“No lo hagas”

Tres palabras: No lo hagas.

Fue lo que oí cuando cerré la puerta. Estaba envuelta por una valentía que jamás había sentido.

Tenía miedo. Sí. Muchísimo. La bilis se me revolvía en el estómago solo de pensar en elevar el ancla e izar las velas cuando las aguas estaban mansas. Quería quedarme ahí, estática. Quería quedarme esperando una nueva espiral de decisiones que me llevaría al mismo punto, una y otra vez.

No voy a negarlo. Me tentaba la idea de explorar un nuevo mundo. Un sabor dulce me recorría la boca si pensaba en dejarme sorprender por nuevos aromas, colores y sabores. Por lo desconocido. Pero continuar aferrada a la tierra en la que llevaba enraizada tantos años me resultaba una idea más atractiva y también menos arriesgada.

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Cada vez que sumerjo los pies en la arena y miro con asombro el horizonte colmado de agua, fundido con un cielo azul incandescente, me tomo un instante, cierro los ojos y dejo que la brisa me despeine. Entonces siento cómo los mechones de mi pelo se agitan igual que mis pensamientos.

En esos momentos pienso en volver y en cómo sería mi vida si no hubiera atravesado la puerta aquella noche. Dejo que los recuerdos pasen y se marchen tan lentos como los minutos en las manecillas de mi reloj cuando estoy frente al mar. Trato de no darles importancia, de negarles, sin mucho éxito, el poder de transformar la calma.

¿Dónde estaría ahora si no hubiera…?

No, esa no es la pregunta que me llevará a dar el siguiente paso.

Tampoco es: ¿hacía dónde quiero ir?

Podría ser: ¿dónde estoy en este momento?, pero eso ya lo sé. Estoy mirando cómo las olas golpean con fuerza la arena bajo mis pies que se entierran cada vez más. Aunque no estoy segura de si soy la mujer que disfruta de una tarde de brisa o la mujer que se debate entre el dilema de quién es y quién quiere ser. Es posible que sea las dos. Lo cierto es que no soy la misma de hace unos días. Y es que no podría serlo después de que decidí marcharme de casa con la esperanza de encontrar un camino diferente.

Al mirar a mi alrededor me doy cuenta de que estoy sola ante la inmensidad del océano. El silencio se esparce por todos los rincones de la playa. Solo estamos mis pensamientos y yo debatiendo un futuro que ni siquiera sabemos si llegará.

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Tres palabras: No lo hagas. Resuenan de nuevo en mi cabeza.

Sí, eso fue lo que oí antes de partir, pero la verdad es que la valentía que me abrazaba cuando me puse la mochila en el hombro, desapareció cuando toqué el pomo de la puerta. Me quedé inmóvil y lo sujeté con fuerza.

En un movimiento involuntario me di la vuelta, con los ojos nublados por el dolor que me producía ponerle cara al pasado del que no podía escapar. Cuando miré hacia atrás perdí la fuerza, se esfumó mi propósito. La idea de un mañana diferente se fundió en lo más profundo de mi equipaje. Ya no estaba segura del siguiente paso.

Pensé: “si tan solo no hubiera mirado hacia atrás”. Y como en cualquier otra escena de mi vida los “hubiera” llegaron en bandada y me acorralaron. Me dejé guiar por la cobardía y le entregué el poder al miedo. Cada parte de mi cuerpo se desvaneció en temblores y sudor.

Quizás era demasiado tarde para intentar un nuevo comienzo.

Cerré los ojos y respiré, tan profundo como fui capaz. Luché con ímpetu para zafarme de la puerta y arrancar mis pies del suelo. Tenía que intentarlo. Quería creer que podía dar el salto.

Me puse de rodillas en el umbral de la puerta, sujeté con todas mis fuerzas la manija, la giré hacía un lado y otro, y entonces repetí como un mantra, hasta el cansancio, “no lo hagas, no lo hagas”. Al final, después de una larga y extenuante riña con mis inseguridades me puse de pie.

“No lo hagas de nuevo. Esta vez, avanza”

Mónica Solano

 

Imágenes de StockSnap Denis Azarenko y Karin Henseler

3 comentarios en ““No lo hagas”

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