
Al querer retomar algún poema
que dejé inacabado
me ocurre algo terrible en ocasiones:
¡las ideas se han fugado!
Entonces considero mis opciones:
¿dejarlo en tal estado?
¿estrujarme la mente hasta que duela?
¿tirar para otro lado?
Y me pasa una cosa bien curiosa:
si programo mi estado
de adulta natural, seria y juiciosa,
y le doy a “apagado”
consigo que se encienda mi otra parte,
la de espíritu libre y alocado.
Entonces la razón se va a dormir,
el corazón se siente afortunado
y derrama en mis dedos lo perdido
y la emoción se vuelca en el teclado.
Y así, como quien no quiere la cosa,
ya está el poema acabado,
y la autora, dichosa
por haberlo logrado.
Adela Castañón
Imagen: Eric Dunham en Pixabay