Estrella

Diana y yo éramos amigos desde que nacimos. Nuestros padres veraneaban en el mismo pueblo y en verano nos gustaba echar carreras en la playa. Diana tenía algo en la pierna izquierda y, a pesar de eso, solía ganarme casi siempre. A mí no me importaba, aunque fuera una chica, porque era un poco mayor que yo. Además, teníamos una norma: el primero que se encontrara algo en la arena tenía que inventarse una historia y las suyas eran mucho mejores que las mías. Durante muchos años seguimos con el mismo juego, sin cansarnos nunca. Pero cuando pasó lo de la estrella todo cambió y el mundo se volvió un lugar diferente.

Ese día hacía mucho viento y el ruido del mar se oía desde nuestras casas. Nos habíamos escapado como los ladrones, casi de puntillas por miedo a que nuestros padres no nos dejaran salir por el mal tiempo. Al llegar a la playa, Diana me sacó ventaja, como siempre. De pronto frenó en seco. Tanto que cayó de rodillas en la arena, creo que sobre la pierna mala, porque se quedó muy quieta. Cuando llegué me daba la espalda y sujetaba algo en las manos.

–¿Qué has encontrado, Diana?

No me contestó y me puse delante de ella. Tenía la boca y los ojos muy abiertos, como si no le entrara aire en el pecho a pesar del vendaval. Levantó las manos con las palmas hacia arriba y entonces la vi.

–¡Anda! ¡Una estrella de mar! –Hice ademán de cogerla. Diana retiró las manos de golpe.

–¡No!

Me quedé quieto al escuchar el grito de Diana. Y me mosqueé.

–¿Qué pasa? ¿Por qué no puedo cogerla?

–Mira. –Diana volvió a acercar sus manos a mi cara muy despacio. Sus ojos grises se clavaron en los míos. Después de las historias, los ojos eran lo que más me gustaba de Diana.

–¡Ostras! ¡Se mueve!

–Está viva. –Mi amiga seguía de rodillas. Al lado de la rodilla izquierda vi una piedra con sangre. Diana siguió hablando para sí misma y dejó de mirarme–. Pobrecita. Seguro que eres una princesa errante en busca de tu príncipe. Y algún mago malvado o una bruja celosa habrá invocado al vendaval para que te arrastre hasta aquí.

–¡Guau! Esa historia sí que es buena ¿Y qué más?

–¡No te enteras!

–¿Qué?

Decididamente Diana estaba rara. No le gustaba dejar una historia a medias y tampoco me había contestado así antes. Suspiró, siguió con los ojos fijos en la estrella y luego me miró con cara de persona mayor. Era una cara que no le había visto nunca hasta ese verano. Aunque era la misma Diana de siempre, le había dado por leer novelitas tontas y aburridas y, a veces, cuando iba a recogerla, la encontraba con la vista fija en un libro y con la misma expresión que ahora. Pensé que no me había escuchado y, cuando iba a preguntarle otra vez, me contestó:

–Tenemos que hacer algo, Ignacio. Está viva. Pero viva de verdad. ¡Necesita ayuda!

–¿Y qué hacemos? ¿Nos la llevamos?

–No, bobo –contestó. Torció la cabeza y sonrió–. Vamos a devolverla.

–¿Devolverla? ¿Adónde?

–A su casa.

Diana se puso de pie. La rodilla le sangraba y sostenía la estrella con las dos manos. Echó a andar hacia la orilla. Yo la seguí, pero me paré cuando una ola enorme casi me moja las deportivas.

–¡Déjala ahí!

Diana volvió la cara para hablarme, pero casi no la oía por el ruido de las olas y del viento.

–No es bastante. Volvería a quedarse encallada en la arena.

Le dije que no avanzara más, pero no me hizo caso. Dio algunos pasos, y de pronto vi que estaba casi en el rompeolas.

–¡Diana! ¡Dianaaaa! –grité con todas mis fuerzas–, ¡vuelve! ¡Te juro que como me dejes solo no te vuelvo a hablar en la vida!

–¡Espera un momento! –me contestó.

Avancé hasta que el agua me llegó a las rodillas. Estaba tan asustado que ni siquiera me acordé de descalzarme. Entre los muslos noté que me corría algo caliente aunque el agua estaba helada. Veía que Diana se acercaba y se alejaba a la velocidad de un tiovivo. Una ola casi me la echó encima. Intenté cogerle la mano, pero otra ola se la llevó antes de que pudiera agarrarla. Diana se zambulló entonces y desapareció entre las olas. Era buena nadadora y pensé que volvería en seguida, pero no lo hizo.

Esperé en la orilla con sal en el cuerpo y sal en mi cara. Esperé con frío en la piel y con hielo dentro de mi cuerpo. Esperé hasta que llegaron mis padres y los de Diana, y más gente del pueblo. Seguí esperando en mi casa, abrazado a mi madre embarazada y notando en mi cara las patadas del bebé. Tenía la tripa tan grande que no logré juntar mis manos en su espalda.

Aunque hice lo que Diana me había pedido, mi espera no sirvió de nada y convertí mi enfado en silencio. Me llevaron al pediatra. Y a más médicos. No sé para qué, porque no se daban cuenta de que lo único que me pasaba era que Diana no estaba. Y todos hacían lo que yo quería sin necesidad de que hablara. Papá, por ejemplo, empezó a venir conmigo a dar paseos por la playa, aunque siempre me llevaba de la mano y no corríamos. Caminábamos, pero lejos de la orilla.

Durante uno de los paseos encontramos una estrella. Y todo volvió a cambiar. Me solté de la mano y di una carrera pequeña para cogerla, pero estaba vacía. Yo sabía que las estrellas tienen el esqueleto por fuera, y esta era solo un esqueleto. Y cuando iba a tirarla sonó el móvil de papá. Habló un poco y de pronto me agarró de la mano y echamos a correr hacia casa. Me sorprendí tanto que ni siquiera me di cuenta de que me había llevado la estrella conmigo.

Llegamos a casa, subimos al coche y fuimos al hospital. Mamá estaba en una cama, y en brazos tenía al bebé. Sonreía.

–Mira, Ignacio. Es una niña. Y es preciosa. Hijo… –Mamá no dejó de sonreír, pero por su cara empezaron a rodar un montón de lágrimas–. ¿No quieres decirle nada a tu hermanita? ¿Ni a mí? Cariño… te echo de menos.

El bebé dio unos grititos. Me acerqué por curiosidad, y entonces abrió los ojos. Eran grises. Enormes. Hermosos. Miré a mamá. Perdoné a Diana. Sonreí también.

–Quiero que se llame Estrella.

Adela Castañón

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Imágenes: Pixabay, Unsplash

Babila Millán, la hornera de la plaza

De las fragolinas de mis ayeres

A Sara Puente

Cuando Babila Millán se quedó viuda con ocho criaturas, alquiló el horno de la plaza. Le pagaban poco y encima tenía que hacerse cargo de los desperfectos del local. Su vecina Andresa le dijo que más le valdría ir a lavar al río con ella, que los ricachones eran más generosos que los del Ayuntamiento. Además, si iba por las casas, siempre podría quitar el hambre de sus hijos con las patatas que sobraban en los calderos de los cerdos.

—Mira, Andresa, ya me gustaría, pero tengo muchas quebrazas. —Se sacó las manos de los bolsillos del delantal y le enseño las heridas—. Con el jabón se me abren más y no me dejan dormir por la noche.

A Andresa eso del horno no le gustaba. Le decía que tendría que levantarse antes del alba y trabajar todo el día sin parar hasta bien entrada la noche. Y que ser fogonera era mal oficio.

—Babila, ¿has pensado que si estás todo el tiempo junto al fuego te saldrán cabras en las piernas?

—Pero son más llevaderas que los sabañones que salen con el frío.

Aquella ocurrencia de Andresa le trajo a la memoria su noviazgo con Nicolás, que estaba loco con sus piernas. Entonces pensó que no le gustaría verla con manchas rojas asomando por debajo de la saya.

—Bueno, pero luego no me vengas diciendo que no les puedes dar un mendrugo de pan a los críos —le contestó Andresa, la vez que se sujetaba el balde de ropa que llevaba en la cabeza.

—Lo que tú no sabes es que mi marido, que en paz descanse, quería coger el horno. No solo por el pan. Que ya sabemos que no da para vivir. Y menos aquí que las mujeres nunca dejan la poya. Dicen que no es obligatoria como en otros pueblos.

—A ver, Babila, entra en razón. Eso pasa porque el alcalde se ocupa del horno. Y además, lo de la poya era antes, cuando los que iban a cocer el pan pagaban en especie. Pero los tiempos han cambiado.

—Pues a lo que iba, Andresa, que de una nos vamos a otra,

Entonces Babila habló y habló de lo importante que era el cáñamo. De los fajos de las eras que se ataban con sogas y soguetas. De los sacos y las talegas que se empleaban para llevar el grano a las casas. De los toldos de los carros y de las sábanas que tejía Benito y de las mujeres que andaban todo el día hilando.

—Como comprenderás, me puedo sacar un buen jornal secando fajos de cáñamo, sobre todo en tiempos de lluvia. —Babila se metió debajo de la toca unas greñas que se le habían salido.

—Pero eso es peligroso —le dijo Andresa—. Acuérdate de la Jerónima. Menos mal que solo se le quemaron los refajos.

—Eso le pasó porque era un poco zafia y no tenía buenas trazas de tizonera. Pero yo me he criado haciendo carbón en el monte. Desde cría domino bien el fuego.

Así fue como Babila, la viuda de Nicolás Puente, se convirtió en una hornera famosa. Venían las gentes de la redolada con burros cargados. Sobre todo de los pueblos en los que los alcaldes habían prohibido que se secara el cáñamo junto al fuego.

Tanta fue la fama del horno de El Frago que la hornera no daba abasto ni le cabían todos los fajos en aquel cuchitril. Y las mujeres del pueblo le montaban trifulcas diciendo que ellas eran las primeras. Un día se le presentaron todas con grandes fajos y los pusieron a secar muy cerca de la boca del horno, justo delante de otros que estaban extendidos por el suelo.

Mientras se cocían los panes, Babila intentaba quitarlos, pero no tenía bastantes fuerzas. En estas estaba cuando sintió un olor penetrante y un tufo que casi la ahogaba.

—Babilaaaaaa, que se te queman los panes, que llega el olor a socarrado hasta la plaza —gritó una voz ronca por el ventano que daba al callejón de la herrería.

Se sobresaltó y, sin pensarlo dos veces, abrió la puerta del horno. Cogió la pala y comenzó a sacar panes carbonizados. No se dio cuenta de que algunos llevaban brasas pegadas. En ese trajín se le prendió un trozo de estopa y en unos segundos ya estaba ardiendo todo el edificio.

Los vecinos, lograron apagar el fuego con grandes esfuerzos, pero no pudieron salvar a Babila. El primero que llegó hasta ella, desafiando a las llamas, la encontró cadáver. Después vinieron los llantos, la autopsia y el certificado del juez.

Acta de defunción de Babila Millán de treinta y ocho años, viuda de Nicolás Puente y madre de ocho hijos. Falleció, dentro del horno de la plaza, por asfixia y por el extremo dolor que le produjeron las quemaduras en todo el cuerpo. Así lo certificaron los médicos que le realizaron la autopsia.

Hasta el río llegó el eco de las mujeres que lloraban por Babila Antes de una semana, las autoridades se llevaron a sus hijos al hospicio y, en menos de un año,  construyeron un horno con dos partes separadas por un tabique. En un lado se cocía el pan y en el otro se secaba el cáñamo. Las gentes se acostumbraron a pagar la poya del pan y los costes del secado del cáñamo. Y en la memoria de todos quedó la leyenda de Babila, la hornera que desafío los peligros para dar de comer a sus hijos.

Carmen Romeo Pemán

Lacasta. Horno. José Ramón Castán Pérez. 2016

Horno público de Lacasta (Zaragoza). Foto de José Ramón Castán Perez, 2016.

 

Imagen principal. Ricardo Compairé Escartín. Ayerbe. Mujeres en el horno, antes de 1936.

El calendario egipcio. Una curiosa historia

La última semana de febrero estuve en Egipto con un viaje de grupo, y es una experiencia que recomendaría a cualquier persona con los ojos cerrados. Intentar recoger en un artículo todo lo que aprendí es misión imposible, pero me apetece compartir al menos una de las muchas cosas interesantes que desconocía: el origen del calendario.

Mi descubrimiento se produjo durante la visita al templo de Kom Ombo. El guía de nuestro grupo, Tarek, egiptólogo de profesión, se paró delante de un mural y nos hizo una pregunta a bocajarro:

–¿Alguno de ustedes se ha preguntado por qué febrero tiene veintiocho días y los demás meses tienen treinta o treinta y uno?

Ninguno de nosotros levantó la mano para responder ya que, como es natural, no teníamos la respuesta. Ojalá yo hubiera tenido una grabadora para haber conservado todos los detalles de una explicación magnífica. Y, aunque no soy egiptóloga, trataré de contaros aquí esa historia que me pareció apasionante.

Se piensa que el calendario egipcio del templo de Kom Ombo, con más de dos mil años de antigüedad, es el primero conocido en la historia de la humanidad. La vida de los egipcios estaba regida por el Nilo, y el estudio de algunos papiros nos ha permitido saber que medían el tiempo en función de un hecho trascendental para ellos: las crecidas y los desbordamientos anuales de su río, al que consideraban la fuente de la vida. Por eso concibieron un calendario más agrícola que astronómico, a diferencia de otros pueblos, como el babilónico, que fijaba la duración del año en función de observaciones sobre los astros.

Para los egipcios el año constaba de 365 días, divididos en doce meses, de treinta días cada uno. Eso nos daría un total de 360 días a los que añadían cinco días adicionales, llamados los días muertos o días olvidados, que los griegos llamaron días epagómenos o añadidos, del verbo επαγω (epago), añadir. Esos cinco días se introducían después del mes doce y antes del día de año nuevo, y se consideraban una especie de festivos dedicados a honrar a los dioses. En egipcio se llamaban “heru repenet (Hrw rpnt)” y en ellos se festejaban los nacimientos de OsirisHorusSethIsis y Neftis, porque en esos días la diosa Nut pudo dar a luz a sus cinco hijos, ya que el dios Ra le había prohibido tenerlos durante el año.

El año se dividía en tres estaciones, de cuatro meses cada una. Y cada mes tenía tres semanas denominadas décadas, «(tp-ra-mD)», de diez días, en lugar de los siete que tienen hoy las nuestras. Las tres estaciones eran:

  • Inundación (Akhet o Ajet), entre mitad de julio y mitad de noviembre.
  • Siembra o germinación (Peret o invierno), que transcurría desde la mitad de noviembre hasta la mitad de marzo.
  • Recolección o cosecha (Shemu o verano) de mitad de marzo a mitad de julio.

Dado que para ellos la vida era la cosecha, el año empezaba en marzo. Y teniendo en cuenta esa mentalidad agrícola, empezaban a contar el año con marzo como el mes uno. También el calendario romano, posterior, comenzaba el mismo mes. Y eso hace que sean lógicos los nombres actuales de algunos de nuestros meses: septiembre (mes séptimo), octubre (octavo), noviembre (noveno) y diciembre (décimo). En los escritos egipcios, para nombrar las fechas se usaba el número del mes en vez de el nombre propio. Así, por ejemplo, encontramos “Día siete del tercer mes de la inundación”. Al final de los doce meses, como he señalado antes, se añadían los cinco días olvidados.

Más tarde Julio César impuso en todo el territorio controlado por Roma el calendario juliano. Para ello contó con la ayuda de un egipcio, Sosígenes. Distribuyó los cinco días olvidados y los añadió a meses alternos. A esto hay que añadir un rasgo de la mentalidad imperial romana: Julio César y Augusto quisieron que les dedicaran un mes del calendario. Así permanecerían en el recuerdo de las gentes y se harían inmortales, y de ahí vienen los nombres actuales de nuestros meses de julio y agosto. Y, para darles mayor importancia, a estos dos meses imperiales se les atribuyó uno de los días olvidados. Por eso los meses van alternando entre treinta y treinta y un días, salvo julio y agosto que son los dos únicos consecutivos que tienen treinta y un días cada uno. Y al repartir de ese modo los días olvidados, cuando la cuenta llegó a febrero, que era el último mes del calendario, le tocó quedarse solo con sus veintiocho días actuales. Lo de los 29 días de los años bisiestos ya es por razones astronómicas, que no tienen que ver con el calendario egipcio.

Os he contado esto de memoria, ateniéndome a lo que recuerdo de los comentarios de nuestro guía. Así que, si algún especialista en el tema me pilla algún error, vaya por delante que este artículo lo he concebido más como una historia interesante que como un documento con aspiraciones de perfección técnica. Pero no me negaréis que la pregunta que nos hizo Tarek no da lugar a reflexiones interesantes.

Ojalá mi viaje hubiera durado una semana de las de entonces. En lugar de siete días habría disfrutado de tres más para conocer y admirar una cultura cuyo conocimiento me hace sentirme mucho más rica, a pesar del dinero que me gasté en el viaje.

Hay cosas que valen la pena, y Egipto es una de ellas.

Adela Castañón

Foto de la autora. Templo de Kom Ombo

Secretos en el confesionario

A unos pasos de la iglesia donde se casaría con Felipe, Ariana hincó las rodillas, se cubrió la cabeza con un manto blanco y se persignó. Agarró el rosario que le colgaba del cuello y lo besó como si estuviera besando a su prometido, con un amor que le ardía en las entrañas. Pasó los dedos entre las cuentas, contempló la cruz de plata y se puso de pie.

Se quedó unos minutos en silencio y luego atravesó el portón de madera. Acarició los grabados de la Virgen que resaltaban en las primeras columnas de la nave central. Mojó los dedos en la pila bautismal y se santiguó con agua bendita. Caminó entre los bancos de madera sin quitarle la mirada al Cristo que estaba suspendido encima del altar. Amaba esa imagen de Jesús volando sobre el sagrario, con el cuerpo semidesnudo, el costado ensangrentado y la cabeza coronada de espinas. Cuando era niña inventó muchas historias del Cristo volador de su parroquia, que como un superhéroe de tiras cómicas salvaba las almas de los que asistían a misa todos los domingos.

En los años de escuela, la devoción a la iglesia era tan intensa que su madre pensó que tendría una monja en la familia.

Doña Fabiola hablaba con orgullo de su hija, la primera santa de Almería, la novia de Jesús. Ariana ayudaba en la parroquia a poner los velones en el altar, limpiaba las estatuas de los santos y esparcía el incienso entre los feligreses. Años de especulaciones y preparativos para la futura santa del pueblo se irían por el caño al mediodía del domingo, cuando le diera el sí a Felipe.

De pie enfrente del altar, Ariana sintió como si Jesús la mirara con desprecio.

Caminó hacía el confesionario, abrió la puerta y se sentó en la banca. Se quitó el rosario del cuello y comenzó a recitar la avemaría mientras llegaba el sacerdote.

Los rezos de Ariana se interrumpieron cuando sintió que alguien se acercaba. El padre Gabriel había llegado y, por fin, confesaría sus pecados y haría la penitencia para recibir el sacramento del matrimonio con la bendición de Dios.

—¿Ariana? —dijo una voz conocida.

Las náuseas la invadieron cuando reconoció a su prometido.

—¿Felipe? ¿Qué haces aquí?

—Tenemos que hablar. No voy a casarme contigo —dijo Felipe mientras corría la cortina para ver la cara de Ariana.

—Pero, lo acordamos, ¿por qué ahora no quieres casarte?

—Puedes decir que el niño es mío, pero no me casaré contigo. Sabes que estoy enamorado de Leticia. Anoche le conté la verdad y vamos a irnos mañana antes del amanecer —Felipe hizo una pausa, tragó saliva para aclarar la garganta y agregó—: Ariana, quiero ayudarte, pero no puedo casarme. Es demasiado.

—Felipe, si no te casas conmigo voy a caer en desgracia. ¿Qué voy a decirle a mi madre y a todos en el pueblo? ¿Que vino Dios y me dejó preñada como a la Virgen María?

—Somos amigos desde niños. Te he apoyado en tu locura de amar a Jesús y rezar el rosario noche y día, ¡jugaba contigo a la eucaristía! Sabes que haría cualquier cosa por ti, pero esto me supera. ¿Qué vida nos espera si nos casamos?

—Lo sé. ¿Por qué crees que estoy aquí? Voy a hablar con el padre Gabriel, hago mi penitencia y listo. Todo queda saldado.

—Ariana, ¿qué dices? No es tan sencillo. ¿Crees que Dios nos va a hacer más fácil todo, solo porque te confesaste con el padre Gabriel? ¡Tienes que decir la verdad! Tu familia te ayudará y todo saldrá bien, ya verás —dijo Felipe y puso la mano en la ventanilla enmallada que los separaba.

—¿La verdad? No. Felipe, no puedo —dijo Ariana entre sollozos y ocultó su rostro con las manos y el rosario colgando entre sus dedos.

—Esta boda no va a pasar. Quien sea el padre de ese niño tiene que hacerse responsable.

—¡No! ¡No! Ya te dije que no sé quién es —dijo Ariana mientras se acariciaba la barriga.

Felipe se pasó la mano por el cabello, miró a su amiga de la infancia que no paraba de temblar y de arreglarse la falda.

—No entiendo cómo pudo pasar esto, Ariana. ¡Por Dios!

—No importa, no hay marcha atrás. No puedo simplemente deshacerme de este bebé y fingir que nunca estuvo dentro de mí. Si no te casas conmigo seré peor que una paria, todos me van a odiar. ¡Ya me odian! Me odian porque la futura santa de Almería se va a casar, y no con Jesús.

—Entonces vente con Leticia y conmigo. Te ayudaremos a iniciar una nueva vida en otro pueblo. Salgamos de aquí y olvidemos la iglesia, los compromisos. Estoy cansado de rendirle cuentas a Dios, a mis padres, al alcalde…

Ariana se quedó en silencio contemplando la mirada vibrante de Felipe.

—Tengo que pensarlo. Me quedaré un poco más aquí, sabes que me siento bien entre los santos y así podré tomar una decisión —dijo Ariana y puso la mano en la ventanilla para tocar la mano de Felipe.

—Cuando suene la última campanada, la que indica el final de la misa de las ocho, si no estoy en la acera del frente de tu casa, te puedes ir sin mí y resolveré este asunto sin decir que este hijo es tuyo.

Felipe asintió con la cabeza y se marchó.

Ariana rezó tres padrenuestros y salió del confesionario con el manto blanco cubriéndole la cabeza.

De pie junto al confesionario recorrió con la mirada el viacrucis que adornaba las paredes, las pinturas del techo que ilustraban la batalla del bien contra el mal y el altar en el que había servido desde los cinco años. Miró al Jesús volador una vez más. Se acercó hasta él, se dio la bendición sin quitarle la mirada, besó el rosario y lo dejó en el suelo a un lado del púlpito.

Cuando sonó la última campanada, Felipe se asomó por la ventana.

Mónica Solano

Imagen de Anna Sulencka

Cándida. Los agitados comienzos del feminismo en España

#demibauldelecturas

El viernes, 8 de febrero de 2019,  asistí en Facultad de Educación de Zaragoza al seminario, Las mujeres votan por la paz, que se inscribía en el proyecto europeo Programa Europa de la ciudadanía.

Lo convocaba La liga internacional de las mujeres por la paz y la libertad  (WILPF), con el apoyo del Observatorio de igualdad de la Universidad de Zaragoza.

En una de las sesiones se presentó el libro De Madrid a Ginebra. El feminismo español y el VIII Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer, escrito por Isabel Lizarraga y Juan Aguilera.

En ese mismo acto tuve la oportunidad de presentar Cándida, la novela con la que Isabel da vida a todo el ambiente en el que se gestó el Congreso de Ginebra de 1919

El interés que me despertó la lectura, las palabras de su autora y la buena acogida entre el público me han animado a escribir este artículo con la intención de contagiaros mi entusiasmo.

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Cándida es la historia de una maestra riojana, cuyo periplo vital se teje con los convulsos orígenes del feminismo en España.

De su mano conocemos las trayectorias de la marquesa del Ter, de María Lejárraga, de María Espinosa y otras mujeres famosas entre 1918 y 1921.

Utiliza con gran acierto la ficción literaria para revivir unos entresijos históricos difíciles de contar. Con los trajines de los personajes, reales y ficticios, entendemos los bastidores en los que se fueron urdiendo los movimientos feministas.

Antes de la lectura, ¿quién recordaba a la marquesa del Ter, a María Lejárraga, a Celsia Regis, a María Espinosa, a Carmen de Burgos, a María de Echarri, a María de Lluria, a Magda Donato, a María de Maeztu, a Amparo Cebrián de Zulueta, a Benita Asas Monterola o a las hermanas Ana y Amalia Carvia? ¿Y quién conocía a Paulina Luisi, Mary Sheepshanks, Anna Wicksell, Carrie Chapman Catt, Chrystal MacMillan, importantes mujeres europeas relacionadas con Alianza Internacional por el Sufragio?

Cuando cerramos el libro, nos quedamos pegados a ese elenco de mujeres que brillaron en los salones, en las tertulias y en los despachos de Madrid y que a los pocos años cayeron en el olvido.

El título

Cándida es un título irónico.

Me llamo Cándida, Cándida Sanz Pedriza, se dijo en voz baja. Aún no hace frío en este día 15 de septiembre de 1918 y estoy sola en la estación del tren de Logroño.

Con este arranque novelesco, desde la primera página nos damos cuenta de que esa maestra, que está en la estación de Logroño esperando el tren de Madrid, no es ni ingenua ni inocente. Que abandona al novio y el ambiente provinciano para luchar contra una sociedad que considera injusta con sus escritos, como corresponsal del diario La Rioja, en la sección “Los Jueves de la Mujer”, que mantiene al día a las mujeres riojanas. Pero, a los pocos días de su estancia en Madrid, y de la mano de María Lejárraga, se involucra en las intrigas de los nuevos círculos feministas.

Cándida era el nombre de una abuela de Isabel Lizarraga, pero en la novela funciona como el espejo en el que se desdobla María Lejárraga. De esta forma, el personaje de ficción profundiza e inmortaliza a los personajes reales  Si conocemos estas referencias, la lectura adquiere una nueva dimensión.

Además, este título apunta a una intertextualidad con el de Cándido de Voltaire. En las dos novelas la objetividad histórica, respaldada por los datos documentales, es un potente recurso contra la intolerancia, el fanatismo y los abusos del poder.

El contenido novelesco: el argumento

En una trama simple en torno a las relaciones de Cándida y Beatriz, se engarzan todos los entresijos del naciente feminismo español.

Cándida, a sus veinticuatro años, decide cambiar el rumbo de su vida. Va a Madrid a sustituir a su antigua profesora de Magisterio, Pilar, actual corresponsal del diario La Rioja, que siente que su tiempo se ha acabado y quiere dejar paso a las nuevas generaciones. Cándida lleva en el bolsillo una carta de recomendación del párroco para María Lejárraga, quien la acoge como a una hija: le busca alojamiento y la introduce en los círculos en los que las ideas feministas están en plena efervescencia.

De esta forma, entra en contacto con las fundadoras de la Unión de Mujeres de España (UME), con las de la Asociación Nacional de Mujeres de España (ANME), con las de la Liga Española para el Progreso de la Mujer, la primera asociación feminista que se fundó en Valencia, en torno a la revista Redención y con las de la Alianza Internacional para el Sufragio (International Woman Suffrage Alliance), que publicaban la revista Ius Suffragii. Cándida conoce de primera mano a todas las feministas, con sus grandezas y sus miserias, con sus nobles aspiraciones y con las rencillas entre ellas.

En Madrid se hace amiga de Beatriz, la hija de Louisa Grapple de Modeiras, con quien vive momentos felices y atroces. Hasta se la lleva unos meses a Logroño para alejarla de un grave problema familiar.

Este primer regreso a Logroño va precedido de un interludio: el diario de la marquesa del Ter, la fundadora de la UME. Estas memorias son un remanso narrativo que amplía, en olas concéntricas, el contexto histórico, y siembra nuevos datos con los que aumenta la tensión de la trama.

Cuando Beatriz se repone, regresa a Madrid con Cándida, y se reencuentra con su novio Fermín, que le cuenta el verdadero motivo por el que se truncaron sus relaciones. Después, las dos amigas asisten al congreso de Ginebra. Al acabar, Beatriz se va a Londres y Cándida regresa a Logroño, donde sigue trabajando como maestra.

La acción narrativa termina en 1921, con una manifestación feminista organizada por María Lejárraga y la marquesa del Ter.

Y todo se acaba en un epílogo. Lo cuenta una cuidadora de Cándida, después de su muerte a los ciento cuatro años. Sintetiza el rumbo posterior de los acontecimientos, cierra las vidas de los personajes principales y explica las claves narrativas de todo el relato.

El feminismo

Es el tema central de la novela. Así se lo explicaba Isabel Lizarraga a Pilar Laura Mateo en una entrevista para el “Club de lectura Palabra de Mujer”, cuando publicó La canción de mi añoranza. Isabel Oyarzábal. Embajadora de la República:

Pilar Laura Mateo. Tus dos novelas son una exhaustiva investigación sobre la vida de mujeres intelectuales poco o nada reconocidas por la historia oficial. ¿Piensas que queda mucha historia por recuperar de las mujeres de este periodo?

Isabel Lizarraga. Indudablemente. Todas ellas han sido silenciadas por un doble motivo: por ser mujeres y por ser las perdedoras de una guerra que les arrebató todo aquello por lo que habían luchado. La historia oficial las ha ignorado tanto por motivos políticos (la gran mayoría tuvo que exiliarse) como por la secular negación y ocultamiento de la mujer a lo largo del tiempo.

P. LM. Las asociaciones de mujeres de principios del XX desplegaron mucha actividad pero obtuvieron pocos resultados. ¿Cuál crees que fue su error?

I. L. Las mujeres de principios del siglo XX hicieron todo lo que pudieron, pero tenían muchas cosas en su contra: las leyes, la costumbre, la falta de educación en relación con el hombre… El principal error que cometieron fue el de no ser capaces de aunar sus fuerzas en una asociación común a todas las mujeres que deseaban lo mismo.

P. LM. una cosa que quizá puede chocar a las lectoras/es de hoy, y es que casi todas estas mujeres pertenecían a las clases acomodadas, algunas incluso tenían título nobiliario, ¿cómo valoras esta cuestión?

I. L. Me parece normal que las pioneras pertenecieran a las clases acomodadas. Las mujeres pobres tenían suficiente con sobrevivir.

Para reclamar algunos derechos hace falta saber que existen (o que existen en otros lugares), saber leer, saber escribir, y tener tiempo y fuerzas como para luchar por ellos. El hecho simple de fundar una asociación donde reunirse requiere tener dinero para alquilar el local, para editar una simple hoja reivindicativa o revista o para prever cualquier actividad, y no hay que olvidar que en esa época las mujeres casadas ni siquiera tenían la potestad de gestionar su propio dinero.

P. LMEllas fundaron el Comité Nacional de Mujeres contra la guerra y el fascismo en vísperas de la Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué opinas de esto?

A mí me conmueve el hecho de que las mujeres de esa época se proclamasen pacifistas. Estaban horrorizadas por los efectos de la Primera Guerra Mundial y suponían ingenuamente que, si las mujeres llegaban a gobernar, serían capaces de evitar las guerras, ya que, siendo madres, no consentirían que sus hijos murieran en ellas.

El tempo lento

Hay novelas que respiran como gacelas y otras como ballenas, o como elefantes. (Umberto Eco, Apostillas al Nombre de la rosa).

Isabel, interesada por el trasfondo histórico, escribe una novela de respiración lenta. El lector se va recreando en el ambiente y en las noticias de los periódicos que la autora intercala con gran acierto y oportunidad en la trama. Nosotros, como don Ramón Cabrera, el marido de la marquesa del Ter, leemos sin prisa. De vez en cuando, volvemos a releer en voz alta y lo comentamos. Porque, en esta novela hay encerradas muchas horas con la prensa de principios de siglo. Y la prensa se comenta con los cercanos.

Este tempo lento se refleja en la estructura y en la aparente falta de proporción entre las partes narrativas. Pero todo está en función de la historia y de la trama, de las vivencias y de los acontecimientos

La disposición cronológica

Ocupa tres años de la larga vida de Cándida (San Millán, 1894-Logroño, 1998). Justo el tiempo en el que Beatriz entró en la vida de Cándida. La acción avanza en tres bloques temporales, pero no se corresponden exactamente con los años.

1919-1919. Crónica de un amanecer. Un amanecer lleno de anhelos y deseos, de titubeos y frustraciones. El nacimiento de la amistad entre las protagonistas coincide con el de los movimientos feministas y con la ruptura con sus novios.

1918-1920. El diario olvidado de la marquesa del Ter. Completa los acontecimientos de 1920 desde un nuevo punto de vista. Y progresa con una información muy detallada sobre el octavo Congreso de la Alianza, celebrado en Ginebra del 8 al 12 de junio de 1920.

1920. Fulgor opaco de mediodía. (marzo-junio). Es el desenlace novelesco, en tres tiempos y en tres lugares.

Las dos amigas se refugian en Logroño, después del desastre de la familia de Beatriz. Cuando Beatriz cumple veintitrés años se convierte en mayor de edad y vuelven a Madrid para arreglar los asuntos que quedaron pendientes. Finalmente,  llega la semana del Congreso de Ginebra y la separación de las amigas. Beatriz se va a Londres. La marquesa del Ter desaparece y se deja el diario en el hotel. María Lejárraga y Cándida regresan juntas a Madrid.

1921. La sonrisa triste. Encontramos a Cándida en el tren que va a Logroño donde de nuevo ejerce de maestra. Vuelve de Madrid, de una manifestación feminista que han organizado la marquesa de Ter y María Lejárraga. Sus aventuras madrileñas le han dejado un poso de tristeza.

1984-1998. Epílogo nocturno: cola de cometa. Los últimos años de Cándida en una residencia en Logroño.

El juego de narradoras

Todo lo ha contado una narradora omnisciente que conoció los hechos a través de los documentos que encontró y de lo que la propia Cándida le contó.

Día a día, con mi insistencia, conseguí rescatar una parte de ese pasado, y así he sabido que la Marquesa del Ter murió en Madrid en abril de 1936 y que su esposo, arruinado, la sobrevivió hasta 1940.

Que María Lejárraga fue abandonando paulatinamente su labor de escritora para comprometerse cada vez más en la vida política.

Que Carmen de Burgos conservó su carácter combativo y resuelto durante toda su vida: murió en octubre de 1932, mientras pronunciaba una conferencia en el Círculo Radical Socialista.

Que Clara Campoamor, después de distintos trabajos y oposiciones, comenzó los estudios de Derecho y se licenció a los 36 años.

De Consuelo González, la Celsia Regis de los años veinte, Cándida no sabía nada, y tampoco de Magda Donato.

Cándida apenas me quiso hablar de Beatriz, pero entre sus papeles leí que marchó a Londres, se casó y tuvo cuatro hijos. Nunca volvió a España. (P. 199 y ss.)

Esta narradora, encontró en el armario una caja en cuyo interior había:

Recortes de periódico apilados en un escrupuloso orden cronológico, cartas con fechas antiguas, un viejo diario de tapas gastadas con la letra de Cándida, un cuaderno de la Marquesa del Ter y, al fondo del todo, en testimonio nebuloso de lo que no pudo ser, una fotografía con la firma de un amigo. (P. 198).

Y de forma abierta confiesa cómo ha construido la novela.

La historia que antecede a estas páginas ha nacido de la revisión de los documentos que Cándida guardaba en su caja escondida, que muchas veces recojo en su forma textual, a partir de las noticias de los periódicos de la época y, especialmente, a partir de los manuscritos de su propio diario y del texto de la Marquesa del Ter. (P. 198).

Isabel ha bebido en fuentes clásicas para construir esta novela: ha reescrito desde un nuevo punto de vista el viejo tópico del manuscrito encontrado que tan famoso se hizo con El Quijote.

Una novela histórica

Está contada como una historia de vida y enmarcada con abundantes digresiones documentales. La atmósfera feminista es el cañamazo sobre el que se teje la vida de Cándida, el alter ego de María Lejárraga. Y todo sembrado con abundantes detalles del vivir cotidiano que le confieren la impresión de historia verdadera.

María Espinosa de los Monteros y Díaz de Santiago. Todo el mundo sabe que es la representante de la Casa Yost en España desde hace veinte años y que el Consejo de Instrucción Pública le concedió la Cruz de Alfonso XII. … con su traje negro ceñido con una banda en la cintura y la famosa Cruz en el pecho. También llevaba un collar de perlas y un moño bastante discreto. (P. 12).

Las páginas están salpicadas de juicios hechos desde una cercanía y un conocimiento profundo de los personajes.

La cocinera, adusta, miraba a Anita, con la toca de doncellita prendida sobre su pelo moreno, pensaba en la dueña de la casa, la Marquesa feminista, y en el fondo no comprendía nada de la vida moderna. (P. 19).

Para terminar

Isabel Lizarraga combina con acierto la documentación histórica con los elementos narrativos. En esta novela prima el docere, enseñar, sobre el delectare, deleitar, pero en ningún momento descuida los elementos literarios. Cándida cuenta los orígenes del feminismo en España de una manera hermosa y didáctica y se convierte en una referencia imprescindible para los estudios de los movimientos anteriores a 1921. Aquí están los moldes y patrones de comportamientos posteriores.

Antes de esta novela escribió un ensayo pensado para un público especializado. Con Cándida divulgó esas ideas y consiguió que muchos lectores vibraran con las aspiraciones de unos ideales feministas que todavía no se han cumplido.

Isabel Lizarraga es una escritora que se documenta exhaustivamente. Es una ávida lectora de periódicos de la época para reconstruir con fidelidad los hechos, los ambientes y los escenarios. En fin, es una escritora a la que le rebosa el saber por los poros de cada letra.

20190208. Isabel Lizarraga. Al iniciar la biografía

Isabel Lizarraga y Carmen Romeo visitando la exposición «Cien años de feminismo pacifista». Zaragoza, Facultad de Educación, 8 de febrero de 2019.

Isabel Lizarraga (Tudela, 1958). Profesora, investigadora y escritora. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza y en Derecho por la Universidad de La Rioja. Ha sido profesora del instituto de Teror, Gran Canaria, en el de Lodosa y en el Escultor Daniel de Logroño. Es autora de un gran número de publicaciones académicas, de abundantes relatos literarios y de cinco novelas. Su nombre va indisolublemente unido al de María Lejárraga a quien descubrió en varios estudios y a la que quiso inmortalizar en la novela Cándida. Esta unión viene reforzada por la paronomasia de los apellidos: Lejárraga-Lizárraga.

De su extensa producción destacaré algunas obras representativas.

Investigaciones académicas

María Lejárraga, pedagoga. Cuentos breves y otros textos, IER, Logroño, 2004. En colaboración con Juan Aguilera Sastre.

De Madrid a Ginebra. El feminismo español y el VIII Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer, Icaria, Barcelona, 2010. En colaboración con Juan Aguilera Sastre.

Federico García Lorca y el teatro clásico. La versión escénica de la dama boba. Universidad de La Rioja, Logroño, 2009.

El derecho de rectificación, Aranzadi, Pamplona, 2005.

Textos de creación literaria

“Estos últimos tiempos he abandonado los estudios enjundiosos para probar con algo que me resulta mucho más divertido y me devuelve a los primeros años de amor sencillo por las letras: he comenzado a componer literatura de ficción”. (Autobiografía del blog literario de Isabel Lizarraga)

Novelas

  1. Escrito está en mi alma. Finalista del VII Concurso de Narrativa Femenina “Princesa Galiana”, del Ayuntamiento de Toledo.
  2. Cándida. Finalista del V “Premi Delta de narrativa escrita per dones”, en 2009. Publicada en Buscarini, Logroño, 2012. Reeditada en 2018.
  3. La canción de mi añoranza. Isabel Oyarzábal. Embajadora de la República. Siníndice, Logroño.
  4. La tierra era esto. Las aventuras de Austin y Amalíss. Ciencia ficción. Editorial Atlantis, Aranjuez.
  5. La escuela de la vida. Siníndice, Logroño.
  6. Pájaros de cuenta. La Cabaña del Loco, Zaragoza-Logroño,

Cuentos

Corazón loco, Asamblea de Mujeres y Ayuntamiento de Estella-Lizarra, 28 de noviembre de 2008 (edición no venal).

Escorzo en el aire, en La inauguración, Ayuntamiento de Logroño y Fundación Caja Rioja, Logroño, 2009.

Imago hominis, Ayuntamiento de Zaragoza, 2010 (edición no venal).

Había una vez…, en Cuentos con el mismo papel, Ayuntamiento de Logroño, 2010.

Venturoso viaje de vuelta, De Buena Fuente, 15 de julio de 2011,

Las letras y las voces, en Miradas y letras II en el Camino de la Lengua castellana, Fundación Camino de la Lengua Castellana, Logroño, 2011.

La rosa de los tiempos, en Antología de Ciencia Ficción 2099, edición de Miguel Ángel de Rus y Félix Díaz González, Madrid, Ediciones Irreverentes, 2012.

Mitad y mitad, igual a medio, en Cuando quieras mirar a las nubes, Miami USA, La Pereza Ediciones, 2013.

“El viejo factor”, en Turia, revista cultural, núm. 113-114, Teruel, Instituto de Estudios Turolenses, marzo-mayo de 2015, pp.72-79.

Premios Literarios

Este nuevo camino no le ha ido mal. Desde el año 2008 ha cosechado numerosos premios.

Premio del XII Certamen Literario “María de Maeztu” de Estella, en 2008. Con el cuento Corazón loco.

Premio del XIV concurso de Relatos “8 de marzo Día Internacional de la Mujer”, Ayuntamiento de Zaragoza, en 2010. Con Imago hominis.

Premio en el XXIV Premio de Narración Breve “De Buena Fuente” de Logroño, en 2011. Con Venturoso viaje de vuelta.

Carmen Romeo Pemán