Hoy es un buen día para ceder ante los caprichos

Dejas de teclear en el celular y tomas el libro que te está esperando desde hace días. Lo abres y notas cómo se escapa un poco de arena. Acaricias una de las hojas y los granos que estaban escondidos se te pegan en la piel. Entonces te pasas la mano por la nariz y aspiras el olor del papel. Cierras los ojos y te transportas a aquel instante en el que leías el libro, sentada en la playa. De repente puedes ver el mar agitándose y escuchar el sonido de las olas golpeando contra la arena. Te estremeces al sentir los pies sumergidos en el agua. Se te escapa el aire de los pulmones, se te secan los labios y ahuyentas el estupor que te embarga con una sonrisa. Cuando abres los ojos, te decides a leer unas páginas y te encuentras la frase que tanto te emocionó en aquel momento: “Amanece y el tiempo transcurre despacio y silencioso entre la bruma. Mis pies eligen el destino, no tengo prisa, solo curiosidad”. Sientes cómo revolotean las ideas en tu mente, y piensas que hoy es un buen día para ceder ante los caprichos, para abandonarte al deseo de vivir a tu manera, sin prejuicios ni temores. Cierras el libro, te levantas de la silla, sales a la calle y dejas que el viento te despeine.

 

Mónica Solano

 

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¿Escribimos mejor si nuestro estado mental es frágil?

“No hay nadie que no se vuelva poeta si el amor le toca, aunque hasta entonces haya sido extraño a las musas”. Platón

Hace unos días, mientras escribía un relato, mi hijo se acercó y me preguntó por qué me gustaban tanto las canciones tristes. En ese momento me di cuenta de que estaba sonando en mi Deezer: You and Whose Army? de Radiohead, una canción bastante melancólica. No me había dado cuenta de que, en mi proceso creativo, dispongo todo para tener un ambiente propicio y esto incluye un playlist de canciones nostálgicas. Esto me llevó a cuestionarme si para escribir necesitamos de un tipo especial de recogimiento. No es un secreto que para emprender un proceso creativo debemos tener un estado de ánimo adecuado, pero, ¿es la melancolía una fuente de creatividad? ¿La fuerza del inconsciente nos arroja hasta ese estado?

El proceso creativo

En su libro “Psicoanálisis de la experiencia literaria”, la catedrática de literatura Isabel Paraíso hace un resumen del trabajo realizado por Sigmund Freud sobre el proceso creativo, en el que plantea que la obra literaria, como toda producción cultural, surge en el inconsciente.

En sus análisis, Freud propuso el concepto de sublimación, que consiste en canalizar el impulso hacia una forma más aceptable y determinó que, para la creación de una obra de arte, el artista necesita psicoanalizarse a sí mismo. Este proceso lo llevó a cabo el pintor Salvador Dalí, quien encontró en el psicoanálisis los cimientos para el método paranoico-crítico como parte de una etapa de su evolución artística.

El proceso creativo es consecuencia de un elemento lúdico, onírico o fantasioso: si un niño al jugar se crea un universo propio, el escritor, al plasmar sus ideas en el papel, hace lo mismo. Para Freud, la literatura se engloba en un orden de cosas a las que también pertenecen los sueños y las fantasías e, incluso, los actos fallidos y afirma que el artista expresa de manera intuitiva lo que el psicoanálisis trata de explicar de manera científica.

En el delirio y los sueños en la “Gradiva” de W.Jensen, Freud analiza el proceso creativo, relacionándolo con el proceso neurótico. Demuestra que son las leyes psíquicas las que rigen la ficción y el sueño, y que tanto en la literatura como en la neurosis hay una clara separación entre la imaginación y el pensamiento racional, estableciendo una diferencia entre el contenido latente y el manifiesto. En la literatura se traduce como un material psíquico reprimido que lleva al escritor a la necesidad de escribir, de expresarse; siendo el arte una manifestación del inconsciente. La diferencia entre los sueños, los juegos, las fantasías y la literatura reside en que, en esta última, el escritor tiene que crear su contenido psíquico de una manera consciente, mediante el lenguaje. En palabras del psicólogo Carl Gustav Jung: “El ejercicio del arte constituye una actividad psicológica”.

“Todo el que confíe lo que sufre al papel se convierte en un autor melancólico; y se convierte en un autor serio cuando nos dice lo que ha sufrido y por qué ahora reposa en dicha”. Nietzsche

La melancolía como motor creativo

Desde hace años existe el debate sobre la relevancia de la melancolía como motor creativo. Para el poeta Luis García Montero, «el estado de melancolía te permite ser dueño de tu opinión y de tu destino», y, sobre todo, «instalarte en el territorio incómodo de la conciencia individual». Jorge Luis Borges elogiaba con frecuencia el libro de Robert Burton “Anatomía de la melancolía”, publicado en 1921, en el que el autor afirmaba que sólo son inmunes a la «bilis negra» los tontos y los estoicos. Luego, Gustave Flaubert reformularía la idea: «Ser estúpido, egoísta y estar bien de salud, he aquí las tres condiciones que se requieren para ser feliz. Pero si os falta la primera, estáis perdidos». El escritor José María Guelbenzu afirmó: «No hay protagonistas felices en la literatura porque la infelicidad genera conflicto dramático. Recuerdo las primeras líneas de Ana Karenina, de Tolstoi: Todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera». Con esto nos explicó que «instalarse en la infelicidad es imposible», que conviene disfrutar de los momentos felices y también «abrazar el éxtasis melancólico para hacer estallar la creatividad».

La melancolía ha sido una compañera de la creatividad en distintas épocas y en diversos ámbitos. Las artes, el pensamiento filosófico y algunos otros campos, han tenido en la melancolía una inesperada fuente de propuestas arriesgadas y originales.

Las personas melancólicas no solo son tristes, o se abaten, o tienen cierta inclinación patológica hacia la tristeza, sino que, por intuición o por decisión, hacen con lo que sienten dos cosas muy precisas: aceptar dichas emociones como parte ineludible de lo que son y lo que viven y tomar estos sentimientos como un punto de partida para realizar un acto concreto y generativo.

En su ensayo “Contra la felicidad. En defensa de la melancolía”, el catedrático de literatura Eric G. Wilson, defiende que la melancolía es necesaria para cualquier cultura próspera, que es la musa de la buena literatura, pintura, música e innovación y la fuerza que subyace a toda idea original. Funciona como fuente de inspiración para todas las artes desde el comienzo de los tiempos y es la catarsis trágica descrita por Aristóteles como purificación emocional, corporal, mental y espiritual.

Fragmento del ensayo “Contra la felicidad. En defensa de la melancolía”:

“Desear solo la felicidad en un mundo indudablemente trágico es dejar de ser auténtico, apostar por abstracciones irreales que prescinden de la realidad concreta. En definitiva, me aterran los esfuerzos de nuestra sociedad por expulsar a la melancolía del sistema. Sin las agitaciones del alma, ¿no se vendrán abajo todas nuestras torres de magníficos anhelos? ¿No cesarán las sinfonías de nuestros corazones rotos?”. (Pág. 16)

Cuando leí este párrafo, que corresponde a la introducción del libro, recordé que hace un tiempo un buen amigo me dijo: “Abraza tu sombra, no reniegues de tu locura. Aprovecha esos momentos en los que la melancolía te carcome hasta los huesos y deja que la tinta se riegue sin pudor”. Después de leer un poco a Sigmund Freud y a Eric G. Wilson, y de hacer un análisis a conciencia de lo que implica el proceso creativo, pienso que mi amigo tenía razón y no hay por qué sentirnos delincuentes por atesorar algunos momentos de soledad y melancolía. Porque en esos instantes, cuando le subo unos cuantos niveles a la música y me dejo llevar por todas esas emociones proscritas, cargadas de melancolía, los personajes hambrientos se amontonan y me susurran al oído; me imploran que los deje vivir en el papel.

“Necesitamos los libros que nos afectan como un desastre, que nos afligen profundamente, como la muerte de alguien a quien queremos más que a nosotros mismos, como ser desterrado dentro de un bosque lejos de cualquiera, como un suicidio”. Kafka

Mónica Solano

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La magia del lápiz y el papel

Hace poco me lancé a la aventura y emprendí un viaje en busca de inspiración. Tengo la loca idea de escribir una novela, pero cuando tenía los dedos sobre las teclas, listos para empezar a darle forma, me di cuenta de que me hacía falta material. Necesitaba empaparme de otras formas, olores, colores y sabores. En resumen, vivir nuevas experiencias en lugares desconocidos. Un viaje, sin duda, me ayudaría. Así que busqué en Internet y compré los tiquetes. Con el itinerario en la mano, mi travesía era una realidad. Estaba muy emocionada. Viajar es una de las cosas que más me gustan, pero nunca lo había hecho con el único objetivo de obtener inspiración.

Con la maleta a medio hacer, me enfrenté a un dilema: llevar o no llevar el portátil. Es mi amigo inseparable desde que escribo, pero, si pensamos en el equipaje de un viaje estilo mochilero, el portátil es bastante pesado y tendría que cargarlo todo el tiempo. El dolor de espalda sería insufrible o, peor aún, mi amigo fiel se quedaría encerrado en alguna habitación de hotel y no podría tomar nota ni de los lugares ni de las personas, ni de todo lo que experimentas en un viaje que puede ayudarte a alimentar tu imaginario. ¿Qué hacer? Lo necesitaba, pero si era sincera, no iba a escribir todo el tiempo. No conocía ninguno de los destinos elegidos, así que en mi bitácora figurarían largas caminatas y algún plan turístico.

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Pronto encontré la solución. La tenía justo al lado del portátil: ¡mi libreta! La pequeña libreta café que me acompaña desde hace unos meses y que siempre está a mi lado, lista para apuntar alguna idea que me llega de repente, palabra desconocida o frase icónica que no quiero olvidar. Me sentí como una tonta por el lío de dimensiones astronómicas que había creado en mi cabeza al empeñarme en llevar el portátil a mi viaje.

Sé que estarán pensando: “¿pero acaso no tienes un iPad o una tableta?”. Y sí que lo tengo, pero no es lo mismo. Aunque me considero una friki de la tecnología y me encanta tener todos los cacharros nuevos que salen al mercado, cuando se trata de escribir, mis ideas no nacen en ningún dispositivo electrónico. Nacen del papel porque tiene una magia especial. Su olor, su textura, la variedad de formas, los colores y, sobre todo, el sonido del lápiz deslizándose por la hoja ¡son sublimes!. Crean un momento perfecto para que las ideas fluyan sin restricción. Para mí no hay mejor manera de empezar a escribir una historia. Y doy gracias a quien se le ocurrió la gran idea de reciclar el papel porque, si no fuera así, me sentiría fatal pensando en todos los árboles talados para dar vida a las hojas que he usado desde que tengo memoria. Escribir algunas líneas a la vieja usanza y después releer, tachar o adicionar, y luego pasarme horas y horas acariciando el callo del dedo índice, con su uña torcida, es todo un ritual para dar forma a mis ideas.

Dejando de lado por un momento mi experiencia, está comprobado que escribir a mano tiene muchos beneficios para el cerebro. Pone a trabajar las neuronas y aumenta las capacidades visuales, motoras y cognitivas. También mejora el aprendizaje, porque estimula una parte del cerebro, que actúa como filtro, dando prioridad a las cosas en las que estamos concentrados. Pero lo que más me gusta es que potencia la imaginación y permite que los pensamientos sean más claros. Algunos escritores, antes de dar vida a sus novelas, escriben notas a mano para poder tachar, reflexionar y volver una y otra vez sobre ellas. Hace poco leí un artículo de El Cultural, en el que se relatan las costumbres de algunos escritores famosos:

A mano, y casi siempre en bibliotecas, escribe Mario Vargas Llosa: «Me gusta el papel, la tinta -declaró en una entrevista-. Así comencé, y todavía hoy creo que el ritmo de mi mano es el ritmo de mi pensamiento». Pere Gimferrer, que escribe su poesía a mano, en rojo y en una letra que, como Goytisolo, solo él entiende, dice que todo empieza en su cabeza: «Cuando me dispongo a escribir es porque tengo tanto escrito en la mente que es ya imposible retenerlo. Luego, al coger papel y lápiz y empezar a transcribir te van viniendo los siguientes versos, porque el pensamiento es mucho más rápido que la mano y ésta más veloz que el ordenador».

Con mi obsesión desmedida y todas las ventajas de escribir a mano, no es de extrañar que en mi estudio tenga un estante en el que almaceno una amplia colección de agendas, cuadernos y libretas. Unas cuantas han logrado pasar al lugar de honor y guardar en sus hojas secretos, ideas y material de alto valor para mis historias. Las demás, siguen aguardando pacientes ese momento.

Y bien, llegó el día del viaje. El equipaje estaba listo. En el bolso de mano, junto al pasaporte, la billetera, el libro que estaba en mi mesita de noche y unas mentas, coloqué la libreta, iluminada como el tesoro de un pirata. Fue el elemento más útil en mi viaje, puedo afirmar que todo un artículo de primera necesidad. Con un vuelo de nueve horas y casi dos más en la sala de espera, las ideas llegaron en avalancha; saqué del bolso a mi compañera de viaje y me dejé llevar.

Cada lugar que visité quedó plasmado en sus hojas. Logré mi objetivo, conseguí un material invaluable para mi novela. La libreta fue la mejor opción. El dolor en la espalda y las ampollas en los pies no dejaban lugar a dudas; el portátil habría sido todo un lastre. Pasados unos días de mi regreso a la realidad, como suelo decir después de un viaje, estaba lista para una nueva aventura, organizar el material y disponerme a escribir las primeras líneas de la novela.

Mónica Solano

Imagen. Formentera, Islas Baleares. Foto de Mónica Solano.