Querido Roberto

No sé cuándo empecé a quedarme en silencio cada vez que me dices te amo.

Sonrío y te abrazo como si fuéramos hermanos, pero de mi boca no sale nada, ni una frase, ni una palabra.

Te amo. Es posible. No lo sé. Creo que amo nuestro pasado. En nuestro presente juntos no sé qué somos, si una pareja que se enamoró demasiado joven o dos personas que perdieron el rumbo y ahora son dos desconocidos.

Sé que esta no es la forma de iniciar una carta. Lo siento, pero llevo meses, años con este sentimiento atascado en la garganta. Con la sensación de que si no te lo digo me voy a ahogar en mis propias mentiras y mi vida se desvanecerá como algunos de los recuerdos de nuestra infancia.

Intento recordar cuándo fue la última vez que te escribí una carta. Quizás fue hace poco o hace mucho, no lo sé, pero sí puedo recordar tu rostro cuando teníamos diez años y estábamos en la escuela. Te sentabas en la parte de atrás, en la última fila, en el pupitre que daba justo al lado del ventanal. Cada que me giraba para mirarte estabas ahí con los ojos clavados en el paisaje más allá de la ventana. Recuerdo que estaba obsesionaba con los pensamientos que rondaban por tu cabeza. Mis primeros relatos fueron el fruto de esa obsesión. En esa época de nuestras vidas, aunque sabías que existía, porque era tu compañera de clase, no formaba parte de tu mundo. No fue hasta la salida pedagógica en el parque del café, cuando ya teníamos quince años. Ese día me miraste por primera vez. Se me eriza la piel cuando cierro los ojos y te veo en mis recuerdos con la camisa del colegio ligeramente desabotonada y el cabello negro azulado agitándose con el viento. Desde los diez años estaba enamorada de ti, pero fue solo hasta ese momento que descubrí que mi corazón era tuyo.

Ese año nos hicimos novios y me convertí en tu chica.

Eras el niño más popular de la clase y de la escuela. Todas querían salir contigo, pero tú me escogiste a mí. De cierta forma me sentía bendecida y afortunada. Pero, bueno, era una adolescente, ¿qué más podía sentir?

El paso por la universidad no pudo separarnos. Tuvimos muchas peleas, nos distanciábamos por semanas, pero siempre volvíamos. Yo solía pensar que nuestro amor era fuerte y real y que nada podría cambiarlo.

Estaba equivocada. Muy equivocada.

Un día, a pocos meses de graduarnos de Derecho me pediste que nos casáramos. Mientras escribo esta carta, pienso en que jamás debimos estudiar lo mismo. Yo quería escribir, soñaba con ser escritora, pero tú me convenciste de estudiar Derecho porque la escritura no me serviría para tener una vida de lujos y socialmente activa. Pero yo nunca quise esa vida. Odio tener que vivir así desde hace años.

Volviendo con nuestra historia, ese día estábamos invitados a la finca de Paco y organizaste todo para pedírmelo frente a tus mejores amigos. Cuando pronunciaste las palabras yo me lancé a tus brazos y dije que sí entre lágrimas, sin saber que ese era el principio del fin de nuestro cuento de hadas.

Nos casamos un 15 de septiembre. Escogimos el mes del amor y la amistad porque estábamos convencidos de que nuestro amor sería eterno y cada aniversario celebraríamos como recién casados nuestra unión perfecta y singular.

Vernos los fines de semana y de vez en cuando dormir juntos en tu habitación era perfecto, pero vernos todos los días y compartir el mismo espacio todo el tiempo fue algo muy diferente a lo que me imaginé. Creo que había visto muchas películas románticas y tenía expectativas demasiado altas, porque la vida, nuestra vida después del matrimonio, nunca fue así.

Pasaron los años y el tiempo nos cambió. No puedes decirme que no, que aún eres el mismo chico del que me enamoré en la escuela, porque es el curso natural de las cosas. Crecemos y evolucionamos o involucionamos, sinceramente no lo sé. El punto es que cambiamos por las circunstancias, por el entorno, por ley. Y como tenía que suceder dejamos de ser las personas que éramos antes de casarnos.

Sin darnos cuenta, una brecha empezó a crecer entre nosotros. Las noches de comernos a besos disminuyeron día tras día, las conversaciones en el comedor bajo el calor de un café humeante se volvieron recuerdos lejanos. Y las discusiones, esas sí, crecieron como la maleza de nuestro jardín.

Pasábamos tanto tiempo juntos, que no tuvimos la oportunidad de extrañarnos y nos fundimos con los demás enseres de la casa y de la oficina. Los te amo y los abrazos de despedida se volvieron automáticos, como parte de un protocolo bien estudiado para mantener nuestra relación a flote.

No puedo y no quiero seguir fingiendo que todo es perfecto cuando mi corazón me grita que me estoy marchitando entre estas paredes, que la vida me toma ventaja mientras la miro pasar deprisa sentada en este escritorio.

Esta no es una carta de reconciliación por nuestra pelea de esta mañana, ni una carta de súplica para que esta relación retome el curso que tenía cuando éramos novios adolescentes. Es una carta de despedida.

¡Ya recuerdo cuándo fue la última vez que te escribí! También fue la primera y la única. Fue después de nuestro primer beso. Te escribí un poema, me besaste por segunda vez y lo dejaste olvidado en una banca del patio de la escuela. Ese día dejé de escribir y mis sueños se fusionaron con los tuyos.

No podrás cambiar mi decisión. Esta mañana, cuando saliste de casa empaqué mis cosas y ahora están en el auto. Toda mi vida contigo está en una maleta. No hay marcha atrás. Prefiero vivir con el recuerdo de lo que fuimos en algún momento de nuestras vidas a seguir pretendiendo que puedo vivir en esta rutina, que puedo vivir en la miseria que llevamos construyendo desde que nos casamos y decidimos que el título de señor y señora podría con todo.

Te quiero mantener vivo en mi memoria, como el niño de ojos azules que miraba por la ventana mientras la maestra explicaba las multiplicaciones con fracciones. Quiero rescatar a la escritora que duerme en mi interior y quiero dejar atrás el vacío con el que me despierto todas las mañanas, aunque estés a mi lado.

Te deseo una mejor vida sin mí.

Con amor, Amalia.

 

 

Mónica Solano

Imagen de Mohamed Hassan

Pequeñas acciones = Grandes cambios

Hace unos días recibí un hermoso comentario de una de nuestras lectoras, que revolucionó todo a mi alrededor. Me sentí muy complacida al saber que lo que escribo mueve a otras personas, y así se lo manifesté. Gracias a sus palabras, experimenté una satisfacción única. Luego mi amiga Adela me sorprendió con una publicación en Mocade, inspirada en ese mismo artículo. No podía estar más feliz. Fue mágico, me sentía espléndida. En ese momento pensé en lo increíble que resulta el impacto que logran las pequeñas cosas.

Hay momentos en los que me pongo a reflexionar sobre cómo lograr un impacto positivo en el mundo. Pienso que me gustaría dejar huella y formar parte de las acciones que revolucionan y transforman. Pero la mayor parte del tiempo creo que tienen que ser cosas inmensas, cosas que estén fuera de mi alcance porque soy una simple mortal. Siempre tiendo a magnificarlo todo y a pensar que, si no es lo suficientemente grande, no funcionará. Desde hace unos meses estoy convencida de que estaba equivocada.

 

El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo.

 

La teoría del efecto mariposa nos enseña que un pequeño cambio en cada una de las variables que afectan el comportamiento de un sistema puede producir grandes cambios en el mismo. Le debemos el término al meteorólogo estadounidense Edward Norton Lorenz, un pionero en el desarrollo de la teoría del caos. Y nos plantea que, según las condiciones iniciales de un determinado sistema, el más mínimo cambio puede provocar que progrese. De esa forma, el simple e imperceptible aleteo de una mariposa introduce una variable que condicionará cómo se desencadenarán los acontecimientos en el resto del mundo. Si, por ejemplo, aplicamos esta teoría al cambio de hábitos, conseguiremos ver que las cosas no son tan difíciles como suponíamos, porque pequeñas acciones podrán dar lugar a grandes cambios.

 

Hace algunas semanas, en el blog de Mujer Holística observé que María José Flaqué cerraba sus artículos con lo siguiente:

P.S. Esta es mi entrada No. 92 del Proyecto de 100 Días

Fui hacia atrás en sus publicaciones y encontré que hacía unos meses había publicado el artículo “El proyecto de 100 días y mi compromiso”. En ese momento se había comprometido a escribir un artículo diario para el blog de Mujer Holística durante cien días y documentarlo en su cuenta de Instagram. Ese era el primero del proyecto. Hace unos días escribió el número cien:

La razón por la cual me comprometí a hacer un artículo por día fue porque me costaba mucho sentarme a escribir y además analizaba todo lo que plasmaba en palabras escritas, mil veces antes de publicarlo. Apretar el botón de publicar era todo un tema, tenía que estar todo perfecto y tardaba días en decidir si me gustaba lo que había creado. Ahora no.

Me pareció fantástico y me identifiqué con sus palabras. Investigué un poco más sobre esta iniciativa y esto fue lo que encontré:

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#The100DayProject es un proyecto artístico de un profesor de la Universidad de Princeton, que animó a sus alumnos para que, durante cien días, escogieran un tema, realizaran algo artístico y lo documentaran en un diario o en algo similar. A raíz de esto, Elle Luna (artista y autora del libro The Crossroads of Should and Must: Find and Follow Your Passion) y Lindsay Jean Thomson, creadora de la plataforma de empoderamiento de la mujer Women Catalysts, le dieron continuidad al reto en https://the100dayproject.org. La edición de este año se realizó el 4 de abril.

La dinámica es muy sencilla: primero escoges una acción que quieras realizar durante cien días, luego te comprometes públicamente a realizarla y ¡ya está!, solo resta ponerte a trabajar.

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Navegando por la Web, he visto que muchas personas se han adherido a este proyecto, y ¿cómo no formar parte de algo tan inspirador? Porque esta iniciativa pretende despertar la creatividad y mantenerla viva a través de pequeños actos diarios. Cualquier persona puede participar. El objetivo es emprender una acción que impulse un cambio en nuestros hábitos, en nuestro estilo de vida o que nos permita sacar adelante aquello que tenemos entre manos y no hemos podido llevar a cabo, por las razones que sean. Lo importante es comprometernos y trabajar todos los días, a pesar de las dificultades que se nos presenten en el camino.

La semana pasada empecé la última etapa de mi proyecto de novela, pero ha sido un suplicio sacar el tiempo necesario para sentarme a escribir. Siempre tengo una excusa, un contratiempo, un “pero” y, al igual que le pasaba a María José, me cuesta un montón dejar de darle vueltas y vueltas a todo, lo que hace más difícil avanzar. Escribir forma parte de mi propósito de vida. Compartir mi imaginario y poner a volar la imaginación es mi meta. Por lo tanto, hoy me uno al proyecto de los cien días y, como sé que soy bastante complicada, elegí algunas reglas y me marqué unos objetivos concretos y alcanzables para facilitarme el proceso:

 

  1. Mi proyecto consistirá en escribir 10 páginas diarias de mi novela (mínimo 1.600 palabras al día).
  2. Sin correcciones. Solo escribir y escribir.
  3. Lo haré todos los días en la noche. A la misma hora.
  4. No soy mucho de publicar cosas personales en redes sociales, pero creo que este motivo se merece el esfuerzo, así que todos los días publicaré en mi Facebook cuando cumpla con el reto: #hoyescribí10páginasdemiproyectode100días
  5. Mi regla principal será disfrutar y deleitarme con cada minuto de escritura.
  6. ¡Las reglas son para romperlas! Si un día no puedo escribir a la misma hora, pues lo haré más tarde o más temprano, o si me toma más tiempo del planeado, escribiré más. ¡Esto no es una camisa de fuerza!
  7. Tener a la vista la regla número cinco: Lo más importante es ¡disfrutar!

 

Al principio de este artículo les decía que las pequeñas cosas también marcan la diferencia, como por ejemplo escribir algo que inspire y que logre robarle una sonrisa a una persona que la necesita o recibir una buena crítica que nos alimente y nos ponga en movimiento. La mayor parte del tiempo no somos conscientes de que tenemos la suerte de despertar otro día y de que, una vez más, podemos agradecer que en el mundo todavía hay cosas buenas y que las estamos recibiendo. No necesitamos grandes acciones para lograr un impacto en lo que nos rodea. Solo tenemos que estar dispuestos a hacer pequeños cambios en nuestros hábitos que nos conviertan en entes transformadores, que roben algunas sonrisas y que sean fuente de inspiración.

Hoy será mi primer día del proyecto. En mis próximas publicaciones les contaré cómo voy y, cuando finalice, les compartiré el resultado.

Mónica Solano

Imágenes de #The100DayProject y Anja