La primera guardiana de la tribu Chartam

El sonido de los tambores y los cantos de la tribu Chartam calentaban uno de los inviernos más fríos que habían azotado la región. Reunidos alrededor del árbol de Nimue, los herederos se preparaban para la ceremonia del guardián. Desde una esquina, Kane miraba cómo la trenza dorada de Aru se agitaba con el viento. Recuerdos de una infancia feliz junto a su hermana revolvieron las entrañas de Kane. Con la cabeza agachada, Aru le rezaba a la diosa Nimue. Rogaba por salir victoriosa y ser la primera mujer de la historia en proteger a su tribu.

El precio para mantener a salvo la comunidad de los Chartman era que el cacique perdiera a uno de sus hijos. Por otra parte, las leyes eran sagradas y los dos hermanos, que tenían el derecho a portar la insignia del guardián, debían pelear hasta la muerte para conseguirla. Si rechazaban el mandato, toda la población sufriría la ira de la diosa y quedarían a merced de Andras.

Cuando el chamán alzó su báculo al cielo, los hermanos juntaron las manos en posición de oración. Hicieron una reverencia, extendieron el brazo derecho hacía el árbol y, con la palma abierta, tocaron el tronco verdoso. Una savia caliente viajó por sus dedos hasta que sus ojos se tornaron de color esmeralda. Los hermanos se tocaron la frente y el mentón, como señal de estar preparados para la batalla. El chamán les recordó que el vencedor obtendría el poder de la diosa Nimue y se convertiría en un guerrero invencible. Sería el guardián de la tribu hasta su último aliento.

De repente, el suelo bajo sus pies emitió un crujido que apagó los cantos y el sonido de los tambores. El cielo se llenó de nubes negras y la oscuridad se posó sobre la llanura. Aru miró a Kane y extendió su mano hacía el suelo. Cuando agitó los dedos, una hiedra viscosa brotó de la tierra. Sin tocarla, la lanzó con fuerza hacía su hermano. Kane saltó como si pudiera volar y esquivó los latigazos, que raudos se acercaban hasta él. En un giro, elevó su mano al cielo y atrapó un relámpago con el que golpeó el rostro de Aru y le cortó la mejilla. Aru cayó al suelo. Se pasó la mano por la herida, limpió la sangre y miró a Kane que flotaba sobre el manto de nieve.

El corazón de Aru latió con fuerza, los ojos centelleantes de su hermano le hicieron temer lo peor. Pero Kane dudo unos instantes antes de lanzar un nuevo relámpago y Aru logró esquivarlo con una destreza inesperada. Y fue en ese momento cuando agitó de nuevo los dedos y otra rama de hiedra creció bajo los pies de Kane. Las raíces lo sujetaron de un brazo y lo arrojaron contra el suelo. El golpe hizo temblar la nieve que cubría la llanura. Kane no pudo reaccionar a tiempo después de la caída y la enredadera le aprisionó las manos, ya no podía realizar ningún hechizo. Las ramas subieron con velocidad hasta rodearle el cuello. Aru sintió un ardor que le subía por la garganta al ver a su hermano tan cerca de la muerte. Cerró los ojos, apretó los puños con fuerza y, cuando los puso sobre el pecho, Kane expiró su último aliento. La tribu se quedó en silencio mientras observaba como el cuerpo del heredero se desvanecía entre la hiedra y sus cenizas retornaban a los cimientos del árbol de Nimue.

Los rayos del sol se abrieron paso entre las nubes. La hoja dorada se iluminó en la copa del árbol. Aru se quitó la túnica y trepó desnuda por las ramas más gruesas. Cortó la hoja y la conectó a su sistema circulatorio desde su muñeca. La savia dorada le recorrió las venas y el color de sus ojos cambió de esmeralda a dorado. El brazalete de la diosa se formó alrededor de su antebrazo y un manto de seda le cubrió el cuerpo. Aru descendió del árbol por el camino que formaron las ramas. Mientras avanzaba, las miradas vibrantes de sus adeptos calmaron el dolor por la pérdida de su hermano. La tribu Chartam recibió con júbilo a su nueva guardiana.

Mónica Solano

 

Imagen de Henryk Niestrój

Los rituales. Recetas mágicas para crear hábitos

En todas las culturas, religiones, incluso en nuestra experiencia cotidiana tenemos la oportunidad de encontrarnos con rituales. Cada vez que me dispongo a escribir me aseguro de que todas las cosas estén en su lugar. Es mi ritual personal. Si no tengo abierta la libreta al lado derecho del portátil, una taza de café caliente al lado izquierdo y una buena playlist sonando, no me fluyen las palabras. No es de extrañar que me haga un lío cuando no se cumplen estas condiciones, porque los rituales son vitales para los seres humanos y han marcado los momentos más importantes de nuestra historia.

Durante siglos, la coexistencia de diferentes tradiciones ha conformado varios tipos de mestizaje cultural. Esto ha generado una gran riqueza, complejidad y diversidad de costumbres expresadas a través de rituales. En lo referente al agro, hay culturas que emplean un calendario para pedir que los cultivos crezcan, que haya buenas cosechas y que el ganado se críe sano y fértil. Existen diversas celebraciones de culto. Algunas como la Pachamama, uno de los rituales más antiguos y de mayor importancia en la región Andina, cuya finalidad primordial es el restablecimiento de la reciprocidad entre el ser humano y la naturaleza. Con la ofrenda o pago, el campesino pide permiso a la Pachamama para poder abrirla y devuelve de manera simbólica algo de sus frutos.

La época colonial se caracterizó por la superposición de divinidades, cultos y centros ceremoniales. Todo este sincretismo se expresa en las fiestas patronales que se celebran en la comunidad Andina. En ellas se reafirma la identidad cultural mediante rituales: procesiones, desfiles con danzas y música, ferias agropecuarias y artesanales, comidas típicas y actividades culturales, cuya base o principio es ancestral y permanente, de respeto a la tierra y a sus diferentes manifestaciones.

En Colombia, nuestros indígenas nos legaron piezas de oro y barro, mitos, leyendas y costumbres que han perdurado gracias a la tradición oral. Hace unos años visité la Laguna del Cacique Guatavita y me sorprendí con la riqueza cultural. En la reserva forestal hay un equipo de aproximadamente veinte guías, todos de ascendencia muisca, y a cinco minutos del parque del municipio hay un resguardo indígena, en el que se trabaja por conservar sus tradiciones. La Laguna de Guatavita es la más célebre de las lagunas sagradas de la cultura precolombina de los Muiscas. En ella se escenificaba el legendario rito de El Dorado, que tenía lugar cada vez que se entronizaba un nuevo cacique. El nuevo jefe entraba desnudo a la laguna, montado sobre una balsa, y se sumergía en las aguas. Al mismo tiempo los súbditos lanzaban a la laguna pequeñas estatuillas de oro.

Los rituales han acompañado al hombre desde tiempos inmemoriales. No hay religión que no los utilice como parte importante de sí misma ni persona que no tenga el suyo propio. Existen los rituales asociados al ciclo vital de una persona: los que se realizan antes del nacimiento, el del bautizo, la ceremonia del matrimonio, la construcción de la casa y el relacionado con la muerte, el último momento importante del ciclo.

Por razones místicas o cotidianas, los rituales responden a una necesidad del ser humano. Los religiosos se hacen para pedirle salud o prosperidad a un dios y los cotidianos expresan una costumbre que hacemos todos los días de forma indefectible.

Esto me lleva a considerar los rituales que tenían muchos escritores, porque tener uno formaba parte de esos buenos hábitos de escritura que los ayudaban a escribir más y a ser más productivos. The Guardian publicó un artículo en julio de 2015, en el que recopilaban los rituales de escritores famosos, que consideraban más peculiares. Les comporto los que más me llamaron la atención:

T. S. Eliot

El gran poeta de The Waste Land se pintaba la cara de verde para escribir, en lo que parece ser el gesto más sorprendente, una especie de drag poético. Al parecer Eliot hacía esto para «no parecer un empleado de banco» y tomar el aire distinguido y extravagante de un poeta, siguiendo tal vez la imagen del dandi de Baudelaire. Pintar su cara de verde con un polvo también podría ser una forma de tomar una personalidad dramática.

F. Scott Fitzgerald

Fitzgerald vivió como nadie el sueño de bonanza de la era del jazz y los «roaring 20», el exceso y el glamour. Muchos escritores escribían borrachos, pero Fitzgerald elegía en concreto el champagne cuando iba a escribir. La frase: «Cualquier cosa en exceso es mala, pero demasiado champagne es justamente bueno», se atribuye a Fitzgerald.

George Bernard Shaw

El escritor George Bernard Shaw construyó un cobertizo montado sobre un mecanismo giratorio que le permitía escribir siguiendo el curso del Sol todo el día, en una estupenda práctica heliográfica. Su cabaña también tenía el propósito de aislarse de la civilización, algo que compartía con muchos escritores. «La gente me molesta», escribió Shaw, «vengo aquí a esconderme de ellos». En este cobertizo, Shaw escribió algunas de sus obras maestras, como Pigmalión.

Durante mucho tiempo se ha mitificado el proceso de escritura de los grandes autores, como una especie de lucha con su propia mente. Algunas de sus técnicas obedecen a una lógica de estímulos comunes que propician la creatividad, como el café, el alcohol y la música. Otras son más extrañas y parecen entrar dentro de una región cabalística, como es el caso de Isabel Allende, que antes de empezar a escribir encendía una vela y cuando ésta se apagaba, interrumpía su proceso. Alejandro Dumas que vestía una sotana roja y unas sandalias para conseguir una prosa excelente, mientras que Víctor Hugo prefería estar desnudo para obligarse a escribir.

Para cerrar, les dejo este artículo de Sinjania “9 consejos para crear tu ritual de escritura”, por si se animan a crear uno.

Mónica Solano

 

Imagen de English