Sanadoras y mediadoras en las guerras

Precursoras de la Cruz Roja

Es piedad apropiarse de los muertos, pero el que está en el poder jamás quiere que se viole su poder. Antígona.

Mientras saboreo un aromático café, veo con horror las condiciones en que los refugiados sirios llegan a las islas del Egeo. Oigo el llamamiento de emergencia de la Cruz Roja para dar respuesta a las necesidades humanitarias de los que, huyendo de las zonas de conflicto, solicitan asilo en Europa. Pienso que en Lesbos, donde ahora hay un campo de refugiados, floreció una comunidad de mujeres. Y que, frente a las costas del Egeo, el hijo de un traficante de armas escribió una tragedia contra las guerras fratricidas.

Busco más noticias sobre los refugiados. Voy cambiando de canales. Me paro en el que están cantando la jota de La Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa. Josefa Amar y Borbón repartiendo cuencos de sopa caliente entre los heridos del hospital llena la pantalla. Y me pregunto: “¿Por qué no está reconocido el papel antibelicista que hemos desempeñado la mujeres? ¿Por qué no se habla más de nuestra labor de mediadoras y de nuestro pacifismo?” De pronto me doy cuenta de que tengo la respuesta: “Esa parte de la historia tenemos que reescribirla las mujeres”. ¡Pues que no se diga! Apago la televisión. Enciendo el ordenador y comienzo a escribir.separador2

Antes de que se fundara la Cruz Roja, hace algo más de ciento cincuenta años, el voluntariado femenino alcanzó cotas muy altas en la Zaragoza de los Sitios. Pero tuvo que llegar la nueva institución para canalizar y organizar unas actividades que se perdían en la noche de los tiempos. En la Grecia Clásica, el papel de las mediadoras en las batallas, las que atendían a los heridos y enterraban a los muertos de todos bandos, se había convertido en un mito tan fecundo que hasta Sófocles lo inmortalizó en una de sus tragedias.

En 1870, seis años después de la fundación de la Cruz Roja, se creó la “Sección de Señoras”. Su nacimiento coincidió con el auge general del asociacionismo y con la proliferación de las asambleas de damas aristocráticas dedicadas a la beneficencia. Estas Señoras estaban llamadas a ser unas mediadoras importantes.

Unos años más tarde, Bertha von Suttner publicó ¡Abajo las armas!, donde  recogía el ambiente que había conducido a la fundación de la Cruz Roja. La baronesa von Suttner describía los mismos horrores que las mujeres italianas habían presenciado en la batalla de Solferino. Esta novela es un canto al pacifismo y al papel mediador de las mujeres en los conflictos bélicos.

Antígona de Sófocles

Interrumpo la escritura y me levanto a buscar alguna de las ediciones de Antígona que pululan por mis estanterías. Me interesa esta tragedia para poder argumentar sobre unas raíces antibelicistas que nos vienen de lejos. Porque, desde que Antígona se enfrentó al poder político de Creonte y reclamó el derecho natural del fallecido a ser enterrado, y del vivo a ser atendido, las mujeres, “antígonas”, hemos seguido asistiendo a los heridos y enterrando a los muertos en las batallas.

Creo que podría citar de memoria, pero tengo miedo a que mi memoria me traicione. Así que busco entre los clásicos y saco, como un trofeo, el ejemplar de Antígona más manoseado. El que tengo lleno de anotaciones. Enseguida encuentro los pasajes que me interesan.

CREONTE. Eh, tú, la que inclinas la cabeza hacia el suelo ¿confirmas o niegas haberlo hecho?

ANTÍGONA. Digo que lo he hecho y no lo niego.

CREONTE. ¿Sabías que había sido decretado por un edicto que no se podía hacer esto? ¿Y, a pesar de ello, te atreviste a transgredir estos decretos?

ANTÍGONA. No fue Zeus el que los ha mandado publicar, ni la Justicia que vive con los dioses de abajo fijó tales leyes para los hombres. No pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Estas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron. No iba yo a obtener castigo por ellas de parte de los dioses por miedo a la intención de hombre alguno.

Sonrío para mis adentros. Esta mujer, con tantos siglos a sus espaldas, me parece que está tan viva como yo. Me entran ganas de felicitarla por haber sido la primera voluntaria neutral que recogió el cadáver de un enemigo.

ANTÍGONA. No considero nada vergonzoso honrar a los hermanos.

CREONTE. ¿No era también hermano el que murió del otro lado?

ANTÍGONA. Hermano de la misma madre y del mismo padre.

CREONTE. ¿Y cómo es que honras a éste con impío agradecimiento para aquél?

ANTÍGONA. No confirmará eso el que ha muerto.

CREONTE. Sí, si le das honra por igual que al impío.

ANTÍGONA. No era un siervo, sino su hermano, el que murió

Las heroínas de los Sitios de Zaragoza

Me he quedado abstraída. Mi mente ha viajado, no sé cómo, desde Grecia hasta Zaragoza. Las heroínas de mi ciudad me reclaman su puesto en esta historia. ¡Vaya salto! La culpa ha sido de la dichosa televisión. De todas las formas, en un artículo breve no me cabrían todas, porque las mujeres nos hemos unido en muchos momentos de la historia para mediar en las guerras y asistir a los heridos. ¡Bueno, a lo que iba!

En los dos asedios de la Guerra de la Independencia (1808 y 1809), los zaragozanos se volcaron para defender la ciudad. Su actuación fue ejemplar y eficaz, gracias al gran protagonismo de las heroínas para organizar la atención a sus habitantes.

En 1870, cuando se fundó la Asamblea de la Cruz Roja de Zaragoza, las aragonesas se integraron con facilidad en un organismo que encauzaba sus experiencias y sus deseos de ayudar a los heridos de las Guerras Carlistas. Los ejemplos de la Condesa de Bureta y Josefa Amar y Borbón fueron estimulantes para formar el primer Comité de Damas en Zaragoza.

Josefa Amar y Borbón (1749-1833), antes de la invasión francesa ya colaboraba con la Hermandad de la Sopa. Todas las mañanas, a las seis en punto, servía un plato de sopa caliente a los enfermos del hospital. Cuando llegaron los franceses, se puso al servicio de la Madre Rafols. Después del Primer Sitio, actuó de mediadora en Pamplona entre las tropas francesas y las de Palafox.

Casta Álvarez, Agustina de Aragón, María Agustín, Juliana Larena, María Lostal y Manuela Sancho atendieron a los heridos, suministraron víveres y municiones a los soldados, colaboraron como “enfermeras populares” con las tareas del hospital, y organizaron grupos de mujeres que participaron activamente en la defensa de la ciudad. Todas ellas fueron ejemplos vivos para otras mujeres que comprometieron sus vidas en conflictos bélicos posteriores.

A la Madre Rafols (1781-1853), en un acta de 1945, la Asamblea Nacional, la Cruz Roja la declaró una de sus precursoras. Entre las balas y las ruinas, expuso su vida para salvar a los enfermos, atendió a los prisioneros e intercedió por ellos, y consiguió que la recibiera el mariscal Lannes, en pleno asedio de la ciudad. Fue al campo de batalla a pedirle víveres o cualquier cosa con la que alimentar a sus heridos. Su caridad en la guerra llegó a límites insospechados cuando los franceses incendiaron y bombardearon el hospital.

La Madre Rafols organizó los cuidados de manera muy eficaz y exigió una actuación profesional a las Hermanas de la Caridad de Sana Ana, que ella misma había fundado. Las monjas de Santa Ana fueron unas de las primeras que sustituyeron a los hombres en las tareas de enfermería.

¡Abajo las armas!

¡Un nuevo salto! Ya sé que algunos os estaréis preguntando por qué desordeno los acontecimientos. Es más, yo también me pregunto, ¿por qué guardaba ¡Abajo las armas! junto a Antígona? ¿Por qué se me ocurre hablar ahora de esta novela? Simplemente, porque fueron dos lecturas que marcaron mi espíritu pacifista cuando era joven. Y porque en la novela de Bertha von Suttner se recogen el clima y los acontecimientos que favorecieron la fundación de la Cruz Roja.

Su autora, además de secretaria de Alfred Nobel y Premio Nobel de la Paz, había sido enfermera voluntaria en los hospitales de campaña de la guerra ruso-turca (1877-1878), al poco tiempo de crearse la Cruz Roja.

Movida por el rechazo a los conflictos armados y a sus consecuencias, publicó ¡Abajo las armas! (1889). Esta novela, escrita como las memorias de una mujer, se convirtió en un catalizador de las ideas antibelicistas y destacó el papel decisivo de las mujeres para aliviar el dolor en las contiendas bélicas

La protagonista, Martha Althaus, se cuestionaba las costumbres que rodeaban la guerra y lo militar. Fue una de las primeras figuras literarias que recreó, participó y sintetizó el espíritu que animó a las mujeres a preparar ropa blanca y paños, y a hacer hilas para curar a los heridos.

Tuve que pasar frente al edificio de la Sociedad Patriótica de Socorros para los Heridos. Entonces no existían ni la Convención de Ginebra ni la Cruz Roja. La Sociedad a que me refiero recibía donativos de toda especie: dinero, ropa blanca, hilas, vendas, etc., y los expedía al teatro de la guerra. Llegaban donativos en abundancia: disponía la Sociedad de inmensos almacenes, que se vaciaban y llenaban sin cesar. Tuve ocasión de ver, alineados sobre mesas larguísimas, innumerables bultos de ropa blanca, paquetes de vendas, cigarros, tabaco… pero, sobre todo, montañas de hilas.

Soy un antiguo soldado, y estoy en condiciones de apreciar el valor inmenso que tienen los esfuerzos hechos a favor de los infelices que se baten en Italia. Hice las campañas de 1809 y de 1813. No se conocían las sociedades patrióticas. Nadie cuidaba de enviar cajas repletas de hilas y vendas a los infelices heridos. Cuando se agotaban los repuestos de los botiquines, se dejaba morir a los hombres sin prestarles el menor socorro. Ustedes realizan una obra santa… ¡Ah, no saben ustedes… no pueden saber todo el bien que hacen! (pp. 27 y 28).

Las mujeres italianas de Castiglioni

Las páginas de ¡Adiós a las armas! me han llevado hasta la batalla de Solferino, el 24 de junio de 1859, en la que los ejércitos de Napoleón III de Francia y Víctor Manuel II de Italia derrotaron al de Francisco José I de Austria.

Ese día, vecinos de Castiglioni, el pueblo más cercano, en su mayoría mujeres, recogieron a los heridos y montaron un improvisado hospital en la iglesia. Por primera vez, un grupo de civiles, convertidos en sanitarios improvisados, atendieron a los heridos de guerra.

Henri Dunant, que supo ver la importancia del trabajo de estos voluntarios para aliviar los sufrimientos de los soldados de los dos bandos, creó el Comité Internacional de Socorros a los Militares Heridos. En 1880 pasó a llamarse se Comité Internacional de Cruz Roja.

El espíritu de Antígona, las heroínas, Bertha von Suttner y las mujeres italianas en la Cruz Roja

Con esos cuatro ejemplos quiero deciros que en la historia nunca partimos de cero. Que las mujeres siempre nos hemos unido para restañar las heridas de las guerras. Que la Cruz Roja tampoco nació de la nada. Y que el espíritu de las primeras socias sigue vivo en los conflictos actuales. Entre los equipos de salvamento y ayuda a los refugiados sirios vemos cómo muchas voluntarias de la Cruz Roja siguen arriesgando sus vidas.

En 1864 se fundó la Cruz Roja Española, impulsada por la Reina. Isabel II no tuvo tiempo para dedicarse a ella, porque los estatutos no se aprobaron hasta 1868, año en que ella fue destronada. En cambio, sí que muchas de sus camareras se comprometieron con la nueva institución.

El 6 de diciembre de 1870, nacía la Asamblea de Zaragoza en un terreno abonado por las defensoras de los Sitios. Ese mismo año, se creó la “Sección de Señoras”, en toda España, como auxilio a las “Comisiones de los Caballeros”.

Las aristócratas aragonesas apoyaron a la nueva institución y entraron en una fase muy activa durante la Tercera Guerra Carlista (1872-1876). No estuvieron en el frente de batalla ni en las tareas hospitalarias, pero su labor resultó clave en el canje de prisioneros, en la solicitud de indultos y en la organización de las primeras ambulancias. Recaudaban fondos, preparaban hilas y vendajes, recogían lienzos, ropa de cama y de vestir. Y todo lo que fuera útil para las ambulancias y para los hospitales de campaña. Asentaron las bases de lo que posteriormente sería el trabajo organizado de las mujeres en la Cruz Roja.

La “Sección de Zaragoza” se puso a las órdenes de su primera presidenta, Paula Orué (Vitoria, 1802-1880), condesa de Montenegrón, que recogía el testigo de las heroínas. Las primeras socias colaboraron en el socorro a los heridos de las campañas del Norte y en 1874 solicitaron el indulto para militares liberales y para carlistas.

En 1924, la “Sección de las Señoras”, organizada en “Juntas de Damas”, se independizó de la “Sección de Caballeros”. La primera presidenta zaragozana de esta nueva etapa fue la marquesa de Montemuzo, una descendiente de la Condesa de Bureta.

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María Asunción López de Heredia y Fernández de Navarrete (1859-1922), marquesa de Montemuzo. Retrato de la Sede de la Cruz Roja de Zaragoza. En Reinas, Señoras y Damas Enfermeras

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Antes de leer lo que he escrito, me asalta la duda de cómo se trata en la web a las primeras socias de la Cruz Roja. Busco a Concepción Arenal. ¡No puede ser! Faltan las referencias a sus trabajos más humanitarios. Otra vez han se olvidado de nuestro papel antibelicista. Escribo una nota y la envío a Wikipedia.

Concepción Arenal (1820-1893), secretaria general de la Cruz Roja Española en los comienzos, diseñó el funcionamiento de los hospitales, administrados por la “Sección de Señoras”, y, en 1870, puso su revista, La voz de la caridad, al servicio de esta sección.

Si hay crueles que se ensañan, / si hay seres que se pervierten, / si hay manos que sangre vierten, / hay manos que la restañan.

Estos versos del comienzo de “La caridad en la guerra”, nos devuelven la imagen de aquella Antígona inmortalizada en una tragedia del año 442 a. C.

Me arrellano en el sillón y me dispongo a ver el reportaje de los Sitios de Zaragoza. En mi mesilla me esperan “¡Abajo las armas! y la tragedia de Sófocles.

Notas

¡Abajo las armas!, Ramón Sopena, Barcelona, 1934. La modernización de la traducción es responsabilidad mía.

Fotografías

Imagen principal: Foto de Consuelo Peláez Sanmartín. Enfermera atendiendo a un soldado, 1925.  Grupo escultórico colocado en la entrada del Hospital de la Cruz Roja San José y Santa Adela, avenida Reina Victoria, Madrid. Está dedicado a la duquesa de la Victoria, pero fue concebido como un homenaje a todas las enfermeras de la Cruz Roja.

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Le dedico este artículo a Consuelo Peláez Sanmartín, Secretaria Provincial de Zaragoza (1991-2001 y 2003-1013), Secretaria Autonómica de Aragón (1991-2000), Delegada de la Cruz Roja Española en Guatemala (2001-2003) y Responsable de Comunicación (2009-2011), sin cuyo empeño no hubiera visto la luz el libro, La Cruz Roja y Zaragoza: 140 años conviviendo (CRE, 2011), en el que tuve el honor de participar, junto a Gloria Álvarez, con el capítulo, Reinas, Señoras y Damas enfermeras en la Cruz Roja de Zaragoza (1870-1986).

Carmen Romeo Pemán

14 comentarios en “Sanadoras y mediadoras en las guerras

  1. Mónica Solano dijo:

    Que artículo tan maravilloso mi Carmen 🙂 Me encanta aprender contigo de la historia de la mujer a través de los tiempos y de sus aportes para el mundo. Gracias amiga por compartir en Mocade este artículo tan especial. Besos.

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  2. Curro Jimenez dijo:

    Eres increíble, Carmen. Un pozo de sabiduría y una investigadora incansable. Con razón te plagian. Y, además, escribes maravillosamente bien. Enhorabuena una y mil veces más.

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    • Carmen Romeo Pemán dijo:

      Gracias, muchas gracias, Curro. Jajaja, pues sí me plagian. Paradójicamente, este delito de la plagiadora se convierte en na honra para la plagiada.
      Un abrazo.

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