¡Ojalá te parta un rayo!

De las fragolinas de mis ayeres

Mi madre, desde que se quedó viuda, cuando se enfadaba con alguien, le decía: “¡Ojalá te parta un rayo!”. Con el tiempo supe que aquello tenía que ver con la muerte de mi padre. Eso me lo contó Vicente, un día que subíamos atortolados por el camino de la fuente y tuvimos que correr por una tormenta.

Siempre había creído que la frase de mi madre era un conjuro contra las tormentas. Me contaba que las brujas fabricaban las nubes negras en la Punta de San Jorge y luego nos traían las tronadas y las  suflinas, que era como llamaba al viento racheado que llegaba delante de los rayos.

En cuanto el cielo se ennegrecía por esos parajes, corría a casa y me llamaba a gritos. Si no le contestaba se mesaba los cabellos como una loca. Cuando yo daba señales de vida atrancaba la puerta de la calle y, antes de cerrar las ventanas, en cada una ponía un cuchillo con el filo hacia el cielo. A continuación quitaba los plomos del contador, encendía una lamparilla y nos arrodillábamos delante de un cuadro de Santa Bárbara que tenía en la cabecera de su cama.

—Santa Bárbara bendita, que en el cielo estás escrita con papel y agua bendita. Y en el árbol de la Cruz, paternóster, amén, Jesús —rezábamos las dos a la vez.

—Santa Bárbara bendita, líbranos de las chispas y centellas —continuaba ella.

Y volvíamos a empezar. Pero, con el primer trueno, me dejaba rezando y subía al granero, donde los ratones corrían a sus anchas entre los montones de trigo. Una tarde la seguí a ver dónde se metía y la encontré en el rincón de los trastos viejos. Estaba acurrucada entre los colchones de lana, con las manos se tapaba las orejas y a la vez bisbiseaba el santabárbarabendita.

Un día cayó una chispa en nuestro tejado, atravesó toda la casa por los cables de la luz y fue a morir en la lana de los colchones donde estaba mi madre escondida. Cuando olí la chamusquina, subí corriendo, pero ya no pude hacer nada. Todo estaba calcinado con ella dentro. Las llamas se extendían muy deprisa. Pero aún me dio tiempo de salir a la calle gritando. Acudieron los vecinos y antes de que llegara la noche ya habían sofocado el incendio.

Después de eso, me quedé como alunada y no podía seguir en aquella casa. A los pocos meses, me despedí de Vicente y me fui a servir con unos ricachones de Sierra de Luna.

La primera tormenta que viví allí me dejó completamente asombrada: no caían rayos en las casas y la gente se asomaba a las ventanas a escuchar los truenos. Al principio pensé que era un pueblo con mucha devoción a Santa Bárbara. A la mañana siguiente le fui a preguntar al cura:

—Mosén, querría que me explicara por qué Santa Bárbara atiende a las peticiones de los de Sierra de Luna y, en cambio, tiene abandonados a los de El Frago.

Me contestó que eso pasaba desde que habían puesto un artilugio en la torre. Me dijo que ya nadie se acordaba de la santa y que su cajeta estaba vacía.

Tanto me llamó la atención que empecé a abandonar las tareas  y me pasaba el tiempo yendo de casa en casa preguntando por el nuevo esconjuradero. Antes de tres meses me despidieron por malchandra. Decían que no me gustaba trabajar.

Aquello me revolvió las entrañas y pensé en Vicente. A los pocos días hice un macuto con mis cosas y me volví a El Frago. Como tenía que ganarme la vida, empecé a subir agua de la fuente para las familias ricas. Por la calle iba con la cabeza baja y solo comía los mendrugos de pan que me daban cuando llegaba con los cántaros.

Una tarde, estaba arrancando una lechuga de un huerto del camino de la fuente y se me acercó Vicente. Al verlo retrocedí. Cuando oí su voz me paré en seco.

—Tranquila, no te asustes.

—Y tú, ¿qué haces aquí?

—¿Qué he de hacer? Pues esperarte. Sabía que algún día volverías.

Sentí un cosquilleo en todo el cuerpo. Me puse nerviosa y no acertaba a contestarle.

—Pues yo pensaba que les ibas a hacer caso a tus padres, que no querían que salieras con la hija de una bruja. —Noté cómo me subían los colores.

Nos quedamos hablando contra la tapia, a lado de mis cántaros, y nos volvimos a besar como antes de lo de mi madre. Después, todo pasó muy deprisa. El noviazgo, la boda, la casa, la niña y el día de la carrasca de Paradís. Justo cuando Vicente volvía a casa con el rebaño lo cogió una tronada en la Luba y se refugió debajo de la carrasca. Todavía se notan en el tronco las marcas negras del rayo que mató a más de veinte ovejas. Él se salvó de milagro, pero aún lleva el susto en el cuerpo.

Como le había hablado mucho del esconjuradero de Sierra de Luna, ese que don Valero Arbigosta, el médico, llamaba pararrayos, decidimos ir al Ayuntamiento.

—¡Buenas, señor alcalde! —dijo mi marido—. Venimos a quejarnos de que las tormentas son la gran amenaza en este pueblo. El otro día perdí la mitad de las ovejas y a mí casi me partió un rayo.

—¡Vaya descubrimiento si no me dices otra cosa! Rezad a Santa Bárbara y no perdamos tiempo que es hora de ir a soltar la dula.

—No, es que no se ha explicado bien. —Me ajusté la toquilla antes de seguir—. Mi Vicente quería decir que no tenemos que echar la culpa a las brujas ni rezar a Santa Bárbara, que eso no soluciona nada.

—Mira, creo que, en lugar de venir aquí, tendríais que haber ido a ver al cura.

—Déjeme acabar, se lo suplico. —La voz me empezaba a temblar—. Yo creo que la única solución es que el pueblo se una y compre un esconjuradero, uno como ese que don Valero llama pararrayos.

El alcalde comenzó a dar vueltas y nos dijo que teníamos unas ideas muy descabelladas por culpa de tantas desgracias familiares. Pero insistimos y volvimos varias veces con el médico. Después de mucho rogar y de hablar con otros vecinos, conseguimos que el Ayuntamiento pagara un pararrayos.

La otra noche una chispa rompió el reloj de la torre y todo el pueblo salió en desbandada. Nosotros nos quedamos en casa y le contamos a nuestra hija, que aún no tenía nueve años, que aquellas gentes corrían porque creían que las brujas de San Jorge andaban revueltas con el pararrayos, que lo confundían con un amuleto.

—Mamá, los truenos nos van a dejar sordos —dijo la niña, con las manos en las orejas.

—Eso es que tu abuela está cambiando los muebles de sitio. Seguro que se quiere meter en un armario con santa Bárbara y todo

2021. El Frago, torre de la iglesia con pararrayos. Colección de la autora.

Carmen Romeo Pemán.

La topografía de la centella del comienzo es de La nueva mañana, Córdoba, 23/02/2017.

16 comentarios en “¡Ojalá te parta un rayo!

  1. Miguel Santolaria dijo:

    Carmen, gracias por las flores del pasado que nos traes envueltas en palabras aragonesas.
    Tienes buen pulso para contar la escena, se desliza sin sobresaltos ante mis ojos.
    Eres una buena ‘recentadora’ de lo que fue la vida de nuestros abuelos, Tus textos son etnología histórica. Gracias. Ya no morirá con nosotros.

    «no perdamos tiempo que es hora de ir a soltar los rebaños» = no perdamos tiempo que es hora de ir a soltar ‘la dula’…. y el ‘dulero’.

    Miguel

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    • Carmen Romeo Pemán dijo:

      Muchas gracias por tu valoración. Y , sobre todo, por tu corrección
      Jejejeje, había puesto la dula, pero por esos criterios esteticistas, para evitar repetir la palabra cambie duls por rebaños. Y, si a ti te hace falta la dula, estás en lo cierto. Valoro muchísimo este tipo de correcciones. Me ayudas mucho a seguir aprendiendo. GRACIAS.

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      • Miguel Santolaria dijo:

        Amiga, Carmen, un matiz.
        No corrijo. Comento, sugiero. Charrada entre amigos.
        Sigo ‘remugando’ tu texto. Bien estructurado, denso en referencias de la cultura que fue nuestra ‘de oídas’, la cultura de nuestras abuelas y abuelos.

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  2. Chesús dijo:

    Carmen el principio de tu relato me ha recordado a mi abuela Presentación, y su fobia a las tronadas, ella ponía una cruz metálica en la ventana cerraba todo a cal y canto, nos hacía apagar cualquier aparato, desconectar la antena, «los plomos»…… Y para rematar se «capuzaba» en la cama y repetía una oración a modo de letanía de la q solo recuerdo una parte q decía «…. manda la tormenta al puerto allí que no hay viña ni huerto…» La abuela siempre fue muy denota de Santa Barbara ( llana, como lo decimos aqui )la recordarás en la iglesia rezando a la imagen que hay delante del lienzo de la Santa

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  3. Carmen Romeo Pemán dijo:

    Gracias, Chesus, por estas memorias de tu abuela. Me pongo muy tierna cada vez que la oigo nombrar. La quise mucho. Es la única amiga de mi abuela Antonia que conocí y me contaba cosas de sus andanzas juntas. Un abrazo.

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  4. Elvira dijo:

    Pues es curioso pero esto del miedo a las tormentas debía de ser muy común antes. Yo también recuerdo a mi abuelo metido en la cama en cuanto había una tormenta grande. Mi madre y mis tías heredaron ese temor.
    Me ha gustado mucho el relato. La protagonista una mujer valiente plantando cara a la desgracia. Gracias Carmen

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  5. Cristina dijo:

    Para mí, lo mejor de tus historias, además de crear un ambiente que me envuelve, es que siempre me hacen encontrar un ratico para compartirlas con mi madre, y, de paso, siempre cae alguna historieta de su época que me encantan y fascinan.
    Además, este relato en concreto, me ha sacado una sonrisa al recordar con ternura a tía Felicitas, que cada vez que había tormenta se venía a refugiar a nuestra casa. Y allí se sentaba con mi abuela a rezar o lo que hiciera falta. Cómo botaban las pobres cada vez que se oía un trueno o se veía un relámpago!

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    • Carmen Romeo Pemán dijo:

      ¡Gracias, Cristina! A mí también me has arrancado una sonrisa, con lagrimica, con la anécdota de tía Felicitas y tía Pilar. Es que me las estoy imaginando a las dos juntas. Un beso.

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  6. Josefina López dijo:

    ¡Cuántos recuerdos ha despertado tu relato! Recuerdo los días de tronada de mi infancia, el temor que infundían las tormentas y la preocupación cuando los hombres estaban en el campo. Rápidamente se iniciaba el ritual para conjurar el peligro, muy similar al que tú describes. Como siempre, has sabido integrar perfectamente las antiguas creencias y costumbres en un relato que nos muestra los obstáculos y trabas con que tropezaban los avances técnicos en la sociedad tradicional: tradición frente a modernidad, santa Bárbara vs el pararrayos.

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    • Carmen Romeo Pemán dijo:

      ¡Gracias, Josefina! Gracias por tus memorias. Me gusta mucho esto de tejer una red de memorias compartidas. Y gracias por tu acertada visión crítica del relato. Como siempre, tu voz de profesora de literatura, les da valor a mis textos. Un abrazo, amiga.

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