¿Quién no ha usado la palabra estrés para referirse a alguna situación que lo supera? Si alguien levanta la mano, le doy la enhorabuena y de paso, si no le importa, le pido que me pase la fórmula mágica. Pero si sois de los que lo habéis sufrido, os invito a probar una receta que ayude un poco a digerirlo letra a letra.
Bueno, igual no tanto. Aunque si no lo intentas, nunca lo sabrás.
La RAE define el estrés como la “tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos a veces graves”. Etimológicamente, la palabra estrés viene del inglés stress (énfasis, presión) y este del latín strictus (estricto). Y strictus es el participio del verbo stringere (ceñir, atar fuertemente), de donde proceden también términos tan apetecibles como astringir, constreñir, restringir, o estreñir. Con esos datos surge la tentación de parar de leer. Pero si, en vez de dar la espalda al problema, preferís echarle valor y plantarle cara, ahí van algunas sugerencias.
Empieza por el principio.
Aprende a escuchar. A los demás y a ti mismo. No necesariamente por ese orden. Pero escucha siempre. La época actual haría que nuestros abuelos volvieran a sus tumbas a toda pastilla si, por casualidad, se les ocurriera levantar la cabeza. La vida moderna está llena de velocidad, de ruidos, de prisas, y a veces nos olvidamos de la importancia de las pausas. Hay que recuperar los silencios y aprender a detenernos un minuto para filtrar lo importante y separarlo de lo banal en esa cacofonía de ruidos que, pomposamente, llamamos riqueza o diversidad informativa. Lo primero para solucionar un problema es ponerle nombre. Y, como médico, pienso que un diagnóstico acertado debe empezar por una buena anamnesis que siempre se podrá llevar a cabo si se sabe desarrollar esa pequeña capacidad de escucha. Guardemos un minuto de silencio para escuchar a nuestro interior, o a nuestro amigo, o al vecino que a veces hemos querido asesinar solo porque, cuando nos mira, sus dos cejas se convierten en una.
Sigue sus señales.
Todos sabemos lo que son las señales. ¿Todos? ¿Seguro? Ya, ya lo sé. Estoy diciendo casi lo mismo que antes, me diréis. Pues sí, ¿y qué pasa? Como no tenemos el hábito de escuchar, prefiero insistir un poco, aunque me repita. Y, al escuchar, no es mala idea prestar atención a las señales. Nadie, salvo raras y tristes excepciones puntuales, está un día pletórico de salud, y al día siguiente criando malvas. El cuerpo, igual que los chivatos del salpicadero del coche cuando algo va mal, nos envía a veces destellos rojos de aviso. Y, si eso ocurre, tenemos tres opciones: no ver la luz; verla y pensar que todavía no es una amenaza real y que podemos avanzar un poco más; o parar el motor, levantar el capó, y arreglar la avería si podemos y sabemos. Y si no, pedir ayuda. En mi trabajo he tenido pacientes que han entrado por la puerta con motivos de consulta de lo más variado. Detrás de un dolor de estómago, de un cansancio inexplicable, de miles de síntomas, se esconde a veces un hecho que no tiene nada que ver con esas señales de que algo no va bien. Y ni siquiera hace falta ir al médico para darse cuenta de eso. Hay miles de indicios más: que te encante el cine y no tengas ni idea de lo que hay en cartelera, o que se te acumulen dos temporadas de tus series favoritas, o que pasen las semanas sin que logres sacar un rato para llamar a tu madre por teléfono, o que no te des cuenta del ruido de la lluvia, simplemente…
Tómate tu tiempo.
Aprender a organizar nuestro horario es una herramienta muy eficaz para combatir el estrés. Y para ser más felices. Separemos nuestro tiempo profesional del personal, y procuremos gestionar ambos espacios del modo más productivo. Si hemos seguido los pasos previos y hemos escuchado las señales de alerta, este es el paso siguiente, y no creo que haga falta que me extienda más ¿verdad? Lo cierto es que al llegar a este punto de mi artículo me puse a buscar en Google y encontré un montón de aplicaciones para gestionar el tiempo. Pero no he querido poner el enlace a ninguna de ellas porque creo que, en esta época tan instrumentalizada, nuestra mejor app deberíamos ser nosotros mismos. Por eso prefiero dejar aquí la idea, y que cada uno piense cómo llevarla a la práctica de la mejor manera para él.
Relájate, por favor.
No confundas lo de organizar tu tiempo con la necesidad de multiplicar horas. Todavía, que yo sepa, no se ha inventado un reloj que haga que un día tenga más de veinticuatro horas. Si lo de gestionar el tiempo te resulta estresante, es momento de robar unos minutos para regalarte un masaje. O una clase de yoga. O unas cañas con los amigos. O… Inciso: este apartado es autorellenable por cada uno que lo lea, y sugiero que la respuesta sea hacer lo que se nos ocurrió al leer los puntos suspensivos finales del segundo apartado; sí, sí, ese de “Sigue sus señales”. Haz lo que quieras. Pero relájate. Eso no es perder el tiempo, sino todo lo contrario. Aprende a respirar. Dedica unos minutos a pensar qué cosas al alcance de tu mano te pueden ayudar a sentirte mejor, y da el primer paso para acercarte a ellas, aunque creas que no tienes tiempo para perderlo en “bobadas”. Luego te cundirá el doble cuando te enfrentes a tu lista de tareas. Y esos quince minutos de lectura de evasión, o ese paseo alrededor de tu edificio, o ese café con los pies en alto, habrán sido una buena inversión.
Ejercita mente y cuerpo.
Por si alguno se toma al pie de la letra lo de la relajación del punto anterior, haré aquí una pequeña llamada a la sensatez. Que en ninguno de los extremos está la virtud. De modo que procuremos ejercitar todo aquello que nos ayude a mejorar. Si quieres ser escritor, escribe mucho y lee mucho. Si quieres adelgazar, apúntate a un gimnasio, o sal a caminar. No vayas a comprar al super cuando estás muerto de hambre. Ponte pequeñas metas, que sean alcanzables. El ejercicio es un concepto muy amplio, pero en ninguna de sus facetas encuentro nada negativo, sino más bien al contrario. Así que, ya sabéis: ejercicio, disciplina, constancia. Que el resultado valdrá la pena.
Sueña. Sigue. Supérate.
Busca cualquier sistema de soporte a tu alcance. Cualquier cosa que te ayude a seguir en los momentos malos, a superar los baches, será siempre bienvenida. Y, cuando no encuentres al momento lo que necesitas, siempre te quedarán tus sueños. La diferencia entre sueño y realidad es a veces tan simple como cambiar la conjugación de un verbo. Echa el resto para transformar ese “algún día haré…” en un “hoy voy a hacerlo”. En eso tengo experiencia; he pasado muchos años con fantásticos “proyectos” de escritura. Pero hasta que no me apunté a mi primer taller, hasta que mis amigas y yo no nos metimos en este jardín de letras que es Mocade, no podía ni imaginar lo que me estaba perdiendo. Así que, si admitís un consejo, no hagáis como yo. Debéis saber que nunca, nunca, nunca es tarde. Palabra de honor.
Esta receta no es una panacea. Pero la he seguido paso a paso para escribir este artículo porque el estrés empezó a amenazarme con la temida falta de inspiración. Entonces, quizá por asociación de ideas con el título del artículo, me vino a la mente una frase que decía mi padre cuando alguno de mis hermanos no quería comer: “En la vida hay mucha gente con hambre, así que es un lujo tener la oportunidad de aprender a comer de todo, y un pecado imperdonable tirar cualquier clase de comida”. Y decidí aplicar esa frase a mi escritura y autorrecetarme lo que os he contado en esas pequeñas píldoras. Y al final, pude traer este plato a la mesa. A veces saborearemos exquisiteces de chefs, y otras veces habrá que calmar el hambre con una sopa de letras. Pero todo es alimento, de modo que…
¡Buen provecho!
Adela, me ha encantado este artículo. Es mucho más que un texto de autoayuda. Detrás de estos consejos, hay toda una filosofía de vida, un saber hacer y un saber decir. Detrás de este artículo estás toda tú.
Lo voy a imprimir para llevarlo en la cartera y que ninguna situación me supere.
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Mil gracias, amiga. El mejor anti estrés es contar con compañeras como tú. ¡Muchos besos!
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Me encanta tu artículo amiga 🙂 Tomé atenta nota de todos los ingredientes de tu receta para no dejarme ganar del estrés. Besos.
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Querida Moni: como le he dicho a Carmen, el equipo que formamos en nuestro Mocade es la mejor medicina antiestrés que se pueda soñar. ¡Gracias por ser parte del remedio! Besos.
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