Lola

Hay personas que no saben que existen los hospitales. Bueno, lo saben, pero para ellas son algo tan remoto como Marte. Lola, mi mujer, es una de esas personas. O quizá debería decir mejor que lo era. Me he expresado fatal, y eso que se supone que el escritor soy yo. Hablo como si hubiera muerto, y todavía está viva. A lo que me refería, valga la redundancia, es a que ahora muchas de las referencias de Lola son sus hospitales de referencia.

Lola es mucha Lola. Si sale de esta, pienso decirle que escriba. Otra vez he metido la pata. No debería haber dicho si sale de esta, sino cuando salga de esta. Porque saldrá. Tiene que salir. Aunque solo sea para que yo pueda verla descojonarse de risa cuando mi ego se dé de bruces contra el suelo y me vea obligado a admitir en su cara que ella escribe mil veces mejor que yo.

Me gano la vida escribiendo. Soy escritor. De los de ahora. De los modernos. De los que escriben en un teclado. Aunque a veces lo hago en folios, en posits, con lápiz o boli. Lola no. Ella escribe en relieve, en tres dimensiones. Con su aliento. Con la tinta de sus venas, de sus pobres venas castigadas por la quimio. Cada pelo que abandona su cabeza es un renglón más en el libro increíble de su vida sobre el que sigue escribiendo sin desfallecer.

A veces, cuando la veo bromear con el enfermero que le coge la vía, me meto en el baño de la habitación, aunque no tenga ninguna necesidad. Pero cuando la oigo decirle que con esta experiencia se está dando cuenta de que no tiene ni un pelo de tonta, se me abren las carnes y necesito esconderme ahí para llorar a solas. Me avergüenzo de no necesitar un sombrero para defenderme del frío, de que mis ideas no puedan huir de mi cerebro porque la cárcel de mi melena las mantiene a todas prietas y no las deja escapar. Y, cuando el torbellino de pensamientos se vuelve insoportable y no puedo darle salida por mis ojos, busco otra vía de escape. Entonces mis miedos emprenden una ruta más larga hasta las yemas de mis dedos que golpean el teclado y descargan sobre él mi rabia mientras escribo.

Porque yo escribo. Y lo mío se puede borrar, cambiar o reescribir. Lo de mi Lola, no. Porque ella graba en piedra, aunque no se dé ni cuenta. Y lo hace sin pestañear, esculpiendo a golpes de sonrisa, de esa sonrisa que no me explico de dónde le sale, pero que sigue iluminando su cara, aunque a veces haga sangrar un poco sus labios agrietados por la medicación. Escribo porque Lola me lo pide. Por ella. Para ella. Sobre ella. Y le enseño esos escritos maquillados con mentiras, mientras estos, los que queman, los que muerden mis entrañas, me los reservo para mí.

Durante meses escribo como poseso. Como un adicto. Me salto comidas. Robo horas al sueño. Escribo para mi revista. Para mis lectores. Para proyectos futuros que luego le llevo a Lola para que los lea, como siempre, porque no deja de pedírmelos. Y mi otro yo escribe para mí, porque estos escritos son mi única medicina. Mi asidero a la cordura. Son la alcantarilla que se lleva cada noche mis miedos y los arrastra lejos, muy lejos, dejando mi alma un poco menos atormentada y mi cara disfrazada de normalidad para que Lola me vea igual que siempre cuando cruce la puerta de su habitación de hospital.

He pasado meses escribiendo así. Notas sueltas, documentos sin ton ni son, sin orden ni concierto. Uno detrás de otro, folio tras folio, como el eslabón de una cadena. Pero hoy esa cadena se ha convertido en un collar al que tengo que ponerle el cierre.

Hoy, contra todo pronóstico, le han dado el alta.

De casos como el suyo sobreviven uno de cada mil. O casi. Y ella ha sido la ganadora.

Mi Lola ha vuelto a casa. Curada. Y hoy he reunido el valor que necesitaba para enseñarle esto. Me ha sonreído como solo ella sabe hacerlo. Y esta vez sus labios no se han agrietado. Sus mejillas han recuperado algo de carne, aunque no creo que las arruguitas que hay ahora en las esquinas de sus ojos, y que no estaban cuando salió de aquí para ir al hospital, vayan a desaparecer. Tampoco es que eso me importe. Son arrugas de luchadora. Arrugas que nacieron de sonrisas ganadas a la batalla de la muerte. Arrugas regadas por lágrimas que ha debido derramar a solas, porque nunca, ni un solo día, la he visto llorar. Pero ha tenido que hacerlo. Ella, que en todas las películas románticas gasta un paquete de Kleenex, ha ganado su guerra sin desfallecer. Sé que ha lamido a solas la sangre de sus heridas. Y, aunque eso es casi imposible, todavía la quiero más. Es que Lola es mucha Lola. Pero me voy sin querer de lo que quiero decir.

Le he enseñado a Lola mis escritos oscuros. Los de las noches sin luz. Porque mi luz, que era y sigue siendo ella, estaba en el hospital, lejos de mí. Le he pedido perdón por la amargura, por la tristeza, por ese pesimismo, más negro que la tinta, y ha vuelto a sonreírme.

–Esto no es pesimismo, amor –me ha dicho–. Esto es la vida misma.

Y, haciendo su sonrisa todavía más brillante, me ha pedido un deseo que voy a concederle:

–Quiero que lo publiques.

Y lo he hecho. Porque es un homenaje para todas las Lolas del mundo.

Adela Castañón

Imagen: Pixabay

9 comentarios en “Lola

  1. Adela Castañón dijo:

    ¡Gracias, amiga! La verdad es que una de las cosas que me gustan de mi vocación es que me ayuda a empatizar con los pacientes y a verlos como personas antes que como enfermos. Muchos besos.

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  2. Curro Jimenez dijo:

    Maravilloso artículo, amiga mía. Sabes expresar como pocos el sufrimiento del familiar del enfermo, del marido, hijo, nieto, da igual, todos sufren la enfermedad con una especial angustia, con un pesimismo contenido, con un dolor agrio que te tiene contraído el pecho y con indisimulado disimulo: ¡que nadie lo note, que nadie lo vea, y menos que nadie el enfermo! Una neurosis bipolar de sonrisa y sufrimiento que, supongo, es también la del enfermo, aunque ésta tiene su razón en la propia pervivencia y aquella solamente en sentimientos. Y tú sabes explicarlo tan bien, tan bien, que nos pones a tu lado en el sufrir. Excelente. Ya no me van quedando adjetivos. Mi más sincera enhorabuena. Un beso

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  3. Adela Castañón dijo:

    Querido Curro: Si a ti no te van quedando adjetivos, a mí hace mucho que se me gastaron las palabras de agradecimiento. Porque si me arranqué a escribir fue gracias a ti, y desde que me puse las pilas no me han faltado tus comentarios, tus consejos y tu apoyo. Y quiero aprovechar y darte aquí las gracias, que siempre, como digo, me quedaré corta. ¡Gracias, amigo! Montones de besos.

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  4. Caridad Petri de Luna dijo:

    No lo hagas…, no dejes de escribir y compartirlo. Es la mejor medicina para el alma que nos puedes ofrecer, colega. Nos haces muuuucha falta. Un par de Kleenex he tenido que usar leyendo tu historia y me siento llena, rebosante. Gracias 😉

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  5. Márquez83 dijo:

    ¡Maravilloso relato Adela! Me ha encantado y emocionado a partes iguales, enhorabuena! Hacía mucho tiempo que no me pasaba por tu blog. Creo que lo descubrí gracias a David, si no recuerdo mal. Yo este mes estoy participando en Movember, curiosamente. El cáncer —sea de la parte del cuerpo que sea— es una de las enfermedades que me parecen mas aterradoras. Un fuerte abrazo y muchas gracias por regalarlos esas letras. Para todas las Lolas del mundo, ojalá esa enfermedad pase a ser un mal sueño que sacudir ante el amanecer de la vida. Un abrazo! ; )

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  6. Adela Castañón dijo:

    ¡Muchas gracias, Márquez83! Gracias a ti por pasarte por aquí y dejar ese comentario. Porque yo solo escribo, pero esas Lolas… ¡son unas campeonas!
    Otro abrazo para ti.
    Por cierto… conozco a varios «David». Por pura curiosidad, ¿qué David es el que mencionas? (Gracias y más abrazos :)))

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