Porque cada estación es distinta, también nuestro Mocade alberga escritos diferentes. Y entre artículos, reseñas y relatos se nos cuela de vez en cuando una poesía…
Cuatro estaciones
Ocurrió en el otoño.
Cuando la placidez era la norma,
cuando la edad madura
ya era algo asumido y aceptado,
y la tranquilidad, la mayor ambición.
Un paisaje perfecto,
tan sereno y calmado como un lago,
enmarcaba mi vida.
Pero los vientos otoñales
pasaron por mi casa.
Agitaron las ramas de los árboles,
y las hojas volaron.
Mi cielo se pintó de fuego y oro,
y en cada hoja flotante
apareció tu rostro.
Igual que en la Odisea,
yo era Ulises,
y tu voz era el canto de sirenas.
Pero las hojas dejaron de volar,
se cayeron al suelo,
y tú, no sé por qué motivo ni razón,
pisoteaste mis sueños.
Cada paso que dabas,
cada nuevo desprecio,
hacía crujir esa alfombra de hojas,
igual que cuando un hueso
se rompe sin remedio.
Viniste disfrazado. Me engañaste.
Te metiste en mi vida, no sé por qué motivo.
Tal vez aburrimiento, o tal vez como un juego.
Me trajiste un otoño de colores
para luego pintarlo en blanco y negro.
Y así, tras el otoño,
entró en mi vida el tiempo del invierno.
El arco iris murió.
Solo quedaron mil cuchillos de hielo
que, implacables, desgarraron mi alma,
segaron mis anhelos e ilusiones,
congelaron mi pecho,
me robaron el aire.
Me encarceló esa noche de los tiempos.
El dolor se hizo dueño de mi vida,
la desesperación gobernó mi universo,
derribó mis valores,
limitó mi horizonte,
vistió de soledad con un traje de luto
mis más hermosos sueños.
Le robaste la voz a mi esperanza.
Me cambiaste las alas por cadenas,
como se hace a los presos.
Y cuando todo parecía perdido,
tampoco sé el motivo, e ignoro la razón,
pasó la primavera por mi casa
y decidió quedarse.
Como una vieja amiga que viene de visita
en busca de hospedaje
se presentó en mi puerta.
Le abrí cuando llamó,
y le ofrecí posada.
Miró a su alrededor
y se adueñó de todo cuanto había.
Retiró las cortinas
y las sombras huyeron
cuando la luz del sol entró por la ventana.
Mis macetas, tan tristes y tan mustias,
volvieron a brotar, y vi crecer sus flores.
Y de pronto, un buen día,
me descubrí cantando.
Miré a mi alrededor.
Ya no hacía frío.
El aire que llenaba mis pulmones ya no era viento helado.
La sangre de mis venas otra vez era cálida.
La brisa, que besaba mis mejillas,
traía de nuevo aromas a mi casa.
¡Qué maravilla sentir la calidez!
¡Saberme otra vez viva!
Ahora mi corazón
tiene toda la fuerza del verano.
Por fin lo he conseguido:
ilusión y razón van de la mano,
y a ti, por si te importa, te he dejado
perdido en mi pasado.
Ya no tienes poder para dañarme.
Ya no tienes un lugar a mi lado.
Mi vida dejó de pertenecerte
Mi libertad es mía,
que la he reconquistado
por mucho que te pese.
Quizá tú te esperabas que dijese
cuánto me duele el haberte perdido.
Pero ahora mismo, si te lo dijera
te estaría regalando una mentira,
una migaja apenas,
de aquello que has tenido.
Si alguna vez te llegara el invierno
cargado de dolor,
si alguna vez, si en alguna ocasión,
sintieras frío,
no llames a mi puerta.
Porque, si llamas,
no encontrarás nada.
O como mucho, algo de compasión,
o, simplemente,
donde antes te esperaba un corazón,
ahora solo hallarás un espacio vacío.
Adela Castañón
Imagen: tomada de Internet
Wow! Qué transparencia! Un dardo que se clava en el corazón. Un poema muy bello.
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Querida Carmen, gracias por tu apoyo constante, amiga. Muchos besos.
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