–No te he preguntado por qué, sino para qué.
–No te entiendo. –Fernando curvó los labios en un intento de sonrisa que se quedó a medias–. De todos modos, ¿es importante eso?
–Sí. Mucho. Al menos para mí.
Mercedes miró al que fuera su primer amor cuando los dos rondaban los quince años. Había puesto demasiadas expectativas en el encuentro, comprendió. Se fijó en los pies de Fernando, calzados con unos Gucci. Nunca lo había visto con otra cosa que no fueran tenis. Los zapatos, más que las canas, que las entradas en el pelo o la insinuación de barriga que tensaba el cinturón de sus pantalones, fueron lo que le hizo pensar que tenía frente a ella a un adulto desconocido, a un hombre que, casi con toda seguridad, había ahogado al adolescente que fue para ella el centro de su universo durante un año.
Fernando la miró y supo que ella estaba perdida en sus pensamientos. En ese mundo interior al que él siempre quiso entrar sin conseguirlo. Cuando Mercedes levantó los ojos, se limitó a sonreírle. Ella, por su parte, sintió un ramalazo de nostalgia al recuperar parte del pasado: con nadie habían sido tan cómodos los silencios como con Fernando. Él seguía utilizando la misma estrategia, esperar y callar.
–Mira –ella habló primero–, también yo te he buscado en Google muchas veces durante estos años.
–Pero he sido yo el que te ha escrito, Merche.
–Y por eso te lo pregunto. Imagino que me has buscado por curiosidad, como yo a ti. Hasta ahí no importa, lo admito. Entiendo que solo queríamos saber algo de nuestras vidas, vale. –Mercedes hizo una pausa–. Pero, repito, ¿para qué?
–¿Y qué más da? Yo no veo la diferencia.
–Si yo te hubiera escrito, si me hubiera metido en tu vida, habría sido para algo. –“Para pedirte respuestas que nunca me atreví a pedir”, pensó ella. “Para decirte cosas que no tuve el valor de decirte”–. Pero me quedé en el por qué. Dar ese paso de más, hacer añicos la distancia con un email, con un SMS, con lo que fuera, habría supuesto una especie de compromiso. A ver, no me malinterpretes. Aparecer de pronto, buscarte después de casi treinta años de silencio, al menos te hubiera planteado alguna duda, ¿no? Por lo menos es lo que me ha pasado a mí. Así que la pregunta lógica es, ¿para qué me buscas ahora?
–¿No te vale quedarte en que me apetecía saber cómo te va la vida?
–No. Para eso podías haberle preguntado a Clara, o a Luis, o a cualquiera de nuestros amigos de entonces. Con alguno de ellos sigo en contacto.
–¿Tú lo has hecho?
–¿Hacer? ¿El qué?
–Preguntarles a ellos por mí.
–No, claro que no. –Mercedes se mordió el labio inferior y Fernando, por primera vez en toda la tarde, reconoció en ese gesto a la adolescente que lo enamoró, a pesar de que ahora escondía los labios bajo el carmín–. Si les hubiera preguntado puede que te lo hubieran dicho. Y, por otro lado, me parecía ridículo pedirles que me guardaran el secreto.
–Por eso mismo yo he ido directo a la fuente. A ver, ¿qué tiene de extraño que dos amigos se reencuentren al cabo de los años? Y si eso te molesta, que es lo que parece, ¿por qué has accedido a esta cita?
–Porque…
Mercedes se calló. No quiso poner en el ataúd de sus ilusiones el clavo de una mentira. ¿Qué podría decirle? ¿Que llevaba treinta años añorándolo? ¿Que dormía con un hombre mientras soñaba con otro? ¿Que estaba dispuesta a tirar su vida por la ventana si él chascaba los dedos?
–Mis motivos no importan. Yo no he sido la que te ha buscado. Y si insistes en que da igual el porqué o el para qué… bueno… –Mercedes sonrió y se encogió de hombros–, me vale. Da igual. Tienes razón. Siempre he sido una retorcida.
–Te equivocas, mujer. A mí no me lo has parecido nunca. Yo diría, más bien, que has sido complicada. –Ahora fue Fernando el que sonrió como en el pasado–. Pero eso es lo que me gusta de ti.
Mercedes tomó un trago de su café para intentar deshacer el nudo que se le acababa de formar en la garganta. Fernando, el puñetero Fernando, hablando en presente. ¡Maldita estampa! Siempre había sabido hacerle daño sin tener intención. Fernando, ajeno al efecto de su empleo de los tiempos verbales, removía su té para disimular que se sentía de nuevo como un adolescente inseguro y lleno de granos. Echaba de menos a la Mercedes tímida y callada que se ruborizaba por cualquier cosa.
A los quince años Mercedes vivía sola con su madre, que no pudo rechazar un traslado para mejorar su situación laboral. No había podido despedirse de Fernando. Su primer suspenso, culpa del mal de amores al saber que se iría a vivir muy lejos, le acarreó un castigo sin salir. Fernando, que había ido al parque donde siempre se encontraba con la pandilla durante toda la semana, había visto pasar los días sin que Mercedes apareciera. Y ella se fue antes de poder decirse lo mucho que se gustaban.
–Bueno… –los dos pronunciaron a la vez la misma palabra.
–No me hagas caso, Fer. –El diminutivo en esos labios pintados le sonó a Fernando teñido de nostalgia–. Sigo siendo complicada, lo que pasa es que ahora he perdido la vergüenza. Y tienes razón, le busco siempre seis pies al gato.
Mercedes abrió el bolso, y Fernando la detuvo. Puso su mano sobre la de ella, y el tiempo quedó en suspenso unos segundos. Sus pieles tenían memoria.
–Deja. Invito yo. Para eso fui el que te llamó.
Se pusieron en pie y cambiaron un par de frases banales. Echaron a andar, y las palabras y las frases no dichas se quedaron en la mesa, con los restos del café. Al llegar a la puerta, antes de empezar a caminar en direcciones opuestas, Fernando se fijó en los tacones de Mercedes. Era la primera vez que no la veía con tenis.
Adela Castañón
Imagen de StockSnap en Pixabay
Una buena historia con personajes muy bien definidos y muy reales. Me ha gustado mucho como has mezclado la naturalidad de los protagonistas y sus reacciones con otros toques más líricos. Enhorabuena por este relato, me gustó y además como me llaman Fer, me sentí bastante identificado 🙂.
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Uno de mis hermanos también se llama así. ¡Espero que tus palabras encuentren siempre el camino! Gracias por comentar.
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Muy buena la historia! En ella puedes sentir lo que sienten los protagonistas
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Muchas gracias por leer y comentar, eiden99. Un saludo:)
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Gracias por tus palabras. Leer que entras en la historia y sentir con ellos es un regalo para mí.
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Adela, una historia tan bien contada que llegamos a empatizar con los personajes. Un fragmento de vida verosímil y emotivo. Me gusta ese final abierto. Al final sigue la misma nostalgia. Y como lectora me pregunto, ¿Habrá un segundo encuentro?
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Pues quizá sí. ¡Todo es posible!
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Creo que esta es la pareja que tomaba café en la mesa de al lado ayer por la tarde. Hoy he vuelto por allí, por si regresaban a buscar alguna de sus frases no dichas. Todavía.
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¡Qué buen comentario! Me encantaría que así fuera…
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Me ha encantado Adela! en un instante me he sentido tan metida en la historia que sentía lo que ellos experimentaban… Tienes un gran arte para hacernos entrar tan rapidamente en tus relatos y vivirlos tan intesamente. Enhorabuena por tus escritos.
Un fuerte abrazo!!!
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¡Muchas gracias, Marian! Por tus palabras y por tu apoyo. Un abrazo grande. :))
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Querida Adela: He borrado entero mi comentario antes de publicarlo. Me suena sincero el relato, me parece que sabes expresar los sentimientos, da igual que sean el amor o el desamor, la sorpresa, la ira contenida o la fina ironía de la contrariedad. Eres todo un hallazgo como escritora. Más bien una ratificación de que el hallazgo lo fue de un material noble y valioso. Enhorabuena Merche. ¡Perdón, enhorabuena Adela! Lo haces tan creíble…
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Querido Curro: repetiré hasta la saciedad que, de no ser por ti, el material noble y valioso al que con tanto cariño te refieres seguiría siendo plastilina sin usar. Supiste encender en mí el fuego de la escritura. Y lo hiciste tan bien que va camino de competir con la antorcha olímpica… jeje…
Mil gracias, amigo. Y montones de besos, que siempre serán pocos.
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