El crismón de Yom Tob

Tom Yob. Lápida. 1

Esta es la tumba de rabí Yom Tob, hijo de… Desde junio de 2001, está declarada “Bien de Interés Cultural”.

#relatofragolino

Yo estaba revoloteando con otros ángeles por las obras de la iglesia de El Frago, cuando oímos un gran algarabía.

—Remiel, seguro que te has hecho notar y has asustado a los albañiles —me dijo mi compañero Uriel, que vigilaba los templos.

Le contesté que no era mi culpa, que el alboroto lo montaron las gentes del pueblo cuando vieron el nuevo crismón del tímpano. Lo habían labrado unos canteros judíos y no habían seguido el modelo ortodoxo, el que usaban los canteros cristianos en las iglesias de la redolada.

En el rollo del maestro de obras, estaba bien claro el patrón. Un círculo dividido en cuatro partes por la X, la inicial de Xpistos, el nombre de Cristo en griego. Además, la segunda letra, la P, en cuyo pie se enrollaba la S, la letra final del nombre, lo partía en dos mitades. Por eso se llamaba crismón, o dibujo con algunas letras de Cristo. Y para avisar del breve paso por la vida, en el cuarto de la izquierda se colocaba una alfa mayúscula, A, y en el de la derecha una omega minúscula, ω, que simbolizaban el principio y el fin de la vida y de los tiempos.

Crismón de las Cheblas

Crismón ortodoxo. San Miguel de las Cheblas. Foto: Carmen Romeo. 2019

—¡Abajo! Que hagan uno nuevo. Este nos traerá grandes desgracias —gritaban los vecinos.

—¡Serán zopencos! Seguro que han puesto la plantilla del revés —dijo un cantero cristiano que era muy minucioso.

—Eso me pareció a mí cuando vi semejante zancocho. Pero no. ¿No ves que la X y la P están bien? —le contestó otro cantero que se ganaba la vida tallando crismones de pueblo en pueblo.

—Pero ¿qué me dices?, ¿la omega, delante de la Alfa? Y encima minúscula —insistió el minucioso.

—Y la S está al revés, enroscada como una serpiente. —El cantero que iba de pueblo en pueblo la señaló con un palo.

—Estos cabrones de judíos se han querido burlar de nosotros. —El minucioso levantó el tono.

—Seguro que nos quieren afrentar con alguna de sus herejías. Eso no se lo habrían permitido en ningún sitio.

—La culpa la tenemos nosotros por haberlos acogido tan bien. Hasta les hemos dado un barrio y un fosal —replicó el minucioso.

En realidad los fragolinos andaban escarmentados con los judíos. Como eran malos tiempos, los estaban dejando sin trabajo.

Lo del crismón hizo saltar a las piedras. Los más bravucones se dirigieron a casa del rabino Yom Tob y le rompieron la puerta a pedradas. Entonces llegó San Nicolás. Como lo habían elegido el patrón de la iglesia, intentó poner paz y convencer a sus feligreses de que esos cambios no eran malos, que cifraban un mensaje nuevo. Pero las gentes no lo escucharon y siguieron con las pedradas.

Como el asunto se ponía cada vez más feo, el Santo habló con el rabino y le pidió que mandara esculpir dos arcángeles sujetando el crismón. Así las gentes se sentirían cobijadas por sus alas.

—Pero, ¿yo tengo que elegir a dos entre los siete arcángeles?  —le preguntó Yom Tob, que conocía bien el santoral y sabía mucho de categorías celestiales.

—Mañana te lo diré. —A San Nicolás se le escapó un suspiro—. Tengo que pesar los pros y los contras de cada uno. Ahora no podemos meter la pata con los arcángeles.

El Santo tenía que tomar una decisión rápida. Pensaba que los judíos habían metido cizaña, aprovechado que el arquitecto, al que todos llamaban Maestro de Agüero, se había ido a vigilar las obras de otros pueblos.

Al amanecer, se sentó en un poyo cerca de la iglesia, sacó un pergamino y lo fue desenrollando hasta que llegó a los arcángeles. Leyó y releyó sus oficios y virtudes. Y, en lugar de elegir, descartó a los que no serían buenos vigilantes. Los ángeles del crismón tendrían que defenderlo contra viento y marea hasta el día del juicio final. Si no, caerían plagas sobre El Frago.

El primero que se le ocurrió fue Gabriel, el mensajero celestial. Pero no era de fiar. Siempre estaba danzando de aquí para allá. Y llevaría mal eso de vivir inmóvil en un cuerpo de piedra. Y lo mismo le pasó con Rafael, que se pasaba la vida corriendo detrás de los viajeros. Excluyó a Raquel y a Sariel por despistados. Pensó que Miguel lo haría bien. Pero, como era el jefe, igual no quería compartir el trabajo con otro de menor categoría. Y se necesitaban dos. Que el crismón era redondo y, si solo lo sujetaba uno, podría salir rodando. Así que solo quedábamos Uriel y yo, que tendría que separar a los buenos de los malos cuando llegara el Apocalipsis.

Ese día San Nicolás no paró de dar vueltas por las calles. Iba cabizbajo, sin mirar a nadie. Antes de anochecer se acercó a mí.

—Remiel, no sé si estás al corriente de lo que está pasando con el crismón —me dijo tanteando el terreno.

—¿Cómo no lo voy a saber si afecta directamente a mi trabajo? Yo mismo le inspiré los cambios a Yom Tob en un sueño—le respondí.

—¡Tendría que haber caído antes! —Se dio una palmada en la frente.

Entonces le expliqué mi plan. Todos, los cristianos y los judíos, sabían que el crismón anticipaba el futuro del pueblo. Con la nueva disposición, las gentes de El Frago no irían de la Alfa a la omega. No. El tiempo avanzaría al revés. De la omega minúscula, es decir, de la muerte, a la Alfa mayúscula, al día de la Resurrección de la Carne. Y para burla de Satanás, la A mayúscula incluía a todos. Nadie iría al infierno.  Además, la S al revés estaba dibujada como la serpiente que se salva del fuego.

El Santo no salía de su asombro. Sobre todo cuando le dije que así el día de la Resurrección de los Muertos yo no tendría que separar a los fragolinos buenos de los malos.

—Entonces, ¿me das permiso para que te petrifique con Uriel? —me preguntó San Nicolás.

—Pues claro. Estamos deseando.

Por orden del Santo, el rabino aprovechó la ausencia del Maestro de Agüero y nos mandó esculpir. Yo estoy a la izquierda. Uriel, el que vela los templos, me mira desde el otro lado con los ojos muy abiertos, sin párpados. Y nos sonreímos cada vez que se cruzan nuestras miradas.

Solo nosotros sabemos que el rabino Yom Tob quiso detener el curso de la historia y abrir de par en par las puertas del cielo. Quiso abolir el juicio final y que todo el mundo, sin excepción, pudiera pasear por los Campos Elíseos.

Tom Yob. Lápida y ventana

Lápida de Yob Tom reutilizada en la fachada de casa Luis. En la calle Mayor, cerca de la Placeta.

Carmen Romeo Pemán.

Letra de médico. La ilusión de un relato publicado

¿Sabéis aquello que se siente cuando se tienen quince años y el chico que te gusta te mira a los ojos y te dice que estás muy guapa? ¿O cuando un test de embarazo da positivo después de meses de intentar tener un hijo? ¿O si un décimo de lotería resulta premiado con el gordo? Yo sí lo sé. Al menos las dos primeras cosas, que la tercera es pura ficción, aunque todas las Navidades lo siga intentando. Y, a pesar de que sea una frase tópica, he vuelto a sentir esas mariposas en el estómago que siempre desprenden felicidad cuando se ponen a mover sus alas. Y os voy a contar por qué.

Leo desde que tengo memoria. No recuerdo una época de mi vida en la que no haya estado leyendo algo, lo que fuera. Y escribo desde hace unos cuantos años, aunque el gusanillo me estuviera mordiendo mucho tiempo antes. Pero lo de escribir siempre lo conjugaba en futuro, ya se sabe, lo típico de “algún día escribiré”. Sin embargo, gracias a mi amigo Curro, al que nunca se lo agradeceré lo bastante, comencé a escribir como quien no quiere la cosa. Todo empezó al intercambiar emails sobre distintas cuestiones, tanto médicas como legales. Yo soy su médico y él es mi abogado, pero pronto esa relación profesional se convirtió en una amistad sincera. En cierto momento, cuando le escribí algo humorístico en alguno de nuestros correos, empezó a preguntarme que por qué no me decidía a escribir. Le dije que era uno de mis proyectos, y en nuestros correos, o mejor dicho en los suyos, empezó a aparecer siempre una graciosa coletilla de despedida: “¡Escribe, leches! ¡Escribe!” Medio en serio, medio en broma, no dejó de chincharme y pincharme hasta que le hice caso y empecé a hacer pinitos y a tontear con la literatura. Me matriculé en un curso on line de escritura, y ahí me perdí. O, mejor dicho, ahí me gané a mí misma la partida contra mis aplazamientos. El gusanillo logró, por fin, hincarme los dientes y la escritura se hizo un hueco en mi vida.

A ese primer curso siguieron otros. Tengo que mencionar con especial cariño los que he realizado con la Escuela de Escritores, donde conocí a tres amigas, Carmen, Carla y Mónica, con las que comparto el blog, “Letras desde Mocade”, que creamos para mantenernos en contacto y seguir avanzando juntas en nuestro hacer como escritoras. Allí compartí también aprendizaje con más compañeros y compañeras y estoy segura de que en algún curso futuro volveremos a coincidir. Dos de ellas, Mila e Iciar, ya han hecho realidad sus novelas, y yo estoy trabajando en la corrección del borrador de mi primer proyecto largo. Mientras tanto he acumulado un buen montón de relatos, cuentos, artículos y poesías que he ido publicando en Letras desde Mocade.

La Escuela de Escritores realiza todos los años un encuentro de fin de curso y publica anualmente un libro con la recopilación de relatos de los alumnos. Yo he participado ya en cinco, además de haber resultado finalista en algún concurso y de tener en los libros de otras escuelas mi rinconcito de gloria, como los demás compañeros. También me siento orgullosa de haber traducido el libro “Habla signada para alumnos no verbales”, publicado por Alianza Editorial.

¿Y por qué os cuento todo esto? Pues muy sencillo: porque acabo de recibir los ejemplares de cortesía de un libro, “Letra de médico”, en el que también colaboro como autora de un relato. Y este libro es especial porque, por primera vez, me llamaron para pedirme que colaborase con un escrito mío. Un compañero médico que me sigue y me lee en el blog me pidió permiso para darle mi teléfono a otro médico jubilado que escribe y que ha sido el promotor del libro. Y este médico, el Dr. Ángel Rodríguez Cabezas, me llamó y me pidió que le enviara algunos relatos para ver si daba el perfil y lo incluían en la obra. Lo hice así, y el resultado ha sido que una de mis historias sea parte de este libro recopilatorio de relatos escritos por médicos que, como yo, aman la literatura.

Una cosa, bien linda por cierto, es tener en mi biblioteca varios libros en los que figuro como una de las autoras. Pero que, por primera vez, me hayan venido a buscar para un proyecto literario, ha conseguido que vuelva a sentir en el estómago esas mariposillas de emoción que os mencionaba al principio al ver ese proyecto convertido en realidad. El próximo 26 de noviembre tendrá lugar la presentación de la obra en el Colegio de Médicos de Málaga, y me siento feliz y emocionada al asistir por primera vez a un acto así como protagonista junto a los demás autores.

Y como me gusta compartir mi felicidad siempre que puedo, he querido dedicar hoy mi publicación en el blog a contaros esa buena noticia. Abrir el paquete y ver la obra impresa es leña que aviva la hoguera de mi deseo de seguir creando historias. Continuaré escribiendo más relatos, mi novela, más poesías… Y todo lo que escriba será siempre un homenaje y un agradecimiento a vosotros, lectores.

Os dejo el enlace al relato incluido en Letra de Médico, La mirada equivocada, puesto que es uno de los que publiqué en su día en Letras desde Mocade. Y espero que lo disfrutéis como lo he hecho yo al poder saborearlo en letra impresa, aunque sea bastante más legible que la tradicional letra de médico.

Así que aprovecharé también para daros a todos las gracias. Porque la escritura no sería lo que es si no contara con lectores. Y en ese sentido me considero afortunada porque he tenido el apoyo de todos vosotros, los que me leéis o me comentáis, desde el principio de mi andadura. No estaría aquí sin eso, de modo que sois parte de mi éxito y de mi satisfacción de hoy al ver publicado este libro.

Y, cómo no, agradecer también al Grupo Editorial 33, y a todos los que han hecho posible que el libro Letra de Médico sea una realidad, por haber querido contar conmigo para este precioso proyecto.

A todos, gracias. Os quiero.

Adela Castañón

 

 

 

Imágenes tomadas por la autora

El sabor metálico de Eva

En junio de 2019, como otros años, me paseaba por la Feria del Libro en la plaza del Pilar de Zaragoza. De repente, vi a una chica, para mi joven, que corría y daba vueltas de una caseta a otra. Me la quedé mirando. Sí era ella, Eva Pardos. La misma que corría de un aula a otra en las clases del Pabellón Sur del Instituto Goya, cuando yo hacía todas las guardias allí. Aquel año de mis guardias, ella estaba en primero de BUP. Era dicharachera, alegre y contagiaba con su risa.

Museo Van Gogh, 1993. Recortada

Eva Pardos en Amsterdam, en el museo de Van Gogh.

Seguí viéndola dos años por los pasillos del instituto. Era amiga de algunos de mis alumnos.

En tercero fuimos juntas al Viaje de Estudios a los Países Bajos. En Amsterdam visitamos una exposición monográfica de Van Gogh. Volví a verla correr por los pasillos. No se quería perder ni una sola obra. Yo la miraba cómo se relamía y cómo sentía la adicción que produce el sabor de la belleza estética.

No la tuve en el aula hasta COU. Ese año la disfruté. Que eso es lo que le sucede a un profesor cuando contagia el amor de su asignatura a un alumno. Eva fue una de esas alumnas que nunca pasan desapercibidas. Tenía la misma mirada inquisitiva con la que también ella me reconoció en la plaza del Pilar.

—Hola, Carmen, ¿te acuerdas de mí?

—¿Cómo te voy a olvidar, Eva Pardos Viartola? —El nombre y los dos apellidos de mis alumnos se me salen de golpe. Se me quedaron grabados a fuerza de pasar lista todos los días—. ¿Qué haces por aquí con esas carreras?

—Pues que firmo dos libros. En dos casetas.

—¿Cómo?¿Dos?

—Sí. Un libro de relatos, Sabor metálico. Y participo en una antología: Mujeres a la orilla del Ebro.

La acompañé a las dos casetas. Compré sus dos libros y comenzamos a charlar del pasado, del paso del tiempo, del presente y de sus ilusiones de futuro. Y a partir de ese día hemos mantenido una relación fluida.

Me invitó a que le presentara Sabor metálico en Madrid, pero me resultó imposible. Y le prometí que se lo presentaría aquí, en Letras desde Mocade.

Eva, espero no defraudarte.

Sabor metálico. Presentación en Zg

En Sabor metálico reúne diecisiete relatos, diecisiete ventanas abiertas a mundos nuevos. El afán de novedad en temas y técnicas le da un toque de juventud. Pero su prosa ya es madura y experimentada.

El sabor de cada relato

En una especie del cuaderno de bitácora saboreé cada uno de los relatos, acompañada por su autora, que de vez en cuando me apostillaba para aclarar mis dudas.

Estas notas se pueden leer de forma parcelada. Antes o después de cada relato. Son pequeñas contraportadas que pretenden ayudar a desentrañar el sentido profundo de los textos y animar a su lectura.

No están pensadas para leerlas de tirón, sino para acompañar a una lectura pausada, como se suelen leer los libros de relatos y de poemas.

Sabor metálico y una cerveza. Recortada

Vanesa y los juguetes

Aquel día salió al jardín, apiló sus juguetes y los quemó. Mientras ardían pensó: “Ya sé por qué el hombre necesita medir el tiempo”.

El tic-tac y los juguetes evocan algo muy profundo. Con historia de Vanesa, con un tránsito a la vida adulta y su decisión de quemar la nostalgia, Eva recrea el ubi sunt de Manrique y la obsesión machadiana del tiempo. Ese tiempo garcilasista que seguirá cambiándolo todo, “por no hacer mudanza en su costumbre”.

La incertidumbre del tiempo está muy bien reflejada en el final abierto del relato.

Cuando Eva me dijo:

—Carmen, es el primer relato que escribí.

No pude por menos que contestarle:

—Yo no te contagié el amor por la literatura. Solo te ayudé a reconocer unos instintos que llevabas dentro y que tardaron unos años en despertar. En este relato ya está todo tú mundo, así que es un buen comienzo. Me atrevería a llamarlo un relato-prólogo.

La Tierra dejaba de girar

Esta distopía, en la que un suceso extraordinario nos invitar a pensar en la pérdida de la normalidad cotidiana, me ha recordado El año de la inmortalidad de escritora aragonesa Ángeles de Irisarri.

La Tierra que poco a poco va dejando de girar es una señal apocalíptica en la van entrando elementos fantásticos.

El primero un Profeta paradójico, “la premonición del pasado”. Como Mínimo, un personaje de El estrellero de San Juan de la Peña de Ángeles de Irisarri, camina hacia atrás en el tiempo en busca de su pasado.

“La que huye sin saber adónde” personifica un sentido trascendente nihilista.

Y el Grupo, cada vez más numeroso, me hace pensar en una humanidad que ha perdido el norte. Al final se produce el choque inevitable y la Tierra deja de girar.

La gran habilidad de Eva consiste en que dota de acción y movimiento a una fábula trascendente. Nos muestra lo maravilloso y sus efectos sin necesidad de explicarlos.

El sofá

—¿Y este relato tan diferente? Yo veo una serie de acciones casi vertiginosas, pero sin una trama bien definida, como sin nos quedáramos en el regusto de sumar anécdotas sucias —le dije.

—¡Jajaja! Me encanta que lo hayas visto —me contestó—. Es un pequeño homenaje a la “generación beat” y al “realismo sucio americano”. Lo escribí a partir de un relato largo y luego fui quitando hasta dejar el armazón. Si te das cuenta, al final el ritmo frenético, acelerado por las frases cortas, da paso a una situación relajada.

—Pues, Eva, solo puedo rendirme a tus pies. Supongo que será muy del gusto de la gente de tu edad, de los que os pasabais los días escuchando a Barricada en el patio del instituto.

Sol mudo

Como profesora de literatura, antes de entrar en el relato, me fijo en la sinestesia del título, del más puro estilo gongorino. Y antes de comenzar a leer ya me enamora.

En el primer párrafo aparece ese Doscastillos que me lleva a tu pueblo de origen, en el corazón mismo de las Cinco Villas. A Uncastillo,  que fue un núcleo importante del republicanismo español:

Aparecieron en el pueblo unos hombres con camisas azules e insignias rojas. Solo recuerdo que mataron a los perros y pasaron a ser ellos quienes se reunían cada mañana en la plaza.

Y me permito el lujo de copiar la descripción inicial del paisaje:

La carretera, angosta, como el cauce seco de un río. Un carro tirado por dos bueyes me llevaba a mi destino.

Y esa síntesis con la que nos sumerges en la España Vacía:

No había ni un alma. Después de mucho tiempo recordaría con tristeza ese pensamiento de aquella primera tarde calurosa, porque nunca encontré ni un alma en Doscastillos.

Con gran habilidad mezcla lo natural con lo fantástico. En un pueblo calcinado, donde los hombres no hablan, nos encontramos con una asamblea de perros que deciden las leyes no escritas. Este momento es uno de los mejores del relato, es como una síntesis en forma de fábula clásica. A partir de aquí el mensaje se extiende a toda la narración en olas concéntricas:

Perros que ni envejecían ni enfermaban, que jamás llegaron a mi consulta. Habían estado siempre allí como si la muerte se hubiera olvidado de ellos.

El simbolismo es como el de la Parábola de un náufrago de Miguel Delibes: una sátira contra la deshumanización que producen los fanatismos. En la obra de Delibes, don Genaro, un funcionario sumiso, se convierte en un perro.

La atmósfera asfixiante y las descripciones escuetas ayudan a crear una sensación de desasosiego en el lector.

Chowder

Chowder, “sopa de pescado” en alemán, es un breve diálogo entre un abuelo y su nieto Samuel. Recrea una situación que inspira mucha ternura y que sirve de contrapunto a la dureza del tema.

En el fondo, nuestras lecturas son diálogos con el texto y con otros textos que nos trae a la memoria. Pues bien, desde sus primeras líneas, este relato me reenviaba a La sonrisa etrusca de José Luis Sampedro. Tanto que tuve que interrumpir y releer a Sampedro. No tienen nada que ver en el contenido, pero sí en el punto de vista y en el tratamiento del narrador.

El abuelo, un emigrante checo, en 1934 era un cocinero de un restaurante de moda en Berlín. Después de ganarse el favor de Hitler, los nazis descubrieron su verdadera identidad. Al final, la historia se cierra con una vuelta a los orígenes.

Cuando le comenté que había sentido el cierre un poco precipitado, me respondió con ojillos de complicidad.

—Quería hacer algo histórico con los alemanes y la Segunda Guerra Mundial. Este relato fue la primera chispa, pero creo que será más largo. O quién sabe, igual lo incluyo en una novela.

—Pues ya que me has revelado un secreto, esperaré con impaciencia esa novela. Y ahora, si te parece, pasamos al siguiente.

Lágrimas en los abetos

Cuenta la reacción que el suicidio de Anelka provoca en su hermano Mijail Novikov. El narrador nos lleva de la mano y, poco a poco, acabamos aceptando cómo el dinero disuelve los deseos de venganza.

—¿Y este giro en tu narrativa? —le pregunté.

—Pues es que soy una enamorada de la literatura rusa y de Chejov. Es un cuento muy clásico, lo sé. Pero me gusta experimentar.

—En el fondo es una denuncia irónica del maltrato de las mujeres.

Eva sonrió. Pero yo sabía que aprovechaba sus gustos literarios para reivindicar  los derechos de las mujeres.

Por cierto, Lágrimas en los abetos me hizo  pensar en Lágrimas en los tejados de Sandra Araguás, otra joven escritora aragonesa.

Canícula

Un relato de apariencia sencilla en el que las palabras tejen con delicadeza una historia castellana, en la línea de las de los noventayochistas, Delibes o Cela.

El viajero que abandona el pueblo quiere guardar en su pupila todo lo que alcanza su vista:

A la izquierda, el campo de mi abuelo, terreno baldío, ya no hay nada que pueda hacer allí, demasiado joven para quedarse. A la derecha los melocotoneros de su padre, su padre que ya no está. La agonía ha venido y recorrerá el camino que no tendrá retorno.

En estos relatos, con mucha frecuencia, nos encontramos con el fantasma de la España Vacía que tan bien definió Sergio del Molino: un camino sin retorno que solo vive en la nostalgia.

La casa se llenará de risas

Es una historia muy valiente, el negativo del mito del príncipe destronado. Los celos pueden convertir a un niño en un gran malvado. El buen tono de Amelia, la narradora-niña, me recuerda al tono de El príncipe destronado de Miguel Delibes.

Lo novedoso es el juego irónico de contrastes: entre el título y el tema que articula la trama, entre los paisajes soleados y lo sórdido de la historia. Un relato que no nos deja indiferentes.

¡Fuera de aquí todas!

Es uno de los relatos que más me ha impactado. Un texto metaliterario que dialoga con la obra de la que pretende ser un apéndice.

Es una forma ingeniosa de dar salida a Pepe el Romano, el novio de Angustias en La casa de Bernarda Alba de Lorca.

—Eva, ¿cómo se te ocurrió esta genialidad?

—Pues muy fácil, Carmen. Desde la primera vez que leí La casa de Bernarda Alba, se me quedó rondando una pregunta: ¿Qué pasó con Pepe el Romano, un personaje tan grande y tan pequeño en la obra?

Efectivamente, este relato da vida a lo que sucede cuando Bernarda dispara. En ese momento el gran ausente toma la palabra.

Ciénaga de ceniza. En She was so bad

Ciénaga de ceniza

Cuando comencé a leerlo, me vi traspuesta al mundo de El perseguidor de Julio Cortázar. A esas noches insomnes a ritmo de jazz.

Pero las técnicas y el contexto son muy modernos. Aquí nos vemos involucrados en “la ciénaga del cenicero que teníamos debajo de la cama”.

Como un enfant terrible, la narradora con un ritmo poético trepidante nos conduce a la locura de las noches de saxo y sexo.

—Este cuento fue una auténtica prueba de estilo. Yo lo llamo un relato circular.  Cuando lo releo me da la sensación de dar giros. Es el relato más “loco” de todo el libro. Me inspiré en el colombiano Rafael Chaparro —Eva dixit.

Sabor metálico

Este relato  da título a todo el libro. Está contado con una verosimilitud a prueba de fuego. Está tejido con la misma minuciosidad con la que el oficinista, que está de baja por ansiedad, reconstruye la vida de Julia, su nueva vecina. Todo encaja como en una gran labor de orfebrería. Una historia de tomo y lomo: con mucha intriga y con una gran sorpresa final.

El sabor metálico de estas páginas es una metonimia de sabor ácido que impregna todo el libro. No entro en análisis más profundos, diré simplemente que es magistral.

Quince días para la jubilación

Los quince días marcan la edad de la narradora, Eva Dospar, un heterónimo de la autora. Una trama limpia y clásica encierra un mundo musical moderno para hacerlo eterno.

En las dos partes que sirven de marco, la primera y la tercera, la narradora decide escribir un artículo sobre el recién fallecido Paco de Lucía. Y la segunda parte, el recuerdo de sus tiempos universitarios gira en torno a la música de Led Zeppelin: “El grupo que escuché mientras lo escribía”, me comentó Eva.

Curso de escritura

La narradora parece un alter ego de la autora y el texto un ejemplo de autoficción. Pero, a medida que avanza su conversación con el profesor de escritura, va ganando el punto de vista ficcional. Al final, di un respingo en el sillón. El amable profesor resultó ser un coleccionista de amantes asesinadas.

Me quedé sin respiración. Todo me sabía a poco. La historia solo estaba esbozada, sugerida.

Hotel Miguel Ángel

La maleta se convierte en una metáfora de situación que tensa el ambiente. Mi imaginación, como la de la narradora, iba al cien por hora. Al final, como en el soneto con estrambote de Cervantes: “caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada”. Y me entró la risa. ¡Qué humor tan fino!

Vecinas

Muy buena historia. Después de acabarla me seguí desternillando un buen rato. Cuando hablé con Eva de todos y cada uno de sus relatos le dije:

—¡Eres la bomba! No cambiarás nunca. Pero me encanta le aire fresco de tus páginas.

—Pues esta historia me sucedió de verdad. Es una de esas veces en las que la realidad supera la ficción. En las que lo más real parece inverosímil.

Cafetería

La narradora, de un aspecto normal, parte de un aquí y un ahora:  la cafetería de la plaza del Pilar de Zaragoza donde se está tomando un café. Y, de repente, le pica la cicatriz del brazo. Esa anécdota, también normal, la convierte en un personaje extremadamente sensible.

A partir de ese momento el relato avanza en dos planos. El real y el evocado. La madurez se contrapone a la infancia.

Cuando el lector funde los dos planos, adivina todo lo extraordinario que evocan nuestros rituales. El resultado es un relato entrañable, con una prosa madura.

De una a dos

El relato más complejo del libro. Como la maquinaria de un reloj de precisión y a la manera de H.P. Lovecraft, el maestro de terror, va desarrollando una compleja historia sucedida en Zaragoza. En lugar de hacer spoiler, dejaré hablar a su autora.

—Es uno de mis favoritos. Ante de sentarme a escribir me leí los cuentos completos de H.P. Lovecraft y muchas crónicas de los periódicos de los años 60. Y después le dediqué mucho tiempo al diseño de la estructura.  Quería sintetizar las vidas de cuatro personajes y de tres generaciones. Me encantó escribirlo cuando ya lo tenía el puzle montado.

Para terminar

Sabor metálico, como la mente inquieta de Eva Pardos, es un libro poliédrico. Es un libro joven, que juega con la experimentación. Cada relato apunta hacia un camino literario diferente.

Y eso requiere una lectura en tiempos diferentes. Esa concepción nos obliga a leer y a sentarnos al borde del camino antes de pasar al siguiente. Nos obliga a reflexionar y a releer.

Es uno de esos libros en los que el sabor metálico inicial, con las sucesivas lecturas, se va convirtiendo en agridulce. Y en la última nos deja el agradable sabor de una literatura que nos atrapa.

Eva, tú no me has defraudado.

Sabor metálico. Presentación en Madrid

Presentación en Madrid

 

Eva Pardos Viartola (Zaragoza 1974). En 1993 acabó el Bachillerato, entonces BUP y COU, en el Instituto Goya. En la Universidad de Zaragoza cursó Biblioteconomía y Documentación, estudios que le ayudaron a que su amor por los libros siguiera creciendo. Actualmente ejerce como docente en «MasterD», una empresa de formación. Y combina su trabajo con la dedicación a la escritura. El curso 2018, volvió a la Universidad y realizó el Máster del Profesorado.

De su vocación literaria

En el Instituto Goya, mi profesora Carmen Romeo, me transmitió su pasión por la literatura. Pero mi vocación por la escritura me llegó un poco tarde, cuando ya tenía 40 años. Como todas las cosas importantes de la vida, entró de puntillas, casi por casualidad. Mi pasión literaria me llevó a uno de los talleres de escritura creativa que entonces proliferaban en Zaragoza. Allí comenzó de una forma muy gratificante mi afición por la escritura. Esta afición me llevó a los talleres de Mario de los Santos, Óscar Sipán, Julio Espinosa e Irene Achón. Con los relatos de esos cursos comencé a publicar en las antologías: “Buscando los orígenes de aquello”, “She was so bad” y quedé finalista en un concurso de la Unión Europea.

Compartí mi pasión con otros colegas y formamos el grupo “La Flama”, al que pertenezco desde 2016. Hoy nos dirige Ángel Gracia, escritor y poeta. Allí vamos desarrollando nuestra propia voz y buscamos la manera de seguir mejorando nuestro quehacer literario.

Quiero aprovechar estas charlas para darles las gracias a Reyes y David, de Pregunta Ediciones. Ellos me han apoyado siempre y me animaron a recopilar todos los cuentos y a publicarlos en un volumen. De su empeño nació “Sabor metálico”.

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Obras

Buscando los orígenes de aquello. Antología de relatos. Pregunta Ediciones, 2014.

Mujer ni más ni menos. Concurso de micro-relatos, día de la mujer. Quedó finalista con Horizontes. Parlamento Europeo, 2015.

She was so bad. Antología de relatos pulp. Editorial Aloha, 2016.

Salvajes. Relato. En Ecléctica, Revista de fotografía, mayo de 2017.

Mujeres a la orilla del Ebro. Antología de escritoras aragonesas. Coordinación, Ana Vivancos. Prólogo de Julia Duce. Editorial Apache, 2019.

Sabor metálico. Pregunta Ediciones, 2019. Su primer libro de relatos.

Mujeres a la orilla del Ebro. Presentación

Mujeres a la orilla del Ebro

Aunque no es el objetivo principal de este estudio, me gustaría presentaros a las compañeras de Eva en esta antología de voces jóvenes zaragozanas. Para que no se pierda su memoria, voy a nombrarlas: Lucía Arca, Laura Bordonada Plou, Irene Cisneros, Esther García, Sylvia Marx, Teresa Palomo, Pepa Pardos, Eva Pardos Viartola, Rosa Vidal y Ana Vivancos.

Me habría gustado citarlas a todas con el apellido materno, porque nuestras genealogías femeninas son importantes, pero por alguna razón que no alcanzo a adivinar, solo aparecen con el apellido paterno.

Como ellas dicen: “No importa de dónde venimos, pero sí adónde vamos. Los beneficios de este libro son para Armanixer, una asociación que ayuda a mujeres con discapacidad”.

Recomiendo a los lectores que se acerquen a estas páginas llenas de energía y de prosa novedosa. Estas mujeres rompedoras son la voz de nuestro futuro.

Carmen Romeo Pemàn

Con otras autoras de la antología

De izquierda a derecha: Laura Bordonada, Teresa Palomo, Eva Pardos y Ana Vivancos

Monólogo desde una cornisa

¡Tanto esquivarte durante treinta años para que al final hayas logrado alcanzarme en treinta días y ponerme en esta cornisa en treinta segundos! Te odio, cabrón de mierda. ¡Cobarde! ¡Egoísta!

¡Joder! Malditas rachas de viento, si solo es un quinto piso, maldito viento, no me tires, no seas cabrón tú también, y tú, gorda imbécil, ¿qué haces mirándome con esos ojos de pez?, ¿es que no has visto nunca a una tía normal subida a una cornisa normal de un puto edificio normal?, ¿y si no haces nada, so idiota, para qué miras?, ¿acaso he gritado? Quiero tirarme yo sola, pero esta película no es para ti, gorda, mueve tu culo, que esto es para ti, cabronazo, mi amor, que no tenías derecho, ningún derecho a hacerme esto, que he sabido vivir sin ti estos treinta años, sí, ríete si quieres, pero te jode, te jode escucharlo, o te jodería escucharlo si me oyeras, pero no, cómo iba a joderte, la gilipollas soy yo, que predicando desde este púlpito me cargo mi sermón, porque a ver qué hago aquí, si es verdad que no me importas, Jaime, que paso de ti mil pueblos, y entonces qué coño hago aquí, quién me mandaría hacerte caso ahora, con lo bien que yo he vivido estos treinta años, y tú, capullo, qué narices, quién te manda a ti buscarme en las putas redes sociales, que tampoco tengo tanta actividad y a mí ni siquiera se me pasó por la cabeza hacer lo mismo contigo, total, para qué, si agua pasada no mueve molino.

Y a esta pobre maceta le falta agua, como a mí me faltas tú. Y pensar que hace un mes yo solo abría la ventana para regarla, quién me iba a decir que hoy la iba a estar mirando desde arriba, y hay que ver, que las flores parecen otra cosa desde aquí y nunca me di cuenta de que por dentro son tan rojas que se diría que están llenas de sangre, y como no te quites, gorda de mierda, voy a saltar con más impulso para que mi sangre te ponga perdido ese abrigo tan feísimo que llevas, que te hace más gorda todavía, ¡no, idiota, no saques el teléfono, joder! ¿Por qué todo el mundo se empeña en tomar decisiones por mí, para mí? ¡Jaime, que te folle un pez! Y a otro perro con ese hueso, que no se hace lo que has hecho tú para “saber cómo está una vieja amiga”, que de sobra sabes que yo bebía los vientos por ti, y que el tren de los quince años pasó, se fue, se largó, y nos quedamos en tierra, uno a cada lado de la vía, y yo seguí mi camino y tú el tuyo, y cada uno a su casa y Dios en la de todos, y así treinta años, treinta putos años, treinta felices años, treinta normales años, y vienes tú y en un mes me pones la cabeza en los pies y los pies en la cabeza, y metes el dedo en mi alma y le das la vuelta como si fuera un guante de plástico, y yo, tan lista, con mi éxito como escritora, con mi vida de película, y me dejo llevar y me creo que el tren ha dado marcha atrás, y tú dejas que me lo crea, y te inflas como un pavo cuando babeo porque resulta que no escribo ficción, que lo que escribo es verdad, que la vida puede ser de color rosa y que los príncipes azules pueden llegar y despertar a Blancanieves con un beso, pero tú eres otra cosa, eres malo, no eres el príncipe, eres la manzana envenenada, que sí, que si te pica escuchar eso, te jodes y te aguantas como estoy haciendo yo, que para qué apareces y me comes la oreja con lo mucho que me admiras y que me quieres y luego largas eso que siempre nos atribuyen a las tías del puto “como amigos”.

Y tengo más cojones que tú, más valor que tú, porque ahora te has agarrado a la apuesta segura, a tu Carmencita, tan buena, tan linda, tan perfecta, que hay que tener una piedra por corazón para presentármela como otra buena amiga y ahora sumo dos y dos, que en el whatsapp estáis en línea y os desconectáis a la misma hora, y ha sido una guarrada dejarme que volviera a decirte que te quiero, y déjate de mandangas, que lo de la amistad a mí me la trae floja, y a ti te faltan huevos pero a mí me sobran ovarios y ojalá no se te empine cuando te acuerdes en mitad de un polvo con ella de que yo me tiré por la ventana.

Si me tiro, me harán la autopsia. Pero el forense no sabrá leer la causa de mi muerte en mis tripas ni en mi corazón. Para eso, yo tendría que haber nacido hace siglos, cuando el futuro se leía en las cartas y no en las redes sociales. Y no sé por qué pienso ahora esta gilipollez, como si no tuviera bastante con el presente, como si yo tuviera futuro, que no lo tengo.

¿Y si te juzgo mal? Que igual solo querías aspirar el aroma de la dulce flor de una juventud perdida para devolverle el color a unos recuerdos desvaídos. Y en vez de una flor soy una hiedra empeñada en agarrarme a tu piel, y te asfixio y me asfixio. O igual soy un árbol equivocado y llevo un mes mirando al suelo y he dejado que la boca se me llene de tierra y me he enredado yo en esos putos recuerdos, en esas raíces podridas que has venido a desenterrar, con lo feliz que yo estaba contemplando mis hojas, y el sol, y dejando que el viento me acariciara, el puto viento que ahora se empeña en soplar más fuerte para arrancarme de aquí antes de tiempo.

Pero es mejor mirar al cielo o al suelo porque si miro en mi interior veo un monstruo deshecho de dolor en el que me cuesta reconocerme, a un hada triste que no soy yo.

Y están estirando una lona ahí abajo y se creen que entiendo lo del megáfono, pero con este vendaval no se oye nada, o sí, que oigo a mi corazón que protesta y me grita que no mereces que me tire por ti…

¡Mi sabio y herido corazón! ¡Tiene razón! ¡Quiero ver más amaneceres! ¡Quiero escribir más historias! ¡Quiero vivir! He estado loca, ¡estirad la lona! ¡Ayudadme! ¡No me quiero caer ahora y tengo mucho miedo de moverme!…

Adela Castañón

Imágenes: cabecera, PixabayCierre mujer, StockSnap. Cierre flores, StockSnap.