Mi última carta de amor

María:

(Sonrío, porque no sé cómo empezar. –Suelto el bolígrafo y miro tu foto–. ¿Querida María? ¿Hola, María? ¿Qué tal, María?)

A lo largo de mi vida he maldecido y bendecido Internet a partes iguales, pero nunca tanto como cuando se ha tratado de ti.

En nuestra época de críos,

(sí, críos, esa rara especie, hoy en peligro de extinción porque se van convirtiendo en adultos en miniatura que a los diez años ya están de vuelta de tantas cosas –Miro tu foto otra vez y me parece verte sonreír.)

no podíamos imaginarnos que el futuro derribaría barreras que creíamos eternas, como el tiempo o el espacio, y que surgirían nuevas tecnologías como las de hoy. Cuando la vida nos separó, no podíamos soñar con que Internet, como una varita mágica, sería capaz de poner en contacto a personas muy distantes. En aquella época trasladaron a tu padre a otra ciudad, y tu partida nos supuso el adiós definitivo. Entonces solo existía Correos o, en contadas ocasiones, el teléfono. Y tú y yo, con lo cortos de genio que éramos, ni siquiera contábamos con esos recursos. ¡Cómo iba a pensar en llamarte o escribirte cuando te mudaste con tus padres a casi mil kilómetros de mí! Si yo era tímido, tú lo eras más. Con quince años nuestra timidez era tan extrema

(porque quiero pensar que a ti te ocurría lo mismo que a mí)

que apenas nos mirábamos cuando estábamos en la misma habitación. Me daba terror pensar que pudieras adivinar mis sentimientos, que mi amor por ti, ese amor primero, irrepetible, quedara expuesto, desnudo…

María…

Si lo nuestro hubiera empezado alguna vez, si al menos te hubiera pedido salir contigo, a lo mejor a estas alturas estaríamos ya hasta los pelos el uno del otro. Pero nuestra historia nunca llegó a ser nada, no pasó de ser un sueño, un deseo, una fantasía. Y se quedó fuera del tiempo, congelada en un milagro de eterna juventud, de ilusión imperecedera, donde la magia del futuro vive a salvo de la monotonía y de la desilusión del pasado. De un pasado que es solo un folio en blanco porque la vida no escribió nada en él. Separarnos, sin habernos llegado a juntar, me ha dejado

(¿y a ti? ¡Ojalá lo supiera!)

siempre abierta una puerta a la esperanza, al millón de historias que podríamos haber vivido. Y no importa lo que pase porque, en cada instante y en cada segundo, mi mente y mi corazón pueden echar a volar sin ataduras, y pueden construir un universo cuyo punto de partida hubiéramos sido, ¡cómo no!, tú y yo…

María…

Me haces desbarrar. Da igual que hayan pasado treinta años. Pero esta vez no puedo callarme, María. Después de tanto tiempo, has usado la llave de Internet para volver a abrir la puerta de mi alma y entrar en mi vida sin invitación.

(¿Te duele esto último? ¿Temes que no te guste lo que te voy a decir? –La mente me gasta una broma cuando miro tu foto. Ahora veo una arruga vertical en mitad de tu frente.)

Te iba a decir que lo siento. Iba a tachar esas dos palabras, “sin invitación”, pero no voy a hacerlo. Porque yo también te he buscado en Google. He intentado seguir tu estela, pero no a costa de romperla, como has hecho tú con la mía. Lo mío ha sido un ir detrás, igual que una mascota, sabiendo que tú siempre mirabas hacia delante y ni siquiera me veías. Lo tuyo ha sido otra cosa. Tú me has buscado, te has plantado delante de mi cara. Eres un fueraborda y has revuelto esas aguas tranquilas por las que mi vida transcurría. Y no tenías derecho. Al menos, no de esa forma.

(Sé lo que vas a decirme. –Tus labios parece que se mueven, y tapo la imagen de tu boca con mis dedos–.  Pero deja que lo diga yo por ti.)

Ahora me dirás que no hay nada de malo en localizar viejas amistades por Internet para saber de ellas. Cierto. Yo también quise agarrarme a esa frase y estuve a punto de teclear más de una vez para ponerme en contacto contigo. Pero al final, me pudo la prudencia. O el cariño. O el respeto. Porque siempre me frenaba el mismo pensamiento: no sé nada de ella. Si está casada, o divorciada, si es feliz, si se acuerda o no de mí, si… si puedo hacerle daño. Hasta ahí llegaba yo, María. Y por eso, por no querer arriesgarme a lastimarte, me llevaba las manos a la boca, y me mordía las uñas, y me tragaba las lágrimas haciendo un llamamiento a la razón para pedirle que esas lágrimas bajaran a mi estómago. Y que allí ahogaran a esas mariposas tan tópicas y típicas de las novelas rosas que, a mis años, volvían a hacer su nido en ese sitio.

María… ¡ah, María!…

En este último año has hecho de mi vida un torbellino. Los WhatsApp, los emails, ese encuentro improbable pero que, por milagro, fue posible, a mitad de camino entre nuestras ciudades. A mitad de camino de ese año. Esa tarde delante de un café, desgranando recuerdos…

(Dos encuentros en treinta años no son muchos ¿verdad? Pero pueden ser casi toda una vida. –Ahora, desde tu foto, me llega desvaído el olor del perfume que usabas–. Deberías leer la novela de “Los puentes de Madison County”. Tal vez así me entenderías)

María…

Esa tarde de hace solo seis meses es para mí un antes y un después. Un café compartido que iba a durar apenas media hora, que al final fueron cuatro. No me lo podía creer. Tú y yo hablando sin parar, dejando salir a borbotones, disfrazadas de anécdotas de críos, todas aquellas cosas que nunca nos dijimos. Yo, riendo y bromeando, envalentonado con la risa que bailaba en tus ojos, y diciéndote cómo bebía los vientos por tus huesos. Y tú… y tú, María, callando y asintiendo. Y yo, pobre de mí, alimentando la hoguera de tu vanidad

(o eso creo ahora)

con el único combustible de mi cariño eterno…

Y luego, al darnos cuenta de lo tarde que era, tuviste que irte a toda prisa. Perdías el autobús. Y entonces, a punto de subirte, ya con la mano puesta en la barra de la puerta, me robaste lo que habías venido a buscar: un solo beso. Que casi ni fue un beso. Un roce de un segundo. Pero no en la mejilla. Tus labios en mis labios.

(Te llevaste contigo ese momento, lo mismo que un ladrón. Y no tenías derecho).

Sé que somos adultos, María, pero eso no se hace. Has jugado conmigo. Has dejado que yo, cegado por el brillo del pasado, me haya planteado incluso tirar por la borda mi vida de ahora, ¡qué locura!

Esta vez no he callado. No he querido callar. Tú has dado el primer paso y, como un náufrago, me he agarrado a ese cabo que has lanzado desde tu altura. Pero me has engañado. No me querías a bordo de tu barco. Has dejado que ponga mi alma al descubierto, que te escriba, que te cuente lo mucho que te quise, lo mucho que te quiero.

Pero eso ha sido todo.

Y cuando has comprendido lo que habías desatado, has dado marcha atrás. Me dices que lo único que querías era tener noticias de tu amigo de infancia, que eso soy para ti, un simple amigo…

María…

No sé si ha sido el miedo. Posiblemente, yo me haya equivocado al juzgar tus acciones. Pero tus actos, lo que has hecho, y mucho peor aún, lo que no has hecho, lo que no has dicho… Me has herido de muerte.

Pero no te preocupes. Que ya estoy terminando de contártelo todo.

Mi amigo más querido se ha negado a dejarme en la estacada. Le duelen mis heridas,

(no como a ti, a pesar de ser tú quien me las ha causado. –Ahora en tu foto, sin poder evitarlo, escondes tu vergüenza tras tu pelo y agachas la cabeza.)

ha pasado a mi lado, día tras día, el duelo que he tenido que vivir por ese amor que ha muerto. ¡Mataste tantas cosas, María! Convertiste en cenizas algo que yo tenía, algo que era inmortal. Arrasaste mi rincón más privado, el altar que mantenía viva mi fe, mis esperanzas, mis sueños, ¡sí, mis sueños!, porque ya se encargaba la razón de decirme que de nada me iban a servir todas mis fantasías. Todo eso lo rompiste, María. Lo que vivía en tu ausencia ha muerto por culpa de tu presencia. ¡Y me da tanta pena…!

Eso quería decirte, María. Después de treinta años de silencio, tú has abierto la caja de Pandora, y eso me da derecho.

Y yo no estoy dispuesto a pasar otra vez la misma historia, ni a aguantar un segundo silencio durante otros treinta años.

Te debía estas palabras. Me las debía a mí mismo.

No he tirado mi vida por la borda. Y sigo vivo.

Puedo escribir todo lo que te he escrito, y el pulso no me tiembla.

Hoy mi único regalo para ti es esta indiferencia. Ni amor, ni odio, María.

(Por si quieres saberlo. –No debería seguir. Esta carta debería acabar aquí. Y, sin embargo…)

Pero anoche soñé que tenía otra vez quince años. Que estabas a mi lado. Desperté con el murmullo de mi mujer dormida junto a mí, como todas las noches.

Sin embargo… ¡era tan vivo el sueño, que ni siquiera supe al principio donde estaba!

La razón me abrazó con su manto, volví a cerrar los ojos para intentar recuperar el sueño. Para dejarte ir, y que tú me dejaras.

(Mi mano tocó entonces la almohada. Y su humedad, allí donde había estado mi cara, convirtió en un borrón toda esta carta.)

 

Adela Castañón

Imagen: Pixabay

4 comentarios en “Mi última carta de amor

  1. Carmen Romeo Pemán dijo:

    Literatura? Realidad? Que decida el lector.
    Esto es literatura con mayúsculas. Pocas veces se cumple la verosimilitud en este grado.
    Y a la vez es un relato emotivo y emocionante.
    Espero otras. Que no sea esta tu última carta de amor.

    Le gusta a 1 persona

  2. Adela Castañón dijo:

    No serán cartas lo que nos falte en Mocade, querida amiga. Gracias por tu apoyo. Siempre bendeciré a la vida por hacer que las cuatro nos conociéramos. Un beso enorme y feliz Navidad!!!

    Me gusta

  3. Mónica Solano dijo:

    Ay Adela, Adela. Con este relato me has hecho suspirar. Sí, suspirar ¿Cuántas cartas estarán en el olvido, cargadas de desamores? Se me erizan los pelitos del brazo de solo pensar en esos sentimientos de soledad y amor no correspondido. Eres mágica amiga 🙂 Me encantaría tener aunque fuera un poquito de ese rico imaginario que tienes, con el que nos sumerges en estas historias fabulosas, entrañables, únicas. Besos.

    Le gusta a 1 persona

  4. Adela Castañón dijo:

    Mi imaginario se alimenta de lecturas. Y muchas de las tuyas me han inspirado mis mejores relatos, así que seguiremos avanzando y aprendiendo juntas, amiga. ¡Es algo hermoso! Muchos besos 🙂

    Me gusta

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.