#Mitologíasfragolinas
De la serie Mis micros
Cuando llegué a Narvil, una pardina cerca de El Frago, conocí a los narvileños, una tribu de sedientos que se irritaban si se encontraban con un extraño.
Vivían en un terreno enlodado y pantanoso, con abundantes charcas de aguas cenagosas. Las llamaban balsas, si eran grandes, y balsones, si eran pequeñas. Todas estaban cubiertas con pan de rana de un verde brillante. Por encima sobrevolaban las libélulas a sus anchas y el zumbido de los mosquitos resultaba ensordecedor.
Intenté cruzar la balsa que había a la entrada. Metí los pies en el agua, se me hundieron en el barro y apenas pude avanzar. Estaba en plena lucha titánica con el fango cuando se me acercó un narvileño. Tenía la piel resquebrajada y le faltaban todos los dientes. Me pareció un leproso. Pero, cuando le vi sacar la lengua, como hacen los perros, me di cuenta de que estaba sediento. Se me acercó mucho y noté el calor del fuego que salía de sus ojos. Intenté retroceder. A duras penas pude salir de aquel balsón y alejarme de aquella mirada que amenazaba con abrasarme.
Envuelta en légamo y rodeada por una nube de abejorros, tomé el camino del pinar. Era más pedregoso y el lodo desaparecía a medida que ascendía por la ladera del monte. No pude avanzar mucho. De los troncos de los árboles salían unos brazos sarmentosos que acababan en ganchos. Todos intentaban arrancarme la cantimplora que colgaba de mi espalda. Si me la quitaban, yo me volvería un sediento como ellos.
De repente sentí mucha sed, se me nublaron los ojos y me caí de bruces. Oí cómo rodaba la cantimplora por el suelo. Con el estruendo de mi cuerpo al chocar contra una roca, desaparecieron todos. Se esfumaron entre las sombras de los pinos. Si no lograba alcanzar la cantimplora, yo también desaparecía como el humo en el aire.
Carmen Romeo Pemán
Impresionante, Carmen. Una pesadilla, yo también quiero huir. Coherentes todos los detalles.
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Por si fuera poco, un comentario muy acertado. Más gracias.
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El sufijo -ón de ‘balsón’ es diminutivo en Aragonés (*).
Su presencia en El Frago puede explicarse como substrato remanente del Aragonés que se habló esa zona, aún audible en las personas mayores.
(*) La hija de Carmen es Carmenzona (Carmencita) y el hijo de Pedro, Pedrón (Pedrito). Un manzañón es una manzana pequeña, no necesariamente mala o ‘tacada’.
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Miguel, ¡qué buen comentario filológico! Me encanta esta aportación, has dado en clavo de mi afición etimológica aragonesas. Esta hecho con mucho rigor, bien explicado, muy clarito y con buena prosa. Gracias, muchísimas gracias de Carmenzona.
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Precioso!! Dominas los finales abruptos.
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¡Gracias, Gloria! Mi lectora crítica generosa y fiel. Un abrazo.
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Inquietante y angustiosa la situación. Tiene todos los elementos para sentir que quieres salir de ahí. Qué agobio , sobre todo en esas aguas cenagosas!!!
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¡Gracias, Elvira! El subconsciente es así. Siempre queremos salir de la ciénaga. Y, aunque logremos salir, el balsón siempre estará allí.
Un abrazo muy grande.
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