De tontos y locos

#relatoaragonés

A los fragolinos y castinos que sufrieron estos atropellos.

A Anuncia Alegre, la de la buena memoria.

Desde que murió el padre de Águeda, Lorenzo se pasaba los días vigilando las lindes de los Rocaforte. Aquella misma noche le había dicho a su ama:

—Mire, señorita Águeda, por mis muertos que las ovejas del tonto de Basilio no comerán ni una hierba de sus prados. —Se santiguaba y se besaba el dedo gordo.

—Lorenzo, no te acalores. Si pasan la barrera dímelo. Tú no te preocupes. Yo lo arreglaré con la justicia.

Águeda había notado que cuando le mentaba a Basilio, a Lorenzo se le hinchaban las venas del cuello y se ponía como un loco. Por eso no lo nombró.

Lorenzo se echó al hombro el morral y una escopeta, a la que le había recortado los caños.

—¿Adónde vas con eso a estas horas? —Águeda le señaló los aparejos.

—Los voy a guardar en la entrada del corral. Así no se me olvidarán mañana. Por las mañanas, cuando salgo con las cabras y ellas están tranquilas, aprovecho para cazar algún gazapo.

—Ya sabes que no me gusta que vayas armado. Sería mejor que te llevaras los hurones.

—Es que no lo entiende, señorita. A mí no me gustan esos bichos que sacan todo lo que se mueve en las madrigueras. Más de una vez me han sacado hasta culebras.

—Anda, no me vengas ahora con esas, que te he visto muchas veces con hurones en el morral. —Hizo ademán de quitarle la escopeta, pero Lorenzo se escabulló.

—No se preocupe que esta noche no me acercaré a la linde. Solo voy a echar forraje a los animales.

—Pues no te entretengas. No me gusta estar sola en esta casa tan destartalada—le advirtió cuando lo vio con las llaves del corral en la mano.

—¡Cuántas veces se lo tengo que repetir, señorita! —Lorenzo le señaló una escopeta de caza que había dejado en un rincón de la cocina—. Si se ve en un apuro, apunte.

El día que se murió su padre, Águeda, a sus más de cincuenta años, se hizo cargo de la gran hacienda de los Rocaforte y de Lorenzo, que había heredado el nombre y el puesto de mayoral de su abuelo y de su padre. Un poco raros los Lorenzos, sí. Pero más fieles que los perros ovejeros.

Cuando se quedó sola fregó los platos amarillentos, limpió la sartén de los huevos con el papel de un periódico viejo y lo echó al fuego. Se sentó delante del hogar. Estaba ensimismada con el crepitar de las llamas cuando le llegó el eco de un disparo. Se asomó a la ventana y vio abierta la puerta del corral. Más lejos, allá en el fondo, estaban los alambres con los que su padre había delimitado las posesiones de la casa, harto de altercados con los Basilios, sus vecinos, los propietarios de un exiguo ganado.

Estaba segura de que el eco había venido de allí. Lorenzo le decía que en esa zona había mucha caza. Que los conejos habían hecho muchas madrigueras en los hoyos del cercado.

Las cabras corrían hacia la casa. Primero llegó una. Después otra. Y, al final, todas en tropel. Encendió la luz y se pararon debajo de la ventana. La bombilla se multiplicaba en sus pupilas y era como si se hubieran encendido las luces de un pueblo entero. Eran las mismas cabras que las que se escaparon el día que riñeron el padre de Lorenzo, de una familia conocida desde siempre como la de los locos, y el de Basilio, como la de la de los tontos.

Nadie sabía cómo habían pasado a mayores los viejos enfrentamientos familiares. A los pocos meses de empezar la guerra, los locos se hicieron de derechas y los tontos de izquierdas. Y en una noche sin luna, el abuelo de Basilio mató al abuelo de Lorenzo que andaba poniendo cepos cerca de las tapias del cementerio.

Con el paso del tiempo ya casi se habían olvidado los hechos, hasta que el padre de Basilio siguió a una cabra que se le había metido en la propiedad de los Rocaforte. Cuando lo vio el padre de Lorenzo, salió hecho un basilisco y, sin mediar palabra, le ensartó un ojo con la horca de sacar fiemo y lo echó fuera de la linde como si fuera un espantapájaros.

Así lo recordaba Águeda. Sabía que Basilio había heredado las malas entendederas de sus antepasados. Y no le gustaba verlo siempre detrás de su Lorenzo haciéndole momos.

Águeda seguía asomada a la ventana y notó cómo subía una bruma que, en unos momentos, lo invadió todo. Se tapó la cabeza con un mantón negro y se anudó las puntas de la toquilla en la cintura. Sacó medio cuerpo hacia adelante pero no distinguió qué era lo que se movía en el prado. Estaba tan inclinada que casi se cayó cuando oyó el vozarrón de Lorenzo.

—Esta vez sí que le huele el culo a pólvora. Pero, con esta niebla tan espesa, puede que no le haya acertado.

Carmen Romeo Pemán

La foto principal, la de cabecera. 2010. Lacasta por Miguel Casabona.

Años 70. Lacasta. Foto de Eloi Alegre Aubets, tomada desde las Eras de las Viudas. El ganado de la familia Alegre Bernués, por el Costerazo.

12 comentarios en “De tontos y locos

  1. Josefina López dijo:

    Al final, nos queda la esperanza de que Lorenzo errara el tiro y se rompiera así ese círculo de violencia en que están encerrados los personajes. Una historia de cainismo en la que entretejes esos preciosos datos sobre la vida cotidiana en las zonas rurales de nuestra tierra. La memoria de Anuncia hecha literatura.

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  2. Curro Jiménez dijo:

    Carmen me encanta leerte. Es una literatura tan intimista, tan sencilla, tan de los pueblos que me parece muy cercana a mí, a mi época en la que vivía en en mi pueblo, en la que pasaba largas temporadas en el campo, con mis primos. Pero esa sencillez que consigues sé que no es fácil, sé que es una literatura de riesgo, muy medida, cualquier desproporción acaba con lo que quieres que sea el relato, y lo que consigues es realmente maravilloso. Me encanta tu forma de escribir. Sabes que me tienes como uno de tus fieles seguidores. Enhorabuena. Un beso

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  3. Manuel Pérez Berges dijo:

    Parece que hayas vivido en directo la historia que cuentas. Podrías defenderla ante cualquier Tribunal. Con tu claridad de mente ¿cómo sería si fueses abogado o juez? Tus opiniones o sentencias no tendrían réplica alguna.
    Un abrazo. Nos vemos el sábado en nuestro pueblo
    Manolo

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  4. Carmen Romeo Pemán dijo:

    Gracias, Manolo! Estoy como.loca por ver esa revista en la que aparecemos juntos.
    Por algún problemilla de salud, no muy importante, relacionado con tos y bronquios no podré acudir. Está pandemia lo ha complicado todo. Pero sé que estaré muy acompañada otros que acudáis. Pasadlo bien. Viva El Frago!

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  5. Yolanda dijo:

    A parte de sentir la calma tensa en cada punto y coma de la historia, me ha gustado mucho la insuperable descripción de los ojillos de las asustadas «cabras iluminadas» .. «La bombilla se multiplicaba en sus pupilas.» pero qué bien d…escribís Mocadistas!. Saludicos y Salud! Yolanda

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    • Carmen Romeo Pemán dijo:

      Gracias, Yolanda! Gracias por este comentario tan alentador. Los lectores tiráis mucho y nos obligais a un esfuerzo permanente.
      Gracias a ti, y a comentarios como los tuyos qué no suben la moral, seguimos en esta aventura de la escritura que tanto nos gusta. Un abrazo.

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  6. Elvira dijo:

    Me encantan todos tus relatos, pero en especial los de tus fragolinas, por ese sabor local que les sabes dar, que hace que respires ese ambiente de pueblo que muchos hemos vivido, aunque sólo fuera en verano y por lo que nos contaban padres y abuelos. A mí también me gusta la imagen de las luces en los ojos de las cabras . Ah, y muy acertado lo del mote de las familias.

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  7. Menchu de Miguel Ardevines dijo:

    En el fondo de la memoria tenía guardado el recuerdo de ver a mi abuela limpiando la sartén con un periódico para echarlo luego a la »chimenera». Esa y tantas otras imágenes tras los ojos que aparecen vívidas al leer tus cuentos. ¡Qué bonito escribes, Carmen! Mañana le leo a mi madre este cuento como he hecho con los otros. Un abrazo inmenso de una fragolina como tú.

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