Tocar fondo

Elena mira el almanaque a diario desde que cambió la domiciliación de su nómina. Traga saliva. Ya es día 27 y no puede tardar en decírselo a su marido. Si no lo hace, cuando él vea que no le ingresan su sueldo en la cuenta común será peor.

Lo estuvo meditando durante meses. Al principio solo era una idea, pero, cuando él dijo lo de las clases de la niña, se lanzó. Durante la comida, él le pidió una copia del DNI y de su última nómina para firmar otro préstamo pequeño, “solo para nivelar los gastos un poco”.

—No —se atrevió a decir ella—. Dijiste que el de hace dos meses sería el último…

—¿Esas tenemos? —Él se encogió de hombros y apretó los puños—. Entonces habrá que reducir gastos…

—Vale…

—Pues ve cortando la logopedia y la fisio. La niña no necesita tantas tonterías y esos cabrones cobran un huevo.

Al día siguiente de esa conversación, ella se abrió una cuenta bancaria en un BBVA que hay al lado de su oficina. Su empresa trabaja con esa entidad y en la sucursal son bastante amables. Luego subió a la oficina de personal y cambió la domiciliación de su nómina a la nueva cuenta.

Y ahora, a día 27, todavía no le ha dicho a su marido lo que ha hecho.

De pronto él, como si el pensamiento de su mujer fuera un imán, aparece en la cocina. Ella está sentada delante del portátil. Ha puesto una olla al fuego para preparar macarrones y, mientras el agua arranca a hervir, aprovecha para terminar unas cosas del trabajo. Suele hacerlo allí, para no molestar a Alberto con el ruido de las teclas mientras él ve la televisión en el salón.

—A ver si este mes cobráis pronto —dice él—. El mes pasado nos quedamos en descubierto dos días porque cargaron la VISA antes de que te ingresaran.

Ella calla. Él continua:

—Fue mala pata que el mes terminara en fin de semana y os pagaran el 31, en lugar del 28 o 29 como siempre.

Ella se encoge de hombros. Nunca sabe cuándo le pagan. Las cuentas las lleva él.

—Pregúntale mañana a algún compañero si ha cobrado ya. Que necesito organizarme.

—Pero hay saldo, ¿no? —Elena hizo muchas horas extra el mes pasado.

—Ya, pero este mes la VISA viene alta. —Ella lo mira sin decir nada y él resopla—. No pongas esa cara de pánfila. Hemos tenido muchos imprevistos.

Elena guarda silencio. Por lo visto, el móvil nuevo y el canal plus nuevo ahora se llaman imprevistos… Piensa en Luci, es ahora o nunca, la ocasión está ahí.

—Igual este mes cobro antes.

Él se sienta frente a ella y a su boca, que no a sus ojos, asoma un atisbo de sonrisa.

—¿Y eso? No me habías dicho nada.

—Te lo digo ahora.

—¿Y eso por…? —él repite la pregunta.

—Porque en el BBVA ingresan antes.

—No jodas. Eso ya lo sé. Anda qué… ¡Has descubierto la pólvora…! Pero nuestra cuenta está en mi banco, no en el BBVA.

Él trabaja en otra entidad bancaria y, desde que se casaron, las nóminas de los dos están domiciliadas allí y Alberto es el que lleva los números. Ella ni siquiera consulta los movimientos por internet, bastante ocupada está sacando adelante su trabajo, la casa, y a Luci. El neurólogo le dijo en la última revisión que estaba haciendo muchos progresos gracias a todas las terapias. Recordar eso le da la chispa de valor que necesita.

—Es que van a pagarme por el BBVA.

—¿Qué? Explícate, Elena, que no me entero. Algunas veces eres tan difícil de entender como la niña.

—He abierto una cuenta en el BBVA y he domiciliado allí mi nómina.

—¡Joder! Si al final va a resultar que hasta piensas, ¡se me tenía que haber ocurrido a mí! Mira por dónde has tenido una idea buena por una vez en tu vida. —Ella se envara y él arruga la frente—. Pero… a ver, ¿cómo has abierto la cuenta? Yo no he firmado nada.

—Está a mi nombre.

—¿Qué? ¿Qué está…? ¿Se puede saber qué has hecho?

Ella calla y aprieta los labios. Él se levanta y se pone a dar zancadas por la cocina.

—¡Que me digas qué coño has hecho! ¿Eres tonta o qué?

Ella sigue callada. Los labios se mantienen apretados, pero levanta la barbilla y le sostiene la mirada. Él apoya los puños encima de la mesa y acerca mucho la cara a la de ella, que hace un esfuerzo para no retroceder.

—A ver… Vamos a calmarnos un poco —dice él, con la voz una octava más baja—. Mañana mismo vamos al BBVA de los cojones y me pongo también de titular. Así podré hacer transferencias online cuando vea que te han ingresado, y disponemos antes del dinero. Todo tiene remedio.

—No —ella lo dice en voz baja, pero no tanto como para que él no la oiga.

—¿Qué? ¿Que no qué?

—Que no…

—¿A qué juegas?

—A nada… Cobraré antes… Y el mismo día que cobre, sacaré el dinero y te lo daré. Y tú lo ingresas en tu banco.

—Dirás en nuestro banco, ¿no?

—No. Sí. Es igual. Ya está hecho. —Traga saliva—. Y el dinero llegará antes, ¿no?

—¿Y a santo de qué semejante gilipollez? No tiene sentido una cuenta así, solo para eso.  

—Para mí, sí. —Ella da gracias por estar sentada. Es como si sus piernas no existieran y el suelo se hubiera esfumado debajo de sus pies—. —Todo seguirá igual. Tendrás el mismo dinero que hasta ahora.

—Que me digas la verdad, coño. Que para ese viaje no necesitábamos alforjas.

—He hablado con mi jefe. Le he pedido hacer más horas extras y ha aceptado la petición.

—Cojonudo. ¿Y qué tienen que ver la leche con las habas?

—Pues que lo que me paguen de más por esas horas se quedará en esa cuenta. —Él la mira como si no hubiera entendido sus palabras, y ella se obliga a añadir—. Ese dinero extra será para las terapias de Luci. De ahí no vamos a recortar ni un euro.

Él pone los brazos en jarras y suelta un gruñido.

—¿Conque esas tenemos? Me la tenías guardada, ¿no? Claro, como tú no tienes que preocuparte de controlar los gastos, ni la luz, ni el agua, ni… Manda cojones… ¿Así que ese dinero se va a ir a los bolsillos de unos comecocos, en lugar de servir de ayuda para que no falte agua caliente ni un plato de comida en esta casa?

Ella baja la cabeza, pero se mantiene en un silencio firme.

—Mira —sigue él—, no me cabrees… Seguro que no lo has pensado bien. Todos podemos equivocarnos. Mañana a la hora del desayuno me acerco a tu oficina y…

—No.

—Te digo que mañana vamos los dos al BBVA y arreglamos esto.

—No.

Él da dos o tres vueltas alrededor de la mesa. Ella no levanta los ojos del teclado. Siente las manos de su marido que le masajean los hombros.

—Nena…

El masaje es suave, pero hace que hombros de ella se tensen más en lugar de relajarse. Él, aunque lo nota, sigue masajeando. Siempre le ha dado resultado.

—Mira, Elena, no tienes que ponerte así. Si quieres que la niña siga con las dichosas clases, pues vale. Ya pensaré cómo ahorrar por otro lado. Pero en la cuenta nos vamos a poner los dos. Piensa un poco. ¿No te das cuenta de en qué lugar me deja eso a mí? ¿Eh? ¿Qué explicación iba a darles a mis compañeros del banco? Se preguntarían por qué, de pronto, la nómina de mi mujer deja de estar domiciliada allí. Y no puedo mentir o decir que te has quedado en el paro, porque verían luego el ingreso del dinero.

Ella, efectivamente, se da cuenta de que no ha pensado en eso. Quita las manos del teclado y las pone entre sus rodillas muy apretadas. Empiezan a asaltarla oleadas de algo que no sabe cómo llamar, pero le gusta cómo le hace sentirse. Él interpreta mal su silencio y sigue:

—No pasa nada, pero entiéndelo. Eso me pondría en ridículo delante de todos. Como hombre, tengo mi orgullo. Y lo que has hecho es un golpe bajo que dejaría la autoestima de cualquiera por los suelos. ¿Lo entiendes? —repite, como si ella fuera una niña pequeña.

Ella aprieta los dientes. Claro que lo entiende. ¡Cómo no lo va a entender! Mucho mejor de lo que él cree. Nota en el corazón dos latidos a destiempo y siente como si en su interior se hubiera abierto una jaula y un pajarillo asustado alzara el vuelo. Sacude los hombros y los libera de la prisión de las manos de él.

—La cuenta se quedará a mi nombre. Y si tu autoestima se queda para el arrastre, que salude a la mía, que lleva mucho tiempo bajo tierra.

Elena no puede creer que haya dicho eso, pero la cara de incredulidad de él es buena prueba de que sus labios han pronunciado esas palabras. Alberto hace un último intento:

—¿Es que no te has enterado de lo que te acabo de explicar?

—Sí. Perfectamente.

—¿Y…?

Ella se encoge de hombros.

—Me da igual.

El agua ha empezado a hervir y se desborda un poco. Igual que la alegría en el pecho de Elena, que se levanta y sale de la cocina. Le da igual la cena, le hará a Luci un bocadillo. Había olvidado lo que era ser la persona que pronuncia la última palabra. Se siente flotar.

Adela Castañón

Imagen de Claudio Szatko en Pixabay

9 comentarios en “Tocar fondo

  1. Carmen Romeo Pemán dijo:
    Avatar de Carmen Romeo Pemán

    Me ha encantado la sutileza. El sí puedo, el principio de liberación solo con abrir una cuenta en el banco.
    Eres una maga creando situaciones emotivas conflictivas, con gran tensión y gran profundidad.

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