas? –El hombre se mesó la barba. Héctor se sorprendió de que lo tuteara de forma tan natural–. Creo que te has despertado demasiado pronto. Duerme un poco más.

Héctor sintió que los párpados le pesaban. Durante una fracción de segundo le agobió una somnolencia irresistible, pero en seguida notó que el descanso lo arropaba como una bata vieja. Ya con los ojos cerrados, frunció las cejas. ¿Qué había dicho el tipo aquel sobre acordarse de algo? De pronto, todo volvió a su memoria.

Lo había conseguido. Había superado el bloqueo. Ese temido bloqueo del escritor que lo tenía en dique seco desde hacía varias semanas. Los detalles de su historia le llegaron en tropel. ¡Cómo podía haber olvidado algo así! ¿Se estaría haciendo viejo?

Era una historia única. Increíble. Irrepetible. Olía a éxito. A premio seguro. Todavía se preguntaba cómo se le había podido ocurrir una idea tan brillante. Había inventado un protagonista único, y le había entregado sin reservas todas y cada una de sus ilusiones, sus defectos y virtudes. Lejos quedaban los personajes planos y aburridos, los eternos segundones. El suyo era un personaje redondo. ¡Los lectores se enamorarían de él, estaba seguro!

Su historia arrancaba con el protagonista conduciendo su coche, en un vano intento de huir de sí mismo. Había creado un hombre atormentado, que soñaba con dejar atrás su fracaso como escritor. Y que un buen día decidía irse a vivir a otro sitio, con la esperanza de salir de aquella sequía mental, donde cada trago de ginebra, en lugar de refrescar, dejaba en su garganta un sabor a arena. El protagonista metía sus escasas pertenencias en un coche, y arrancaba el motor para poner rumbo a cualquier lugar. El destino era lo de menos. Lo importante era poner tierra por medio entre su pasado y su futuro.

Héctor abrió los ojos. El caballero seguía allí, y sonreía.

–¿Te acuerdas ahora, Héctor?

–¡Claro! Es la historia perfecta. Sabía que se me ocurriría. Solo tenía que ponerme en marcha.

–¿Recuerdas el final?

–¡Cómo no voy a …!

Héctor guardó silencio. ¿Cómo podía haber olvidado el final de su novela? Abrió y cerró la boca. ¿Y quién era ese sujeto tan extraño? Miró alrededor, pero solo distinguía a su interlocutor. El resto era una especie de niebla muy densa que parecía haberse introducido también en su cerebro.

–El final… el final… –Héctor se restregó los ojos con los puños cerrados–. Me acordaré en seguida.

El hombre dibujó un semicírculo con el brazo derecho, y ese gesto hizo que la niebla se disipara. Héctor siguió la dirección de su mirada. Debajo de los dos, a mucha distancia, se veía un turismo convertido en chatarra. Las luces azules de un coche de policía daban la bienvenida a otras de color naranja, que giraban como locas sobre el techo de una ambulancia que se aproximaba a toda velocidad. Los ocupantes del vehículo ignoraban que llegaban demasiado tarde. Héctor sintió que un ciempiés calzado con esquirlas de hielo bajaba por su columna vértebra a vértebra.

–Ese coche no puede ser mi coche. Tiene que ser una alucinación. Me debo estar haciendo viejo.

–Te equivocas, Héctor. Nunca serás viejo.

Héctor lo miró a la cara, y volvió a bajar la vista. Era imposible. Estaban flotando en el aire sin nada que los sostuviera. Movió la cabeza de un lado a otro.

–¿Qué…?

Calló, sin saber cómo continuar. El tipo barbudo suspiró.

–Tenías una buena historia, Héctor. Lástima que soñaras con ella mientras conducías. Y es una pena que la ginebra sea transparente, porque nadie podrá leer lo que has escrito con ella. Aunque, ¡quién sabe!, tal vez alguien termine de escribir tu historia. No será la primera vez que alguien usa la sangre como tinta.

Héctor recordó que el protagonista de su novela se preguntaba si los muertos podían llorar. Se pasó la mano por la mejilla, y encontró la respuesta.

Adela Castañón

 

Imagen: Pixabay

13 comentarios en “Historia de un relato

  1. Adela Castañón dijo:

    ¡Muchas gracias, Carla! De las muchas cosas que me gustan cuando escribo, sorprender se cuenta entre las principales. Así que tus palabras me han hecho sentir feliz. ¡Un besote, amiga!

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  2. Curro Jimenez dijo:

    ¡Qué bonito! ¡Qué bonito! ¡Qué bonito! Adela ya no eres un diamante en bruto. Ya estas tallado y bastante bien por cierto. Muchos quilates tiene tu relato. Y luego están las frases esas que a mi me asombran y me enamoran y que a ti parecen brotarte a borbotones, como si tu manantial estuviera necesitado de soltar todo el caudal retenido durante tanto tiempo.
    «Héctor sintió que un ciempiés calzado con esquirlas de hielo bajaba por su columna vértebra a vértebra».
    «Y es una pena que la ginebra sea transparente, porque nadie podrá leer lo que has escrito con ella».
    Ya sabemos todos que estamos ante una gran escritora. Te quiero. Un beso

    Le gusta a 1 persona

    • Adela Castañón dijo:

      Mi querido Curro: Fíjate que me acordaba hoy de que una vez te comenté en plan de total y absoluto pitorreo algo sobre ver cosas mías publicadas. Y mira tú a qué lugar he llegado gracias a que no dejaste de empujarme para que me sacudiera la pereza y las excusas, y me pusiera a escribir. ¿Sabes una cosa?: Nunca te lo agradeceré lo bastante. Muchos besos.

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  3. Adela Castañón dijo:

    Querida Eva: Si voy consiguiendo dar con mi voz, y a veces hasta la encuentro, es gracias a que he contado en esta andadura literaria con amigas y compañeras como tú. Tus comentarios son para mí una gran alegría, como lo era y espero que siga siendo leer todo lo tuyo. ¡Muchas gracias, y muchos besos!

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  4. Mónica Solano dijo:

    Ay Adela, pero cosas tan maravillosas escribes 🙂 Apunta en tu lista de lectores que soy tu fan número uno. Es una historia fascinante que te deja pegada desde la primera línea hasta la última, con un final perfecto. Tu prosa, como es costumbre, exquisita. Da gusto leerte amiga.

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  5. Adela Castañón dijo:

    Amiga mía, creo que desde que te conozco y te leo mi imaginación ha desarrollado más sus alas y se ha contagiado un poquito de ese «virus» que tiene la tuya y que la hace volar. Así que en el alma de mis escritos siempre va algo de Mónica, de Carla y de Carmen. ¡Muchos besos, Moni!

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