Mi historia de hoy os llega de la mano de una poesía de otoño.

Porque hay cosas que solo pueden escribirse en un poema.
CONFESIÓN
Dentro de muchos años me miraré al espejo alguna tarde.
Espero que sea un día de lluvia suave,
de cielos entoldados,
un día de invierno detrás de los cristales y dentro de mi alma.
Me miraré al espejo, y ese día
me veré frente a frente, por fin, con tu reflejo.
Y le diré a tu imagen, cara a cara, todo lo que callé,
todo lo que sentí, y que nunca te dije.
Y si cierro los ojos ahora mismo
me puedo imaginar que esa tarde ha llegado
y me hundo en tus pupilas
y empiezo a hablarte como nunca te he hablado.
Y esto es lo que te digo:
Que mi luz son tus ojos, color de plata antigua.
Que tu rostro, lo mismo que un buen libro,
me narra en cada arruga mil historias
que se han grabado a fuego para siempre.
Que tu piel es un lienzo que huele a pergamino,
a cuento milenario,
mezcla de tantas cosas que has vivido,
pintadas con tus risas y tus llantos.
Y que yo me he perdido todo eso por no estar a tu lado.
Que tu belleza es única, de joya trasnochada,
de encaje de bolillos, de caballero antiguo.
Que tu aroma es añejo,
mezcla de olor de rosas, y de un buen vino viejo,
de ese que con el tiempo se va haciendo más fuerte,
y gana intensidad, y dura para siempre.
Que tu olor y tu imagen están siempre conmigo.
Que nunca disfruté el tacto de tu piel, pero no importa.
Lo imagino como un roce de seda,
como un crujir de hojas en el otoño,
y que me hace evocar, tan solo con pensarlo,
aquellos cuentos que viven solamente en nuestra infancia,
y una historia soñada, que no por no escribirse
deja de ser la historia que mi alma deseaba.
Que yo siempre te estaré agradecida por darme ese regalo:
hacerme sentir niña cuando yo ya sea vieja
será lo más bonito que la vida me dé
como un obsequio del todo inesperado.
Que pensar todo eso me duele muchas veces,
y que entonces me engaño
y me digo que tengo la vida por delante
para quererte, para darte mi amor,
pero luego recuerdo
que cuando me despierto de mis sueños
solo tengo mi vida por detrás, sin habértelo dado.
Y sigo deshojando el almanaque, escribiendo y soñando,
y viviendo mi vida sin dejar que tu ausencia me la robe.
Me niego a que me gane la nostalgia
y también a que un velo de tristeza enturbie mis riquezas
que son muchas:
esa sangre que corre por mis venas, mis hijos, mis amigos,
mis manos y mis ojos, mis libretas,
mis ganas de vivir, mis retos de escritura,
los paseos por la playa,
estos pobres intentos de sentirme poeta.
Todo eso es medicina,
y bálsamo que calma el dolor de la herida
que tú me has provocado sin quererlo,
incluso sin saberlo,
pero que, cuando duele,
me sigue recordando que estoy viva.
Y así sigues colándote en mis sueños,
que son mundos sin puertas por los que siempre campas a tus anchas,
libres de las fronteras que la razón me impone
cuando, al amanecer, abro los ojos,
y recuerdo que tengo que segar bajo mis pies la hierba del deseo,
que es mejor olvidar lo que he soñado,
y renegar de orgasmos escarpados
a cuya cima llego sin aliento.
Que así dolerá menos recordar todo el día que no te tengo.
Pero cuando la noche me acaricia de nuevo
olvido mis promesas y, otra vez,
sin querer o queriendo,
vuelvo a regar la planta de mi amor sin saber nunca
si crecerá o se echará a perder,
pero la cuido lo mejor que sé y con todo mi esmero,
porque es lo único que tengo al alcance de mi mano
y ahí encuentro consuelo.
Y me he dicho mil veces que he logrado olvidarte,
me he mentido mil veces al decirlo,
y he vuelto a recordarte y a quererte,
y negarte tan solo me ha servido
para aferrar de nuevo, como un náufrago,
la tabla de ese amor del que reniego.
Porque vivir contigo es imposible,
pero vivir sin ti, ni imaginarlo quiero.
Estás a mil abrazos de distancia
y aunque nunca te llegue el eco de mi voz
solo la muerte acallará mis labios
que siguen empeñados en pronunciar tu nombre,
y sangran cada vez que lo pronuncian
porque se sienten secos
y sueñan con la lluvia de tus besos
como sueña con ella la arena del desierto.
Ojalá que supiera un conjuro para cambiar el curso de las olas,
ojalá que pudiera hacer soplar a mi favor al viento,
pero ni sé ni puedo.
Tan solo está al alcance de mi mano navegar sobre ellas
y rogar que sea brisa, y no huracán,
lo que haga que se mueva mi velero.
Y después de escuchar mi confesión tan solo resta
que vuelva a repetirte lo mucho que te quiero,
que jamás te he olvidado,
por más que lo he intentado.
Y es que ya he comprendido
que no debo empeñarme en olvidarte
porque siempre serás parte de mí.
Pero al fin aprendí a vivir sin ti
y a estar en paz conmigo.
Adela Castañón
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