Me llamo Esperanza, pero todos me dicen Espe. Mamá dice que me puso ese nombre porque pensaba que ya no iba a tener una niña. Daniel es el más pequeño de mis hermanos. Bueno, en realidad la más pequeña soy yo porque nací la última, después de que mamá tuviera a Jose, Luis, Pedro, Marcos y Daniel. Yo creo que Daniel es muy divertido. Mamá dice que con razón le pusieron a una película el título de Daniel el travieso. A mí Daniel no me parece travieso, pero los mayores a veces son así de raros. O a lo mejor es que mamá estaba cansada el día que dijo eso, aunque no creo, porque lo ha dicho más de una vez. Claro que, ahora que lo pienso, mamá está cansada muchas veces, así que a lo mejor he acertado.
Una de las veces que la oí decir eso fue un día que habló con papá. Se habían dejado la puerta del despacho mal cerrada. Yo no lo habría notado si papá no se hubiera estado riendo como yo cuando mamá me hace cosquillas. Me gusta mucho reírme, y la risa de las cosquillas es una de las mejores, así que me acerqué a la puerta para oír lo que decían y reírme yo también. Papá estaba sentado en su sillón, y mamá daba paseos delante de la mesa muy deprisa. Cuando ya parecía que iba a chocar con una de las estanterías llenas de libros, se daba la vuelta y se embalaba hasta que casi tocaba la estantería de enfrente con la nariz. Y así una vez y otra vez, moviendo los brazos mientras hablaba. Pensé que a lo mejor papá se reía por eso, porque lo que oí no me pareció especialmente divertido.
–¡…no sé qué vamos a hacer con ese niño! –mamá hablaba con la voz de regañar–. ¡Pepe! ¿Me estás oyendo, o qué?
–Claro que te oigo, mujer, pero es que…
Papá no pudo seguir hablando. Le entró otra vez el ataque de risa. Mamá paró de dar paseos y puso los brazos en jarras, como cuando hacemos alguna trastada y se prepara para castigarnos. Me asomé un poco a ver si alguno de mis hermanos estaba allí, pero no vi a ninguno. Me tapé la boca con la mano porque me estaba entrando la risa al ver que mamá también le regañaba a papá, y era tan divertido que no quería que me descubrieran. La postura de enfado de mamá funcionó con papá igual de mal que con nosotros. Los ojos de papá seguían muertos de risa, aunque consiguió frenar la boca y pudo hablar:
–Admite que tiene su lógica, Ana.
–¡¿Quéeeee?! –Mamá miró al techo y levantó las manos como si fuera a tender ropa–. ¡Lo que me faltaba por oír! Y no se te ocurra decirme que es solo una travesura más de las suyas.
Vi que papá abría la boca, pero la cerró sin decir nada al ver la cara de mamá. Yo solo veía su moño desde mi sitio, pero al escucharla me imaginaba la arruga de su frente. La espalda de mamá se puso más grande. ¡Oh, oh! Estaba cogiendo carrerilla para seguir hablando. Cuando se pone así, no hay quien la pare.
–Claro, como tú no eres el que ha tenido que hacerle una tila a Rosarito… Por no hablar de que no sé si doña Encarna querrá seguir viniendo a darle clase…
Papá se levantó y rodeó la mesa para abrazar a mamá. Empezó a decirle no sé qué de que Daniel era un niño con imaginación, y como eso me pareció aburrido me fui a buscar a mi hermano. Lo encontré en la cocina. Había arrimado una silla a la encimera y se había subido en lo alto del mármol. Estaba de puntillas, con la mano cerca del bote de las galletas de chocolate. Iba a dar una palmada para asustarlo, pero lo pensé mejor y me quedé quieta. Así, cuando me viera, tendría que darme una galleta para que no me chivara. Y si nos pillaban, yo podría decir que no tenía la culpa. Mi hermano alcanzó el bote, lo dejó en la encimera y se bajó a la silla. Restregó la manga de su sudadera por el mármol para quitar la huella de su zapatilla y entonces me vio.
–¡Hola, Espe! –Abrió el bote de las galletas y me dio la primera que sacó–. Toma.
Daniel es así. Me arrepentí de haber pensado en amenazarlo para que me diera la galleta. Le di un bocado. ¡Estaba riquísima! Nadie hace unas galletas tan buenas como nuestra tata Rosarito. Si mamá no las escondiera en un estante alto, no llegarían ni a enfriarse. Me acordé de lo que quería preguntarle a mi hermano.
–Oye, ¿qué has hecho esta vez? Mamá le estaba contando a papá no sé qué. ¿Te han castigado por algo?
–¿A mí?
A Daniel se le escaparon por la boca trocitos de la galleta que estaba masticando. Se limpió con la misma manga de antes, y se rascó la cabeza.
–Todavía no. ¿Qué he hecho?
–Eso es lo que quiero que me digas. –Suspiré. A veces parecía que yo fuera mayor, y Daniel más pequeño–. Tú sabrás.
Mi hermano siguió comiendo galletas y se encogió de hombros.
–De verdad que no, Espe.
–A ver, Daniel, ¿has hecho que se enfade la tata Rosarito? ¿O doña Encarna?
–Mo.
Lo interpreté como un no. Con la boca llena no se le entendía casi nada, pero movió la cabeza de lado a lado con tanta fuerza que sembró el suelo de miguitas. Me armé de paciencia. Menos mal que la que estaba en la cocina era yo. Si llega a ser mamá, seguro que Daniel se hubiera ganado una buena. Estaba dispuesta a enterarme de todo. Miré el reloj de la pared. Hacía poco que había aprendido a leer las horas, y estaba muy orgullosa. Todavía era temprano y a esa hora a doña Encarna le quedaba un rato para terminar de darle a Daniel su clase en la cocina.
–¿Por qué se ha ido antes doña Encarna?
Se encogió de hombros. Estaba muy ocupado con la cuarta galleta. A este paso le iba a doler la barriga de tanto comer, y el culo por los azotes. Tantas galletas desaparecidas iban a ser imposibles de disimular. Me mordisqueé una uña. Mamá dice que eso no se hace, pero a mí me ayuda a pensar.
–Algo habrás hecho, o algo habrás dicho. Venga, cuéntame si habéis hablado de algo.
–No. Bueno, solo de lo de su padre. –Mamá nos había dicho que teníamos que ser cariñosos cuando doña Encarna viniera a casa porque su padre se había ido al cielo–. Te prometo que he sido buenísimo. Le he hecho caso a mamá. Pero doña Encarna se ha enfadado cuando la he consolado, y luego ha venido la tata Rosarito y cuando se lo he contado, se ha enfadado también y se ha ido corriendo a buscar a mamá. –Cogió otra galleta y se comió la mitad de un solo bocado.
–Pero ¿qué le has dicho a doña Encarna? ¿Y por qué se ha enfadado la tata?
Intentó contestarme con la boca llena y no pudo porque se le escapaban más miguitas. Cogió una bien gorda del suelo, se la volvió a meter en la boca y se encogió de hombros otra vez. Esperé a que terminara de tragar. Soltó uno de esos eructos que a mí no me salen nunca, y suspiró satisfecho antes de seguir hablando.
—Solo le he preguntado a doña Encarna que si está triste porque su papá se ha ido al cielo. Y he hablado suave y sin gritar, como dijo mamá.
Me quedé mirando a mi hermano y puse ojos de china para que Daniel supiera que no me iba a conformar con eso. Se dio cuenta, claro. Él y yo nos entendemos a veces así, con la boca cerrada, porque tenemos poderes en los ojos. Siguió con la explicación.
–Doña Encarna me ha dicho que sí, porque le gustaría estar al lado de su papá. Y entonces se me ha ocurrido una idea chula y se la he contado. Le he dicho que voy a pedirle al Señor que ella se muera pronto para que puedan estar juntos. ¡Y yo podré jugar más rato con mis amigos, y todos contentos!
–¡Daniel! –Yo sabía que algo fallaba, pero no daba con lo que era. Siguió hablando.
–Doña Encarna se ha puesto muy colorada, ha llamado a la tata, le ha dicho no sé qué y entonces se ha ido. La tata me ha preguntado que qué ha pasado con doña Encarna, y se lo he dicho. Y entonces ha empezado a regañarme y a decirme que a este paso voy a matar a mamá a disgustos. Y como siempre me está diciendo lo mismo, he pensado que si se ha muerto el padre de doña Encarna a lo mejor es verdad que mamá también se puede morir un día de estos.
–¿Quéeee…?
–Pues eso. Así que le he dicho a la tata que si mamá se muere le voy a decir a papá que se case con ella, porque yo a la tata Rosarito la quiero mucho, pero no me hace ninguna gracia tener una madrastra. Que ya sabes lo que pasa con las madrastras, Espe…
En mi cabeza no cabían tantas cosas y no sabía que contestar. Daniel continuó con sus explicaciones.
–Entonces la tata se ha puesto muy nerviosa, y ha llamado a mamá. Le ha dicho que estoy como una cabra, y le ha contado lo de doña Encarna, y que yo le iba a decir a papá un disparate, y que a ella se le iba a caer la cara de vergüenza y no sé qué más. Y entonces se ha ido a su cuarto, mamá me ha mirado raro y se ha ido al despacho de papá.
–Pero… –callé. Seguía sin saber qué decir.
–Como falta un rato para merendar y me muero de hambre, he pensado coger alguna galleta. Y entonces has llegado tú.
En ese momento papá y mamá entraron en la cocina. Vieron la silla arrimada a la encimera, las miguitas por el suelo, y a Daniel con la pechera llena de restos de galletas de chocolate. Los cuatro nos miramos con cara de estatuas. Mamá fue la primera en hablar.
–¡Pepe! Haz algo, por lo que más quieras. Yo no puedo más. –Mamá se echó a llorar y se dio la vuelta para salir de la cocina–. ¡Cualquier día llamo a Herodes!
Yo ya sabía quién era Herodes. A Daniel le encantaban las historias que les contaban en la catequesis, y las compartía conmigo. Papá miró a mi hermano como diciendo “ya hablaremos luego”, y salió detrás de mamá.
Miré a mi hermano. Se agarraba el cuello con las manos y creí que estaba preocupado por el castigo que seguramente le caería encima, pero por una vez no era eso lo que le inquietaba. Lo comprendí cuando abrió la boca y me preguntó con la cara muy seria:
–Espe… ¿tú crees que Herodes tendrá teléfono?
Adela Castañón
Imagen: Shutterstock
Adela, has escrito un buen relato, que te deja con la sonrisa puesta. Además me gusta mucho el tono de la narradora y el de Daniel. Te has sabido meter en la piel de los personajes. ¡Enhorabuena!
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Gracias, Carmen. Me encanta y me divierte ensayar registros infantiles. Tienen una falsa simplicidad que siempre termina por hacer que me parta la cabeza. Y es un reto que me gusta. Muchos besos, amiga.
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Qué relato más hermoso, Adela. Me la pase genial mientras leía. Qué imaginación, amiga 🙂 Me encanta el tono del narrador y la caracterización de las personajes, ¡fabuloso! Es maravilloso terminar el día leyéndote. Besos 🙂
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Muchas gracias, amiga. Nuestro Letras desde Mocade es cada día más un jardín donde continuamos sembrando flores en forma de relatos. Y ser jardinera contigo también es cada día una alegría y una felicidad mayores. Muchos besos, Moni. 🙂
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Querida ADela: Ya has aprendido a mantener al lector pendiente de tu relato. Da igual el registro. Y eso es realmente interesante para cualquier escritor. Y no es sorpresa ya encontrarnos con tus preciosos relatos, donde el lector asume protagonismo tomando la posición de alguno de tus personajes. Aquí yo no era Espe, era Daniel y, como él, no encontré porque se habían enfadado tanto por un simple, infantil y sin maldad comentario. Salvo que los ofendidos conocieran datos que Dani ignorara. Lo del viejo refrán del que se pica ajos come. Felicidades Adela, una vez más has acertado literariamente hablando. Enhorabuena. Un beso
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Querido Curro: de no ser por ti no me habría tomado nunca en serio lo de escribir, y lo sabes. Así que todos tus comentarios son para mí hermosos regalos. Gracias por tus palabras, por tu empuje, y por seguir siempre aquí. Muchos besos.
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