Razón o emoción: no hace falta elegir

A finales de enero, Carla Campos nos convencía de que el amor no es eso que muchas veces nos venden. Hace unos días, Mónica Solano nos deleitaba con un creativo relato sobre la mecánica del amor. Y el catorce de febrero acabaremos empachados de corazones rojos que nos aguijonearán para inducirnos al consumismo comercial del día de los enamorados. Como si lo del enamoramiento y una determinada fecha del almanaque tuvieran que ser un matrimonio de conveniencia. Todo esto me lleva a pensar si es inteligente dejarse gobernar por las emociones o si, por el contrario, cometemos un error cuando lo hacemos.

La supervivencia de la especie humana, de la que vosotros y yo somos parte, se debe a un extraordinario diseño biológico condicionado por multitud de factores. Contamos con una serie de mecanismos que manejan nuestro espectro emocional y, a veces, nos hacen responder a algunos retos del mundo contemporáneo como criaturas del Paleolítico. De unos años a esta parte han surgido nuevos enfoques sobre esos temas y de ellos quiero hablaros en este artículo.

Base biológica

Las nuevas técnicas de imagen nos permiten conocer mejor el funcionamiento de nuestro cerebro. Y los científicos han intentado racionalizar desde la mente algunos de los enigmas irracionales de nuestro corazón.

La parte más primitiva de nuestro cerebro, la que regula funciones básicas, se localiza en el tallo encefálico. Y rodeando a esa región se halla el sistema límbico, que juega un importante papel en la relación entre las emociones y las respuestas cerebrales. La evolución de este sistema permitió que nuestros antepasados fueran adaptando sus acciones a los cambios sucesivos del entorno. Gracias al aprendizaje y la memoria, dos herramientas magníficas, desarrollaron capacidades como, por ejemplo, identificar peligros, sentir temor ante determinados estímulos y aprender técnicas para evitar riesgos.

Sobre esa base, hace millones de años, se fue desarrollando el neocórtex que nos diferencia del resto de las especies. Ahí radica lo que nos hace más humanos: la capacidad de tener pensamientos sobre nuestros sentimientos y de desarrollar un amplio abanico de reacciones ante cualquier estímulo emocional.

Repercusiones

Ese equipaje biológico, que en principio es algo bueno y positivo, nos puede hace caer en el error de pensar que la racionalidad prima sobre nuestros sentimientos porque somos capaces de controlar nuestras emociones. Pero no es tan sencillo: todos conocemos personas “estrella” en su trabajo a pesar de que su experiencia profesional o su capacidad intelectual no destaquen sobre los demás. Y, por otro lado, basta recordar a alguien gritando cuando pierde los estribos para echar por tierra esa premisa de que la razón siempre manda más que la emoción.  Así que, ¿qué domina entonces?: ¿La razón o el sentimiento? ¿La inteligencia o la emoción? ¿Qué factores hacen que una determinada persona evolucione hasta ser un triunfador carismático o un asesino psicópata?

Para Daniel Goleman, la respuesta está en lo que él llama “inteligencia emocional”: un conjunto de habilidades que, aunque tengan en parte un origen genético, se pueden moldear, aprender y perfeccionar a lo largo de nuestra vida. Esas habilidades personales e interpersonales nos ayudan a conocernos más y a transmitir mejor nuestras emociones, optimizando nuestras relaciones con los demás y, en consecuencia, nuestra experiencia vital.

Ampliando conceptos

La siguiente pregunta sería sobre la naturaleza de esas habilidades. Y la respuesta es bastante intuitiva: en el lote se incluyen la empatía, el entusiasmo, el autocontrol, la capacidad de motivación personal, y otras similares. Todos estos motores pondrán en marcha las emociones. Y toda emoción es un impulso que nos conduce a la acción. En latín, el prefijo e/ex señala un objetivo. Y movere significa moverse. Si pensamos por tanto en la reacción de un animal o de un bebé comprenderemos que sus emociones son un “movimiento hacia” una acción que puede ser huir, llorar, buscar a la madre, etc. Pero nuestras experiencias vitales y nuestro entorno van moldeando ese bagaje genético y lo enriquecen con una mayor variabilidad de respuestas.

Y volvemos a la importancia de la interacción del neocórtex cerebral con el sistema límbico. Sería muy complejo intentar explicar aquí la neurofisiología de esa relación, pero basta saber que todos tenemos dos mentes distintas: la que piensa y la que siente. Y cada una se rige por circuitos cerebrales diferentes pero relacionados entre sí.

El intelecto puro y duro no funcionará de modo adecuado si el sistema límbico y el neocórtex no se coordinan bien. Si lo hacen, los pensamientos condicionarán y enriquecerán las emociones, y viceversa. No obstante, en ocasiones un estímulo con una potente carga emocional puede activar sistemas neurológicos más primitivos que desencadenan una reacción de emergencia capaz de dominar a nuestra parte racional provocando comportamientos desproporcionados. Un ejemplo sería el de alguien que comete un homicidio cegado por un ataque de ira.

Existen bastantes estudios que comparan el grado de satisfacción de unos jóvenes con altas puntuaciones en un test de inteligencia con la de otros con puntuaciones dentro del promedio. Para eso se utilizan indicadores como la felicidad o el éxito profesional. Y, sorprendentemente, todos concluyen que el coeficiente intelectual no representa ni a un 20% de los factores que llevan al éxito. Y dentro del 80% restante tenemos otro tipo de factores como la suerte, la clase social y, en gran medida, la inteligencia emocional.

Si me extendiera en detalles del amplio abanico de habilidades, me daría para un libro, pero merecen que, por lo menos, nombre a algunas de ellas:

  • Autocontrol
  • Conocimiento de uno mismo
  • Empatía
  • Entusiasmo
  • Capacidad de reconocer los errores
  • Positivismo
  • Asertividad
  • Proactividad
  • Y un largo, larguísimo etc.

¿Y, entonces…?

Pues entonces me gustaría que todo lo que he expuesto os sirviera para dejar claro que podemos dominar, con mayor o menor acierto, nuestra vida emocional, lo mismo que podemos aprender química o literatura. Tengo datos de primera mano, y no soy la única. Cualquier persona que tenga un ser querido con autismo podrá dar testimonio de los resultados que se obtienen cuando los profesionales de la inteligencia emocional trabajan con niños o jóvenes con autismo. Y la aplicación de esos conceptos para conseguir una vida plena es universal, y no se limita a patologías mentales.

Todo se puede lograr si se tiene interés. A base de aprendizaje y de práctica, porque recordemos que saber no basta. Pero solo averiguaremos hasta dónde podemos llegar si lo intentamos.

Adela Castañón

 

Imágenes: Lifeder, Habilidad social

6 comentarios en “Razón o emoción: no hace falta elegir

  1. Mónica Solano dijo:

    Excelente artículo, amiga 🙂 Estoy de acuerdo contigo en que podemos dominar nuestra vida emocional. Todo es cuestión de mirar las cosas desde una perspectiva diferente. Gracias por compartir estos tips tan interesantes y apropiados para esta época del año. Besos.

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    • Adela Castañón dijo:

      Querida Mónica: gracias a ti por formar parte de mi universo emocional. Personas como Carmen, Carla y como tú lo enriquecéis día a día haciendo que me sienta afortunada. Muchos besos, amiga. 🙂

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  2. Adela Castañón dijo:

    Mi querida Carmen, siempre mirándome con los mejores ojos del mundo… A mis conocimientos médicos y mis experiencias emocionales hay que añadirle todo lo que he aprendido y sigo aprendiendo de mis queridas amigas «mocadianas». Así que gracias por hacer que me sienta estupenda, que siempre es bueno agradecer las cosas positivas. Montones de besos, amiga mía. 🙂

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