Si hubiera sabido que matar era tan fácil, lo habría asesinado hace mucho. El problema es que nadie me explicó eso jamás. Y, claro está, seguí aguantando y aguantando paliza tras paliza, borrachera tras borrachera, insulto tras insulto.
De soltera, cuando veía en las noticias casos de mujeres maltratadas, siempre pensaba en ellas con lástima y con un sentimiento de superioridad. ¡Pobrecillas!, me decía a mí misma, lo siento por ellas, pero en el fondo son tontas por consentirlo. ¡Cualquier día iba yo a dejar que me pusieran la mano encima de ese modo!
¿Saben eso de que por la boca muere el pez? Pues eso fue justo lo que me pasó. Por eso pintan a Cupido ciego, ahora lo sé. ¿No quieres caldo?, pues toma tres tazas: otra patada en la boca por haber caído yo también en esa trampa del “amorparatodalavida”.
¿Saben quién me enseñó lo de que matar es fácil? ¿No? Está clarísimo: me lo enseñó él. No tuvo que explicarme nada, fue una lección práctica que aprendí el día que, estando embarazada de cuatro meses, me mató al crío en la barriga a base de patadas. Pero me la aprendí bien.
Por eso ahora estoy en el cementerio.
No, no. No se equivoquen. A mí no pudo matarme. Pero en la siguiente borrachera, miren que mala suerte, dio la casualidad de que se cayó por las escaleras del piso. ¡Cosas que pasan! En fin… Descanse en paz. Amén.
Adela Castañón