Hace algunas semanas tuve la oportunidad de leer La edad de los chamanes,de Vaimö, un relato publicado por Pulpture ediciones sobre una época en la que las tribus, azotadas por el frío de la Edad de Hielo, vivían junto al fuego dentro de cavernas. Sentí curiosidad por leer a la autora porque las dos compartimos espacio y experiencias gracias al grupo de Diseccionadores de novelas, donde los lectores debatimos con los autores sobre sus obras. Esto nos permite profundizar en ellas, entender conceptos que quizá no han quedado del todo claros e incluso descubrir huevos de pascua (retazos de información o guiños de unos u otros libros, autores, etc.) que los escritores dejan para los lectores más avezados.
La edad de los chamanes: prosa elaborada en un contexto desconocido para mí
Volvamos al relato y la razón por la que, días después, he reflexionado sobre el contexto cultural y los lugares comunes en literatura.
En La edad de los chamanes, la religión y el respeto por las costumbres marcan las acciones de la protagonista y de todo su clan. La historia nos lleva a un tiempo en el que la ciencia no era suficiente para explicar el mundo y las tribus sobrevivían gracias a unas leyes nacidas de la costumbre. Me recuerda a la tradición musulmana que prohíbe comer cerdo y cuya razón principal es un riesgo sanitario que ahora ya no existe pero que tuvo mucha importancia en el pasado.
En el cuento vemos que la tradición, el “esto es lo que se ha hecho siempre”, es más fuerte que el entendimiento y la fe. Cuando hace frío, nadie sale fuera. Nadie se interna en lo más profundo de la cueva porque nunca se ha hecho. ¿Qué pasa, entonces, cuando alguien decide salir cuando no debe y, para acabarlo de arreglar, se sumerge en las profundidades de la cueva?
La protagonista es una mujer que acaba de perder a su hijo. En esta tribu, cuando alguien muere, el cadáver debe desaparecer de inmediato porque creen que, de lo contrario, será malo para ellos. Por supuesto que lo será. Si dejas un cuerpo descomponiéndose en una cueva junto a seres vivos, lo más probable es que alguno caiga enfermo en cuanto los primeros fluidos abandonen el cadáver. La madre, en lugar de deshacerse del cuerpo, lo deja a la intemperie, deseando que el frío lo mantenga intacto y que los espíritus la ayuden a devolver su alma a los restos mortales de su hijo.
Para mí, lo más interesante es la desesperación de la madre y lo bien dibujada que está gracias al amor que siente. Especialmente en una escena cruel para ella, que culmina en la aparición de un ser sobrenatural que dice poder ayudarla si ella hace algo por él.
Y aquí es donde me encuentro con algo que no acaba de encajar. El narrador nos da una información que parece contradictoria en cuanto a las motivaciones de la protagonista. Esto parece una confusión por parte de la autora y da la sensación de que el relato no tiene sentido. Sin embargo, al hablar con ella todo queda mucho más claro: para descifrar lo que ocurre me hace falta el conocimiento de una cultura de la que apenas he oído hablar o bien que el relato amplíe el contexto en el que ocurre la historia.
El contexto que me faltaba
Es difícil hablar de esto sin destripar el argumento. De todas formas, voy a intentar poneros en situación sin entrar en detalles.
Este cuento está basado en hechos históricos que conocen y comprenden aquellos que, como Vaimö, han estudiado los mitos lapones. Y yo, después de que la autora me lo explicara. Una vez conoces el contexto, la historia en la que se basa, cómo pensaban o veían el mundo los dioses y espíritus a los que veneraban en Laponia, todo queda mucho más claro. A mi parecer, el problema es que sin esta información el relato queda cojo. Y todo porque nos falta el contexto.
Pero, ¿qué es el contexto? El contexto son los pormenores que rodean un hecho y que nos ayudan a entenderlo. Si bien en muchas obras literarias es habitual que no lo conozcamos, los autores suelen explicarnos, con mayor o menor habilidad, esas circunstancias para que entendamos su obra. Los escritores de fantasía o los que escriben histórica, por ejemplo, necesitan hacerlo. Otros, en cambio, lo omiten porque el contexto es harto conocido y el lector se sitúa en él con unos pocos detalles. Un ejemplo sería cualquier novela contemporánea o alguna ambientada en el medievo, ya que tanto el entorno de una época como de otra nos es conocido y solo necesitamos algunos fragmentos de información para recrear todo un contexto en nuestra mente.
Creo que si el relato de Vaimö hubiera estado ambientado en alguna de las culturas clásicas del Mediterráneo, como la griega o la egipcia, probablemente lo habría entendido sin necesidad de hablar con la autora. Sin embargo, al tratarse de una cultura completamente desconocida para mí, me faltaba un contexto esencial para entenderlo.
El peligro de confundir el contexto con los lugares comunes
Antes he definido qué es el contexto y ahora debo definir qué son los lugares comunes porque no son lo mismo pero lo segundo bebe de lo primero. Un lugar común es, por un lado, una expresión repetida hasta la saciedad. Hablar de “pechos turgentes” o “labios de fresa” son un ejemplo.
Además, un lugar común es una simplificación de algo más complejo, un estereotipo e incluso una idea argumental manida. Esta última acepción, la del argumento típico, también se conoce como topos literario.
Cuando un escritor evita explicar el contexto y caer en la sobre explicación, puede caer en la tentación de usar lugares comunes porque dan mucha información. Por ejemplo, puede caer en el tópico del detective que fuma parapetado por su sombrero de ala ancha y su gabardina, y el lector, al visualizar esa imagen, tirará de toooodas las veces que un detective malhumorado ha fumado parapetado por su sombrero de ala ancha y su gabardina. También puede crear una historia de fantasía ambientada en un mundo similar al medievo en el que hay magia a raudales pero las mujeres son violadas en cada esquina, porque eso es lo que se espera del medievo europeo y así no hace falta crear nada diferente. O ponerle al protagonista una marca de nacimiento que lo destine a algo grande, cosa que no hemos visto nunca. Tampoco en el cine. Solo en Willow, El quinto elemento o El laberinto del Fauno. Y en Harry Potter, aunque no es de nacimiento pero casi.
No todos los tópicos son malos pero cuidado con ellos
Que una obra tenga muchos topos y lugares comunes no quiere decir que no le vaya a gustar al público. De hecho, y sin pensar mucho, Harry Potter tiene unos cuantos: a la marca de nacimiento le podemos sumar el topoi de la profecía autocumplida, cuando el conocimiento de dicha profecía hace que Voldemort la provoque, o el del manuscrito encontrado, con el diario del príncipe mestizo. De todas formas, pienso que no importa mucho que los haya usado porque su público no está harto de encontrarse con este tipo de argumentos. Y porque el resto de la historia es entretenida, los personajes son interesantes y el mensaje es bonito y potente.
Aún así, no suele ser buena idea abusar de estos tópicos. Primero, porque los lectores pueden pensar que están ante una copia de algo que han visto centenares de veces antes. Segundo, porque el escritor es un artista y, como tal, tiene el poder y la capacidad de crear nuevos contextos y nuevas historias que impresionen a los lectores.
Hace un par de semanas, Ismael Biurrun, escritor ganador de dos premios Celsius, un Ignotus y un Nocte, además de ser Premio Novela Emilio Alarcos, me recomendó TV tropes, una página en la que se recogen, en inglés, infinidad de lugares comunes vistos en televisión, literatura, música e incluso manga o fanfics. Os la recomiendo pero aviso: ¡puede acusar adicción! Y un poco de vergüenza si veis muchos de sus tópicos reflejadas en vuestra obra.
El miedo al infodump o exceso de información
Hubiera disfrutado más de La edad de los chamanes si hubiese conocido un poco más el contexto de la historia y de su narrador, clave para entender el cuento en todos sus matices. Sin embargo, entiendo el miedo de caer en el infodumpo o sobre explicación. Está muy mal visto que el narrador parezca una enciclopedia o un presentador de telenoticias, como diría mi querida Adela. Por eso, encontrar el punto intermedio entre dar mucha información y escribir un relato opaco no es sencillo y hace falta práctica y experiencia. No es fácil.
Aún así, como lectora, permitidme que le diga a los escritores, y también a los editores amantes de las tijeras, que, de vez en cuando, no importa que un narrador profundice más en un tema o que haya un diálogo que dé a entender cómo funciona el mundo en el que se mueven los personajes. No se trata de que un padre le explique a su hijo de qué trabaja como si fuera la primera vez en su vida que se ven, pero sí que se pueden encontrar fórmulas más o menos manidas para explicarlo. Y, de verdad, no importa. No mucho, al menos, siempre que sea algo puntual y dé coherencia al relato.
Las historias necesitan un contexto. Los lectores necesitan herramientas para descifrar un texto. A veces es mejor que sobre a que falte.
Carla Campos
Imagen de Ben Blennerhassett en Unsplash
Carla, de forma muy directa y didáctica, pone sobre el tapete dos problemas con los que se enfrentado la crítica literaria desde hace muchos años.
¿En qué medida hay que explicitar el contexto de una obra literaria? ¿Qué hacemos con los tópicos o lugares comunes que la tradición nos ha legado? En cada época, de acuerdo con las corrientes estéticas del momento, se ha dado una solución. Y de eso dan cuentas los abundantes estudios sobre Retórica literaria.
Carla, desde la posmodernidad y desde su experiencia personal como lectora y como escritora, apuesta por una nueva mirada a los conceptos clásicos de contexto y tópico literario. Este artículo, como casi todos los de Carla, nos invita a un revisionismo de los viejos modelos.
Es un placer leer un artículo en un estilo nuevo y fresco, como la propuesta que nos trae.
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Bueno, Carla, haces honor a uno de los axiomas de la escritura: no hay nada nuevo a la hora de escribir, pero has sabido como nadie escribir de forma novedosa sobre un asunto que siempre está y estará de actualidad. Sobre todo para aquellos a quienes nos gusta escribir. ¡Gracias por un trabajo precioso!
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