Nadie

Margarita escucha sonar su móvil cuando está en el portal de su casa. Mira la pantalla, es Juanjo, su hijo.

—¿Otra vez has salido, mamá? No me cogías el fijo y me he preocupado.

—Sí, Juanjo. Me pillas en el portal.

—¿Pero a dónde vas con el calor que hace?

—A dar un paseo. Ya sabes que soy una friolera, la ola de calor es una bendición para mí.

—Ya hay que tener ganas… ¿Has quedado con alguien?

—Con nadie.

—No te entiendo. No me gusta que salgas sola, y encima con la plasta que hace…

—Anda, deja de preocuparte. Volveré antes de que anochezca, ¿de acuerdo? Te llamo cuando regrese para que te quedes tranquilo.

Juanjo menea la cabeza y cuelga el teléfono. Margarita sale a la calle maquillada con su mejor sonrisa. Mira el reloj de muñeca, va bien de tiempo. El autobús de la línea seis todavía tardará por lo menos quince minutos, y está solo a dos de la parada.

Abre el bolso y saca los dos papeles: el folleto de la residencia para personas mayores que sus hijos le dieron dos semanas atrás y el recorte de periódico con el nombre de algunas agencias de cuidadores a domicilio. Coge el móvil, que su nieta Iris le ha enseñado a usar, y marca el número de una de las agencias. La señorita que la atiende es muy agradable y no se extraña cuando Margarita le especifica el requisito más importante que debe tener la persona que quiera el empleo. La chica queda en que la llamará en un rato y la conversación termina justo cuando el autobús aparece por el final de la calle. Margarita se asegura de tener el bonobús en la mano y el bolso bien cerrado. Con ese calor no hay mucha gente por la calle, pero nunca se sabe. En eso tienen razón sus hijos, iría mucho más tranquila si paseara acompañada.

Se baja en la parada de siempre. El portero de la recepción la saluda por su nombre. Después de tantas visitas, ya se lo sabe y casi puede decirse que se han hecho amigos.

—Buenas, Margarita. ¡Menudo día tenemos! Se puede freír un huevo en el suelo.

—Ya, Damián, ya. Pero yo lo llevo bastante bien. ¿Cómo está hoy? ¿Lo has visto?

—Como todos, supongo. No he tenido tiempo de asomarme, me figuro que andará sesteando. Pero seguro que se espabila cuando la vea. Desde que viene a visitarlo ha empezado a comer mejor, la verdad es que parece otro.

Margarita sonríe sin contestar. No hace falta. Sabe que sí, está convencida de que él la recibirá con la sonrisa de siempre. Desde que se conocieron hace más de un mes, ha sido así: un cariño incondicional, una sonrisa que lo promete todo y un comportamiento que cumple a rajatabla esa promesa. Margarita lo quiere cada día más.

Cuando dobla la esquina del pasillo, él ya la está esperando. Los ojos le brillan más que el primer día y Margarita tiene la impresión de que es como dice Damián. Ella también se ve más guapa cuando se mira al espejo. Juanjo no lo ha notado, pero su hija Lola le preguntó el otro día medio en broma si se había echado novio.

—Mamá, parece que te has quitado años de encima últimamente. ¿No le habrás encontrado sustituto al pobre de papá, que en gloria esté?

—¡Ay, no, nena! Tu padre fue el hombre de mi vida. Y os prometí que nadie ocuparía su lugar.

—Vale, vale. Tampoco es que me importara, ¿sabes? Es más, si al final decides irte a la residencia puede que allí conozcas a alguien. El otro día salió la conversación con Juanjo, y él piensa como yo. No es bueno que estés sola, mamá. No sé por qué te empeñas en no querer considerar la idea. Ni que fuera una cárcel, mujer. En las residencias se puede salir y entrar. Y nos preocupa que vivas sola, los años se van notando, mamá…

—Bueno, nena, no te enfades.

La conversación quedó ahí, pero le abrió los ojos a Margarita. Hoy se ha puesto el perfume que le regaló su difunto marido, el de las grandes ocasiones. Porque ha decidido no esperar más.

El teléfono suena cuando va por la mitad del pasillo. Sigue avanzando despacito mientras escucha. Es la chica de la agencia.

—…

—¿De verdad? ¡Ay, señorita, es usted un amor!

—…

—¿Seguro? ¿Y cuándo podría empezar?

—…

—¡Qué alegría me da! Ahora mismo estoy con él, ¿sabe? Páseme el teléfono de esa señorita y la llamo desde aquí. Mi nieta me ha enseñado a hacer videollamadas —dice con un poquito de orgullo en la voz—. Así se lo puedo presentar y ella nos puede ver a los dos las caras. Que es importante que le caigamos bien, ¿verdad? Espere un momento, que voy a apuntar el número.

Margarita mira a su alrededor, no sabe dónde soltar el bolso para sacar su agenda, y vuelve a pegarse el móvil a la oreja.

—Mejor mándemelo por Whatsapp, no vaya a ser que me equivoque al escribirlo, ¿puede?

—…

—Mil gracias otra vez. Es usted un cielo.

Margarita oye el pitido del Whataspp y se cerciora de que es el mensaje que espera. Cuando lo confirma, ya ha llegado a la altura de donde él la espera siempre.

—¡Traigo buenas noticias! Por lo menos son buenas para nosotros. No sé cómo se lo tomarán mis hijos, pero me da igual. —Sonríe y le acaricia la cabeza. Su pelo es abundante y suave—. Voy a llamar ahora mismo a Conchita, la de la agencia me ha dicho que se llama así. ¡Seguro que vamos a congeniar los tres! Es más, si acepta el trabajo, le digo que venga a buscarnos aquí, y nos vamos los tres a casa.

Él la mira. No necesitan hablar para entenderse. Margarita hace la llamada de teléfono y Conchita le parece un regalo de Dios. La video llamada ha sido un éxito. Vuelve a acariciarle la cabeza.

—Espérame aquí, que no tardo nada. Voy a decirle a Damián que me prepare los papeles, los firmo y vuelvo. Le he dicho a Conchita que compre lo que vamos a necesitar de manera más urgente, y me ha contestado que no me preocupe, que ella se encarga de todo. Sé que mis hijos se enfadarán al principio, pero tendrán que respetar mi decisión. Y Conchita va a ser una aliada maravillosa, ya lo verás. ¡Se le ha visto hasta la última muela cuando le he dicho tu nombre! Lo ha entendido a la primera, es bueno que sepa desde el principio que yo nunca miento. Le prometí a mis hijos que Nadie ocuparía el lugar de su padre, y así va a ser.

Margarita sale en busca de Damián. El perro se sienta a esperarla, pero esta vez no tiene las orejas gachas. Hoy mueve el rabo, sabe que hoy es un día diferente. Esa criatura de dos patas y pelo blanco que viene a visitarlo huele hoy a libertad. El perro que ha aprendido a responder al nombre de Nadie se siente, hoy, alguien importante.

Sabe que ha encontrado un hogar.

Adela Castañón

Imagen: Sabine van Erp en Pixabay