Organizando un mundo imaginario

Hace unas semanas, a esta misma hora, me preparaba para viajar. Llevaba muchos meses planeando un viaje de treinta días. El check list era bastante extenso: ¿tenía el pasaporte al día? ¿Qué requisitos debía preparar para entrar a los países que quería visitar? ¿Cuáles serían las exigencias de las aerolíneas? ¿Cuánto equipaje podría llevar? ¿Qué lugares no podía dejar de visitar? ¿Qué idioma?…

La última semana, mientras organizaba una carpeta con todo lo que debía presentar en inmigración, me vino a la mente lo complicado que es viajar para algunas personas, dependiendo de su nacionalidad. Aunque en Colombia ahora es más fácil que hace algunos años. Todavía se me sube la bilis cuando voy a abordar un avión para salir del país. Pero me encanta viajar, así que vale la pena lidiar con las náuseas.

Como les he contado en varias oportunidades, estoy escribiendo una novela en la que los personajes viajan a través de portales o con cristales de teletransportación. ¡Qué fácil sería si pudiéramos viajar así! ¿Verdad? No necesitan Visa, solo un cristal que les dan a los once años y caminar al portal más cercano y, ¡ya está! Pueden ir adónde quieran. ¡Qué linda sería la vida si no existieran las fronteras! Y si no tuviéramos que hacer tantos trámites para recorrer el mundo.

Uno de mis personajes preparara un viaje más o menos así:

Empacaría una mochila con bocadillos, tinta y una libreta. Iría al portal más cercano, pondría el cristal sobre una torre, digitaría las coordenadas en el tablero, entraría y listo. ¡Ya está!

La respuesta a la pregunta: ¿cuántos días me voy a quedar? En realidad, no importaría.

Esto no significa que no haya leyes en mi planeta, claro que las hay, pero no limitan conocer e interactuar con otras culturas. Esta es una de las cosas maravillosas de mis historias de ficción, que todo siempre puede ser como lo sueño. Como me gustaría que la vida real fuera también.

Cuando me enfrenté a esa parte de mi novela en la que debía decidir cómo convivirían todos los habitantes del planeta, un segmento muy importante fue la organización política, y ahí entraban el estado y las naciones, los órganos para mantener la soberanía, el territorio ocupado, la política internacional y por supuesto las leyes.

Primero inicié con una extensa lista de preguntas como, por ejemplo: ¿mi civilización tendrá unas leyes que en nuestra sociedad serían corrientes? ¿Reflejarán la moral de la época? ¿Estarán implícitas? O ¿Serán explícitas? ¿Serán iguales en todas las comunidades?

Cuando terminé la lista y empecé a darle respuesta a cada pregunta, descubrí que, independiente de las respuestas, las leyes que definiera tenían que ser importantes para el argumento y para la vida de la población.

La estructura política es lo que define a una civilización como grupo y cómo se relaciona con las demás. Puede que no sea determinante para la historia, pero tenerla clara nos ayuda a sentar sus bases. Lo primero que debemos hacer es constituir un estado, porque los habitantes tienen que organizarse y tener una identidad común, reconocible a partir de creencias y símbolos comunes. Hay muchos tipos de estados, desde monarquías, parlamentos plurales, oligarquías o incluso anarquías. Para establecer el tipo de estado debemos tener en cuenta tres aspectos fundamentales: la administración, el orden jurídico y quién ejerce el poder. También debemos comprender desde un punto de vista histórico, cómo ha llegado un estado a ser como es y no podemos olvidar el aspecto evolutivo, por ejemplo, si en la actualidad existe una democracia, ¿qué era antes?

Toda civilización debe tener métodos para mantener el orden. Un estado, independientemente de la relación que tenga con la población, siempre se asegurará de tener órganos que le ayuden a preservar el orden. Conocer estas fuerzas y la manera en que actúan en relación gobierno-sociedad nos ayudará a crear ambientes más realistas. Aunque existen tres principales poderes en un estado, que pueden estar divididos y formar órganos independientes o estar centralizados en la cabeza del poder, las posibilidades son infinitas. No hay restricción para divertirnos creando la forma que más nos guste.

Debemos tener en cuenta que los habitantes de una civilización podrían no tener un origen común. Tener una lengua, una cultura y una idiosincrasia diferentes. Por ejemplo, en Canción de Hielo y Fuego de George R.R Martin, en Poniente, donde están los Siete Reinos, impera un único estado, concretamente una dictadura, cuya capital es Desembarco del Rey, pero en ella conviven diferentes naciones, como por ejemplo Invernalia y Dorne.

Al crear nuestras civilizaciones y las leyes que las rigen debemos tener en cuenta que existen naciones que se agrupan formando un estado, naciones que forman un único estado y naciones sin estado en las que gobierna el desorden. A la hora de planificar esta parte en una historia podemos optar por crear una guía para cada nación en la que se describan las características. Esto nos ayudará a administrarla y a comprenderla mejor. Cuando creamos nuestra civilización y definimos su estructura política, es momento de preguntarnos qué relaciones tendrá con las civilizaciones vecinas. Esto es determinante para saber cuál es la vida de la población, puesto que en estados de guerra el panorama cambia.

Conocer el estado de la política internacional es fundamental, porque la vida de los habitantes depende de las decisiones que se tomen hacia el exterior. Así como en la planeación de mi viaje, aunque en la historia no se detalle toda la estructura de la comunidad, si alguien va a visitar otro lugar del planeta debe conocer cuáles son los requisitos para poder entrar en ese territorio, además de cuáles son las características, la cultura, las costumbres y si en esa época del año hace frío o calor. Porque no está de más conocer si es invierno y necesitará un buen abrigo.

Mónica Solano

 

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La magia del lápiz y el papel

Hace poco me lancé a la aventura y emprendí un viaje en busca de inspiración. Tengo la loca idea de escribir una novela, pero cuando tenía los dedos sobre las teclas, listos para empezar a darle forma, me di cuenta de que me hacía falta material. Necesitaba empaparme de otras formas, olores, colores y sabores. En resumen, vivir nuevas experiencias en lugares desconocidos. Un viaje, sin duda, me ayudaría. Así que busqué en Internet y compré los tiquetes. Con el itinerario en la mano, mi travesía era una realidad. Estaba muy emocionada. Viajar es una de las cosas que más me gustan, pero nunca lo había hecho con el único objetivo de obtener inspiración.

Con la maleta a medio hacer, me enfrenté a un dilema: llevar o no llevar el portátil. Es mi amigo inseparable desde que escribo, pero, si pensamos en el equipaje de un viaje estilo mochilero, el portátil es bastante pesado y tendría que cargarlo todo el tiempo. El dolor de espalda sería insufrible o, peor aún, mi amigo fiel se quedaría encerrado en alguna habitación de hotel y no podría tomar nota ni de los lugares ni de las personas, ni de todo lo que experimentas en un viaje que puede ayudarte a alimentar tu imaginario. ¿Qué hacer? Lo necesitaba, pero si era sincera, no iba a escribir todo el tiempo. No conocía ninguno de los destinos elegidos, así que en mi bitácora figurarían largas caminatas y algún plan turístico.

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Pronto encontré la solución. La tenía justo al lado del portátil: ¡mi libreta! La pequeña libreta café que me acompaña desde hace unos meses y que siempre está a mi lado, lista para apuntar alguna idea que me llega de repente, palabra desconocida o frase icónica que no quiero olvidar. Me sentí como una tonta por el lío de dimensiones astronómicas que había creado en mi cabeza al empeñarme en llevar el portátil a mi viaje.

Sé que estarán pensando: “¿pero acaso no tienes un iPad o una tableta?”. Y sí que lo tengo, pero no es lo mismo. Aunque me considero una friki de la tecnología y me encanta tener todos los cacharros nuevos que salen al mercado, cuando se trata de escribir, mis ideas no nacen en ningún dispositivo electrónico. Nacen del papel porque tiene una magia especial. Su olor, su textura, la variedad de formas, los colores y, sobre todo, el sonido del lápiz deslizándose por la hoja ¡son sublimes!. Crean un momento perfecto para que las ideas fluyan sin restricción. Para mí no hay mejor manera de empezar a escribir una historia. Y doy gracias a quien se le ocurrió la gran idea de reciclar el papel porque, si no fuera así, me sentiría fatal pensando en todos los árboles talados para dar vida a las hojas que he usado desde que tengo memoria. Escribir algunas líneas a la vieja usanza y después releer, tachar o adicionar, y luego pasarme horas y horas acariciando el callo del dedo índice, con su uña torcida, es todo un ritual para dar forma a mis ideas.

Dejando de lado por un momento mi experiencia, está comprobado que escribir a mano tiene muchos beneficios para el cerebro. Pone a trabajar las neuronas y aumenta las capacidades visuales, motoras y cognitivas. También mejora el aprendizaje, porque estimula una parte del cerebro, que actúa como filtro, dando prioridad a las cosas en las que estamos concentrados. Pero lo que más me gusta es que potencia la imaginación y permite que los pensamientos sean más claros. Algunos escritores, antes de dar vida a sus novelas, escriben notas a mano para poder tachar, reflexionar y volver una y otra vez sobre ellas. Hace poco leí un artículo de El Cultural, en el que se relatan las costumbres de algunos escritores famosos:

A mano, y casi siempre en bibliotecas, escribe Mario Vargas Llosa: «Me gusta el papel, la tinta -declaró en una entrevista-. Así comencé, y todavía hoy creo que el ritmo de mi mano es el ritmo de mi pensamiento». Pere Gimferrer, que escribe su poesía a mano, en rojo y en una letra que, como Goytisolo, solo él entiende, dice que todo empieza en su cabeza: «Cuando me dispongo a escribir es porque tengo tanto escrito en la mente que es ya imposible retenerlo. Luego, al coger papel y lápiz y empezar a transcribir te van viniendo los siguientes versos, porque el pensamiento es mucho más rápido que la mano y ésta más veloz que el ordenador».

Con mi obsesión desmedida y todas las ventajas de escribir a mano, no es de extrañar que en mi estudio tenga un estante en el que almaceno una amplia colección de agendas, cuadernos y libretas. Unas cuantas han logrado pasar al lugar de honor y guardar en sus hojas secretos, ideas y material de alto valor para mis historias. Las demás, siguen aguardando pacientes ese momento.

Y bien, llegó el día del viaje. El equipaje estaba listo. En el bolso de mano, junto al pasaporte, la billetera, el libro que estaba en mi mesita de noche y unas mentas, coloqué la libreta, iluminada como el tesoro de un pirata. Fue el elemento más útil en mi viaje, puedo afirmar que todo un artículo de primera necesidad. Con un vuelo de nueve horas y casi dos más en la sala de espera, las ideas llegaron en avalancha; saqué del bolso a mi compañera de viaje y me dejé llevar.

Cada lugar que visité quedó plasmado en sus hojas. Logré mi objetivo, conseguí un material invaluable para mi novela. La libreta fue la mejor opción. El dolor en la espalda y las ampollas en los pies no dejaban lugar a dudas; el portátil habría sido todo un lastre. Pasados unos días de mi regreso a la realidad, como suelo decir después de un viaje, estaba lista para una nueva aventura, organizar el material y disponerme a escribir las primeras líneas de la novela.

Mónica Solano

Imagen. Formentera, Islas Baleares. Foto de Mónica Solano.