El hombre ha despertado en un mundo que no comprende, y por eso trata de interpretarlo. Carl Gustav Jung
Desde que asistí a un taller, en el que se utilizaban los arquetipos para definir patrones de comportamiento de un grupo de consumidores, me sentí fascinada por esta idea tan atrayente. Fue así como empecé a leer más y a darme cuenta de que no solo se podían aplicar en las investigaciones de mercado, sino que también los usaban otras ciencias. Y que se habían convertido en herramientas muy importantes en la literatura y hasta en la biología.
Los arquetipos, según entiendo, son unos patrones emocionales y de conducta con los que procesamos las sensaciones, las imágenes y las percepciones como si fueran un todo. En realidad, son los constituyentes esenciales de lo que concebimos como naturaleza humana. Y lo abarcan todo, desde lo animal hasta lo espiritual.
La base teórica para la aplicación de este método es el trabajo psicoanalítico de Carl Gustav Jung, que se centra, fundamentalmente, en lo que él llama el inconsciente colectivo. Los arquetipos se pueden sintetizar y combinar entre ellos, dando lugar a una gran cantidad de modelos arquetípicos. De esta forma, el inconsciente colectivo se convierte en una fuente inagotable de arquetipos, que no solo hacen referencia a personajes, sino también a espacios, situaciones, caminos y transformaciones. Los arquetipos se suelen clasificar en eventos, como el nacimiento o la muerte; en temas, como la creación o la venganza; y en figuras, como el viejo sabio o la virgen.
Jung transportó el psicoanálisis a un plano en el que los fenómenos ancestrales, originados en nuestra cultura, dan forma a nuestra manera de ser. Creía que, para explicar el inconsciente, debía llevar su teoría a un terreno que trascendiera las funciones del cuerpo humano. Y concebía «lo inconsciente» como una composición de aspectos individuales y colectivos. Jung hacía referencia a esa parte secreta de nuestra mente que tiene un componente heredado culturalmente y que conforma nuestra manera de percibir e interpretar las experiencias que nos ocurren.
Los arquetipos en la literatura
Cuando escribimos historias, una parte muy importante es la creación de personajes, porque sus motivaciones, sus acciones y sus reacciones llevan el peso narrativo. La literatura está llena de arquetipos, de personajes del mismo tipo básico con patrones entendibles universalmente. Por eso, si usamos un patrón del que ya se ha abusado mucho, corremos el peligro de que el lector conozca el desenlace desde el primer capítulo. No obstante, si los empleamos bien, son muy útiles porque le hablan a la conciencia humana y provocan respuestas emocionales que impulsan a seguir leyendo hasta el final.
Un personaje, un lugar o un objeto, pueden comenzar representando a un arquetipo y a lo largo de la historia cambiar a otro. Incluso pueden representar a varios al mismo tiempo. Un caso común de cambio de arquetipo es el del villano que, tras ser derrotado, pasa a ser un aliado. Y un caso habitual de varios arquetipos en el mismo personaje es el del héroe que también es un embaucador.
Según el guionista Christopher Vogler, los arquetipos no son personajes inamovibles con roles fijos, sino formas de comportamiento y conductas, que cumplen un papel en determinado momento, de acuerdo con las necesidades del relato. Los arquetipos deben tener dos funciones primordiales: la psicológica o parte de la personalidad que representan, y la dramática en la historia que queremos contar.
Si hemos decidido usar este recurso, es importante que, además de envolver a nuestros personajes con un arquetipo, les otorguemos una profundidad. Tenemos que evitar que se vuelvan evidentes y acaben siendo clichés.
Las historias arquetípicas desvelan experiencias humanas universales que se visten de una expresión única y de una cultura específica. Las historias estereotipadas carecen tanto de contenido como de forma. Se reducen a una experiencia limitada de una cultura concreta disfrazada con generalidades. Robert Mckee
Arquetipos y estereotipos
En el libro “Medios de Comunicación y Género”, la antropóloga y profesora de periodismo Elvira Altés Rufia, afirma que todos los discursos que pretenden ser comprendidos por un amplio número de personas tienden a simplificar sus explicaciones y a proponer imágenes y metáforas asimiladas previamente por la audiencia. De ahí que el uso de los estereotipos constituya un recurso frecuente en los medios de comunicación. Pero es muy peligroso, porque estas imágenes estáticas, a partir de la generalización de un rasgo de los miembros de una comunidad, transmiten ideas consensuadas y ocultan la complejidad de las motivaciones humanas. Con esta simplificación, podemos caer en el reduccionismo y en la manipulación.
Si vestimos a los arquetipos con los elementos históricos y sociales del momento, los convertimos en elementos sancionadores, sobre todo si los hemos construido a partir de prejuicios. Así concebidos, designan las cualidades deseables y las no deseables. Es decir, señalan las cualidades que deben rechazarse en una persona que proviene de cierta zona del mundo o que forma parte de un determinado colectivo. Por ejemplo, afirmar que todas las mujeres bonitas son ignorantes es un estereotipo que solo sirve para discriminar y agredir. Y ahí entra en juego la principal característica de los arquetipos: su dualidad. Y, con las sucesivas reformulaciones de los arquetipos, que cada sociedad presenta y actualiza, se van convirtiendo en los estereotipos, con el fin de simplificarlos.
La economía mental juega un papel determinante en el uso de los estereotipos. Algunos autores consideran que estos sesgos sociales se deben al funcionamiento de los sistemas neurocognitivos dedicados a percibir y a categorizar de manera automática. En las relaciones interpersonales es común centrar la atención en los aspectos sobresalientes de la persona que tenemos enfrente. Percibimos y descartamos información, evaluamos y, finalmente, elegimos unos atributos. Cuando no disponemos de muchos datos, ahorramos tiempo calculando de modo automático los aspectos destacados de su perfil. Con toda esa información, construimos los mapas de las categorías sociales como el sexo, la edad, el origen, el estatus o la profesión, que luego contribuirán a formar nuestra identidad personal y a delimitar los grupos sociales a los que pertenecemos.
Todo lo que nos irrita de los demás, nos puede ayudar a entendernos a nosotros mismos. Carl Gustav Jung
Si tuviera que decantarme por alguno de los arquetipos que conozco, sin pensarlo mucho, elegiría la sombra. Es el que más me gusta porque personifica los rasgos que nos negamos o que ignoramos de nosotros mismos. Por ejemplo, si nos consideramos valientes, jamás pensaremos que también podemos ser cobardes. Y, aunque es un rasgo que tenemos, lo rechazamos porque lo consideramos inaceptable. De esta forma, vamos construyendo una “imagen especular” en la que almacenamos todas las cosas monstruosas. En un primer estadio, podemos ver esta sombra como un ser atroz que nos acecha para hacernos daño, como la bestia de un cuento de hadas. Pero, una vez que nos hemos percatado de su existencia y la aceptamos, se convierte en algo cercano a un ser humano, y hasta llega a parecerse a quienes somos en realidad.
Como decía al principio, los arquetipos me fascinan porque me ayudan a entender un poco mejor el mundo tan complejo en que nos movemos.
Mónica Solano
Imagen. Gerd Altmann
Mónica, coincidimos en la fascinación por los arquetipos.
Me ha parecido muy original el punto de vista con el que enfocas el tema. Lo he leído con mucho placer.
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Buenísimo conocer todos estos detalles sobre la conducta humana.
Me interesó especialmente la parte que se puede aplicar a la literatura.
Me encantó, gracias por compartirlo 🙂
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Gracias a ti por leerme 🙂 Me encanta que te haya parecido interesante. Besos.
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También me gustan los arquetipos. Los conocí cuando hice una especialización en cuentos y fábulas terapeuticas. Es muy útil en la literatura, los utilizo mucho y me gusta un montón. En los cuentos infantiles se utilizan mucho. 😉
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Son fantásticos 🙂 Me alegra que compartamos el mismo gusto. Besos.
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