¿Quién mató a Laura Crowning?

La Retaguardia. El Diario de todos. Domingo 28 junio 2015. AÑO XXII. Edición Nacional. 2,50 €

FALLECE ANOCHE EN SU DOMICILIO LA HIJA DEL PRESIDENTE DE GOBIERNO EN MISTERIOSAS CIRCUNSTANCIAS

Exclusiva de L. Redrum

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Foto de archivo. Laura Crowning baila un vals en su aristocrática fiesta de puesta de largo con el hombre que, dos años después, se convertiría en su esposo

La noticia del hallazgo del cuerpo sin vida de Laura Crowning, descubierto esta mañana por la empleada de hogar a su llegada a la villa, ha causado un profundo estupor en todos cuántos la conocían. “Me extrañó que la señora no bajara a desayunar, y subí a la habitación. No contestó cuando llamé a la puerta, y por eso abrí. Y allí estaba la pobre señora, tendida en la cama, completamente vestida”, ha declarado la mujer entre sollozos.

Esta muerte inesperada ha desatado rumores que chocan con un muro de silencio por parte de sus familiares, que han rehusado hacer declaraciones. No obstante, personas cercanas al círculo familiar, que prefieren permanecer en el anonimato, han comentado que la fallecida pasaba por una delicada situación personal y estaba en tratamiento médico por un cuadro depresivo atribuido a los rumores de crisis en su matrimonio, rumores  desmentidos por parte de su esposo.

Fuentes policiales han confirmado que la cerradura del domicilio no mostraba signos de violencia, pero se mantienen abiertas varias líneas de investigación. No se puede descartar aún la hipótesis del robo, muerte accidental o natural, e incluso se baraja la posibilidad del suicidio como causa del fallecimiento. A las 12.00 horas tuvo lugar el levantamiento del cadáver. El cuerpo ha sido trasladado a las dependencias forenses para practicarle la autopsia. Por el momento no hay más información acerca de lo sucedido, aunque este periódico se mantiene a la espera de nuevas noticias, que podrán seguir en directo en nuestra cadena televisiva.

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***** Raymond Black sujetaba el periódico sin poder apartar la vista de la cara de Laura en la foto. Casi le parecía oír las notas de aquel vals, que luego habían bailado juntos tantas veces a lo largo de sus cinco años de matrimonio. Hundió los hombros y agachó la cabeza al recordar las preguntas absurdas que Laura le planteó cuando se enteró de su aventura: “¿Por qué has tenido que bailar con ella precisamente ese vals? ¿No podías haberme dejado algún recuerdo sin mancillar?” Parecía que a Laura le había dolido más un simple baile, que el hecho de que él se hubiera acostado con otra. Nunca entendería a las mujeres, y a la suya menos que a ninguna. El imprevisto embarazo de su amante había sido tan inoportuno, como oportuno el fallecimiento de su esposa. Frunció el ceño al pensar que los trámites para heredar a Laura podrían retrasarse debido a las circunstancias de la muerte. Se rascó la nuca y empezó a sudar un poco. La paciencia no era el punto fuerte de sus acreedores. Y además el esposo era siempre el primer sospechoso en estos casos. Pero él tenía una coartada perfecta. O no tan perfecta. ¡Mira que ir a morirse Laura mientras él echaba el polvo del siglo! Pero para convencer a su amante de que el aborto era la salida más conveniente, utilizó su mejor argumento: el sexo. ¡Joder, joder, joder…! A ver si ahora, al cambiar su estado civil de casado a viudo, se empeñaba la otra en tener el crío… Raymond se permitió una carcajada a solas. ¡Precisamente por joder tanto y sin precauciones, ahora era él el que estaba bien jodido! Había metido la pata –y lo que no era la pata– hasta el fondo. ¡Maldita suerte…! Los nervios aguzaron la parte más cínica de su sentido del humor. “Raymond Black”, pensó para sí, “la cosa se te puede poner muy negra…”

***** Helen Fall sujetaba el periódico sin poder apartar la vista de la cara de Laura en la foto. Recordaba el día de la puesta de largo de su mejor amiga, y la boda donde ella fue dama de honor. Derramó una lágrima que nada tenía que ver con la pequeña punzada en el vientre que la hizo encogerse un poco. ¡Pobre Laura! Tanto dinero, y no poder comprar ni un gramo de felicidad. La vida, en sus planes para Laura, olvidó decirle que su nombre no era el único en la agenda de Raymond. La lágrima solitaria dejó de serlo; los ojos de Helen se convirtieron en un manantial cuando evocó los ratos de conversaciones bobas entre Laura y ella. “Lauri, mi querida y pobre Lauri, si aún vivieras me verías llorar por ambas. Y me soltarías una chorrada de esas tuyas, dirías algo tan tonto como que mi ojo izquierdo llora por ti, y el derecho por mí. Y daría lo que fuera porque pudiéramos las dos compartir las carcajadas”. El rímel se le había corrido a Helen; y no sólo el rímel. Helen pasó revista a las juergas que se había corrido, a sus deslices, a sus caídas en las tentaciones de la carne, y se preguntó por primera vez cómo iba a vivir con sus recuerdos a cuestas. Lo sucedido había sido inevitable; ella no lo había hecho a propósito. Y todos los días ocurrían accidentes, ¿o no?

***** El policía sujetaba el periódico sin poder apartar la vista de la cara de Laura en la foto. Ojeaba el ejemplar mientras se afeitaba. Su teléfono echaba humo. Las primeras investigaciones prometían complicar el tema. Las finanzas del marido no eran todo lo boyantes que parecían, y estaban a punto de descubrir la identidad de la mujer misteriosa que había torpedeado la navegación del matrimonio por debajo de la línea de flotación. Y algo le decía que el resultado no le iba a agradar ni lo más mínimo. Su móvil sonó, y en la pantalla apareció el número del médico forense. El inspector escuchó en silencio las novedades, mientras se rasuraba con la otra mano. Cuando colgó, le habló a su reflejo en el espejo: “Andrew Thorpe, más te vale andar listo en este caso si no quieres que el comisario haga rodar cabezas, empezando por la tuya si cometes un solo error…”. A ese tipo de personajes encumbrados, que siempre parece que mean colonia, había que cogérsela con papel de fumar. Uno no podía meter la pata con gente así.

***** El periodista sujetaba el periódico sin poder apartar la vista de la cara de Laura en la foto. Posiblemente le ofrecieran un ascenso por el artículo, aunque no lo iba a poder disfrutar. Había tenido un acceso privilegiado a la información. Laura Crowning lo había enamorado desde el día en que la coronaron reina del papel couché. Él fue el primer sorprendido de que aquella princesa de la alta sociedad le abriera años después las puertas de su corazón. El camarero del restaurante se acercó a tomar la comanda y Lionel encargó, como siempre, un plato único, bebida y postre. Se aseguró de que nadie lo estuviera observando y sacó de su bolsillo el móvil de Laura. Era lo único que se había llevado de la casa. Necesitaba disfrutar por última vez de las imágenes de su amada. La única foto en que ambos aparecían juntos la habían tomado dos días antes, con el móvil de Laura, como única concesión por parte de ella para compensarle el daño que le estaba ocasionando con su ruptura. El periodista soportó con cara de poker la confesión de Laura. Tuvo que escuchar de sus labios cómo lo había utilizado para averiguar que la amante de Raymond no era otra que Helen, su amiga, su confidente, a la que había confiado sus temores más ocultos. ¡Qué sensación de ridículo al enterarse de que era con ella, precisamente con ella, con quién la estaba engañando su marido! ¡Cómo le había dolido a ella el papel vejatorio que le tocó representar! ¡Lo que debería haberse reído Helen con Raymond a sus espaldas! Con la misma inmovilidad de estatua recibió el periodista las disculpas de una Laura ruborizada y cabizbaja; lo había utilizado también para intentar darle celos a Raymond, pero ella quería realmente a su marido. Y Raymond le había prometido que dejaría a Helen, se lo había prometido esa misma tarde. Por eso, le explicó Laura entre tartamudeos, tenía que poner fin a su relación con él.

El camarero le sirvió la comida. Saboreó el plato único, el vino, el postre. Pagó, salió del restaurante y borró del móvil la foto donde aparecían Laura y él juntos. El parking estaba desierto; colocó con cuidado el teléfono detrás de la rueda trasera del coche, y los mil cien kilos de su Ford fiesta aplastaron el aparato cuando salió marcha atrás. Llegó a su casa y sacó del bolsillo del pantalón el bote de pastillas. Después de haber puesto algunas en el vino de Laura, que no pudo negarle ese brindis final de despedida, ella se había quedado adormilada, y ni siquiera se enteró cuando él le clavó la jeringuilla en la flexura del codo, en esa piel de alabastro que días antes había besado.  Si, posiblemente le ofrecieran un ascenso. Tal vez, incluso, volvieran a darle su antiguo puesto en la cadena televisiva. Aún se preguntaba el motivo por el que su jefe y sus compañeros lo miraban de modo extraño algunas veces. Como la vez que sugirió que la retransmisión en directo de la primera ejecución de una sentencia de muerte se hiciera con un ligero desfase de unos siete minutos como medida de precaución por si se presentaba algún imprevisto en la retransmisión. Y cuando le preguntaron por el tipo de imprevisto que podía surgir, dijo lo primero que se le ocurrió: que si el condenado sufría en los minutos previos una relajación de esfínteres, sería mejor cortar ese plano para no ofender la sensibilidad de los espectadores. Todos lo habían mirado de modo extraño, y cuando se lo contó a Laura vio reflejada en sus preciosos ojos verdes la misma expresión de desconcierto. Finalmente la dirección había decidido no retransmitir la ejecución, pero una semana después el periodista se vio catapultado al vagón de cola de la empresa, la sección de sucesos del periódico propiedad de la poderosa multinacional, y que era como el hermano pobre de toda la corporación.

El periodista pensó que el mundo se había vuelto del revés. Nadie lo comprendía; todos lo miraban como si estuviera loco. Incluso Laura. Sin embargo se sentía satisfecho de haberse mantenido fiel a sus principios. “Nunca tomo un segundo plato. Ni soy ni seré jamás un segundo plato para ninguna mujer”, pensó. Se tomó tres o cuatro pastillas, más por compartir con Laura sus últimos actos que por necesitar tranquilizarse. Jamás se había sentido tan calmado. Se arremangó la camisa, y desinfectó su piel; sonrió al seguir el mismo ritual que había ejecutado con su princesa, y se esmeró con el betadine a pesar de saber que no tendría tiempo de contagiarse de ninguna hipotética enfermedad. Lionel Redrum no sintió nada cuando el émbolo de la jeringa se deshizo de su carga letal impulsándola por sus venas. Levantó la mirada y vio reflejada en el espejo la portada del periódico. Pensó con ironía que no solo el mundo se había vuelto del revés: el artículo firmado por L. Redrum se reflejaba de forma invertida en el espejo de manera profética. Su firma lo decía todo. Había sido su destino:  “murdeR . L”

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La Retaguardia. El Diario de todos. Martes 30 junio 2015. AÑO XXII. Edición Nacional. 2,50 €

SORPRENDENTES NOVEDADES EN LA INVESTIGACIÓN DEL FALLECIMIENTO DE LAURA CROWNING

El caso Laura Crowning sufre un giro inesperado al descubrirse hoy en su domicilio el cadáver del periodista que publicó la exclusiva del suceso. La policía abre nuevas líneas de investigación, y no ha emitido ningún comunicado para los medios de comunicación. El juez encargado del caso ha decretado secreto de sumario.

Adela Castañón

Imágenes: Pixabay , Pexels

11 comentarios en “¿Quién mató a Laura Crowning?

    • Adela Castañón dijo:

      ¡Gracias, Miguel Santolaria! Creo que lo de matemáticas con las palabras te lo voy a pedir prestado alguna vez. ¡Qué precisión de comentario! ¡Y qué maravilla! Gracias de nuevo por leerme y por dejarme ese preciso y precioso comentario!!

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    • Adela Castañón dijo:

      Mi querida Carmen, como le digo a Curro, el gozo es mío. Caminar entre historias tiene una dimensión infinitamente rica cuando lo hacemos en mutua compañía, amiga. Un abrazo enorme.

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  1. Curro Jiménez dijo:

    Querida Adela: Un relato que podía firmar cualquiera de los más prestigiosos escritores de novela negra que han sido. Magnifico. Un escalón más arriba aún de los que has escalado en los relatos y a los que nos tienes ya acostumbrados. Magnifica literatura, magnifica prosa, magnifica puesta a punto y, como dice mi admirada Carmen Romeo, es un auténtico gozo leerte. Y no te cuento el gozo que es que me cuentes entre tus amigos. Enhorabuena una vez más.

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    • Adela Castañón dijo:

      Querido Curro, el gozo es mío. Y el agradecimiento, también. Que un genio (o un geniecillo) en una botella no sirve de nada si no hay alguien que la destape. Y tú le abriste la puerta al poco o mucho genio creativo que dormía en mi interior como los osos en invierno, jejeee. Mil gracias y mil besos, amigo.

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