Y mi novela alza el vuelo…

Hoy mi entrada no va de poesía, ni de cuentos, ni de relatos. O, al menos, no de relatos en el sentido tradicional. Porque, en realidad, sí que es un relato basado, como suele decirse, en hechos reales. Y, si me apuráis, afinaré un poco más: es un relato propio, absolutamente cierto, sobre una experiencia personal:

He terminado de escribir y corregir el borrador de mi primera novela.

Una docena de palabras que podrían ser el principio y el final de mi artículo. Y os lo digo así de claro porque, como lectores, os debo un respeto y un agradecimiento que crece día a día y merecéis que sea sincera con vosotros. Estaba haciendo otras cosas y, de pronto, me he dado cuenta de que anoche, por fin, había terminado de crear algo. ¡Uf! Ha sido una sensación comparable a la que tuve cuando aprobé la última asignatura de la carrera. Recuerdo que llegué a mí casa exultante y feliz y le dije a mi padre, médico también, «¡Papá, ya soy médico!». Entonces él, después de darme un abrazo, me contestó algo que hoy, muchos años después, me sigue pareciendo uno de los mejores consejos de mi vida: «Enhorabuena, hija, estoy orgulloso de ti, pero no te confundas. No eres médico. Tienes un título de licenciada en medicina que significa que sabes manejar síntomas, diagnósticos, tratamientos y cosas así. Pero eso es solo el primer paso. Serás de verdad médico cuando pienses en primer lugar que, en la camilla, o al otro lado de la mesa de la consulta, tienes a una persona. Ni siquiera un enfermo, fíjate bien. Una persona que necesita algo de ti. Si tienes eso siempre presente, entonces, solo entonces, serás médico”.

Bueno, pues esta mañana, como os decía, he vuelto a sentirme igual como escritora. No quiero menospreciar mis relatos, mis poemas, mis artículos, ni que se sientan ninguneados si los comparo con mi primera novela, porque no van por ahí los tiros. Ellos han sido y seguirán siendo siempre mi primer amor en el sentido literario, ¿y quién de nosotros no sabe que el primer amor es algo inigualable y único? Pues eso: cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa. Porque si mis escritos previos han sido las herramientas que me han ayudado a escribir un cuento, ahora, con mi novela, me adentro en un terreno desconocido que es, ni más ni menos, que lo que viene detrás de “Y fueron felices y comieron perdices”. Ese es el final de los cuentos clásicos. Y, en la vida, cuando los novios salen de la iglesia o del juzgado pletóricos de felicidad, no son perdices lo que aguardan en la calle. Son las hipotecas, los hijos, el levantarse con los pelos de punta y mal aliento, y también, claro está, el detalle de un desayuno en la cama, o el placer de compartir un café en bata y zapatillas sin salir de casa en un día de lluvia.

Por eso he dejado de hacer lo que estaba haciendo y me he puesto a escribir como loca esta entrada. Porque acabo de bajar los escalones del templo del brazo de mi novela, jeje.

Me siento, a partes iguales, feliz y asustada. Y necesito compartirlo con vosotros.

Mi libro de cuentos seguirá creciendo sin límite. Durante todo este tiempo he repartido las horas, como una buena madre, entre mi novela y los demás. Y así pienso seguir. Pero le he mandado mi borrador a mi hija, a mi hermana, a mis primas, a tres amigas y a un amigo, y a mi correctora, que se lo va a pasar a su lector cero. Y siento muchas cosas.

Uno de mis talones de Aquiles como escritora es mi amor desmesurado por las metáforas. Lo saben los magníficos compañeros de mis cursos de escritura a los que tanto debo y que ahora sonreirán cuando lean que me siento como un piloto en su primer vuelo, cuando toma conciencia de que ahora es aire, y no suelo, lo que tiene debajo de los pies.

Y es que, como dice el título, que he cambiado varias veces, dicho sea de paso, acabo de darme cuenta de que mi novela ha alzado el vuelo. Y me toca quedarme en tierra, esperando a que regrese con anotaciones al margen, con críticas constructivas y cariñosas que me ayudarán a dar ese último retoque. Pero es que, y sigo con las metáforas, es igual que si se hubiera casado un hijo o una hija: mi novela, mi criatura, ya no me pertenece del todo. Va a conocer a otras personas, va a cambiar, a evolucionar… y eso me da tanta alegría como miedo, ¿verdad que me comprendéis?

En fin, todo este artículo no es más que para eso, para contaros que he terminado de escribir mi primera novela. Que ahora me encuentro en un punto de inflexión y me adentro en territorio desconocido después de salir de la zona de confort que eran y siguen siendo mi ordenador y mi sillón. Y que, como en los cuentos, la protagonista se enfrenta mejor al bosque si se siente acompañada.

Me encantará contaros lo que queráis saber, responder a cualquier pregunta, por superficial o intrascendente que parezca, recibir vuestros comentarios, vuestras aportaciones, que me deis ideas o sugerencias. Estoy abierta a todo.

Porque solo saber que habéis leído hasta aquí, ya me ha hecho sentirme arropada. Y ha aumentado mi alegría y ha disminuido un poco mi miedo. Que por algo el título lo he puesto con puntos suspensivos, porque representan la incertidumbre de lo que pasará a partir de aquí.

Mi novela ha despegado, empieza a alzar el vuelo, aunque todavía nos faltan algunos pasos para llegar al destino. Y sin vosotros, lectores, yo no escribiría, así que gracias por haber sido y seguir siendo el combustible que impulsa mis dedos sobre el teclado.

Gracias. Os quiero.

Adela Castañón

Imagen de Mystic Art Design en Pixabay 

Contexto y lugares comunes en literatura

Hace algunas semanas tuve la oportunidad de leer La edad de los chamanes,de Vaimö, un relato publicado por Pulpture ediciones sobre una época en la que las tribus, azotadas por el frío de la Edad de Hielo, vivían junto al fuego dentro de cavernas. Sentí curiosidad por leer a la autora porque las dos compartimos espacio y experiencias gracias al grupo de Diseccionadores de novelas, donde los lectores debatimos con los autores sobre sus obras. Esto nos permite profundizar en ellas, entender conceptos que quizá no han quedado del todo claros e incluso descubrir huevos de pascua (retazos de información o guiños de unos u otros libros, autores, etc.) que los escritores dejan para los lectores más avezados.

La edad de los chamanes: prosa elaborada en un contexto desconocido para mí

Volvamos al relato y la razón por la que, días después, he reflexionado sobre el contexto cultural y los lugares comunes en literatura.

En La edad de los chamanes, la religión y el respeto por las costumbres marcan las acciones de la protagonista y de todo su clan. La historia nos lleva a un tiempo en el que la ciencia no era suficiente para explicar el mundo y las tribus sobrevivían gracias a unas leyes nacidas de la costumbre. Me recuerda a la tradición musulmana que prohíbe comer cerdo y cuya razón principal es un riesgo sanitario que ahora ya no existe pero que tuvo mucha importancia en el pasado.

En el cuento vemos que la tradición, el “esto es lo que se ha hecho siempre”, es más fuerte que el entendimiento y la fe. Cuando hace frío, nadie sale fuera. Nadie se interna en lo más profundo de la cueva porque nunca se ha hecho. ¿Qué pasa, entonces, cuando alguien decide salir cuando no debe y, para acabarlo de arreglar, se sumerge en las profundidades de la cueva?

La protagonista es una mujer que acaba de perder a su hijo. En esta tribu, cuando alguien muere, el cadáver debe desaparecer de inmediato porque creen que, de lo contrario, será malo para ellos. Por supuesto que lo será. Si dejas un cuerpo descomponiéndose en una cueva junto a seres vivos, lo más probable es que alguno caiga enfermo en cuanto los primeros fluidos abandonen el cadáver. La madre, en lugar de deshacerse del cuerpo, lo deja a la intemperie, deseando que el frío lo mantenga intacto y que los espíritus la ayuden a devolver su alma a los restos mortales de su hijo.

Para mí, lo más interesante es la desesperación de la madre y lo bien dibujada que está gracias al amor que siente. Especialmente en una escena cruel para ella, que culmina en la aparición de un ser sobrenatural que dice poder ayudarla si ella hace algo por él.

Y aquí es donde me encuentro con algo que no acaba de encajar. El narrador nos da una información que parece contradictoria en cuanto a las motivaciones de la protagonista. Esto parece una confusión por parte de la autora y da la sensación de que el relato no tiene sentido. Sin embargo, al hablar con ella todo queda mucho más claro: para descifrar lo que ocurre me hace falta el conocimiento de una cultura de la que apenas he oído hablar o bien que el relato amplíe el contexto en el que ocurre la historia.

El contexto que me faltaba

Es difícil hablar de esto sin destripar el argumento. De todas formas, voy a intentar poneros en situación sin entrar en detalles.

Este cuento está basado en hechos históricos que conocen y comprenden aquellos que, como Vaimö, han estudiado los mitos lapones. Y yo, después de que la autora me lo explicara. Una vez conoces el contexto, la historia en la que se basa, cómo pensaban o veían el mundo los dioses y espíritus a los que veneraban en Laponia,  todo queda mucho más claro. A mi parecer, el problema es que sin esta información el relato queda cojo. Y todo porque nos falta el contexto.

Pero, ¿qué es el contexto? El contexto son los pormenores que rodean un hecho y que nos ayudan a entenderlo. Si bien en muchas obras literarias es habitual que no lo conozcamos, los autores suelen explicarnos, con mayor o menor habilidad, esas circunstancias para que entendamos su obra. Los escritores de fantasía o los que escriben histórica, por ejemplo, necesitan hacerlo. Otros, en cambio, lo omiten porque el contexto es harto conocido y el lector se sitúa en él con unos pocos detalles. Un ejemplo sería cualquier novela contemporánea o alguna ambientada en el medievo, ya que tanto el entorno de una época como de otra nos es conocido y solo necesitamos algunos fragmentos de información para recrear todo un contexto en nuestra mente.

Creo que si el relato de Vaimö hubiera estado ambientado en alguna de las culturas clásicas del Mediterráneo, como la griega o la egipcia, probablemente lo habría entendido sin necesidad de hablar con la autora. Sin embargo, al tratarse de una cultura completamente desconocida para mí, me faltaba un contexto esencial para entenderlo.

El peligro de confundir el contexto con los lugares comunes

Antes he definido qué es el contexto y ahora debo definir qué son los lugares comunes porque no son lo mismo pero lo segundo bebe de lo primero. Un lugar común es, por un lado, una expresión repetida hasta la saciedad. Hablar de “pechos turgentes” o “labios de fresa” son un ejemplo.

Además, un lugar común es una simplificación de algo más complejo, un estereotipo e incluso una idea argumental manida. Esta última acepción, la del argumento típico,  también se conoce como topos literario.

Cuando un escritor evita explicar el contexto y caer en la sobre explicación, puede caer en la tentación de usar lugares comunes porque dan mucha información. Por ejemplo, puede caer en el tópico del detective que fuma parapetado por su sombrero de ala ancha y su gabardina, y el lector, al visualizar esa imagen, tirará de toooodas las veces que un detective malhumorado ha fumado parapetado por su sombrero de ala ancha y su gabardina. También puede crear una historia de fantasía ambientada en un mundo similar al medievo en el que hay magia a raudales pero las mujeres son violadas en cada esquina, porque eso es lo que se espera del medievo europeo y así no hace falta crear nada diferente. O ponerle al protagonista una marca de nacimiento que lo destine a algo grande, cosa que no hemos visto nunca. Tampoco en el cine. Solo en Willow, El quinto elemento o El laberinto del Fauno. Y en Harry Potter, aunque no es de nacimiento pero casi.

No todos los tópicos son malos pero cuidado con ellos

Que una obra tenga muchos topos y lugares comunes no quiere decir que no le vaya a gustar al público. De hecho, y sin pensar mucho, Harry Potter tiene unos cuantos: a la marca de nacimiento le podemos sumar el topoi de la profecía autocumplida, cuando el conocimiento de dicha profecía hace que Voldemort la provoque, o el del manuscrito encontrado, con el diario del príncipe mestizo. De todas formas, pienso que no importa mucho que los haya usado porque su público no está harto de encontrarse con este tipo de argumentos. Y porque el resto de la historia es entretenida, los personajes son interesantes y el mensaje es bonito y potente.

Aún así, no suele ser buena idea abusar de estos tópicos. Primero, porque los lectores pueden pensar que están ante una copia de algo que han visto centenares de veces antes. Segundo, porque el escritor es un artista y, como tal, tiene el poder y la capacidad de crear nuevos contextos y nuevas historias que impresionen a los lectores.

Hace un par de semanas, Ismael Biurrun, escritor ganador de dos premios Celsius, un Ignotus y un Nocte, además de ser Premio Novela Emilio Alarcos, me recomendó TV tropes, una página en la que se recogen, en inglés, infinidad de lugares comunes vistos en televisión, literatura, música e incluso manga o fanfics. Os la recomiendo pero aviso: ¡puede acusar adicción! Y un poco de vergüenza si veis muchos de sus tópicos reflejadas en vuestra obra.

El miedo al infodump o exceso de información

Hubiera disfrutado más de La edad de los chamanes si hubiese conocido un poco más el contexto de la historia y de su narrador, clave para entender el cuento en todos sus matices. Sin embargo, entiendo el miedo de caer en el infodumpo o sobre explicación. Está muy mal visto que el narrador parezca una enciclopedia o un presentador de telenoticias, como diría mi querida Adela. Por eso, encontrar el punto intermedio entre dar mucha información y escribir un relato opaco no es sencillo y hace falta práctica y experiencia. No es fácil.

Aún así,  como lectora, permitidme que le diga a los escritores, y también a los editores amantes de las tijeras, que, de vez en cuando, no importa que un narrador profundice más en un tema o que haya un diálogo que dé a entender cómo funciona el mundo en el que se mueven los personajes. No se trata de que un padre le explique a su hijo de qué trabaja como si fuera la primera vez en su vida que se ven, pero sí que se pueden encontrar fórmulas más o menos manidas para explicarlo. Y, de verdad, no importa. No mucho, al menos, siempre que sea algo puntual y dé coherencia al relato.

Las historias necesitan un contexto. Los lectores necesitan herramientas para descifrar un texto. A veces es mejor que sobre a que falte.

Carla Campos

@CarlaCamposBlog

Imagen de Ben Blennerhassett en Unsplash

Entre la brújula y el mapa: mi método de planificación de novela

Mientras la escritura era un simple pasatiempo, antes de que decidiera dedicarle tiempo y esfuerzo en convertirla en algo más serio, me plantaba delante de una hoja en blanco con una idea vaga que quería contar y le daba a las teclas hasta que acababa o me atascaba. Por aquel entonces, sin saberlo, porque no conocía el término, era una escritora de brújula. Una escritora de brújula muy poco eficiente. Empezaba muchísimas cosas con ahínco. Y después llegaba un punto en el que me bloqueaba y no podía seguir.

Más adelante, comenzó mi preparación como escritora y la feliz casualidad de encontrarme con Adela, Carmen y Mónica por el camino. Y Adela escribió aquel artículo, tan al principio de Mocade, sobre los escritores de brújula y mapa.

Esa entrada me hizo tirar de un hilo que me llevó a todo un telar de métodos variados sobre la planificación de novelas. Encontré este artículo de Gabriella Campbell: 7 métodos probados para planificar una novela o esta serie de post de Lecturonauta sobre cómo escribir una novela. Leí hasta que me cansé. Después, seguí leyendo y acabé adaptando diferentes recursos a mi manera de trabajar.

Conocerte como escritor antes de elegir cómo quieres trabajar

Muchos escritores hacen una escaleta en la que detallan paso a paso cómo van a ser sus novelas. No se trata de saber cómo empieza y cómo acaba. También planean cuántos capítulos quieren escribir y qué recursos narrativos van a utilizar. Eso implica describir en una cuadrícula dónde va a transcurrir la acción, quién la va a ejecutar, qué recursos narrativos van a usar (escena con diálogo, escena sin diálogo, descripción, resumen, elipsis) y de qué van a hablar.

Aunque yo necesito saber qué es lo que va a pasar para seguir avanzando y no quedarme atorada, no me gusta tenerlo todo planificado de pé a pá. Primero, porque es un trabajo de planificación que me quita tiempo de escribir. Segundo, porque le resta cierta diversión a la escritura. Me gusta saber de dónde vengo y adónde voy y, también, dejar cierta improvisación en medio. A medida que voy escribiendo decido qué recursos necesita la novela.

Sin embargo, la escaleta me sirve para darme cuenta de si estoy siendo repetitiva con los recursos. Por eso la hago después.

Mi sistema: de la idea a la ejecución en cinco fases

En este momento, los lectores cero están leyendo mi primera novela. Mientras voy corrigiendo de acuerdo con sus sugerencias, he dejado en un cajón tres novelas más, una de ellas en la primera fase y las otras dos en distintos niveles de planificación. Para que entendáis por qué tengo estos tres manuscritos en marcha y en distintas fases, voy a describir mi sistema.

 1ª fase: el nacimiento de una idea

Para mí, una novela no es solo una historia. En mis novelas planteo uno o más temas, una o más ideas que quiero transmitir. Una vez escogido el tema, dependerá de la magia de cada escritor cómo se va a montar la trama o las tramas que desarrollarán las ideas.

En este punto, yo me inspiro en el método copo de nieve o Snowflake de Randy Ingermanson y que Gabriella nos explica aquí tan bien. La idea consiste en ir construyendo la novela por capas, de la más simple a la más compleja.

He pensado que, para hacerlo más entendible, voy a ejemplificar la explicación con un clásico de la ciencia ficción muy conocido: Matrix.

2ª fase: la(s) trama(s) principal(es)

Una vez que tengo una idea, pienso en cómo la voy a desarrollar con una trama principal. Se trata de escribir una sinopsis completa, incluido el final porque no es una sinopsis comercial que deba evitar destripes, y no debería ocupar más de una hoja. En ella ha de aparecer lo más importante que le va a pasar a mi protagonista en la trama principal. No hace falta ahondar más porque lo que necesito es una idea general para desarrollarla más adelante.

La historia principal de Matrix sería todo lo que hace Neo y que tiene que ver con su historia como elegido para salvar a la humanidad de los robots que los tienen esclavizados. ¿Qué quiere decir esto? Pues que su historia de amor con Trinity o la traición de Cypher son tramas secundarias que se mezclan con la primaria. En cambio, las incursiones a Matrix y su enfrentamiento con el Agente Smith son parte de la trama principal.

 3ª fase: la estructura y los capítulos

Ya tengo la historia principal. Ahora debo pensar en cómo contarla. ¿Ha de haber un planteamiento, un nudo y un desenlace? ¿Es necesaria la estructura que empieza in media res con flashbacks que van contando toda la historia? Este es el momento de planteármelo y de ponerlo sobre el papel. Para eso, aprovecho la sinopsis y la distribuyo en capítulos siguiendo la estructura que he haya elegido.

4ª fase: Las subtramas

Una novela con una sola trama suele ser un relato. Está bien, pero cuando pienso en una novela espero que haya más tramas que ayuden a darle profundidad a mi protagonista. Y aprovecho para introducir más temas. Además, cada una de las tramas que introduzco me tiene que aportar algo a la trama principal, no para hacer bulto. En Matrix, la relación de Neo con Trinity no solo introduce una historia amorosa, que siempre vende, sino que justifica que Neo sea el elegido. Por otro lado, la subtrama de traición de Cypher lleva al segundo punto de giro y, por lo tanto, acelera el final y conduce al clímax de la historia.

 5ª fase: las subtramas, por colores, distribuidas en los capítulos

Es el momento de que las tramas y las subtramas se encuentran. Puede ser que cada trama se divida en diferentes capítulos pero cuando estas dependen de las relaciones humanas es muy probable que en un mismo capítulo me encuentre con unas cuantas. Si pienso, por ejemplo, en el momento de Matrix en el que Neo va a ver al oráculo, pondría en mi escaleta de capítulos:

Capítulo: el oráculo

(trama principal) Morfeo lleva a Neo a ver al oráculo. Más tarde (subtrama), Neo y Trinity se encuentran y se miran con ojitos golosones. No se dan cuenta pero, mientras tontean, Cypher (subtrama) pasa por su lado dispuesto a hablar con el Agente Smith y venderlos para conseguir engancharse a Matrix otra vez.

 Bien, la historia no va exactamente así, pero es para ejemplificar mejor lo que decía de los colores y las subtramas.

 ¿Para qué sirve ponerlo por colores? Para ver dónde empieza y dónde acaba la acción de las tramas y las subtramas y así darme cuenta de si estoy dejando algo colgado. En serio, funciona muy bien.

El fin: escribir y la escaleta

Una vez realizadas las cinco fases, puedo ponerme a escribir. En este punto, muchos escritores harían una escaleta como la que os he explicado antes. En mi caso, me pongo a escribir. Escribo, escribo, escribo, y no paro porque sé de dónde vengo y adónde voy. Y, una vez acabada la novela, cojo cada capítulo y hago una escaleta para ver qué recursos he utilizado. Me resulta muy útil para ver si me he pasado incorporando escenas o pasajes descriptivos que paran la acción y pueden llegar a aburrir al lector

Por supuesto, hay muchos de métodos de escritura y lo más importante es adaptar el sistema de trabajo a los gustos y necesidades del escritor. ¿Usáis alguno o sois de brújula completamente? ¿Cómo trabajáis? Me encantará leeros y aprender un poco más de otros sistemas de planificación de novelas.

Carla Campos

@CarlaCamposBlog

Imagen de Chris Lawton en Unsplash

Mi escaleta de escritura

Nos acercamos al final del año y a sus tradiciones. Comer turrón, por ejemplo. Pero como no me hace ilusión empezar a ganar kilos, prefiero acogerme a otra costumbre clásica y hacer balance de mis buenos propósitos y de mi escritura.

Estoy cursando el tercer año de un itinerario de novela. Y la palabra escaleta, que hace veinticuatro meses me sonaba a “escalera” escrita con una errata, ha pasado de ser desconocida a convertirse en aliada. Eso es lo bueno de los cursos de escritura. Que nos ayudan a pensar, estimulan nuestra creatividad, y nos dan ideas para muchas cosas, así que se me ha ocurrido que sería interesante aplicar eso de la escaleta a cualquier tipo de escritura, y no solo a las novelas. De modo que os contaré como intento estructurarme a la hora de escribir.

Hablemos de terminología

En mis incursiones por distintos blogs y páginas literarias he tropezado más de una vez con vocablos engañosos o, si no engañosos, que pueden llevarnos a confusión. Pero es cierto que también hay artículos geniales que aclaran muy bien el significado de dichos términos. Me refiero a palabras como objetivos, metas y hábitos. Y no añado una cuarta, sueños, porque ya entraría en camisa de once varas. Para meter los tres conceptos en el mismo saco os diría que mi meta es ser escritora, y que para llegar a esa meta necesito ir fijándome objetivos que, como en el clásico juego infantil, me lleven de oca a oca para ir acercándome a ella. Y que los dados que hacen progresar el juego son, ni más ni menos, que los hábitos. No sé cuánto hay de cierto en lo de que el hábito no hace al monje… pero si cambiamos monje por escritor la cosa cambia. Eso, explicado así, sería como la sinopsis de mi propia novela sobre la escritura. Y, para desarrollar esa explicación telegráfica, nada mejor que recordar lo que nos contaba Carla sobre sobre encender el hábito de la escritura. Para mí fue un artículo genial que sigue siendo de rabiosa actualidad. Y mientras buscaba esa entrada di con otra que escribí yo cuando nuestro blog estaba dando sus primeros pasos y que me ha puesto en la cara una sonrisita nostálgica y satisfecha al ver que sigo manteniendo los mismos principios.

Dije que no iba a hablar de sueños, pero tengo que hacer una pequeña excepción, aunque os parezca que tiene poca cabida en un artículo que pretende ser mucho más práctico que teórico. Porque desde que empecé a escribir me ronda una frase que me gusta mucho: haz de tu vida un sueño, y de tu sueño una realidad. Y como esa es la filosofía que va entre las líneas de este artículo, dejaré que esa idea tenga su pequeño momento de gloria.

Volvamos pues a lo práctico. Tengo una meta clara: escribir, ser escritora, que la escritura forme parte de mi vida cotidiana. Para eso me voy marcando objetivos concretos y específicos: publicar en Mocade dos veces al mes, sacar adelante mi curso de escritura y mi novela, apuntarme el año que viene al NaNoWriMo (¡Gracias, Carla!).

Y como lo de los objetivos a veces se me va por las ramas, mi último reto consistirá en crearme hábitos que me ayuden a cumplir los objetivos que me lleven a la meta. Me acabo de comprar un programa de Ana Bolox, El escritor organizado, que creo que me va a dar un buen empujón en esa tarea de afianzar unas rutinas que hagan que me ocurra lo que dijo Picasso: Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando. Y en eso estoy. Intentando hacerle caso a mi paisano para llevar a la práctica consejos de blogs como este de Sinjania que nos explica más y mejor esto que os he contado.

Obstáculos y apoyos

Ya tenemos claro de qué estamos hablando ¿ok? El paso siguiente es pararnos a pensar qué nos ayuda a llevar a buen puerto nuestros proyectos, y cuáles son las piedras que pueden hacernos tropezar. Empecemos por lo malo.

Ya lo dijo Carla: excusas no nos van a faltar. Que para eso los escritores somos creativos y nos inventamos las mejores. La falta de tiempo. Los niños. El trabajo. Las guardias. El cansancio. El bloqueo. Candy Crush. Juego de Tronos… ¿queréis más? Pues a ver si nos hacemos listas y empezamos a establecer prioridades. Yo, por ejemplo, decidí dejar de hacer guardias hace unos meses. Y no me ha tocado la lotería ni nada de eso, ¡ojo! Pero mi madre me dijo que iba a guardar todos los meses cincuenta o cien eurillos en una hucha para darme el dinero cuando juntara el precio de una guardia. Y así, de vez en cuando, yo podría dejar de hacer alguna. Ufff… Eso me emocionó y me dolió a partes iguales. Y me hizo pensar. Comprender que mi madre quería regalarme tiempo para estar con mis hijos y para mí me hizo darme cuenta de lo que me estaba perdiendo. Así que el mejor regalo que le he hecho en su noventa cumpleaños ha sido decir NO a las guardias. Y hoy día disfruto de un montón de tiempo que no se paga ni con una Visa Platino. Si de algo me arrepiento es de no haber tomado antes esa decisión.

Y ahora viene lo bonito. Aquí podría escribir también una lista interminable, así que me quedaré con lo mejor. O, al menos, con lo que para mí ha sido lo mejor. El trabajo en equipo. Hace un rato chateaba con mi amiga Carmen, en plena tarea de revisión y corrección de uno de sus borradores, y le decía que trabajar con ella, con Carla y con Mónica me ha proporcionado una seguridad y unas tablas que, en solitario, no habría llegado a conseguir de ninguna de las maneras. De eso también hablé a principios de este año, cuando se me ocurrió una historia que escribí en forma de Carta a los Reyes Magos. Mis amigas son el mejor apoyo externo que se pueda soñar. Y desde aquí, les doy las gracias. Pero hay otro aspecto interior que defiendo siempre porque ponerlo en práctica me ha dado y me sigue dando muchas alegrías y satisfacciones, y es tomar conciencia de que saber no es suficiente si no tenemos en cuenta otras cosas. Y lo dejo ahí.

Conclusión

Cada uno de nosotros tendrá que encontrar y diseñar su propia escaleta, que será la que le ayude a avanzar en su crecimiento como escritor. Eso es algo bastante personal, pero se me ocurre que podríamos continuar con un ejercicio de creatividad, y aplicar a la escritura esa famosa regla del periodismo de las cinco “W”.

Esas “5W” hacen referencia a What, Who, Where, When, Why y How: qué, quién, dónde, cuándo, por qué y cómo. Que cada cual piense qué quiere escribir, quién quiere ser como escritor, dónde va a poder trabajar mejor, en qué momento, por qué vale la pena hacerlo, y cómo puede organizarse para conseguirlo. Si tenemos respuesta a esas cuestiones, creo que vamos por buen camino.

Para terminar, os diría que escribáis para vosotros mismos. Es un error intentar escribir para gustar a todo el mundo, porque, aunque hagamos la mejor paella del universo, siempre habrá alguien a quien no le guste su sabor. Cuando empecé a publicar, me daba pánico pensar que podría encontrarme con comentarios ofensivos, o dolorosos, o injustificados desde mi punto de vista. Y eso hizo que algunos artículos no llegaran a ver la luz. Así que, como despedida, os dejo otra de mis frases preferidas: Tened cuidado con los miedos, porque les encanta robar sueños.

Adela Castañón

Foto: Pinterest

NaNoWriMo: un mes para escribir el borrador de mi novela

NaNoWriMo 2017

En 1999, veintiuna personas sin nada mejor que hacer decidieron crear un grupo de escritura que diera que hablar. Según sus propias palabras, era un punto intermedio entre un club literario y una fiesta, y descubrieron que, en un mes, se podía escribir una novela.

No fueron los primeros en darse cuenta de eso. Muchos autores sacan novelas cada año, incluso aquellos que escriben alta literatura o Literatura en mayúsculas.

Otros, en cambio, ni escribimos (aún) alta literatura ni somos rápidos escribiendo.

Desde entonces, aquel grupo de escritores fue creciendo hasta que fundaron el National Novel Writing Month o NaNoWriMo. Como casi todo lo que nace en Estados Unidos, no tardó mucho en sobrepasar sus fronteras y, ahora, ya son muchos los escritores que se apuntan cada año a este reto.

Sin ir más lejos, los participantes españoles escribimos 3.974.109 palabras en tres días. La meta es escribir 50.000 palabras en un mes. Eso es más de 1.600 palabras al día. Impresionante, ¿verdad?

¿Por qué me he apuntado al NaNoWriMo?

Suelo ponerme metas elevadas y, en un futuro, me gustaría que mi nombre se asociara a literatura de alta calidad. Para conseguirlo es necesario estudiar y practicar. Lo primero ya lo estoy haciendo. Lo segundo, menos de lo que me gustaría. Y es frustrante porque escribir no solo me gusta, sino que es mi válvula de escape cuando me siento estresada por el trabajo, la carrera o el día a día.

La primera vez que escuché hablar del NaNoWriMo todavía estaba al principio de mi formación como escritora y no me sentía con ánimos ni con fuerzas. Pensaba: “¿Escribir una novela en un mes? ¿Estamos locos o qué?” Tenía una idea para un libro pero no creía que fuera capaz de cumplir el reto.

Este año, sin embargo, ha sido distinto. Gracias a las redes sociales leo y conozco a un montón de escritores que me inspiran cada día para encontrar la mejor versión de mí misma. Sé que estoy lejos de ella, pero ver que otros luchan por la misma meta me ha inspirado y, sobre todo, picado. Si ellos lo hacen, ¿por qué no yo? Al fin y al cabo, se trata de esforzarme, y de eso sé un rato.

El 31 de octubre me metí en la página del NaNoWriMo y me di de alta. Inmediatamente después, sentí una alegría que no esperaba. ¡Un nuevo reto! ¡Uno relacionado con la escritura! Y, además, una meta que me va a ayudar a escribir aquella primera novela que me llevó a estudiar técnicas narrativas y demás. El culmen de cuatro años de esfuerzo.

Si esto no es emocionante ya me diréis qué puede serlo.

¿Cómo encarar el NaNoWriMo? La preparación

Para algunos nos es imprescindible tener planeado qué vamos a escribir para alcanzar las cincuenta mil palabras en un mes. Muchos Wrimos (así nos llaman a quienes seguimos este reto) preparamos previamente una escaleta o pequeños resúmenes antes de empezar.

En mi caso he de confesar que he hecho trampas. Más o menos. No pensaba apuntarme al NaNoWriMo así que no preparé nada expresamente para ese reto. Sin embargo, tenía una idea que maduré a lo largo del año pasado. La penúltima semana de octubre preparé una escaleta con un pequeño resumen de las tramas por capítulos y escribí algunas páginas para pillar la voz y el tono de la novela. Con todo eso, me sentía preparada para enfrentarme al mes de escritura.

National_Novel_Writing_Month Letras desde Mocade

El logo del NaNoWriMo es lo que necesita todo escritor: algo para escribir y café. Montones de café.

Los inicios: el encuentro con compañeros.

Como ya explicó Mónica en este artículo, nosotras somos lobas de manada. Por eso, cuando decidí convertirme en Wrimo, no quise hacerlo sola. Pronto vi que Coral y Rafa, los jefes del blog “La maldición del escritor”, animaron a todos sus seguidores a que hiciéramos grupos para compartir experiencias y competir entre nosotros para ver quién o quiénes escribíamos más en un mes. La verdad es que el hecho de ganar a los otros equipos me importa mucho menos que vivir la experiencia y hacerlo acompañada por personas tan locas como yo. Gracias a Twitter, nos juntamos diez escritores en un grupo que hemos llamado “Brújulas locas”, por aquello de ser escritores de brújula o de mapa, ya sabéis. Está siendo muy divertido compartir esta aventura con Laura, Carla, Elsa, Marta, Dalila, Bea, CeMonA, José de la Sierra y Lorena. Cada uno tenemos proyectos muy interesantes, ambición, ganas de escribir y de disfrutar. Además, nos pedimos ayuda, nos damos consejos e intentamos alcanzar a Marta o, al menos, escribir entre nueve tantas palabras como ella sola.

La experiencia, mi deseos y mis metas.

Por un lado, el NaNoWriMo me está obligando a escribir sin revisión. Para una persona como yo, muy dada a la autocrítica extrema y a pararme a reescribir lo mismo mil veces antes de pasarlo a corregir, es un ejercicio muy interesante. Es la primera vez que me dejo llevar sin releer el mismo párrafo cuarenta veces. Ya solo por esto es una experiencia que me merece la pena.

Por supuesto, no significa que lo que salga de esto merezca ser publicado. No. Aquí estamos trabajando todos en un borrador. Después hará falta reescribir, revisarlo, corregirlo, volver a reescribir algunas cosas y revisarlo de nuevo. Sin embargo, tener listo un borrador en un mes me parece un ejercicio fantástico.

Por otro lado, estaba bastante segura de que al segundo día pincharía. “¿Escribir mil seiscientas sesenta palabras en cada sesión?”, pensaba. “Ni de coña”. Bien, la realidad es que llego a las mil setecientas sin despeinarme, y paro porque también tengo otras cosas que hacer durante el día. Sin embargo, igual que esos veintiún locos que se juntaron en 1999, he descubierto que se puede hacer. Que lo puedo hacer. ¿No es maravilloso?

Dicen que solo hacen falta tres semanas para asumir un hábito. ¿Me ayudará el NaNoWriMo a consolidar el hábito de la escritura? Eso espero. En todo caso, el 4 de diciembre os lo contaré.

Carla Campos

@CarlaCamplosBlog

 

¿Qué comen los trolls? Guía básica para la creación de razas en la literatura fantástica

De las cuatro mocadianas que escribimos este blog, a Mónica y a mi nos encanta la ciencia ficción y la fantasía en todos sus formatos. Quizá por eso las dos estamos trabajando en sendas novelas fantásticas. La mía está ambientada en una sociedad muy similar a la de las culturas clásicas mediterráneas, y aunque tiene algo de magia, es muy fácil coger un libro de historia para inspirarse en la realidad cuando la imaginación no da para más. La novela de Mónica, en cambio, es mucho más compleja. Es del género de lo maravilloso, donde el mundo y sus habitantes no tienen nada que ver con el nuestro. Los personajes no son humanos; la vida en el planeta donde transcurre su historia ni siquiera está basada en el carbono. Por tanto, debe usar la imaginación y la lógica para no patinar en la trama y, con más motivo, en los detalles que le dan consistencia al mundo como, por ejemplo, qué comen, de qué viven e, incluso, si tienen algún tipo de atributo que les dé pudor enseñar.

¿Qué comen los trolls? Un ejemplo del Mundodisco.

Lord Vetinari, el Patricio de Ankh Morpork, decide que la Guardia de la noche debe tener representantes de minorías étnicas de la ciudad. Así es como, para desgracia del Capitán Vimes, un troll, un enano y una mujer se presentan como reclutas. Troll y enano, razas en histórico conflicto, forman equipo y el día a día les fuerza a conocerse un poco más y desechar creencias establecidas que tenían poco de verdad.

Como, por ejemplo, cuando un enano descubre que los trolls no comen humanos. “¿Cómo?”, os preguntaréis. “Si todo el mundo sabe que los trolls se ponen debajo de los puentes y se comen a los viajeros que no responden correctamente a sus tres preguntas”. Sí, ya. Pero Pratchett lo explica de una manera soberbia: ¿Verdad que los humanos son de carne -y grasa y agua-, y comen eso para sobrevivir? Entonces, ¿de qué le sirve una pierna humana a un ser hecho de silicio y otros materiales rocosos?

Monstruo de las galletas GIF

¿Hay peor monstruosidad que destruir galletas en vez de comérselas?

Usando la lógica, tiene sentido que un troll hecho de piedra coma piedras.

Esta historia se cuenta en Hombres de armas.

La jerarquía de necesidades

Qué come un troll es uno de los detalles nimios que no tienen por qué aparecer en una novela pero que, según cómo hayamos diseñado esos pormenores, hará que la estructura familiar y social tenga una forma u otra. Para eso, a mí me gusta jugar con la pirámide de Maslow.

Abraham Maslow fue un psicólogo estadounidense de corriente humanista que estudió el camino hacia la autorrealización de las personas. Creó una jerarquía de necesidades que trasladó a una pirámide para hacer su teoría más visual.

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Así, según Maslow, a medida que vas cubriendo las necesidades de abajo, vas teniendo las de arriba. Me explico: si no tienes qué comer, difícilmente te va a importar autorrealizarte en la vida. Esto también tiene sentido, ¿verdad?

Y ahora os preguntaréis: ¿podemos aplicar la psicología humana a cualquier raza de nuestro mundo? Quizá no. Pero, como para escribir e imaginar nos basamos en lo que conocemos, y lo que conocemos son los humanos, no veo nada mejor que inspirarnos en ellos para tener unas pautas que nos ayuden a crear nuestras razas.

La pirámide de Maslow y las cocinas de los trolls

Vamos a ver, punto por punto, en qué nos ayuda la Pirámide de Maslow para definir nuestras razas y, por ende, las sociedades  en las que viven. Según sea esa sociedad, nuestra trama encajará más o menos así que no es un trabajo menor.

Necesidades fisiológicas. Esta es la categoría más sencilla: lo que necesita nuestra raza para sobrevivir. ¿Nuestra raza respira? ¿Se reproduce y tiene sexo? ¿Necesita comer? ¿Duerme? Si se reproduce ¿todos sus miembros pueden hacerlo? ¿Son embarazos dentro de cuerpos o se crían en, no sé, ¿huevos? Según qué decidáis, la estructura familiar será de una forma u otra. Si los neonatos no necesitan progenitores, quizá las crías viven juntas bajo el cuidado de profesionales. Igual son seres con branquias que pueden vivir en tierra pero necesitan sumergirse cada cierto tiempo en agua dulce. O necesitan dormir pero mueren si se quedan quietos demasiado tiempo.

Si aceptamos la hipótesis de Pratchett hemos quedado en que los trolls comen piedra. Así pues, de nada sirve que haya batidas de caza, al menos para comer. En todo caso, quienes se encarguen de conseguir recursos alimenticios serán mineros, ¿no? Por otro lado, ¿necesitan una cocina? Está claro que un fogón normal no les serviría de mucho, no creo que se pueda calentar un trozo de roca. Igual un horno de herrero les haría más servicio, y un yunque.

Ya veis, son muchas decisiones, y las más básicas.

Necesidades de seguridad. Una vez se han satisfecho las necesidades primarias, aparecen estas: son aquellas que aseguran que nuestra raza va a estar bien. Por ejemplo: ¿Pasa frío o calor? ¿Tiene efectos adversos para su salud? Según Pratchett, los cerebros de silicio de los trolls funcionan mejor con una baja temperatura. Es decir: si hace calor se vuelven tontos, por lo que es lógico que, si quieren pensar bien, buscarán lugares fríos en los que trabajar.

Por otro lado, los trolls de ciudad que no tengan una mina cerca posiblemente necesitan trabajo para comprar piedras. ¿De qué puede trabajar un troll? ¿Quién va a contratarlo?

Estas dos partes de la pirámide, además, nos ayudarán a definir el conjunto de sociedad. Saber qué necesitan para vivir es imprescindible para conocer la demanda de la población e, incluso, dónde está el capital y en manos de quién están los recursos. Si recordáis la última peli de Mad Max: Fury Road, el recurso más buscado era el agua, y esta estaba en manos de Immortan Joe.

Immortan Joe controlando el agua

Sabed, también, que quien controla los recursos necesarios para la vida controla la sociedad en sí. No lo olvidéis nunca.

Necesidades sociales. Ya sabemos qué necesita nuestra raza para sobrevivir. El siguiente paso es saber si es una raza social o no y, según eso, definir qué entra dentro de la normalidad. El ser humano es un animal social por naturaleza y así solemos crear nuestras razas. Si nuestro protagonista es individualista o solitario lo hacemos para conferirle un rasgo especial, para marcar la diferencia con el resto.

De ser así, entonces debemos crear unas normas sociales a las que los personajes puedan o no acogerse y, sobre todo, tener en cuenta que nuestra trama tenga sentido en ese tipo de sociedad. Si la vida ha surgido del mundo vegetal y los niños salen de pequeños capullos que brotan de la tierra, es fácil que las familias tal y como las conocemos no tengan sentido. Si es una raza cuyo sistema reproductivo está en el interior del cuerpo y no tienen necesidades de frío ni de calor, quizá es más lógico que vayan desnudos que vestidos. Y quien se ponga una falda, por ejemplo, llamará la atención.

Además, hay que sumarle otras muestras de afiliación como son la amistad, el amor fraternal o familiar y las relaciones románticas.

Necesidades de autoestima. en este caso, nos referimos a la necesidad de respeto y de autoconfianza en uno mismo. Según Maslow, la necesidad de autoestima y de reconocimiento son las más sofisticadas, aquellas que solo aparecen si las tres anteriores están cubiertas.

Bien, ¿qué necesita nuestra sociedad para que una persona se sienta reconocida? En una aldea de Trolls, es posible que se valore especialmente al espécimen que sea capaz de romper la roca de un solo puñetazo. En una sociedad de plantas humanoides que haya llegado a la era espacial, es posible que un ser respetado sea el que pilote naves como quien lleva un triciclo. En nuestra sociedad siempre se ha considerado exitoso a aquel que, con treinta años, tenga una pareja preciosa, coche, casa, hijos, perro y un trabajo que le ingrese varios ceros en el banco.

Como veis, en la época de mis padres, la persona más exitosa era aquella que había cumplido con las tres primeras necesidades de la pirámide de manera excelsa y holgada.

Claro que este éxito debe servir para el propio reconocimiento del personaje. Son valores o creencias comunes que hacen que uno mismo se quiera y que los demás también lo hagan.

Necesidades de autorrealización. Como decía antes, en los 90, el exitoso era el que había conseguido la casa, el niño rubio de ojos azules y el coche deportivo. Ahora, bien superados los 2000, hay otra cosa que se nos ha puesto por delante, quizá porque sabemos que las nuevas generaciones lo tenemos más difícil que nuestros padres a la hora de cobrar. Ahora, lo que importa, es la autorrealización.

¿Qué quiere decir eso? Cada uno tenemos objetivos vitales que hace que nos sintamos orgullosos de nosotros mismos. La realización personal depende de cada ser y de sus gustos y voluntades. Sin embargo, estos gustos están influenciados por la sociedad, y la sociedad depende de nuestra naturaleza y nuestras necesidades.

¿Cómo se autorrealizará un troll? Consiguiendo ser tan listo en un clima cálido como en uno frío, por ejemplo. Preparando las rocas más deliciosas del mundo. Cincelando su cuerpo (badumtsss) para presentarse a Mister Troll 2097. ¿Quién sabe? Lo importante es que la autorrealización pasa por conseguir logros que vienen definidos por nuestra naturaleza y nuestra sociedad.

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Si fuera junto a David Bowie yo también querría ser la reina troll

 ¿Lo veis? Está todo ligado. Si no fuera tan lógico os diría que es magia, y por eso me gusta tanto.

 La pirámide de Maslow, que se utiliza en psicología, en Marketing o en Comunicación, también puede aplicarse a la literatura. No deja de ser una guía, una plantilla que nos dice si vamos bien encaminados si queremos crear una raza o una sociedad distinta de la nuestra y que siga teniendo sentido.

En el caso de que la raza sea la humana pero la sociedad sea inventada, solo tenemos que saltarnos las dos primeras necesidades porque ya nos son conocidas. Una vez empezamos a trabajar en cómo es la sociedad, podemos seguir con el resto de necesidades para crear nuestros personajes, ya sean protagonistas, antagonistas, acompañantes o lámparas sexys (esto último mejor no, por favor), y que aporten valor a la idea que queremos transmitir con nuestras historias.

Carla Campos

@CarlaCamposBlog

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Imagen de Efraimstotcher

 

 

Un breve relato de terror: el corrector

Juan miró el pasillo. El olor pestilende del orín se mezclaba con el de la humedad de las paredes y con el de la comida descompuesta. El techo, que casi se podía tocar con los dedos si se levantaba la mano, tenía desconchones y bolsas de agua, además de diez ojos de buey. Algunos estaban rotos, otros fundidos y, el único que funcionaba, titilaba.

Miró a su criatura, a la que sujetaba con fuerza con la mano. Intentaba engañarse y creer que la estaba tranquilizando, pero él era quien necesitaba valor y consuelo. Su niña bonita había sido el fruto de su amor y, aunque sabía que lo que iba a hacer era lo mejor para ella, se estremecía al pensar en dejarla a solas con un desconocido. ¿Cómo la trataría? ¿Tendría con ella la consideración que se merecía? ¿Sobrevivirían a esta intervención?

Se concentró en la meta que apenas entreveía al final del pasillo. Dio un paso, luego otro. A medida que se acercaba, se hacía más claro el lugar en el que todo cambiaría. Era una puerta de madera con un gran sobre de cristal opaco que empezaba a media altura y ocupaba toda la parte superior. Detrás, una luz moribunda resaltaba unas letras desgastadas que apenas se leían. El mensaje sobresalía por entre las salpicaduras de sangre de sus clientes anteriores:

“Hacemos correcciones de textos literarios”

Os estaréis preguntando qué hace Carla publicando un relato un lunes, si los lunes, en Mocade, son días de artículo. Y tenéis razón.

Quizá, cuando leáis mi relato , pensáis que exagero. Que el autor no ve a los correctores como terribles mutiladores de su obra y, por tanto, de su ingenio. Quizá. Pero, cada vez que me pongo a bucear entre los ebooks publicados en Amazon por escritores indies, me acaban sangrando los ojos con sinopsis plagadas de faltas y de puntuación creativa.

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Un ejemplo de puntuación creativa. Amazon.

Llamadme quisquillosa pero, como lectora, solo pido un mínimo de respeto por la lengua en la que intentamos comunicarnos. Y por mis ojos, que sufren mucho.

Uno de esos días en los que lloraba sangre con profusión después de una búsqueda de lectura nueva, y teniendo en mente la preparación de este post, se me ocurrió examinar qué era lo que los escritores noveles hacían antes de (auto)publicar un libro. Si lo corregían o qué. Como formo parte del grupo de Facebook “Libros, lectores, escritores y una taza de café”, aproveché para preguntarlo:

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Las respuestas cubren todas las opciones que tiene un escritor:

“¿Corrección? ¿Qué corrección?”. Escribí esta opción con los dedos cruzados, incluso los de los pies, temiendo que alguien la eligiera. No fue así, por suerte.

“Solo lo he corregido yo”. Pienso que esta opción es casi lo mismo que no corregirlo. Porque es muy difícil ver los errores propios (si lo escribiste mal, ¿seguro que vas a verlo? ¿No lo habrías escrito bien a la primera?) y posiblemente el texto cojee más que Claudio.

“He pasado mi libro a otros escritores para que corrigieran”. Pensaba, de verdad, que esta opción tendría más acogida. Porque es de suponer que un escritor conoce los trucos del oficio y te puede decir qué cosas son las que fallan: si las tramas cuajan o aburren, si los personajes son más planos que un folio o si tienen más curvas que la Pedrera. Dejar tu novela a un escritor es una buena idea, pero no es imprescindible que tenga la misma formación específica que un corrector, por lo que pueden obviar muchas cuestiones de estilo y ortográficas.

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La Pedrera. Porque Gaudí odiaba las líneas rectas. Wikipedia.

“He pasado mi libro a lectores de confianza para que corrigieran”. Como veis, esta es la opción preferida, de lejos. Y yo soy partidaria de dar a leer el texto antes de publicarlo, pero para ver si funciona, no para corregirlo Porque, ¿qué formación tienen esos lectores? ¿La que se imparte en primaria y secundaria? No olvidemos que conocer la lengua no es garantía de hacer un buen trabajo de corrección, hace falta algo más. Y recordemos que hay lectores que devoran libros y que, misteriosamente, son impermeables al conocimiento de la ortografía básica como saber que “a ver” y “haber” no se usan indistintamente, aunque suenen igual. Y que “aver” no existe.

“He pasado mi libro a un corrector”. La verdad, me esperanzó que fuera la segunda opción más votada, aunque rivalice por el puesto con los que se autocorrigen.

Las respuestas a la encuesta me acabaron de convencer para escribir este post. Me gustaría desmitificar el papel de los correctores y traductores. Siempre han sido necesarios pero, hoy, que cualquiera puede escribir un texto de menor o mayor calidad y ponerlo a disposición de quien lo quiera leer, más aún.

El punto de vista del corrector

Creo que una buena manera de desmitificar el trabajo del corrector es hablando con uno de ellos. Por eso me puse en contacto con Mariola Díaz-Cano, filóloga inglesa, traductora y correctora ortotipográfica y de estilo.

Carla – Muchos escritores nóveles aún no conocen el trabajo de los correctores. ¿Podrías explicarnos brevemente cuál es vuestra labor?

Mariola – Nuestra labor consiste en revisar que la forma de un texto sea correcta, independientemente de su contenido. Es decir, que ese texto cumpla las normas básicas ortográficas, gramaticales, sintácticas y de léxico que permitan su claridad y comprensión. En definitiva, «limpiarlo» de errores o erratas que puedan tener. Por ejemplo, ese «nóveles», que es incorrecto. El adjetivo es novel y el plural es noveles, sin tilde. Para ello, contamos con varias herramientas lingüísticas como la norma académica que dicta la RAE y otras muchas (diccionarios, manuales, etc.). Más simple: hacemos que un texto esté correcto, pero puede que ese texto no sea bueno. La calidad la juzgan los lectores.

C – Aunque el trabajo de corrección es imprescindible aún hay muchos autores, especialmente los noveles, que son reacios a contratar vuestros servicios. ¿Cuáles crees que son los motivos?

M – Posiblemente por el precio, pero hay que tener en cuenta que a veces no están seguros o desconocen qué tipo de correcciones hay o necesitan. No es lo mismo una corrección ortotipográfica superficial que una corrección profunda de estilo, mucho más especializada, o una corrección profesional que incluye ambos servicios. Pero lo fundamental es el tiempo que puede llevar ese trabajo. De nuevo, no es lo mismo la corrección ortotipográfica de un folleto, la revisión de una bibliografía, o la de estilo de una novela de 300 páginas. Y todos sabemos que el tiempo tiene un valor importante.

C – ¿Qué es lo más difícil de vuestra labor?

M – Tal vez darte cuenta de que puedes dudar de lo más mínimo o que, en varias ocasiones, la lengua puede ser tan flexible que todo está permitido. Pero sobre todo, en particular en la corrección de estilo, hay que intentar por todos los medios no perderle el respeto al texto. Eso, a veces, es un verdadero esfuerzo, pero ayuda ser capaz de ponerse en el otro lado. Y dado que en mi caso también soy escritora trato de mantener ese equilibrio.

C – Como ya sabemos, un autor debe construir una voz que hable al lector. Aunque, en un mundo ideal, el narrador debería de ser diferente al autor, está claro que es complicado librarse de ciertos modismos o formas del habla. ¿De qué forma interviene aquí el corrector de estilo? ¿Se deben cambiar los modismos o formas de hablar del narrador en pos de un lenguaje más normativo? 

M – El corrector de estilo (y el tipográfico menos) no tiene nada que ver con la voz que decida utilizar el autor. Que este quiera escribir en primera o tercera persona no influye a la hora de usar recursos o figuras según su conveniencia o para construir personajes. O sea, un personaje tendrá la forma de hablar que quiera el autor, independientemente a su voz. El corrector de estilo puede hacer sugerencias o comentarios para mejorar la construcción o comprensión de determinadas expresiones (concordancias, coherencias, pleonasmos, barbarismos, etc.), pero no debe alterarlas más que en el grado que afecte a la norma más básica y fundamental. Siempre será el autor el que tenga la última palabra, él es quien acepta o no los cambios o sugerencias propuestos. Y aquí vuelvo a hablar desde los dos lados. Además, el autor también puede pedir que se mantengan esas características especiales. Donde actúa el corrector de estilo es por ejemplo en mantener la coherencia con el contexto. Si el autor crea un personaje del hampa criminal en una novela negra ambientada en los Estados Unidos de los años 50, en teoría, debe saber hacerlo hablar como tal. Si el corrector de estilo observa que ese personaje habla con giros lingüísticos del siglo XXI, es cuando le llama la atención al autor sobre ello. Eso sí, le corregiría sin dudarlo un «pegale un tiro» o «me ha robado doscientos pabos», porque eso forma parte tanto de la corrección ortotipográfica como de la estilística.

El punto de vista del corrector que también es escritor

Para esta parte de la entrevista he escogido a Gabriella Campbell, a la que muchos conoceréis por ser una de las blogueras literarias más importantes en lengua hispana.

Carla – Como escritora y correctora, ¿qué significó para ti que otra persona tocara tu trabajo la primera vez? ¿Fue traumático? (doy por hecho que tus libros pasan por otra correctora por aquello de que cuatro ojos ven más que dos).

Gabriella – Pues es un problema, si te soy sincera. Cuando otros correctores han revisado mis textos ha sido un poco desastre, por la sencilla razón de que si dos correctores no están de acuerdo en algo, se inicia un largo proceso de consultas a Fundeu, citas de la RAE y debates sobre el manual de estilo que use la editorial. Así, una corrección sencilla se alarga mucho más de lo necesario.

Debido a esto, para obras autopublicadas prefiero tirar de buenos lectores de confianza que no son correctores profesionales, pero que saben cómo trabajo y dónde suelo meter la pata. Cuando publico con editoriales, intento no intervenir demasiado en la corrección, pero confieso que me cuesta mucho (y he sido editora y maquetadora también, así que te puedes imaginar lo pesada que puedo llegar a ser).

Insisto siempre en la necesidad de otro par de ojos (¡o más!): ya sea un corrector si eres escritor a secas o un lector excelente si ya tienes experiencia como corrector profesional y no te apetece entrar en el bucle que ya he descrito.

C – ¿Qué pasa si tienes un punto de vista diferente ante una corrección? ¿Qué criterio consideras que vale más, el tuyo como autora o el suyo como corrector?

G – Creo que cualquier corrector te dirá que el criterio del cliente acaba pesando más, por la sencilla razón de que es quien paga. Siempre he dicho que, con la excepción de fallos garrafales de ortografía, todas las modificaciones de estilo son sugerencias que el cliente puede aceptar o no. Y en alguna ocasión he tenido que dejar pasar, también, algún fallo garrafal, porque el cliente se empecinaba y no había manera de hacer que cambiara de opinión.

Cuando trabajo como escritora con otro corrector, mi perspectiva ya no es de autora, sino también de correctora. Así que se trata, como ya he mencionado antes, de un debate entre colegas.

 C – ¿Crees que el trato que dispensas a obras y autores como correctora ha cambiado desde que te pusiste al otro lado?

G – Creo que me he vuelto más diplomática, desde luego. Entiendo ahora mucho mejor lo duro que es recibir una corrección (sobre todo de estilo); para muchos autores es una crítica, una manera de decir que no hacen bien su trabajo (cuando no es así, para nada). Así que he cambiado mi forma de comunicarme con autores: presento las correcciones como sugerencias y el lenguaje que empleo con ellos es muy distinto. Está enfocado a que entiendan mis correcciones como maneras de sacarle el máximo potencial a su texto, no como correcciones de algo que ellos han hecho mal. Corregir es, como tantos otros oficios, un aprendizaje constante de trato con el cliente.

El punto de vista del traductor

Si ya es difícil mandar un libro a corregir, imaginaos lo que tiene que ser dejarlo en manos de alguien que habla otra lengua que no sea la tuya. ¡Cuántos miedos! ¿Lo corregirá bien? ¿Sabrá transmitir en inglés, sueco o suajili cómo se siente mi protagonista amado? ¿Por qué no podrán todos hablar la misma lengua que yo, eh? ¿EEEEHHHH?

Por eso he contado con Roberto Correcher. Roberto es muchas cosas: traductor de holandés, danés, alemán e inglés (¡ahí es nada!), pero es que además es guionista y actor. Seguro que muchos lo conocéis por sus papeles en teatro y televisión. Ya, yo también me pregunto cómo tiene tiempo para todo. ¡Hasta para contestar a mi entrevista!

Carla – Una de las cosas más importantes para el autor es encontrar una voz única. ¿Es fácil mantener esa voz en el proceso de traducción?

Roberto – Lamento ser taxativo, pero la respuesta es no. Al leer tu pregunta se me agolpan varias ideas en la cabeza a las que me gustaría dar salida. El mero hecho de hablar un idioma no lo convierte a uno en traductor. La traducción es un «arte de interior» que rara vez se aplaude, es un trabajo solitario y desmedido que no se reconoce. Los traductores literarios preparan su labor mucho antes de ponerse a traducir un libro o una novela, como poco leen obras anteriores de ese autor para familiarizarse con el estilo, el tono —no solo las obras originales, sino también las traducidas—, el contexto social en el que se ha escrito la obra, el contexto social del momento en el que el autor escribió la obra y un sinfín de cosas más que prepararán al traductor para la tarea. Los autores pueden tardar días en dar por buena una frase, el traductor no puede pasar por alto ese trabajo. Es su obligación ser fiel al autor y empaparse hasta la médula, lo cual puede resultar agotador; sin mencionar los plazos de las editoriales, pero ese es otro cantar.

C – ¿Cuál es la relación del autor con el traductor? ¿Le da algún tipo de directriz de cómo quiere la traducción, etc.?

R – Pues varía todo lo que puede variar una relación. Hay traductores que son los «titulares» de ciertos autores. Con el tiempo y el trabajo han ido fomentando una relación, han canalizado empatías y la tarea es mucho más fácil. El autor siempre puede clarificar matices, imágenes, etcétera. Por supuesto, esto no siempre se da, de hecho, no es lo habitual. Lo normal es que se reciba un encargo de un autor que no conoces ni conocerás y al que empezarás a vislumbrar a través de su escritura, algo que también es muy enriquecedor, sin duda. Una buena relación con la editorial basada en la profesionalidad también es indispensable. Habrá correcciones, notas, cambios que uno mismo debe defender y argumentar para honrar el trabajo del autor.

C – ¿Qué recomiendas a un autor independiente que quiera traducir su obra sin el apoyo de una editorial?

R – Hay algunas plataformas (http://www.babelcube.com) en las que los autores tienen sus libros para que traductores que quieran empezar a desenvolverse en el campo hagan sus primeros pinitos y cuyo destino suelen ser plataformas como Amazon, donde la calidad de los libros a la venta no siempre es satisfactoria. Naturalmente, estas traducciones son gratuitas y la recompensa se «traduce» en potenciales y precarios derechos de autor que se compensan con la satisfacción de haber traducido el primer libro.

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Creo que la conclusión que podemos sacar de estos grandes profesionales es que la corrección es necesaria y que no supone ningún trauma acudir a un corrector para que deje nuestro texto tan limpio como se merece.

Desde aquí, quiero dar las gracias a Mariola, Gabriella y a Roberto, y desearles muchísimos éxitos (que ya tienen) a los tres. Dejadme un huequito en vuestra agenda para cuando tenga lista mi novela, que os voy a necesitar.

Para los más curiosos, os dejo las biografías de los tres entrevistados. Seguro que os gustará saber un poco más de ellos.

Mariola Díaz-Cano Arévalo es filóloga inglesa, correctora ortotipográfica y de estilo y traductora, además de escritora desde la infancia. Con casi innato interés por el mundo de las letras y el lenguaje en general, empezó más oficialmente en el mundo de la corrección al participar en un blog literario donde escribía y corregía textos de otros colegas escritores, que empezaron a hacerle encargos. Así que, como correctora ortotipográfica y de estilo, ya son diez libros publicados.

Como escritora tiene varias influencias literarias, con preferencia por el género negro y el más clásico de aventuras, sobre todo las que transcurren en el mar, quizás por contraste con sus orígenes de tierra adentro. Tiene pendientes de publicación un par de novelas y también escribe relatos de varios géneros (RINCÓN LITERARIO – IATA – MDCA CORRECCIONES).

Entre sus escritores favoritos destacan Robert Louis Stevenson, Jane Austen, Walter Scott, Alejandro Dumas, Edgar Allan Poe, Julio Verne o Patrick O’Brian, y más contemporáneos, Arturo Pérez-Reverte, James Ellroy y Jo Nesbø, entre otros muchos.

Gabriella Campbell es licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y tiene un experto en Comunicación. Fue cofundadora y dirigió durante siete años la editorial Parnaso, ha sido correctora y lectora profesional, y en la actualidad se dedica a escribir y a ayudar a otros escritores.

Tiene dos poemarios publicados (El árbol del dolor, Happy Pills) y un libro de relatos de fantasía oscura: Lectores aéreos. Ha colaborado como redactora en diversas revistas y páginas web, entre las que destaca la red literaria Lecturalia.com y su propia web para escritores: www.gabriellaliteraria.com.

También publica libros para autores (70 trucos para sacarle brillo a tu novela), y ha escrito El fin de los sueños y El día del dragón con José Antonio Cotrina.

Roberto Correcher  es graduado en Comunicación y Criminología. Compagina el trabajo de traductor con su gran pasión, la actuación. Además de participar en Yo soy Bea o Perdona bonita, pero Lucas me quería a mí, podemos verle a menudo por los teatros de Madrid.

Su gran pasión por las artes no se quedan ahí. Además de su formación como guionista y escritor, es un entusiasta de la novela negra y policíaca, especialmente la novela escandinava. Disfruta leyendo a Caleb Carr, Dean Koontz o Edgar Allan Poe.

Cuando se jubile lo encontraréis haciendo yoga junto al mar.

Carla

@CarlaCamposBlog

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Imagen de Sandid

El punto de vista del personaje Vs. el punto de vista del autor

Hace unos días, recibí un whatsapp de mi amigo David (¡Hola, David!). Me preguntaba si el personaje de uno de los relatos que tengo colgados en este blog, Muralla de piel, era gay. Su duda me causó bastante impresión. Al escribir la historia no me había planteado cuál era la sexualidad de Yago. Sí que había pensado en él como un chico moderno, sensible, algo crédulo y, seguramente, desesperado —¿quién, si no, consultaría a una médium?—, pero no se me había ocurrido nada sobre con quién preferiría compartir su cama. No lo consideraba importante para la trama de una historia tan corta. Así pues, ¿qué había hecho yo, sin enterarme, para que David llegara a esa conclusión?

La novia llegando al altar

Cuando leí la respuesta me dio por reír. ¡Cómo no me había dado cuenta de algo tan evidente! Me había pasado igual que cuando te enseñan una foto trampa en la que se ve a una pareja acurrucándose ante una puesta de sol y la belleza del ocaso me impide ver que uno de ellos tiene tres brazos. Al centrarme tanto en recrear la atmósfera, había dejado de lado algo tan básico como la experiencia vital del personaje, y había puesto en el texto un símil que correspondía a mi manera de ver la vida, no a la de él.

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¡Anda! ¡Ese chico tiene un pegote entre los dientes! Y así es como no ves que a esa foto le sobra un brazo. Fuente: Colgate

Fallé (sí, los escritores también fallamos. ¡Larga vida a los correctores!) cuando hice que Yago describiera, a través de sensaciones, el espacio. Escribí que, si subía por las escaleras hasta el piso donde se encontraba la bruja, “se sentiría como una novia llegando al altar”. Mi amigo me dijo que no se creía que un tío se imaginara como una novia, un icono tan femenino, sino como Rocky entrenándose o un semidiós subiendo al Olimpo, y que pensó que igual era una manera sutil de explicar que era homosexual.

Un inciso: El lector activo

Durante algúniempo se ha creído que la audiencia era pasiva. El emisor, ya sea en televisión, en un periódico o en un libro, enviaba un mensaje y el receptor lo asimilaba tal cual, igual que un pavo degluta su comida, sin ningún tipo de pensamiento crítico. Con el tiempo, esa teoría ha ido cambiando hasta darle un papel decisivo a la audiencia, a la que trata de activa y supone que, cuando recibe un mensaje, utiliza todos los recursos que tiene a su disposición para descifrarlo.

Si aplicamos esta teoría del acto de comunicación a la lectura, esto quiere decir dos cosas. Primero, que la cultura y las experiencias del lector serán las encargadas de poner el aliño que necesita para descifrar un relato o una novela. Segundo, que el mensaje que llegue al lector no tiene por qué ser igual a lo que el autor pretende transmitir.

Qué jodido, ¿eh?

El ejemplo de David es fantástico para visualizar la importancia del contexto en el descifrado de un texto. Cuando escribí esa frase, quería transmitir la sensación de un paseo majestuoso por las escaleras. En mi imaginario, influenciado por la cultura en la que me ha tocado vivir, uno de los primeros ejemplos que me vienen a la cabeza es el de una reina recién coronada subiendo a un trono, o una novia, tal como puse en mi relato. Pero mi amigo, y posiblemente cualquier hombre, tiene decenas de ejemplos majestuosos subiendo escaleras, muchos de ellos dados por la cultura popular, como la imagen de Rocky que apuntaba mi amigo. Porque la experiencia, tanto propia como prestada a través de la historia, libros o películas, nos muestra a muchos hombres haciendo cosas majestuosas con las que identificarse. ¿Por qué, entonces, iba un hombre a hacerlo con una novia subiendo al altar?

No solo eso, sino que una mujer a punto de casarse es una estampa extremadamente femenina, y en una cultura donde se han polarizado los iconos de género durante años, un hombre heterosexual difícilmente se identificará con una novia.

No quiero entrar en lo importante que es que existan personajes femeninos molones en la cultura popular, porque creo que Gothic Paranoid ya lo explica en su blog estupendamente. Sin embargo, es necesario apuntar que, su falta, hace que las mujeres nos hayamos acostumbrado a identificarnos con personajes del otro sexo mientras que los hombres no. Por tanto, cuando eso pasa, es lógico que les resulte extraño.

Por supuesto, David ha llegado a esta justificación porque, al no haber dado más datos, se llega a la conclusión de que mi personaje vive en la Barcelona actual. No habría sido así si, por ejemplo, el relato estuviera situado en una sociedad matriarcal o le hubiera dado un trasfondo al personaje que explicara por qué se imagina a una novia subiendo por las escaleras.

¿Y eso, en qué nos afecta como escritores?

Ponemos mucho esfuerzo en la verosimilitud y definición de nuestros personajes como para que llegue un pensamiento desubicado que lo tire todo por la borda. Si olvidamos del punto de vista que estamos tratando, puede que el lector saque conclusiones que no esperamos o, incluso, que se haga una idea de los actores de nuestra historia que haga la trama poco veraz. Imaginaos que nuestro personaje es Clint Eastwood y, al ver a un gatito, le entran ganas de restregar la cara por su pelaje y lanzarle besitos en la barriga. Igual ese pensamiento lo tenemos las locas de los gatos, pero no me imagino a este señor, cigarro en boca, achuchando a un minino. Más bien lo visualizo disparándole entre los ojos si al dulce animalito le da por acercarse a su güisqui on the rocks. Pero, en medio del fragor descriptivo y metafórico en el que entramos a veces, podemos perder la brújula. Y así, amigos, es como extraviamos la esencia de nuestro protagonista.

Creo que ha quedado claro que hay que fijarse mucho en los detalles cuando se ponen imágenes y metáforas en boca y mente de nuestros personajes. En ese sentido, es posible que nos cueste menos definir protagonistas de nuestro mismo sexo, pero no por eso debemos tenerle miedo al ejercicio de ponerse en la piel de otros. Claro que, para hacerlo, necesitamos entender la cultura en la que han nacido los actores de nuestras historias y la de nuestros lectores, y así buscar que sus pensamientos e imágenes mentales concuerden.

¿Difícil? Claro. ¿Divertido? Muchísimo.

Carla

@CarlaCamposBlog

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Imágenes de cabecera de Jill111

DE ESCRITORES, BRÚJULAS, MAPAS Y BLOGS

No hace falta ser muy imaginativa para distinguir a los escritores de brújula de los de mapa. Los de brújula empiezan a escribir partiendo de alguna idea, de algún personaje concreto, o de alguna situación que han vivido, pero sin saber muy bien adónde los llevará el desarrollo de su proyecto. Van, por decirlo así, improvisando sobre la marcha. Los de mapa, por el contrario, hacen un trabajo previo que implica una planificación cuidadosa. Elaboran una serie de indicaciones o pasos a modo de hoja de ruta. Y con esa guía avanzan en la escritura hasta llegar al final que tienen planeado desde que inician su historia.

Brújulas, mapas y bloggeros

Se me ocurre que algo así podría decirse de algunos blogs. He visto artículos sobre tipos de blogs que los clasifican en función de diferentes variables, por ejemplo, según el público al que se dirigen, según el contenido, según la finalidad. Nos podemos encontrar, por tanto, con blogs personales, profesionales, de marca, de negocios, y un montón de etiquetas más sobre las que no creo necesario extenderme. Pero si tuviera que atenerme a una clasificación para nuestro Letras desde Mocade, diría que es un blog de escritoras noveles para escritores noveles o, ¿por qué no?, consagrados; nos encantaría que nos visitaran para dejarnos consejos y opiniones. Y esa clasificación la he tomado de un artículo de Gabriella Literaria  que descubrí en su blog, y que define muy bien este universo. Cuando lo leí, me identifiqué en seguida con el primero que describe.

Letras desde Mocade es, o queremos que sea, ese café donde podemos refugiarnos en una tarde de lluvia, o en un día soleado, para encontrarnos con amigos y pasar un rato agradable haciendo lo que nos gusta: escribir para aprender, aprender para escribir y compartir conocimientos, relatos, artículos, y todo aquello que nos pueda enriquecer.

Detrás de cada blog están las personas que lo escriben. Y si quisiera trasladar ese concepto de escritores de brújula o mapa a nuestro blog, no sabría bien cómo incluirlo. Porque Mocade somos cuatro amigas. Unas más de brújula y otras más de mapa. Y es importante para todas nosotras asegurarnos de que se nos conozca bien, de que quienes nos sigan tengan claro lo que ofrecemos y cómo lo hacemos. Así que, puestos a describir, diría que nuestro blog nació un poco con brújula, pero en el mes y algo que llevamos con él, hemos empezado a dibujar un mapa. Y queremos que sea un mapa interactivo. Por eso nuestro Letras desde Mocade ha añadido una habitación de invitados a su casa. Hemos ideado el apartado de “Pido la palabra” para que quienes nos lean y sientan el deseo de algo más, de escribir también en nuestra página, puedan hacerlo. Y, por el mismo motivo, nos hemos puesto un calendario serio y nos hemos comprometido a publicar relatos y artículos, porque queremos intercambiar textos y aprendizajes.

El plano de Mocade

Cuando una persona empieza a construir su casa, es frecuente que, antes o después, aparezcan los famosos “ya que…” Y eso, en una obra, puede suponer cuando menos un engorro, por no hablar de un presupuesto inflado hasta límites espeluznantes: “ya que” ponemos la cocina se puede aprovechar y ampliar el lavadero, “ya que” el baño hay que echarlo abajo podríamos comprar ese Jacuzzi que vimos en las rebajas, «ya que»… póngase lo que se quiera.

En el caso de Mocade, nuestros “ya que” viene sin esas cargas a cuestas. Porque «ya que» hemos visto que hay personas que nos siguen, queremos darles la oportunidad para que compartan sus escritos con nosotras. «Ya que» hemos empezado a asomarnos a las redes, estamos aprendiendo y disfrutando cuando descubrimos enlaces de utilidad que podemos compartir con nuestros seguidores. «Ya que» las cuatro hicimos realidad nuestro proyecto de escribir, queremos darle continuidad.

Hemos empezado con una brújula, a golpe de timón, pero nos gustaría que nuestra navegación fuera creando mapas que ayudaran e hicieran disfrutar a otros. No es que seamos Cristóbal Colón, pero tampoco él sabía, cuando zarpó, que América lo estaba esperando.

Ojalá vosotros y nosotras lleguemos a ser como esa tripulación de las tres carabelas. Nosotras, al Nuevo Mundo que esperamos descubrir y que nos está aguardando para que lo exploremos, ya le pusimos nombre: Mocade. Su worldbuilding, su moneda, sus leyes, sus nativos… todo está por disfrutar y por crear. Y en ello estamos.

Adela Castañón

Imagen: Colourbox. Derecho de autor: f9photos

Enciende el hábito de la escritura

Adoramos escribir. Cuando nos sentamos frente a la hoja en blanco, algunos con más sufrimiento que otros, y vemos emerger las palabras que hasta entonces solo estaban en nuestra cabeza, nos recorre un cosquilleo que da tanto gustito como el primer baño del verano.

Sin embargo, ponerse a escribir no es fácil. Igual piensas, tú que me lees, que solo a ti te cuesta ponerte a escribir. Pues no. A todos nos pasa, especialmente si no es nuestro medio de sustento. El día a día con el trabajo, los niños y la cervecita en la terraza nos absorbe, y no encontramos el momento para dedicarnos a este bello oficio que quizá en un futuro podría pagarnos el yate de tres pisos y piscina.

Entonces, ¿cómo lo hacemos para escribir? Pues aquí quiero explicaros algunas cosas que pueden empujarnos a dejar de jugar al Candy Crush y coger el boli, metafórico o no.

Compromiso y falta de tiempo

No nos engañemos. La escritura es un compromiso, un compromiso contigo mismo. Igual que hay que tener una enorme fuerza de voluntad para no picar patatas fritas del plato del vecino cuando estás a dieta, hay que tenerla para enfrentarnos a la hoja en blanco. Escribir es satisfactorio pero requiere un esfuerzo que, después de un día lleno de jefes y/o clientes molestos, atascos y demás molestias de la vida moderna, no nos apetece hacer.

Yo he sido un buen ejemplo de falta de compromiso con la escritura, y tengo matrícula de honor en buscar y encontrar excusas. Durante mucho tiempo, mi charla interna para disculparme el no escribir ha sido la siguiente:

“Debería coger el portátil. Pero qué pereza, ¿no? Si es que lo acabo de cerrar, que me han dado las mil haciendo esa práctica tan chunga. Uy, y Valeria se está moviendo en la cuna, seguro que va a echarse a llorar de un momento a otro. Y aún tengo que cenar, y después planear las llamadas de mañana.

Anda, alguien me está hablando por WhatsApp. Bueno, pues lo miro un segundito y me pongo a escribir, que así voy descansada mentalmente.»

Error.

Oblígate, o búscate algo que te obligue

Está claro que no puedo dejar de trabajar, porque tengo que comer. Tampoco puedo dejar de estar con mi hija, porque es ella la que tiene que comer. Ni parar de estudiar, porque quiero que comamos mejor el día de mañana. Y por eso, durante mucho tiempo, he dejado de lado lo único que, en mi cabeza, no suponía una obligación: la escritura. Hasta que he buscado algo que me ayude a abrir el Word o, si no tengo el ordenador a mano, la libreta que siempre llevo en el bolso. ¿Queréis saber qué es?

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Mi libreta y los bolis del Muji van conmigo a todas partes. Y por eso llevo bolsos tan grandes.

Obligación interna: Créate un hábito con seis pasos

Ahora parece que vengo a hacer un Cristóbal Colón y decir que he descubierto algo que ya conocen montones de personas, pero no. Es decir, esto no es nada nuevo pero no está de más recordarlo.

Y es que dicen que solo necesitas seis pasos para crear un hábito. Así que, tengas o no algo que te mueva a escribir (luego veremos eso), solo tienes que seguir estos seis pasos para tatuarlo en tu rutina:

  1. Busca el momento

¿Cuándo tendrás calma suficiente para coger el boli? ¿Después de cenar, al ir y volver al trabajo en transporte público? Igual llegas antes que el resto a la oficina y ese momento de calma es idóneo para escribir. O en la cama, media hora antes de dormir. Tú conoces mejor tus horarios. Revísalos, y cuando encuentres ese momento en el que te echas en el sofá a jugar con el móvil, igual es el momento de ponerse a escribir.

  1. Empieza con calma

Esto es básico. No pretendas escribir mil palabras por sesión o acabarás harto a los dos días y decidiendo que mirar cómo crecen las pelusas del sofá es más divertido. En Internet hablan de escribir 500 palabras: si te va bien, adelante. Si no, escribe menos. Lo importante es crear el hábito, no la cantidad.

  1. Ritualízalo

Es que el ser humano es místico y hay que ver lo que nos gusta ponerle florituras a las cosas. Pero igual te va bien un pequeño ritual que te haga sentir que es un momento de calma y bienestar que te anime a repetirlo cada día: sírvete un buen café, ponte música relajante… Lo que te haga sentir en tu oasis personal.

  1. Apúntatelo o ponte alarmas

No sirve de nada que tu cita con la escritura esté en tu cabeza, porque te puedes despistar. Apúntatelo y, si puede ser, en el móvil, con un pitido bien fuerte y un aviso que diga: “¡A escribir! ¡No te escaquees!”.

  1. Enséñalo

No lo guardes en un cajón, que es una pena, hombre. Además, como verás más adelante, seguro que encuentras a alguien que, a) disfrute y te anime a continuar, cosa que te dará un subidón y, b) que te aporte correcciones o ideas que a ti no se te han ocurrido.

No temas por enseñarlo y pensar que alguien te va a robar la idea. Se ha publicado sobre cualquier idea que se te ocurra, y lo importante no es el tema, sino cómo está escrito. Y la forma de escribir es propia de cada cual, así que nada puede igualarlo. Como las huellas dactilares, oye.

  1. Ponte metas y prémiate

Solo o con gente, brinda cada vez que llegues a donde quieres. No se trata de convertirlo en un juego de beber (¡chupito de Tequila por cada cien palabras!) que quiero que tus neuronas sigan funcionando después del primer capítulo de tu novela. También puedes dejar de lado el alcohol, pero lo importante es que lo celebres, que te premies, porque has hecho algo importante y lo mereces..

Yo me voy de tiendas. Pero shhh.

Obligación externa: búscate una comunidad que te exija

No sé qué dice exactamente la RAE sobre la palabra Comunidad (aunque yo soy más de María Moliner), pero cuando hablo de ello, me refiero a dos o más personas que quieran leer lo que tú escribes. Puede ser tu madre, tu mejor amigo y la loca de los gatos del quinto: da igual. Lo importante es que alguien espere y te dé feedback de tus textos. ¿Por qué? Porque, que alguien te lea, anima. Si encima te dedica un puñado de palabras amables, te dará cosquillitas en el estómago y te entrarán ganas de escribir otra vez para volver a sentirlo. Si tienes suerte, te querrá tanto o le gustará tanto lo que escribes, que se convertirá en una fan y estará deseando leer todo lo que sale de tu pluma.

Si sospechas que la opinión de tu madre no es muy objetiva y ya no te sirve, tienes herramientas a tu alcance para ampliar esa comunidad. Internet es la clave. Puedes crearte un blog con tres amigas (ejem, ejem), publicar tus textos en Facebook (pero ten en cuenta que, lo que dejes en tu muro, deja de ser tuyo aunque pongas un aviso diciendo que lo que tú publicas es tuyo) o apuntarte a plataformas de escritores. Ahora vamos a ello.

Cursos de escritura

No solo de amigos y familiares vive el escritor vago, también puede encontrar su comunidad en la infinidad de cursos de escritura que hay en Internet. Entérate bien, y escoge uno en cuya dinámica esté la de comentar a los compañeros. De esa manera, encontrarás a personas que se interesan por lo mismo que tú y que no solo te leerán sino que te ayudarán a crecer con sus aportaciones.

Redes sociales para escritores

No hablo de Facebook o Twitter que, aunque se utilizan (y bastante, por cierto) para promocionar libros, su finalidad no es esa. Me refiero a webs como Megustaescribir, de la editorial Penguin Random House, o Falsaria. Pero, sin duda, una de las más grandes es Wattpad. Que merecería un capítulo a parte.

Ya sabéis que Internet es como ese mercado sucio y desordenado donde puedes encontrar un puesto de grillos fritos junto a otro que expone las joyas del último Zar. Con Wattpad pasa lo mismo: para encontrar algo que esté fuera de las categorías fanfiction y literatura juvenil hay que rebuscar con tesón. Pero también hay adolescentes con ganas de gritarte a la cara lo mucho que te quieren por haber escrito esa historia de amor con la que tienen sueños húmedos y gente que disfruta de la literatura y te comenta y anima a escribir porque quiere que sigas haciéndolo.

Y si la petición de un fan no hace que escribas cuando tengas un rato es que, en vez de corazón, tienes un gran y arisco trozo de hielo. O que eres aún más vago que yo.

Además, en este link tenéis un listado de 47 redes sociales, por si con 3 no tienes suficientes.

Bonus: Nanowrimo

Ahora me diréis que sí, que todo eso está muy bien, pero que si no dejas de dormir no hay tiempo para nada. Y lo entiendo, no en vano se me conoce como la mujer con las ojeras más oscuras del mundo. Por eso os traigo este reto: escribir un proyecto literario en un mes. Gana quien lo acaba, y se considera que debería de tener unas 50.000 palabras.

Suele celebrarse en Noviembre, y este año voy a intentarlo. Si te apuntas conmigo dímelo que lloraremos juntos de desesperación y falta de descanso.

Mi obligación: E. Y. P. Daruma

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Cuando mi amiga Anna (¡hola!) fue a Japón me trajo un souvenir precioso: mi pequeño Daruma, esa bola blanca tuerta que veis en la cabecera de este post. Es el símbolo de un monje budista al que, de tanto meditar sentado, se le cayeron las piernas y los brazos. Era tan perseverante este buen señor que hicieron, a su imagen y semejanza, este amuleto representa los propósitos: cuando decides tomar uno, le pintas un ojo y no rellenas el otro hasta que lo cumples. Así, su mirada desigual es un recordatorio eterno de que no estás cumpliendo con tu propósito. Y de que eres una persona malísima si pierdes el tiempo en vez de devolverle la vista.

Cuando me lo regaló, le pinté un ojo con el propósito de acabar una de mis novelas y le puse nombre: E. Y. P. Daruma, que significa “Escribre Ya, Perra” Daruma. Como veis, tenemos una bonita relación pasivo agresiva. Pero a mí me funciona.

Dicen que después de 21 días haciendo una cosa, se vuelve un hábito y ya no se deja. Mis incontables matrículas del gimnasio son la prueba de que esto no es siempre cierto. Así que igual hay que echarle un poco más de ganas a esa práctica, y si la vida abruma y nos cuesta encontrar motivos internos que nos empujen a escribir, quizá hay que buscarse alguna que otra excusa que lo haga.

Y si lo hacéis me lo contáis, no vaya a ser que E. Y. P. Daruma pierda su autoridad moral sobre mi y deje de darme pena que me mire con un solo ojito.

Carla

@CarlaCamposBlog

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Imágenes propias de cabecera e imagen de la libreta.

Imagen del Daruma rojo, de aquí.

De la receta a la mesa

Si te estás planteando escribir, estás en el lugar adecuado. Llevo un par de años tomándome en serio esto de la escritura. Mi interés y mi dedicación han ido aumentando de modo exponencial. Hasta ahora iba paseando cuesta arriba, disfrutando del paisaje, pero de pronto he llegado a una pared y me he puesto a hacer escalada libre hacia la cumbre.  Y es que me he dado cuenta de que, si quiero dejar de leer sobre aprender a escribir, lo que tengo que hacer es pasar a la acción, arremangarme, y coger la pluma (o el ordenador).

En mi afán de aprender me he convertido en “blog-adicta”, “Facebook-adicta”, o algo similar. No sé si los términos están inventados, o existen otros que no conozco para llamar a lo que me ocurre. Pero, para calmar el hambre de aprender que hace rugir a mis neuronas, no hago más que pasearme y saltar, como en el juego de la oca de mi infancia, de blog a blog, de página a página, buscando consejos, orientaciones, recetas mágicas que me ayuden a cocinar esa gran NOVELA que todos estamos convencidos de que vamos a escribir algún día.

He encontrado muchas entradas sobre diversos aspectos de este tema, pero aquí os dejo el enlace a uno que me ha parecido práctico e interesante: http://ateneoliterario.es/dudas-de-escritor/ . Porque está muy bien que, antes de invitar a comer a nuestros mejores amigos, demos un vistazo al libro de recetas de Arguiñano. Pero una cosa está clara: si en algún momento no cerramos el libro y nos metemos en la cocina con el delantal y los ingredientes, al final nos quedaremos todos con hambre.

Por eso, he dejado el libro y he venido aquí, a mi cocina particular. ¿Qué os estoy ofreciendo un bocadillo de mortadela? Vale. Lo admito. Pero por algún sitio tenía que empezar. Y como lo mejor es predicar con el ejemplo, y ya os he dejado una receta magistral con ese enlace, espero que, al menos, la degustéis si mi modesto aperitivo os ha abierto el apetito.

¿A qué esperáis? Venga, dejad de leer un ratito, y haced vuestra aportación a la merienda. ¡Escribid, aunque solo sean veinte líneas diarias! ¡Buen provecho!

Adela Castañón

Imagen: Unsplash