Cinco horas con Julia

Tenía la esperanza de no llegar a tiempo, Julia. De que te hubieras muerto antes de mi llegada. Pero siempre se te dio bien fastidiarme y has conseguido hacerlo hasta el final. Te has salido con la tuya, aquí me tienes. Tu padre me ha estrechado la mano por compromiso cuando he entrado en la casa, en la que era nuestra casa, y tu madre me ha vuelto la cara. Se ha limitado a hacerle un gesto a tu padre y a decirle que deje la maleta en el recibidor. Supongo que es una indicación de que no soy bienvenido, que no voy a subir esta noche a dormir en el que fue nuestro dormitorio de matrimonio. Tampoco es que pensara hacerlo, pero por un momento se me ocurrió que igual me decían que me quedara. Por la niña, claro.

El interior de la casa está oscuro. Falta una hora para que anochezca, pero el cielo ha estado todo el día cubierto de nubes lentas, pesadas, grises igual que tu madre. Tu padre ha avanzado unos pasos por el recibidor, ha abierto la puerta corredera del salón y me ha hecho un gesto con la barbilla, imagino que conminándome a entrar. Había vecinos en el porche cuando llegué y, al bajar del coche con la maleta en la mano, las conversaciones se paralizaron. Hasta el aire, el poco aire que había estado soplando todo el día, se detuvo. Todo quedó en suspenso durante un minuto. El tiempo que tardó tu padre en salir hasta el umbral, sin pisar el porche, y hacerme con la cabeza el mismo gesto con el que ahora me ordena entrar a presentarte mis respetos, a cumplir con el deber de visitarte, de visitar a la mujer que se está muriendo, a la madre de mi hija, de esa hija en la que no he dejado de pensar ni un solo día desde que me echaron de esta casa.

Por lo poco que veo, todo está igual que cuando me fui. Menos el salón. Habrá sido idea de tu padre pegar la mesa de comedor a la pared para hacerle sitio a esa cama articulada en la que yaces ahora con la misma cara seria de siempre. Creo que es lo único nuevo que hay aquí. Qué poco te gustaban los cambios, Julia, qué poco… Cuando la niña pidió una cama nueva te negaste. Dijiste que la tuya estaba bien, que era una buena cama, que te había servido a ti y que tendría que servirle a ella. Dijiste que ni muerta te gastarías el dinero en comprar algo que no hacía falta, y mira… muerta, no, pero has tenido que llegar a estar así, casi muerta, y al final tus padres han comprado la puñetera cama. ¿Y sabes qué, Julia? Pues que me alegro.

Cuando he entrado en el salón, tu padre ha encendido la luz, ha salido y ha cerrado la puerta por fuera. Ya veo que en el techo sigue la misma lámpara aunque ahora, en vez de las cinco bombillas que tenía en cada tulipa en forma de flor, solo una intenta alumbrar, sin conseguirlo, hasta el último rincón. Y es de muchos menos vatios que las que había antes, Julia. O igual no, y es que me lo parece porque solo es una y antes había cuatro más.

Verás, Julia, iba preguntarle a tu padre que cuanto tiempo llevas durmiendo aquí, pero lo he dejado pasar, total, da lo mismo. Imagino que, para tu madre, ha sido más cómodo atenderte en la planta baja. El reuma de sus rodillas ya le daba la lata hace años, así que ahora debe de estar igual o peor. No sé dónde dormirá ella, no veo que el sofá esté hundido por ningún sitio. Tu madre es tan retorcida que no me extrañaría que por la noche se acostara en la cama, a tu lado. Qué asco, Julia. Te tienen bien limpia, eso siempre, pero no hay jabón de olor que enmascare el olor a muerta que ya te empieza a brotar por todos los poros de tu piel.

El timbre no para de sonar. Imagino que son los vecinos que vienen a interesarse por tu estado, ni siquiera esperan a que te mueras, es como si quisieran darle el pésame a tus padres por adelantado.

No sé por qué tu padre me ha metido aquí, a solas contigo. No sé si lo hace por tener un detalle o como castigo. Ha sido todo tan rápido, mi llegada y mi entrada en el salón, que ni me han dejado preguntar por la niña. ¿Cuántos años tiene ya? ¿Diez? No, espera, cumplió los once el mes pasado, aunque eso da igual. El día que se cayó a la piscina se plantó en los cinco años para siempre. El día que se cayó, que se cayó sola, porque no se me cayó a mí, por más que tus padres y tú me hayáis necesitado para el papel de culpable. Esas cosas pasan, Julia, quiero a nuestra hija tanto como tú, pero desde ese día no me has dejado quererla.

Le mandé una tarjeta de felicitación en su último cumpleaños, como todos los nueve de febrero de los últimos seis años, a pesar de que nunca me habéis contestado. Julia, ay, Julia… ese accidente doméstico truncó el futuro de la niña, la congeló en una infancia eterna, sí, pero tú decidiste que nuestro matrimonio siguiera el mismo camino y lo mataste sin piedad.

¿Sabes qué, Julia? Me voy a llevar a la niña. Yo no tuve la culpa de nada, aunque la asumí. Y verte ahí, callada por una vez en tu vida, me da el valor para decirte lo que debí decirte hace tanto tiempo. Lo mismo que ver tus ojos cerrados ha hecho que se abran los míos. Ni me había dado cuenta de que estoy hablando en voz alta, Julia, pero es así. Ojalá me estés escuchando, Julia, mi amor, mi mujer fuerte, dura, pero mía hasta que nuestro matrimonio hizo aguas por aquella fatalidad. Hizo aguas, Julia, y yo llevo seis años ahogándome en la misma piscina en la que se cayó la niña, ahogándome en mis lágrimas, en mi soledad, en mi pena.

Y esas lágrimas son ahora mi moneda de cambio, Julia. Te regalo las que ahora me corren por la cara, quédate solo con estas en memoria de lo que te quise. Las otras, las que llevo seis años guardando, son oro líquido de muchos quilates y van a servir para comprar de nuevo lo que siempre fue mío.

Julia, voy a cruzar esa puerta por última vez. Le diré a tus padres que me llevo a nuestra hija conmigo. Mi hija estará con su padre igual que tú estarás ya, para siempre, con los tuyos.

Descansa en paz. Yo acabo de hacerlo.

Adela Castañón

Imagen de StockSnap en Pixabay

Pido la palabra. Abrazada a los miedos

Mocade recibe una vez más a Vanesa Sánchez Martín-Mora que nos regala un nuevo relato suyo:

ABRAZADA A LOS MIEDOS

Escuché como la señora abría el postigo de la puerta que daba al patio; el suelo estaría encharcado por la tormenta que cayó durante la noche. No tenía reloj para ver la hora, pero no debía ser muy temprano. Los escasos rayos de luz ya se colaban acertados por las grietas de la madera que tapiaba la ventana, y eso solo sucedía en esa parte de la casa llegando el medio día.

Las tripas vibraban bajo mi piel desde hacía varias horas. La señora siempre aparecía después de ventilar la casa, me ponía un mendrugo de pan encima del retrete y esperaba para asegurarse de que me lo comía, supongo que no quería correr riesgos si mi madre aparecía por allí. Pero ese día no hubo nada que comer.

 Debí quedarme dormida un rato largo. Cando desperté, todo estaba sumido en una penumbra que seguramente avecinaba otra tormenta. No había rastro alguno de que la señora hubiese entrado para dejarme algo de comer, ni tampoco se escuchaba ruido alguno que me hiciese saber que no estaba sola. De pronto, un líquido caliente y ácido subió hasta mi garganta y lo vomité, pero no me asusté, conocía esa sensación.

Unos minutos después, escuché los pasos de la señora. De vez en cuando usaba zapatos con tacón y repiqueteaban al acercarse. Seguramente me escuchó vomitar, pero eso nunca lo he sabido. La maté unos días después. Los zapatos delataban su presencia tras la puerta del diminuto baño en el que perdí la cuenta de los días que estuve dentro, pero no llegó a entrar esa tarde. Creo que fue una especie de castigo.

La herida de la pierna estaba sangrando cuando me desperté de nuevo al día siguiente. Recuerdo el frio de la cerámica en mis muslos y la sangre bajando despacio hasta mi rodilla. Lo que no recuerdo es qué pasó ni quien cosió la herida, pero no se curaba. La piel de alrededor se veía más amoratada cada día.

Era otro día más en un cubículo de azulejos desconchados por donde salían cucarachas algunas veces. Al principio me daban miedo, pero después de varios días empecé a ignorarlas, a obviar su presencia. Hasta me sirvieron de entretenimiento mientras corría el reloj.

Estaba a punto de desvanecerme de la flojera cuando los zapatos de la señora sonaron cada vez más rápidos y más cerca. Una voz extraña se escuchó antes de que la puerta se abriese a trompicones por lo hinchada que estaba de la humedad. Será mi madre, pensé. Una joven con bata blanca y una cofia en la cabeza con el dibujo de una cruz roja se arrodilló al verme acostada dentro de aquella bañera oxidada. Del grifo que la coronaba siempre caía una gota de agua que yo bebía. En seguida me puso las manos en la frente y se dio cuenta de que estaba ardiendo. Empezó a discutir con la señora que permanecía inmóvil y de brazos cruzados con los labios muy apretados, como siempre. Unos minutos después de haber salido de mi guarida, la joven volvió con un maletín que tenía dibujada la misma cruz roja del gorrito de su cabeza. Sé que fue mi madre la que mandó a aquella joven, la conozco. Lo que no entendí nunca era porque mi madre no se ocupó de mí en lugar de mandar a alguien. Me dejó aquí cuando la nombraron líder de los revolucionarios. Según me contó antes de irse a defender nuestros derechos, la señora cuidaría de mí el tiempo que ella estuviese en el frente. Ojalá se diera cuenta de que corro menos peligro si me lleva con ella donde sea que tenga que estar.

La pierna me quemaba como si tuviese una vela encendida cerca de la piel, no sé qué clases de líquidos eran los que la joven vertió en mi herida, pero poco a poco, con el paso de los días, la pierna dejó de sangrar y de doler tanto. Ya no tenía ese color morado de antes.

Recuerdo que durante los días que aquella joven, que resultó ser una enfermera, venía a curar mi herida, la señora no falló ningún día con el mendrugo de pan y un pedazo de manzana renegrida que a veces tenía hormigas, pero que no me importaba porque el sabor dulce era un placer que jamás antes había disfrutado. Aquello duró apenas una semana. El ultimo día que vino, aquella joven enfermera se despidió de mi con un beso en la mejilla después de examinarme y cerciorarse de que había mejorado. Quise darle las gracias, pero desde que mis cuerdas vocales fallaron al gritar el día que me separaron de mamá, no he conseguido que mi voz se entienda, por eso preferí callarme. No quería ser mal educada y apreté su mano cuando ella borró el rastro de una lágrima de mi cara. Ese fue el último día que comería manzana dentro de aquel fúnebre baño.

Cuando la señora cerró la puerta, dejándome de nuevo a la suerte del tiempo, rodeada de las cucarachas que aparecían cuando no presenciaban ruido alguno y obviándome también a mí, me moví sigilosa hasta la puerta que separaba mi vida de la realidad. Apoyé mi oreja en la madera astillada y mal pintada para ver si lograba distinguir alguna palabra. Quería que aquella joven volviese de vez en cuando; sus caricias eran muy parecidas a las de mamá, y no quería que aquello dejase de suceder. Al volver a entrar en aquella bañera que me estaba dejando la espalda igual que un arco de flechas me mareé un poco, y fue al sujetarme en aquella cortina que desprendía un fuerte hedor a moho y que había adoptado un color verdecino como el de la verdolaga que crecía junto a la casa que mamá tenía antes, cuando algo plateado y metálico rodó hasta introducirse bajo un cojín mugriento que mi madre me puso un día que vino a verme. Nunca antes había visto aquel utensilio, pero era peligroso por lo afilado que estaba.

A la mañana siguiente, la señora empezó muy temprano a trastear cerca de mí, pero al otro lado de la puerta. Sé que era temprano porque los rayos de luz aparecieron bastante rato después. Sonaban ruidos de puertas y ventanas como si las abrieran y cerraran, con furia, y después, un silencio absoluto que me puso la piel de gallina. De pronto volví a escuchar el traqueteo de sus zapatos acercarse con ligereza a la puerta con una rapidez atípica en ella. Traía un mendrugo de pan en las manos y sonreía como jamás lo había hecho antes. No sé qué intención tenía con aquella sonrisa, solo puedo decir que me convertí en la asesina perfecta cuando se agachó a soltar el trozo de pan duro en la tapa de retrete. Me abalancé con agilidad sobre ella y le clavé aquel trozo afilado de metal en la garganta. Recuerdo que antes de irme del agujero en el que había mancillado mi dignidad, la dejé desangrándose y con fuertes espasmos, tirada en el suelo.

Vanesa Sánchez Martín-Mora

Imagen de Alf-Marty en Pixabay

El Frago, 1901. Por enseñar a las niñas

En la mesa. De izquierda a derecha. Aurelio Esteban, Concha Gaudó, Carmen Romeo, José Manuel Latorre y Ramón Reyes.

El miércoles, 6 de marzo de 2024, invitada por la Diputación Provincial y por el Ayuntamiento de El Frago, presenté la segunda edición de mi novela El Frago, 1901. Por enseñar a las niñas. La asistencia sobrepasó todas nuestras expectativas. Un público cercano que cargó el acto de emotividad.

El próximo domingo, día 10 de marzo, en El Frago, como cierre a un programa de actos en torno al 8M, las mujeres del pueblo leerán y teatralizarán alguno de mis relatos de la serie, «Las fragolinas de mis ayeres». Al final os dejo el programa.

José Manuel Latorre Martínez, «Seve». Diputado provincial por la Chunta Aragonesista

Agradeció la presencia a todos los asistentes. Se mostró gratamente sorprendido, por la cantidad de gente que acudió al acto. Me felicitó por el libro, que había leído con placer. Lo calificó de fácil lectura y de buena calidad literaria. Confesó que había invitado a los escritores de su pueblo a que escribieran un libro como este, en el que el verdadero protagonista fuera el pueblo. Y no lo había conseguido.

Le llamó la atención la validez universal de lo particular. Y la lectura invitó 5a dar un paseo virtual por cualquier pueblo de España. Antes de cerrar la mesa, abrió un coloquio sobre la novela en el que él mismo planteó cuestiones muy interesantes.

Moderó muy bien la mesa y dinamizó la participación de la gente. Un ejemplo de cómo se lleva eficazmente una mesa, con aparente sencillez y normalidad. Y todo gracias a su buen hacer y a sus habilidades sociales.

José Ramón Reyes Luna. Alcalde de El Frago.

José Ramón me dejó unas notas. Qué se oiga su voz.

Al final del curso 2021-22, recibimos una llamada del Ministerio. Nos comunicaban que teníamos concedida la escuela. En ese momento estaba interviniendo la Consejera de Educación en televisión. Iñaki Carasa, el empleado del Ayuntamiento, y yo estuvimos hora y media pegados al televisor esperando la noticia. Con tan mala suerte que se fue la luz y no pudimos escuchar el final. Al rato vimos los informativos de Aragón: comenzaban con la noticia de que El Frago y Botorrita abrían las puertas de sus escuelas. La gente salió corriendo a la calle con champagne. Las mujeres hicieron chocolate para todo el pueblo. Fue un momento muy grande, lleno de euforia. La gente recordaba anécdotas de la escuela y se revivieron situaciones muy bonitas.

Pasé la noche en blanco. Me di cuenta de la complejidad que supone abrir una escuela. Pero desde el primer instante, contamos con el apoyo de Isabel Arbués, Directora Provincial de Educación, descendiente de casa Perico Reina de El Frago.

En este acto solicité un aplauso para ella. Su madre, una fragolina, que también nos acompañó, se emocionó y se echó a llorar.

Isabel fue una de las artífices de que la locura de un loco alcalde dejara de ser locura y se convirtiera en una apoteósica realidad.

En la escuela hay 12 niños. En estos momentos estamos esperando una niña más. Es una escuela abierta al pueblo en la que participan todos los habitantes. Se ha proyectado un huerto escolar, en la misma escuela se han impartido clases de español para adultos ucranianos y ahora se están impartiendo cursos de aragonés para todo el pueblo, a las que voluntariamente asisten algunos niños ucranianos. Hace poco, Bogdam, un ucraniano de 10 años, apareció un día y exclamó: «Ya os vale. Una año para saber qué era una ardilla y ahora es un equiruelo». La escuela ha devuelto la alegría a las calles. La gente ha vuelto a poner huertos. La plaza y los alrededores del pueblo se han convertido en campos de juego y travesuras de estos críos.

En El Frago, tenemos un gran patrimonio románico muy apreciado, pero es más grande el patrimonio que tenemos con Carmen, tan grande como el patrimonio monumental e igual de vieja.

Para despedirme, había pensado en unas palabras, pero, esta mañana, al leer el artículo de Pilar de la Vega he cambiado de idea. Con su permiso, me permito el lujo de acabar mi intervención con sus palabras, las referidas a El Frago y a Carmen.

«Esperanza en el futuro tienen los habitantes de El Frago que celebran la reapertura de su escuela. Decidir el cierre de una escuela siempre ma ha parecido el comienzo de la muerte de un pueblo. Una de las que más me entristeció fue la de El Frago, dado que conocía el papel que habían desempeñado los maestros, en posiblititar a muchos alumnos y alumnas poder estudiar. Su alcalde está feliz cuando nos recuerda que en 2017 eran 27 vecinos y ahora son 73. Han logrado reabrir la escuela 32 años después. Nos lo cuenta Carmen Romeo, fiel a su historia y su tierra, en la presentación de su libro, «El Frago, 1901. Por enseñar a las niñas«. Hoy se presenta en el Palacio de Sástago.

En estos tiempos de agotamiento del interés común, de la crisis de la polis democrática y de la aún constante discriminación y violencia de género, es un ejemplo transformador y esperanzador», (Pilar de la Vega, «Esperanza en el Futuro», Heraldo de Aragón, 6 de marzo de 2024-

Aurelio Esteban Carazo. Médico escritor. Reprentó al editor de Comuniter.

Presentó a la editorial. alabó el libro y volvió a abrirme sus puertas para seguir publicando con ellos. Para justificar su presencia en la editorial, me permito recomendar dos de sus libros: El doce y El caminante de los tejados

El Frago, 1901. Por enseñar a las niñas. Por Concha Gaudó Gaudó.

Catedrática de Historia con abundantes publicaciones y una sensibilidad especial para los análisis lingüísticos. Habla alemán, inglés, francés y está estudiando árabe. Con este bagaje y con sus conocimientos exhaustivos de mi obra y mi persona, era la persona más indicada para hacerme la presentación. Además, como una buena amiga, me dio mucha seguridad estar a su lado.

.

Presentar un libro es siempre una alegría, y más en este foro, en este hermoso escenario. Presentarle  un libro de Carmen Romeo es un regalo que ella me hace desde su inestimable amistad. Gracias Carmen, muchas gracias,  y gracias también al Ayuntamiento de El Frago y su alcalde José Ramón Reyes, a esta Institución que nos acoge y al diputado José Manuel Latorre  y a la Editorial Comuniter y su representante, Aurelio Esteban,  por aceptarme y ofrecerme esta “predicadera”.

Carmen Romeo Pemán  nació en El Frago (Zaragoza), en 1948. Es maestra y licenciada en Filología Hispánica y  empezó su carrera profesional en la enseñanza universitaria, en el Colegio Universitario de Teruel.  Muy pronto pasó a la Enseñanza Secundaria, en el Instituto Francés de Aranda de Teruel, primero y, luego, en el  Instituto Goya de Zaragoza, donde ha sido catedrática de Lengua y Literatura durante más de 40 años.   Dar clase (enseñar) ha sido su dedicación y su vocación. Y no sin recompensa,  pues es larga, muy larga, la lista de alumnas y alumnos que la reconocen, en la calle, en los libros, en todos los foros, como su gran maestra, sean del ámbito profesional que sean. El suyo es uno de los nombres propios que Irene Vallejo escribe en el hermoso papiro ”El infinito en un junco”. Desde el aula, Carmen la animó en sus primeros pasos como escritora, ¡buen ojo! Y su recuerdo está en los cientos de alumnos y alumnas, rumanas, chinos, africanos…  a quienes acogió en sus clases de español para extranjeros y llevó hasta la Universidad.

La docencia ha sido su preocupación y actividad principal, con especial atención hacia la renovación científica, pedagógica y a la coeducación, con numerosas publicaciones en estos ámbitos. Pero ella nunca abandonó el ámbito de la investigación, lingüística y literaria, además de pedagógica y didáctica (no voy a citar sus publicaciones, la podéis encontrar fácilmente), y a un campo muy especial, la investigación en historia de la educación sobre todo la Educación Primaria y la educación de las mujeres. Aquí sí cito su libro “De las escuelas de El Frago”, un estudio de referencia sobre la historia del magisterio español, junto a numerosos artículos publicados en su blog “Letras desde MOCADE”, o en diversas revistas.

Cuando el tiempo lo ha permitido, cuando ha llegado su jubilosa situación, Carmen ha sacado del cajón su producción literaria y nos la ha dado a conocer. Por eso parece que es una escritora tardía. Pero todos estos textos ya estaban preparados e incluso escritos, hace mucho tiempo. El mismo rigor y calidad demostrada en la docencia y la investigación la encontramos en su producción literaria.

Trabajar con ella durante muchos años, en infinidad de asuntos, ha sido una fuente de conocimiento, un auténtico placer y “el origen de una gran amistad”.

¡Vamos a la obra!, la novela “El Frago, 1901. Por enseñar a las niñas”. La novela cuenta las vicisitudes de una maestra principiante en una pequeña localidad de montaña media, las Altas Cinco Villas.

Se trata de una novela, sí, pero alguna cosa más. “El Frago, 1901” es para mí, en primer lugar, un trabajo de investigación. Un gran trabajo de archivo que documenta, con sistémica precisión y referencias, toda la historia de la educación en los primeros años del s. XX, entre la crisis del 98 y la esperanza del Regeneracionismo. El funcionamiento escolar y académico, las nuevas disposiciones políticas, los políticos y los personajes destacados, las innovaciones, los Boletines oficiales, artículos de revistas, …, todo, todo está perfectamente reseñado. Un buen resumen de las novedades y los cambios educativos de la época, descritos, eso sí, de otra forma.

La historia, la historia política, contada en breves y oportunas pinceladas, sirve de marco referencial de los tiempos cambiantes y la dinámica del país.

Y es un trabajo de investigación también en otros campos, con el mismo rigor. La moda, por ejemplo. Un tema que le gusta a Carmen, descubridora de Pilar Lana, la primera empresaria, una mujer propietaria de una fábrica de corsés en Zaragoza. La moda, los cambios en el vestuario, nuevas prendas, nuevos tejidos, están estudiados con rigor y total veracidad. Y los mismo otras cuestiones, la salud y la difusión de la higiene, las nuevas tecnologías, el comercio… Nada en la novela es una fantasiosa invención.

En segundo lugar, esta novela es un tratado de etnografía. Aquí el archivo se complementa con la entrevista, la observación, el conocimiento personal, sobre todo del pueblo y de la zona. Cuenta la vida de una aldea rural, con fidelidad y claridad. Los grupos sociales, las relaciones, las afinidades, las riñas y diputas, los trabajos y los ocios, comidas, costumbres, sentimientos, duelos y alegrías, instituciones, el caciquismo, la influencia de la iglesia, los grupos políticos, las casas y sus usos.…. La vida. Les aseguro que en 1901, en El Frago, había un piano Steinway y una gramola La voz de su amo, comprada en Casa Coiduras de Ayerbe.

Pero el libro es una novela, con su estructura, su protagonista, sus personajes, su narración y sus capítulos, incluidos los amoríos, muy bien acoplados en las relaciones sociales de la época, con un final que ya descubrirán. Muy bien articulada, desarrollada y contada. También se incluyen los gustos de la autora, los latines, la literatura, Mio Cid, Cervantes, Quevedo, Espronceda, los cantes populares.

Un lenguaje, cuidado y culto, popular cuando se requiere. Vocabulario exacto y preciso, los topónimos. Aquí, de nuevo, se deja notar la predilección y conocimientos en lingüística de la autora.

¿Y por qué una novela? Pues porque es el formato que le permite a la autora contar lo que quiere contar y de la forma que lo quiere contar. ¿Cómo explicar que, aunque en El Frago no había pobres muy pobres, con el monte y el huerto todos conseguían algo que llevarse a la boca, algunos chavales robaban una vela de la Iglesia, para no ser los únicos que no llevaban cera para encerar las pizarras de la escuela? ¿O cómo denunciar las múltiples formas de opresión y violencia contra las mujeres habituales dentro de la vida cotidiana? Es la forma de contar la intrahistoria e incluso la historia  desde las vivencias personales a la trascendencia social.

Y una novela por más cosas. “El Frago, 1901. Por educar a las niñas” es un libro de agradecimiento, de reconocimiento y elogio a la EDUCACIÓN, con todas las letras en mayúscula. La educación ha sido,  y sigue siendo, desde la Ilustración, como dice hoy Pilar de la Vega en el Heraldo de Aragón, el gran motor del cambio, el cambio social, personal, político y económico del mundo moderno. Pero la educación todavía ha tenido más importancia en el espacio rural, es aquí donde el valor de ese motor de cambio se acrecienta e intensifica. Recupero la voz de Carmen en alguno de sus artículos: No es posible pensar en la larga lista de personas destacadas de El Frago en el ámbito profesional y cultural, sin tener en cuenta el papel de las maestras y los maestros de El Frago, el papel de las maestras y los maestros en las escuelas rurales.

Es también  un libro que testifica, desde lo material y desde lo emocional, el largo y difícil camino de la educación de las niñas. La lejanía y el aislamiento, la indolencia administrativa, la interesada mentalidad atávica…, han hecho todavía más difícil la educación de las chicas. Todavía estamos reivindicando la igualdad.

Es, pues, un libro reivindicativo, con energía y decisión, con implicación y compromiso. Reivindicativo de la educación, la educación rural, la educación de las niñas. Leí el pasado domingo, 3 de marzo, en la contraportada de El País una entrevista a Lola Cabrillana, maestra gitana y maestra de niñas y niños gitanos. Lola decía sobre  la educación: “hay que aferrarse a ella, porque es la llave de nuestro progreso y libertad”. Pues eso.

En mi última lectura, me quedé enganchada en algunas frases: “Pues a ver si consiguen cambiar la mentalidad de nuestros mandamases” (cap. 10), o la defensa de la educación de las hijas  que hace Dominica del Corronchal, “Otro gallo nos habría cantado a nosotras”, con una maestra así (cap. 6), “con la maestra llegaba algo de modernidad al pueblo” (cap. 15).

“El Frago, 1901” es un libro homenaje. Doña Matilde es la quintaesencia de doña Inés, doña Simona, doña Angelita, doña Asunción,  doña Nieves y muchas más. Un homenaje a todas las maestras que Carmen tiene referenciadas y bien biografiadas, en los numerosos pueblos de nuestra geografía. Porque, antes, para ser maestra en una ciudad, había habido que ejercer bastantes años en algún pueblo. Es muy hermoso ver cómo las mujeres nos acordamos, sobre todo, de nuestra maestra.

El libro se presentó en el Frago el 25 de junio de 2023. Ese día se celebraba la fiesta de fin de curso de la escuela de El Frago. El Frago cerró sus escuelas a finales del s. XX. Cerrar una escuela, cito de nuevo  a Pilar de la Vega en el Heraldo de hoy, es empezar a cerrar un pueblo. El Frago ha reabierto su escuela, inaudito, poco frecuente. Esta escuela aún tiene que consolidarse, sé que en ello se está trabajando. Pero un pueblo, que construyó su escuela “a vecinal”, que tiene como libro de referencia la historia de la escuela y como personajes destacados a las maestras y los maestros,  por la educación y por el resurgir del pueblo, lo logrará.  Cambiará, seguro, la mentalidad de los mandamases, en este caso los de más arriba.

Ayer me decía Francisca Soria, sabia y experta en este campo, que estaba disfrutando mucho con doña Matilde. Léanlo, lean “El Frago 1901. Por ensenar a las niñas”,  aprenderán y se lo pasarán muy bien.

El libro está dedicado a Doña Asunción y don Gregorio, maestros. Quien a los suyos parece,….

Gracias, Carmen, MbAESTRA.

Gratias agimo vobis. Por Carmen Romeo Pemán.

¡Buenos tardes! Ha llegado mi momento de acción de gracias. Y lo siento de corazón. No me gustaría que sonara a rito. Antes de comenzar por lo menudo, me voy a saltar el protocolo. No puedo hablar sin dar las gracias a las personas tan queridas que me acompañáis. Todos, y cada una, tenéis una relación personal, de cariño conmigo, por eso me da miedo nombrar, no quiero que nadie se sienta fuera. Aquí toda mi familia, El Frago en pleno, todo el instituto Goya, representantes de instituciones, alumnos de Zaragoza y de Teruel, amigos de muchas andanzas. Todos juntos, y por separado, sois los trocitos de corazón que he ido repartiendo a lo largo de mi vida. Vuestras caras me emocionan hasta la lágrima.

Ahora paso a la mesa. En primer lugar gracias a José Manuel Latorre, diputado provincial de Archivos y Bibliotecas, por la Chunta Aragonesista. Me consta la buena disposición del señor Latorre para acoger este acto desde el primer momento. Para mí es un honor presentar mi obra en esta casa y en este salón de la música. Un lujo. También es un orgullo, saber que el señor Latorre comenzó a amar las lecturas en la Almunia, de la mano de mi querido primo José María Pemán Martínez. Un enseñante de raza donde los haya.

Gracias a Aurelio Esteban Carazo, un médico escritor, que hoy está aquí representando a la Editorial Comuniter. No dejéis de leer sus obras, en especial: El doce, escrita a cuatro manos y publicada en Comuniter.

Gracias a Concha Gaudó, por estar siempre a mi lado, unas veces de forma visible, como ahora; y otras entre bambalinas.

Concha además de amiga y compañera, es una excelente crítica literaria, aunque venga de Historias. Es una enamorada de las lenguas y de las maneras del decir. Su intuición lingüística es un don que quiso darle el cielo. Su tesón en el estudio y el gusto por las lectura son los que complementan el anterior. ¡Gracias, Concha! Por todo, por esto y por mucho más.

Y, ¿cómo no? Gracias especiales al Ayuntamiento de El Frago que preside José Ramón Reyes Luna, José Ramón, desde su legislatura anterior, acompañado por Manolo Romeo Berges como concejal, me venían dando la lata para que escribiera algo más sobre El Frago y sobre la escuela. Y esta vez no ha sido un ensayo histórico, como fue el libro De las escuelas de El Frago. Esta vez me he atrevido ha cambiar de género y me he echado a nadar con una novela. ¡Gracias, José Ramón, por tanto! Estas palabras son un pequeño reconocimiento a lo mucho que te mereces. Y sé que no vas solo. Te has sabido rodear de un buen equipo. Gracias, pues, a Paloma; a Jesús Ángel, «Tachín»; a Jesús Beamonte, «Piquero»: y a Jesús Romeo, «Susti». Con tantos Jesusitos las esquinicas de tu cama están muy bien protegidas..

No quiero dejarme en el tintero al Ayuntamiento que presidió Javier Romeo Berges, además de apadrinarme los libros De las escuelas de El Frago y De la roca nacidas, me animó a involucrarme en escritos fragolinos y me abrió las puertas del Archivo. Allí comenzó esta gran aventura. Y, junto a Javier, no puede faltar mi reconocimiento a su hermana María José Romeo, exquisita correctora de todos mis textos. Solo quedan erratas cuando, como en este caso, por motivos técnicos, no se han incorporado sus correcciones.

Pilar de la Vega, gracias por tu oportuna reivindicación para El Frago en tu artículo de hoy. Me has sacado una sonrisa profunda cuando lo he leído por la mañana. También te doy las gracias de parte de doña Asunción, maestra de la promoción de doña María, tu madre. Una maestra carismática de la Cartuja Baja. Las dos son la quintaesencia de mi doña Matilde.

Me gustaría que este acto, además de la presentación de un libro, fuera una celebración y una reivindicación por la recuperación de nuestras escuelas. Llevaban 32 años cerradas y, como por arte de magia, los fragolinos, con José Ramón en el timón, y Manolo Romeo Berges de concejal, logramos lo que parecía imposible. Os confieso que el día que me comunicaron su reapertura no me lo podía creer. Y lloré de tanta emoción.

Abrir una escuela es un proyecto de futuro. Un proyecto de larga duración. Los fragolinos las vamos a mimar, os lo aseguro. Pero, igual que la maestra de mi novela, necesitamos el apoyo de las instituciones. Un apoyo que me atrevo a pedir esta tarde, aprovechando que estoy en la Diputación Provincial. Los mandamases, como os llamaba doña Matilde, no quedaréis defraudados.

Salón de la música desde la mesa.

Como muchos ya habéis leído la novela y Concha ha hecho una excelente presentación, yo solo os contaré algunos secretillos.

La novela lleva un doble título. Es que no sabía cuál elegir. Los dos responden a dos regalos de mis padres: don Gregorio y doña Asunción, mis maestros. Me hicieron nacer en el Frago y me contagiaron el amor por el pueblo, por sus gentes y por su historia. Mi padre sentía muy vivos sus genes fragolinos, y así nos los contagio a sus dos hijas, Maruja y Carmen. Nuestra madre, de Biel, también colaboró en nuestro amor a la tierra. Una de las pocas salidas que hace doña Matilde es un viaje a Biel a ver a su amiga Gala. ¡Cuántas veces hemos recorrido nosotros ese mismo camino para ver a mi abuelo, mis tíos y mis primos!

De los dos, de mi padre y de mi madre, me viene la pasión por enseñar. Como ellos, no podía dedicar mi vida a otra cosa. De ellos aprendí que la enseñanza se engrandece cuando nos entregamos a los alumnos con menos oportunidades, entonces se decía a los más desfavorecidos. Sin olvidar a ninguno, claro.

Mientras escribía esta novela, desplegaba las alas que ellos me dieron. Esas alas que me ayudaron a documentarme y a recrear un año muy complejo en la historia de la Educación en España y en Aragón. Y en El Frago en particular.

Repartidas por las páginas hay muchas claves fragolinas. Pasaréis algún rato en el Carasol de Vicenta. En el Café de Rosendo podréis charlar con mosén Mateo Echevería, el cura que bautizó a muchos de nuestros abuelos y bisabuelos. O escucharéis la voz de Matilde, convertida en mi doña Matilde. La voz cantarina de una joven con sonrisa permanente que se me quedó grababa para siempre. Muchos me habéis preguntado si doña Matilde realmente existió. Como personaje no. No podía existir. Yo quería que mi doña Matilde fuera un ídolo que diera sentido y transcendencia a la novela. Quería que la pudieran identificar como suya los habitantes de un pueblo perdido del Bierzo o de Andalucía. Y mi sorpresa ha sido que la han identificado como suya muchos lectores de América Latina. Si fuera de carne y hueso, un personaje real de El Frago, moriría a la vez que vamos avanzando en las páginas de la novela.

Otros me habéis preguntado por qué me fui a los 13 años de El Frago y que si he vuelto. A ver, este es un error que se deduce de mis semblanzas académicas. A los 13 años mis padres me sacaron a estudiar a un internado. Ya no podía continuar mis estudios en El Frago. Después estudié en la Universidad, comencé a trabajar y me casé. Mientras estuve soltera mi casa era la de El Frago, no tenía otra. Así que no me fui. Y como conservo la casa, aún no me he ido.

El señor diputado me pregunto: ¿por qué era doña Matilde de la parroquia de El Gancho de Zaragoza?

Pues porque la mente tiene sus obsesiones y asociaciones. Hace unos años conocí, por la prensa de 1903, el asesinado de un niño de pocos dias en la catedral de la Seo de Zaragoza. Se encontró el cadáver en la Sala de los Tapices, detrás del tapiz de la matanza de los Inocentes. Fue un caso muy comentado en el Imparcial y en el Sol. Todo había sido fruto de unas relaciones incestuosas de un canónigo de la Seo con una prima suya y con su sobrina maestra. Este caso, muy famoso en toda España, me impresionó tanto que le dedique el relato «Crimen en los tapices de la Seo». Y ahora, sin saber por qué, doña Matilde vuelve a vivir en la parroquia del Gancho y siente en sus carnes la misma amenaza que sintió la sobrina del aquel canonigo de la Seo. Y se apellida Zugasti por exigencias narrativas: tenía que llegar la última, y a tiempo, a las oposiciones de Huesca. El personaje, no, no es de El Frago, pero su nombre sí. Es el de Matilde la hija de la señora Presentación, que, durante muchos años, vino a mi casa todas las tardes a traernos leche de cabra. Con el tiempo se casó con Angelito de Moño, de Biel.

Alguien preguntó por las talas de árboles. Nunca se talaron árboles para las escuelas. La riqueza forestal del Ayuntamiento, la única, se empleaba como hucha y se cortaban los pinos que marcaba la autoridad de montes competente. No sucedió en 1901, pero sí en los anteriores y siguientes. Aprovechando el día del árbol, los maestros con los niños de las escuelas, ayudados por los vecinos, «a vecinal», repoblaron con chopos las riberas del Arba desde el Molino hasta el Sotal. Así se evitaban las mordidas del río en los escasos huertos de la vega.

Otro tema de montes, muy bien documentado en los archivos, es el de los escalios o bancales en las laderas y en los pasos de ganado. Estaban muy reguladoS. Para contextualizar el tema de los montes en la novela, lo consulté con mi primo Jesús Pemán García, un Ingeniero, profesor en la Escuela de Montes, descendiente de Biel y conocedor de esta problemática en la zona. Según él, lo tengo bien orientado, teniendo en cuenta la política de montes en 1901.

Para escribir esta novela, he puesto a funcionar elementos del contexto histórico de España en Aragón y en El Frago, porque es lo que mejor conozco. Siempre he ejercido de profesora en Aragón  y fui alumna de la escuela de El Frago hasta los trece años, donde viví situaciones que se parecían más a las de las escuelas del XIX que a las del XX. El tesón y la lucha de mi maestra, mi madre, por defender la educación de las niñas era muy parecido al que reflejaban las maestras del siglo XIX en las memorias que publicaban en la prensa nacional. Y como alumna, no como hija, recuerdo una frase que nos repetía muchas veces en la escuela: Hijas mías, no sé qué seréis de mayores ni qué ideas tendréis. Pero estéis donde estéis y penséis como penséis, nunca os olvidéis de que sois mujeres. Mientras digo esto veo la cara de asentimiento de Pili Berges, mi compañera de pupitre y amiga inseparable de correrías.

Como en todas las novelas históricas la realidad anda  mezclada con la ficción. Y juntas forman un universo verdadero.

Para satisfacer la curiosidad de algunos lectores, al final he puesto una relación de acontecimientos y personajes que he ficcionalizado a partir de la realidad. Los otros, aunque compartan algún rasgo que vosotros reconocéis es mera casualidad. O fruto de la creación. Cuando una tiene el gusanillo de escribir se fija mucho en las personas que la rodean. Y sin darme cuenta, gestos, formas, colores, voces, olores, posturas, ¡qué se yo!, van pasando al subconsciente y se escapan entre las letras de mis escritos. En los futuros también estaréis vosotros, todos los que me acompañáis esta tarde. La realidad alimenta la ficción.

Espero que disfrutéis leyendo está novela tanto como yo escribiéndola. Y, de nuevo, gracias a todos.

Salón de la música desde atrás.

La presentación de este libro tiene dos objetivos muy marcados. Solicitar apoyo de las instituciones para las recién nacidas escuelas de El Frago y ser el primer acto en torno al Ocho de Marzo. En la novela, doña Matilde se deja la piel por conseguir una enseñanza digna para las niñas. Y esto enlaza con los actos en los que las mujeres de El Frago, jóvenes y no tan jóvenes, seguimos luchando por nuestros derechos.

Cerraremos el ciclo de este año con la lectura y teatralización de unos relatos de mi serie «Las fragolinas de mis ayeres», donde se denuncia la desigualdad y la opresión de nuestras antepasadas. Esas mujeres que sufrían la opresión en sus carnes y no eran conscientes de ser las principales víctimas de un sistema patriarcal. Como decía mi maestra, nunca nos olvidemos de que somos mujeres y tenemos que vivir siempre alertas para defender nuestros derechos.

Carmen Romeo Pemán