Los otros héroes del coronavirus

En estos días en los que la palabra coronavirus es sinónimo de saturación, he pensado mucho si escribir o no este artículo. Y ha ganado el sí porque voy a tratar un aspecto que, quizá, se ha dejado un poco de lado.

No creáis que voy a hablar de los sanitarios, aunque lo haré solo un poquito, por la parte que me afecta. Y también pasaré de puntillas sobre otros colectivos, aunque también les rendiré mi pequeño homenaje. Mi artículo quiere ser un aplauso para quienes, como mi hijo, encuentran motivo de superación en cualquier experiencia de vida. Aunque se llame coronavirus.

He pensado mucho el título, y la palabra héroes me vino enseguida a la mente. No cabe duda de que, después de los enfermos, los sanitarios hemos sido los segundos protagonistas. La actitud de todo el mundo, esos aplausos que nos regalan desde los balcones, la respuesta de los ciudadanos a ese lema de #YoMeQuedoEnCasa son, para nosotros, el mejor de los regalos. Ni todos los salarios del mundo valen lo que vale sentirnos apoyados por la gente de a pie, que no por los responsables políticos, ni por su gestión, ni por la escasez de mascarillas, ni por… pero he dicho que no iba a hablar de eso, así que mejor me quedo en el aplauso que os quiero dedicar, en nombre de mis compañeros y mío, porque, para nosotros, que estamos en primera línea en la trinchera, vosotros sois nuestro gran refuerzo en la retaguardia.

Y después de los sanitarios quiero agradecer la labor de muchos otros, aunque seguro que alguno se me olvida, por lo que me disculpo de antemano. Me refiero a las fuerzas de seguridad, a todos los que trabajan en cualquier campo de la industria de la alimentación, desde el agricultor o el ganadero hasta el que nos atiende, armado de valor, guantes y mascarilla, en la carnicería o en el súper, guardando la distancia de seguridad. Pasando, claro está, por transportistas, distribuidores, etc. A los equipos de limpieza, a los empleados de las funerarias, a los cuidadores de personas dependientes, a los voluntarios que se ofrecen para hacer recados, comprar medicinas, a los que atienden las gasolineras. A los profesionales que atienden a mi hijo y a otros como él que, sin tener obligación, le envían un video para saludarlo, le envían fichas para hacer en el ordenador y que se las devuelva por correo, o le piden una foto como la que cierra este artículo para juntarla con otras fotos de otros compañeros y formar entre todos una piña que difunda ese mensaje tan importante para ganar esta lucha.

Y ahora voy con esos otros héroes que me han inspirado este artículo y que, en mi caso, están representados a la perfección por mi hijo.

Los que me conocen saben que soy madre de un joven con TEA (Trastorno de Espectro Autista) que ha roto todas las estadísticas. Su pronóstico era desolador, pero nos pusimos el mundo por montera y hoy es un chico feliz, un habitante del mundo con pleno derecho, porque hemos peleado como leones y nos hemos ganado a pulso todo lo que tenemos. Y, en esta crisis del coronavirus, hemos tenido dos momentos puntuales que lo convierten, a mi parecer, en un héroe. A él, y a los que son como él. El primero que os voy a contar es más anecdótico, pero servirá como pincelada para que quienes no conocen bien las características del autismo se hagan una idea. Y el segundo… bueno, ese es otra historia. Pero vamos por partes.

Cuando se declaró el estado de alarma, Javi, que todos los días tiende su albornoz después de la ducha, me preguntó:

–Mamá, ¿tiendo el albornoz dentro, en el lavadero?

Yo miré por la ventana. Hacía sol, no vi nubes por ningún sitio, y, al pronto, no comprendí la razón de su pregunta. Debéis saber que las personas con autismo son muy literales, no entienden de dobles sentidos, ni cosas así, pero estoy tan compenetrada con Javi que a veces se me olvida y me pilla despistada, así que le respondí con otra pregunta:

–¿Por qué ibas a tender dentro de casa, Javi? Hace buen día y no creo que llueva.

–Pues para mantener el confinamiento, mamá.

Por poco me derrito allí mismo de ternura. Le expliqué que el confinamiento se refería a no salir de casa, pero que podía subir a la terraza cuantas veces quisiera, a mirar el mar. A Javi le encanta caminar, damos paseos de dos horas varias veces a la semana, y adora todo lo relacionado con la playa, el paseo marítimo, el viento, el clima, etc. Por suerte vivo cerca de la playa y desde nuestra terraza puede ver el mar. Ya podréis imaginar lo contento que se puso.

Bueno, pues hasta ahí, esa es la primera noticia, que da paso a la siguiente, que se produjo hace solo dos días.

El escenario es muy parecido: todos en casa, llevamos ya varios días de confinamiento, yo estoy con el ordenador y él viene a mi despacho.

–Mamá.

–Dime, Javi.

–He escuchado en la tele una noticia muy interesante.

–¿Ah, sí? –Tampoco le hago excesivo caso. Al fin y al cabo hablamos mucho todos los días y le encanta conversar de todo, de modo que estoy acostumbrada a interacciones variadas–. ¿Y qué han dicho?

–Que quien tenga autismo puede salir a dar paseos acompañado de un familiar si lleva su certificado.

Él sabe que es una persona con autismo. Lo tiene tan asumido como yo, por ejemplo, sé que soy una persona habladora, o que su abuela sonríe a todas horas. Y su lenguaje es siempre muy formal y correcto, como saben quienes lo conocen, y más cuando se trata de comentar noticias o acontecimientos. Le hemos trabajado mucho la comunicación, y le encanta y nos encanta que se exprese a su manera, tan personal y “académica”, por llamarlo de algún modo. Así que su comentario no me extraña, pero sé que espera una respuesta por mi parte y se la doy en forma de otra pregunta:

–¿Y tú qué opinas de eso?

En el fondo espero que me diga algo como “¡qué bien!” o “entonces podemos salir a dar paseítos” o algo así, pero su respuesta me desarma por completo.

–Pues me parece muy bien, pero yo creo que eso debe servir para niños pequeños que se pongan nerviosos si se quedan en casa, como me pasaba a mí cuando era pequeño, o para los que no entiendan bien lo que está pasando. Pero yo estoy muy bien informado y además estamos haciendo estiramientos en casa y me asomo a la terraza muchas veces al día, así que creo que es mejor que no salgamos y nos quedemos en casa para dar ejemplo y ayudar a que todos hagan lo correcto.

A ver, ¿es, o no es para comérselo a besos?

Por eso, porque hay gestos como el suyo en miles de hogares, porque hay personas que no salen en las noticias pero que aportan su grano de arena, he querido hoy rendir un homenaje a esos héroes silenciosos.

Por eso hoy aplaudo yo también. Por todos nosotros, por los sanos y por los enfermos, por vosotros que estáis regalándome vuestro tiempo al leer esto, y por ellos, por todos ellos, que, en la lucha contra el coronavirus, están también hombro a hombro, a nuestro lado.

Gracias.

Adela Castañón

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Serendipias y sincronías. Cuando el universo nos guía

Hace poco estaba sentada enfrente de mi escritorio y miraba por la ventana. El sol iluminaba a los niños que jugaban en el parque. Sonreían muy alegres y sin preocupaciones. Mientras veía pasar la vida me vino a la mente lo maravilloso que sería hacer un retiro. Tener unos minutos de introspección, no pensar en nada concreto y relajarme. Salir de la ciudad durante un fin de semana, recibir los rayos del sol y estar sonriente, ¡tan alegre como aquellos niños! Tenía mucho trabajo, así que continué con mis actividades. Después de unos minutos hice otra pausa y, de repente, mientras leía una información en Google, apareció. ¡No lo podía creer! Tenía la idea en la mente. Era un “me gustaría”, no lo estaba buscando en realidad, pero llegó como si lo hubiera pedido en voz alta. Como si le hubiera contado a un amigo: “oye, quiero hacer un retiro, ¿sabes de alguno para este fin de semana?”. Fue igual que cuando pienso mucho en una persona y a los pocos minutos me llama o cuando llueve a cantaros y olvido la sombrilla, pero el sol resplandece en el horizonte al momento de salir. Llegar en el instante perfecto. ¡La vida está llena de sincronías!, pensé.

El descubrimiento consiste en ver lo que todos han visto y pensar lo que nadie ha pensado. Albert Szent-Gyorgy

Carl Jung, médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo, fue quien creó el término “sincronicidad” para hacer referencia a “la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido, pero no de manera casual”. Después de muchos años de estudios e investigación, Jung concluyó que existe una conexión entre el individuo y su entorno y que esta conexión en determinados momentos genera una atracción que termina por crear circunstancias coincidentes, que tienen un valor específico para las personas que las viven, con un significado simbólico. En sus análisis observó que una experiencia sincrónica suele aparecer en momentos inesperados, siempre en el momento exacto, cambiando incluso la dirección de nuestras vidas e influyendo en nuestros pensamientos. Pero para que esto suceda tenemos que estar atentos a las señales y al mundo.

Jung escribió “Synchronicity” con el apoyo de Wolfgang Ernst Pauli, físico teórico y ganador del Premio Nobel de Física en 1945. En esta obra expone su teoría y aplica el concepto a la parapsicología, la previsión y la premonición, incluso al I Ching, a la astrología y a otros campos que no son científicos. Estaba convencido de que la vida no consiste en una serie de eventos inconexos, sino que es la expresión de un orden más profundo al que él y Pauli llamaban Unus mundus (un mundo)realidad unitaria a partir de la cual todo emerge y a la cual todo retorna. No hay una traducción lineal del significado de estas coincidencias. Su interpretación es abierta, cercana a la interpretación de los sueños. Como afirma el psicoterapeuta Piero Ferruci: “es la intuición la que capta la sincronía y la dota de significado”.

Si no experimentas casualidades, algo va mal. Deepak Chopra

Para Deepak Chopra las coincidencias o casualidades son sincrónicas. Son el comportamiento fundamental de la naturaleza. Todas las señales son sincronías que nos marcan el camino a seguir. Serendipias, descubrimientos o hallazgos afortunados e inesperados.

Algunos estudios revelan que nuestro cerebro tiene la capacidad de abstraerse a realidades específicas, dejando fuera una mezcla de experiencias a fin de enfocar la atención hacia lo que desea nuestra conciencia. A esto se le llama “atención selectiva”, pero la información a la que el cerebro aparentemente no está prestándole atención queda registrada dentro de los circuitos neuronales, por lo que al empezar a observar de forma holística un suceso podríamos recordar detalles que antes no tuvimos en cuenta.

Muchos críticos de las ideas de Jung han tratado de demostrar que lo que proponía no es cierto. Y aunque existen quienes desvirtúan sus ideas, también ha tenido muchos adeptos que con el paso del tiempo han fortalecido su teoría, porque la sincronicidad es un principio que funciona fuera de las leyes de causa y efecto. Son coincidencias que llegan en el momento oportuno, como si alguien estuviera leyéndonos la mente. Como si el universo estuviera tratando de guiar nuestros pasos y nos ofreciera un poco de ayuda.

Para mí, sincronía y serendipia son palabras mágicas que abren la puerta a un mundo de experiencias inesperadas y, a su vez, deseadas. Estoy convencida de que, con mucha práctica, podemos llegar a entrenar nuestra intuición y darle un nuevo sentido a todas esas situaciones que llamamos casualidades.

La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes. John Lennon

 

Mónica Solano

 

Imagen de Mónica Solano

Organizando un mundo imaginario

Hace unas semanas, a esta misma hora, me preparaba para viajar. Llevaba muchos meses planeando un viaje de treinta días. El check list era bastante extenso: ¿tenía el pasaporte al día? ¿Qué requisitos debía preparar para entrar a los países que quería visitar? ¿Cuáles serían las exigencias de las aerolíneas? ¿Cuánto equipaje podría llevar? ¿Qué lugares no podía dejar de visitar? ¿Qué idioma?…

La última semana, mientras organizaba una carpeta con todo lo que debía presentar en inmigración, me vino a la mente lo complicado que es viajar para algunas personas, dependiendo de su nacionalidad. Aunque en Colombia ahora es más fácil que hace algunos años. Todavía se me sube la bilis cuando voy a abordar un avión para salir del país. Pero me encanta viajar, así que vale la pena lidiar con las náuseas.

Como les he contado en varias oportunidades, estoy escribiendo una novela en la que los personajes viajan a través de portales o con cristales de teletransportación. ¡Qué fácil sería si pudiéramos viajar así! ¿Verdad? No necesitan Visa, solo un cristal que les dan a los once años y caminar al portal más cercano y, ¡ya está! Pueden ir adónde quieran. ¡Qué linda sería la vida si no existieran las fronteras! Y si no tuviéramos que hacer tantos trámites para recorrer el mundo.

Uno de mis personajes preparara un viaje más o menos así:

Empacaría una mochila con bocadillos, tinta y una libreta. Iría al portal más cercano, pondría el cristal sobre una torre, digitaría las coordenadas en el tablero, entraría y listo. ¡Ya está!

La respuesta a la pregunta: ¿cuántos días me voy a quedar? En realidad, no importaría.

Esto no significa que no haya leyes en mi planeta, claro que las hay, pero no limitan conocer e interactuar con otras culturas. Esta es una de las cosas maravillosas de mis historias de ficción, que todo siempre puede ser como lo sueño. Como me gustaría que la vida real fuera también.

Cuando me enfrenté a esa parte de mi novela en la que debía decidir cómo convivirían todos los habitantes del planeta, un segmento muy importante fue la organización política, y ahí entraban el estado y las naciones, los órganos para mantener la soberanía, el territorio ocupado, la política internacional y por supuesto las leyes.

Primero inicié con una extensa lista de preguntas como, por ejemplo: ¿mi civilización tendrá unas leyes que en nuestra sociedad serían corrientes? ¿Reflejarán la moral de la época? ¿Estarán implícitas? O ¿Serán explícitas? ¿Serán iguales en todas las comunidades?

Cuando terminé la lista y empecé a darle respuesta a cada pregunta, descubrí que, independiente de las respuestas, las leyes que definiera tenían que ser importantes para el argumento y para la vida de la población.

La estructura política es lo que define a una civilización como grupo y cómo se relaciona con las demás. Puede que no sea determinante para la historia, pero tenerla clara nos ayuda a sentar sus bases. Lo primero que debemos hacer es constituir un estado, porque los habitantes tienen que organizarse y tener una identidad común, reconocible a partir de creencias y símbolos comunes. Hay muchos tipos de estados, desde monarquías, parlamentos plurales, oligarquías o incluso anarquías. Para establecer el tipo de estado debemos tener en cuenta tres aspectos fundamentales: la administración, el orden jurídico y quién ejerce el poder. También debemos comprender desde un punto de vista histórico, cómo ha llegado un estado a ser como es y no podemos olvidar el aspecto evolutivo, por ejemplo, si en la actualidad existe una democracia, ¿qué era antes?

Toda civilización debe tener métodos para mantener el orden. Un estado, independientemente de la relación que tenga con la población, siempre se asegurará de tener órganos que le ayuden a preservar el orden. Conocer estas fuerzas y la manera en que actúan en relación gobierno-sociedad nos ayudará a crear ambientes más realistas. Aunque existen tres principales poderes en un estado, que pueden estar divididos y formar órganos independientes o estar centralizados en la cabeza del poder, las posibilidades son infinitas. No hay restricción para divertirnos creando la forma que más nos guste.

Debemos tener en cuenta que los habitantes de una civilización podrían no tener un origen común. Tener una lengua, una cultura y una idiosincrasia diferentes. Por ejemplo, en Canción de Hielo y Fuego de George R.R Martin, en Poniente, donde están los Siete Reinos, impera un único estado, concretamente una dictadura, cuya capital es Desembarco del Rey, pero en ella conviven diferentes naciones, como por ejemplo Invernalia y Dorne.

Al crear nuestras civilizaciones y las leyes que las rigen debemos tener en cuenta que existen naciones que se agrupan formando un estado, naciones que forman un único estado y naciones sin estado en las que gobierna el desorden. A la hora de planificar esta parte en una historia podemos optar por crear una guía para cada nación en la que se describan las características. Esto nos ayudará a administrarla y a comprenderla mejor. Cuando creamos nuestra civilización y definimos su estructura política, es momento de preguntarnos qué relaciones tendrá con las civilizaciones vecinas. Esto es determinante para saber cuál es la vida de la población, puesto que en estados de guerra el panorama cambia.

Conocer el estado de la política internacional es fundamental, porque la vida de los habitantes depende de las decisiones que se tomen hacia el exterior. Así como en la planeación de mi viaje, aunque en la historia no se detalle toda la estructura de la comunidad, si alguien va a visitar otro lugar del planeta debe conocer cuáles son los requisitos para poder entrar en ese territorio, además de cuáles son las características, la cultura, las costumbres y si en esa época del año hace frío o calor. Porque no está de más conocer si es invierno y necesitará un buen abrigo.

Mónica Solano

 

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Mi primer diario de gratitud

En esta época es costumbre tomarnos unos minutos para reflexionar. Evaluamos los objetivos que nos propusimos cuando comenzó el año, hacemos un balance de lo bueno y de lo malo, y nos planteamos nuevas metas. Para mí es, además, una excelente oportunidad para agradecer. Y para contarles que este año he descubierto una herramienta maravillosa que se puede emplear todos los días.

El diario de gratitud

Esta herramienta nos permite centrarnos en esos pequeños detalles que nos traen alegría y satisfacción, en esos detalles que ocurren a lo largo del día y que a menudo pasamos por alto. Con el diario de gratitud podemos reencontrar el equilibrio, abandonar el papel de víctimas y aprender a quejarnos menos. Y de este modo asumimos una actitud más proactiva.

La gratitud es un sentimiento muy beneficioso. Cuando la cultivamos, cambiamos nuestra forma de pensar, dejamos de centrarnos solo en lo negativo y aprendemos a valorar las cosas positivas. De esta manera desarrollamos una perspectiva global.

Un diario es una bitácora, un registro donde anotamos las cosas que nos suceden día tras día. También sirve para anotar nuestros deseos y secretos, o para, de alguna forma, crear un relato de vida. La psicología positiva utiliza el diario de gratitud para ayudarnos a conocernos mejor y para que reconozcamos las cosas maravillosas de la vida. Con un buen uso del diario podemos alcanzar el bienestar, la salud mental y emocional, y así podremos enfrentarnos de una mejor manera a los problemas cotidianos.

“Plasmar pensamientos y sentimientos en un papel es una de las mejores formas de apaciguar nuestros estados mentales y emocionales. Nos proporciona claridad, equilibrio y serenidad”. Mindful Science

Desde hace unos meses sigo en Facebook a Mindful Science, un grupo que se dedica a ofrecer programas online para fomentar la practicas de atención plena (mindfulness), y en su blog descubrí el diario de gratitud. Le dedicaban un artículo y planteaban un reto. Se trataba de escribir las cosas por las que nos sentimos agradecidos. Al menos durante 21 días. Y, como adoro los retos, sin pensarlo mucho me sumé a la idea. Compré una libreta, escogí un horario y empecé. A medida que iba escribiendo comenzaron a pasarme cosas interesantes.

Primero me di cuenta de que tengo mucho de que sentirme agradecida y comencé a ver la vida desde otra perspectiva. Me hice más consciente de todo lo bueno que me rodea y de lo que realmente me hace feliz. También me di cuenta de que hay cosas que no necesito para estar bien, como un auto de lujo o una casa más grande. Muchas veces nos pasamos el tiempo deseando lo que ya tenemos. Bueno, no tengo un auto de lujo, pero sí tengo uno en el que puedo viajar a todas partes.

Durante estas semanas he podido comprobar que, como dicen los psicólogos Robert Emmons y Michael McCullough, el diario de gratitud nos sitúa en las circunstancias reales, nos reorganiza el pensamiento y nos hace conscientes de todas aquellas cosas positivas y deseables que tenemos en nuestra vida. Estos estudios han identificado una amplia gama de beneficios derivados del simple acto de escribir todo aquello por lo que estamos agradecidos como, por ejemplo, una mejor calidad de sueño, menos enfermedades, un sentido positivo de bienestar, empatía con otras personas y un mejor desarrollo de habilidades cognitivas, entre otros.

La gratitud es una actitud con la que reconocemos un beneficio y lo damos por hecho. Tenemos muchas razones para agradecer. Debemos mirar todo lo bueno que tenemos como un regalo. Cuando somos agradecidos nuestra mente se centra en lo que tenemos y no en lo que nos falta. Ese simple hecho nos hace mucho más felices.

“La gratitud puede transformar lo que tenemos en suficiente, una comida en un banquete, una casa en un hogar, y un extraño en un amigo. Por muy difíciles que sean tus circunstancias, estoy seguro que siempre existe algo por lo cual puedes estar agradecido.” El buscador

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Diario de la gratitud – Palabras Aladas

¿Cómo hacer un diario de gratitud?

A continuación, expongo doce sencillos pasos para crear y mantener un diario de gratitud, que me han funcionado de maravilla para no desfallecer en el intento:

  1. Lo primero, tu actitud: decide conscientemente que quieres ser más agradecido, y establece el firme propósito de rellenar tu diario cada día.
  2. Crea una meta: establecer metas nos ayuda a motivarnos e inspirarnos. Puedes plantearte un objetivo inicial de varios días, varias semanas, varios meses, lo que resta de año.
  3. Elimina toda excusa que te impida escribir: cuando las excusas aparezcan, recuérdate interiormente lo importante que es para ti esta prioridad que has establecido en tu vida. Son solo unos minutos y los beneficios personales y sociales son innumerables.
  4. Dedica un cuaderno o libreta exclusivamente a tus notas de gratitud: esto le confiere a tu diario su propia entidad, de modo que se convertirá en un símbolo de gratitud.
  5. Escoge un momento del día para escribir: escribir en tu diario de gratitud cada noche, antes de acostarte, puede ayudarte a ver con mayor claridad lo que ha sucedido en una secuencia temporal completa. Escribir al despertarte puede ayudarte a enfocar tu día con una actitud más amable. Tú decides cuándo hacerlo. Sé consciente de lo que mejor funciona para ti.
  6. Crea recordatorios: alarmas en tu teléfono, marcas en tu calendario, una nota en la cabecera de tu cama o tu mesita de noche.
  7. Agradece libremente y sin restricciones: dicen los expertos que 5 o 10 cosas por las que sientes gratitud son un buen número. Sin embargo, esto es solo una orientación. Puedes escribir tanto como quieras en tu diario de gratitud. 
  8. La belleza de las pequeñas cosas: aunque puedes agradecer por tu familia, tu trabajo o tu salud, a veces pequeños detalles son suficientes para marcar la diferencia (te encontraste con ese amigo, viste aquella película, te gustó tu almuerzo, aquel suceso te hizo reír…).
  9. Entra en detalle: elabora en detalle cada cosa en particular por la que estás agradecido. Esto te puede reportar mayores beneficios que crear grandes listas superficiales con muchos elementos. Mejor tómate tu tiempo para profundizar y dedícale unas cuantas líneas a cada parte.
  10. Personaliza: centrarse en las personas por las que nos sentimos agradecidos tiene más impacto que enfocarse solo en cosas materiales.
  11. Sorpresa, sorpresa: al parecer, los eventos inesperados o sorprendentes tienden a suscitar mayores niveles de gratitud.
  12. Sé constante, escribe a diario: este estudio de Sonja Lyubomirsky y sus colegas encontró que las personas que escribieron en sus diarios de gratitud una vez al día durante ocho semanas reportaron aumentos de felicidad y bienestar; la gente que escribió tres veces por semana no lo hizo.

Como les contaba al principio, cuando comencé a escribir mi diario de gratitud el reto consistía en escribir 21 días seguidos, ya llevo más de 60 y se ha convertido en una práctica innegociable. Todas las mañanas, antes de iniciar mi rutina, escribo cinco cosas por las cuales me siento agradecida (un nuevo día, escribir, mi familia, una buena peli, Mocade …). Lo más interesante del ejercicio es que todos los días encuentro algo diferente por lo que estar agradecida. Para cerrar este artículo, quiero compartir con ustedes este poema del libro En todo, dar las gracias, que nos permite identificar momentos de gratitud.

Ser Agradecido

Agradece el no tener hoy todo lo que deseas. Si lo tuvieras, ¿qué ilusión quedaría para mañana?

Se agradecido cuando no sepas algo. Pues ello te da la oportunidad de aprender.

Se agradecido en los momentos difíciles. Son una enorme oportunidad para crecer.

Se agradecido en tus limitaciones. Porque te dan la oportunidad de mejorar.

Se agradecido en cada nuevo reto. Porque van a construir tu fuerza y tu carácter.

Se agradecido con tus errores. Ellos te enseñarán lecciones valiosas.

Se agradecido cuando estés cansado y fatigado. Eso significará que ese día has marcado una diferencia.

Es fácil ser agradecido por las cosas buenas. Una vida verdaderamente plena viene para aquellos que también agradecen los contratiempos.

La GRATITUD puede convertir lo negativo en positivo.

Encuentra una manera de estar agradecido por tus problemas, pues pueden llegar a convertirse en tus bendiciones.

 

Mónica Solano

 

Imagen de Mónica Solano

 

Aromas, esencias, fragancias, ¡olores!

Hace unos días pasé por una cirugía para conseguir respirar mejor y viví una experiencia bastante particular. Tuve la oportunidad de conectarme con el olfato, mi sentido más deficiente. Estuve seis días sin poder oler nada. ¡Sí! Nada. Y fue terrible. A mi alrededor todo parecía un poco muerto. Aunque podía maravillarme con colores vibrantes, deleitarme con formas atrayentes y degustar sabores únicos, me faltaba algo. Era como si mi experiencia de vida estuviera incompleta.

Cuando me sentaba en la mesa y veía humear la comida recién preparada, me resultaba frustrante no percibir ningún olor. Podía imaginarme que el cilantro con su aromática esencia me haría estornudar o que el olor dulce y suave de la piña madura me dejaría un gustillo azucarado en la punta de nariz. Pero solo podía imaginármelo. No podía percibirlo y mucho menos combinarlo con el resto de mis sentidos.

Pensé en El Perfume de Patrick Suskind. Estoy segura de que así se debían sentir las personas cuando estaban cerca del pequeño Jean Baptiste Grenouille que, en medio del hedor del pescado y la basura, no emanaba ningún olor. Al igual que a Jean Baptiste me obsesionan los olores. Como acabo de decir, el olfato es mi sentido más deficiente y podrán comprender que mi dificultad para captar los aromas me hiciera sentirme más sensible.

Como ha solido pasarme con otras experiencias, esta también me llevó a pensar en la importancia de incluir los cinco sentidos en mi escritura. Y en este artículo me gustaría hablar de la importancia del olfato.

Cuando estoy leyendo y me encuentro ante una escena en la que el personaje camina por una playa, soy consciente de que el narrador me muestra cómo la brisa le acaricia la piel y le deja un sabor salado en la boca. La arena se desliza entre sus dedos y en la planta de los pies le quedan pequeñas marcas. Veo cómo el mar se funde con un cielo azul resplandeciente que hace picar los ojos y el personaje necesita parpadear varias veces para calmar el ardor. Al final puedo imaginar una bandada de gaviotas que se lanzan en picada contra el agua y salen con un pez chapaleando entre la boca. Su aleteo se oye por toda la playa. Me doy cuenta de que puedo recrear perfectamente el escenario, pero algo me falta. El personaje hunde sus pies en la arena y sus pensamientos vienen y van en un atardecer perfecto. Y entonces hago una pausa y me pregunto: ¿A qué huele? ¿A qué huele en el momento en que camina sumergido en sus pensamientos? ¿Huele a pescado y mariscos? ¿A sal? ¿A mar? Pero, ¿a qué huele el mar? Puede que a una combinación de gases refrescados por la biodiversidad vegetal y animal del océano. O quizás puede que sea tonto preguntármelo porque todos sabemos a qué huele el mar. Pero, ¿sería suficiente si en la escena el narrador me contara que olía a mar? ¿Estaría la escena completa?

Me pregunto qué pasaría si el personaje viera a pocos metros a una joven que está tumbada en la arena con un bikini de flores y un sombrero de ala ancha que le cubre el rostro. Entonces me imagino la escena.

El personaje camina hacia ella y cuando está a unos pasos siente un olor almendrado. Ese potente aroma le entra por la nariz y le desgarra los pulmones. De repente recuerda esa fragancia, le resulta familiar. Ha convivido con ella durante más de veinte años. La joven usa el mismo bronceador que se aplicaba su esposa, fallecida hace unas semanas. Si cierra los ojos, le parece sentirla todavía a su lado, como cuando pasaban horas tendidos bajo el sol en esa misma playa.

Definitivamente el olor marca una diferencia en la narración porque es especifico. El olor a mar no es suficiente para esta escena, puesto que me permite recrear un momento cualquiera. Pero si hablo del olor a almendras que emana del cuerpo de una mujer, me conecta de una forma más personal y más profunda con la relación que tenía el personaje con el amor de su vida.

Sin la presencia de ese aroma concreto, puede que el personaje se encuentre con la joven, que pase de largo, que siga disfrutando del mar y de la brisa, y que más adelante nos enteremos de que hace unas semanas perdió a su esposa. Podríamos incluir otros sentidos como por ejemplo el tacto. O podríamos hacer una combinación de sentidos. Pero si no incluimos el olfato, ¿lograríamos el mismo impacto? Yo creo que no, porque los recuerdos que nos evocan olores tienen más fuerza y más carga emocional que los recuerdos que evocamos con otros sentidos.

Y todo esto se debe a que el bulbo olfativo es una parte de nuestro sistema nervioso central que se encarga de dar un significado a los olores que nos entran por la nariz. Cuando recordamos algo asociado a un olor, ese recuerdo tiene una amplia carga emocional. Hay una fuerte conexión entre en el sentido del olfato y nuestra memoria. Cuando olemos algo nos lleva a un momento concreto del pasado y, junto a los recuerdos, nos trae las emociones y los sentimientos del momento que estamos evocando.

Es fácil describir formas, porque cualquiera puede imaginarlas sin mucho esfuerzo. Pero les confieso que cuando se trata de un olor me parece muy difícil. No basta con decir que, mientras el personaje camina, la frescura del mar lo envuelve y se encuentra con un aroma conocido. El narrador debe ir más allá y conseguir que el lector pueda olfatear lo mismo que el personaje por unos segundos. Y que en ese instante le surja un recuerdo. Por eso debemos ser muy cuidadosos en las descripciones y relatar con gran fidelidad lo que está sintiendo el personaje.

Conectarme de una manera más íntima con mi sentido más deficiente me ha hecho darme cuenta de que en la escritura no es suficiente mostrar y no limitarnos a contar, sino que es muy importante dar un paso más: conseguir que el lector vibre con nuestra historia. Y esto solo lo lograremos si escribimos para que pueda experimentar cada escena con los cinco sentidos.

 

Mónica Solano

 

Imagen de PublicDomainPictures

Pequeñas acciones = Grandes cambios

Hace unos días recibí un hermoso comentario de una de nuestras lectoras, que revolucionó todo a mi alrededor. Me sentí muy complacida al saber que lo que escribo mueve a otras personas, y así se lo manifesté. Gracias a sus palabras, experimenté una satisfacción única. Luego mi amiga Adela me sorprendió con una publicación en Mocade, inspirada en ese mismo artículo. No podía estar más feliz. Fue mágico, me sentía espléndida. En ese momento pensé en lo increíble que resulta el impacto que logran las pequeñas cosas.

Hay momentos en los que me pongo a reflexionar sobre cómo lograr un impacto positivo en el mundo. Pienso que me gustaría dejar huella y formar parte de las acciones que revolucionan y transforman. Pero la mayor parte del tiempo creo que tienen que ser cosas inmensas, cosas que estén fuera de mi alcance porque soy una simple mortal. Siempre tiendo a magnificarlo todo y a pensar que, si no es lo suficientemente grande, no funcionará. Desde hace unos meses estoy convencida de que estaba equivocada.

 

El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo.

 

La teoría del efecto mariposa nos enseña que un pequeño cambio en cada una de las variables que afectan el comportamiento de un sistema puede producir grandes cambios en el mismo. Le debemos el término al meteorólogo estadounidense Edward Norton Lorenz, un pionero en el desarrollo de la teoría del caos. Y nos plantea que, según las condiciones iniciales de un determinado sistema, el más mínimo cambio puede provocar que progrese. De esa forma, el simple e imperceptible aleteo de una mariposa introduce una variable que condicionará cómo se desencadenarán los acontecimientos en el resto del mundo. Si, por ejemplo, aplicamos esta teoría al cambio de hábitos, conseguiremos ver que las cosas no son tan difíciles como suponíamos, porque pequeñas acciones podrán dar lugar a grandes cambios.

 

Hace algunas semanas, en el blog de Mujer Holística observé que María José Flaqué cerraba sus artículos con lo siguiente:

P.S. Esta es mi entrada No. 92 del Proyecto de 100 Días

Fui hacia atrás en sus publicaciones y encontré que hacía unos meses había publicado el artículo “El proyecto de 100 días y mi compromiso”. En ese momento se había comprometido a escribir un artículo diario para el blog de Mujer Holística durante cien días y documentarlo en su cuenta de Instagram. Ese era el primero del proyecto. Hace unos días escribió el número cien:

La razón por la cual me comprometí a hacer un artículo por día fue porque me costaba mucho sentarme a escribir y además analizaba todo lo que plasmaba en palabras escritas, mil veces antes de publicarlo. Apretar el botón de publicar era todo un tema, tenía que estar todo perfecto y tardaba días en decidir si me gustaba lo que había creado. Ahora no.

Me pareció fantástico y me identifiqué con sus palabras. Investigué un poco más sobre esta iniciativa y esto fue lo que encontré:

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#The100DayProject es un proyecto artístico de un profesor de la Universidad de Princeton, que animó a sus alumnos para que, durante cien días, escogieran un tema, realizaran algo artístico y lo documentaran en un diario o en algo similar. A raíz de esto, Elle Luna (artista y autora del libro The Crossroads of Should and Must: Find and Follow Your Passion) y Lindsay Jean Thomson, creadora de la plataforma de empoderamiento de la mujer Women Catalysts, le dieron continuidad al reto en https://the100dayproject.org. La edición de este año se realizó el 4 de abril.

La dinámica es muy sencilla: primero escoges una acción que quieras realizar durante cien días, luego te comprometes públicamente a realizarla y ¡ya está!, solo resta ponerte a trabajar.

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Navegando por la Web, he visto que muchas personas se han adherido a este proyecto, y ¿cómo no formar parte de algo tan inspirador? Porque esta iniciativa pretende despertar la creatividad y mantenerla viva a través de pequeños actos diarios. Cualquier persona puede participar. El objetivo es emprender una acción que impulse un cambio en nuestros hábitos, en nuestro estilo de vida o que nos permita sacar adelante aquello que tenemos entre manos y no hemos podido llevar a cabo, por las razones que sean. Lo importante es comprometernos y trabajar todos los días, a pesar de las dificultades que se nos presenten en el camino.

La semana pasada empecé la última etapa de mi proyecto de novela, pero ha sido un suplicio sacar el tiempo necesario para sentarme a escribir. Siempre tengo una excusa, un contratiempo, un “pero” y, al igual que le pasaba a María José, me cuesta un montón dejar de darle vueltas y vueltas a todo, lo que hace más difícil avanzar. Escribir forma parte de mi propósito de vida. Compartir mi imaginario y poner a volar la imaginación es mi meta. Por lo tanto, hoy me uno al proyecto de los cien días y, como sé que soy bastante complicada, elegí algunas reglas y me marqué unos objetivos concretos y alcanzables para facilitarme el proceso:

 

  1. Mi proyecto consistirá en escribir 10 páginas diarias de mi novela (mínimo 1.600 palabras al día).
  2. Sin correcciones. Solo escribir y escribir.
  3. Lo haré todos los días en la noche. A la misma hora.
  4. No soy mucho de publicar cosas personales en redes sociales, pero creo que este motivo se merece el esfuerzo, así que todos los días publicaré en mi Facebook cuando cumpla con el reto: #hoyescribí10páginasdemiproyectode100días
  5. Mi regla principal será disfrutar y deleitarme con cada minuto de escritura.
  6. ¡Las reglas son para romperlas! Si un día no puedo escribir a la misma hora, pues lo haré más tarde o más temprano, o si me toma más tiempo del planeado, escribiré más. ¡Esto no es una camisa de fuerza!
  7. Tener a la vista la regla número cinco: Lo más importante es ¡disfrutar!

 

Al principio de este artículo les decía que las pequeñas cosas también marcan la diferencia, como por ejemplo escribir algo que inspire y que logre robarle una sonrisa a una persona que la necesita o recibir una buena crítica que nos alimente y nos ponga en movimiento. La mayor parte del tiempo no somos conscientes de que tenemos la suerte de despertar otro día y de que, una vez más, podemos agradecer que en el mundo todavía hay cosas buenas y que las estamos recibiendo. No necesitamos grandes acciones para lograr un impacto en lo que nos rodea. Solo tenemos que estar dispuestos a hacer pequeños cambios en nuestros hábitos que nos conviertan en entes transformadores, que roben algunas sonrisas y que sean fuente de inspiración.

Hoy será mi primer día del proyecto. En mis próximas publicaciones les contaré cómo voy y, cuando finalice, les compartiré el resultado.

Mónica Solano

Imágenes de #The100DayProject y Anja

El uso de los americanismos

Soy de América Latina, pero debo confesar que no conozco todos los modismos propios de mi región. Cuando me pongo a escribir un relato o un artículo, si tengo dudas con alguna palabra, siempre me remito a la Real Academia Española (RAE). Pero hace poco descubrí el Diccionario de americanismos, un repertorio léxico que recoge todas las palabras propias del español de América. Y, sí, puede que esta maravillosa herramienta de consulta exista desde hace varios años, pero yo no la conocí hasta hace unas semanas. Un día, en clase de corrección de estilo, el profesor tuvo la grandiosa idea de compartirnos las mejores fuentes para resolver dudas con el español. Aunque esta historia no comienza con el profesor escribiendo las fuentes en una pizarra. En realidad, todo se desató con un artículo que leí en Internet y que se titulaba “Precipitud inconveniente”. En ese momento me pregunté si la palabra precipitud sería correcta. Inmediatamente consulté la RAE y encontré lo siguiente:

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¡La palabra no estaba registrada! Y había escrito el artículo un diplomático colombiano y, además, profesor universitario. Pero, ¿cómo puede cometer semejante error una persona con ese nivel de educación? Fue lo primero que me vino a la mente. Me sentí un poco indignada por el maltrato que le estaba dando a la lengua. Sin embargo, frené mi enojo, y le comenté a mi profesor lo sucedido. En ese momento ingresó en el Diccionario de americanismos, digitó la palabra “precipitud” y resultó que era una expresión correcta en Colombia y Panamá. Aún resuenan en mi cabeza sus palabras: “que no esté en la RAE, no significa que sea incorrecto”.

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Toda esta experiencia me hizo recordar que desde que inicié mi proceso de escritura me he venido cuestionando el uso de la lengua según el entorno o la cultura. Me parece sorprendente cómo puede cambiar el sentido de una palabra según el contexto y, sobre todo, el lugar en el que se utilice. Encontrar el Diccionario de americanismos ha sido de gran ayuda, porque desde ese momento, acudo a él antes de entrar en cólera y atreverme a afirmar que alguien atropella a la lengua. Y, como soy bastante curiosa, indagué un poco más y encontré lo siguiente:

 

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El Diccionario de americanismos es una obra descriptiva, no normativa, cuyo fin es ayudar al conocimiento del idioma y servir como herramienta de comprensión. En América se usa la mayor parte del español, por lo tanto, es importante conocer el significado de las palabras que se utilizan en este continente para poder comunicarnos mejor.

Según la RAE, los orígenes del Diccionario de Americanismos se remontan al siglo XIX, al tiempo que se constituían las primeras academias americanas de la lengua. Tiene entre sus características fundamentales las siguientes: es un diccionario descriptivo, que carece de propósito normativo y no da pautas para «el bien hablar o escribir»; un diccionario usual, que recoge los términos manejados con gran frecuencia de uso en la actualidad; un repertorio dialectal, pues se ocupa de los términos de todas las zonas americanas, desde los Estados Unidos hasta los de Chile y Argentina, en el extremo sur del continente; un repertorio diferencial, del que quedan fuera las palabras que, aunque nacidas en América, se usan habitualmente en el español general.

En mi búsqueda encontré que el primer diccionario de la RAE se publicó en el siglo XVII y que en primera instancia se consideró un diccionario del “español europeo”, al que de manera progresiva se le fueron añadiendo voces provenientes de América. Aunque el 80% del léxico se usaba en los dos continentes, se creía que el Diccionario de la lengua española (DRAE) no incluía los americanismos, por lo que a finales de dicho siglo surgió la necesidad de hacer un diccionario exclusivo del léxico americano. Hacia 1966, el filólogo paraguayo Marcos Augusto Morínigo, autor del Diccionario de las lenguas indígenas, escribió el Diccionario del español de América, del que existen varias ediciones posteriores. El lingüista y lexicógrafo alemán, Günter Haensch, siguió los pasos de Morínigo y en 1993 escribió el Nuevo diccionario de americanismos.

En todos los artículos y páginas que he consultado, he encontrado que en el DRAE solo se recogen las palabras comunes que se usan en todos los países donde se habla español. Durante muchas décadas se ha dejado de lado, en la selección oficial, la riqueza lingüística que tejen los pueblos latinoamericanos al inventar palabras para decir muchas cosas de manera más cercana.

Humberto López Morales, secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española, afirmó en un artículo del periódico El Espectador, en el año 2010 que, si algún lector encontraba, por ejemplo, la palabra “fregado” en una novela e intentaba ir al diccionario en busca de su significado, no lo encontraría. Y nadie le diría así que la palabra “fregado”, dependiendo de si se usaba en México, Colombia o Nicaragua, tenía acepciones distintas: “una persona que está en mala situación”, “algo que es difícil de solucionar” o alguien que simplemente “es inquieto”.

Todo lo que he expuesto me lleva a afirmar que el Diccionario de americanismos no recoge el léxico común a todos los hispanohablantes y, en cambio, recoge con bastante detalle la riqueza de vocablos que se usan de forma natural en los distintos países americanos de habla hispana.

El uso de la lengua que empleamos en nuestros relatos, desvela la visión que tenemos sobre algo, y es posible que esa visión nos llegue mediada por la de otras personas. Con nuestras aportaciones seguimos alimentando la construcción y la transformación del léxico de nuestros pueblos. Todo esto nos enseña que la forma de hablar de un territorio, así como sus creaciones artísticas, es determinante para comprender la historia de dicho lugar. El Diccionario de americanismos ocupa una parcela lexicográfica fundamental. Dadas sus dimensiones, ofrece una descripción fidedigna de la gran riqueza léxica del territorio americano, además de convertirse en testimonio del uso de determinadas palabras que pueden estar condenadas a su desaparición por culpa del proceso de internacionalización del español.

Mónica Solano

 

Imagen de Flockine

¿Escribimos mejor si nuestro estado mental es frágil?

“No hay nadie que no se vuelva poeta si el amor le toca, aunque hasta entonces haya sido extraño a las musas”. Platón

Hace unos días, mientras escribía un relato, mi hijo se acercó y me preguntó por qué me gustaban tanto las canciones tristes. En ese momento me di cuenta de que estaba sonando en mi Deezer: You and Whose Army? de Radiohead, una canción bastante melancólica. No me había dado cuenta de que, en mi proceso creativo, dispongo todo para tener un ambiente propicio y esto incluye un playlist de canciones nostálgicas. Esto me llevó a cuestionarme si para escribir necesitamos de un tipo especial de recogimiento. No es un secreto que para emprender un proceso creativo debemos tener un estado de ánimo adecuado, pero, ¿es la melancolía una fuente de creatividad? ¿La fuerza del inconsciente nos arroja hasta ese estado?

El proceso creativo

En su libro “Psicoanálisis de la experiencia literaria”, la catedrática de literatura Isabel Paraíso hace un resumen del trabajo realizado por Sigmund Freud sobre el proceso creativo, en el que plantea que la obra literaria, como toda producción cultural, surge en el inconsciente.

En sus análisis, Freud propuso el concepto de sublimación, que consiste en canalizar el impulso hacia una forma más aceptable y determinó que, para la creación de una obra de arte, el artista necesita psicoanalizarse a sí mismo. Este proceso lo llevó a cabo el pintor Salvador Dalí, quien encontró en el psicoanálisis los cimientos para el método paranoico-crítico como parte de una etapa de su evolución artística.

El proceso creativo es consecuencia de un elemento lúdico, onírico o fantasioso: si un niño al jugar se crea un universo propio, el escritor, al plasmar sus ideas en el papel, hace lo mismo. Para Freud, la literatura se engloba en un orden de cosas a las que también pertenecen los sueños y las fantasías e, incluso, los actos fallidos y afirma que el artista expresa de manera intuitiva lo que el psicoanálisis trata de explicar de manera científica.

En el delirio y los sueños en la “Gradiva” de W.Jensen, Freud analiza el proceso creativo, relacionándolo con el proceso neurótico. Demuestra que son las leyes psíquicas las que rigen la ficción y el sueño, y que tanto en la literatura como en la neurosis hay una clara separación entre la imaginación y el pensamiento racional, estableciendo una diferencia entre el contenido latente y el manifiesto. En la literatura se traduce como un material psíquico reprimido que lleva al escritor a la necesidad de escribir, de expresarse; siendo el arte una manifestación del inconsciente. La diferencia entre los sueños, los juegos, las fantasías y la literatura reside en que, en esta última, el escritor tiene que crear su contenido psíquico de una manera consciente, mediante el lenguaje. En palabras del psicólogo Carl Gustav Jung: “El ejercicio del arte constituye una actividad psicológica”.

“Todo el que confíe lo que sufre al papel se convierte en un autor melancólico; y se convierte en un autor serio cuando nos dice lo que ha sufrido y por qué ahora reposa en dicha”. Nietzsche

La melancolía como motor creativo

Desde hace años existe el debate sobre la relevancia de la melancolía como motor creativo. Para el poeta Luis García Montero, «el estado de melancolía te permite ser dueño de tu opinión y de tu destino», y, sobre todo, «instalarte en el territorio incómodo de la conciencia individual». Jorge Luis Borges elogiaba con frecuencia el libro de Robert Burton “Anatomía de la melancolía”, publicado en 1921, en el que el autor afirmaba que sólo son inmunes a la «bilis negra» los tontos y los estoicos. Luego, Gustave Flaubert reformularía la idea: «Ser estúpido, egoísta y estar bien de salud, he aquí las tres condiciones que se requieren para ser feliz. Pero si os falta la primera, estáis perdidos». El escritor José María Guelbenzu afirmó: «No hay protagonistas felices en la literatura porque la infelicidad genera conflicto dramático. Recuerdo las primeras líneas de Ana Karenina, de Tolstoi: Todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera». Con esto nos explicó que «instalarse en la infelicidad es imposible», que conviene disfrutar de los momentos felices y también «abrazar el éxtasis melancólico para hacer estallar la creatividad».

La melancolía ha sido una compañera de la creatividad en distintas épocas y en diversos ámbitos. Las artes, el pensamiento filosófico y algunos otros campos, han tenido en la melancolía una inesperada fuente de propuestas arriesgadas y originales.

Las personas melancólicas no solo son tristes, o se abaten, o tienen cierta inclinación patológica hacia la tristeza, sino que, por intuición o por decisión, hacen con lo que sienten dos cosas muy precisas: aceptar dichas emociones como parte ineludible de lo que son y lo que viven y tomar estos sentimientos como un punto de partida para realizar un acto concreto y generativo.

En su ensayo “Contra la felicidad. En defensa de la melancolía”, el catedrático de literatura Eric G. Wilson, defiende que la melancolía es necesaria para cualquier cultura próspera, que es la musa de la buena literatura, pintura, música e innovación y la fuerza que subyace a toda idea original. Funciona como fuente de inspiración para todas las artes desde el comienzo de los tiempos y es la catarsis trágica descrita por Aristóteles como purificación emocional, corporal, mental y espiritual.

Fragmento del ensayo “Contra la felicidad. En defensa de la melancolía”:

“Desear solo la felicidad en un mundo indudablemente trágico es dejar de ser auténtico, apostar por abstracciones irreales que prescinden de la realidad concreta. En definitiva, me aterran los esfuerzos de nuestra sociedad por expulsar a la melancolía del sistema. Sin las agitaciones del alma, ¿no se vendrán abajo todas nuestras torres de magníficos anhelos? ¿No cesarán las sinfonías de nuestros corazones rotos?”. (Pág. 16)

Cuando leí este párrafo, que corresponde a la introducción del libro, recordé que hace un tiempo un buen amigo me dijo: “Abraza tu sombra, no reniegues de tu locura. Aprovecha esos momentos en los que la melancolía te carcome hasta los huesos y deja que la tinta se riegue sin pudor”. Después de leer un poco a Sigmund Freud y a Eric G. Wilson, y de hacer un análisis a conciencia de lo que implica el proceso creativo, pienso que mi amigo tenía razón y no hay por qué sentirnos delincuentes por atesorar algunos momentos de soledad y melancolía. Porque en esos instantes, cuando le subo unos cuantos niveles a la música y me dejo llevar por todas esas emociones proscritas, cargadas de melancolía, los personajes hambrientos se amontonan y me susurran al oído; me imploran que los deje vivir en el papel.

“Necesitamos los libros que nos afectan como un desastre, que nos afligen profundamente, como la muerte de alguien a quien queremos más que a nosotros mismos, como ser desterrado dentro de un bosque lejos de cualquiera, como un suicidio”. Kafka

Mónica Solano

Imagen de StartupStockPhotos

¿Observador o jugador?

Cuando era niña me pasaba muchas noches llorando porque me iba a morir. Me aterraba la idea de que me llegará ese momento en el que quedaría suspendida en la nada, rodeada de oscuridad, y sola. Tenía sueños recurrentes en los que estaba en un espacio inerte y podía escuchar lamentos, susurros y, en algunos instantes, un silencio que me robaba el aliento. La idea de la muerte me causaba mucha curiosidad, me intrigaba saber qué pasaría cuando ya no estuviera en este plano terrenal. ¿Y si me olvidan? ¿Y si todas las referencias a mi existencia desaparecen? ¿Qué pasa con las personas que dejo atrás? ¿Qué hay de cierto en las historias sobrenaturales de fantasmas y apariciones? O, como en el infierno de Dante, ¿pasaré el resto de mi existencia contemplando lo que nunca me arriesgué a hacer? Tenía tantas preguntas con escasos ocho años que lloraba sin encontrar consuelo. Pero, en este artículo, no voy a tratar de la muerte, aunque quizás toque el tema de pasada. Quiero que sea un artículo sobre nuestro papel en la vida.

Hace unos días, sentada en mi escritorio, miraba por la ventana y pensé: “Todas las personas que habitamos este planeta tenemos una misión, debemos cumplir con un designio”. Sin embargo, y aunque estoy convencida, también considero que hay personas que tienen un papel más activo, que están todo el tiempo movilizando las cosas a su alrededor y otras que están en la barrera, ejerciendo un papel más pasivo.

Por más que lo intento, yo solo puedo ver lo que me rodea como una dualidad, sin términos medios. Desde niños nos enseñan que las cosas son buenas o malas, blancas o negras. Y tenemos la potestad de decidir en qué lado de la balanza nos colocamos. Aunque no voy a hacer una diatriba sobre si estoy en el lado de los buenos o de los malos. Porque, como decía al principio, quiero tratar de nuestro papel en la vida; y lo haré con la metáfora de observadores y jugadores.

Según la RAE, un jugador es una persona que forma parte de un juego. Cuando inicié mi proceso de escritura me enfrenté a la decisión de si entraría al juego o sería una simple espectadora. Pero ¿qué es lo que nos impulsan a jugar? Esa pregunta me llevó a pensar que no somos jugadores en todos los campos. Por ejemplo, respecto a la muerte, en todas las historias se repite lo mismo: nada puede evitar ese momento. Somos simples observadores, no podemos intervenir. Rezar, emprender un viaje en busca de la fuente de la eterna juventud o sentarnos a esperar; cualquier opción es buena, pero va a tener el mismo resultado. Sin embargo, con los años, he aprendido que todos tenemos un tiempo para cumplir con un objetivo, y ese tiempo es perfecto. Si logramos alcanzar la meta o no, es solo el resultado de nuestras acciones, no del tiempo; de si nos arriesgamos en algún momento a ser jugadores.

En un proyecto en el que estoy trabajando llegué a la conclusión de que somos organismos en descomposición esperando no ser olvidados. Y, aunque creo que no tiene discusión, me pregunto, ¿qué ocurrirá con la otra parte de la historia, con esa fracción etérea que habita el cuerpo? A veces me creo el cuento de que esa parte pasará a otra clase de vida, en la que le espera el paraíso o el infierno, con un séquito de ángeles dispuestos a arroparla con sus alas; otras veces pienso que los seres humanos somos expertos en el arte de la manipulación, y esa porción del mundo que quiere gobernar sobre las mentes más débiles ha establecido todo tipo de historias fantásticas recreando una realidad más fácil de sobrellevar.

La mayoría de las religiones coinciden en que pasamos a otro plano en el que seremos juzgados por nuestros actos en este mundo. Puede ser y, si es el caso, que Dios nos agarre confesados. En conclusión, pienso que todo simplemente se extingue y puedo estar, aquí y ahora, malgastando el tiempo en conjeturas inútiles, cuando debería estar disfrutando del sol.

Lo cierto es que también me gusta plantearme estas cosas y observar a las personas. Suponer qué pasa con sus vidas. Si estarán en este mundo mañana, si comparten mis abstracciones. En esos momentos, me siento frente a la ventana y dejo que el tiempo transcurra mientras observo. Se podría decir que no actúo como una jugadora. Sin embargo, según el sociólogo y antropólogo Buford H. Junker: “La observación es el inicio del conocimiento del mundo a través de la vista”. En sus estudios afirma que los observadores pueden ser participantes, es decir, personas que se vinculan y forman parte; y no participantes, que prefieren pasar desapercibidos.

Tengo la creencia de que las historias de las demás personas tienen relevancia cuando estamos en el mismo plano existencial, como si cobraran vida al pasar por mi lado. Tal vez sea un pensamiento bastante egocéntrico, pero la realidad es que sus vidas me resultan ajenas. Caminan, duermen, lloran, ríen, tienen sexo, quizás sufren; es algo que ignoro, solo puedo imaginarlo e hilar historias. Para mí ninguna persona, ni sus historias, son reales hasta que puedo verlas con mis ojos, escucharlas con mis oídos o tocarlas con mis manos. Cuando estoy en mi faceta de observadora, también me gusta pensar en la conciencia que tenemos de la muerte. Porque muchas de nuestras acciones están precedidas por ese sentimiento, por ese instante en el que abrazamos la verdad más importante de nuestra existencia. Nadie está preparado para ese momento. Y, al final, todos sucumbimos al miedo de abandonar este mundo.

¿Qué pasaría si no tuviéramos esa conciencia? Si viviéramos ignorantes de nuestro destino, ¿viviríamos mejor? ¿Nos arriesgaríamos más? ¿Lo visceral y lo racional armonizarían de tal forma que no volveríamos a somatizar ningún sentimiento? ¿Nos importaría tanto ser olvidados? En mi opinión, creo que no existirían muchas sensaciones que conocemos y experimentamos a diario, porque la conciencia de la muerte nos impulsa a vivir; así nos pasemos el noventa por ciento del tiempo ignorándola. Una estadística un poco exagerada, lo sé, pero la verdad es que, aunque me apasiona todo lo referente a la muerte y sus misterios, no me despierto todos los días pensando en que me voy a morir al bajar los pies de la cama; y he vivido muchos instantes como si fuera a permanecer en la tierra más de cien años. Somos tan contradictorios la mayor parte del tiempo, que es imposible no perderse en el proceso de observación, y hasta hacer análisis que vayan en contra del método científico.

Las preguntas que me persiguen desde niña han creado muchos demonios y una mañana, muy parecida a la de hoy, con un cielo azul tan intenso que hacía que me ardieran los ojos, tomé una decisión. Elegí ser observadora y jugadora. Y, como resultado, me lancé a escribir para exorcizar algunos de esos demonios. Empecé a crear mundos imaginarios, y dejé de tener miedo.

Uno de los primeros interrogantes que me planteé mientras escribía este artículo fue ¿qué cosas nos impulsan a jugar? Considero que lo más relevante no es si estamos en el lado correcto o incorrecto de la balanza, según los parámetros sociales. Es sí estamos dispuestos a ser observadores participantes y jugadores que movilizan todo a su alrededor para alcanzar sueños.

Mónica Solano

Imágenes de Steve Buissinne y Hungary

Yo escribo, tú pirateas

Que levante la mano quien nunca haya descargado de forma ilícita un libro. ¿Nadie? ¿No? Bueno, no voy a decir que me sorprenda. Descargarse un libro de forma ilícita de un repositorio de enlaces es como ir con hambre por el campo y saber que ahí, detrás de esa colina, hay un manzano lleno de frutos. Quizá esa parcela sea de alguien, y es posible que, para que ese árbol rebose vida y comida, una señora haya estado días, meses o años regándolo, abonándolo y protegiéndolo de cabras y cabrones que querían llevárselo por delante.

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Pero, cuando estemos mirando el árbol y escogiendo la manzana más tersa y jugosa, no vamos a pensar en todo el esfuerzo que hay detrás de esa fruta. Como mucho nos preguntaremos, retóricamente, si alguien va a notar que falta una. Porque solo es eso: una manzana. No es como si fuera, no sé, algo importante. Así que nos acercamos al árbol y lo cogemos. Y, cuando queremos leer algo, vamos al repositorio de libros y cogemos ese que tiene tan buena pinta. Porque, ¿quién va a saber que nos hemos descargado un libro? Además, solo es un libro. No es como si fuera, no sé, algo importante.

Hábitos de lectura

En Enero de 2017, la Federación Española de Gremio de Editores de España (FGEE) publicó el último (y un poco descorazonador, añado yo) Informe de la Lectura en España. Según este, más del 90% de la población se considera lectora porque consume periódicos, comics o webs, pero casi el 40% no ha leído un solo libro durante el último año.

 Exactamente 37,8%. Tres, casi cuatro de cada diez españoles, no tocaron un libro en doce meses. Como escritora vocacional me asusta. Pero como lectora apasionada me pone la piel de gallina. Soy consciente de que la lectura supone un esfuerzo mayor que ver una serie o jugar al Candy Crush, y ya puse en este artículo mi granito de arena para animar a leer a quienes se le encogen las tripas de solo pensarlo, así que no voy a ahondar más en este aspecto aunque me preocupe. Lo que voy a hacer es centrarme en los que leen y hablar del origen de aquello que leen.

Consumo de literatura

Hace ya algún tiempo hice una encuesta en Twitter (con un “por fi” repetido, pero es que soy muy educada y un poco pava) para saber cuál es el origen de la última lectura de mis seguidores. Al hacerla a través de un medio digital, os prometo que pensaba que la última opción, “descargado sin pagar nada”, iba a ser la más votada.

Encuesta hábitos de lectura

Carla, guapa, en toda la boca

De las mil personas que respondieron a la pregunta, el 58%, es decir, 580 tuiteros, habían comprado su última lectura. Sin embargo, aunque el número de respuestas fue elevado, hay que contextualizar esta encuesta.

Debemos pensar en quién es el usuario medio de Twitter. Según este artículo de CrhistianDvE de octubre de 2016, el 60% de los usuarios son hombres y el 40%, mujeres y, del total, más del 50% tienen edades comprendidas entre los 25 y los 54 años. Además, más del 50% tienen estudios superiores.

Si analizamos cuál es el perfil medio del lector en España, vemos que lo único que no coincide con el usuario medio de Twitter es el sexo: mujer, con estudios universitarios, joven y urbana.

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¿Qué conclusiones podemos extraer? Que, de las 11.520 personas que vieron este Tuit, solo votaron 1.000 (975 según el botón de estadísticas del tuit), un 8,7%. ¿Qué pasa con ese 91% restante? Además de aquellos cuyo corazón muerto no se emocionó con mis reiterados “por fi”, imagino que muchos otros no contestaron porque no recuerdan de dónde sacaron su última lectura.

Este último número sería aún peor que el que ofrece en su estudio el FGEE. Pero los vamos a dejar de lado, porque ya he dicho antes que hoy me iba a centrar en los que leéis.

¿Sabíais que, para cienes y cienes de escritores que pululamos por Internet, cada uno de vosotros, lectores, sois como un oasis en medio del desierto? Lo único que queremos es llegar a vosotros, convenceros de que sabemos escribir y que nuestras historias os emocionarán y, así, que acabéis comprando nuestro libro.

Pues bien, en mi encuesta, muchos de los lectores compran, y eso es algo que tengo que agradecer por muchos motivos que veremos más abajo. Sin embargo, hay otros que no pagan por sus lecturas. Y lo voy a analizar.

Toda descarga gratuita no es ilícita per se

Veréis que, en la encuesta, pregunto el origen del último libro leído. Al final, apunto a un “descargado sin pagar nada”. Fue gracioso que algunos sintieran la necesidad de recordarme que no toda la descarga es ilegal, cuando no pongo en ninguna parte que lo sea.

Y no lo puse porque era consciente de que se puede leer gratis y descargado de Internet sin que sea ilícito. Además de autores que ponen a la disposición del lector libros gratis en formato digital, hay otras plataformas en las que puedes descargarte capítulos o libros enteros sin pagar un euro.

Yo lo tenía en cuenta, pero sé que se suele considerar toda descarga por internet como piratería, y de ahí los números que salen. Por ejemplo, que en 2015 la piratería causó pérdidas de más de 3.000 millones de euros en España.

Una descarga ilícita no es una no-venta

Vuelvo al ejemplo del árbol. Cuando tenemos hambre, igual nos apetece un pollo con patatas fritas pero si lo que tenemos a mano es un manzano, acabaremos cenando manzanas. Con los libros gratis, igual que con las series y las películas, pasa algo similar. Si está ahí, disponible, lo cogemos y lo leemos. Que no quiere decir que si fuéramos a la librería y nos pusiéramos a elegir cogeríamos ese. Simplemente que, cuando está ahí y no cuesta nada, nuestro criterio de elección es muchísimo más laxo y tragamos con cosas que, si tuviéramos que pagar, no aceptaríamos.

Entiendo que es difícil poner una cifra si no podemos preguntarle a cada piratilla si hubiera comprado ese libro que ha descargado. Pero llama la atención una cifra tan alta, teniendo en cuenta que según lo que dice la GFEE, algo menos del 50% de la población es lector frecuente. Y, con estas cifras, podríamos pensar que antes de Internet había un montón de autores que vivían únicamente de lo que escribían, sin contar con charlas o conferencias. Y eso tampoco ha sido así. Recordemos que los royalties que cobra un escritor, habitualmente una vez al año, pueden suponer solo el 12% del pvp de un libro. Eso se traduce en unos dos euros por tomo. He tomado estas cifras de los números que nos ofrece Guillermo Schavelzon en su blog. Él nos dice:

Para ganar 43.000 euros, a 2,40 por libro, tendrá que vender 17.916 ejemplares. ¿Cuántos escritores venden 17.000 ejemplares cada año? Pocos, mucho menos de lo que el imaginario popular difunde.

Así pues, me pregunto si la erradicación de la piratería sacaría de pobres a los escritores y, sinceramente, creo que no. Eso no significa que defienda la piratería, ojo. Solo que, al eliminarla, no vamos a solucionar todo el problema de la industria.

No podemos dejar de leer

El gran mal de este mundo es la injusticia provocada por la falta de empatía y, solo si nos ponemos en la piel de los demás seremos capaces de erradicarlo. Pero no es tan fácil. Siempre he pensado que el ser humano es egoísta por naturaleza y que los libros son la mejor herramienta para empatizar con el resto de seres humanos.

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«¡Con más de mil elefantes!»

… y como se llame eso, ¡de Ardor Primario en un Continente Atormentado! ¡Romanticismo! ¡Glamour! ¡En tres emocionantes rollos! Emocionaos con la Lucha a Muerte contra Terribles Monstruos! ¡Apasionaos cuando más de Mil Elefantes…!

Por eso creo que no debemos dejar de leer. Y, si no podemos permitirnos un libro, entiendo que recurramos a otras fuentes. Estas pueden ser bibliotecas, plataformas y blogs de autor, Amazon y sus libros gratis, amigos e incluso el Kindle de otro con el libro que queráis leer. Por último, sí, podéis recurrir a un repositorio de enlaces ilícito. Pero quiero que sepáis lo que eso significa.

¿Vais a piratear? Vale, pero sed conscientes de lo que hacéis

Como os digo, yo he pirateado así que no puedo sentar cátedra diciendo lo malos que somos por hacerlo. Lo que sí quiero es que quien piratee entienda lo que supone eso para el autor.

Escribir un libro no es fácil, ni barato. Primero porque, aunque el autor no contrate ningún servicio, en el mejor de los casos está quitando tiempo de su trabajo remunerado para poder escribir la novela que disfrutaréis. En el peor, el autor, después de escribir, reescribir, corregir y volver a reescribir, contratará a correctores, diseñadores y maquetadores para tener una obra que dé gusto leer, sobre todo si autoedita.

¿Cómo se lo podéis agradecer? Primero, pagando por su libro. ¿Que lo habéis leído y, aún así, no queréis gastaros un duro en él, ni ahora ni nunca? Entonces no os merecéis haberlo disfrutado, ni ahora ni nunca. Pensad que el escritor también tiene la manía de querer comer y llevar ropa sin agujeros así que, si disfrutáis de su trabajo, deberíais pagárselo con placer.

¿Que queréis pagarles pero sois vosotros los que tenéis la manía de comer, y comprar libros y comida es incompatible? Bien. Os diría que descarguéis obras que las propias plataformas de pago os ofrecen gratis, por ejemplo.

Si, por el contrario, os morís de ganas de descargar contenido de un autor que está vivo y que pretende vivir de lo que escribe, y no encontráis sus libros en una biblioteca, buscad alguna manera de recompensar su tiempo. Por ejemplo, dejando reseñas: para los autores, especialmente los noveles, las reseñas son la mejor manera de dar a conocer sus obras. No os cuesta nada escribir algo, aunque no sea positivo, para que el autor tenga feedback y que, como mínimo, le ayude a mejorar.

Más adelante, cuando vuestra situación mejore, sería un detalle que comprarais ese libro que os habéis leído cuando no podíais pagarlo.

Nos gusta escribir pero también ganarnos el pan con nuestro trabajo

Un autor que no recibe nada por lo que publica dejará de hacerlo. Estoy segura de que, cuando descargáis un libro no pensáis en eso. Y lo sé porque he estado ahí, en la misma situación. Al darle al botoncito de «download» ni se os pasa por la cabeza que detrás del libro que te estás bajando ilícitamente de Internet está la frustración de un escritor que ve sus ventas estancadas. Que, para escribir, araña al trabajo, la familia y al ocio minutos de tiempo que nunca más va a volver.

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Yo escribiendo esta entrada

Alguna vez me han llegado a decir cosas como que los escritores solo escribimos porque queremos vender y hacernos ricos, y que sólo vemos nuestro arte como puro mercantilismo. No. No os equivoquéis. Lo que pasa es que queremos dedicarnos a escribir en vez de hacerlo con nocturnidad y alevosía, y si no rentabilizamos nuestro trabajo siempre vamos a tener que relegarlo a ese tiempo libre que nadie tiene. Menos aún en España, que ya conocemos cómo funcionan aquí las jornadas maratonianas y la nula conciliación familiar.

Mi código ético del pirateo

Siempre he creído que la cultura debe ser libre. También defiendo que los autores deben poder cobrar por un trabajo que ha desgastado su recurso más valioso: el tiempo. Menuda contradicción. ¿Cómo se come eso?

Se considera piratear todo lo que se descargue de Internet y cuyos autores o dueños de los derechos de distribución no reciben retribución por ello (y que no lo den gratis, claro). Sin embargo, no entiendo por qué, una vez que el autor ha muerto, otros cobren por su trabajo. Me parece injusto, especialmente porque el autor seguramente fue el que, en vida, cobró menos de toda la cadena de distribución de su libro en papel y en digital.

Así pues, si algún día me encuentro en una situación tan jodida que no pueda ni pagar 3€ por un libro en Amazon, aplicaré mi propio código ético del pirateo. Es el que dice que, si me descargoalgo de forma ilícita, que sea de algo cuyos derechos hayan expirado o cuyo autor está muerto.

Sí, no es perfecto. Sí, mi intención es seguir pagando por todo lo que leo pero, si no puedo y no tengo cerca una fuente gratuita de libros, sé que no voy a dejar de leer. Y sí, también tengo algunas dudas sobre cuál es el papel de los hijos que tienen los derechos de las obras de sus padres. Sin embargo, en esto último aplico aplicaré la misma filosofía que con mi hija: le voy a dar herramientas para que se busque la vida para que no tenga necesidad de vivir de mis rentas. Ni ella ni nadie. Y entiendo que todo padre debe hacer algo así por sus hijos.

Al loro, que no estamos tan mal

Si analizamos el sector del libro, vemos que nunca fue lo que era. Pocos escritores han vivido o viven de lo que han escrito, así que, o viene HBO a comprar los derechos de nuestras novelas y nos marcamos un R. R. Martin, o tendremos que trabajar de algo más y dedicar el tiempo libre a la escritura.

Pero, como diría el ex presidente del Barça, Joan Laporta, “Al loro, que no estamos tan mal”. Y me remito a mi encuesta. Más de la mitad de los que respondieron pagaron por su libro. Algunos, en papel. Otros, en digital. Es decir, aún hay mucha gente que valora el trabajo que hacen los escritores y quieren y pueden pagar por ello. Tenemos un motivo para alegrarnos, como autores, porque eso significa que aún tenemos la oportunidad de ganar dinero por nuestro tiempo invertido. Y, como lectores, porque cada vez que alguien compra a un autor lo está avalando para que siga escribiendo.

Y eso es lo que queremos. Seguir escribiendo.

Carla Campos

@CarlaCamposBlog

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Imagen de Markus Spike

¿Loba solitaria o loba de manada?

Cuando decidí tomarme en serio la escritura, todos los temores me cayeron en avalancha. ¿Y si descubro que es una locura? ¿Y si piensan que tengo instintos asesinos porque mi personaje es un psicópata? ¿Y si no tengo talento? La lista era aún más larga y las excusas se ponían unas detrás de otras, haciendo que todos esos temores me paralizaran los dedos. Cuando publiqué mi primer texto fue como pararme desnuda sobre un escenario, frente a un montón de personas que no me conocían y esperar a que cada una emitiera un juicio sobre mí, sin la posibilidad de defenderme. Estuve varios días mordiéndome las uñas para calmar mi ansiedad. Todavía me sudan las manos cuando recuerdo lo aterrada que me sentí hasta que recibí las primeras críticas. Por suerte, fue menos catastrófico de lo que esperaba. Y pensé: “Es increíble cómo nos empeñamos en ver las cosas más nefastas de lo que son, en ver que nada es suficientemente bueno”. Ese día descubrí que mi temor más grande no era al fracaso o a no tener madera de escritora, ¡no! Era a sentirme expuesta y vulnerable. Tuve una ardua batalla con mi ego. Pero me fui despojando de todos los prejuicios y complejos, y aprendí a recibir las críticas con humildad. ¡Hasta me he vuelto adicta! Ahora me encanta que me señalen las erratas y que me hagan sugerencias. Si no, ¿de qué otra manera podría avanzar en este camino?

He tenido la oportunidad de encontrarme con varias personas con las que he compartido mi pasión por las letras. Unas han pasado de largo y otras me han dejado grandes enseñanzas. Pero solo algunas, como mis amigas mocadianas, han permanecido a mi lado para acompañarme. Me siento muy afortunada de poder contar con ellas en esta aventura, porque siempre están alertas para que no decaiga cuando las cosas no me salen como yo espero.

Otra de mis grandes pasiones es el cine. Hace poco vi Genius, la película que me inspiró este artículo. Es un bosquejo de la relación entre el novelista Thomas Wolfe y Maxwel Perkins, el editor que se hizo famoso con las publicaciones de Fitzegarld y Hemingway. Perkins y Wolfe, trabajaban en la edición de la primera novela de Wolfe y el editor le señalaba al novelista algunas líneas que se podrían mejorar o párrafos de los que debería prescindir. Y, gracias a sus acertados comentarios, Wolfe logró sacar a la luz su primera obra maestra, El ángel que nos mira, con la que se hizo muy famoso. Perkins fue un importante aliado para el novelista. Cuando terminé de ver la película, pensé que yo tenía la suerte de contar no solo con un aliado, sino con tres. Antes de publicar mis relatos, les pido a mis amigas que les echen una mirada, y ellas con mucho cariño, me señalan alguna coma mal puesta y me dan ideas para mejorarlos. Aunque no siempre coincidimos, sus críticas dotan a mis escritos de un sabor muy especial. Contribuyen a que sean algo más que ideas sueltas en una hoja. Muchos llegan a tener un gran número de versiones y, cuando leo la última, me siento muy a gusto con el resultado. Si comparo la primera con la definitiva, y dejo de lado el ego que envolvía a la primera versión, descubro que esas pinceladas eran necesarias y que mis relatos han ganado en concreción y verosimilitud.

La relación de Maxwell Perkins y Thomas Wolfe no era solo de editor y autor, también eran amigos. Y fue la amistad la que logró sacar lo mejor del escritor. En una escena de la película, Thomas defiende a capa y espada su prosa, llena de florituras y de adjetivos. Entonces Max le insiste en que ha convertido en tedioso, un capitulo que era muy atractivo, al recargarlo con descripciones y adornos literarios. Al final, Perkins le demuestra que puede conseguir que sea más fluido e impactante si elimina todo lo innecesario. En ese punto solté unas cuantas carcajadas, porque recordé todos esos momentos en los que he mirado con desdén alguna crítica de esas que, al final, terminan ganándome la batalla.

Otra de las ventajas de no lanzarse a esta aventura en solitario está relacionada con el uso mismo de la lengua. Cuando leo un libro y me encuentro con nuevas palabras, o con algunas que tenía por ahí guardadas en el subconsciente, me pregunto si el autor tendría a mano un diccionario mientras escribía.

Quiero afirmar que estoy convencida de que, en la literatura, es de suma importancia contar con un vocabulario bien nutrido. Cuantas más palabras conozcamos, más sencillo nos resultará darle una voz original a nuestras historias. Pero no debemos abusar de palabras demasiado artificiosas. Eso solo dificultaría al lector la tarea de interpretar nuestras intenciones comunicativas.

En las charlas con mis amigas, cuando comentamos los relatos, afloran palabras que para mí, y para ellas, son nuevas, porque pertenecemos a culturas diferentes. En esa comunicación enriquecemos nuestras formas de expresión y aprendemos algunos modismos que son característicos de nuestras regiones. Por ejemplo, adoro leer los relatos de Carmen Romeo porque siempre aprendo vocablos que desconocía y descubro más cosas de su cultura, que es fascinante.

La lectura nos ayuda a enriquecer el vocabulario. Y las palabras son signos dinámicos que, como la cultura, se van transformando a través del tiempo, en respuesta a las necesidades humanas. El lenguaje evoluciona con los años debido a las modas, las tendencias, la geografía o al cambio de visión del mundo y de la realidad. En muchos casos la lengua se ha llegado a deformar. Aunque los usos y las costumbres siempre estarán por encima de las reglas, porque la lengua es de todos, no debemos olvidar que, en literatura, una idea se convierte en una gran idea si cuenta con una buena estructura narrativa.

Estas reflexiones me han llevado a recordar un artículo del blog de Diana P. Morales “Por qué los escritores necesitamos pertenecer a una tribu”, donde plantea la importancia de formar parte de un grupo en el que podamos compartir nuestros escritos e intercambiar nuestros puntos de vista. Diana afirma que emprender este camino con un grupo de amigos, con pasiones afines, nos permite ganar confianza, impulsar nuestra escritura y contar con el apoyo mutuo. Para mí, esta última ganancia es lo más importante. En mi grupo, Mocade, cuando los días están un poco grises y las ideas son esquivas, resuenan las palabras de aliento, porque dejar de escribir nunca es una opción.

Existe la creencia de que los escritores somos lobos solitarios, que pasamos los días encerrados en compañía de nuestros pensamientos. Y, en parte, es verdad, porque cuando estoy dando vida a alguna de mis creaciones, no quiero que nadie pase por la puerta de mi estudio. Sin embargo, cuando la musa me abandona, porque ha cumplido con su misión, me gusta abrir la puerta para dejar entrar a la crítica. Así que si me preguntan si me inclino por ser una loba solitaria o por ser una loba de manada, les diría que estoy de acuerdo con Diana P. Morales. Me gusta pertenecer a una tribu de escritores, y, por eso, elegí ser una loba de manada, porque hace el proceso más divertido, porque es enriquecedor y porque ayuda a exorcizar los demonios del ego.

Mónica Solano

 

Imagen de Anthony

¿Por qué me fascinan tanto los arquetipos?

El hombre ha despertado en un mundo que no comprende, y por eso trata de interpretarlo. Carl Gustav Jung

Desde que asistí a un taller, en el que se utilizaban los arquetipos para definir patrones de comportamiento de un grupo de consumidores, me sentí fascinada por esta idea tan atrayente. Fue así como empecé a leer más y a darme cuenta de que no solo se podían aplicar en las investigaciones de mercado, sino que también los usaban otras ciencias. Y que se habían convertido en herramientas muy importantes en la literatura y hasta en la biología.

Los arquetipos, según entiendo, son unos patrones emocionales y de conducta con los que procesamos las sensaciones, las imágenes y las percepciones como si fueran un todo. En realidad, son los constituyentes esenciales de lo que concebimos como naturaleza humana. Y lo abarcan todo, desde lo animal hasta lo espiritual.

La base teórica para la aplicación de este método es el trabajo psicoanalítico de Carl Gustav Jung, que se centra, fundamentalmente, en lo que él llama el inconsciente colectivo. Los arquetipos se pueden sintetizar y combinar entre ellos, dando lugar a una gran cantidad de modelos arquetípicos. De esta forma, el inconsciente colectivo se convierte en una fuente inagotable de arquetipos, que no solo hacen referencia a personajes, sino también a espacios, situaciones, caminos y transformaciones. Los arquetipos se suelen clasificar en eventos, como el nacimiento o la muerte; en temas, como la creación o la venganza; y en figuras, como el viejo sabio o la virgen.

Jung transportó el psicoanálisis a un plano en el que los fenómenos ancestrales, originados en nuestra cultura, dan forma a nuestra manera de ser. Creía que, para explicar el inconsciente, debía llevar su teoría a un terreno que trascendiera las funciones del cuerpo humano. Y concebía «lo inconsciente» como una composición de aspectos individuales y colectivos. Jung hacía referencia a esa parte secreta de nuestra mente que tiene un componente heredado culturalmente y que conforma nuestra manera de percibir e interpretar las experiencias que nos ocurren. 

Los arquetipos en la literatura

Cuando escribimos historias, una parte muy importante es la creación de personajes, porque sus motivaciones, sus acciones y sus reacciones llevan el peso narrativo. La literatura está llena de arquetipos, de personajes del mismo tipo básico con patrones entendibles universalmente. Por eso, si usamos un patrón del que ya se ha abusado mucho, corremos el peligro de que el lector conozca el desenlace desde el primer capítulo. No obstante, si los empleamos bien, son muy útiles porque le hablan a la conciencia humana y provocan respuestas emocionales que impulsan a seguir leyendo hasta el final.

Un personaje, un lugar o un objeto, pueden comenzar representando a un arquetipo y a lo largo de la historia cambiar a otro. Incluso pueden representar a varios al mismo tiempo. Un caso común de cambio de arquetipo es el del villano que, tras ser derrotado, pasa a ser un aliado. Y un caso habitual de varios arquetipos en el mismo personaje es el del héroe que también es un embaucador.

Según el guionista Christopher Vogler, los arquetipos no son personajes inamovibles con roles fijos, sino formas de comportamiento y conductas, que cumplen un papel en determinado momento, de acuerdo con las necesidades del relato. Los arquetipos deben tener dos funciones primordiales: la psicológica o parte de la personalidad que representan, y la dramática en la historia que queremos contar.

Si hemos decidido usar este recurso, es importante que, además de envolver a nuestros personajes con un arquetipo, les otorguemos una profundidad. Tenemos que evitar que se vuelvan evidentes y acaben siendo clichés.

Las historias arquetípicas desvelan experiencias humanas universales que se visten de una expresión única y de una cultura específica. Las historias estereotipadas carecen tanto de contenido como de forma. Se reducen a una experiencia limitada de una cultura concreta disfrazada con generalidades. Robert Mckee

Arquetipos y estereotipos

En el libro “Medios de Comunicación y Género”, la antropóloga y profesora de periodismo  Elvira Altés Rufia, afirma que todos los discursos que pretenden ser comprendidos por un amplio número de personas tienden a simplificar sus explicaciones y a proponer imágenes y metáforas asimiladas previamente por la audiencia. De ahí que el uso de los estereotipos constituya un recurso frecuente en los medios de comunicación. Pero es muy peligroso, porque estas imágenes estáticas, a partir de la generalización de un rasgo de los miembros de una comunidad, transmiten ideas consensuadas y ocultan la complejidad de las motivaciones humanas. Con esta simplificación, podemos caer en el reduccionismo y en la manipulación.

Si vestimos a los arquetipos con los elementos históricos y sociales del momento, los convertimos en elementos sancionadores, sobre todo si los hemos construido a partir de prejuicios. Así concebidos, designan las cualidades deseables y las no deseables. Es decir, señalan las cualidades que deben rechazarse en una persona que proviene de cierta zona del mundo o que forma parte de un determinado colectivo. Por ejemplo, afirmar que todas las mujeres bonitas son ignorantes es un estereotipo que solo sirve para discriminar y agredir. Y ahí entra en juego la principal característica de los arquetipos: su dualidad. Y, con las sucesivas reformulaciones de los arquetipos, que cada sociedad presenta y actualiza, se van convirtiendo en los estereotipos, con el fin de simplificarlos.

La economía mental juega un papel determinante en el uso de los estereotipos. Algunos autores consideran que estos sesgos sociales se deben al funcionamiento de los sistemas neurocognitivos dedicados a percibir y a categorizar de manera automática. En las relaciones interpersonales es común centrar la atención en los aspectos sobresalientes de la persona que tenemos enfrente. Percibimos y descartamos información, evaluamos y, finalmente, elegimos unos atributos. Cuando no disponemos de muchos datos, ahorramos tiempo calculando de modo automático los aspectos destacados de su perfil. Con toda esa información, construimos los mapas de las categorías sociales como el sexo, la edad, el origen, el estatus o la profesión, que luego contribuirán a formar nuestra identidad personal y a delimitar los grupos sociales a los que pertenecemos.

Todo lo que nos irrita de los demás, nos puede ayudar a entendernos a nosotros mismos. Carl Gustav Jung

Si tuviera que decantarme por alguno de los arquetipos que conozco, sin pensarlo mucho, elegiría la sombra. Es el que más me gusta porque personifica los rasgos que nos negamos o que ignoramos de nosotros mismos. Por ejemplo, si nos consideramos valientes, jamás pensaremos que también podemos ser cobardes. Y, aunque es un rasgo que tenemos, lo rechazamos porque lo consideramos inaceptable. De esta forma, vamos construyendo una “imagen especular” en la que almacenamos todas las cosas monstruosas. En un primer estadio, podemos ver esta sombra como un ser atroz que nos acecha para hacernos daño, como la bestia de un cuento de hadas. Pero, una vez que nos hemos percatado de su existencia y la aceptamos, se convierte en algo cercano a un ser humano, y hasta llega a parecerse a quienes somos en realidad.

Como decía al principio, los arquetipos me fascinan porque me ayudan a entender un poco mejor el mundo tan complejo en que nos movemos.

Mónica Solano

Imagen. Gerd Altmann

“25/11 el día que Colombia se quedará sin mujeres”

Valiente iniciativa de María Isabel Covaleda

Hoy me gustaría compartir con ustedes mi reflexión sobre una nueva forma de protesta de las mujeres colombianas contra la violencia de género. Se trata de representar el vacío que deja la ausencia de las mujeres en sus lugares de trabajo, en sus hogares y hasta en las redes sociales. ¿Qué pasaría si un día las mujeres del país desaparecieran súbitamente? Pero antes, expondré algunos hechos que han conducido a esta iniciativa.

El día 25 de noviembre de 1.960, Minerva, María Teresa y Patria Mirabal, tres hermanas dominicanas a quienes llamaban Las Mariposas, le hicieron frente a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo y fueron brutalmente asesinadas. Desde 1.981, los movimientos feministas eligieron la fecha de su asesinato para conmemorar el día contra la violencia de género. En 1.999 la ONU se sumó a esta decisión y declaró el 25 de noviembre “Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer”.

En Colombia, las cifras de violencia contra la mujer son alarmantes. Cada cuatro días una mujer pierde la vida a manos de su pareja. En el año 2.015, se presentaron 16.000 denuncias por violencia sexual y 1.007 mujeres fueron asesinadas. Según el departamento de Medicina Legal, cada trece minutos una mujer sufre algún tipo de agresión y el Gobierno sigue sin movilizarse con efectividad. Las barreras institucionales, sociales y familiares hacen impensable poner una denuncia. Las víctimas llegan a sentirse como delincuentes y, la falta de eficacia de las autoridades las hace temer por sus vidas. Hay agresores que a los tres días ya están libres, mientras las heridas físicas demoran semanas en sanar y las sicológicas duran años en desaparecer.

En Latinoamérica se realizan varias campañas para sensibilizar y concienciar de este problema a las personas de todo el mundo. Pero no resultan muy eficaces, por varias razones. Entre otras, porque las formas de protesta se han vuelto reiterativas y poco significativas. Está claro que las mujeres necesitamos echarle imaginación. Y esto es lo que ha hecho una valiente mujer colombiana.

Este año, María Isabel Covaleda, que había sido agredida por su ex novio, tuvo una genial iniciativa que formuló así: “25/11 el día que Colombia se quedará sin mujeres”. El coraje de María Isabel me ha hecho pensar en el papel que tiene la mujer en el mundo. ¿Cómo sería el mundo sin mujeres? Siempre he creído que tanto los hombres como las mujeres tenemos un papel importante. Considero que formamos un equipo perfecto y que la humanidad no existiría si uno de los dos géneros no estuviera dentro de la ecuación.

El problema se presenta cuando los hombres, dotados de una genética que los hace físicamente más fuertes, abusan de su condición para someter a las mujeres y para conseguir que nos sintamos inferiores. Quizás, ya no somos victimas de un machismo desmedido como el que vivieron otras generaciones, que asumieron con orgullo el papel de sumisas amas de casa, madres ejemplares y excelentes cocineras. Seguían al pie de la letra el “Manual de la buena esposa”. Hago énfasis en que cumplían sus labores domésticas con orgullo, porque se sentían realizadas con ese modelo de mujer ideal. Pero, ¡cuántas relegaron sus sueños y abandonaron su realización personal para que su marido fuera un profesional destacado y un hombre importante en la sociedad! Todavía hoy, muchas mujeres, que ocupan cargos importantes, algunas hasta han llegado a gobernar países, y ganan cuantiosas sumas de dinero, tienen que vivir una vida llena de sacrificios para conseguir estar al mismo nivel que un hombre.

Cuando empecé a leer el caso de María Isabel Covaleda, pensé con gran ingenuidad: “¿Cómo puede permitir una mujer que un hombre la maltrate física y sicológicamente?” Me sentí muy osada y me dije: “La mujer que se deja tratar de esa manera es una pendeja”. Pero, a medida que avanzaba en la lectura, me iba dando cuenta de que había adoptado una postura sesgada.

Después de acabar de leer la propuesta y de recabar más información en otros medios, puedo afirmar, sin miedo a ser parcial, que existen muchas razones para que una mujer sea victima de maltrato y decida aguantar los golpes en silencio. Algunas lo hacen para proteger a su familia y otras por simples razones económicas. Esta postura de sumisión la consigue el agresor con el excelente trabajo de hacerles sentir que no valen nada y que sin él su vida sería mucho más miserable. A todo lo anterior hay que sumar la negligencia del sistema de Colombia, que no reacciona de manera inmediata para proteger a las mujeres. Ahora, ya no las culpo por aguantar los abusos, no ven otra salida.

María Isabel Covaleda afirma que el silencio perpetúa la violencia y hace un llamado a todas las mujeres que han sufrido alguna agresión para que denuncien a sus agresores. Y estoy de acuerdo con ella. Porque, si el sistema sigue ataviado de eunucos morales, que no sea porque las mujeres nos quedemos calladas.

Cuando le preguntas a un hombre: “¿Qué sería de este mundo sin las mujeres?” De forma casi automática te contesta: “Un caos. Seria imposible vivir sin ellas”. Pero, a pesar de esta afirmación tan rotunda, son capaces de maltratarlas y de hacerlas sentir que no valen nada. Hay una gran distancia entre esa afirmación protectora y la forma despiadada de actuar de muchos hombres. Por ejemplo, tenemos al típico macho que llega a la casa y le grita a su mujer para que le sirva la cena. ¡Cómo si con los gritos pudiera acelerar el proceso o dar un sabor especial a la comida!

Es un hecho comprobado que estos típicos machos no pueden vivir sin nosotras, pero porque necesitan una persona que los sirva y los atienda. Necesitan una mujer que les planche la camisa y les hinche el ego hasta explotar. No me gusta sentir que mi papel en este mundo es el de preservar la raza humana y, de paso, ser una excelente empleada doméstica. Porque al igual que los hombres, nosotras también somos personas, seres humanos con sueños y aspiraciones y, como ellos, queremos destacar profesionalmente.  Tenemos ideas con las que nos gustaría cambiar el mundo y hacer de él un lugar mejor para vivir. Me gusta pensar que este mundo sin nosotras sería un caos. Porque la complejidad de nuestra existencia mantiene en equilibrio todas las cosas buenas de la vida. Y no sólo porque los cacharros sucios se apilen sobre la mesa.

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“25/11 el día que Colombia se quedará sin mujeres” busca generar conciencia sobre el maltrato femenino y presionar a las diferentes ramas del poder público para que las penas por agresiones a las mujeres sean sensatas, severas y efectivas. Nos invita a protestar contra la violencia de género representando el vacío que dejamos las mujeres.

    Tomé la decisión de hacer una denuncia pública para defender mi vida, la de mi hija y la de las posibles víctimas del mismo agresor y hacer un llamado de atención a la sociedad sobre esta situación que la creemos lejos de nosotros, pero la tenemos en nuestra casa y no nos damos cuenta. María Isabel Covaleda.

Mónica Solano

Imágenes de Alexandra y Colectivo Rompe el silencio 

¿Por qué nos gusta el terror de Halloween?

Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido sin perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.
“Sólo la muerte”. Pablo Neruda

Hoy es el día en que las brujas, los fantasmas y todas las criaturas siniestras deambulan por las calles silenciosas, los pasadizos secretos y los callejones oscuros. Acechan a los mortales, les roban la cordura y les arrancan gritos desgarradores.

Escribir sobre seres sobrenaturales, en medio de la oscuridad, no es muy sensato. Las sombras que se forman en la ventana, como si se asomaran tímidas a saludarme, presumen de ser mis acompañantes. Una leve brisa trae consigo una voz que me susurra al oído mientras unas manos huesudas intentan acariciarme. Se me erizan los vellos y el corazón se me sube hasta la garganta en cada roce. Todos los ruidos me hacen sospechar y mi pulso se acelera. La boca se me seca y pienso en salir corriendo. Quiero acurrucarme en la cama con la luz encendida y rezar unos cuantos padrenuestros. Cuando comienzo a relajarme y el vacío del estómago se me va convirtiendo en risa, me doy cuenta de que es la Víspera del día de Todos los Santos.

La celebración de Halloween está cargada de elementos tradicionales que hunden sus raíces en leyendas y mitos celtas muy antiguos. La palabra Halloween, una contracción de All Hallow’s Eve o Víspera de Todos los Santos, se empezó a utilizar en el siglo XVI, pero se ha hecho muy famosa en Estados Unidos. Se cree que esta tradición atravesó el Atlántico en los barcos de los inmigrantes irlandeses.

Una de las leyendas cuenta que, la noche del 31 de octubre, la línea que une a nuestro mundo con el más allá se estrecha tanto que permite pasar a los espíritus al mundo de los vivos. Esa noche los buenos espíritus festejan su reencuentro con los seres queridos. En ese paso se cuelan algunos espíritus malignos, de esos que aterrorizan a la humanidad. Y los vivos se escabullen como pueden. Se visten con trajes y máscaras como ellos.

Esta noche, tienes que tomar precauciones. Los buenos espíritus agradecen encontrar linternas encendidas que guíen su camino a casa. Pero, sobre todo, no dejes de ponerte un buen disfraz que te haga pasar desapercibido.

 

Narrativa “gore”

Prefiero a los zombies, mis personajes humanos son los peores en mis películas; ellos no mienten, no tienen agendas ocultas, tú sabes lo que son, puedes respetarlos al menos por eso. Los humanos trabajan con recovecos, marchando al son que les toquen, nunca sabes lo que están pensando, los malos siempre son los humanos. George A. Romero

La palabra gore hace referencia a la estética de lo desagradable. Herschell Gordon Lewis, un director de cine norteamericano, la usaba para provocar fuertes sensaciones en los espectadores y engancharlos de tal manera que tuvieran que volver a pasar por la taquilla.

La mayoría de los seres humanos rechazamos la violencia. Nos produce asco, miedo o tristeza. Hemos aprendido estas emociones mediante procesos de culturización y socialización. Para Freud lo siniestro era algo reprimido que retornaba a la conciencia. En el psicoanálisis, la represión es el proceso por el cual un impulso relega una idea inaceptable al subconsciente. Lo reprimido es lo que se refrena u oculta, sobre todo, sentimientos o deseos.

Las pesadillas son indicadores del inconsciente, que actúa como un depósito de ideas o fantasías. Estas ideas inconscientes son muy poderosas y se alojan fuera de la conciencia porque de lo contrario resultarían insoportables. Según Freud, entre las causas del miedo está el temor a la mutilación. Este miedo infantil se va superando, pero retorna de manera simbólica a través de ciertos relatos. Otra causa del miedo es la omnipotencia del pensamiento. Consiste en la convicción de que con la mente se puede modificar el mundo exterior. Y ese poder de modificación se atribuye a las fuerzas mágicas que poseen algunas personas y objetos.

Uno de los personajes que más miedo me ha producido en la vida es Pinhead, líder de los cenobitas en la novela de terror Hellraiser, escrita por Clive Barker, todo un hito del horror. Barker afirma que la ficción, en general, examina los estratos del mundo con un criterio realista, mientras que la ficción de horror arremete contra ellos, como si fuera una sierra eléctrica que cortara la realidad en pedacitos y le pidiera al lector que volviera a armarla. Es una forma agresiva de redefinir nuestro pensamiento sobre el mundo. Y esa es la causa de que a menudo la rechacen los críticos y los lectores, porque puede maltratar brutalmente nuestra visión del mundo.

En una entrevista de Publishers Weekly, Barker declaró: Casi toda la ficción de horror empieza con una vida rutinaria que es desquiciada por la aparición del monstruo. Una vez eliminado el monstruo, todo vuelve a la normalidad. No creo que eso sea válido para el mundo. No podemos destruir al monstruo porque el monstruo somos nosotros. No hay peores monstruos que las personas con quienes nos casamos, o con quienes trabajamos, o que nos han engendrado.

Los seres humanos actuamos de forma diferente ante el miedo, al menos ante el que nos provoca la ficción. Hay verdaderos amantes del horror que disfrutan cuando una ruidosa motosierra salpica de sangre las paredes. Mientras que a otros esto mismo les puede causar un trauma, o como mínimo, una noche en vela. Se podría pensar que son unos sádicos que disfrutan viendo tripas, cuchillos afilados, cadáveres descuartizados y sangre a borbotones. La realidad es que ver nuestra anatomía degradada y el espíritu humano reducido a un montón de trozos de carne nos causa altos niveles de ansiedad. Y, a la vez, una curiosidad que nos hace sentir culpables. Aunque algunas historias pueden resultarnos repulsivas y espantosas, cuando tenemos conciencia de que son ficticias, la repulsión puede convertirse en fascinación. Según Aristóteles, la finalidad de la ficción es la catarsis, es decir, la purificación de nuestras emociones negativas. Stephen King dijo que inventamos horrores propios para ayudarnos a lidiar con los horrores reales.

 

-Siempre se le ve sonriendo, ¿qué lo hace tan feliz?
-Supongo que mis pesadillas se las dejo a ustedes.
George A. Romero

 

Psicología del miedo

Los relatos fantásticos ubican al lector en un mundo que le resulta familiar: personajes comunes, lugares conocidos, una época identificable. Pero, cuando menos lo esperamos, aparece un elemento sobrenatural de forma inexplicable. Todo lo familiar y lógico se convierte en extraño. Los relatos de terror provocan un sentimiento de temor en los lectores, por lo tanto, es recomendable enriquecer esta clase de literatura con buenas dosis de psicología.

La parte más primitiva de nuestro cerebro es el llamado “cerebro reptiliano”, y se encarga de los instintos básicos de la supervivencia. Gran parte del comportamiento humano se origina en estas zonas, profundamente enterradas del cerebro, las mismas que en un tiempo dirigieron los actos vitales de nuestros antepasados.

Por otra parte en el sistema límbico o cerebro emocional, también llamado “cerebro medio”, está el centro de la afectividad y el asiento de movimientos emocionales como el temor o la agresión. Allí se procesan las emociones. La amígdala es un conjunto de núcleos neuronales que revisa la información que llega al cerebro a través de distintos sentidos. Detecta las cosas que pueden influir en nuestra supervivencia e instrumenta el miedo.

El neurobiólogo David J. Anderson y el profesor Andreas Lüthi han comprobado la existencia de dos tipos de células neuronales en la amígdala, que se turnan para abrir y cerrar las puertas del miedo. Según ellos, en la amígdala, el miedo está controlado por un microcircuito de dos poblaciones antagonistas de neuronas que se inhiben entre ellas. Sólo una de las dos poblaciones puede estar activa a la vez. La corteza prefrontal, que está encima de los ojos, tiene un papel clave en el miedo. Se cree que es más importante que el de la amígdala. Se ha demostrado que, aunque se extirpe o se lesione la amígdala, la corteza prefrontal sigue dando una respuesta al miedo.

El miedo es una emoción individual que resulta contagiosa, es decir, social. Existen tres factores que pueden predisponernos al miedo: la estimulación a la que se ve sometido el individuo, su historia individual basada en respuestas aprendidas y la historia evolutiva de su especie basada en respuestas innatas. El psicólogo John B. Watson determinó tres tipos básicos de estimulación atemorizantes: los ruidos, la pérdida súbita de soporte y el dolor. Según el autor, estos estímulos condicionan nuestra respuesta al miedo.

El miedo es un lenguaje universal que nuestro cerebro reconoce de manera inmediata. Forma parte de la naturaleza humana y no conoce fronteras. Por eso las historias de terror apuntan directamente a los instintos. Y le hablan al cerebro primitivo. Crean una vulnerabilidad previa y una predisposición psíquica y cognitiva en el individuo.

Mónica Solano

Imagen de Simon Wijers

El poder de las palabras

La narrativa sufre un dilema ontológico: ¿las historias son reales o imaginarias?

Jerome Bruner

Cuando me lancé al mundo de la escritura, empecé a cuestionarme la veracidad de las historias más importantes de todos los tiempos. La narrativa es tan poderosa que puede transformar cualquier mentira en una verdad a medias o en una verdad irrefutable. Y es que los seres humanos tenemos una capacidad increíble para inventar historias en las que, la mayoría de las veces, es imposible diferenciar entre la realidad y la ficción. Además, nuestro cerebro está programado para disfrutar de los relatos porque influyen directamente en nuestras emociones y nos hacen revivir momentos del pasado.

Recuerdo cuando un amigo me comentó que se decía que no merecía la pena ver Birdman, del director mexicano Alejandro González Iñárritu. Yo acababa de verla y le dije: “¡No te la puedes perder, es buenísima!” Y, como no mostraba ninguna intención de verla, se la conté para animarlo. Mi amigo me respondió: “¿Sabes? Voy a ir a verla”. Al día siguiente me llamó y me dijo: “La película, efectivamente, es una completa basura, no me gustó”. Y cerró su intervención diciéndome que la había disfrutado mucho más cuando yo se la había contado. Puse tanta pasión en cada palabra que utilicé para recrearle las escenas, que le generé una expectativa que no logró superar la realidad, porque no todos tenemos los mismos gustos o nos apasionan las mismas cosas. Y la propuesta de Iñárritu no era del corte de mi amigo, así que ver la película solo podía terminar en una decepción para él. Somos muy buenos contando historias y, cuando tenemos argumentos, esas historias adquieren tanto poder que podemos cambiar el mundo con nuestras palabras.

Transporte narrativo

El concepto “transporte narrativo” ha sido propuesto como el principal mecanismo o proceso mediador para explicarnos el impacto persuasivo de la ficción. Es el que nos permite viajar por el tiempo. Imaginar que estamos en el preciso momento en que sucede la historia, involucrarnos con el personaje principal y entender por qué actuó de una forma y no de otra.

Cualquier texto actúa como medio de transporte. En el momento de la narración el lector entra en una especie de trance, que le provoca un impacto en las actitudes y creencias que tiene sobre el mundo. Cuando una persona viaja simbólicamente a otro lugar, cuando lee una novela o ve una película, se transforma algo en su interior que provoca consecuencias cognitivas palpables en su percepción del mundo. Se dice que el lector llega a experimentar el sentimiento de estar perdido en el relato.

En Experiencing Narrative Worlds: On the Psychological Activities of Reading de Richard J. Gerrig, el autor nos plantea cómo los contenidos narrativos inducen estados de inmersión, absorción y transporte narrativo. El lector, al sentirse arrastrado a otros mundos, retorna del mundo imaginario a la vida real con opiniones basadas en lo que, de alguna manera, ha experimentado durante su viaje.

En Persuasión narrativa: el papel de la identificación con los personajes a través de las culturas, Juan José Igartua Perosanz afirma que el transporte narrativo implica un efecto emocional. Las personas que han logrado quedarse absortas en la ficción pueden experimentar un cambio en sus creencias sobre el mundo que las rodea.

Un sujeto transportado en un relato de ficción experimenta una perdida de atención con respecto a la realidad física inmediata y, simultáneamente, una focalización de la atención en el relato y en la realidad que se describe en el mismo. Así, algunos aspectos del mundo de origen se vuelven inaccesibles, de ahí que se utilice en ocasiones el concepto de inmersión. A nivel físico el espectador inmerso en una ficción no será consciente de los cambios que se producen en su entorno cercano porque sus recursos atencionales están concentrados en el relato (P.119)

Para el psicólogo Jerome Bruner, contar es un acto interpretativo del pasado. Porque los recuerdos basados en evidencias visuales o en repentinas iluminaciones están al servicio de muchos patrones, no solo de la verdad. En su libro La fabrica de historias: Derecho, literatura, vida, asegura que nunca narramos con una “mirada desde el Olimpo” sino que lo hacemos desde perspectivas alternativas que nos dan la libertad de crear una visión correctamente pragmática de lo real. El narrador, y en particular el literario, debe tratar con reverencia aquello que le resulta familiar, si quiere ser verosímil: Reverenciar la vida corriente, venerar la vida menuda del día a día, he ahí una condición básica de un buen relato. O según el escritor James Joyce: Hacer de lo ordinario una epifanía de lo posible.

Una narración modela, no solo el mundo, sino también las mentes que intentan darle significado.

Jerome Bruner

No se puede verbalizar la experiencia sin asumir una perspectiva. Los seres humanos jugamos con las posibilidades, hacemos apuestas y, al hacerlo, nos guía la capacidad de narrar historias posibles. Porque contar historias nos prepara para imaginarnos qué podría ocurrir de esa manera. En Realidad mental y mundos posibles, Bruner plantea cómo el lenguaje impone una perspectiva en la cual se ven las cosas y una actitud hacia lo que miramos. Porque el mensaje en sí puede crear la realidad que encarna y predisponer a quienes lo oyen a pensar de un modo en particular. Todas las historias se crean para generar una reacción especifica en las personas. Algunas solo buscan entretener y otras pueden llegar a limitar el análisis racional y crítico para apelar a las emociones básicas con la intención de persuadir.

La persuasión se define como un proceso en el que un comunicador intenta inducir un cambio en las creencias, actitudes o conductas de otras personas, a través de la transmisión de un mensaje y en un contexto en el que los receptores del mismo tienen la posibilidad de aceptar o rechazar. Las teorías más actualizadas sobre persuasión intentan comprender a través de qué procesos se produce el cambio de actitudes. Según las teorías del procesamiento sistemático, el cambio de actitud está determinado por el grado de reflexión o elaboración cognitiva consciente que se realice de la información y la evaluación que se haga de ella. La probabilidad de que se produzca dicha elaboración depende de la motivación y de la capacidad del receptor para procesar el mensaje.

Cuando las personas consideran que los argumentos del mensaje son inverosímiles no se ven persuadidas por él. La persona trasladada a un mundo de ficción no efectuará una reflexión profunda, sistemática o exhaustiva sobre los argumentos del relato. El transporte narrativo hace posible la influencia persuasiva incidental. Y esta es la causa del impacto persuasivo.

Manipulación mediática

Según Noam Chomsky, hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para disminuir el sentido crítico de las personas y permite implantar ideas o inducir comportamientos. Los medios de comunicación son muy eficientes para moldear la opinión pública hasta el punto de que incentivan unas corrientes ideológicas sobre otras. La manipulación mediática surge del interés de ciertos grupos por conformar una conciencia colectiva.

La función de los medios de comunicación es entretener e informar, actúan como un transmisor de mensajes para la comunidad. El cumplimiento de este papel requiere de filtros que permitan clasificar la información que es apta para cierto tipo de audiencia. Según Chomsky, las noticias que se difunden en los diferentes medios son “cuidadosamente seleccionadas” atendiendo a los intereses de ciertas élites y acallan cualquier tipo de información que vaya en contra de sus intereses particulares, siendo realmente su principal tarea, realimentar las ideologías y pensamientos de estos grupos en la población.

Como decía en el inicio de este artículo, cuando empecé a escribir me cuestioné la veracidad de las historias más importantes de todos los tiempos. Y la verdad, es imposible no cuestionarme, porque ya tengo consciencia del poder que pueden ejercer las palabras. La forma en que se narran los acontecimientos puede cambiar radicalmente la opinión de un grupo de personas respecto a un tema, justificar guerras e incluso incentivar la estupidez.

Mónica Solano

Imagen de Michael Schwarzenberger 

Ser diferente. ¿Barrera o puente?

 

                 «Cuando perdemos el derecho a ser diferentes, perdemos el privilegio de ser libres»  Charles Evans Hughes (1862-1948)

Un invitado inesperado

Es un dicho popular que los niños vienen con un pan debajo del brazo. Pero, ¿qué ocurre si la harina de ese pan no es la de siempre?, ¿si la levadura es distinta, y lo que sale del horno parece cualquier cosa menos pan?, ¿o si por el sabor, la textura, la consistencia, nos encontramos con algo que parece imposible digerir?

Estas preguntas tan abstractas se convierten en el punto de inflexión de la vida de muchas familias cuando llega, más o menos por sorpresa, un bebé que no es “normal”. Los estudios prenatales permiten anticipar patologías como el síndrome de Down. Otras, como el autismo, carecen de marcadores específicos y solo dan la cara cuando el niño alcanza una edad crítica, entre los 18 y los 36 meses.

En el primer caso, la familia sabe de antemano con lo que se va a enfrentar. En el segundo, la naturaleza toma el pelo a los padres que, durante los primeros meses, se dedican a hacer planes de futuro para ese bebé que nace con una engañosa normalidad. El diagnóstico, cuando llega, arrasa con todos esos proyectos y convierte una hoja de ruta bien diseñada en una cinta rodante en la que, por muchos pasos que se den, parece que siempre se encuentra uno en el mismo sitio. Ese desbarajuste emocional lo recoge y lo expresa de maravilla la madre de un niño con síndrome de Down, Emily Pearl Kinsgley, en La belleza de Holanda. Y, si damos un paso más, en el caso del autismo vemos que el cataclismo que se produce después del primer o segundo año de vida, lejos de disminuir, va haciendo más profundo el abismo que separa al niño y a la familia del resto de los mortales. Podemos ver unas pinceladas de cómo es la vida de estas personas en el video Mi hermanito de la luna.

Llamemos a las cosas por su nombre

El autismo afecta a algo tan humano como es la capacidad de relación con los iguales, a la comunicación y al área de las relaciones humanas. Ángel Rivière, psicólogo fallecido en el año 2000, y una de las personas que más hizo por el mundo del autismo, hablaba en uno de sus trabajos sobre lo que él llamaba la “ceguera mental” de los autistas, para explicar que son incapaces de entender que los demás somos “objetos con mente”. Una persona con autismo carece de la capacidad de atribuir a otras personas emociones, sentimientos y estados mentales distintos al suyo. Un bebé de corta edad hará pucheros y se pondrá triste si su madre se acerca a él con el ceño fruncido, porque sabe instintivamente que mamá está enfadada. Un niño con autismo puede sonreír y expresar alegría en un funeral con toda normalidad, porque, para él, supone la posibilidad de un encuentro inesperado con su abuela, aunque el fallecido sea su abuelo. Y, si alguien le ha dicho que el abuelo está feliz en el cielo, el niño con autismo solo verá en ese hecho un motivo de alegría, y será incapaz de manifestar o fingir la tristeza que sería esperable. El autista no sabe mentir. No comprende los juegos de palabras. No tiene doblez.

A pesar de la labor de profesionales como Ángel Rivière, que dedicó su vida a mejorar la de las personas con autismo, siguen existiendo reputados escritores que tratan el tema con una ligereza y un desconocimiento que solo merecerían indiferencia, si no fuera porque llegan a un público numeroso. Y lo triste es que a ese público se le ofrece una imagen distorsionada, peyorativa y despectiva de todo lo que el término autista implica. Quienes leen a esos escritores no solo se quedan sin conocer los valores humanos de las personas con autismo, sino que vuelven a levantar unos muros que había costado muchos años derribar. Me estoy refiriendo, en concreto, a un artículo aparecido hace poco en El País. Afortunadamente, unos días después este periódico publicó una réplica, que Autismo España se apresuró a enviar. Esta réplica y otras respuestas devuelven la dignidad y la esperanza a las personas con autismo y a sus familias.

Como madre de un joven con autismo, mi primera reacción ante el artículo de El País fue de ira y de desprecio. Pero después de varias lecturas he llegado a la conclusión de que, en realidad, esa definición deformada del término “autista” no es más que una muestra de la supuesta sabiduría del autor del escrito, cuyo único acierto es el título del mismo, “Narcisismo hasta la enfermedad”, pero aplicable exclusivamente a quien lo firma. Por los términos que emplea, deduzco que el autor, persona supuestamente “sana”, habla de oídas sobre algo que no conoce en absoluto. Es más, demuestra que no es capaz de intentar ver el mundo a través de los ojos de los que tienen autismo. Así que, si creemos en lo que argumenta en su texto, ¿quién sería en este caso el “autista”?

Pero yo quiero centrarme en la importancia de la diferencia. Me gustaría hacer un llamamiento a los que me lean: que intenten ponerse, por un instante, dentro de la piel de alguien que no es como los demás. Solo eso. Y después de hacerlo, que piensen si esas diferencias suponen una barrera o un puente. Y, para facilitar esta especie de desdoblamiento, empezaré por aportar mi propia visión desde dentro y desde fuera.

El autismo afecta a todo el grupo familiar, y no solo a la persona que lo tiene (y digo “tiene” y no “padece” con toda intención). Como afectada, por tanto, llegué a ese punto de inflexión del que hablaba al principio. Me encontré, como otros muchos padres, con una bifurcación en la que solo podía optar por ser parte del problema o parte de la solución. Podía pensar la carga que para mi familia sería un niño así o pensar en la carga que mi hijo llevaba a cuestas. Compadecerme porque me había tocado una criatura diferente o ponerme en la piel de mi hijo, al que su diferencia le acarrearía sufrimientos porque la vida le había negado la potestad de poder elegir o rechazar su autismo. Y lo tuve muy claro. Desde el primer momento quise a mi hijo porque era así, y el autismo era parte de él. Nunca sentí que lo quisiera a pesar de su autismo.

Y, visto desde fuera, tampoco es extraño que los demás nos vean como familias a las que, por decirlo en términos simplistas, el Autismo nos ha caído del cielo como un castigo divino. Quien no conozca el tema, o se deje orientar por escritos distorsionados como el que publicaba El País, puede pensar que somos unos “pobres” padres y madres que nos pasamos la vida mirando hacia abajo, a unos hijos que se encuentran en situación de inferioridad, y hacia arriba, a la espera de profesionales que saquen de la manga una varita mágica que haga que nuestra pesadilla termine.

Pero este camino tiene muchos cruces, y en este punto podemos elegir también el dibujo horizontal. Darle al tema un enfoque diferente, que no pone a nadie por encima de nadie. Podemos pedir ayuda a otras personas (profesionales, educadores, otros padres) para que nos enseñen a ser nosotros mismos los que aprendamos a convivir con el autismo, y a manejar esa realidad diferente. No queremos peces. Queremos que nos enseñen a pescar. Y en esa relación de igualdad construimos un triángulo equilátero donde la persona con autismo será un pilar más junto a la familia y el resto del mundo. Dejará de ser un simple receptor o demandante de recursos, para convertirse en alguien con sus propios criterios, con sus propios valores y con su propia riqueza personal que también podrá aportar mucho a quienes lo rodean, y ocupar el lugar que, por derecho, no por compasión, merece entre la sociedad.

Una persona con autismo será muy buena en aquello que despierte su interés. Por ejemplo, ningún partido en la final del mundial de futbol –salvo que el futbol sea su pasión– lo distraerá nunca de sus ocupaciones, aunque el resto del país esté paralizado frente al televisor. Los intereses de las personas con autismo son restringidos y limitados; son personas ordenadas, necesitan un entorno predecible, claves que les ayuden a anticipar qué es lo que va a pasar al día siguiente, en la hora siguiente, en el minuto siguiente. Lo que los niños normales aprenden sin darse cuenta, a los niños con autismo les cuesta aprenderlo, y nunca lo harán si no los dotamos de las herramientas necesarias. Para ellos las relaciones humanas, con toda su complejidad, siempre serán tan difíciles como nos sucede al expresarnos en un segundo idioma del que desconocemos los giros y complejidades. Pero cuando se trabajan programas y sistemas que facilitan la comunicación, el cambio es radical. El niño comienza a manejar agendas, fotos o dibujos que le permiten controlar su entorno e interactuar con los demás. Empieza a darse cuenta de que puede expresar sus ideas y entiende las peticiones que le hacemos. Y, entonces, las personas que estamos a su lado entendemos el significado de la expresión “alcanzar el cielo con las manos”.

A veces habría que preguntarse quién es el autista: ¿la persona afectada o los que son incapaces de verlo con los ojos del amor, y ver el mundo a través de su mirada?

¿Y ahora, qué?

Pues, llegados a este punto, quienes vivimos con alguien con autismo podemos elegir. Quedarnos para siempre en la celda de autocompasión en la que nuestro tren, a veces, hace una parada al principio de la historia, o continuar avanzando a través del paisaje de las fortalezas de nuestros hijos, apoyándonos en ellas más que en sus debilidades, para construir juntos el futuro.

Siempre he pensado que es mejor dejarse llevar e ir a favor de la corriente, que empeñarse en navegar luchando a brazo partido con el oleaje. Por supuesto, habrá ocasiones en que las familias quisiéramos atravesar una pared, pero siempre será mejor dar un rodeo en busca de una puerta. Tenemos que bajarnos del carro del orgullo y de la superioridad, para empezar a dar voz y voto a los afectados, respetando así su diversidad y teniendo en cuenta sus preferencias a la hora de planificar su futuro. Porque a lo largo de la vida nos enfrentaremos a tomas de decisiones que repercutirán en ellos y en su felicidad.

Y a quienes no tienen en su vida a una persona con necesidades diferentes, les haría una reflexión más. Conozco a muchas personas con autismo, y solo puedo decir que siento que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Hay testimonios estremecedores de autistas de alto nivel que reclaman y reivindican su derecho a ser como son. Y creo que les asiste toda la razón del mundo. Si respetamos otras culturas con hábitos que a nosotros nos resultan chocantes, ¿con qué derecho nos arrogamos la potestad de decidir que una persona con autismo debería aprender a “pensar y sentir” igual que los demás?, ¿y con qué autoridad retuercen y desvirtúan algunos el término “autismo” para convertirlo en una definición que para nada se corresponde con la realidad? Tal vez quien escribe así quiera mostrar al mundo su dominio del lenguaje y la riqueza de su prosa, pero solo logra poner en evidencia la mezquindad y la pobreza de su espíritu.

Si alguien quiere ampliar información, le recomiendo que eche un vistazo al legado de Ángel Rivière tanto en imágenes como en palabras. Y nada mejor que una cita suya para cerrar este artículo:

Ser autista es un modo de ser, aunque no sea el normal. No sólo soy autista. También soy un niño, un adolescente, o un adulto. Es más lo que compartimos que lo que nos separa.

Adela Castañón

Imagen de Jay Mantri