El amor y los celos

Hace mucho, mucho tiempo, en un mundo infinito, mil veces mayor que el que todos conocemos, poblado por míticas criaturas de todas clases, nacieron dos pequeños, un niño y una niña, que crecieron juntos desde su más tierna infancia.

Sol, que así se llamaba el chico, poseía la magia del fuego. Todo el que se acercaba a él podía notar su calor y hasta las almas más frías hallaban consuelo si Sol andaba cerca.

La magia de Luna, su amiga, era la luz. Cuando Luna paseaba por ese mundo, cobraban vida muchas criaturas menores que, alimentadas por su brillo, se convertían en estrellas que comenzaban a tener su propio resplandor. Luna era modesta, sencilla, y todos la querían.

Sol y Luna compartían juegos y risas, y los dioses de aquel mundo antiguo disfrutaban mientras veían cómo crecían en armonía y cómo desarrollaban sus dones cada vez más. Cuando Luna se acercaba a Sol, en su interior crecía un calor que dejaba pequeño al que emanaba de su amigo. Nada le gustaba tanto como tomar su mano para, con los dedos entrelazados, seguirlo en todas sus aventuras. Y Sol se descubría pensando cada vez más en cuánto le gustaba compartir con Luna cada instante. La felicidad de las dos criaturas crecía a la vez que lo hacían sus dones, y era tan intensa y pura que se contagiaba a todos cuantos los rodeaban.

Un buen día, cuando Sol y Luna eran todavía muy jóvenes, apareció una joven desconocida que hizo de aquel universo su hogar. Se llamaba Tierra, y tenía el don de crear vida. Su aspecto, muy diferente del de Sol y del de Luna, cambiaba con el tiempo, vestía un traje de mil colores donde el azul de los océanos formaba dibujos maravillosos al combinarse con el oro de las arenas del desierto o el verde de sus bosques infinitos. Llegó sola, y Sol y Luna la adoptaron enseguida como compañera de juegos y aventuras.

Todo parecía ir bien entre los tres, hasta que en la superficie de Tierra empezaron a crecer unos puntitos minúsculos, casi invisibles, que solo ella percibía como una especie de picor interior. A veces era un picor agradable, pero con el paso del tiempo se fue convirtiendo en algo mucho más complejo. Había ocasiones en que sentía algo dulce y cálido y otras en las que un sentimiento incómodo, como el rumor de una colmena, la hacía encontrarse mal.

Tierra aprendió a escuchar el murmullo de esos miles de criaturas y descubrió el significado de palabras que hasta entonces habían sido desconocidas para ella. Supo lo que era el amor, y la dulzura, pero también averiguó que todo tenía su contrapunto, y los celos se adueñaron de ella.

Porque Tierra comprendió que Sol y Luna se amaban.

Loca de rabia, Tierra empezó a girar sobre sí misma para arrancar de su interior esa negrura. Pero su envidia era tan fuerte que cada vez daba vueltas a más velocidad. Tanto giró que a su alrededor se formaron remolinos de viento que separaron a Sol y a Luna que, por más que lo intentaban, no conseguían acercarse el uno al otro.

Entonces Tierra, al ver que su giro mantenía a los amantes separados, se propuso no parar de dar vueltas y consiguió que Sol y Luna no lograran encontrarse.

Los dioses contemplaban impotentes la tragedia porque sus normas no les permitían interferir en los actos de sus criaturas. Pero el dios del Amor, compadecido de Sol y de Luna, esperó con paciencia. Sabía que llegaría un momento, alguna vez cada muchos, muchos años, en que Tierra tendría que dar la espalda a sus amigos para tomar aliento.

Y llegó el día en que Tierra se detuvo unos segundos, mientras miraba hacia otro lado. Entonces el dios Amor creó un eclipse.

Y, durante unos minutos, Sol y Luna pudieron volver a besarse antes de regresar cada uno al destierro de su eterno día y de su noche eterna.

Y la Tierra, impotente, contempla cada muchos años como, en toda su superficie, miles de ojos se alzan al cielo para admirar el beso de dos amantes que se vuelven a encontrar.

Adela Castañón

Imagen: Guillaume Preat en Pixabay

6 comentarios en “El amor y los celos

  1. Carmen Romeo Pemán dijo:

    Un relato bellísimo, Adela. Has creado una cosmogonía moderna con nuevos elementos mitológicos.
    Has renovado los elemento del viejo Hesiodo. Un griego famoso por su Teogonía y su Cosmogonía. ¡Genial!

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  2. Curro Jiménez dijo:

    Yo tengo que decir lo de siempre, lo manido, ¡que mágnifica escritora eres! ¡Qué magnifica inspiración tienes siempre! Que bellos relatos salen de tus manos. Ya mi relato breve del dictador y el eclipse ha quedado totalmente eclipsado, valga la redundancia. En algun momento, algunos, entre los que me cuento, empezaremos a decir: Ya lo vaticinamos, ya la aplaudimos tantas veces que este momento tenía que llegar. Y será el momento en el que te reconoceran como escritora gentes más importantes que nosotros. Pero no me importa: tengo una amiga que es una escritora maravillosa.

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  3. Adela Castañón dijo:

    Querido Curro: y yo tengo la inmensa suerte de que no solo me animaste a lanzarme a la escritura, sino que sigues acompañándome en el viaje. Gracias, amigo. Montones de besos.

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