A un profesor en la cuarentena

#covid-19 #todoirabien #telenseñando

Hola, Javier, Juan, Alejandro, Ana, Paula, Estefanía, o como te llames. Tengo delante una foto, un selfie, en el que estás dando clase online. Las pantuflas y el chándal de andar por casa contrastan con la camisa de lino recién planchada. La sonrisa y los ojos radiantes que se reflejan en la pantalla del ordenador no pueden ocultar unas ojeras que hablan de muchas noches en blanco.

Con los dedos de tu mano izquierda tamborileas la mesa. Al otro lado del teclado, junto a una humeante taza de café, están los paracetamoles que te mantienen en pie.

Yo también fui profesora. Me gustaba entrar al barro y, a veces, sueño que estoy en el aula. Mis alumnos inmigrantes me escribían un email todas las noches buscando calor en mis palabras. Poco a poco fuimos moldeando su capacidad de escritura.

Y, ¿qué tiene que ver esto contigo? Pues mucho. Más de lo que te piensas.

Cuando leí: “se cierran las clases sine díe”, me acordé de ti. La noticia me sacudió. “No, no se cierran las clases ni los centros”, pensé. Todo seguirá funcionando de forma bastante natural con tu esfuerzo y el de todos tus compañeros. Se mantendrán el horario de las clases, las reuniones de profesores, las tutorías con los alumnos y con los padres.

En pocas horas, a marchas forzadas, magnis itineribus, como contaba César en La guerra de las Galias, tienes que aprender nuevas aplicaciones informáticas. Con gran esfuerzo te pones al día. Pero te resulta duro cambiar la pizarra por la pantalla del ordenador y la vida del aula por fotografías fijas. Ahora sí que te sientes solo ante el peligro.

En los días que llevamos de cuarentena, tenemos abundante tinta de periódico sobre los efectos de  la nueva forma de enseñar. Se pone el acento en la “brecha social” que provoca la enseñanza a distancia entre los alumnos. ¿Acaso no existía una brecha mayor cuando yo iba a la escuela y cuando estudié Bachillerato como alumna libre desde un pueblo de la España rural? Muchas de mis compañeras acabaron sirviendo en familias de ricos. Sin hablar de todos los alumnos que, por sus problemas de salud, tuvieron que hacer todos los estudios a distancia, por correo.

Después, con el nuevo Estado de Bienestar y con la emigración a las ciudades, nos pareció que esa distancia se había acortado. Y se acuño el término “fracaso escolar”. Un nuevo punto de vista para acercase al mismo problema. Pero, con el fracaso, el dedo acusador apuntaba hacia los profesores. Era nuestra culpa, no sabíamos motivar a unos alumnos que venían desmotivados de fuera. Con los nuevos inmigrantes extranjeros se volvió a hablar de “brecha social” y con la pandemia del coronavirus se ha añadido un matiz a esa brecha: las dificultades de muchas familias para adquirir las tabletas que exigen las clases online. En mis tiempos, esas mismas dificultades eran para comprar la Enciclopedia Álvarez.

No es que con estas comparaciones quiera quitar hierro a los fenómenos actuales. Tan importantes siguen siendo hoy como lo fueron en su día.

Simplemente quiero subrayar que en todos los casos se olvidan de nosotros, de los maestros y profesores, que nos dejamos la piel para sacar a nuestros alumnos de las brechas y fracasos.

Sé que hoy tu esfuerzo es extraordinario. No es fácil aguantar el tipo, vencer el miedo propio y abrir una plataforma en la que unos niños, o unos adolescentes, esperan tus palabras de aliento. Porque ellos también sufren en silencio. Porque con el aislamiento se les ha despertado una nueva sensibilidad y unas nuevas ganas de aprender.

Sé que no te resulta fácil nadar por esas endiabladas aguas de las redes en las que, dando bocanadas como los peces atrapados, buscas la manera de salir y sacar contigo a tus alumnos.

—Buenos días, por la mañana. Todo va a salir bien. —Son las primeras palabras que pronuncias desde la noche anterior.

Te has pasado gran parte de la noche buscando nuevas formas de llegar a todos y telenseñar con éxito. Esta reclusión te pesa más por tus alumnos que por ti. Eso te motiva y das las clases con mucha rasmia. Además, te pasas horas muertas chateando con tus pupilos y les abres un camino a la esperanza.

En la soledad y en la distancia física, has llorado las muertes que han flagelado a las familias y tus palabras son el mejor consuelo que han recibido.

Te podría despedir con grandes epítetos. Te podría decir que eres un héroe, un ángel de la guarda, una estrella que ilumina el camino. Pero no. Es algo más sencillo y más grande. Esta pandemia ha sacado lo mejor de ti y nos has demostrado que eres un enseñante de pura raza. Que eres capaz de desafiar a las bolitas rojas que llenan las calles como los vilanos de la primavera.

Carmen Romeo Pemán

17 comentarios en “A un profesor en la cuarentena

  1. Josefina López dijo:

    Qué hermosa carta, Carmen. Dices grandes verdades: la brecha ha existido siempre. Se necesita alguien que ayude a superarla y ese alguien, con frecuencia, es un profesor vocacional, pero también un alumno con voluntad de hacerlo. A lo largo de estos meses hemos leído en las redes muchos textos sobre los enseñantes, pero para mí ninguno tan precioso como este. Me has emocionado. Gracias.

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  2. Elvira dijo:

    Una carta así, sólo la puede escribir una profesora, porque conoce «el asunto» por dentro y por fuera. Es imposible darse cuenta de todos los problemas que la educación ha tenido desde siempre si no has estado dentro. Y tú has sido de las que ,como bien dices, has entrado en el barro. Y sí, a pesar de todos los problemas, las cosas en los centros educativos van saliendo porque hay mucha voluntad y muchas y muchos profes que se empeñan en que salgan. Voy a enviar tu carta a todos mis compañer@s y amig@s docentes
    porque seguro que les gusta y reconforta, qué falta hace .
    Gracias y un abrazo Carmen

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    • Carmen Romeo Pemán dijo:

      GRACIAS, Elvira, alumna, amiga y compañera! Tú también podrías escribirla. Tú implicación, y la de tu hermana Carmen , q.e.p.d., ha sido excepcional. En fechas muy tempranas pasasteis de ser mis alumnas a ser mis maestras. Cuánto he aprendido de vosotras, de vuestro bien hacer y de vuestra dedicación.
      Un sbrazo grande.

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  3. Cristina de Miguel Ardevines dijo:

    Querida Carmen, querida tutora. Siempre ha sido y siempre será un placer leer/escuchar tus sabias palabras, llenas de sensatez y calidez. Esta vez, además, me han llegado muy hondo al corazón. Me he sentido totalmente identificada.
    Gracias por compartirlas con todos nosotros.
    Un abrazo muy fuerte.

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    • Carmen Romeo Pemán dijo:

      Cristina, también los alumnos sabéis cómo tocar la fibra a un profesor. Y hoy la que me calas hondo eres tú.
      Sé que, como profesora, te entregas en cuerpo y alma. Que en ti lo de enseñar es vocacional.
      Y aún sé más. Que tu madre fue alumna de mi madre. Y que me bordó el faldón de mi bautizo con flores matizadas en tono gris perla.
      Por lo de ayer, por lo de hoy. Un abrazo inmenso, también para ella.

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      • Cristina de Miguel Ardevines dijo:

        Con lo poco que me gusta llorar y aquí estoy: con la piel de gallina y los ojos humedecidos. Muchos besos y abrazos.

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  4. María Antonia Martín Zorraquino. dijo:

    Muchas gracias, querida Carmen, por tus confortadoras, sensibles y acertadas palabras. Los problemas de la educación son complejos y permanentes. Y la clave reside en la voluntad y la capacidad intelectual del profesor y del estudiante. Y en vías educativas conscientes de la igualdad en el acceso a la educación, pero también de la diversidad de los discentes. Muchos besos, muchas gracias otra vez, y que sigas con tu ejemplar coraje y talento. ¡Te necesitamos! Ma. Antonia

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    • Carmen Romeo Pemán dijo:

      Mi querida María Antonia,: este comentario vale su peso en oro. Por la sabiduría que encierra v por el inmenso cariño que destila.
      A ti tbien te necesitamos. Un abrazo grande.

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