Miro por la ventana. Llueve.
Llueven los pensamientos. Salpican como gotas mi cerebro. Caen sin prisa y sin pausa, con un ritmo monótono y anárquico. ¿Por qué cansa el pensar? Carece de sentido, pensar es casi, casi, igual que respirar, debería suceder sin más complicaciones y no causar agobio.
Llueven también reproches que estaban escondidos. Gritos y discusiones sobre quién puso más en cada historia retumban como truenos. Jaqueca, vieja amiga, me robarás la fuerza si me alcanzas, el cansancio no me dejará huir y volverá a entrar “Él”. El que quise tener y nunca tuve. El que me dio la paz y me llevó a la guerra, al cielo y al infierno sin tener que hacer nada, solo por existir. Recuerdo mis pecados y los suyos. Por acción y omisión. Lo que debió decirme y nunca dijo. Lo que debí callarme y no callé. ¡Se conjuga tan mal el verbo amar en primera persona! Da como resultado un texto malo, frases con recriminaciones, faltas de ortografía en el diccionario del cariño, signos de puntuación mal colocados que desgarran la piel como cuchillos y producen heridas en el alma por las que la tristeza sale a chorro, enturbiada por muchos desengaños.
Llueven muchos recuerdos que llegan de la mano junto a los pensamientos y reproches. Deslumbran como rayos, fogonazos que de pronto iluminan verdades del pasado y dan luz a las sombras de todas las mentiras que yo dije y también, por qué no, de las que me dijeron.
Llueven los sentimientos. Que la lluvia, sin ellos, sería como una partitura inacabada, un libro al que le faltan varias páginas. Y yo, pobre escritora, no puedo permitir que eso suceda. Revuelvo entre mis letras para ver qué me encuentro y salen del bolsillo varias cosas: el dolor y el deseo, la dicha ya vivida, las deudas no pagadas. Decisiones y dudas. Y todo con la D, como Dios y destino. Y como dejadez. Y es que estoy muy cansada.
¿Y qué más da que llueva? Al fin y al cabo, la lluvia solo es lluvia. Debería descolgar del armario las ganas de vivir, calzarme los zapatitos rojos de la ilusión, o, mejor aún, enfundar mis pies en unas botas de siete leguas que me alejen de lo que me hace daño. Y así, armada de valor, sentirme invencible y salir a pisar con fuerza los charcos de la vida, igual que hacen los niños.
Llueve, pero no dejaré que esas lluvias levanten en mi alma tempestades que no me llevarán a ningún puerto.
Me voy a fabricar un paraguas con folios de papel que me protegerá para que no me moje. Mi pluma será el mango del paraguas. Ya solo necesito unas cuantas varillas que lo mantengan firme. “Vamos”, me digo, “vamos, valiente, vamos”. Y el alfabeto me presta otra letra, ahora es la V, la de mi vocación para ser escritora. Y me lanzo a la arena con todo lo que puedo: Voluntad y victoria. Valor para volar. Y volver a vivir, día tras día, la historia que yo elija.
Lo haré sola, sin él, lo haré sin nadie. Y así, conmigo misma, siendo yo mi aliada, encontraré mi gloria.
Miro por la ventana. Ya no llueve.
Adela Castañón
Imagen: Pixabay
la lluvia purifica, libera, vano intento por librarnos de dolor que nos aqueja llamado vida…
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¡Vaya palabras sabias! Muchas gracias, eticadiaria, porque la lluvia de palabras también lava ese dolor.
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Querida Adela, eres muy buena cuando, en primera persona, relatas recuerdos imborrables.Tus poemas del desamor son extraordinarios, pero no sabría decirte si son mejores que esta lluvia que te da la paz y te llevó a la guerra, al cielo y al infierno sin tener que hacer nada, solo por existir. Del desamor hablas y hablo. Y de la maravillosa forma literaria que tienes de expresarlo. Tu paraguas hecho de folios funciona, y ya los veo a todos garabateados, casi sin espacios en blanco. Cada día eres mejor escritora. Cada día te admiro más. No sé ya como decírtelo. Un beso grande.
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Mi querido Curro: ¿Qué decirte que no te haya dicho ya? Gracias, gracias y mil veces gracias…
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¡Qué buena eres!
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¡Qué buena me hacéis los que me animáis así!
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Ay, esas tormentas que nos empapan de zozobra el alma…
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Y después de empaparnos sale el sol, y crecen las mejores flores… ¡Gracias, Yolanda!
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