De la serie, las fragolinas de mis ayeres.
Antonia y yo pasamos juntas nuestra juventud, de pastoras en las Guarnabas de Monte Agüero. Una tarde, mientras estábamos sentadas en una peña haciendo peduque, le dije que había oído que sus padres la pensaban prometer al viudo de casa Fontabanas.
A partir de entonces, nos afanamos en coser un ajuar que yo le guardaba escondido en un arca de mi casa. Y todo porque eran muchas hermanas y su padre no pensaba mermar la hacienda con eso de las dotes. Que eso era sabido en todo el lugar.
—A las hembras ya les basta con la honra de un apellido hidalgo —gritaba el padre de Antonia por las noches en la cantina.
Ella se las apañaba para que yo le comprara las agujas, las telas y los hilos en los vendedores ambulantes que llegaban, de vez en cuando, con grandes carromatos llenos de ultramarinos. Después me las pagaba con algún cordero que vendía a los pastores de Agüero o de San Felices. Y es que, a Antonia le resultaba más fácil decir que había malparido una oveja que comprar telas en la plaza.
El día que supo que se tenía que casar con el viudo de Fontabanas, me confesó que no quería que le vieran el ajuar las dos hijas casaderas que vivían con él.
—Nicolasa, sigue guardándome el ajuar. Si algún día lo necesito, te lo pediré —me dijo. Pero nunca más me lo volvió a nombrar.
En el pueblo se corrió que, desde que la casaron, todos los santos días iba a casa de su madre a echarle en cara que la había hecho una desgraciada con ese matrimonio.
—Es un verdadero jabalí. Sus gruñidos no me dejan pegar ojo en toda la noche. En los carasoles saben que no necesita navaja para ir al monte y que con su único colmillo sangra hasta las talegas de trigo —gritaba delante de la ventana para que la oyeran los que pasaban por la calle.
Antonia se murió de un mal aire a los sesenta años, cuando llevaba casi treinta de viuda, que esa cuenta siempre la llevó bien. Que su marido falleció el día que le dijo que estaba preñada.
Cuando se murió le puse la camisa que habíamos bordado para su noche de bodas y la envolví en una de sus mejores sábanas de lino. Después la miré varias veces y la encontré muy guapa. No tenía canas ni arrugas. Parecía una novia.

Plaza de El Frago
Con este nuevo relato de las fragolinas de mis ayeres, quiero dar voz a todas nuestras abuelas, Antonias, Valeras, Petras, Dominicas, Nicolasas…, que sufrieron en silencio unos matrimonios impuestos. Nosotros no lo entendemos, pero fue la historia de muchas de nuestras familias hasta hace menos de un siglo.
En especial se lo dedico a mi abuela Antonia, que la enterraron el Día de la Candelaria y la amortajaron con su traje de novia.
Carmen Romeo Pemán
Siempre me haces volver a esa plaza de la foto, a los carasoles o a las tertulias en la cruz. Un placer tus textos, y un gusto leerte.
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Es el mejor piropo que me puedes echar, que mis textos te lleven a los lugares que pretenden evocar.
En eso también cuenta tu fina sensibilidad como lectora.
Gracias por comentar. Estos comentarios me animan a seguir escribiendo.
Un abrazo.
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Guau, vaya final y con qué finas pinceladas detallas una época, como si fuese un cuadro costumbrista. Hasta la foto me ha encantado 😉
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Gracias, Bea! Me gusta la emoción con que vives los temas fragolinos. Y la valoración que haces de mi escritura.
Gracias por compartirlo en La Fragolina.
Estoy muy orgullosa de vosotros, los jóvenes de El Frago. Sois una gran promesa para el futuro.
Un abrazo
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Que hermoso relato Carmen, tanto como triste la historia. Que bonito también esa capacidad tuya de hilar relatos con la urdimbre de lo vivido, en primera persona u oida de quien lo vivió. Gracias
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Gracias, Chesus! Me encanta la valoración que haces de mis relatos. Precisamente tú que conoces bien el origen de mi inspiración.
Entre esas abuelas que iban de pastoras a Guarnaba, estaba tu abuela Presentación.
Gracias por comentar. Un abrazo.
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Carmen, tus fragolinas son ya parte de mi mundo. No te ìmaginas la alegría con la que abro la puerta de mi corazón a cada uno de tus relatos. ¡Gracias por poner ese mundo a mi alcance, amiga! Muchos besos. 😉
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Cómo me alegran tus palabras, amiga!
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Me alegro de conocer historias nuevas. Un abrazo
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Gracias, Manolo! El Frago nos da a los dos para muchas historias. Un abrazo.
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Otra vez aprendo de nuestras heroínas: sus angustias, sufrimientos, rebeldías para ser y sobrevivir.
Predomina la tristeza, pero se gozan los detalles bellos e inteligentes de tu estilo para recrear vidas auténticas.
Y, sobre todo, al final, nos redondeas la ilusión truncada después del inicio, de modo q crece la alegría de cerrar guardando lo más bonito de los protagonistas.
Gracias por compartir estas creaciones entrañables , q sigas regalándonoslos y un abrazo.
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regalándonoslas….
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Gracias, amiga de adolescencia y compi de departamento! Tu sensibilidad y tu formación exquisitas le dan un valor sobre añadido a tus palabras.
Un abrazo.
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¡Qué dura tu historia ,cuántas ilusiones rotas! Qué suerte hemos tenido nosotras de poder elegir y de que nuestros padres no nos impusieran nada…
Me encantan tus historias, querida profe
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¡Gracias, Elvira! ¿Sabes qué es lo que más me gusta de mis relatos? Que me mantienen en contacto con vosotras.
Un beso.
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¡Qué maravilla mi Carmen! Un nuevo relato y otra vez no parpadeo hasta llegar al final 🙂 Que lindo homenaje le haces a las abuelas, es toda una joya de tu cultura. Besos.
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¡Gracias, Mónica! Una y mil veces te repetiré lo mismo. No puedo tener más suerte. Es una bendición que mis relatos fragolinos sean tan bien valorados desde el corazón mismo de Bogotá. Un abrazo, amiga.
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