Al final, era sencillo

Si hubiera sabido que matar era tan fácil, lo habría asesinado hace mucho. El problema es que nadie me explicó eso jamás. Y, claro está, seguí aguantando y aguantando paliza tras paliza, borrachera tras borrachera, insulto tras insulto.
De soltera, cuando veía en las noticias casos de mujeres maltratadas, siempre pensaba en ellas con lástima y con un sentimiento de superioridad. ¡Pobrecillas!, me decía a mí misma, lo siento por ellas, pero en el fondo son tontas por consentirlo. ¡Cualquier día iba yo a dejar que me pusieran la mano encima de ese modo!
¿Saben eso de que por la boca muere el pez? Pues eso fue justo lo que me pasó. Por eso pintan a Cupido ciego, ahora lo sé. ¿No quieres caldo?, pues toma tres tazas: otra patada en la boca por haber caído yo también en esa trampa del “amorparatodalavida”.
¿Saben quién me enseñó lo de que matar es fácil? ¿No? Está clarísimo: me lo enseñó él. No tuvo que explicarme nada, fue una lección práctica que aprendí el día que, estando embarazada de cuatro meses, me mató al crío en la barriga a base de patadas. Pero me la aprendí bien.
Por eso ahora estoy en el cementerio.
No, no. No se equivoquen. A mí no pudo matarme. Pero en la siguiente borrachera, miren que mala suerte, dio la casualidad de que se cayó por las escaleras del piso. ¡Cosas que pasan! En fin… Descanse en paz. Amén.

Adela Castañón

Sainete entre enamorados

-Carmencita, a ver qué te parece
que esa charla pendiente que nos queda
la tengamos el jueves.

-¿El jueves?
Para qué esperar tanto.
Mejor tenerla ahora.

-¿Ahora?
Mira que no me encuentro preparado.

-¿Y por qué la demora?

-Pues porque luego acabas por liarme.

-¿Liarte yo?
¡Tú te has vuelto majareta!

-¡Yo no! ¡Que en estos casos
eres tú la que pierde la chaveta!

-¡Ramón! ¡Déjame que te diga…!

-¡Si ya lo sé, carajo!
¡Que yo soy un cabrón!
¿Y, sabes qué?
¡Que se me da una higa tu opinión!
Me está entrando fatiga…
Si ya lo decía yo,
que esta confrontación
acabaría en batalla perdida.

-Déjate de rodeos y entra en el tema.
¿De qué querías hablar?

-Pues… ya no importa…
por decir algo…
¿qué hay para la cena?

-¿Ahora escurres el bulto?
¡A saber qué es lo que ibas a contarme!
¿Es que tienes a otra?
¿Te ha molestado mi cambio de imagen?
Que yo estaba del moño hasta los pelos,
y nunca mejor dicho.
Y el corte de “garcón” a lo chicuelo
es mucho más moderno.
¿O te parezco un bicho?
¡Dime algo, no seas lelo!

-Pues mira, si me insistes, te lo digo.
Que aquí no somos dos. Ya somos tres.

-¡Así que va de cuernos!

-¡Haz el favor de callar de una vez!
Lo que hay entre nosotros tiene un nombre…

-¡Ahórrate los detalles!

-¡Pues no quiero!
Para una vez que empiezo
prefiero desahogarme por entero.
Lo que hay entre nosotros, te repito,
y a ver si dejas que acabe de explicarme,
no es ninguna otra tía.

-¡Qué te gusta tocarme las narices!
¿Pues sabes una cosa?
Que yo no creo en las novelas rosas,
con finales felices.
Así que nos iremos olvidando
de lo de comer perdices.
Y mejor nos quedamos
con eso que tú dices.

-¿Qué es lo que digo yo?
Porque, ¡hija mía!
como te enrollas tanto
ya ni me acuerdo de lo que te dije.
¡Te estoy viendo venir!
¡Por Dios, no llores!
Que tu llanto es un misil pesado
que sabes manejar con tanto encanto
que me acabas dejando desarmado.

-¿Llorar yo? ¡Ni de coña!
¡A ver qué te has creído!
Pensándolo mejor, quiero saberlo.
A ver, ¿quién se ha metido
en tu bragueta para ponerme cuernos?

-Ha sido la Escritura.

-¡Ramón…!

-¡Que no es de broma!
Que solo es eso lo que nos separa.
Que si estoy empalmado
y me acerco a buscarte,
te encuentro en el teclado
dedicada a tu arte
y soy “don Ignorado”.

-Ramón… corazoncito…
¿qué me cuentas?

-Pues eso, lo que oyes.
Que en este cuento yo soy Cenicienta.

-¡En todo caso, “Ceniciento”, hombre…
que estás muy bien dotado!
Y no darías el pego ni vestido…
¡Y menos, como ahora!
¡A ver, Ramón!
¿qué coño estás haciendo?
¿Por qué te has desnudado?

-¡No me hagas reír así, cacho de bruja!
No sé de dónde sacas argumentos
para que terminemos
siempre igual.

-Ramón, eso que dices…
¿de verdad te molesta que yo escriba?

-No se trata de eso, ¡qué narices!
Lo que a mí no me gusta,
y perdona que insista,
es el orden que ocupo yo en tu lista.
Estoy cansado
de consentir que tú me martirices
dejándome de lado
para perderte en tus cuentos felices.

-Ramón, cariño mío,
intenta comprenderme.
Yo quisiera escribir
como ese puñetero de Sabina,
que domina las letras como nadie,
o aprender a inventarme parrafadas
como las que hace Aute.
Ser capaz, como ellos,
de convertir en arte las cosas cotidianas.
Que lo que cuentan
son las cosas de siempre,
pero ellos nos lo cuentan a su modo
y suena diferente.

-Supongo que, por eso,
entre otras muchas cosas,
sigo estando contigo.
Que, para diferente, tu cabeza,
que está llena de pájaros y bichos
que sientas a la mesa
en lugar de dejarlos en sus nichos.
Y el caso, Carmencita,
el caso es que me gusta
cuando empiezas
a inventarte esas fábulas absurdas
¡pero, leches!
Es que a veces te pasas,
y me jode un montón que te aproveches
cuando ves que me tienes
ensimismado, y hecho un papanatas.
Y, hablando de otra cosa,
¿cómo hemos acabado
lo que empezó en discurso pelotero,
riña de enamorados,
bronca suprema,
acostados aquí,
en el himeneo?

-¡Ramón! Que nos liamos…
Y siempre terminamos en lo mismo
Cogemos el cabreo y lo encamamos,
y echamos al abismo
del olvido las broncas cotidianas.

-¡Mi Camen, mi princesa!
¡Qué te quiero!

-¡Mi Ramón, corazón!
¡Sigue a mi lado!

-Cállate de una vez
y dame un beso.

-Claro que sí, Ramón,
que para eso
nos hemos acostado.

Adela Castañón

Imagen generada por IA

Doña Gala Cenarro. Maestra de Biel

Introducción

Biel, Zaragoza, 1934. Imagen coloreada por Miguel Casabona. Publicada en Pelaires de Biel.

Biel, 1934. Foto coloreada por Miguel Casabona y publicada en Pelaires de Biel.


Gala Cenarro Córdoba (Ablitas, Navarra, 1842-Orense, 1912) murió cuando estaba pasando las vacaciones de verano con su hijo.

Desde 1880 hasta 1901, pasó más de veinte años de maestra en Biel, Zaragoza, donde se casó y tuvo tres hijos.

Doña Gala fue la maestra de mi abuela Pascuala (1877-1926) y de sus hermanas Elena y Emilia. Convenció a mis bisabuelos y, a más familias de Biel, para que sus hijas estudiaran. Después de casada, ella misma preparó a su marido, que también estudió Magisterio.

Coincidió con don Juan Sampietro (Sallent de Gállego, 1814-Biel, 1890) y don Manuel Marco Bonaluque (El Frago, 1858-Biel, 1927), maestros de maestros, y con otros maestros del desdoble. Don Manuel despertó el gusto por el estudio en mi abuelo Constantino (Biel, 1881-1968). Como su madre, viuda, no podía sacarlo a estudiar, aprovechó los años en que hizo la mili en Barcelona para estudiar, por libre, Magisterio Elemental y Superior. Con el tiempo también fue maestro de Biel.

La escuela de Biel era una unitaria en la que se desdoblaban las aulas en función del número de alumnos. En la época de doña Gala solo estaba desdoblada la de los chicos. Es que no se consideraba importante la educación de las niñas y se las quedaban en casa para que ayudaran a sus madres, sobre todo en la crianza de sus hermanos. Algunas sustituían a los repatanes en el cuidado de los rebaños o ayudando en los telares.

La insistencia de doña Gala en la educación de las niñas tuvo sus efectos y el aula de las niñas se desdobló, provisionalmente, desde 1902 hasta 1935. El desdoble terminó en 1951.

Existen en esta localidad 4 Escuelas Nacionales Unitarias de 1ª Enseñanza: dos de niños, núm. 1 y 2 y otras dos de niñas, también núm. 1 y 2; todas carecen de nombre.  Las escuelas núm. 1 son de creación antigua y las núm 2, de ambos sexos, fueron creadas por desdoblamiento de las ya existentes, el 22 de junio, Gaceta del 1º de julio del año 1935 y definitivamente el 28 de octubre del mismo año. (Cfr. Informe sobre los niños escolarizados en Biel entre 1911 y 1942, del maestro Gregorio Romeo Berges. Biel, 16 de febrero de 1943).

¿Qué sabemos de su familia?

Ablitas, Navarra. Calle en la que nació y vivió Gala Cenarro,

Gala Cenarro Córdoba nació el 17 de octubre de 1842 y fue bautizada al día siguiente. La llamaron Gala, como a la santa romana cuya festividad se celebraba el 5 de octubre.

Era la cuarta, de los once hijos de Francisco Cenarro Marín (1807-1879), alcalde de la villa durante la Revolución Gloriosa de 1868, y de Ciriaca Córdoba Ruiz (1814-1885), los dos vecinos y naturales de la Ablitas. Vivió en la calle Capuchinos, que todavía se conoce como Cuesta de Cenarro, donde su padre, Francisco, tenía un comercio.

Sus abuelos paternos fueron Pedro Cenarro Salillas, natural de El Buste (Zaragoza), y Lamberta Marín Laforga, natural de Alagón (Zaragoza).

Los maternos, Toribio Córdoba Izquierdo, natural de Valdeprado (Soria), y Bernarda Ruiz Ayensa, natural de Ablitas (Navarra).

Tuvo diez hermanos: Manuel (1837), Mariano (1837-1898), Félix (1840), Justa Rufina (1845-1847), Romana (1847), Mª Encarnación (1850-1850), Claudia (1852), Eladia (1854-1904), Cirila (1855) y Juan (1858). (Cfr. Archivo municipal de Ablitas).

En los censos encontramos a algunos de sus hermanos. En 1890, Juan Cenarro Córdoba vivía en Villanueva de Gállego. En 1894, Mariano Cenarro Córdoba estaba domiciliado en Cortes, Navarra, era cabeza de familia y falleció en 1898, el mismo año que el marido de Gala.

En 1862, a los veinte años, Gala aún vivía en Ablitas, cuando fue madrina de su primo Pedro Córdoba Serrano, hijo de su tío Juan Manuel Córdoba Ruiz.

Empezó a estudiar muy tarde, seguramente por el empuje de alguna maestra que desconocemos. Era Maestra Elemental e ingresó en el escalafón, en Navarra, en 1879 (El magisterio español: 1912, julio, 20, p. 15).

1880-1901. Maestra de Biel

En 1880, a los 38 años, se incorporó a la escuela de Biel como maestra propietaria y se fue en 1901.

En 1881, cuando llevaba un año, se casó con Melchor Elízaga Muro (1860-1898).

Año 1881. Libro de matrimonios. Nº 2. 19 de enero de 1881. Melchor Elízaga Muro y doña Gala Cenarro Córdoba.  Tejedor. Soltero de 21 años, hijo de Victoriano y Balbina.  Maestra de niños. De 34 años. Natural de Ablitas (Navarra), diócesis de Tudela. Hijo de Francisco Cenarro y Ciriaca Córdoba, vecinos de Ablitas. (Cfr. Archivo municipal de Biel, Zaragoza).

No sabemos por qué, pero en todos los documentos de Biel le quitan cinco años. Quizá por error o quizá para disminuir la diferencia de edad con su marido: ella era ocho años mayor.  Yo sigo la edad que consta en la partida de nacimiento de Ablitas: 1842.

Su nueva familia de Biel

Cuando se casaron, Melchor y Gala se instalaron en la casa de la esquina, donde la calle mayor se convierte en la la plaza Baja.

Melchor era hijo de Victoriano Elízaga Caudeviela y de Balbina Muro Piteus, casados en 1837, vecinos de Biel y de profesión tejedores, procedentes de Navarra. Sus abuelos paternos, casados en 1819, fueron; Ignacio Elízaga Lanz, de Burgui, Navarra, y Ramona Caudeviela Palacio, de Biel. Los maternos, casados en 1806: Mariano Muro Navarro y María Piteus Mancho.

Me parece interesante resaltar que el apellido Muro lo llevó a Biel Joaquín Muro Rubio, padre de Mariano, procedente de Cintruénigo, Navarra. Y que ese matrimonio, el de Joaquín Muro y Miguela Navarro causó mucho revuelo en Biel. Hubo un juicio de la familia de Miguela contra los desposados y testificó casi todo el pueblo. (Cfr. 1791. Pleito civil, nº2, Biel).

Victoriano y Balbina, los padres de Melchor, según el cumplimiento pascual de 1861, vivían en la Caudevilla y tenían cuatro hijos, los cuatro hermanos Elízaga Muro: María. Ignacio, Petra, y Melchor.

Cuando se casaron Melchor y Gala se fueron a vivir a la calle Mayor 17, pero en casa el Santo, en la Caudevilla, siguieron sus padres con su hermana mayor, María, casada con Modesto Dueñas; y con su otro hermano, Ignacio, que estaba soltero.

Se conserva una fotografía de 1904, en el huerto de Casa el Santo, la casa familiar de los Elízaga, en la que están doña Gala y su hijo, y varios sobrinos y primos, arropando a Modesto y María, cuñados de doña Gala y dueños de la casa, sentados en el centro.

Demasiadas muertes en pocos años

El matrimonio de Melchor y Gala solo duró siete años, pero les dio tiempo a montar un comercio en la calle mayor 17, a que Melchor estudiara Magisterio y a ser padres de tres hijos, Francisco José (1882), Simona Victoriana (1883) y Estanislao Juan (Biel, 1885-Figueras, 1914), de los que sólo sobrevivió Juan.

Al margen: Melchor Elízaga Muro. En la Villa de Biel, a las cinco de la mañana del día veinte y tres de enero de 1898. Ante D. Mauricio Pemán Juez municipal y D. Felipe Coyduras, Secretario; Compareció Ignacio Elízaga, natural y vecino de esta villa, casado, mayor de edad, de oficio Tejedor, y vive en la calle de Gavás número 17. = Manifestando que su hermano Melchor Elizaga Muro falleció el día veintitrés del corriente mes a las cinco de la mañana en su referido domicilio calle Mayor número    a consecuencia de rotura cardiaca, de todo lo cual daba parte en debida forma como hermano del finado. = En vista de esta manifestación y de la certificación facultativa presentadas, el Sr. Juez municipal dispuso que se extendiese la presente acta de inscripción de dicho finado. = Que era hijo legítimo del ya difunto Victoriano Elízaga y de Balbina Muro naturales y vecinos de esta Villa de oficio Tejedores. = Que estaba casado en el acto // de su fallecimiento con Dª. Gala Cenarro natural del pueblo de Ablitas (Navarra), de cuyo matrimonio tuvieron un hijo llamado Juan, que vive en compañía de sus padres. Que no otorgó testamento alguno y que a su cadáver se habrá de dar sepultura en el cementerio de la parroquia de esta villa.  = Fueron testigos presenciales Celedonio Arenaz y Francisco Navarro de este domicilio. = Leída íntegramente esta acta e invitadas las personas que deben suscribirla a que la leyeran por si mismos si así lo creían por conveniente. Se estampó en ella el sello del Juzgado municipal, y la firmaron el Sr. Juez testigos y declarante, de todo ello. Secretario. Certifico-

El Juez municipal             Ignacio Elizaga

  Mauricio Pemán                Celedonio Arenaz

                   Francisco Navarro

             El Secretario:   Felipe Coyduras

A los dos días, el Diario de Zaragoza publicó una sentida necrológica, enviada por el corresponsal de Biel.

Sr. Director del Diario de Zaragoza. Muy señor mío: raras veces, la consternación general causada por el fallecimiento de una persona estimada en un vecindario habrá producido tan honda, penosa y unánime impresión como la muerte repentina de nuestro querido compañero y amigo don Melchor Elízaga Muro, esposo de la digna profesora de primera enseñanza doña Gala Cenarro.

La rotura de un aneurisma en la aorta puso fin a sus días en la madrugada de ayer. Su entierro fue una manifestación de duelo tan numerosa cual no se recuerda en esta villa. Puede decirse que lo acompañó todo el pueblo en masa y que las expresiones de dolor revolaban en todos, pues el finado contaba con una justísima estimación, a la que le hacían acreditación su carácter sumamente bondadoso y sus virtudes cristianas. Su fervor religioso, su afán con todas las obligaciones de buen católico, parece que le anunciaban el inesperado fin de su vida en la plenitud de la salud.

Maestro de primera enseñanza, también, y excelente músico, adornado de potente y hermosa voz, solemnizaba las fiestas religiosas tocando el órgano de la parroquia. La tarde precedente a su fallecimiento, tocó y cantó admirablemente la última salve.

Juan tenía 13 años cuando murió su padre y ya estaba estudiando en el seminario de Jaca, aunque su domicilio seguía en Biel. Pasados dos años, en el cumplimiento pascual de 1900, en la calle Mayor 17, sólo cumplían con parroquia, Gala Cenarro Córdoba y Juan Elizalde Cenarro. Es decir, los dos estaban censados en Biel.

1901-1904. Nueva etapa en Arróniz

1901, viuda y sin la compañía de su hijo, se le apoderó la soledad y decidió marcharse de Biel. Solicitó trasladó y le concedieron Arróniz, Navarra. El 4 de marzo de 1901 cesó como maestra de niñas de Biel. Su plaza salió a traslado, pero no se cubrió hasta 1902.

Nota del rectorado. La escuela de niñas de Biel se queda vacante. En la lista de propuestas para cubrir escuelas de niñas, no se realizan propuestas para la Escuela de Niñas de Biel, por no haber aspirantes que la soliciten. Se advierte que el presente concurso se resuelve conforme a las disposiciones contenidas en el reglamento vigente de 6 de Julio de 1900, porque el anuncio correspondiente fue remitido a Madrid, para su inserción en la Gaceta, con anterioridad al Real decreto de 26 de octubre de 1901. Zaragoza 28 de enero de 1902 —E1 Rector, Mariano Ripollés y Baranda.

Durante muchos años, el rector de la Universidad se ocupó de las plazas de la enseñanza primaria.

 Maestra de maestras

En 1903, el Eco de Navarra elogiaba cómo enseñaba doña Gala en Arroniz. Pero no era una forma nueva. Esta maestra de maestras despertó pasiones en Biel, logró que la escuela de niñas se desdoblara y que las familias empezaran a sacar a estudiar a sus hijas.

Con grandísima y selecta concurrencia se celebraron ayer los exámenes en la escuela elemental de niñas, dirigida por la distinguida profesora doña Gala Cenarro Córdoba, en cuyo acto demostraron las alumnas un grado de instrucción poco común en todas las asignaturas del programa, así como en labores muy bonitas y sobre todo muy necesarias. Demostrando con todo esto, una vez más, el celo desplegado por dicha señora en difundir la enseñanza. Terminado el examen, con los discursos de rúbrica, la junta local felicitó a la referida señora. (Cfr. El Eco de Navarra: 01/07/1903).

1904-19012: en Pedrola

Gala Cenarro. En esta foto. de 1904 tenía 62 años y estaba destinada en Pedrola.

En 1904 solicitó dos destinos: Ondárroa, Vizcaya, y Pedrola, Zaragoza. Fue excluida de la solicitud de Ondárroa, por falta de reintegro en la instancia. Sintió una decepción, ya que esta escuela estaba muy solicitada por su excelente dotación: 1.100 pesetas al año. En cambio, el 20 de noviembre de 1904, fue nombrada maestra de Pedrola (Cfr. La Educación, 1904, noviembre, 20, p. 2).

En Pedrola, siguió demostrando sus dotes de atracción y persuasión entre las niñas y siguió destacando por su excelente formación y por su vocación docente. Pero no todo fue un camino fácil. Como muchas maestras de la época tuvo que luchar con denuedo para conseguir un local para la escuela.

La maestra de Pedrola, doña Gala Cenarro, comunica que, al posesionarse de la escuela, se encuentra con que no tiene local escolar ni menaje para el mismo. La Juna acuerda ordenar a Alcalde que provea de todo lo necesario a la enseñanza. (Boletín Oficial de la Provincia de Zaragoza: 1905, agosto, 17)

En 1908 seguía, con determinación y firmeza, reclamando la vivienda que le correspondía como maestra.

A la Junta de Primera Enseñanza de Pedrola se ha remitido, para que informe, la reclamación de casa formulada por doña Gala Cenarro. (El Noticiero, 19 de enero de 1908, p. 1).

Doña Gala murió en Orense, a punto de cumplir los setenta años

Durante las vacaciones de verano anteriores a su jubilación, fue a visitar a su hijo, que era el capellán de la cárcel de Orense, y falleció de manera imprevista. Así lo comunicaba el Magisterio Español:

Gala Cenarro, maestra de Pedrola, falleció en Orense, donde se encontraba accidentalmente. (El Magisterio Español: 1912, julio, 20, p. 15).

Esta calle de Ablitas estaba dedicada a su padre, Aquí vivió la joven Gala con su familia.

Juan Elízaga Cenarro (1885-1914)

El tercer hijo de Melchor Elízaga y Gala Cenarro. El único que sobrevivió, los dos anteriores fallecieron al poco de nacer.

 AÑO 1895. Al margen: ESTANISLAO JUAN ELIZAGA CENARRO.  En la villa de Biel. a las seis de la tarde del día seis de mayo de mil ochocientos ochenta y cinco. ante Don José Navarro Carte Juez Municipal y Don Felipe Coyduras Secretario: Compareció Melchor Elízaga natural y vecino de esta villa casado mayor de edad y de oficio Comerciante y vive en calle Mayor número 17. Presentando con objeto de que se inscriba en el registro civil un niño y al efecto, padre del mismo declaró: Que dicho niño nació en la casa del declarante el día seis del corriente a las seis de la tarde. Que es hijo legítimo del declarante y de su mujer Gala Cenarro, ésta de Ablitas, Navarra, Maestra de niñas de esta villa. Que es nieto por línea paterna del ya difunto Victorino Elízaga y Balbina Muro naturales y vecinos de esta villa, de oficio tejedores de lienzos; y por línea materna de Francisco Cenarro y Ciriaca Córdoba, de Ablitas. Que al expresado niño se le había puesto el nombre de Estanislao Juan sin que haya expresado otras circunstancias Todo lo cual presenciaron como testigos Don Celedonio Arenaz y Don Francisco Navarro de este domicilio. (Cfr. Archivo municipal de Biel).

Años de seminarista

En 1898, cuando murió su padre, ya estaba en el Seminario de Jaca, donde destacaría en la oratoria gracias a sus dotes y la influencia de su profesor, don José Castán Aguas (Biel, 1850-Jaca, 1905). En 1905, el joven Juan debió sentir la muerte de don José, quinto de su padre en Biel, y quien, como él, murió repentinamente de un aneurisma.

En Jaca era compañero de su amigo Celedonio Pemán Navarro (Biel, 1884-Argentina, ¿?), de casa Mauricio. De niños los dos jugaron juntos en la plaza Baja y a los dos los subió al seminario don José Castán, el canónigo de casa Machín, que había estado de párroco en Biel. En 1907, el obispo de Huesca, en la misma ceremonia, nombró diácono a Celedonio y subdiácono a Juan. (El Noticiero 22/12/1907, p. 2). Los dos cantaron misa en 1908: Celedonio el 23 de abril, en Biel y Juan el 1 de julio, en Pedrola. Y los dos eligieron destinos poco frecuentes: Celedonio en Argentina y Juan capellán de prisiones.

Aún estaba en Jaca, cuando Juan conoció a la duquesa de Villahermosa en Pedrola, en una de las muchas visitas que le hacía a su madre. Y la duquesa, conocedora de sus habilidades como fotógrafo, le encargó reportajes de recepciones en su palacio

A la salida del palacio que da a los jardines, el joven presbítero, Juan Elízaga, sacó varias fotografías de la familia y palacio. (El Noticiero 26/08/1908, p. 2)

Su primera misa. 1908

Desde Pedrola. 1 de julio de 1908. Hoy ha tenido lugar en esta villa el acto de la celebración de la primera misa por el joven y virtuoso mosén Juan Elizaga Cenarro, hijo de la señora profesora de niñas doña Gala Cenarro, en la iglesia parroquial. A las nueve un repique general de campanas ha anunciado a los fieles la celebración de la misa, concurriendo la mayoría de los habitantes con la asistencia de las autoridades administrativas y judicial, dando principio la misa del maestro Gulimant.

La oratoria sagrada a cargo de mosén Francisco Javier Córdoba, el cual de fácil palabra y sirviéndose del tema la palabra Orden, ha pronunciado un elocuente discurso. Terminada la misa, se ha cantado por los señores antes citados el Te Deum del maestro Calahorra, habiendo sido felicitado el nuevo sacerdote por las autoridades, clero parroquial y fieles que han asistido a dicho acto.

A las doce ha tenido lugar en el domicilio de la señora profesora doña Gala Cenarro un banquete, al que fueron invitadas las autoridades, el clero y muchos amigos de la familia.

No terminaré esta carta sin dar un voto de gracias a nuestro párroco don Paulino Luna, por el acierto demostrado en la misa y decoración de la iglesia, oyendo decir a muchos fieles que jamás se habían celebrado festividades religiosas con tanta pompa y suntuosidad como las celebradas en este día.

Dios le dé al nuevo y joven sacerdote mucho acierto y felicidades en su nueva carrera. A su paso por las calles desde la iglesia a su domicilio ha sido felicitado por la mayoría de los vecinos. Firmado por Joaquín Binués. (El Noticiero, 3/ 07/1908).

Los sermones de Juan se hicieron famosos

La prensa de la época daba a conocer su fama como orador, tal y como El Pirineo Aragonés había hecho unos años antes con don José Castán. Mosén Juan se trasladó de Jaca a Casacante, Navarra, a celebrar y predicar en la fiesta de San Isidoro. Allí tenía vivían unos parientes maternos.

Desde Cascante. La fiesta de San Isidro. La nota culminante de tan grato acto fue la oración sagrada que tan admirablemente supo desarrollar el joven e ilustrado presbítero D. Juan Elizaga y Cenarro, descendiente de distinguida familia de ésta y prestigioso párroco de la diócesis de laca, que con suma sencillez y claridad de conceptos y ardiente unción evangélica, terminó su brillante tarea impetrando del glorioso San Isidro gracias y bendiciones sobre todas las clases de la sociedad, pero especialmente para la nunca bien considerada y respetada como se debe la clase de labranza. Luego fue obsequiado espléndidamente por la familia con él emparentada. Quedamos gratamente impresionados cuantos tuvimos la satisfacción de oír su discurso. (Heraldo de Aragón 18/ 05/1909)

1910-1914. Capellán de prisiones

En 1910 era sacerdote de Jaca, pero se trasladó a Madrid a opositar al recién creado cuerpo de capellanes de prisiones.

Han sido aprobados en las oposiciones a capellanes de prisiones, los siguientes aspirantes. Juan Elízaga figuraba antes de la mitad de una lista de unos cincuenta. (La Correspondencia de España: 28/04/1910).

Aunque era capellán de la cárcel, salía a predicar a los pueblos.

Almodóvar del Campo. Semana Santa. El sermón de Pasión que tuvo lugar el Jueves Santo a las ocho de la tarde, lo predicó el joven capellán de la cárcel, Juan Elízaga Cenarro, quien, con elocuentes palabras, nos recordó las más trágicas escenas de la Pasión de Nuestro Señor Redentor, terminando su discurso con una tierna y viva exhortación a los fieles para que todos cumpliesen como buenos hijos del Padre y Redentor, diciendo acto seguido el acto de contrición que sus feligreses, puestos de rodillas y emocionados, repitieron con religiosidad edificante. (El pueblo manchego: 20/04/1911).

De su trabajo en la cárcel de Orense, como de sus otras actividades, tenemos noticias por la prensa local y nacional.

Orense. Tuvo lugar en la cárcel correccional de esta ciudad, la solemne ceremonia de la bendición de la nueva capilla costeada por el excelentísima Diputación provincial. A tan solemne acto asistieron todos los empleados del citado centro, siendo bendecida por el ilustrado y virtuoso capellán del establecimiento don Juan Elízaga, quien trabajó con mucho cielo e interés hasta ver convertido en realidad el proyecto que desde hace tiempo acariciaba. (El Progreso: 07/03/1912).

Orense. Tuvo lugar en la cárcel correccional de esta ciudad, la solemne ceremonia de la bendición de la nueva capilla costeada por el excelentísima Diputación provincial. A tan solemne acto asistieron todos los empleados del citado centro, siendo bendecida por el ilustrado y virtuoso capellán del establecimiento don Juan Elízaga, quien trabajó con mucho cielo e interés hasta ver convertido en realidad el proyecto que desde hace tiempo acariciaba. (El Progreso: 07/03/1912).

Precisamente, estando en Orense recibió la visita de su madre. Y allí murió doña Gala, inesperadamente, a principios de julio.

El 30 de abril de 1913 fue nombrado capellán de la cárcel de Figueras. Y al mes siguiente, el 25 de mayo fue a las fiestas de Biel y, en la ermita de la Virgen de la Sierra, predicó un sermón del que se habló mucho en Biel. El Heraldo de Aragón recogió esa visita con bastantes detalles y muchos elogios al que había sido profesor de oratoria en el Seminario de Jaca.

Biel. Las fiestas. Por nuestro corresponsal. Han terminado sin el más leve incidente perturbador del sosiego habitual de este vecindario las fiestas que anualmente se dedican a la Santísima Virgen de la Sierra, imagen venerada en su ermita distante cinco kilómetros de la población. Con gran concurrencia de devotos de su villa y de pueblos comarcanos, se celebró la festividad religiosa, cantándose por la capilla infantil y su digno director don Miguel Sangorrin la misa a cuatro voces del maestro Gorrittí, interpretada de modo admirable, acompañada al armonium por el inteligente presbítero de la villa de Uncastillo D, Pascual Pérez.

La oración sagrada, a cargo del joven D. Juan Elizaga Cenarro, natural de esta villa, resultó muy de lleno dentro de una oratoria sublime y encantadora, más propia de la elocuencia característica de orador dedicado con especialidad a la cátedra sagrada que de jóvenes principiantes en el sacerdocio. Terminada la misa, el Ayuntamiento, por su parte, se mostró muy obsequioso, sentando a su mesa a las personas de más viso de la localidad y de los pueblos limítrofes. Y todos los asistentes, a su vez, formaron sus corrillos en las planicies, devorando con gusto las viandas de que iba provistos, despidiéndose todos pronto, con sentimiento, de tan encantador sitio y recreo en que estaban envueltos, por amenazar fuertes chubascos que hicieron dispersarse y regresar a la población, del éxodo más veloz, a cada pueblo. (Heraldo de Aragón, 25/05/1913).

El 6 de septiembre de 1914, a los 29 años, falleció en Figueras, donde solo ejerció un poco más de un año.

Ha fallecido en Figueras el virtuoso y joven capellán de aquel penal, nuestro particular amigo don Juan Elízaga. (El norte: 08/09/1914).

Con la muerte de mosén Juan Elizaga Cenarro se acabó una rama de los tejedores de Biel. Y después, poco a poco, fueron cayendo en el olvido Melchor, Gala y el propio Juan, que un día habían sido personas importantes en la vida del pueblo. Y ahora todos siguen envueltos en esa capa de polvo del olvido que seremos.

1904. En el huerto de Casa el Santo

  1. Gala Cenarro Córdoba. 2. Modesto Dueñas Pemán. 3. María Elízaga Muro. 4. Tesesa Elízaga Ferrández. 5. Tomás Solana Castán. 6. Vicenta Solana Elízaga. 7. María Jesús Solana Elízaga. 8. Pilar Solana Elízaga. 9. Ángela Dueñas Elízaga. 10. Esteban López Les. 11. Victorina López Dueñas. 12. María Dueñas Palacio. 13. María Alvarado Elízaga. 14. Jerónimo o Ángel Dueñas Palacio. 15. Juan Elízaga Córdoba.

1/ Gala Cenarro Córdoba

(Ablitas, Navarra, 1842-Orense, 1912), maestra de niñas, en la foto tenía de 62 años. Era viuda de Melchor Elízaga Muro (Biel, 1850-1898) y cuñada de los Elízaga Muro: una familia de tejedores, procedentes de Navarra, que habían acudido a los telares de lienzos de Biel. Seguramente, los telares se encontraban en la Caudevilla, entre casa Fardollas y el horno de Fardollas. Por eso los Elízaga buscaron casas en la Portaza y en la Caudevilla, cerca de su trabajo.

Doña Gala se incorporó a la escuela de Biel en 1880 y en 1901 se trasladó a Arroniz. En 1904, también por traslado, se incorporó en la escuela de Pedrola. Ese mismo año, volvió a Biel a visitar a su cuñado Modesto, enfermo de cáncer.  La acompañaba su hijo Juan, estudiante del seminario de Jaca y un buen fotógrafo. Con esta foto, Juan inmortalizó el encuentro familiar en el huerto de la casa el Santo, la casa de los Elízaga en la Caudevilla.

2/ Modesto Dueñas Pemán

(1830-1906), de 74 años, tejedor de lienzos. Sus padres, vecinos de Farasdués, acudieron a la fábrica de lienzos de Biel en un momento que se buscaban tejedores.

Modesto era hijo de Juan Antonio Dueñas, natural de Farasdués, y de María Pemán, natural de Biel. En 1856 se casó con María Elízaga Muro, también hija de tejedores. Fueron los padres: Victorino, Ángela y Águeda.

Víctorino (1858-1896), casado con Isabel Palacio (Salinas, 1864-Biel, 1936), tuvieron cuatro hijos: Domingo, María, Ángel y Jerónimo. En la foto vemos a María y a uno de sus hermanos, no sabemos si es Ángel o Jerónimo. Ángela (1876-¿?), casada con Esteban López Les (1877-1944): en el momento de esta foto solo había nacido Victorina, su primera hija. Águeda (1881-¿?), casada con Lorenzo Muñoz (1875-¿?): sus hijos nacieron después.

3/ María Elízaga Muro

(1839-1918), bautizada como Ángela María de la Concepción. En la foto, de 65 años, estaba sentada junto a su marido. En su regazo sostiene a María Alvarado Elízaga, una sobrina nieta, es decir, una nieta de su hermano Ignacio.

María era la mayor de los cuatro hermanos: Ignacio Elízaga Muro (1846-1905), casado con Jerónima Ferrández Pérez (Agüero, 1846-Biel, 1924). Petra Elízaga Muro (1849-1915), en 1870, se casó con Blas Vives Ena.  Y Melchor Elízaga Muro (1850-1898), tejedor. En 1881, se casó con Gala Cenarro Córdoba (Ablitas, Navarra, 1842-Orense, 1912), una maestra ocho años mayor que él.

Los Elízaga Muro eran hijos de Victoriano Elízaga Caudeviela (1820-¿?), un tejedor de origen navarro que, en 1837, se casó con Balbina Muro Piteus (1817-1900), en Biel. Sus abuelos paternos fueron: Ignacio Elizaga Lanz, tejedor de Burgui, Navarra, que en 1819 se casó en Biel con Ramona Caudeviela Palacio. Los maternos, Mariano Muro Navarro y María Piteus Mancho (1780-1864) que se casaron en 1806.

En 1861, una casa de la La Portaza, muy cerca de los telares, bullía de gente. Allí vivían María Piteus (1783-1864), con su hija Balbina y su segundo marido, Camilo Pérez Pérez (1806-1877), también tejedor, hijo de tejedores. Y, con ellos, los cuatro hijos de Balbina, es decir, con los cuatro Elízaga Muro. En esa fecha María ya estaba casada con Modesto y tenían un niño, Victorino (1858-1896), que sería tejedor como todos sus antepasados.

4/ Teresa Elízaga Ferrández

(1874-1956), hija de Ignacio Elízaga Muro (1846-1905) y de Jerónima Ferrández Pérez (Agüero, 1846-Biel, 1924). Sobrina de Modesto y María. Teresa era hermana de: Pilar (1876-1949), casada con Mariano Alvarado Pemán (1873-¿?) y de Petra (1881-1958). A Teresa Elízaga la llamaban Teresa de Morales, por su hija María Jesús, que se casó con Mariano Morales Samper, de Orés.

5/ Tomás Solana Castán

(1864-1940), el marido de Teresa Elízaga, con quien se había casado en 1893. Llevaba boina y asomaba la cabeza por detrás de su mujer. Era hijo de Narciso Solana Vives y de Pascuala Castán Luna, de casa Machín.

6/ Vicenta Solana Elízaga

(1904-¿?), hija de Tomás y Teresa, de pocos meses, en brazos de su madre. En 1934 se casó en Biel con Manuel Balaguer Aguilar natural de Villarluengo, Teruel, de profesión platero. Hijo de Manuel Balaguer Herrera y Francisca Aguilar Cortés.

7/ María Jesús Solana Elízaga

(1900-Zaragoza, 1986), hija de Tomás y Teresa, de 4 años, delante de su madre. En 1932 se casó en Biel con Mariano Morales Samper, un comerciante de La Almolda domiciliado en Orés.

6/ Pilar Solana Elízaga

(1898-¿?), hija de Tomás y Teresa, de  6 años, sentada en el suelo, delante de las piernas de Modesto. También se casó en Biel con José Pemán Ena, un “practicante de cirugía menor” (sic) natural de Fuencalderas.

9/ Ángela Dueñas Elízaga

(1877-¿?), hija de Modesto y María, se quedó a vivir con sus padres en casa el Santo.

10/ Esteban López Les

(1877-1944), el marido de Ángela Dueñas, descendiente de Salinas por línea paterna. En el censo de 1915, en la calle Gabás 18, casa el Santo, vivían María Elízaga, viuda, Ángela y Esteban con sus cuatro hijos: Victorina, de 12, Antonio de 8, Modesto de 5 y Francisca de 1.

11/ Victorina López Dueñas

(1903-¿?), nieta de Modesto y María, la niña que lleva su madre en los brazos. En 1930 se casó con Juan Muñoz Palacio (1901-¿?), hijo de Santos Muñoz Pueyo (1869-1915) y Valera Palacio Bernués, de Agüero. Santos Muñoz descendía de los Muñoz Callau, emparentados con casa Narcisa y casa Loy a través de María Callau.

Ángel Muñoz López (1942), uno de los cinco hijos de Juan y Victorina, es el propietario de esta foto y el que ha identificado a la mayoría de las personas. ¡Gracias, Ángel!

12/. María Dueñas Palacio

(1888-1918), de 16 años, falleció el año de la gripe. Era hija del difunto Victorino Dueñas Elízaga (1858-1896) y de Isabel Palacio Visús (Salinas, 1864-Biel, 1936). Nieta de Modesto y María.

13/ María Alvarado Elízaga

(1893-¿?), de 1 año. Hija de Mariano Alvarado Pemán (1873-¿?) y de Pilar Elízaga Ferrández (1871-1949) y nieta de Ignacio Elízaga Muro y Jerónima Ferrández.

14/ Jerónimo Dueñas Palacio

(1895-¿?), de 9 años. Hijo del difunto Victorino Dueñas Elízaga (1858-1896) y de Isabel Palacio Visús (Salinas, 1864-Biel, 1936). Nieto de Modesto y María.

O su hermano:

14/ Ángel Dueñas Palacio

(1893-Zaragoza, 1963) tenía dos años más que Jerónimo. No sabemos si el niño de la foto es Jerónimo o Ángel.

Ángel, de oficio bastero, en 1918 se casó con Marcelina Bueno Campos y se fueron a vivir a la calle La Torre, a la casa que acaban de dejar libre mis abuelos, Constantino y Pascuala, que trasladaron con sus hijos a casa Machín. Desde que Ángel se estableció allí, se conoce como casa el Bastero.

15/ Juan Elízaga Cenarro

(Biel, 1885-Figueras, 1914). El fotógrafo, hijo de doña Gala. En 1904 estudiaba en el seminario bbb, donde tenía de profesor al canónigo penitenciario, José Castán Aguas (Biel, 1850-Jaca, 1905) y de compañero a Celedonio Pemán Navarro (Biel, 1877-¿?). bDesde que su madre llegó a Pedrola, entró en contacto con la Duquesa de Villahermosa que, por sus dotes extraordinarias, lo eligió como fotógrafo de algunos actos importantes de su palacio. Además, tuvo fama de un gran orador y sus sermones se hicieron famosos, como el que predicó en 1903 en la Virgen de la Sierra de Biel. En 1908, cantó misa en Pedrola. Estuvo dos años en Jaca, de sacerdote y profesor del seminario. Después entró en el cuerpo de capellanes de prisiones y tuvo varios destinos. Falleció en Figueras, Gerona, a los 29 años.

Foto propiedad de Ángel Muñoz López. Publicada en su dominio de Facebook.

Carmen Romeo Pemán.

La nota desafinada

La viuda que vivía en el primero izquierda salió a comprar el pan a las nueve de la mañana, como todos los días. Volvió a su casa despacio para no cansarse y, por el camino, meneó la cabeza y maldijo una vez más al presidente de la comunidad. Claro, como él vivía en el bajo se negaba a la propuesta de una derrama extra para poner un ascensor. Virtudes iba a las reuniones de comunidad con la intención de insistir en la necesidad de la obra, pero al final se quedaba callada. Era la vecina más reciente, solo llevaba cuatro años allí, desde que le pasó lo de Valencia y tuvo que irse, y aún le daba miedo llamar la atención.
Entró en el portal y se cruzó con un hombre grueso, con gafas de concha y una barba que le tapaba hasta el cuello de la camisa, que iba mirando al suelo.
—Buenos días —dijo ella.
No era ninguno de sus vecinos, pero era una mujer educada y el saludo no se le niega a nadie. El otro se limitó a llevarse la mano al gorro de lana que le cubría la cabeza y dejó salir una especie de gruñido por toda respuesta. Ella subió con paso cansino los dieciocho escalones que había hasta su puerta y, al llegar al rellano, escuchó chistar a la vecina del primero derecha que la miraba con los ojos muy abiertos desde su puerta, entreabierta apenas una rendija.
—¡Virtudes!, ¡Virtudes! —Sin esperar respuesta añadió en voz baja—: Le han entrado en el piso hace menos de diez minutos. Lo he visto todo por la mirilla y estaba a punto de llamar por teléfono a la policía cuando he oído ruido y la he visto llegar.
—¡Ay, Dios mío! ¿Qué me está diciendo, señora Engracia?
—Lo que oye. Ya se han ido, o se ha ido, que solo vi a uno, pero yo que usted no entraría por si acaso. —Miró con los hombros encogidos la puerta abierta a la izquierda, y luego a su vecina—. Pase si quiere, pero dese prisa, que estoy más muerta que viva del susto.
Virtudes se apresuró a entrar y llamó al 112 mientras Engracia seguía vigilando por la rendija. Pronto llegó una patrulla formada por un policía alto y delgado, que no tendría más de treinta años, y una agente bajita y risueña que parecía cubana o latina por lo atezado de su piel. Engracia, sin llegar a abrir del todo la puerta de su casa, les contó lo mismo que le había dicho a Virtudes, y los agentes entraron en el piso a paso lento, mirando en todas direcciones. A los pocos minutos salieron y tranquilizaron a las dos mujeres.
—Puede entrar, señora —dijo el alto—. No hay nadie y no parece que hayan revuelto gran cosa. Tranquila, que la acompañamos. Dé un vistazo y díganos si echa algo en falta. Parece que le han entrado a robar, pero igual no les ha dado tiempo.
Virtudes entró con ellos. Fue derecha al dormitorio y abrió el cajón de la mesilla, donde guardaba el dinero que sacaba los días uno y quince de cada mes de la cuenta del banco donde le ingresaban la pensión, y contó los billetes y las monedas. Había más o menos lo de siempre. Al fondo del cajón también estaba la alianza de su difunto marido y la pulsera de pedida, las únicas joyas que conservaba. En el salón y en la cocina tampoco echó nada de menos.
La pareja se marchó, no sin decirle antes que la llamarían para rellenar unos papeles y que si notaba cualquier cosa los llamara ella antes. Se despidieron, Virtudes cerró la puerta y echó la llave. Tenía el corazón acelerado. Entró en el baño para coger un Lexatín del cajón de las medicinas y entonces lo vio:
En la repisa, junto al vaso con el cepillo de dientes y las pastillas de corega para su prótesis, estaba la cajita de música. Las piernas se le aflojaron y se sentó sobre la tapa del inodoro sin quitar la vista del objeto.
Ojalá se hubieran llevado hasta los cubiertos, pensó. No faltaba nada en casa, era mucho peor: la caja de música sobraba.
La habían encontrado.

Adela Castañón

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Seguridad cuadriculada

Basado en una anécdota real de mi primer viaje a Nueva York

En 1990 Internet y yo no nos conocemos aún. Todavía busco y encuentro mis sueños en los folletos de viaje. En el que me dio la agencia, Nueva York se ve muy alta. Beso la imagen antes de cerrar la maleta para ir al aeropuerto con el resto del grupo de viajeros.

Cuando, por fin, estoy allí, me maravillo al ver que no es solo altura lo que tiene. Al caminar por sus calles, me doy cuenta también de lo ancha que es.

Los edificios, flechas que arañan el cielo, son aún más impresionantes de lo que esperaba. Todos los del grupo siguen el paraguas cerrado que el guía lleva en la mano, levantada como la de la Estatua de la Libertad, mientras tuercen el cuello en ángulos inverosímiles para empaparse de la visión de los rascacielos. Yo miro a mi alrededor y mi siento una hormiga entre las moles de ladrillos y cristales que ocupan toda una manzana. Me distraigo sin poderlo evitar.

Estamos llegando al edificio Chrysler, intersección de la calle 42 con Lexington Avenue. Enfoco la cámara de fotos: bocas de incendios, vapor que sale de las rejillas del suelo, peatones con movimientos robóticos, una mujer con abrigo de pieles y zapatillas deportivas, cacofonía hecha de acelerones de motor, de pitadas de claxon, taxis amarillos. Todo queda inmortalizado en las imágenes. Cuando miro a mi alrededor, solo hay desconocidos. Me he despistado del grupo, pero no hay problema. Saco el mapa del bolso. El edificio Chrysler corta la calle, solo tengo que rodearlo y encontrar al grupo al otro lado. La construcción es simétrica, me encojo de hombros y lo rodeo por el lado izquierdo. Dejo de mirar a mi alrededor mientras procuro doblar bien el mapa (Google Maps aún vive en el futuro en esa época) para guardarlo en la mochila. Doblo la esquina.

El ruido es aquí mucho menor. Casi inexistente. La luz también es mínima, no porque haya menos farolas, sino porque casi todas tienen los cristales rotos. Apenas pasan coches. Escucho pasos detrás de mí, el vello de mis brazos se eriza. Acelero el paso, las suelas de mis zapatillas deportivas pesan, me dicen que no corra. El aire que sopla es más frío que el de hace un rato. Losetas levantadas en las aceras, una boca de incendios rota. La esquina de la calle está lejos, muy lejos. Mis fosas nasales se dilatan, olor a cubos de basura mal tapados, olor a sudor, a mi sudor. El miedo huele a sudor. Tropiezo con una loseta, se me dobla el tobillo, pero no me caigo. Fuego que sube desde mi pie a mi garganta. Tengo sed. Llevo una botella de agua en la mochila, pero no me detengo para sacarla.

La esquina se acerca. El ruido de los pasos también. No vuelvo la cabeza.

Echo a correr, doblo la esquina. Diviso a mi grupo. Veo borroso. Sudor en mi cara, lágrimas. Alivio. Vergüenza. Los labios del guía se mueven. No me han echado en falta. Ahora, tarde, recuerdo su voz por la mañana, en el desayuno, advirtiendo que hay cuadrículas de calles seguras y otras peligrosas. A partir de ahora prestaré atención a sus charlas, mucha más atención.

Miro hacia atrás. El sol se refleja en los cristales y creo que el edificio Chrysler me está dedicando un guiño burlón. Pero no importa. Acabo de cruzar la frontera de peligro. He ganado yo la batalla.

Nueva York no es solo alta o ancha. También es fría o calurosa. Ruidosa o silenciosa. Acogedora o amenazante.

A veces todo depende de rodear el edificio Chrysler por la derecha o por la izquierda.

Me incorporo al grupo. En apenas unos minutos, he aprendido más de la ciudad que con todas las charlas del guía.

Adela Castañón

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Revolución

Yuna era la gestora del Banco de Palabras, una de las divisiones más importantes del Sistema Central del Gobierno de Muta. Su trabajo se limitaba a mecanizar la cuota mensual de términos asignados a los ciudadanos, y vigilar el ordenador central que analizaba todas las grabaciones diarias en busca de desvíos. Llevaba dos años en ese puesto y, hasta ese día, todo había ido a la perfección.

Esa mañana saltó la alarma por primera vez en años. El Protocolo estaba claro: diez términos al mes para cuestiones íntimas, cinco para términos abstractos (a los ciudadanos que habían logrado ascender a puestos de gobierno) y cuota ilimitada para aspectos laborales y de productividad comunitaria. Y, en Muta, nadie decía nada que no fuera necesario.

Yuna volvió a ponerse los auriculares y escuchó. La grabación no estaba clara porque, nada más empezar, un siseo había silenciado al hablante. Pero los primeros segundos seguían sonando igual:

Lo siento mu…

Era una voz infantil, no cabía duda. Enseguida se acallaba cuando un adulto, posiblemente su madre, lo había interrumpido con el siseo antes de empezar a hablar de manera algo acelerada:

Jori, repásalo de nuevo. Limítate a eso. Dentro de tres días cumples siete años y debes leer tu Manifiesto de Intenciones Productivas delante de la Comisión. Si te equivocas te reasignarán a Reprogramación Lingüística.

Después de aquello, solo se escuchaba la voz del niño recitando a la perfección un Manifiesto que era un modelo de corrección absoluta. Yuma sabía que debía dar la alerta de inmediato, pero… ¡un niño! ¿Cómo podía un niño haber tenido acceso al verbo “sentir”? ¡Esa palabra estaba reservada a unos pocos! Para tener acceso a ella, el ciudadano debería haber sido una de las escasas criaturas capaces de ahorrar durante años un número elevado de sus palabras asignadas. Solo los que lograban alcanzar los suficientes Créditos de Silencio podían acceder a las palabras reservadas. ¡Y ese niño solo tenía siete años! A ella misma le había llevado años acumular los créditos para convertirse en propietaria de su palabra favorita.

Yuna decidió que, antes de dar entrada al registro de una incidencia así, sería mejor comprobar que no había sido un error. Vivía sola, así que nadie se inquietaría si llegaba a su casa más tarde. Al salir del trabajo, se colgó al hombro su maletín y fue hasta la dirección de los rebeldes. Se identificó ante la mujer que le abrió la puerta y preguntó por Jori.

—Es mi hijo —dijo la mujer—. Pero no está autorizado a hablar con nadie que no conozca. Aún no ha leído su Manifiesto.

Yuna observó que la mujer mantenía los brazos demasiado pegados al cuerpo; unos cercos oscuros asomaban por sus axilas. Sobre los labios, vio aparecer diminutas perlas líquidas.

—Yo le preguntaré a usted. Y usted le preguntará a él. —Yuma entró sin esperar invitación—. Avísele.

La mujer se dirigió a otra habitación, de donde regresó con un niño cogido de la mano. El niño mantenía los ojos bajos, respetando la norma de no mirar a los extraños. Yuma decidió ser directa y miró a la madre.

—Pregúntele qué siente.

—No puedo usar palabras prohibidas. —La cara de la mujer se mantuvo impasible—. No tengo créditos de silencio.

—De acuerdo. Pregúntele qué ha dicho esta mañana, antes de que usted le dijera que debería limitarse a repasar su Manifiesto.

Gotas de sudor poblaron la frente de la mujer, que permaneció con los labios cerrados. Yuma vio que la mano que aferraba la del niño tenía los dedos blancos de tanto apretar.

—He venido a valorar la situación. Aún no he abierto ningún expediente. Si usted no le pregunta a su hijo, tomaré las medidas establecidas.

—Jori… —dijo la mujer.

Calló, incapaz de continuar. Si no obedecía, esa gestora se llevaría a su hijo. Pero si hacía lo que le pedía… sabía que se lo llevaría igualmente. Trató de pensar algo, pero su cerebro estaba bloqueado. Se arrepintió de haber accedido a la petición de su marido cuando se casaron: los dos habían decidido ahorrar al máximo sus cuotas, y habían transferido todo su capital a su hijo hacía apenas unos días. Creían que con ese capital estaría protegido, y tenían que entregárselo antes de su séptimo cumpleaños porque después de la lectura de su Manifiesto su mente sería ya un libro abierto para el Sistema Central. No se les había ocurrido que Jori…

—Estoy esperando.

La voz de Yuma sacó a la madre de su abstracción. Entonces, cuando las dos mujeres empezaban a pensar cómo salir de ese callejón sin salida, Jori miró directamente a los ojos a Yuma y le hizo un gesto para que se acercara. La gestora lo hizo, el niño se puso de puntillas y ella se agachó. Él le cogió la mano, tiró de ella hasta acercar la boca a su oreja y deslizó en voz muy baja una sola palabra en el oído de ella.

Yuma se levantó de un salto y trastabilló tanto que estuvo a punto de caerse de espaldas. Sacó de su maletín el ordenador portátil y pulsó el inhibidor de grabaciones con un margen de dos metros alrededor de donde estaban. La alerta solo saltaba cuando el bloqueo se extendía a más de tres metros de los hablantes.

—Repítelo —le ordenó a Jori.

—Sueños. —El niño le dirigió una mirada de adulto—. Con el regalo de mis padres, he comprado la misma palabra que tú. Te he visto cuando dormía, pero no sabía que a eso se le llamaba soñar.

Yuma lo recordó todo de pronto. Le flojearon las piernas y se sentó en el suelo, muy cerca de Jori y de su madre.

Ella también había soñado con Jori. En sus sueños, el niño ya se había hecho mayor y le daba las gracias por haberlo ayudado a cumplir su misión. Los dos parecían borrachos, de sus labios brotaban las palabras sin ningún tipo de dique o contención. Muta no existía, ni existía el Sistema Central ni, por supuesto, el Banco de Palabras.

—¿Me ayudarás, Yuma? —A pesar de que su nombre no se había pronunciado en ningún momento, a ella no le extrañó que Jori lo supiera.

Cerró los ojos. Respiró hondo. Recordó de nuevo ese sueño, y recordó también los otros, los sueños proféticos, las visiones del futuro que estaba en sus manos y en las de Jori.

Abrió los ojos y afirmó con la cabeza. Jori le sonrió sin mostrar sorpresa. Los dos oyeron un suspiro ahogado y miraron a la madre de Jori que, asombrada, se tocaba dos regueros líquidos que bajaban de sus ojos por las mejillas.

Jori y Yuma los señalaron a la vez, y pronunciaron al unísono la primera palabra de la revolución: Lágrimas.

Adela Castañón

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El regalo

Aquello tenía que ser una broma, pensó Pedro. Llevaba medio año sin escribir, cierto, pero solo lo sabían unas pocas personas y ese regalo no era propio de ninguna. Podría venir de su editor, claro, pero no era su estilo. Jaime se limitaba a repetir que, aunque hubiera ganado el Premio Planeta, debería estar ya con la siguiente novela, así que quedaba descartado.

¿Alguien de su familia? No creía que su novia, demasiado ocupada con su protagonismo en la prensa del corazón por ser “la pareja de”, hubiera tenido esa idea. ¿Sus padres? No, a ellos no les importaba tanto la carrera literaria de su hijo como su felicidad y estaban a años luz de imaginar su bloqueo creativo.

¿A quién diablos se le ocurría regalarle al ganador del Planeta un curso online de escritura creativa? ¡Y de manera anónima!

¿Sería una broma? No tenía gracia. ¿Y si era una trampa, un regalo envenenado? ¿Qué pensaría el público si supiera que un autor consagrado hacía un curso así?

Añoró el anonimato de meses atrás cuando era un desconocido, un grano de arena más en la inmensa playa de escritores que, como él, aspiraban a la gloria.

Desde que ganó el premio, no necesitaba huir al café de su barrio para escribir sin las interrupciones de sus compañeros de piso. Ya no tenía que estirar la consumición y beberse un café con leche, largo de café, que estaba helado después de dos horas de darle a las teclas en la mesa de la esquina, esa que la camarera pelirroja siempre limpiaba cuando lo veía entrar al local con el ordenador viejo debajo del brazo. Ahora vivía solo, tenía un despacho, un ordenador nuevo, una editorial que le lamía el culo un día sí y otro también.

Volvió a mirar el email. Estaba claro. Era un correo de confirmación que le informaba de que estaba matriculado en el dichoso curso. Las palabras de Jaime al presionarle para que se pusiera las pilas retumbaban en su cerebro. Parecía que habían pasado de ser la parte de texto de un párrafo anónimo al anuncio en letras de neón, rojas y gigantes, de un cartel publicitario clavado en su cabeza:

“Tienesqueponerteaescribirya, tienesqueponerteaescribirya, tienesqueponerte…”

Quizá podría entrar en la página de la Escuela y cotillear. Su apellido, Martín, era bastante corriente. Nadie tenía por qué pensar que era el ganador del Planeta. Añadir una foto al perfil era optativo, podía usar un avatar.

O quizá lo que necesitaba era, sencillamente, ponerse a escribir de una maldita vez. A lo mejor el silencio de su piso era lo que le provocaba la parálisis. Siguiendo un impulso, cerró el ordenador, lo agarró y salió del piso. Caminó hasta la vieja cafetería, ocupó la mesa del rincón y respondió con una mueca distraída a la sonrisa con la que la camarera le dio una silenciosa bienvenida.

—¿Café con leche, largo de café? —preguntó la chica.

—Sí, gracias. Y tostada con aceite y tomate, por favor.

Ahora me lo puedo permitir, pensó Pedro. Sonrió. Abrió el ordenador. Entró en la página del curso. Algunos compañeros ya se habían presentado. Leyó con desgana sus palabras hasta que llegó a las de una chica, una tal Ana:

“Hola, me llamo Ana. Me he apuntado a este curso porque conozco a alguien que me ha demostrado que escribir no tiene por qué ser un sueño. No sé si llegaré a publicar algo, pero sí sé que aspiro a ser autora de la novela de mi propia vida. Ojalá encuentre en este curso la ayuda que necesito, porque no quiero seguir siendo una simple camarera cuyo momento más emocionante del día sea servirle a un cliente especial un café con leche, largo de café. Esta presentación podría ser el comienzo de mi historia”.

Pedro volvió a leer el texto. Miró la foto de la alumna. Era demasiado pequeña para distinguir bien los rasgos, pero el pelo, ese pelo que parecía fuego…

Buscó la barra con los ojos. La mirada de la camarera se cruzó con la suya. Y la cara de ella adquirió un color casi tan rojo como el de su pelo.

Adela Castañón

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MARÍA CALLAU FERRER

Serie: De mis ancestros

(Javierrelatre, 1807-Biel, ca. 1850)

El 19 de julio de 1807, nació María Justa Callau Ferrer, hija legítima de Antonio y Juana Ferrer, cónyuges y vecinos de Javierrelatre, y fue bautizada por mí, el infrascrito Regente, en el mismo día.

Fueron sus abuelos paternos: Matías Callau y Águeda Allué, de Javierrelatre. Los maternos: Lucas y Magdalena Lloro, de Aquilué. Y sus padrinos de bautismo: Miguel Callau y María Ferrer a quién es advertí las obligaciones de que certifico. Firmado por Simón de Fanlo

Casa Callau de San Felices. Foto de la web, autor sin identificar. Algunos se la atribuyen a Ricardo Compairé.

En Javierrelatre vivían Antonio y Miguel Callau, dos hermanos casados con dos hermanas, Juana y María, cuyos hijos llevaban los mismos apellidos.

Ramón, otro hermano, se casó en Estallo con Teresa Grasa y bajaron a vivir a San Felices, donde fundaron una nueva casa Callau. En la casa de San Felices, bien relacionada con las gentes de la zona, se concertaron matrimonios con los pueblos vecinos. De hecho, Ramón casó a dos hijas y a un hijo en El Frago.

Matrimonios concertados

Ramón concertó el matrimonio de María (1807-1850), de casa Callau de Javierrelatre, con un viudo de Biel. Cuando ella se quedó viuda, se volvió a casar con otro viudo y se convirtió en una de mis antepasadas maternas.

María cumplió con el destino de las hijas de menguadas haciendas. Es que las epidemias dejaron muchos viudos que buscaban segundas y terceras oportunidades y, además, tenían que colocar a sus hijos.

CALLAU EN MIS ANCESTROS FRAGOLINOS

El Frago, calle Infantes. A la derecha el 4 y el 6, Casa Pablo, donde vivían Orosia y Gregoria Callau.

Como le sucedió a María, también a sus primas Gregoria Callau Grasa (1812-1897) y Orosia Callau Grasa (1820-1871), hijas de su tío Ramón y de su tía Teresa Grasa, de Estallo, las casaron con mis ancestros fragolinos. A su hermano Agustín Callau Grasa (1811-ca.1877) lo colocaron con Pascuala Beamonte Casabona (1820-1877). Y uno de sus nietos se casó con Ramón Romeo Palacio (1867-1949), hermano de mi abuelo Francisco (1853-1926).

Pascuala falleció de una apoplejía cerebral. Viuda de Agustín Callau de San Felices, de cuyo matrimonio tuvo tres hijos, que viven los tres, Epifanio, Valero y Luisa Callau Beamonte. Era hija de Juan José Beamonte, de El Frago, y de Felipa Casabona de Lacasta, ya difunta.

Epifanio Callau Beamonte (1842-1885) y su mujer, Micaela Soler Luna (Fuencalderas, 1853-1885), murieron del cólera y dejaron dos niños, Jesusa y Agustín, que los criaron unos parientes de Sofuentes.

Jesusa Callau Soler (1881–1950) se casó con Ramón Romeo Palacio (1867-1949), de casa Melchor. Y Agustín Callau Soler (1883–Sos del Rey Católico, 1957) con Faustina Vicente Lacuey.

Valero Callau Beamonte (1844–1902), casado con Nicolasa Luna, cuyo hijo Laureano se casó con María Pérez Giménez y emigraron a Luna con sus hijos; Pablo, Ventura, Avelina, Epifanía y Timoteo.

Valero Callau, en el momento de su fallecimiento, estaba casado con María Ardevines Boned (1840–1902), viuda del primer maestro de El Frago, sin descendencia.

Luisa Callau Beamonte (1849-¿?).

Las Callau de Javierrelatre, con la mediación de casa Callau de San Felices, dejaron su impronta en mis genes maternos y paternos. Esos genes que me llegaron por vericuetos imprevistos.

Gregoria Callau Grasa (1812-1897), la mayor y la más longeva, se casó con José Beamonte Bonaluque (1787-vi1872), de Casa Pablo, que así llamaban a la posada por haberla fundado sus padres Pablo y Vicenta. Hoy todavía conserva el nombre de antaño..

A Gregoria la conocieron varias generaciones, siempre haciendo peduque, sentada junto al hogar. A mi padre le regaló el nombre y unas tierras en las Guarnabas, donde mi abuela Antonia (1885-1951) se pasó la juventud de pastora.

José y Gregoria tuvieron diez hijos. Uno de ellos, Ignacio Beamonte Callau (1835–1895) el bisabuelo de mi padre, alcalde y posadero, fue el que compró a su mujer en la feria de Ayerbe. A Engracia Oberé Giménez (1833–1893) le dediqué mi relato Las feriaban en Ayerbe.

Orosia Callau Grasa (1820-1871) contrajo matrimonio con Joaquín Casabona Salas (1812–1885) y fueron los padres de nueve hijos. Vivía en calle la Infantes 4, vecina de su hermana Gregoria, que vivía en el 6 de la misma calle.

Agustín Callau Grasa (1811-ca.1877) fue un punto de unión entre los Callau de Javierrelatre, los de El Frago y los Biesa de Biel, que llevaban el Callau un poco más atrás. Gracias a ellos se conserva el nombre de casa Callau.

Casa Castillo de Luna. A la izquierda Juan José Castillo Callau y su mujer, María Biesa Dieste, con una niña en los brazos. Foto de Modesta Auría Biesa, publicada en Pelaires de Biel.

Juan José Castillo, uno de sus descendientes, volvió a cerrar el círculo de los Callau de San Felices con los Biesa de casa Callau de Biel.

Juan José Castillo Callau se casó en Biel en 1915 con María Biesa Dieste, de casa Callau. Soltero, de 37 años, natural y residente en la Villa de Luna, hijo legítimo de los difuntos Hermenegildo Castillo Apilluelo, natural de Luna, y María Callau Beamonte de El Frago. María de 26 años, soltera, natural y residente en Biel, hija legitima de Lorenzo Biesa Dueso, difunto, natural de San Felices, y de Paula Dieste Pueyo,

Juan José Castillo Callau fue padre de Juan José Castillo Biesa (Luna, Zaragoza, 1921-Barcelona, 2001), un conocido periodista deportivo.

¿POR QUÉ CASARON A MARÍA CALLAU EN BIEL?

Como no traía dote, su tío Ramón eligió Casa Solé que, en esos momentos, estaba de luto y tenía mayores problemas que recibir a una novia con buena dote. No necesitaban tierras ni dinero para comprarlas.

Se trataba de que María dejara de ser una carga para su familia y la posada de Casa Solé se presentó como un buen negocio para los Callau.

En este concierto tan favorable influyeron las buenas relaciones de las gentes de San Felices con las de Biel. De hecho, abundaron los matrimonios entre los dos pueblos, ocasión que aprovechó Ramón para casar a sus sobrinas. A sus hijos los casó en El Frago, que no le cabían todos en un solo pueblo.

MÁS BODAS DE LOS CALLAU EN BIEL

Blasa, Teresa y Ramona Dueso Grasa, estas tres hermanas de San Felices subieron a casa Machín, a casa Callau y a casa Fardollas. A cambio, Anacleta de Fardollas bajó a San Felices con Lorenzo Dueso Grasa.

Los cuatro eran primos de María Callau, hijos de Antonio Dueso Piedrafita, natural de Arbaniés, y de Teresa Grasa, de Estallo.

Las dos Teresa Grasa, la madre de los Dueso Grasa de Biel y la de los Callau Grasa de El Frago, eran primas y procedían de Estallo, un pueblo cercano a Javierrelatre. Ellas bajaron el nombre de casa Grasa a San Felices.

Los Dieste Marco hicieron un matrimonio de cambio con los Dueso Grasa de San Felices. En los matrimonios de cambio, muy buscados, las familias se ahorraban los gastos de boda y la dote. Era una costumbre arraigada que las novias se casarán en sus pueblos. Incluso en un matrimonio doble, o de hermano con hermana, se llegaron a hacer dos ceremonias, en dos días sucesivos, una en casa pueblo, con un gran trasiego de viajes, andando y a caballo, para los invitados y familiares.

El 5 de febrero de 1824, en San Felices, casaron a Ramona Dueso Grasa (San Felices, 1807-1871) con José Dieste Marco (Biel, 1807-ca.1841), de casa Fardollas. Hijo de Pedro y Francisca Marco. Hija de Antonio y Teresa Grasa Vecinos de San Felices,

Los invitados bajaron y volvieron a Biel en el día. A día siguiente se celebraba la boda de los otros hermanos en Biel.

El 6 de febrero de 1924, en Biel, casaron a Lorenzo Dueso Grasa con Anacleta Dieste Marco. De 19 años, hijo de Antonio, de San Felices, y de Teresa Grasa, de Estallo. De 19 años, infanzona, hija de Pedro y de Francisca Lanzarote Marco. Asistió el presbítero mosen José Charles, Testigos, mosen Dámaso Marco y Miguel Alvarado.

Blasa Dueso Grasa (San Felices, 1803-Biel, 1872). En 1826 la casaron con Juan Marco Pueyo (Biel, 1902-1884), y fueron los padres de los Marco Dueso, repartidos en varias casas.

Lorenzo (1827-1895) se quedó con sus paodres en casa el Bastero. Águeda (1841-1861), murió soltera. Antonio (1841-1861). Lupercio (1843-1915), en 1876, a casa Lucas, calle la Torre 6, y se casó con Teresa Arenaz. Pedro (1843-1915) se casó con Ana María Castán (1846-1902) en casa Machín. Y fue mi bisabuelo materno. Antonia (1848-1896) a casa Capitán, calle la Torre, 2. Murió de un carbunco y dejó a su marido, Domingo Navarro Muñoz (1849-1922) con una hija, Josefa Navarro Marco (1877-¿?) “la Capitana”, que, en 1896, se casó con Pablo Arenaz López (1867-1942).

A Antonia Marco Dueso se le murieron cinco niños. Nunca me cansaré de denunciar el sufrimiento de las mujeres con tantas campanas doblando a mortachuelo por sus hijos muertos.

Teresa Dueso Grasa de San Felices se casó con Alejandro Biesa Ena. Su hijo Lorenzo Biesa Dueso (San Felices, 1851-Biel, 1909) se casó con Pabla Dieste Pueyo (1851-1933) de casa Sidoro y fueron los padres de los Biesa Dieste:

Lorenzo (1879-1990), casa Callau; Valera (1871-1958), casa Suesa; Teresa (1874-1939), casa Loy; Pascuala (1885-¿?), casa Chicho; María (1889-¿?), casa Castillo de Luna; y Alejandro (1891-1979), casa La Pelegrina.

Casa Callau de Biel. Sentados en el banquero: Juliana Alvarado Solana, «Juliana de Tintau» (1897-1977) y su hija María Cruz Pérez Alvarado (1934-2024) con un grupo de nietos. Se colocaron allí para la foto, pero no tenían nada que ver con casa Callau, solo eran vecinos. Foto publicada en Pelaires de Biel.

1853, los de casa Callau bajaron a San Felices, pero volvieron en 1867. Vendieron todo lo de San Felices, la casa, el ganado y las tierras, y compraron en Biel. Como .la gente los conocía por los de Callau, a la casa que compraron en la calle Gabás, 17 la llamaron casa Callau de Biel. Allí se volvieron a instalar Lorenzo Biesa Dueso (San Felices, 1851-Biel, 1909) y Pabla Dieste Pueyo (1851-1933) de casa Sidoro con sus hijos.

También subió Ignacio Biesa Dueso (San Felices, 186I-Biel, 1932). En 1890 se casó con Isabel Solana Dieste (1865-1944) y vivieron en casa Avellanas.  Fueron los padres de: Bárbara (Biel, 1891–El Frago, 1963), conocida como la “Juandelesa”, por haberse casado con Benito Les Posat, (1877–1935). de casa Juandelés. Y de Esteban de Avellanas (Biel, 1892-Biel, 1977).

MARÍA CALLAU EN CASA SOLÉ: 1827-1840.

Casa Solé. De Pelaires de Biel.

19 de Septiembre de 1827. Matrimonio. Lino Muñoz Ardevines con María Callau Ferrer. Habiendo precedido las tres moniciones en las Iglesias parroquiales de Biel y Javierrelatre y el consentimiento paterno de la contrayente e igualmente el permiso del Sr. Vicario General Interino D. Francisco León Guerrero, contrajo matrimonio en esta Iglesia Parroquial Lino Muñoz ,natural y vecino de la citada villa de Biel, y viudo de Joaquina Pérez, con María Callau, soltera, natural del expresado Javierrelatre hija legítima de Antonio y Juana Ferrer, vecinos del mismo, no habiendo resultado impedimento D. Manuel de Pablo, presbítero y regente, asistió al expresado matrimonio. Fueron Testigos Policeto Fabós, natural y vecino del referido Javierre, y Ramón Callau, vecino de San Felices y natural de Javierrelatre.

Lino era hijo de Domingo Muñoz (1753-1813) y Teresa Ardevines, de El Frago, Se casó con María Callau el mismo año se quedó viudo. Su primera mujer, Joaquina Pérez Soler, murió de sobre parto de su hijo Gregorio Muñoz Soler (1827-1905).

En el censo de 1838, María ya era viuda de Lino, pero seguía viviendo en la casa con Rosa Soler Berges (1771-¿?), la suegra de Lino, la que dio nombre a la posada. Y con ellas, Gregorio Muñoz Pérez (1827-1905), el heredero. Precisamente en ese censo tenía 11 años y ya constaba como labrador, es decir, como terrateniente.

Año 1905. Compareció Julián Muñoz Remón, de 25 años, Barrio Verde 15, manifestando que había fallecido su abuelo Gregorio Muñoz Pérez de 78 años de uremia. Hijo de Lino Muñoz Ardevines y de Joaquina Pérez Solé. naturales vecinos que fueron de esta Villa labradores. Viudo, en el acto de su fallecimiento, de Mariana Campos Navarro natural de Farasdués y vecina de esta Villa, de cuyo matrimonio tuvieron seis hijos llamados; Catalina, Francisco, Joaquina, Paulino, Lino y Ana Muñoz Campos viviendo Lino con sus padres y los demás fuera de su potestad.

En 1838 también vivían con ellos los tres hijos de María Callau: Narcisa Muñoz Callau (1830-1903), Juan Pablo Muñoz Callau (1830-1884), gemelos, y Pascual Muñoz Callau (1834-¿?), que todavía eran pequeños.

Dos años después, cuando su madre se fue a casa La Morena, se quedaron en casa Solé, la casa de su padre, pero pronto pasaron a casa Babil de Solé. Huérfanos de padre y sin su madre, reforzaron las relaciones entre ellos través de casa Poyo, donde se casaron Narcisa y Juan Pablo.

De los seis hijos de María y Lino, tres murieron párvulos: Marco Antonio, el mayor, y los dos pequeños: Canuto y Lino. Los otros tres sobrevivieron: Narcisa (1830-1903) y Juan Pablo (1830-1884), gemelos: y Pascual (1834-¿?).

Seis partos en diez años, el dolor de perder a tres hijos y al marido, y el trabajo extenuante de una posada famosa, con horno, la envejecieron y le robaron la alegría. En muchos momentos pensaba que habría sido más feliz con las faenas del campo y cuidando el rebaño en la montaña.

Narcisa Muñoz Callau (1830-1903) nació el 29 de octubre de 1830. Sus padrinos de bautizo fueron Juan Muñoz y Petronila Casajús. Murió el 4 de abril de 1903.

Defunción. Año 1903. Narcisa Muñoz Callau de 73 años. Nefritis crónica. Compareció su hija María Otal de 48 años, residente en la calle La Peña 6.

Era hija de Lino Muñoz y de María Callau, ésta de Javierrelatre, labradores. Casada con José Otal Pérez y por hijos solo le queda la declarante.

1907, 15 de agosto. José Otal Pérez, de 82 años, falleció de senectud. Compareció María Otal Muñoz de 50 años. Era hijo de Manuel Otal Cortés y de Melchora Pérez Villacampa, de oficio labradores.

Narcisa se había casado con José Otal Pérez, de casa Poyo. Pero este Otal no era el mismo que el de casa la Morena. El Otal de casa La Morena tardaría en llegar a casa Narcisa. Precisamente, lo llevó Francisco Otal Castán, un nieto de Francisco Idoipe, que se casó con María Otal Muñoz, nieta de María Callau.

Juan Pablo Muñoz Callau (1830-1884) falleció el 2 de abril a los 51 años de una infección purulenta.

En 1871, Juan Muñoz Callau se casó con Valentina Pueyo Morlans, hija de Santos Pueyo y de Pascuala Morlans. Vivieron en la calle Barrio Verde 9, en casa Poyo, y tuvieron 4 hijos: Francisca, Santos, Gregorio y Antonia Muñoz Pueyo.

Pascual Muñoz Callau (1834-¿?) Soltero. Se fue a vivir con su hermano Juan Pablo, y se repartieron las faenas. Uno llevaba el ganado y el otro las tierras.

MARÍA CALLAU EN CASA LA MORENA: 1840-ca.1850

Casa La Morena, al lado de la Casa de la Villa. Foto de Pelaires de Biel.

Matrimonios anteriores a la llegada de María Callau.

En 1815, Francisco Otal Idoipe (1790-ca.1855) se casó con Engracia Martín Martín (Lobera, 1790-¿?), viuda, había sido la tercera mujer de Juan Palacio Pérez, con quien había tenido una hija, Gabina (1812-1840). Cuando se casó Engracia, Gabina tenía tres años y se la llevó a casa la Morena, pero a los 18 años se independizó.

En 1830, Gabina (1812-1840), hija del difunto Juan Palacio y Engracia Martín, se casó Fernando Pemán (1811-1859) y tuvieron un hijo: Mauricio Pemán Palacio  (1837-1912), que, en 1860, se casó con Rosalía Navarro Jiménez (1841-1905) de Martinosolano y fueron los padres de: Felicia, Juan, Sebastiana, Francisco, Celedonio (cura), Leandra y Juliana (casada en Luna).

En 1835, Francisco Otal Martín (1818-1897), hijo de Francisco y Engracia, se casó con Margarita Castán Ena (Fuencalderas, 1820-¿?). De ellos nacieron los Otal Castán, los nietos de Francisco el Mayor.

Matrimonio de Francisco y María.

En el censo de 1838 Francisco Otal Idoipe ya era viudo de Engracia Martín. Tardó dos años en casarse con María.

17 septiembre de 1840. Francisco Otal Idoipe se casó con María Callau Ferrer, los dos viudos. Él viudo de Engracia Martín y ella viuda de Lino Muñoz. Dispensadas las tres canónicas proclamas que prescribe el S.C.T. (Santo Concilio de Trento),

María sustituyó a Engracia en el trabajo de la casa, una fonda de huéspedes. Las faenas fueron a más con el nacimiento de sus tres hijos, Tomás, Manuela y Gregorio, y la llegada de los nietos de Francisco, todos por los mismos años. María murió al poco tiempo de nacer Gregorio y sus tres niños se criaron mezclados con los nietos de Francisco, pero ella ya no lo vería.

TOMÁS OTAL CALLAU (1841-1860) soltero, labrador. Aunque en 1855 ya habían muerto sus padres, se quedó a vivir en casa La Morena.

El 21 de diciembre 1841 nació Tomas Otal Callau. Hijo de Francisco Otal Mayor y de María Callau, esta de Javierrelatre. Abuelos paternos: Francisco Otal, de Aniés y Pascuala Idoipe. Abuelos maternos; Antonio Callau de Javierrelatre y Juana Ferrer de Aquilué.

MANUELA OTAL CALLAU (1846-1918). Mi bisabuela, se casó en casa Loy o casa Biscós, que de las dos maneras se llamaba.

1871. Matrimonio de Mariano Pemán Alvarado y Manuela Otal Callau. Él soltero de 27 años, hijo de Mariano y Juana. Ella de 26, hija de Francisco Otal Idoipe, conocido como Francisco el Mayor, y María Callau Ferrer, vecinos que fueron de Biel.

Mariano Pemán Alvarado (1843-1883) falleció a los 40 años de degeneración amiloidea del hígado. Era hijo de Mariano Pemán Biscós y Juana Albarado.

Manuela tenía cuatro años cuando murió su madre. Estrechó las relaciones con su hermana Narcisa, 16 años mayor, que sabía muchas cosas de la familia y le enseñó a sobrevivir. Manuela en sus 43 años de viuda, mantuvo la tienda, cuidó y sacó adelante a sus hijos. No siguió el ejemplo de su madre y no se volvió a casar.

Mariano Pemán Otal (1872-1930), falleció de tuberculosis. En 1892 se había casado con Teresa Biesa Dieste (1874-1939) de casa Callau. Se quedó en casa Loy.

Catalina Pemán Otal (1876-1885). Falleció a los nueve años.

Paula Pemán Otal (1880-1913) se casó con Gregorio Lanzarote Lasheras (1878-1953). Era la madre de Emilio Lanzarote, “el Molinero”.

Constantino Pemán Otal (1882-1968) tenía nueve meses cuando murió su padre. Se casó con Pascuala Marco Castán (1877-1926), de casa Machín, los dos maestros, mis abuelos maternos. Además, mi abuelo ejerció de maestro en Biel, desde 1913 hasta 1952.

En 1918 declaraba la muerte de su madre.

Doña Manuela Otal Callau, viuda de 73 años, falleció el 17 de septiembre de 1918. Hija de Francisco y María, ésta natural de Javierrelatre y aquel de Biel, vecinos que fueron de esta villa. Que estuvo casada con D. Mariano Pemán Alvarado, natural y vecino de Biel, de cuyo matrimonio deja dos hijos casados, que son el compareciente y Mariano Pemán Otal. Que no ha otorgado testamento.

GREGORIO OTAL CALLAU (1850-1929). C. Perones, 9. Se casó dos veces, 1872 y 1883, y no tuvo hijos. Labrador.

1872. Matrimonio, 4 de marzo. Gregorio Otal Callau soltero con Tomasa Charles Aibar (1842-1879). Soltero de 23 años Hijo de los difuntos Francisco Otal y María Callau. Ella, viuda de Pedro Navarro, hija de Tomás Charles y Leona Aibar.

1883. Matrimonio, 14 de junio. Gregorio Otal Callau, viudo, y Manuela Aguas Aguas (Petilla, -1948). Era sobrina de mosén José Aguas Iriarte. En la Villa de Biel, provincia de Zaragoza y obispado de Jaca 14 días de junio 1883. Don José Castán regente la parroquial con intervención expresa del Sr Párroco de Petilla desposé y casé por palabra y de presente a Gregorio Otal, viudo de Tomasa Charles, natural y vecino de Biel, de oficio labrador de 33 años de edad, hijo legítimo de Francisco Otal y María Callau, naturales y vecinos de Biel.

DEFUNCIONES. Gregorio Otal Callau. El 10 de junio 1929. De 79 años. Calle 2ª de Perones 9. Hijo de Francisco Otal Idoipe y de María Callau Ferrer. Casado con Manuela Aguas Aguas de 66 años natural de Petilla de cuyo matrimonio no han dejado sucesión. Hemorragia cerebral. Manifestante: Valera Palacio, convecina.

Aguas Aguas Manuela 17 de febrero de 1948. Natural de Petilla el 15 de mayo de 1863. Hija de Francisco Aguas y Francha Aguas. Viuda de Gregorio Otal de cuyo matrimonio no dejan sucesión. Colapso cardíaco. Comparece Antonia Languil, la encargada de los difuntos.

En su testamento dejó todo a casa Narcisa y vivió con ellos 19 años. Es que Narcisa Muñoz Callau era hermana de su marido.

ADDENDA.

NIETOS DE FRANCISCO OTAL IDOIPE, DE CASA LA MORENA

Mariano Otal Castán (Biel, 1841-Argentina, 1917), era el heredero. Nació el mismo año que Tomás Otal Callau y faltaban cinco para que naciera Manuela.

Hacía once años que se había casado Gabina, la hija que su abuela Engracia había aportado al matrimonio y ya tenía un niño de cinco años llamado Mauricio Pemán Palacio (1837-1912).

En 1878, Mariano Otal Castán se casó con Antonia Aguas Aguas (1853-1927) y emigraron a Argentina. Murió Mariano y volvió la viuda con su hijo Pablo Otal Aguas (¿?-1893). Pero Pablo, bisnieto de Francisco el Mayor, ya pertenecía a una nueva generación de Otales.

Casa Sidoro. Ángela Otal Castán (1847-1908). En 1869 se casó con Juan Dieste Pueyo (1843-1918), de casa Pericomatías. Su hijo Isidoro Dieste Otal (1870-¿?) se casó con Cipriana Rubiol Tolosana (Santa Eulalia, ¿?-1946).

Casa Narcisa. Francisco Otal Castán (1845-1922), de casa la Morena, se casó con María Otal Muñoz (1855-1933), cuyo Otal procedía de casa Poyo. Fueron los padres de Domingo Otal Otal (1874-1963), a su vez casado con María Otal Campos (1881-¿?).

Con Narcisa Otal Otal (1908-¿?), bisnieta de Narcisa Muñoz Callau (1830-1903), se acabó el Otal, que llegó de casa la Morena. Con Basilio Longás Pérez (1903-¿?) entró el Longás de casa Sidorica y el parentesco con otras casas.

Casa el Alcarreño. Catalina Otal Castán (1850-1928) se casó con Benito Otal Belarre (1846-1915). Benito era hijo de Benito Otal Pérez (1820-1866). A su vez, su hermano José Otal Pérez (1825-1807), el marido de Narcisa Muñoz Callau (1830-1903).

Casa Suesa. Marcos Otal Castán (1854-1923) se casó con Juana Aibar Burguete (1859-1932). En casa Suesa se acabó el Aibar y entró el Otal.

Casa Bolo. Martín Otal Castán (1856-1925). Su abuelo ya llevaba seis años viudo de María Callau, con quien había tenido tres hijos Tomás, Manuela y Gregorio, que, aunque niños, eran tíos carnales de los Castán Otal.

En 1882 Martín Otal Castán (1856-1925) se casó con Melchora Arenaz Lanzarote (1862-¿?). En 1915, su hija Josefa Otal Arenaz, (1891-1979), “Josefa de Bolo”, se casó con Mariano Vives Otal (1885-1958).

Casa Enrique. Enrique Otal Castán (1862-1930). En 1835 se casó con Dorotea Ferrer Marco (1869-1938) y tuvieron seis hijos: Dorotea, Gregorio, Cecilio, Eulalio, Enrique, Teresa y Sebastián. Enrique era el abuelo de otro Enrique, un famoso ganadero de Garde, muy conocido en las Bardenas y en el valle del Roncal.

Casa Florencia. Pablo Otal Castán (1868-¿?). En 1892, Florencia Navarro Aibar (1870-1945) de casa Martinosolano, fundó casa Florencia. Era hija de Germán Navarro Jiménez (1828-1913) y de Isabel Aibar Soro (1832-1917), de casa Suesa. Su hija Victorina Navarro Aibar (1901-¿?) se casó con Maximiliano Navarro Pemán (1900-1936), de casa Miguelico, los padres de mosén Emilio (1930) y Julia (1933).

Estuvieron emparentados con casa Mauricio (1837-1912). El padre de Gabina, el primer marido de su abuela Engracia, se llamaba Fernando Pemán y, también, era de casa Miguelico. La mujer de Mauricio, como Florencia, era de casa Martinosolano.

NIETOS DE MARIA CALLAU

Casa Poyo. Francisca (1866-1934), Santos (1869-1915), Gregoria (1872-1938) y Antonia (1878-1879) Muñoz Pueyo. Hijos de Juan Pablo Muñoz Callau (1830-1884) y Valentina Pueyo Morlans (1841-1883).

Nietos de casa Solé, sin parentesco con casa La Morena.

Casa Narcisa. María Otal Muñoz (1856-1933). Hija de Narcisa Muñoz Callau (1830-1903) y José Otal Pérez (1825-1907).

Nieta de casa Solé, aún no había llegado el parentesco de casa La Morena a casa Narcisa.

Casa Loy. Mariano (1872-1930), Catalina (1876-1885), Paula (1880-1913) y Constantino Pemán Otal (1882-1968) Los hijos de Mariano Pemán Alvarado (1843-1883) y Manuela Otal Callau (1846-1918).

Nietos de casa La Morena, sin parentesco con casa Solé.


PARA TERMINAR

Casa Melchor de El Frago.

Los Callau de Javierrelatre, a través de casa Callau de San Felices, tejieron una tupida red de parentescos, en la que se vieron envueltas: casa Melchor y casa Pablo de El Frago, la familia de mi padre; y casa Machín, casa Loy y casa La Morena de Biel, la familia de mi madre.

Gregoria, prima hermana de María Callau, fue la mujer fuerte en Casa Pablo, donde nació mi abuela Antonia, la madre de mi padre. Y una nieta de Agustín, primo de María, se casó con Ramón de Melchor, hermano de mi abuelo Francisco, el padre de mi padre.

A su vez, en Biel, María Callau era la bisabuela de mi madre, por parte de mi abuelo Constantino Pemán, de casa Loy. Y sus primos de San Felices emparentaron con casa Machín a través de los Marco Dueso.

María Callau, una montañesa fuerte, dejó de segar y cuidar el ganado por los montes, y bajó al somontano en busca de marido. Así dejaría de ser una carga para su familia y podría llevar mejor vida. Esa era la ley no escrita. Las hijas, con la manutención, la boda y la dote, eran la ruina en unas familias en las que todo se quedaba para el heredero.

Maria no tuvo la suerte que esperaba. Murió a los 43 años, envejecida y cansada, por el excesivo trabajo en dos casas de labradores que, además, tenían posada; por sus dos matrimonios con dos viudos; y por los nueve partos.

Ninguna de sus dos hijas, ni Narcisa ni Manuela, aceptaron matrimonios de conveniencia ni tuvieron tantos partos como su madre. Y eso que Manuela se quedó viuda muy joven con niños pequeños, mi abuelo Constantino de nueve meses.


Segando en Javierrelatre. Foto de Amigos del Serrablo.

Carmen Romeo Pemán

La pelotilla

Mi madre decía que el destino solo metió la pata con ella al programar su fecha de nacimiento. 

—No es que la vida me haya tratado mal —se apresuraba a aclarar—. He sido feliz, pero me hubiera gustado ser la Bella Durmiente para dormir cien años y despertarme ahora siendo joven todavía.

Cuando la gente la escuchaba decir que nació demasiado pronto, y no porque fuera sietemesina o algo así, sino porque le fastidiaba tener tan poco tiempo para disfrutar de las maravillas tecnológicas que este siglo traía a manos llenas, la miraban raro. Pero, cuando seguía hablando, se rendían a su encanto con una sonrisa.  

—Es que digo yo que los españoles siempre vamos con retraso, qué se le va a hacer. No hay más que ver lo que pasa con los Reyes Magos, y conste que yo soy de ellos y no del gordo de la barba blanca, el del trineo, que mira que vestir de rojo, con lo que engorda ese color… pero bueno… Tiene más sentido común. Porque mira que poner nosotros los juguetes la noche del cinco de enero, cuando el siete o el ocho hay que volver al cole… ¿Tengo razón o no? —Aquí solía suspirar—.  Y eso me pasa a mí con las cosas nuevas que hay ahora, que tengo que ir más rápida que el Correcaminos porque ya me diréis… Que con noventa años soy un yogurín, sí, pero a punto de caducar.

Mi hija dijo una vez que su abuela no era vieja ni lo sería nunca porque no se vestía de negro ni con un moño apretado, le gustaba hacer tonterías, se reía mucho y se ponía una gorra roja de Mickey Mouse en los viajes. Es una de las mejores definiciones que he escuchado de ella.

Sus frases lapidarias, como esa de que hubiera querido más tiempo para disfrutar de mil cosas, nunca sonaban a queja. Ni de lejos. Se bebía la vida a sorbos, empinándola como si fuera un botijo y dejando que el agua fresca le corriera por la cara mientras se atragantaba con sus risas.

Se apuntaba a todo. Cuando salieron los móviles, le faltó tiempo para comprarse uno. Los primeros días, hasta se le pasaba ver el programa de Ana Rosa Quintana en Telecinco porque se le iban las horas toqueteándolo. Una tarde vino a mi cuarto con el móvil en la mano.

—Oye, Ade, ¿por qué hay señoras que quieren ser mis amigas?

—¿Qué? —Yo no tenía ni idea de a qué se refería.

—Mira. —Me dio el teléfono—. Aparecen cuando quieren. Casi todas tienen unos pechos enormes ¡y van casi sin ropa!

Cogí el móvil y me entró la risa. Mi madre, con la osadía de los ignorantes, se había dedicado a navegar a su aire y estaba sufriendo un bombardeo de páginas de contactos.

Si algo triunfó en su nuevo juguete, fue, sin dudarlo, el WhatsApp. Una de las primeras veces me hizo una videollamada en lugar de una llamada normal y, cuando contesté, le solté:

—Mamá, llevas el pendiente desabrochado y tienes cerilla en la oreja.

—¿Qué? —Pausa de dos segundos—. ¡Ay, hija, que va!

—Mamá, tócate la otra oreja. Y coge el móvil como si fuera un espejo. 

—¡Hala, Ade! ¡Pero si te veo!

—Pues igual de bien veía yo tu oreja, guapa —contesté entre risas.

—Eso ha sido mi ángel de la guarda, para que no perdiera el pendiente. ¿Qué has hecho para verme? ¡Esto parece magia!

—Yo no he hecho nada. Has sido tú. Le has dado a videollamada.

Seguir sus avances era divertidísimo, aunque hubo algo que nunca aceptó. A mis hermanos y a mí nos lo dejó bien claro.

—Niños, me podéis llamar por video, por WhatsApp, mandarme fotos o escribirme… ¡pero haced el favor de no marearme con la pelotilla!

—¿La pelotilla?

—Sí. La pelotilla.

Abrió la primera conversación que encontró y levantó mucho las cejas mientras nos mostraba un audio.

—Esta pelotilla. A mí no me mandéis esto. Que el otro día, en el súper, le di a la pelotilla y era uno de vosotros diciendo no sé qué, y me puse a contestarte y él dale que te pego, sin dejarme hablar. Soy vuestra madre. ¡Que sea la última vez que me hacéis parecer tonta hablando sola! Ea.

Aquello fue innegociable.

Adela Castañón

Obsesión

—¿Nerón? Explíqueme eso de que todo empezó por Nerón.

—Me decepciona, doctor. —Marcial chasqueó la lengua—. Aunque recuerdo lo que es empezar a ejercer recién terminada la carrera, ¿ya ha olvidado las principales lecciones? Me decepciona —repitió—. Pero se lo explicaré por los viejos tiempos. 

—Adelante, pues.

Luis maldijo su suerte. No necesitaba leer la anamnesis en la historia clínica que tenía en la mesa. La sabía de memoria: Marcial Villiers, catedrático de Psiquiatría de la Sorbona, presidente de mil sociedades científicas, director de un Psiquiátrico de élite, era ahora su paciente.

—¿Qué recuerda de Nerón? —preguntó Marcial—. ¿Cómo lo definiría?

—¿Qué tiene que ver…?

—Si quiere respuestas, doctor, empecemos por las preguntas —interrumpió Marcial—. Conteste.

El silencio entre los dos zumbaba como un cable de alta tensión.

—Incendió Roma. Fue un personaje histórico.

—Pobre. Una respuesta muy pobre. Fue uno de los pocos genios capaces de apresar la inspiración, de hacerla su esclava, pese a pagar por ello un alto precio.

—Sigo sin entender.

—Ahí va otra pista. Mi primera y única novela.

—¿Ha escrito usted una obra de ficción?

—¿Lo ve? Seguro que conoce todos mis ensayos. Todos son éxitos, pero… —Marcial suspiró—. Mi novela frente a mis publicaciones. Arte frente a ciencia. Yo como paradigma del doctor Jeckyll y mister Hyde.

Luis guardó un silencio desconcertado. Marcial siguió:

—¿Aún no lo ve? Mis ensayos se nutren de datos, de raciocinio. Por eso triunfan. Pero ¿dónde radica el éxito de una novela?

—No le sigo, doctor Villiers.

—Su ceguera mental ofende mi capacidad docente. ¡Un alumno tan prometedor, y no logra bucear en mi intelecto…!

—No estamos aquí para hablar de mí. —Luis se recompuso. Debía recuperar las riendas de la conversación—. Se trata de usted, Marcial.

Llamarlo por su nombre marcaría las distancias y pondría a cada uno en su lugar. Marcial Villiers ahora era solo su paciente, y su responsabilidad era evaluar la salud mental de ese hombre. Debía recordarlo. Porque solo era un hombre.

La sonrisa del viejo profesor le recordó a la de Anthony Hopkins en El silencio de los corderos. Hannibal Lecter. Hannibal el caníbal. Se aflojó la corbata. El aparato de aire acondicionado marcaba 23ºC. Agradeció que su bata tuviera manga larga. El vello de los brazos se le había erizado y, pese a eso, un calor asfixiante que nada tenía que ver con la canícula infernal de ese día de agosto le subía desde el pecho hasta el cuello. Temió que las gafas resbalaran por su nariz si empezaba a sudar. Se las quitó y las dejó sobre la mesita. Trató de disimular una inspiración profunda. Joder. Él no se parecía en nada a Jodie Foster.

—¿Por qué crees que fracasó mi novela, Luis? —Marcial le devolvió el golpe con el tuteo inesperado. No esperó respuesta—. Porque era mala. Le faltaba algo.

—¿Y…?

—Razona, doctor. ¿Por qué es mala una obra?

—Por mil motivos.

—Mal. Busca el origen. Eres psiquiatra.

—Ilumíneme. Usted también lo es.

—Bravo. Eso está mejor. No es tan difícil, ¿verdad? Hagamos que sea el paciente el que busque las respuestas. Me devuelve la fe en mí como docente. —Marcial se levantó y empezó a dar vueltas por el despacho—. Veamos, el origen de la bondad o no de una obra está en su autor. En este caso, yo como novelista. ¿Me sigue?

—Le sigo. Continúe.

—Profundicemos. ¿Qué necesita el autor? —Hizo una pausa—. Venga, no me deje todo el trabajo a mí.

—Pues… —Luis meditó unos segundos—: ¿Técnica e inspiración?

—¡Bravo, doctor! —repitió Marcial—. Mi técnica es perfecta. No así mi inspiración.

—¿Qué tiene que ver eso con sus actos?

 —¿Sigue sin ver? La búsqueda. La búsqueda del genio. La inspiración es esquiva y hay que pagar un alto precio para poseerla. Nerón me dio la clave, necesitó un incendio, y no uno cualquiera, sino el de Roma. Hay nobleza en los grandes sacrificios.

—Usted no es un pirómano —tragó saliva—, sino un asesino.

—Empecé por la ciencia. Asistí a la autopsia de un escritor. Palpé su cerebro. Lo olí. Hasta lo saboreé en un descuido del forense. ¿Sabe que, al morir, el cerebro pierde unos gramos de peso?

Luis tragó saliva y contuvo una arcada. Solo con eso, el abogado defensor ya podría alegar locura.

—Pero no funcionó, tal vez porque la inspiración es algo vivo y se lleva mal con la muerte. Necesitaba genios vivos.

—¿Por eso los mató? ¿Para morder sus cerebros, comerse sus lenguas, beberse su sangre…? —No pudo seguir enumerando la lista de atrocidades.

—¿Quiere saberlo? Hagamos un trato. Sé que usted también escribe, que su novela ha triunfado. Por eso pedí que fuera mi psiquiatra. Cuénteme su truco y colaboraré en todo.

Luis suspiró. Negociar con ese demente podía ayudarle.

—El punto de vista. Poseer mirada de escritor.

El corazón de Marcial se aceleró. ¡Por fin! Suerte que su alumno se hubiera quitado las gafas. Se le acercó por detrás, con las manos a la espalda. En la derecha, llevaba el bisturí que acababa de coger de una vitrina.

Adela Castañón

Imagen: Curious Hunter en Pixabay

Malacate, maqui, malacatón

A la memoria Celedonio Fontabanas,  que siempre me hablaba de estas cosillas.

—Tonto, malacate, maqui, malacatón, traidor.

En ese momento oí la falleba de la ventana de la cocina. Me quedé parado cuando escuché los gritos de mi madre.

—¿Qué palabras son esas? ¿He oído bien?

—¡Nada, madre! Es que este me ha puesto la zancadilla justo en el momento que estaba meando la yegua y he me caído de morros en el charco que ha dejado en medio de la calle.

—¡Basta ya! Siempre con excusas. Ahora mismo te tienes que ir a confesar.

—¿Cómo? Si vengo de confesarme.

—Pues tienes que volver, que mañana es el día de tu Primera Comunión y acabas de soltar una rastra de juramentos. Así no puedes recibir el pan de los ángeles.

Me hice el remolón, pero mi madre bajó con la escoba y yo eché a correr. Cuando me vieron aparecer los que aún estaban en la cola del confesonario soltaron una carcajada.

—¿Seguro que se te ha olvidado contarle al cura que ayer pellizcaste a la chica que vino con los maquis? —me dijo Celedonio que siempre estaba de guasa.

—No seas cabrón. He vuelto porque me ha obligado mi madre.

Le entró la risa floja y me dejó pasar.

—Ah, y no te olvides de confesarte que me acabas de llamar cabrón.

Cuando le conté al mosén lo que me había pasado, escuché su risa de conejo. Me dio la absolución y me dijo:

—Anda zagal, reza un padrenuestro y tres avemarías. A ver si rezando te contienes y no dices tacos hasta que hayas comulgado.

Sin darme tiempo a levantarme, me puso una punta de la estola en un hombro y me mandó arrodillarme.

—Espera. ¿En la lista de insultos también has dicho maqui? Es que hablabas tan deprisa que me has hecho dudar.

—Sí, así llamamos, desde que vienen por aquí, a estos pedigüeños a los que la gente llama maquis.

—Pues yo no veo dónde está la gracia —con voz grave

—Bueno, pero son cosas nuestras sin mala intención. ¿No ve que maqui casa muy bien con malacate y malacatón? El maestro diría que casi riman.

—Pues con rima o sin rima, me vas a prometer que no lo dirás más y que no dejarás que lo digan tus amigos. Este insulto tan gordo vale doble que los otros —se santiguó antes de mandarme más penitencia—. Rezarás un padrenuestro y tres avemarías de propina.

A la salida me estaban esperando los amigos en la puerta de la Trastera. Cuando les conté que no había entendido por qué eran insultos esas palabras, empezamos a discutir.

En lo de tonto, malacatón y traidor nos pusimos de acuerdo. Todos creíamos que no eran juramentos, pero que podrían molestar a las personas. En cambio, en lo de malacate y maqui no pensábamos igual.

Con malacate subimos el tono. Según unos, era la máquina nueva que había comprado el panadero para hacer la masa. Decía que le quitaba mucho esfuerzo y que el pan salía más esponjoso. Así que este no era un insulto, al revés, una cosa buena. Según otros, significaba  otra cosa. Que ya lo habían buscado ellos en el diccionario: “persona retorcida, con malas intenciones”. El Pecas no la había oído nunca y propuso preguntársela al maestro.

—Ni se te ocurra —le gritó Celedonio—. Luego pensará que estamos todo el día hablando de juramentos y guarradas.

Después, en lo de maqui nos acaloramos. Unos decían que los maquis eran unos pordioseros que vivían en la Carbonera. Esos que venían todas las tardes a buscar recado. Esos a los que las mujeres les cosían los botones de las camisas y les remendaban los pantalones. Tía Gregoria de Michela les hacía los peduques y en algunas casas les daban hasta tocino blanco. Además, mientras las mujeres les ayudaban, ellos entretenían a la chiquillería. Nos dejaban mirar por unos gemelos que colocaban en unos artefactos en la plaza. Nos poníamos en fila y nos empujábamos para estar más rato. Nos gustaba contar los pinos de la Punta de San Jorge.

—Mira, si apuntas bien, puedes ver hasta los nidos —dijo uno de los pequeños.

Otros decían que no nos podíamos fiar de los maquis, que se parecían mucho a los malacates.

En eso estábamos cuando desconecté. La cierto es que me callé porque no sabía a qué carta quedarme. Y al hilo de la conversación me vino a la cabeza el caso de José María de casa Diego.

Aún no hacía medio año que lo habían matado los maquis. Juraron que había sido por error y fueron a pedir disculpas a su familia. Pero mucha gente se quedó con la mosca detrás de la oreja. Y todo porque coincidieron muchas cosas.

En ese momento estaba cumpliendo el servicio militar y acababa de llegar a casa con permiso. Iba vestido de soldado. Al acabar de cenar le dijo a su padre que pasaba a ver a sus primos, que vivían en la casa de al lado.

—No salgas sin cambiarte de ropa —le dijo su padre muy serio.

—Anda, no me venga con estas cosas. Me buscaré una muda limpia para mañana.

—Pues no deberías salir así —insistió su padre—. El pueblo está lleno de maquis y no me gustaría tener un disgusto. Dicen que se les ponen las cosas feas con los militares y sospechan que alguien los denuncia.

—¡Vaya tontería! Yo le digo que no, y lo sé de buena tinta. Además, es de noche y ni siquiera voy a cruzar la calle. —Se rió—. De noche todos los gatos son pardos.

Cuando salió de su casa, antes de dar dos pasos, justo debajo de la bombilla de la esquina de la calle Mayor con la Placeta, unos maquis que estaban apostados en el cubierto del Terrau le asestaron varios tiros. El ruido resonó hasta en la torre. Y como alguno apuntó a la bombilla, se cayó el casquillo, chisporrotearon los cables y se fue la luz de todo el pueblo.

En la plaza había otro grupo. Todos bajaron corriendo a ver qué había pasado. Discutieron entre ellos y enseguida desaparecieron por la bajada del Terrau. Es que habían dejado las caballerías cerca de la era de Boné.

Cuando se oyeron los disparos, nosotros estábamos cenando judías secas. Las mujeres se asomaron con candiles a los ventanucos y, en susurros, de ventana en ventana, la noticia llegó a todas las cocinas.

—¡Acaban de matar a José María de Diego!

Yo me quedé tan impresionado que no me pude dormir. Estuve toda la noche asomado a la ventana del granero. Tenía que hacer algo y sentía que lo arropaba con mi vigilancia.

Al día siguiente, antes de ir a la escuela, me acerqué a ver el charco de sangre. Allí nos encontramos todos los chavales llorando. La mancha de sangre tardó muchos días en desaparecer. Yo creo que, si miras bien, aún se ve una sombra de color rojizo. O es que me lo hace mi imaginación.

No sé cuánto rato estuve pensando en esto. Pero me desperezó el vozarrón de Celedonio:

—No os empeñéis en que melocotón y malacatón no son lo mismo.

Noté que tenía los ojos enrasados y me pasé la mano por la frente. Al momento metí baza en la conversación para aparentar que me había enterado.

—Pues yo seguiré diciendo malacate, malacatón, y traidor. Y, si me sale, también cabrón. Pero ya no llamaré maqui a nadie. Que así se lo he prometido al mosén.

Nunca supe si el cura era amigo o enemigo de los maquis. Pero siempre supe que rezumaba bondad y que, con su sonrisa y con su ego te absolvo, nos perdonaba a todos por igual.

Carmen Romeo Pemán

Foto: Chesus Asín,

Crónica de una metamorfosis

El mes pasado asistí en Valencia al II Congreso Escrivivir en el que, entre otras cosas interesantes, había una convocatoria de microrelatos que, para honrar a Kafka, tenían que empezar por una frase suya especificada en las bases. Participé y no gané, aunque admito que mi microrelato era un poco raro porque lo escribí en un rapto de inspiración y en verso libre. De todos modos, me divertí tanto al escribirlo que hoy os lo dejo aquí para arrancaros, o eso espero, una sonrisilla.

Crónica de una metamorfosis

Un escritor que no escribe es un monstruo que corteja la locura

y yo, pobre mortal,

era uno más entre los pretendientes

de la diosa Escritura,

un sueño inalcanzable.

Tuve miedo.

Me casé con la rutina.

Viví durante años en la cárcel segura y confortable

de un remedo del sueño de las masas:

un empleo estable.

El aire se espesaba,

respirar, cada día, costaba más.

Los alimentos ya no me saciaban,

la ilusión fue perdiendo sus fuerzas,

se ahogaba poco a poco.

Mi vida naufragaba

en la espuma impoluta

de mil folios en blanco,

las olas de un mar mudo,

amordazado,

un desierto incoloro

hecho de dunas

donde ninguna huella

dejé nunca.

Pero quemé mis naves,

lo dejé todo atrás.

O cambiar, o morir,

solo era eso.

Tomé mi decisión y, al despertar,

no era una cucaracha, ni un insecto,

y tampoco era yo, pobre Gregorio…

Por eso ahora…

Ahora me llaman loco

aquellos que no saben

que conseguí escapar de la locura

y, en brazos de mi amante,

la Escritura,

por fin puedo volar.

Adela Castañón

Imagen: Dmitry Abramov en Pixabay

Sueños esquivos

Todas las noches se duerme con una libélula de peluche abrazada a su pecho. Sabe que, si lo hace, conseguirá entrar en ese mundo que solo existe entre sus sábanas. La libélula es ella, y ella es la libélula.

Con los ojos cerrados, las dos alzan el vuelo y ella sueña. Inventa historias en sus mundos creados, corre aventuras, vive la vida a tope. Y así todas las noches.

Al despuntar el día, cuando el sol entra en su cuarto, la besa y la despierta, y entonces ella llora. Su llanto dura lo que dura un suspiro, lo que tarda en abandonar el lecho para volar a su rincón privado, al escritorio donde sus dos amantes, el papel y la pluma, la esperan impacientes. Coloca frente a ella a la libélula y la escucha. Se sienta, observa los folios y acaricia el papel. Se muerde el labio y escribe frase a frase todo lo que ha soñado, aquello que perdió al abrir los ojos.

Al terminar, sonríe feliz. Una vez más ha ganado la batalla y ha podido atrapar esa vida que de día se le escapa, ha logrado inmortalizarla en el papel y sabe que podrá vivirla una y mil veces, aunque llegue la luz de la mañana.

Adela Castañón

Image by Daniel R from Pixabay

Entrevista en Masticadores. Blogs de la editorial Fleming

Carmen Romeo Pemán: «Escribo cuando siento que tengo algo que contar. Y entonces escribo desde las entrañas»

Cada entrevista es un nuevo mundo, como a todas las personas que se las solicito, le pido a Carmen que me describa un bar o cafetería donde suele ir. Responde con una anécdota y de manera pausada:

«En mis horas libres, me paso a La Palma, un bar de la avenida Goya de Zaragoza, justo enfrente del Instituto Goya, mi instituto. en el que he dado clases más de treinta años. Es un bar tranquilo al que vienen muchos estudiantes con sus tablets y ordenadores. Hace unos años venían con sus apuntes y libros manoseados».

Siempre llega algún viejo conocido. Y surge la pregunta:

—¿Es usted Carmen Romeo Pemán?

—Es una alegría que me recuerdes —le digo—, con mi nombre y dos apellidos, aunque, (jeje) has hecho un esfuerzo por no llamarme “la Romeo”.

No reímos los dos y charlamos un rato. Antes de marcharse sacamos los móviles, nos hacemos amigos en Facebook y nos convertimos en mutuos seguidores en Instagram y Twitter.

Antes de despedirnos, le digo:

—Recuerda que, en mi caso es muy fácil, siempre el nombre y los dos apellidos, tal y como me has reconocido —Antes de que se vaya—. ¡Ah! No te olvides de consultar el blog del Instituto, El hacedor de sueños, en el que publico con frecuencia. Y consulta también mi otro blog, más personal Letras desde Mocade. Te sorprenderá el cambio que he dado con los años”. —Más risas. Y le sujeto la mano—. “Y, sobre todo, búscame en Masticadores, una revista digital que tiene 22 blogs repartidos en 10 países y en 11 idiomas”.

Mi primera pregunta, siempre va directa al corazón de mi interlocutora.

Re crivello: ¿Desde cuándo escribes? ¿Cuál fue una experiencia temprana en la que aprendiste que el lenguaje tenía poder?

Carmen Romeo Pemán:

Escribo desde niña. En la escuela primaria, tuve la suerte de tener de maestra a mi madre, que escribía relatos para nosotras, sus alumnas, y nos enseñó a soñar con sus palabras y con las nuestras. Después, durante el Bachillerato colaboraba en la revista del colegio. Desde entonces aprendí que con la lectura y la escritura siempre podría tener acceso a otros mundos en los que me sentía muy libre.

Yo quise ser profesora de literatura y enseñar a escribir como hacía mi madre. Hasta tal punto me apasionaba esa forma de vida que yo seguía escribiendo aunque nunca publiqué nada de creación. Me dediqué al ensayo y a publicaciones académicas. Cuando me jubilé seguí escribiendo, como siempre, y  sin saber cómo comencé a publicar relatos, hasta que llegó mi primera novela.

Re crivello /Masticadores: En su vida diaria, ¿cuánto tiempo dedica a escribir, y cuál es el espacio elegido?

Carmen Romeo Pemán:

No soy metódica ni tengo un horario, pero dedico casi todo mi tiempo libre a leer y escribir. Y a consultar archivos, que son adictivos. No he abandonado las publicaciones académicas, pero ahora las combino con las de creación.

La escritura creativa no se puede dominar como la resultante de un proceso de investigación. Unos días tienes impulsos que te salen de las entrañas y otros estás seca. Pero todos los días escribo algo. La escritura forma parte de mi vida como el aíre que respiro.

Para escribir necesito estar aislada y concentrarme mucho. Normalmente lo hago en mi cuarto de trabajo, donde me he pasado la vida corrigiendo exámenes y preparando clases. Lo de la habitación propia no es un tópico, es una necesidad que tenemos todos y que a las mujeres nos ha llegado muy tarde. Yo desde siempre la he tenido, he sido una afortunada.

Re crivello: ¿Se planteó alguna vez escribir bajo seudónimo?

Carmen Romeo Pemán:

No, nunca. Siempre he publicado con mi nombre y mis dos apellidos, el paterno y el materno, porque mis padres, los dos, fueron mis maestros, y a ellos les debo este amor por las letras.

Lo del seudónimo nunca me ha atraído. Es  que no me gustan los disfraces. Nunca me he disfrazado, solo para hacer teatro, para meterme dentro de otro personaje. Ese amor a las tablas desde mis actuaciones en el teatro escolar también se lo debo a mis padres, que durante muchos años llevaron el teatro escolar del pueblo. Mi madre escribía textos para que todos tuviéramos un papel.

Precisamente, por no usar un disfraz, me costó muchos años decidirme a publicar mis textos creativos. Me parecía que era como desnudarme en público. Por eso en la jubilación sentí que, si me atrevía a publicar, daría continuidad a mi trabajo, a lo lo que había hecho toda mi vida enseñando literatura: porque en cada clase de literatura desnudaba mis sentimientos delante de mis alumnos. Pero escribir era un  poco distinto. En el aula reina un clima de intimidad, ese clima que ya no te protege cuando das el salto al gran público. Al principio sentí vértigo, pero poco a poco he ido perdiendo esas vergüenzas.

Re crivello: ¿Intentas más ser original o entregar a los lectores lo que quieren?

Carmen Romeo Pemán:

Escribo cuando siento que tengo algo que contar. Y entonces escribo desde las entrañas. Intento ser sincera y contar mi verdad, no engañar a nadie.

Yo, como todo el que se pone delante de una hoja en blanco, tengo mi lector in fabula cuando escribo. Ese lector fantasma y anónimo que todos llevamos dentro. Ese lector que a veces se comporta como un amigo y otras como un verdadero censor. Él es el que me mueve a escribir o me paraliza. El que me anima a contar ciertas historias y a rechazar otras porque no merecen la pena. A veces no le hago caso y, a pesar de su censura, escribo borradores y los dejo dormir en mi ordenador. Y suele suceder que en la reescritura es mejor consejero.

Re crivello: ¿Estás trabajando en una historia nueva ahora? Cuéntanos sobre tu último proyecto.

Carmen Romeo Pemán:

Si, tengo varios proyectos que no sé si los materializaré. Una novela o biografía novelada sobre un personaje que existió y que yo he recreado. Un historia ficcionada. Y tengo pensados un par de libros de relatos.

El relato es un género que me gusta mucho como lectora y como escritora. No creo que sea un género menor. Al revés. Solo grandes maestros como Borges o Cortázar han sido capaces de crear muchos mundos a través de sus relatos. Además, en nuestro nuevo mundo, muy fraccionado, ha crecido el número de escritores y lectores de relatos. Un relato requiere una pericia  y un esfuerzo extraordinarios. La calidad de la prosa de un escritor se aprecia mejor en sus relatos. Ha sido un género muy cultivado desde los inicios de nuestras letras. Fueron antes las colecciones de relatos que las novelas. Y en muchas novelas se incluyen muchas narraciones cortas y relatos. En esto, como en muchos aspectos narrativos, Cervantes fue el gran maestro.

Re crivello: ¿Cuál dirías que es tu seña de identidad como escritor?

Carmen Romeo Pemán:

Pues no lo sé. Quizá la pasión con la que escribo las historias. Cada página que escribo la vivo como una aventura llena de emoción. Cuando sientes así la escritura, es un gozo escribir.

Re crivello: ¿Considera que acceder al lector que lee en tablet, ordenador o móvil, en diferentes espacios, (tren, autobús, metro) te puede ayudar a ser más leído? ¿La apuesta de Masticadores (y sus 22 blogs en 10 países y 11 idiomas) en la búsqueda de ese lector digital le parece correcta? ¿Cuál es tu opinión al respecto?

Carmen Romeo Pemán:

Por supuesto, estoy completamente de acuerdo. Es más, me parece una postura inteligente que comprende muy bien la psicología de los nuevos lectores. Yo misma leo más en los nuevos soportes que en papel. Me sorprendo a mí misma con este cambio, Nunca pensé que me podría llegar a pasar. Leo en el móvil hasta en la cola del supermercado. Antes llevaba siempre un libro en el bolso y lo sacaba, y era la rara. Ahora me siento acompañada por otros lectores que hacen lo mismo.

La apuesta de Masticadores es única, no conozco otra semejante. Es como aquellas bibliotecas ambulantes que iban por los pueblos, pero ahora al alcance de la mano de todo el mundo. Es una gran apuesta cultural y educativa.

No podemos vivir de espaldas a la realidad que se impone. Hoy la gente joven lee mucho más gracias a estos nuevos soportes y a los nuevos espacios.

Re crivello: ¿Qué le ha aportado su participación como escritora/or en Masticadores? ¿Una revista digital le ayuda a difundir su obra y conectar con los lectores jóvenes?

Carmen Romeo Pemán:

Me siento muy afortunada de poder formar parte de la familia de Masticadores. Nunca había pensado que iba a poder participar en un proyecto de tal envergadura. Cuando pienso en estas cifras me entra vértigo, de verdad. No me puedo creer que mis escritos lleguen a tanta gente joven. Es un privilegio. Mi pasión y mi trabajo han consistido en conquistar lectores jóvenes, en enseñar a leer y escribir a adolescentes. Y esto es lo mismo pero a lo grande. La aldea rural puesta en la aldea global. No tengo palabras para describir una aventura semejante.

Bio:

Carmen Romeo Pemán (El Frago, Zaragoza, 1948). Catedrática de lengua y literatura. Licenciada en Románicas y Maestra de Educación Primaria. Profesora de la Universidad de Zaragoza y de los institutos Francés de Aranda de Teruel y Goya de Zaragoza. Ha participado en programas de investigación y educativos, nacionales e internacionales; ha pronunciado conferencias; ha asistido a congresos y mesas redondas; y es autora de numerosas publicaciones.

Entrevistas y Artículos:

Entrevista con Carmen Romeo. Programa “Aragoneses”. ZTV 17 de junio de 2015

ttps://elhacedordesuenos.blogspot.com/2015/06/entrevista-con-carmen-romeo.html

Pilar Lana: la curiosa historia de la empresaria que introdujo la máquina de vapor en Zaragoza para hacer corsés. El Heraldo de Aragón cita como principal estudiosa a Carmen Romeo. https://www.heraldo.es/noticias/ocio-y-cultura/2021/05/25/pilar-lana-la-curiosa-historia-de-la-empresaria-que-trajo-la-maquina-de-vapor-a-zaragoza-para-hacer-corses-1494502.html

Entrevista a Carmen Romeo Pemán en la contraportada del Heraldo de Aragón. No es un trauma que un alumno tenga un suspenso”

“https://www.heraldo.es/noticias/aragon/2022/01/03/carmen-romeo-no-es-trauma-alumno-tenga-suspenso-docencia-zaragoza-aragon-1543645.

Irene Vallejo recibe el premio de las Letras Aragonesas y lo dedica a su profesora en el instituto, Carmen Romeo.

zaragozala.com › cultura › irene-vallejo-recibe-el-premio-de-las-letras-aragonesas

Carmen Romeo Pemán, mujer semilla. En heroínas.net. 6 de junio de 2024

Cazarabet conversa con Carmen Romeo Pemán, autora de « El Frago, 1901. Por eneseñar a lasniñas »

https://www.cazarabet.com/conversacon/fichas2/elfrago1901.htm

Carmen, un orgullo para los fragolinos. Página central de la revista Entre Picarazones número 5, noviembre de 2023. https://www.elfrago.org/wp-content/uploads/2023/11/REVISTA-PICARAZONES-2023-web.pdf

De la roca nacidas’, de Carmen Romeo Pemán

elhacedordesuenos.blogspot.com › 2014 › 10

El Frago 1901. Por enseñar a las niñas” de Carmen Romeo Pemán. https://elhacedordesuenos.blogspot.com/2024/05/el-frago-1901-por-ensenar-las-ninas-de.html

El gen equivocado

Pronto acabará todo. En pleno siglo XXIII, un juicio, sobre todo si es como el mío, es más raro que un eclipse y despierta tanta incomodidad como expectación. Pese a eso, las salidas de la rutina atraen a todo el mundo, aunque nadie lo quiera admitir.

El mío debería ser un caso perdido. No hay duda, transgredí la ley en mi puesto de trabajo. Pero todo empezó con un error de los genetistas, el primero desde hace más de trescientos años, y eso es lo único que me da esperanzas.

Mi defensa se basa en el fallo que se cometió al codificarme para mi acceso al mercado laboral. No se me inmunizó contra la lectura y, por tanto, no estaba capacitado para ser el guardián de la biblioteca interactiva. Solo era cuestión de tiempo que pasara algo. Y pasó.

Los miembros del jurado y el juez no entienden que cayera en la tentación de ojear las portadas de algunos libros que llevaban a la biblioteca para ponerlos bajo custodia en las áreas de alta seguridad. Todos se han asombrado cuando, en respuesta al interrogatorio del fiscal, no he sabido explicar qué fue lo que me hizo abrir un día un ejemplar de los más antiguos, catalogado en el locci temporal del siglo XX.

Mi abogado basa su defensa en que los genetistas no abolieron el gen de la curiosidad al programarme, pero el fiscal ha alegado que los altos niveles hallados en las pruebas que me han practicado son la consecuencia de mi delito, y no la causa de él. Creo que, en el fondo, tiene razón porque, desde que me descubrieron, el número de preguntas que invaden mi mente se multiplica sin cesar.

Por mi formación sabía que si pasaba de la primera página de aquel libro interactivo viajaría en el tiempo. Lo sabía. Y, a pesar de eso, lo hice. Será solo una miradita, recuerdo que pensé. Me engañé y traté de justificar así lo que iba a hacer, me dije que, al ver todas las imperfecciones y fallos de los humanos de siglos pasados, quizá aprendería cómo abortar esa molesta mutación que se iba adueñando de mí y que me provocaba una inquietud incómoda, como de hormigas bajo la piel, que me hacía desear averiguar no sabía bien qué cosas.

Vivo, o vivía, en un mundo feliz. Sin guerras. Sin hambre. Sin pobreza. Sin desempleo. Sin enfermedades. Sin incomodidades. Todo está disponible: alimentos, ejercicio, sueño, sexo, ocio. Solo hay que solicitarlo para obtener acceso. En nuestro mundo perfecto, con su programación tan cuidada y exquisita, todo está controlado y la felicidad está asegurada.

Entonces, ¿por qué lo hice?

Aunque eso da igual. La pregunta correcta, la que me mantiene entero, es: ¿Volvería a hacerlo? La respuesta es sí. En eso baso mi plan.

Mi abogado alegará que el libro me resbaló de las manos y se abrió al caer al suelo. Que, al tratar de cerrarlo, toqué por accidente una página y viajé sin querer doscientos años atrás.

Ojalá a nadie se le ocurra pensar que aquel no fue un episodio aislado. Si puedo convencerlos de que solo he viajado una vez, tendré una oportunidad. Si me absuelven, tendrán que devolverme mi empleo por ley, aunque al principio me tengan muy vigilado. Además, es caro y casi imposible revertir la programación genética.

En realidad, le estoy muy agradecido al fiscal por su argumentación. Eso me dio la idea. Desde entonces, me esfuerzo en mostrar un nivel cero de curiosidad y parece que me creen. Supongo que es lo menos complicado para todos.

Si mi plan sale bien, cuando vuelva a trabajar y todos bajen la guardia, quemaré el libro. Arrancaré mi página, la dejaré para el final y la tocaré para emprender mi último viaje justo antes de que arda. Así cerraré la puerta temporal y no podrán enviar a ningún soldado a perseguirme.

En el siglo XX me espera Lidia. Con ella no me acoplo, hago el amor. Adoro los chirridos de su cama cuando se gira dormida, comer con ella, acostarnos a horas distintas cada día, la deliciosa incertidumbre en la que vive. Me encanta disfrutar de lo que ella llama vacaciones de fin de semana. Incluso añoro sus reproches cuando me acusa de que no le cuento nada de ese trabajo mío que nos mantiene separados casi la mitad del tiempo.

Al principio me acerqué a ella como parte del experimento. Sería algo provisional. No sé qué fue lo que se adueñó de mí e hizo que cada vez prolongara más mi estancia en su tiempo, arriesgando tanto en mis viajes, pero, sea lo que sea, no quiero perderlo.

Por eso me atraparon. Volví de una de esas escapadas demasiado feliz y relajado. Ella me había puesto una flor en la oreja y no me di cuenta. A mi regreso, mis compañeros de la biblioteca la vieron enseguida, claro.

Ojalá se crean mi mentira. Ojalá pueda volver con Lidia y seguir escribiendo todo lo que le cuento de mi época sin decirle que es cierto. Ella dice que mis historias se venden muy bien y sueña con el día en que deje mi “otro” trabajo para convertirme en escritor y estar siempre juntos.

Mi abogado repite que pronto acabará todo. Si tengo suerte y mi plan funciona, será justo al revés, y todo lo que me importa podrá empezar a ser duradero.

Adela Castañón

Imagen de Enrique Meseguer en Pixabay

Mapas

Ciertos mapas marcan el lugar donde están las joyas, la disposición de las trampas, cosas así. El suyo era muy diferente.

La historia de su vida no existió. Ningún mapa recogió sus meandros, sus curvas y sus rectas. Eso no existió. Nunca hubo centro. Ni camino, ni línea. Hubo vastos pasajes donde se insinúa que tal vez hubo alguien, pero no es cierto, no hubo nadie, ni siquiera yo.

Y la historia de mi vida tampoco existió.

La historia de nuestras vidas solo existiría si la hubiera escrito yo. Pero no lo hice, lo hizo él. Y lo hizo mal. Él no me amaba. Amaba partes de lo que veía en mí, sí, lo que él quería ver, solo eso, pero ignoraba lo demás. Me desarmó. Me separó en trocitos, puso a un lado lo que le gustaba, ignoró lo que no le atraía. Y luego volvió a juntar las piezas que quiso, las encumbró en un pedestal y les dio mi nombre. Pero las piezas ya no estaban en orden, el dibujo era otro, no era yo.

La historia de mi vida debería existir. Yo sigo estando aquí. Soy yo, pero no soy yo. No sé ser yo sin él. Pero recuerdo que antes lo era. Antes de él… ¿qué hubo antes de él? ¿Acaso el amor es pareja del olvido? ¿Por qué no consigo reescribirme otra vez? ¿Será quizá, que necesito recuperar esos trozos robados de algún mapa? Debería devolverme lo que es mío, a él no va a servirle en ese estado, pero quizá no lo sabe. O tal vez sí, y no le importa.

Aunque, no sé, igual sin darme cuenta me reescribo a partir de las cenizas. Los viejos mapas arden como yesca, las páginas de mi vida se queman en una hoguera mortecina, donde el pasado, igual que leña verde, arde y desprende un humo que me pica en los ojos y me hace parpadear.

Debería mirar atrás, buscar esos pasajes en sus mapas, en los míos, en los nuestros, en los que se insinúa que hubo alguien, que estuvimos nosotros, porque quizá no es cierto que aquello era mentira.

Tal vez sí que lo hubo y estuvimos allí.

O a lo mejor, quién sabe, mi error haya sido mirar en una dirección equivocada, fijar mis ojos en las líneas de su piel, buscar en sus palabras todo aquello que casi siempre me fue esquivo, mi centro, mi camino.

Me refugio en mis libros. Las letras se desdibujan, forman figuras nuevas, nuevos mapas que me dicen que no mire hacia fuera, que pare de correr. Quizá la solución no está en manos de él, ni en las de cualquier otro. Quizá en esos pasajes de mi vida no existe el mapa todavía porque la ruta aún no se ha descubierto.

Quizá quedan aún mapas por dibujar. Los suyos no me importan, no van a ningún sitio. Pero hay otros.

Sonrío, empuño un lápiz como espada y comienzo a escribir y a dibujar.

Adela Castañón

Image: Pexels from Pixabay

Naufragio

De niña, tenía un sueño recurrente. Era uno de los personajes de una película de piratas y me tocaba hacer el último turno de guardia en la cofa del palo mayor antes de la puesta de sol. A esa hora el sol se sumergía bajo el horizonte, y durante unos segundos mágicos, mientras los demás en la cubierta ya habían dejado de verlo, yo, en mi solitaria altura, era el único espectador que disfrutaba al ver el brillo de la línea del agua, que parecía chisporrotear cuando el gigantesco disco anaranjado empezaba a hundirse en ella. Mi padre era el capitán del navío. Estaba siempre en la proa y desde allí, cuando nuestras miradas se cruzaban, levantaba el pulgar y me gritaba «¡Valor, grumete! ¡Tú puedes con todo!» En esos momentos yo sentía que, de verdad, podría con cualquier cosa.
Era mi sueño favorito hasta que, al enfermar mi padre, empezó a cambiar poco a poco en algunos detalles. El mar, que antes estaba en calma, aparecía ahora con toda la superficie convertida en una caldera helada, con remolinos de espuma que chocaban entre ellos haciendo un ruido que solo se acallaba durante unos pocos segundos cuando una espada de luz cruzaba el horizonte para anunciar, instantes después, el rugido de un trueno que precedía a una lluvia torrencial. Mis compañeros piratas, a muchos metros por debajo de mí, no escuchaban mis gritos alertando de la proximidad de unos arrecifes. El palo mayor empezaba a cimbrear como si fuera un frágil junco de bambú y con cada oscilación aumentaba el bamboleo hasta que, al final, llegaba rozar la superficie de las olas cuando se doblaba tanto que creía que chocaría con la borda y se partiría en dos. Y la tormenta era tan salvaje que no conseguía ver la proa para saber si mi padre seguía al timón o si se lo había llevado algún golpe de mar.
Al morir mi padre, el sueño se convirtió en pesadilla. Yo seguía siendo el grumete vigía, el miembro más joven de la tripulación. Ahora, a veces, veía el puente de mando y siempre estaba vacío. Gritaba en vano el nombre de mi padre. Los latigazos del palo mayor, ahora sí, llegaban al límite y el último era tan fuerte que hacía que el navío se diera la vuelta hasta quedar boca abajo. Entonces la cofa se hundía en las profundidades, y yo con ella, sin que nadie me viera ni escuchara mis gritos de socorro.
Mi madre se casó de nuevo y empezó a beber tanto o más que su nuevo marido. Mi padrastro entró en mi cuarto la noche de mi dieciseisavo cumpleaños para felicitarme, según dijo. Se inclinó sobre mí y en el último segundo conseguí mover la cara y el húmedo beso con aliento a alcohol que iba camino de mi boca resbaló por mi mejilla izquierda. Esa fue la última noche que pasé con ellos. Al día siguiente, cuando se lo conté a mi madre, me tachó de exagerada. Por la tarde, antes de que mi padrastro volviera del trabajo y mientras ella dormía la mona, hice la maleta y me marché de casa.
Sobrevivir fue menos duro de lo que esperaba. Aparentaba con facilidad dos años más de mis dieciséis y no fue demasiado difícil salir adelante con trabajos temporales. Cuando tuve dieciocho respiré aliviada y empecé a simultanear trabajo con estudios.
Dejé de tener las pesadillas o, si las tenía, no las recordaba al despertar. Crecí y empecé a salir con un hombre. Jaime era psicólogo y me pedía que le hablara de mi pasado a pesar de que le dije que era algo que quería dejar atrás. Pero insistió tanto que acabé por contárselo una tarde. Aquella noche lo desperté con mis gritos. Me sacudió por los hombros y yo, con la cara empapada de sudor y de lágrimas, me aferré a él tosiendo y dando boqueadas. En un estado onírico, entre el sueño y la vigilia, pude sentir en la garganta el escozor de la sal del agua del mar que, sin poder evitarlo, había tragado mientras me ahogaba dentro de la cofa sumergida.
La pesadilla volvió con más fuerza y más a menudo. Empecé a desarrollar un patológico miedo a las alturas. Vivíamos en un séptimo piso y mi pánico era tal que evitaba acercarme a las ventanas. Jaime dijo que tenía que superar eso, que él me ayudaría. El día que se fundió una bombilla en la casa medio me obligó a cambiarla. Me hizo subir a una escalera de tijera mientras él me sujetaba por la cintura, y los dos minutos que tardé en sustituir la bombilla por una nueva me parecieron eternos. Insistió en que hiciera aquellos “avances”, como él los llamaba, aunque yo no tenía la sensación de hacer progresos.
Un día me llevó a un parque de atracciones. Me hizo subir al tiovivo y lo toleré con relativa facilidad, aunque me sentía incómoda sentada sobre un caballo de madera que mostraba unos dientes falsos blancos en lo que se suponía que era una sonrisa animal pero que a mí me resultaban amenazadores. Al rato empecé a sudar cuando vi que me llevaba del brazo hacia una noria. No sé si era realmente tan alta como a mí me parecía porque no me atrevía a levantar la vista del suelo. A pesar de que intenté frenarlo y tirar de él hacia otro sitio, ignoró mis tirones y se acercó a la taquilla. Yo no decía nada, pero mis labios apretados hablaban por mí. Jaime los ignoró. Me hizo subir a una de las cabinas y él se quedó fuera.
—Laura, cariño, confía en mí. —Miró al empleado y añadió—: Puede seguir. A mi novia le hace ilusión contemplar la vista desde arriba a solas.
Sin poder evitarlo, como a cámara lenta, vi que cerraba la pequeña verja metálica y que el cubilete en el que estaba sentada a solas empezaba a moverse.
La cabina era abierta. Tenía dos asientos en semicírculo, uno frente a otro, con cabida para tres personas en cada uno de ellos, y un palo central iba del toldo del techo al centro del suelo. Me senté en una de las posiciones centrales, me aferré al palo y entorné los ojos.
Mi estómago subía y bajaba con las oscilaciones de la cabina. De pronto sonó un crujido, como un trueno, y abrí los ojos asustada. Durante un segundo de cordura pensé que se había ido la luz en todo el parque porque, a mis pies, lo que antes era un mar de puntitos luminosos se había convertido en un agujero negro.
Empezó a llover. A lo lejos vi fogonazos de luz que anunciaban la llegada de los truenos cuya vibración notaba en el pecho. Se desató un vendaval y la cabina inició un balanceo que pronto se convirtió en una danza desenfrenada.
Miré hacia abajo y los dientes empezaron a castañetear. En el suelo, remolinos de espuma parecían acercarse y alejarse de mí con cada movimiento de mi improvisada cofa. Grité y grité, pero, igual que en mi pesadilla, nadie me oía. Escuché la voz de mi madre echándome en cara que acusara a mi padrastro, la de mi padrastro diciendo que me iba a felicitar en condiciones.
Jaime no estaba por ninguna parte. La garganta empezó a escocerme cuando las salpicaduras del agua me entraban por la boca. Recordé la agonía del ahogamiento.
No iba a morir así. No, si podía evitarlo. Además, ya era hora de acabar con mis pesadillas.
Me solté del palo, me puse de pie, miré hacia abajo y pensé en saltar por la borda. Entonces el ruido de un trueno rompió el cielo en mil pedazos y escuché con toda claridad: «¡Valor, grumete! ¡Tú puedes con todo!» Apreté los dientes, volví a sentarme, miré hacia arriba y levanté el pulgar.

Adela Castañón

Imagen: Pixabay

Francisca Soria y Concha Gaudó analizaron «El Frago, 1901»

PRÓLOGO. FERNANDO BERMÚDEZ CRISTÓBAL

“He conseguido, mediante mi librería del barrio, el libro tan deseado El Frago 1901.

Merece la pena molestarse para hacerse con un ejemplar de un libro tan singular, escrito por mi amiga Carmen Romeo, catedrática de lengua y literatura. Y no por el hecho del nomenclátor de su dedicación, no por ser catedrática, otras lo son y escriben regularmente, pero Carmen escribe no solo bien, sino muy peculiar.

Me traslada a mi juventud leyendo a los autores rusos, sobre todo a León Tolstoi, con su redacción directa. Me recuerda a dos obras mundialmente conocidas como Guerra y Paz y Ana Karénina. Bueno,  el tema nada que ver con El Frago 1901. O por ejemplo la conocida novela Cien años de soledad de García Márquez, La cantidad de personajes que salen, tanto en Guerra y Paz, como en Cien años de Soledad, es equiparable a El Frago 1901. La cantidad de personajes que Carmen aplica en su libro y la habilidad para saber enlazarlos haciendo una comunión directa y preciosista para comunicarnos que la mujer al inicio del siglo XX era una vecina de segundo grado. En El Frago a excepción de los varones, que gozaban de maestro; las niñas prácticamente no tenían ni escuela, ni maestra. La lucha titánica de la nueva maestra por conseguir un lugar apropiado para poder dar clases a las niñas, es digna de todo elogio.

Yo soy cincovillés, nacido en Tauste, pero confieso que me he quedado anonadado de la conducta de un pueblo de unos 500 habitantes, que Carmen describe de forma sencilla, correcta, de un acontecer. Hay que pensar que El Frago es una población del pre-Pirineo, muy aferrada a los usos y costumbres, No obstante, Carmen desgrana la verdad de lo cotidiano y el libro tiene una aura de mucho mérito; digno, teniendo por testigo el Arba.

No dejéis de leerlo; una joya que ha escrito mi amiga Carmen Romeo Pemán. ¡Felicidades!»

Fernando Bermúdez es escritor. En 2019 ganó el premio nacional de literatura Bolivia. En 2022, la Pluma de Oro de Chile. Pertenece a la Asociación de Escritores de Aragón y colabora con nosotras en Letras desde Mocade.

LA TERTULIA LITERARIA DEL INSTITUTO GOYA

El día 29 de abril de 2024, la diosa Fortuna me vino a ver en persona a la tertulia del Instituto Goya. Presidida por la directora del Centro y el profesor Javier Aznar, encargado de los programas de la biblioteca, dos catedráticas, amigas y exprofesoras, nos hicieron disfrutar de una intensa velada. Guiados por ellas, desnudamos hasta lo impúdico la novela que ese día nos ocupaba, es decir, mi última novela.

En la tertulia salieron ideas interesantes y sabrosas. Disfrutamos y aprendimos mucho. Concha y Francisca nos ofrecieron el plato fuerte. Sus discursos quedaron recogidos en El hacedor de sueños, el blog del Instituto Goya. Y me gustaron tanto que hoy las reproduzco aquí.

Sus textos originales están publicados en:

http://elhacedordesuenos.blogspot.com/2024/05/el-frago-1901-por-ensenar-las-ninas-de.html?m=1

ESTUDIO LITERARIO DE FRANCISCA SORIA ANDREU

De izquierda a derecha. Ana Íniguez, la directora actual, Pilar Cáncer, Inocencia Torres y Concha Gaudó, todas exprofesoras del Goya

¿QUIÉN ES CARMEN ROMEO PEMÁN?

Nacida en El Frago (1948), a cuya escuela asistió hasta los 13 años, es Licenciada en Filología Románica por la Universidad de Zaragoza, donde ejerció de profesora. Durante más de treinta años ha sido Catedrática en el Instituto “Goya” de esta ciudad.

A lo largo de su desempeño docente ha publicado textos didácticos, guías de lectura y estudios de índole filológica. Y su vocación literaria ha dado como fruto una considerable cantidad de relatos breves que han ido viendo la luz en el Blog Letras desde Mocade.

Una parte de ellos, veintinueve, apareció editada bajo el título De la roca nacidas, en Zaragoza, IFC-CSIC, 2021, que yo misma comenté en este Blogo del Instituto Goya.

Hija de maestros, se ha dedicado al estudio de la escuela rural y ha publicado De las escuelas de El Frago, en Zaragoza, IFC-CSIC, 2014.

También ha participado en el estudio de El callejero de las mujeres y Paseos por la Zaragoza de las mujeres, Zaragoza, Publicaciones del Ayuntamiento de Zaragoza, 2010 y 2019, respectivamente.

Su labor de investigación y de creación literaria ha sido reconocida y galardonada:

En 1977, ganó el Premio Bernardo Zapater Marconell del Ayuntamiento de Albarracín por un trabajo de investigación reflejado posteriormente en su libro Los Mayos en la Sierra de Albarracín, 1981.

VIII Concurso Helvéticas. Tu país de las mujeres por De la roca nacida. 2014.

Pilar Cáncer, Francisca Soria, Carmen Romeo y Javier Áznar.

EL FRAGO, 1901. POR ENSEÑAR A LAS NIÑAS

Hoy presentamos su última obra, una novela que consta de veinte capítulos numerados:

1 La ilusión de Matilde. 2 De camino a El Frago. 3 Las niñas a la herrería vieja. 4 Buscando soluciones. 5 Tomando cartas en el asunto. 6 Con la iglesia hemos topado. 7 A vueltas con el tabardillo. 8 Más casos de tifus. 9 Se desata la epidemia. 10 Notas de prensa. 11 Vientos desfavorables. 12 Amainando el temporal. 13 El nuevo local. 14 Al César lo que es del César. 15 Formas de diversión. 16 Las faltas de asistencia. 17 Acusan a Matilde. 18 Y las niñas en la cocina. 19 Matilde acusa. 20 Multan al Ayuntamiento. Más un Epílogo.

La obra El Frago 1901. Por enseñar a las niñas, desde su doble título, anticipa al lector el marco histórico y el leit motiv del argumento. La acción se ciñe casi exclusivamente a la geografía de esa localidad de las Cinco Villas zaragozanas y transcurre exactamente durante el año 1901, elegido por Carmen Romeo por su especial significado para la escuela en España. Fue el año en que el recién creado Ministerio de Instrucción Pública, dirigido por el conde de Romanones, adoptó las más decisivas medidas para los maestros y para la enseñanza primaria obligatoria.1

El segundo título explicita la convicción de una joven maestra, Matilde, acerca de su trabajo. Ha ganado unas oposiciones para ser maestra de niñas y está determinada a llevar a cabo su cometido sin escatimar esfuerzos.

Es la primera novela de Carmen Romeo, escritora conocida por sus narraciones breves llenas de personajes muy potentes y de situaciones insólitas, con las que ha ido tejiendo una densa red en torno a un núcleo muy pequeño, El Frago. Y finalmente ha dado el salto a la narración extensa, integrando en parte sus anteriores relatos, técnica usada por García Márquez, quien en La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961) y La mala hora (1962)fue creando los personajes y los escenarios que, más tarde, tomó como base para Cien años de soledad (1967).

Si García Márquez convirtió su Aracataca nativa en el Macondo literario, Romeo Pemán hace lo propio con su pueblo, aunque conserve el topónimo real. Así los personajes de María del Socarrau o del Canónigo de las Cheblas, las mujeres de los carasoles o los integrantes de la tertulia del bar, entre otros varios, conforman los personajes del pueblo, escenario de El Frago, 1901. 2

La novela gira en torno a dos principales núcleos temáticos de desigual peso en el relato: la llegada de una nueva maestra –dispuesta a luchar por la escuela para las niñas– y la epidemia de tifus. Todo ello narrado con rigor histórico y bien novelado para ser leído con facilidad y gusto.

Al terminar el Epílogo, el lector de hoy ya sabe de los difíciles comienzos de las escuelas para niñas, por todo lo que implicaban: habilitación de un local, presencia de una maestra dependiente del Ministerio y no del Ayuntamiento, una nueva legislación educativa y los innumerables conflictos que hacían necesaria la comparecencia epistolar e, incluso, física de las instituciones educativas.

El segundo núcleo argumental lo aporta la realidad de una epidemia de tifus, que reveló a El Frago sus muchas carencias sanitarias, sólo paliadas por el esfuerzo ímprobo del médico don Valero y la diligente cooperación de Matilde y de los abnegados fragolinos que no vacilaron en arrimar el hombro.

Ambos temas, inevitablemente, se ramifican y, a veces, se cruzan. Así, la cuestión de la escuela de niñas introduce al antagonista de la maestra, mosén Mateo, auténtico vestigio de los viejos curas carlistas, que se resiste a que la Iglesia, encargada hasta entonces de la formación de las niñas, pierda su autoridad y su control. Este personaje será el más duro adversario de Matilde, a cuya presencia atribuye él públicamente todos los males del pueblo.

Asociado a la epidemia de tifus, trae Romeo Pemán el eco de las teorías higienistas de la época, que provocarán roces entre el médico –a cuyo cargo se encuentra la actuación sanitaria durante la epidemia– y la maestra, que parece invadir sus competencias al divulgar entre las mujeres y las alumnas sencillas medidas higiénicas como el lavado de las manos y de la ropa.3

La gravedad de la epidemia traerá, además, la exótica presencia de los médicos de la capital con sus máscaras de pico de ave, enfrentados a los prejuicios de los naturales. Y de nuevo hace acto de presencia la Iglesia con sus rituales de devoción popular para casos de peste, que la autora cuenta y describe con total eficacia incorporando las Letanías de san Sebastián.4

Y alrededor de ambos temas, el caciquismo,que la Real Academia define como “intromisión abusiva de una persona o autoridad en determinados asuntos, valiéndose de su poder o influencia”. El representante de esta “forma” política contra la que luchaba el Regeneracionismo de los gobiernos era don Casiano, que ponía y quitaba alcaldes y sometía a su dictado la forma de vida del pueblo y, como recuerda oportunamente el personaje de la señora María, “esa gente es peligrosa y nunca estará con los pobres”.5

El Frago, recorrido calle a calle con fidelidad de plano, aparece envuelto con una pátina que impregna las casas, los muebles y los muros, que aparecen desconchados, desvencijados, caducos. Lo que acentúa así la sensación de una sociedad decadente, presa de viejas ideas. En tres únicos puntos se desenvuelve su vida social: la iglesia, el café y los carasoles.

Y a ese “macondo” llega Matilde, una joven con su imagen fresca y moderna. Una mujer de ciudad, con estudios, que desea trabajar. Su sola presencia marca el vivo contraste que existía entre la vida urbana y la rural. Y, además, posee la fuerte personalidad y el conocimiento necesarios para llevar a cabo su histórica misión de implantar las novedades educativas del Ministerio.

La autora no duda en vestirla a la última moda y describe a lo largo de toda la obra su vestimenta y calzado, lo que constituye otro de sus aciertos. El siglo XX inició una tendencia de cambio imparable en la moda femenina: las ropas y calzados se adaptaron a una nueva forma de vivir y actuar, que inauguró un nuevo código en las relaciones sociales.

Matilde, una extraña en aquel pueblo, se siente, de principio a fin, muy sola. Pero el personaje de María del Socarrau que, en principio, parecía que no tenía más papel que hospedar en su casa a la maestra, crece a lo largo del relato hasta convertirse en su confidente y su apoyo. Se trata así con total realismo la situación de aquellas maestras pioneras que tuvieron que afrontar muchas situaciones insólitas sin contar con el amparo familiar.

En esas circunstancias, la aparición del amor podía mitigar la soledad de estas jóvenes y Carmen Romeo no niega a la protagonista el derecho a enamorarse del médico don Valero, aunque se pasa de puntillas por el asunto y se deja a la imaginación del lector, en el final abierto, el desenlace de este asunto.

Aunque se alude constantemente a viejas costumbres y a viejos utensilios nombrados especialmente en el ajuar de las casas, no se trata en absoluto de un relato costumbrista. La novela se mueve entre la literatura verité y la novela histórica, y en su misma indefinición encuentra su propio lugar. Y una muestra de ello, entre otras, es la naturalidad con la que se hacen convivir el lenguaje administrativo traído por la maestra y el inspector, los latines del cura y la lengua coloquial sin marcas locales.

Es una narración rigurosa hasta el extremo en los datos históricos, inserta en un marco ficticio pero a la vez verosímil. Aunque es muy rica en técnica, en referencias literarias, en el uso de registros lingüístico y en recursos narrativos, logra dar la sensación al lector de haber leído una obra muy accesible, porque el lenguaje es siempre claro y los personajes atrapan desde las primeras páginas. Tiene la marca de Carmen Romeo Pemán».

De izquierda a derecha. Inmaculada Martín, Lola Gómez, Vanesa Álvaro (jueza) y Mercedes Asensio. Profesoras del Goya.

NOTAS DEL TEXTO DE FRANCISCA SORIA

1Un Real Decreto de abril de 1900 separa la educación del Ministerio de Fomento y lo crea con el nombre de Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes (1900-1937). El conde Romanones, a sazón ministro de la nueva cartera, promulgó la remuneración de los maestros con cargo a los presupuestos del Estado, así como la reforma de la enseñanza primaria. Su plan de estudios se mantuvo vigente hasta 1937.

2Estos nombres protagonizaron narraciones como María del Socarrau, 2019; Un canónigo de Las Cheblas, etc. publicados en el Blog Letras desde Mocade.

3 Teorías higienistas iniciadas en 1790 en Austria y ya muy desarrolladas en España desde la segunda mitad del siglo XIX por el prolífico autor José Monlau, que publicó con éxito Elementos de higiene pública Monlau, J., Elementos de higiene pública, s.a. dos tomos. Este autor en los años 1856 publicó una extensa obra de divulgación, Diccionario etimológico de la lengua castellana (ensayo), precedido de unos rudimentos de etimología, 1856, con el que provocó una intensa polémica.

4 Capítulo 7. “A vueltas con el tabardillo”, páginas 82-85.

5 Capítulo 12. “Amainando el temporal”, página 149.

TEXTO DE CONCHA GAUDÓ GAUDÓ

De izquierda a derecha, José Ramón Reyes Luna, alcalde de El Frago, Felipe Diaz Cano, vicepresidente de la Comarca, Carmen Romeo Pemán y Concha Gaudó Gaudó, leyendo.

Para esta segunda parte elegimos la segunda de las críticas de Concha. La primera tuvo lugar en Zaragoza, en la Diputación de Provincial de Zaragoza y Letras desde Mocade ya la publicó en su día.

https://letrasdesdemocade.com/2024/03/08/el-frago-1901-por-ensenar-a-las-ninas/

La segunda, la que publicó en el Hacedor de sueños, la pronunció en la sede de la Comarca de las Ciclo Villas, en Ejea de los Caballeros, es la que reproduzco hoy.

«Cuando yo era pequeña, en los albores de la televisión en España, había un programa titulado “Tengo un libro en las manos”. Este título se convirtió en un eslogan y muchas personas lo hemos adoptado como modo de vida.

Venir hoy a Ejea, a presentar un libro de Carmen Romeo Pemán, cumple dos de mis pasiones, el arte medieval, el románico en particular, y los libros, mejor si son de historia. Gracias, Carmen, y gracias a quienes lo han permitido y hecho posible, Felipe Díaz, vicepresidente de la Comarca de las Cinco Villas y José Ramón Reyes, alcalde de El Frago.

Mi presencia aquí es el regalo de una amiga. Pero no se preocupen, la amistad no me ciega para ser crítica y objetiva en mis valoraciones.

Seguramente, ya conocen a Carmen Romeo, vecina de una cercana localidad cincovillesa, El Frago, donde nació en 1948 y de donde, como ella dice, nunca se ha ido, pues ese es el lugar donde mora, aunque sus muchas actividades la hayan obligado a residir en otro lugares. En El Frago dio sus primeros pasos, aprendió las primeras letras en su escuela, de la mano de una buena maestra, y sólo salió de allí para seguir estudiando, mejor dicho, para titularse, porque su estudio, su conocimiento, tiene sus raíces en este lugar, donde, desde muy pequeña, iba de casa en casa para que gentes diversas le contasen historias, sus cosas, su vida… y ella iba almacenando narraciones, leyendas, construyendo su saber y, sobre todo, aprendiendo a amar sus orígenes y a su gente. Porque sin amor, sin pasión, no se pueden construir los hermosos relatos y la sabiduría que nos entrega.

Carmen estudió el bachillerato en el Colegio de Santa Ana de Zaragoza, en un internado que permitió a muchas chicas de los pueblos de Aragón acceder a una educación superior. Un lugar difícil por el que tuvieron que pasar las chicas jóvenes de pueblo que querían estudiar más.

Estudió Magisterio y Filología Románica en la Universidad de Zaragoza y, para no desaprovechar los veranos, perfeccionó idiomas en Francia y Bélgica. Su expediente académico la llevó a entrar, nada más acabar la carrera, en el Colegio Universitario de Teruel como profesora de Literatura e investigadora en el ámbito lingüístico y también, muy pronto, en historia de la educación.

Cambió la docencia universitaria por la enseñanza secundaria, donde ha ejercido su vocación docente en los Institutos Francés de Aranda de Teruel y Goya de Zaragoza durante más de 40 años, como Catedrática de Lengua y Literatura. Y digo “vocación” y no actividad docente, porque sólo desde la vocación se puede llevar una actividad profesional a la excelencia, como ella lo ha hecho.

A pesar de que los tiempos en la enseñanza secundaria están muy dominados por las clases, la docencia, Carmen nunca abandonó la investigación, ampliando sus temas de interés a la didáctica, la pedagogía y la coeducación.

Un trabajo intenso, eficaz y reconocido. Emociona ver cómo la valoran sus alumnas y alumnos, cómo la abrazan, cómo la citan. Cómo la quieren. Sus publicaciones, premios y reconocimientos, los pueden ver fácilmente en la red. Pero estas citas no recogen el día a día. Yo quiero contar aquí un ejemplo, visto con mis propios ojos, pues, además de tener el privilegio de ser su amiga, he tenido la suerte de ser su compañera de trabajo.

Carmen asumió por decisión personal el Aula de español para alumnado extranjero del Instituto Goya. No era lo habitual, en su condición de Jefa de Departamento. En un accidente doméstico se rompió una pierna y tuvo que estar de baja. Sus alumnas y alumnos, con los que se comunicaba por correo electrónico, en los primeros pasos de la informática, para hacerles practicar la lengua, se enteraron enseguida. No querían otra profesora y nos propusieron la solución. Se enteraron de que en la Seguridad Social prestaban sillas de ruedas. Ellos mismos irían a pedir una silla y, cada día, por turno, ellos o ellas irían a buscar a Carmen a su casa y la devolverían a su domicilio. Todo arreglado. Varios de estos alumnos que pasaron por las clases de español de Carmen llegaron a la universidad y son hoy excelentes profesionales.

El Frago, 1901. Por enseñar a las niñas. Ya he dicho que me gustan los libros de historia. Pues aquí tenemos uno, un libro de historia, historia política de España (la regencia, los ministros, el carlismo y la influencia de la Iglesia, el caciquismo, las tímidas reformas regeneracionistas) de historia de la educación (el recién nacido ministerio, los decretos, las exigencias en educación, las nuevas corrientes pedagógicas), de historia de las mujeres (acceso al trabajo, a la educación, primeros pasos de la emancipación y también la violencia, la opresión, el dolor), de historia de una comunidad, historia del pensamiento (nuevas y viejas ideas), historia de la cultura. Y una novela, novela social (las relaciones, las diferencias, la relativa riqueza y la relativa pobreza, el trabajo, el progreso, el ocio, la amistad), novela protesta, novela reivindicativa, novela utópica. Utópica, sí, porque nos invita a mejorar, a crear ese lugar que todavía no existe. Y una novela homenaje.

La autora es, en primer lugar, una investigadora. Todos y cada uno de los aspectos tratados en la obra están documentados e investigados. Son muchas las horas pasadas en los archivos históricos y es muy profundo el conocimiento que Carmen tiene de la Historia de la Educación. Con esos mimbres teje, de forma magistral, el largo camino de la educación de las mujeres. ¡Cuántos escollos por superar, cuántas ideas que rebatir, cuántas piedras en el camino, malentendidos y malas intenciones, y cuántos sufrimientos para las niñas y las maestras!, algunos conocidos por experiencia propia, incluso mucho tiempo después. El final feliz ha llegado después de un largo camino de espinas, un calvario, en lenguaje de don Mateo, aunque él diría algo peor.

Pero no sólo aborda la historia de la educación. Préstenle mucha atención al tema de la moda incluido en la novela. Las diferentes formas de vestir, las prendas tradicionales y sus usos, los cambios introducidos con el nuevo siglo, tejidos, prendas, modas… (Carmen descubrió a Pilar Lana, la primera mujer empresaria en el s. XIX en Zaragoza, propietaria de una fábrica de corsés).

Historia de la medicina y de la higiene. Las enfermedades, los tratamientos y los nuevos usos higiénicos…. También en este campo tiene la autora un profundo conocimiento a través de sus estudios sobre las Damas de la Cruz Roja.

Por último, pero tan destacado o más que el primer punto, la historia de la comunidad. Este aspecto es un auténtico tratado de etnografía. ¿Cómo es la vida cotidiana de una comunidad pequeña, rural, de montaña media, las Altas Cinco Villas, en la época del cambio de siglo, del XIX al XX, y del cambio de era, de la tradición a la modernización? ¿Cómo convive lo nuevo y lo viejo, cómo se superan las resistencias al cambio? Reconozco que, a mí, los otros temas me interesan y me gustan mucho, pero este me ha dejado abducida. Cómo cuenta la vida diaria, las necesidades, las relaciones, cómo recupera los usos, la tradición.

Carmen había escrito muchas obras de investigación; ahora nos ofrece una obra literaria, una novela, su primera novela publicada (siempre lo digo, que ha tardado en publicar literatura, pero que lleva muchos años escribiendo. Si no, no se puede hacer tan bien). ¿Qué aporta la novela a esta historia? Pues le aporta el alma. Porque todo lo que sucede es la vida misma de las personas que hacen o sufren los acontecimientos. Y sólo de esta forma conocemos la auténtica verdad histórica. No es lo mismo escribir que hubo muchas dificultades para escolarizar a las chicas que mostrar que recibían clase en un lugar lleno de boñigas en el suelo. Y así, todo.

En El País del 7 de abril último, Irene Vallejo publicó un artículo titulado “El ombligo de los sueños”. Allí recoge unas frases de la primera novela conocida, del s. XI, Genji Monogatari de Murasaki Shikibu: “Las crónicas históricas muestran sólo una parte de la verdad, y es en los relatos de ficción donde descubrimos las causas profundas de lo que sucede”.

Eso es, precisamente, lo que logra Carmen con esta novela. Contar la verdad de la historia, la historia total, la intrahistoria.

Por cierto, Carmen Romeo fue profesora de Irene Vallejo. Ella la presentó al primer concurso literario, que ganó, por supuesto, y la animó en sus primeros pasos de escritora. Irene nunca olvida citarla en sus charlas, en sus obras –ahí está en El Infinito en un junco–, y de reconocerle, con todo su cariño, todo el conocimiento que le trasmitió y le trasmite, en presente.

También dice Irene que, al leer una novela, intervienen todos los sentidos y se activan las áreas cerebrales relacionadas con el significado de las palabras. Olerán el aroma del falso café de achicoria recién hecho, sentirán el estómago ardiente con el trago de pacharán. Y temblarán ante la idea de los manejos de la Feria de Ayerbe y les dolerán las manos, como a las lavanderas cuando bajaban a lavar la ropa a las frías aguas del Arba.

Ya termino, pero no sin hablar del lenguaje. Culto y popular, en una sinergia especial, en una transición imperceptible, pero clara y lógica. No es fácil manejar con tal seguridad ambos registros.

Recordemos que la lengua, las lenguas, incluidos los latines, y la literatura son las dos aficiones y especialidades de la autora. La descripción precisa, los topónimos, el vocabulario específico y las citas literarias, elegidas a su gusto. Todo, todo está perfectamente integrado.

Pero la razón de la novela es otra. El objetivo final es la reivindicación de la EDUCACIÓN como fuente de sabiduría, como llave del conocimiento, del progreso, de la libertad. Como clave de la emancipación de las mujeres. “Otro gallo nos habría cantado a nosotras” con una maestra así, dice Dominica del Corronchal (cap. 6). “Es usted muy valiente. Al final cederán. No les quedará más remedio”, dice una voz de mujer desde la ventana (cap. 5). “Esas manicas, pronto bordarán sus ajuares con primor” (cap. 5), y aprenderán a coser la ropa interior y aprenderán higiene y, quién sabe, algunas de ellas saldrán a estudiar y se harán maestras para enseñar a las niñas.

Todas esas maestras, que Carmen tiene biografiadas en su blog Letras desde MOCADE, doña Inés, doña Simona, doña Angelita, doña Asunción, doña Nieves, todas, todas son doña Matilde. Todas ellas “entregaron su vida a las niñas de un pueblo perdido entre los montes”. Un homenaje al magisterio femenino.

Carmen ha reconocido, en varios de sus escritos y, sobre todo, en el gran libro sobre la escuela rural De las escuelas de El Frago, la gran importancia que ha tenido la escuela –las maestras y los maestros– para el gran número de fragolinos que andan por el mundo ejerciendo, de forma destacada, sus profesiones. En El Frago construyeron “a vecinal” las primeras escuelas y “a vecinal” del siglo XXI, aunque ahora usaríamos otro término, se han reabierto las escuelas hace un par de años. Tienen un gran futuro.

A don Gregorio y doña Asunción, maestros de El Frago, sus maestros, sus padres, dedica Carmen esta primera novela. Y destinó los beneficios de la primera edición a la reabierta escuela de El Frago.

Tengo un libro, una joya, en las manos: el libro de Carmen Romeo El Frago, 1901. Por enseñar a las niñas. Léanlo, aprendan y disfruten».

Concha Gaudó con ejeanos y fragolinos juntos.

MI PRESENTACIÓN EN EJEA

Fernando Ciudad Lacima, Concha Gaudó y Carmen Romeo, firmando.

¡Buenos tardes!

Es mi momento de acción de gracias. Y quiero que sean unas gracias de corazón. Antes de comenzar por lo menudo, gracias a todos los que habéis venido a arroparme.

En primer lugar gracias a Felipe Díaz Cano, vicepresidente de la Comarca Cinco Villas, por acoger esta presentación, precisamente aquí, en Ejea. Tengo motivos personales para decirle que me hace mucha ilusión estar en Ejea,

En 1943 vinieron mis padres de maestros a las Escuelas Graduadas. Aquí, en el paseo del Muro nació mi hermana Maruja Romeo. Y mi hijo mayor se casó con una ejeana. Así pues, tengo una extensa familia, una nuera y un nieto ejeanos

Además, el Centro de Estudios Cinco Villas, dirigido por Fernando Pellicer me publicó dos libros sobre El Frago: En 2014, De las Escuelas de El Frago, y, en 2021, De la roca nacidas, un libro de relatos ilustrado con acuarelas por la fragolina María Aguirre Romeo. Hoy, en su pueblo, quiero agradecer a Carlos Pellejero, su empeño para que esos libros vieran la luz con mucho éxito.

En torno a los años sesenta del siglo pasado, muchos fragolinos, unos muy amigos y otros de mi familia, vinieron a vivir a Ejea y a los pueblos de alrededor.

Para mí son motivos suficientes para estar realmente emocionada.

Aunque, por cuestiones de agenda, no ha podido asistir ningún representante de la editorial Comuniter, quiero darles las gracias por acoger mi manuscrito y publicar el libro con tanta rapidez.

Gracias con mayúscula a Concha Gaudó, por estar siempre a mi lado, unas veces de forma visible, como ahora, y otras entre bambalinas.

Concha además de amiga y compañera, es una excelente crítica literaria, aunque venga de historias. Es una enamorada de las lenguas. Habla alemán, inglés, francés y, está estudiando árabe. Su permanente contacto con otras lenguas la dota de una sensibilidad lingüística poco común que se refleja en su forma de leer y hacer crítica literaria. ¡Gracias, Concha!

Y, ¿cómo no? Gracias especiales al Ayuntamiento de El Frago, al que preside José Ramón Reyes Luna. José Ramón, desde la legislatura anterior me venía dando la lata para que escribiera algo nuevo sobre El Frago y sobre la escuela. Esta vez le he hecho caso y no ha sido un ensayo histórico, como fue el libro De las escuelas de El Frago. Esta vez me he atrevido con una novela. ¡Gracias, José Ramón, por tanto! Estas palabras son sólo un pequeño reconocimiento a lo mucho que te mereces.

Para acabar con los agradecimientos, nunca me olvidaré del Ayuntamiento que presidió Javier Romeo Berges. Además de apadrinarme los libros De las escuelas de El Frago y De la roca nacidas, me animó a involucrarme en conferencias y en escritos fragolinos. Y me facilitó la tarea abriéndome lasb puertas del Archivo.

Me gustaría que este acto, además de la presentación de una novela, fuera una celebración y una reivindicación por la recuperación de nuestras escuelas. Llevaban 32 años cerradas y, como por arte de magia, los fragolinos, con José Ramón en el timón, hemos logrado lo que parecía imposible. Os confieso que el día que me comunicaron su reapertura lloré. Eran lágrimas de mucha emoción.

Abrir unas escuelas es siempre un proyecto de futuro. Un proyecto de larga duración. Los fragolinos sabemos mucho de eso. Y las vamos a mimar, os lo aseguro. Pero necesitamos el apoyo de las instituciones. Sé que en la Comarca de las Cinco Villas nos apoyáis, pero no está de más recordar que necesitamos mucho fuelle para un proyecto tan ambicioso. Tener unas escuelas abiertas supone acoger a nuevas familias, prepararles casas y conseguirles contratos de trabajo. Y eso solo se consigue con el compromiso de todo el pueblo, yendo todos a una. Pero en El Frago no reblaremos, que en 1926 nuestros abuelos y bisabuelos nos dieron un ejemplo digno de figurar en los libros de los guinness. El pueblo unido apostó por la enseñanza de sus hijos y de sus descendientes. Nuestros abuelos y abuelas se unieron para construir a vecinal, crowdfunding diríamos hoy, un edificio escolar que acogiera a sus hijos y a los maestros de entonces y a los que llegaran en el futuro.

Como muchos ya habéis leído la novela y Concha ha hecho una excelente presentación, yo solo os contaré algunos secretillos.

La novela lleva un doble título. Es que no sabía cuál elegir. Los dos responden a dos regalos de mis padres. Me hicieron nacer en el Frago y me contagiaron el amor por el pueblo, por sus gentes y por su historia. Y de los dos me viene la pasión por enseñar. De ellos aprendí que la enseñanza crece y se hace más digna cuando nos entregamos a los alumnos con menos oportunidades. Sin olvidar a ninguno, claro. Tampoco a los de altas capacidades.

Mientras escribía esta novela, desplegaba las alas que ellos me dieron. Esas alas que me ayudaron a documentarme y a recrear todos los conflictos de 1901, un año muy difícil en la historia de la Educación y en la de El Frago en particular.

Repartidas por las páginas encontraréis muchas claves fragolinas. Pasaréis algún rato en el Carasol de Vicenta. En el Café de Rosendo podréis charlar con Mosén Mateo Echevería, el cura que bautizó a muchos de nuestros abuelos y bisabuelos. O escucharéis la voz dulce de Matilde, convertida en mi doña Matilde.

Es que yo he puesto a funcionar elementos en el contexto histórico de España en Aragón y en El Frago, porque es lo que mejor conozco.

He ejercido cuarenta años de profesora en Aragón y fui alumna de la escuela de El Frago hasta los trece años. Allí viví situaciones que se parecían más a las de las escuelas del XIX que a las del XX. El tesón y la lucha de mi maestra, mi madre, por defender la educación de las niñas era muy parecido al que reflejaban las maestras del siglo XIX en las memorias que publicaban en la prensa nacional.

Como en todas las novelas históricas la realidad anda  mezclada con la ficción. Y juntas forman un universo verdadero.

Para satisfacer la curiosidad de algunos lectores, al final he puesto una relación de acontecimientos y personajes que he ficcionalizado a partir de la realidad.

Espero que disfrutéis leyéndola tanto como yo escribiendo. Poque esta novela me salió de las entrañas. Y, de nuevo, gracias a todos.

PARA TERMINAR

Sivia Gómez Bosque, autora de las Primeras maestras de Zuera y compañera de Editorial, con la que compartí espacio de firmas en el Paseo de la Independencia el día del libro, me escribe lo.siguiente:

«Espero que está novela tenga muchos éxitos no sólo por lo bien que está escrita y lo a gusto que se lee, sino porque el relato aporta mucha información, poco conocida, en un momento de transición educativa y tan importante para las mujeres.

Debería leerse en las carreras de Magisterio para tener un referente histórico de las dificultades que entrañaba nuestra profesión además de la escasez de posibilidades de desempeñarla.
Me alegro mucho de que hayas escrito una novela tan especial.

Espero que sea muy leída pues daría una visión más cercana de la historia de esta profesión. Lo creo de verdad. Ojalá se lea mucho. Me parece que es un trabajo muy bonito aunar realidad y ficción para narrar en una novela ciertos hechos y que resulte tan entretenida y tenga ese gancho que te pide seguir y seguir».

Sivia Gómez. Pseudónimo: «Sivia Silviae».

Gracias, Silvia, por tus palabras y por tu gran aportación a los albores de la Educación Pública aragonesa con «Las primeras maestras de Zuera», editorial Comuniter, Zaragoza, 2024.

Cristina Berges Casabona y Carmen Romeo Pemán.

Cristina Berges Casabona, una de mis fans fragolinas, el día 23 de abril, acudió a la Feria del Libro, en el paseo de la Independencia de Zaragoza, a hacerse fotos conmigo. Un abrazo para ella y para todos mis lectores.

Carmen Romeo Pemán

El gafe

Eleuterio es gris. Ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, ni guapo ni feo. Tampoco se ha sentido nunca especialmente feliz o desgraciado, al menos hasta el día en el que escuchó una conversación entre sus compañeros de trabajo y una paloma se cagó en la hombrera derecha de su mejor chaqueta al salir de la oficina, mientras corría hacia el metro bajo un diluvio que le pilló sin paraguas.
Ahora, tres semanas después de aquel día, en la habitación del hospital en el que está, piensa que ni siquiera ha sabido morirse. Hasta para eso ha sido un fracasado. Lleva cuarenta y ocho horas ingresado y acaban de traer a otro paciente que ocupa la cama que hay junto a la suya. Parece una momia, con toda la cara vendada, ojos incluidos. Eleuterio, desde el anonimato que le da la ceguera del vecino, lo mira con curiosidad. Indeciso, carraspea para hacer notar su presencia y el otro responde solo con un sobresalto.
Eleuterio recuerda cómo se desdobló el color de su vida tres semanas atrás. Como el agua del aceite, el blanco se separó y se esfumó, y solo quedó una tristeza negra que se adueñó de él. Estaba en uno de los baños de su oficina, peleando como siempre con un estreñimiento pertinaz que convertía sus almorranas en alfileres. Dos colegas entraron a orinar y Eleuterio los escuchó bromear a su costa.
—Es que es un pupas, te lo digo yo —comentó el de contabilidad—. ¿Te acuerdas de su baja hace un par de meses? No fue gripe, oye, ¡fue porque tuvieron que darle no sé cuántos puntos en el culo!
Eleuterio se sujetó con las manos a las paredes del baño. Se sentía mareado. ¿Cómo se habían enterado de…?
—Ya, ya lo sabía —contestó el de personal—. Es un desgraciado de libro. En confianza… creo que en el próximo recorte de plantilla va a caer.
—¡Ostras!
—Pero guárdame el secreto ¿vale? ¡Uf! De verdad, no entiendo cómo alguien puede querer vivir así.
La última frase se le quedó grabada a Eleuterio. La cagada de la paloma y el remojón le parecieron señales divinas de que su vida no tenía sentido, lo del próximo despido se lo veía venir, y la idea del suicidio se instaló en su mente para quedarse.
Lo intentó primero tomándose la caja y media de Lexatin que el médico le recetó cuando Virtudes se fue. Mezcló las pastillas con una botella de ginebra que ella había dejado en el aparador, porque había leído que eso era más efectivo, pero, como no estaba acostumbrado a beber, a los diez minutos le dieron unas arcadas incontenibles. Apenas tuvo tiempo de llegar al váter y, mientras vomitaba ginebra y lexatines, el susto le soltó la barriga y por una vez en su vida una diarrea incontenible empapó sus pantalones y llegó hasta las zapatillas de paño. Tiró de la cadena y las pastillas, el alcohol y su intento de suicidio se perdieron en las alcantarillas.
A los pocos días dejó abierta la llave de butano de la hornilla y se sentó en un sillón con los ojos cerrados. El sonido del timbre de la puerta le hizo dar un respingo. Trató de ignorarlo, pero quien fuera no quitaba el dedo del botón y no tuvo más remedio que abrir. Su vecina entró a la carrera, olfateando como un conejo, y fue directa a la cocina.
—¡Debería tener cuidado, Eleuterio! Menos mal que olí el gas al salir del ascensor, que si no… ¡es usted un irresponsable! —Lo miró de arriba abajo y se fue, no antes de que él la oyera murmurar un “No me extraña que Virtudes se largara con la niña, ¡menudo inútil!”.
El tercer intento se quedó a medias. Estaba en el baño, con la radio puesta por pura inercia, mientras contemplaba una cuchilla de afeitar nuevecita, cuando escuchó un programa sobre los asesinatos por encargo. Dejó la cuchilla, prestó atención y, a los pocos días, gracias a Internet y a Google, acudió a una cita con un desconocido en una cafetería anónima.
—Entonces, ¿acepta el trabajo?
A Eleuterio le sudaba la frente. Al final era verdad que los sicarios existían. Este tenía ojos de hielo. Era un hombre alto, con sombrero de fieltro, que vaciló unos segundos antes de responder. Había visto de todo y todo le daba igual mientras el cliente pagase.
—Sí, pero, ¿está seguro? —le preguntó. Este era un encargo tan raro que prefería confirmarlo—. Siempre cumplo mis encargos, tengo una reputación intachable. Cuando salga de aquí ya no podrá volver a contactar conmigo, aunque lo intente. Entiéndalo, son medidas de seguridad. En mi trabajo, toda precaución es poca, así que, repito: ¿está seguro?
—Por completo. —Eleuterio se retorció los dedos—. Solo temía que usted no me tomara en serio.
Cerraron el trato. Eleuterio pagó y se fue a su casa. Por el camino paró en el estanco a echar la bono loto a pesar de lo absurdo de mantener esa rutina que solo llevaba a cabo porque Virginia le obligaba cuando vivían juntos y, a partir de ahí, los acontecimientos que lo llevaron al hospital se precipitaron.
Pasó el fin de semana encerrado limpiando el piso, consciente de que era una tontería porque a partir del lunes, cuando saliera a la calle, moriría en cualquier momento. Encargar su propia muerte había sido caro, pero al menos así se aseguraría el éxito y ya le daba igual el saldo de su cuenta bancaria.
Tres semanas después, en la cama de hospital, movió la cabeza, que era lo único que podía mover, y empezó a sollozar sin importarle la presencia de su vecino de habitación. Preso de una crisis nerviosa, empezó a hablar a toda velocidad.
—¿Sabe qué, amigo? La vida es una mierda. Mi mujer, Virginia, me abandonó sin dejarme ni siquiera una nota. Yo siempre estuve enamorado de Estrella, mi cuñada, pero cuando las conocí ella estaba loca por otro, aunque yo no lo sabía. Estrella me citó en un hotel y me dio la llave de una habitación. Cuando llegué la luz estaba apagada y solo cuando acabamos de… de… ya sabe… de hacerlo… me dejó encender la luz, y la que estaba en la cama, sin bragas, era Virginia. Y en la puerta de la habitación, mi suegro… «La primera que tiene que casarse es la mayor». Eso dijo. Y eso pasó.
—¿Por qué me cuenta eso? —preguntó la momia.
—Porque necesito contarlo. A usted le da igual. Y le aseguro que es una historia sorprendente. En tres semanas he tenido tres intentos de suicidio, ¿sabe?
—Oh. —El otro no supo qué añadir—. Pues… bueno, siga, si quiere.
—Me casé con Virginia, claro. Cuando se quedó embarazada pensé que era un milagro, porque después de la encerrona y de la boda, casi no me dejaba tocarla. Mi niña era mi alegría, aunque fuera pelirroja y no se me pareciera en nada. Mi mujer me engañaba, lo sé, pero yo quería a mi hija. E incluso a su madre, con el tiempo, le había tomado cierto cariño. Pero me abandonó y se llevó a la niña. Entonces fui a un psiquiatra y en pocos meses empecé a mejorar.
—¿Entonces por qué trató de suicidarse?
—Espere y lo entenderá. Me costaba horrores desahogarme, y el día que conseguí contarlo todo en el diván del psiquiatra me extrañó que no me interrumpiera en todo el rato. Miré el reloj, pasaban quince minutos de mi hora y ¿sabe qué? Pues que el psiquiatra, el tipo que se suponía que debía curarme y al que pagaba cada minuto a precio de oro, estaba dormido. No pude más. Creí que me ahogaba. Me levanté y me acerqué a la ventana para abrirla, pero estaba atascada. Me caí de espaldas con el pomo en la mano, rompí una mesita de cristal y me hice una herida en el culo. Tuvieron que darme no sé cuantos puntos. Y cuando la enfermera entró al escuchar el ruido, se echó a reír en mi cara.
—Lo siento.
—Yo no había dicho nada en mi trabajo y cuando me dieron el alta descubrí que en la oficina todos sabían lo que había pasado, que yo había sido un cornudo, que mi mujer me había dejado… Me enteré también de que me iban a despedir, y ya no pude más. Contraté… no me va a creer, pero da igual. Mis intentos de suicidarme fracasaron y contraté a alguien para que me matara. —Esta vez el otro no dijo nada—. Eso fue hace tres semanas, ¿sabe?, un viernes, y el domingo supe que me había tocado el euromillón. ¡El euromillón! ¿Se imagina? Eso lo cambiaba todo. Me encerré en mi piso porque no daba con el tipo al que le encargué mi muerte y el primer día que abrí la ventana para ventilar… bueno, me picó un bicho en la oreja y me moví, claro. Y el tipo debía estar vigilando, porque recibí un balazo que en lugar de matarme me ha dejado tetrapléjico. ¿Qué le parece? Pasar de ser un desgraciado sano y arruinado a convertirme en un paralítico millonario en poco más de una semana. ¿Cómo lo ve?
El enfermo de la otra cama se levantó la venda de los ojos. Se acercó a la puerta de la habitación con una agilidad inesperada y la cerró con pestillo. Eleuterio, con los ojos abiertos de par en par, le vio quitarse el resto del vendaje mientras se acercaba a los pies de su cama.
—Le dije que mi reputación era intachable y vine aquí para terminar mi trabajo. Pero ahora, después de escucharle, estaría dispuesto a hacer una excepción por primera y única vez en mi vida. Así que… usted dirá.
Eleuterio abrió la boca y se echó a reír y a llorar a la vez.

Adela Castañón

Imagen: Ryan McGuire en Pixabay