Nuestra imagen en las redes

Hace un par de meses leí un artículo de Cris Mandarica: Por qué no quiero ser como Ana González Duque. Es una reflexión sobre esa especie de envidia, no sé si sana o patológica, que hace que muchas personas quieran ser como otras a las que admiran. La autora derrocha sentido común e incluye una cita textual de Jaume Vicent: “Deja de intentar hacer lo que hacen ellas. No quieras copiar a nadie. Si no tienes el mismo talento, no te saldrá bien y, si lo tienes, no lo desperdicies copiando a nadie”. La idea me gustó y empecé a escribir un comentario. Pero era tan largo que al final acabé redactando este artículo. Y es que eso tan traído y llevado de la “imagen” siempre ha dado de qué hablar.

Hace pocos años, la opinión que teníamos de los demás o, incluso, la cara que decidíamos mostrar al mundo podía apoyarse en unos pocos pilares: intercambio de cartas con amigos, cotilleos con el compañero de pupitre del cole, o del compañero de trabajo y alguna que otra cosilla. Recuerdo la increíble emoción que me producía tener que esperar unos días o unas horas el revelado de un carrete de treinta y seis fotos en la tienda para saber si en alguna salíamos tan favorecidos como los actores de la cartelera de cine local.

Peeeeroooo, hoy las cosas han cambiado. Y mucho.

Han cambiado tanto que casi podemos elegir a la carta la imagen que queremos que el mundo tenga de nosotros. Como médico os diría que pensarais en los avances de la cirugía estética, pero este artículo me ha venido inspirado por mi pasión, la escritura, y no por mi profesión, así que prefiero tocar otros aspectos más generales que el simple cambio físico.

Ya no dependemos de esas fotos planas de dos dimensiones. Hoy contamos con herramientas para crear un perfil tridimensional y con múltiples facetas. De hecho, esas facetas son tantas que me limitaré a dos de ellas: cómo vendemos nuestra imagen y cómo consiguen los demás que compremos la suya.

La imagen propia

Para los valientes, están los quirófanos. Para los cobardes, la resignación o el Photoshop. Total, hay amigos virtuales a los que nunca veremos cara a cara, así que siempre está la posibilidad de hacerse miles de selfies sabiendo que, igual que cuando escribes mil artículos te saldrá uno genial, en una de las fotos aparecerá tu imagen ideal. Y ya solo nos quedará usar esa foto en nuestro perfil. Listo. Ojo, y si nuestra autoestima estuviera bajo mínimos, siempre podríamos usar un maravilloso paisaje o una frase zen escrita sobre un fondo de mariposas de colores.

Y ya con la foto fija, pasemos a la película. Si tenemos un blog, hay que currarse muy bien el apartado “Sobre mí”, o “Acerca de mí”, o como queramos llamarlo. En Google he encontrado un artículo de Javi Pastor que hablaba sobre esto y que me ha hecho sonreír porque empieza directamente con un enlace a la primera versión de su “Sobre mí”. Me ha picado la curiosidad y me ha sorprendido la gran diferencia entre las dos versiones, antigua y nueva, de ese apartado. A continuación, he pensado que soy una persona afortunada, porque cuando me embarqué con tanta alegría en nuestro proyecto de Letras desde Mocade no tenía ni pajolera idea de dónde me estaba metiendo. Menos mal que el apartado sobre nosotras lo escribió Carla, con tanto cariño como arte, y me libró así de un marrón que ni siquiera sabía que existía. Porque no es fácil escribir sobre una misma, la verdad.

Lo de tener un blog, por supuesto, no es imprescindible. Cualquiera, aunque no lo tenga, puede venderse como guste escribiendo sobre lo humano y lo divino en las redes sociales y desnudar su alma ante el mundo. Que ese desnudo sea sincero o real es otra historia. Y no es fácil descubrir a un mentiroso, salvo que nuestro vecino publique en su Facebook que canta como un ángel, y estemos hartos de oírlo desafinar en la ducha a través del tabique.

Y eso nos lleva a profundizar más en el tema: ¿qué cuento, de qué hablo?, ¿de mis gustos?, ¿de mis méritos?, ¿de mis ideas? Pueeessss… a ver, eso depende. ¿A quién quiero llegar?, ¿a muchos?, ¿conocidos?, ¿desconocidos?, ¿estoy aquí por hobby, o quiero que esto sea para mí un trabajo lucrativo? Yo, por ejemplo, iba a escribir la pregunta anterior terminando con “¿quiero que sea para mí un trabajo serio?” Y he cambiado lo de serio por lo de lucrativo porque pretendo seguir ganándome el pan como médico, pero me tomo la escritura cada vez más en serio, aunque tengo clarísimo que se trata de una afición.

Es decir que, a pesar de que mi artículo va de la imagen en plan teórico, no quiero dar la impresión de que escribo a la ligera. Mientras estoy dándole a las teclas sé que cada palabra es una pincelada que hará que quien me lea se forme de mí una imagen concreta. Y con eso me convierto en un ejemplo práctico de lo que intento transmitir aquí.

La imagen ajena

Cualquier persona que decida convertirse en personaje, más o menos público, cuando se integre en las redes sociales se encontrará con un montón de congéneres que andan en lo mismo que él, es decir, en busca de relaciones. Y esas relaciones, ya sean amorosas, laborales o de amistad, se basarán en la imagen que nos formemos de la otra persona. Fácil, diréis. Pues no. Y voy a usar como ejemplo las relaciones de pareja, aunque la idea se puede generalizar a las demás.

Hace años conocías a alguien, te enamorabas, y cuando llegabas a los dos o tres años de noviazgo y tu chico dejaba de comprarte flores, o te invitaba a ver una peli del Oeste en lugar de la de Brad Pitt, simplemente te mosqueabas con él, o le ponías morros, hasta que al final aclarabais las cosas. O, si el amor no era muy sólido, cortabas la relación y punto.

Hoy, si se presenta un problema con tu costilla, basta con sumergirte en las redes en busca de un sustituto. En el mundo virtual hay tantos príncipes y princesas azules, rosas, y de color indefinido, que estamos convencidos de que podemos dar con nuestro ideal. Y tarde o temprano esa nueva pareja también mostrará alguna grieta que hará que perdamos de nuevo la ilusión. Y vuelta a empezar. Que el amor al principio siempre es algo romántico, pero luego entra en juego la versión 2.0 y ya no es tan fácil amar también los defectos del amado. Quiero aclarar que echo mano de este ejemplo parcial y extremo para poner el dedo en la llaga. Porque, por supuesto, las redes sociales son mucho más que ese lugar virtual de encuentros sentimentales. Yo las defiendo, las uso y las disfruto. Y la prueba evidente es que estáis leyendo mi artículo.

Por otra parte, me parece un poco irónico que esas redes que, en principio, fueron una manera de acortar distancias entre seres queridos, se hayan convertido a veces en pequeños, o no tan pequeños, enfants terribles. Os pondré algunas pinceladas:

Whatsapp. ¿Por qué sentimos como un agravio personal que no nos respondan cuando vemos las dos líneas azules y sabemos que nos han leído? ¿Por qué usamos a veces nuestro estado para lastimar a alguien con indirectas o alusiones que cualquiera puede interpretar a voluntad? ¿Y qué diríais de los bloqueos y desbloqueos pasionales? Si no aplicamos un poco de sentido común a las conversaciones de Whatsapp, posiblemente nuestro mundo se asemeje al caos de una clase de párvulos con la profesora ausente. Y lo malo es cuando se trata de adultos y no de niños. Mirad si no esta parodia sobre la conversación de Whatsapp en un grupo de padres de un colegio.

Twitter. De este, ni hablo. Que es mi asignatura pendiente y el pajarito me tiene loca. Y conste que me encantaría dominarlo, porque lo de los 280 caracteres sería un extraordinario campo de entrenamiento para conseguir dominar mi tendencia a extenderme cuando escribo sobre lo que sea.

Instagram. Quien sepa sacarle partido tiene ahí una espléndida herramienta de marketing. Puede vendernos cualquier historia, y da igual que sea verdadera o falsa. Y podemos enamorarnos de alguien que se pasa la vida colgando fotos de museos y luego a lo mejor resulta que en su vida ha puesto el pie en ninguno.

Facebook. Quizá es la estrella de la película. Es algo así como la Wikipedia de lo personal. ¿Queremos saber por dónde anda nuestro ex? Pues a cotillear se ha dicho. ¿Nos vamos de viaje? Pues a colgar cuantas más fotos mejor, que la envidia ajena hace que algunos sientan que ascienden en el escalafón del valor personal. ¿Vemos una foto del novio de nuestra mejor amiga sonriendo, y sabemos que acaban de terminar? En seguida llegamos a la conclusión de que seguro que hay “otra” que le hace sonreír así después de haberle partido el corazón a nuestra compañera del alma. Porque no se nos puede ocurrir que, a lo mejor, también está tan triste que su madre le ha comprado un perro, o un mono, y por eso sonríe… ¿Verdad? Todos somos expertos en interpretar señales sin pensar que podemos equivocarnos al hacerlo.

Dejar de vivir de cara a la galería

Los avances tecnológicos han hecho que las relaciones entre las personas hayan evolucionado mucho en muy poco tiempo. Pero yo sigo defendiendo la idea de que vale la pena tener una buena imagen de nosotros mismos y de los demás. Sigue vigente eso de que “la mujer del César no solo debe ser honrada, sino también parecerlo”. Y una buena imagen solo se consigue si nos cuidamos para obtenerla. Ojalá tengamos todos sentido común para el manejo emocional de todas esas herramientas que hacen de la imagen propia y ajena una plastilina que cada vez podemos moldear más y mejor… o más y peor. De nosotros dependerá.

Adela Castañón

Foto: Pixabay

6 comentarios en “Nuestra imagen en las redes

  1. Mónica Solano dijo:

    Excelente artículo, amiga 🙂 Todo esto de la imagen es un tema bastante sensible y veo que lo has abordado muy bien. Me encanta tu naturalidad y que te tomas en serio las reflexiones que nos quieres transmitir. Me gusto mucho y me lo guardo en mi lista de buenos artículos para leer y leer. Besitos.

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    • Adela Castañón dijo:

      Gracias, preciosa. Formar parte de Mocade me ha ayudado a saber valorar la importancia de la imagen. ¡Es un placer formar parte de nuestro equipo! Muchos besos, amiga. :)))

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  2. Cris Mandarica dijo:

    Un gran artículo, Adela. Me alegra que hayan salido textos tan chulis de esa idea que nos trasladó Jaume de Excentrya en un principio. Sólo una corrección: para optar por el photoshop también hace falta ser valiente, a ver quién es el osado que se gasta tres horas de su vida con tanto retoque con el poco tiempo que tenemos hoy en día 😛 Biquiños!

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    • Adela Castañón dijo:

      ¡Gracias, Cris! Y tienes toda la razón en lo del Photoshop… ¡jejeee! Ojalá sigan apareciendo artículos como el de Jaume y el tuyo que nos sirvan de inspiración para continuar enriqueciendo el universo de la escritura. ¡Biquiños también para ti! 😉

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