#relatosescolares
De las fragolinas de mis ayeres
La maestra nos mandó un relato como los que ella escribía para nosotras.
—Ahora os toca a vosotras. Lo quiero para la semana que viene.
A mí aquello me pareció imposible. Como no quería defraudar a doña Pascuala, empecé a dar vueltas a ver qué se me ocurría.
Por la tarde, cuando llegué a casa estaba pariendo la tocina. Fui corriendo, me puse junto a la señora Isabel, que era la partera, y vi cómo nacieron los seis tocinicos. Por la noche me senté junto al fuego y en una hoja de papel conté cómo salieron de la tripa de su madre y cómo tetaron antes de abrir los ojos. Cuando lo leyó la maestra me echó un rapapolvo:
—Macaria, así no. Esto no es un relato. No tiene pies ni cabeza. Os dije que os fijarais en los míos.
—Pero es muy difícil, doña Pascuala —respondí.
— Tenía que tratar de amores. Es lo más fácil para comenzar. Además, los amores interesan a mucha gente, pero a nadie le importa cómo nacen los tocinos.
Bajé los ojos y no le contesté. A mí me importaban más los tocinos recién nacidos que esas historias de personas desconocidas.
Que no se empeñara doña Pascuala. Que no. Que yo no tenía imaginación para inventarme cosas que nunca había visto. Yo solo podía escribir sobre lo que pasaban en el pueblo. Pero ella, dale que te pego que mis historias eran cosas que le ocurrían a la gente, sin más. Que tenía que intentar otra cosa. Me dijo que me inventara unos amantes que no pudieran verse, que tuvieran celos y que, al final, acabaran como Romeo y Julieta. Entonces me vino a la cabeza una historia que había pasado en el pueblo. Esa sí que trataba de amores. Y de amores verdaderos. Aunque no era fantástica. Pensé que igual colaba.
Comenzó el sábado de Pascua Florida por la tarde. Todos los del pueblo nos teníamos que confesar y al día siguiente comulgar en la misa mayor. Al acabar la misa, pasaríamos por la sacristía y el cura nos pondría una cruz en una lista. Y a todos nos despediría igual:
—Hasta el año que viene. No olvides que la Santa Madre Iglesia manda cumplir con parroquia. El que no se confiesa y comulga una vez al año muere en pecado mortal.
Pues bien, como estaba previsto, el sábado después de comer empezaron las confesiones. Primero las mujeres, después los niños y, al final, los hombres.
Cuando se estaba confesando la última mujer, el sacristán nos llamó a los críos, que estábamos jugando en la plaza, y nos colocó a las chicas en el primer banco, al lado del confesonario, y a los chicos detrás. Así el cura no perdería tiempo esperando. A nosotras nos gustaba estar allí, porque, como el mosén era un poco sordo, las mujeres tenían que gritar y nos enterábamos de los secretos. Precisamente por eso, el sacristán no nos llamó hasta que ya llevaba un rato confesándose la última mujer. Cuando llegamos al banco oímos los gritos del cura que la amenazaba:
—Dilo todo. Si no me lo cuentas todo no te daré la absolución
No pudimos oír qué le dijo la mujer en voz baja, pero sí los nuevos gritos del cura:
—Me lo tienes que decir. No me mientas. Que todas las noches, justo cuando vuelve tu marido del bar, yo veo saltar a Vicente por la ventana del corral.
Oímos a la mujer que se sonaba los mocos. De repente se levantó y se fue. Al pasar por delante de nosotras la reconocimos. Era la señora Orosia, la que vendía la leche. Detrás de ella salió el cura gritando con los brazos levantados.
—Vete de aquí, mala pécora. Una noche os voy a matar a los tres. A ti por puta. A tu marido por cornudo y a Vicente por entrometido.
Entonces el sacristán nos despachó y nos dijo que podríamos comulgar sin confesarnos. Y que, como éramos pequeños, sólo teníamos pecados veniales, esos que se perdonaban rezando un señormíojesucristo.
A los pocos días se montó un gran revuelo en el pueblo. Una mañana el cura se levantó enloquecido y, después de matar a Vicente y al marido de Orosia, se disparó la escopeta de caza en la boca. A Orosia le dio un ataque de locura y se la llevaron al manicomio.
Durante muchos días las mujeres del carasol siguieron hablando de Orosia, de su marido, de Vicente y del cura. Y decían que todo había sido por culpa de los amores.
Entonces pensé que, si acertaba a escribirlo todo en orden y sin faltas, sería un buen relato. Cogí un papel y empecé a escribir lo que había visto y oído. Y añadí lo que las gentes contaban. Cuando acabé le puse el título que nos había dicho la maestra: Que trata de amores. Y, la verdad, me pareció que quedaba muy bien.
Cuando doña Pascuala lo leyó, me llamó a su mesa:
—Macaria, te perdono el relato. Déjalo ya. Veo que no estás dotada para escribir.
Yo la miraba y no le podía contestar. Pero ella siguió;
—Además te dejas llevar por las habladurías. Si no, ¿de dónde te has sacado que el cura los mató y se mató por amores? ¿Qué sabes tú de todo eso? Y por si no lo sabes, tal y como lo cuentas es mentira.
Yo seguía escuchando y notaba cómo se me hinchaban las venas del cuello.
—Y, ¡vaya título! Te dije que tenía que tratar de amores, pero que te inventaras un título.
Cuando acabó volví a mí mesa con una opresión en el pecho. Yo sabía que no tenía imaginación, pero quería complacer a mi maestra. A partir de ese día comencé a inventarme historias fantásticas que trataban de amores, y todas le gustaron mucho. Pero ninguno de mis amantes imaginarios llegó a querer a su amada tanto como el mosén a la señora Orosia.
Carmen Romeo Pemán
Qué bonito Carmen.
Y cuánto luchaban las chicas en la escuela, las que querían aprender, claro.
No como ahora, que solo piensan en el aprobado general. No todo el mundo, no quiero generalizar, hay alumnos muy luchadores por los que todo merece la pena.
Un beso confinado,
Marijo
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Gracias, Marijo, por este comentario tan oportuno. El trabajo de los alumnos depende de su motivación. Allí está el quid de la educación. Antes y ahora, ha habido alumnos más esforzados que otros. Aunque es cierto, que el Estado de Bienestar nos hizo creer que todo llovía del cielo, sin esfuerzo. A partir de esta crisis que estamos viviendo, estoy segura de que van a resurgir viejos valores que se estaban perdiendo. Un abrazo grande.
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Con algunos personajes, es difícil encontrar un buen argumento.
Una delicia, Carmen, diga lo que diga la maestra.
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Gracias, Margarita! Cómo se nota que sabes de qué va. Encontrar buenos argumentos y buenas tramas es muy difícil. De hecho, este lo he tenido mucho tiempo en el cajón porque no estaba muy satisfecha de la trama. Tus comentarios me animan a seguir. Un abrazo.
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Escalofriante, Carmen. Yo tuve a una Doña Pascuala de maestra. Al leer el relato la he visto otra vez, fría, calculadora, sentenciosa, insensible y neurótica. Vaya bronca me echó por mi resumen de un libro que me gustó tanto que en vez de resumirlo casi sigo con una segunda parte (de ahí la bronca, por la extensión desmesurada). El libro en cuestión era «Cinco panes de cebada», otra maestrica de pueblo, pero esa sí me encandiló. Espero que cuando comentas lo de volver a viejos valores en educación, sean más los de Muriel (la protagonista de mi querida novela) y no a Pascuala. Porque las Pascualas han decapitado muchas mentes magnéticas, apasionadas, impulsivas y fantásticas, a las que les hicieron creer que lo que pensaban, escribían, sentían, dibujaban… eran tontadas. Vaya con las Mocadistas, cómo remueven!. Un abrazo! Yolanda.
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Carmen me has hecho retroceder 70 años ,en el altillo de la iglesia de Lacasta, mosen Vitorino ´ saliendo de la sacristia con los monagillos y mi madre respondiendo al cura en latin., visto ahora me parece que yo no haya vivido eso, se lo cuento a mis nietos, y me dicen cuanta imaguinaciòn tiene aguelito Muy bonito
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Angelito, de imaginación, nadaaaaa de nada. Nuestras vivencia se han quedado congelada en los altillos, como el de la iglesia de Lacasta. y los que nos oyen se creen que somos antiguallas y que contamos ciencia ficción.
Nuestros recuerdos son muy valiosos. Si los juntamos todos haremos un gran tapiz con la verdadera historia de España.
Fuerte abrazo.
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Me ha encantado.
Mis maestras,pese a ser de la época que tan bien recreas,fueron de las de pies en la tierra y amores no soñados.
Se lo agradeceré siempre.
Un gran abrazo
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Elisa, ¡qué bueno! ¡Cómo nos marcaron nuestras maestras! Las tuyas consiguieron que llegaras a ser una gran profesora de física, de fina sensibilidad.
Gracias enormes por pasarte a comentar, porque este comentario venga de una de ciencias.
Gracias, amiga, y cuídate mucho. Que esto va en serio. Un abrazo.
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Gracias por tu relato. Me gusta mucho tu Macondo y los personajes que lo habitan.
Quizá doña Pascuala no se daba cuenta de que Macaria era como la periodista local del pueblo y ella más aficionada a la novela rosa… Todo podía tener su público
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Elvira, eres una crack, buena conocedora de la literatura. ¡Qué comentario tan bueno! Entras en el meollo de la recepción del lector. Pero, qué bien en tan pocas palabras. Un abrazo.
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Si ahora Dª Pascuala leyera tus escritos ¿diría que no tienes imaginación? Un abrazo
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Manolo, pues no lo sé. Que en el fondo todo ha sucedido en algún momento, aunque no lo sepamos.
Muchas gracias. Un abrazo.
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Como todo lo que escribes, me ha gustado mucho, en especial el final que no me imaginaba
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Gracias por tu comentario. Bueno, pues es un logro de mi narradora que te haya sorprendido el final. Un abrazo.
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