La Librería de mujeres de Bogotá. El Telar de las Palabras

En realidad, si la mujer no tuviera existencia salvo en la ficción que han escrito los hombres, uno se la imaginaria como una persona de la mayor importancia, muy heterogénea, heroica y mezquina, espléndida y sórdida, infinitamente hermosa y extremadamente horrible, pero tan grande como el hombre, más grande según algunos. Pero ésa es la mujer en la ficción. En la realidad, como señala el profesor Trevelyan, la encerraban, la golpeaban y la zamarreaban por el cuarto. Virginia Woolf, Una habitación propia.

Hace unos días tuve la oportunidad de conocer un lugar mágico. Un rincón dedicado a las letras de las mujeres. A esas guerreras que han trabajado hasta el cansancio por hacer oír su voz.

Cuando me bajé en la Calle 56 con sexta, Chapinero Alto, en Bogotá, no sabía con qué iba a encontrarme. Solo había leído un artículo en Radionica, que me compartió mi esposo. No tenía otra información y quería saberlo todo. “¿Una librería de mujeres?” Me pregunté cómo era posible que no hubiera oído nada de ella. Pero no era de extrañar. “El Telar de las Palabras” es el único lugar de este tipo que hay en Colombia para saldar la deuda cultural con las mujeres. Más que una librería es un espacio de reconocimiento y promoción de la labor de las mujeres como escritoras.

 

Captura de pantalla 2018-04-12 a la(s) 11.56.04 a.m.Trama Casa Creativa

 

Me paré enfrente del portón de una hermosa casa restaurada, con un estilo inglés, y me tomé unos instantes para mirarla. En una de las columnas estaba la dirección. “Sí, aquí es”, me dije. Luego me giré y me topé con un letrero en un costado de la entrada. Sobre un fondo negro destacaban las letras blancas con el nombre del lugar, “Trama Casa Creativa”, y debajo había una lista con todo lo que se podía encontrar allí. Antes de entrar, “El Telar de las Palabras” ya me resultaba encantador. Toqué el timbré y esperé a que me abrieran. María Isabel Martínez, fundadora de la librería, se acercó con las llaves en la mano. En ese momento no sabía que era ella, pero sin temor a equivocarme le pregunté si podía darme información de la Librería de Mujeres. Me miró y, de inmediato, se presentó con una sonrisa. Sin dudarlo, me invitó a seguir.

El corazón me latía con fuerza, estaba muy emocionada. Me hacía mucha ilusión conocer este rincón de la ciudad.

La magia continuó creciendo cuando entré. Había anaqueles llenos de libros escritos por mujeres. Grandes poetisas y novelistas, autoras noveles, ilustradoras y ensayistas ocupaban todo el lugar. Me sentí dentro de un refugio en el que podía hablar de libros, de escritura y de la vida, con confianza.

En el centro de la librería había dos pequeños sofás muy cómodos y una mesita baja. Todo estaba dispuesto para crear un espacio ideal y para dejarse envolver por el placer de la lectura y el olor de los libros.

Nos sentamos un buen rato, cobijadas por la calidez de una habitación repleta de historias. María Isabel me contó cómo ella y un grupo de amigas, todas muy amantes de la lectura, se embarcaron en este proyecto hace unos años. Estaban motivadas por la ilusión de crear un espacio de mujeres. Un espacio en el que no solo se diera visibilidad a los libros de autoras, sino que también se pudieran debatir y compartir las lecturas.

“Tener una librería de mujeres es un reto”, afirmó mientras charlábamos. Como lectora ávida, María Isabel visitaba muchas librerías y siempre se sorprendía al ver cómo estábamos relegadas. Entonces le surgió la idea de contribuir a nuestra visibilidad con un escenario donde se pudiera expandir y difundir el trabajo de las mujeres.

Para la mujer no es fácil tejer las palabras, a veces aislamos el ejercicio de escribir para hacer otras cosas que pensamos que tenemos que hacer por el solo hecho de ser mujeres… En Colombia había grandes librerías, algunas especializadas, pero ninguna de mujeres. Necesitábamos un espacio en el que se incentivara la lectura de obras escritas por mujeres.

Fue reconfortarte escuchar cómo hablaba y ver el reto en la expresión de su rostro. Se notaba que había conseguido un sueño. Y se sentía todo muy real.

En “El Telar de las Palabras” pasan grandes cosas. Trabajan de manera articulada con la red de educación popular entre mujeres. Con la librería apoyan a muchas mujeres y sus publicaciones como, por ejemplo, “Mariposario de palabras”, un libro de creación colectiva de la Tertulia de Mujeres de Engativá.

 

Imagen 1Presentación del “Mariposario de Palabras”, una antología de poemas 
que hablan de la sororidad, del dolor, de la aceptación del otro, 
de la vida de las mujeres y, sobre todo, del poder de la escritura.

 

“El Telar de las Palabras” abre sus puertas de lunes a viernes y, durante ese tiempo, realiza diferentes actividades culturales como la presentación y firma de libros, recitales, charlas, exposiciones y talleres de escritura creativa. Es un refugio para las mujeres. Allí se puede leer, tomar un café e intercambiar puntos de vista. Promueven libros y estudios sobre temas variados que afectan a la mujer: feminismo, diversidad sexual, derechos sexuales y reproductivos, derechos humanos de las mujeres, política, religión, antropología, novelas, poesía, artes plásticas, entre otros. Se incentiva el trabajo de las jóvenes emprendedoras que diseñan toallas higiénicas de tela, copas menstruales, agendas y libretas de ilustraciones. También exhiben pinturas y fotografías de artistas con estilos muy variados.

 

Imagen 4#feriadecreadores. Charla sobre la influencia de la Luna 
en nuestra alquimia femenina, expuesta por las creadoras del 
Proyecto Autogestivo de Mujeres Tejiéndose, Bxisqua.

 

A “El Telar de las Palabras” llegan mujeres de todas las edades y el objetivo principal consiste en formar grupos de lectura en los que se puedan compartir, discutir y analizar las obras. En este rincón también hay un espacio para los hombres, para aquellos que expresan el deseo masculino de comprender y estar con esta nueva presencia de las mujeres creadoras.

Una de las virtudes de “El Telar de las Palabras” es la propia María Isabel. Siempre dispuesta a compartir sus conocimientos con los visitantes y a brindar una completa asesoría. En una entrevista para el programa Entretejidas de una emisora local, afirmó que para ella hay muchos libros imprescindibles escritos por mujeres. Y recomendaba algunas autoras y obras que les comparto a continuación:

  • El segundo sexo, Simone de Beauvoir. Para María Isabel, con este libro comenzó la segunda ola del movimiento feminista, la que tuvo lugar en los años sesenta. Se ha convertido en un referente clave para todos los feminismos.
  • Una habitación propia, Virginia Woolf. Otro referente clave. Sobre todo para las mujeres creadoras.
  • Indiana, George Sand (Aurora Lucile Dupin). Escritora y periodista francesa. Rompió muchas barreras y facilitó los caminos a las generaciones siguientes.
  • Los cautiverios de las mujeres, Marcela Lagarde. Antropóloga. Planteó que la opresión de género siempre está activa en el mundo. A pesar de los logros que se han alcanzado, la vida de cada mujer contemporánea sucede en condiciones históricas en la que opera la hegemonía patriarcal.
  • Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado, Maya Angelou. Una novela de gran valor testimonial de la situación de las mujeres en América al final de los años treinta.
  • Todos deberíamos ser feministas, Chimamanda Ngozi Adichie. Escritora, novelista y dramaturga feminista nigeriana
  • El género en disputa, Judith Butler. Aporta puntos de vista muy interesantes sobre las identidades sexuales y la política sexual. En los noventa defendía el sexo como algo natural y el género como algo que se construye socialmente.
  • Rosa Montero, una escritora española. Con sus novelas y con sus artículos de periódico ha contribuido a divulgar el feminismo y los problemas con que se enfrentan las mujeres por el hecho de serlo.
  • El jardín olvidado, Kate Morton. Novelista australiana del género negro.
  • La mujer habitada, Gioconda Belli. Novelista nicaragüense. Una de las novelas que contribuyeron a propagar la imagen de la mujer víctima tradicional que se rebela contra el poder patriarcal.
  • Del color de la leche, Nell Leyshon. Esta obra magistral fue elegida Libro del año 2014 por el Gremio de Libreros de Madrid. La autora nos sumerge en la vida de Mary, una mujer que vive momentos de angustia y dolor, enfrentada a la incertidumbre en una sociedad que no comprende a las mujeres y que las discrimina, las excluye y las somete a una total impunidad.

En esta lista no podían faltar las escritoras colombianas:

  • Laura Restrepo, Hot Sur, Delirio (Premio Alfaguara de Novela), La novia oscura. Todas fascinantes.
  • Piedad Bonnett, poeta, novelista, dramaturga y crítica literaria.
  • Ángela Becerra, novelista y poetisa, ganadora de varios premios de literatura.
  • Si Adelita se fuera con otro. Del feminicidio y otros asuntos, Isabel Agatón, abogada, poeta y escritora feminista. Narra cómo se ha impartido la justicia en las mujeres cuando han vivido momentos de violencia y cómo la jurisprudencia está más a favor de los hombres que de las mujeres.

 

13332841_195889860809430_9060127622497924727_nIsabel Agatón y Florence Thomas, 
invitadas especiales en la inauguración de la librería.

 

Compartir esa tarde con la fundadora de “El Telar de las Palabras” fue muy enriquecedor. No solo encontré un nuevo rincón favorito en mi ciudad, sino que aprendí un poco más de historia, cultura y feminismo. Y recordé la importancia de conectarme con la mejor parte de mi ser, con la feminidad.

 

Mónica Solano

 

Imágenes de El Telar de las Palabras

“No lo hagas”

Tres palabras: No lo hagas.

Fue lo que oí cuando cerré la puerta. Estaba envuelta por una valentía que jamás había sentido.

Tenía miedo. Sí. Muchísimo. La bilis se me revolvía en el estómago solo de pensar en elevar el ancla e izar las velas cuando las aguas estaban mansas. Quería quedarme ahí, estática. Quería quedarme esperando una nueva espiral de decisiones que me llevaría al mismo punto, una y otra vez.

No voy a negarlo. Me tentaba la idea de explorar un nuevo mundo. Un sabor dulce me recorría la boca si pensaba en dejarme sorprender por nuevos aromas, colores y sabores. Por lo desconocido. Pero continuar aferrada a la tierra en la que llevaba enraizada tantos años me resultaba una idea más atractiva y también menos arriesgada.

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Cada vez que sumerjo los pies en la arena y miro con asombro el horizonte colmado de agua, fundido con un cielo azul incandescente, me tomo un instante, cierro los ojos y dejo que la brisa me despeine. Entonces siento cómo los mechones de mi pelo se agitan igual que mis pensamientos.

En esos momentos pienso en volver y en cómo sería mi vida si no hubiera atravesado la puerta aquella noche. Dejo que los recuerdos pasen y se marchen tan lentos como los minutos en las manecillas de mi reloj cuando estoy frente al mar. Trato de no darles importancia, de negarles, sin mucho éxito, el poder de transformar la calma.

¿Dónde estaría ahora si no hubiera…?

No, esa no es la pregunta que me llevará a dar el siguiente paso.

Tampoco es: ¿hacía dónde quiero ir?

Podría ser: ¿dónde estoy en este momento?, pero eso ya lo sé. Estoy mirando cómo las olas golpean con fuerza la arena bajo mis pies que se entierran cada vez más. Aunque no estoy segura de si soy la mujer que disfruta de una tarde de brisa o la mujer que se debate entre el dilema de quién es y quién quiere ser. Es posible que sea las dos. Lo cierto es que no soy la misma de hace unos días. Y es que no podría serlo después de que decidí marcharme de casa con la esperanza de encontrar un camino diferente.

Al mirar a mi alrededor me doy cuenta de que estoy sola ante la inmensidad del océano. El silencio se esparce por todos los rincones de la playa. Solo estamos mis pensamientos y yo debatiendo un futuro que ni siquiera sabemos si llegará.

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Tres palabras: No lo hagas. Resuenan de nuevo en mi cabeza.

Sí, eso fue lo que oí antes de partir, pero la verdad es que la valentía que me abrazaba cuando me puse la mochila en el hombro, desapareció cuando toqué el pomo de la puerta. Me quedé inmóvil y lo sujeté con fuerza.

En un movimiento involuntario me di la vuelta, con los ojos nublados por el dolor que me producía ponerle cara al pasado del que no podía escapar. Cuando miré hacia atrás perdí la fuerza, se esfumó mi propósito. La idea de un mañana diferente se fundió en lo más profundo de mi equipaje. Ya no estaba segura del siguiente paso.

Pensé: “si tan solo no hubiera mirado hacia atrás”. Y como en cualquier otra escena de mi vida los “hubiera” llegaron en bandada y me acorralaron. Me dejé guiar por la cobardía y le entregué el poder al miedo. Cada parte de mi cuerpo se desvaneció en temblores y sudor.

Quizás era demasiado tarde para intentar un nuevo comienzo.

Cerré los ojos y respiré, tan profundo como fui capaz. Luché con ímpetu para zafarme de la puerta y arrancar mis pies del suelo. Tenía que intentarlo. Quería creer que podía dar el salto.

Me puse de rodillas en el umbral de la puerta, sujeté con todas mis fuerzas la manija, la giré hacía un lado y otro, y entonces repetí como un mantra, hasta el cansancio, “no lo hagas, no lo hagas”. Al final, después de una larga y extenuante riña con mis inseguridades me puse de pie.

“No lo hagas de nuevo. Esta vez, avanza”

Mónica Solano

 

Imágenes de StockSnap Denis Azarenko y Karin Henseler

El jardín de Sofía

Oculto en el universo, crece un jardín de colores sobre un meteorito. Hace algunos años, después de una fuerte tormenta espacial, la vida surgió en una de estas rocas áridas. Muy cerca de la Luna gira alrededor de la Tierra, sumergido entre las estrellas.

Criaturas aladas y brillantes brotaron de su centro, junto a plantas exóticas, de hojas verdes alargadas, con bordes redondeados y flores granate. Crecieron bajo el amparo de una pequeña niña de cabello negro y ojos como el chocolate. Sofía llegó al jardín un 8 de marzo, día terrestre. Muy temprano, en la madrugada. A pocos días de que la tormenta espacial se desatara cerca de nuestro planeta.

La pequeña se aferró con fuerza a la roca y, después de girar y girar por semanas, un día se detuvo. Permaneció despierta por meses. Su canto opacó el silencio y le dio vida al jardín espacial.

El tiempo ha pasado silencioso. Los árboles y arbustos han crecido frondosos en el jardín. Hoy la pequeña Sofía continúa cuidándolo. Durante el día, juega con las criaturas, riega las plantas y corretea de un lado a otro persiguiendo a las luciérnagas de color purpura como su vestido. En la noche, camina hasta un extremo del jardín y recuesta sus manitas sobre una nebulosa. Con sus dedos le da algunas vueltas a la Tierra y busca a sus papitos y a su hermanita que a esa hora se preparan para ir a dormir.

Cuando los ve juntitos, acurrucaditos en la cama, tapados con la misma frazada, se une a las sonoras carcajadas que provocan las historias fantásticas de su hermanita Camila que, una vez más, hizo unas cuantas travesuras en el colegio.

Al llegar el momento de dormir, las luces se apagan en la habitación y todo queda en silencio. Sofía se cubre con un manto de flores y cierra los ojos. Las luciérnagas apagan las luces y se disipa el esplendor del jardín para entregarse a la noche.

En el mundo de los sueños Sofía se encuentra con sus papitos que la llenan de besos y caricias, y la acunan en sus brazos mientras cantan un arrullo para eclipsar su desvelo.

Sofía duerme en el calor de los brazos de su madre y cobijada por el amor de su padre. Le velan el sueño mientras le pasan los dedos entre el cabello negro azabache y contemplan con ternura la carita redondita de pómulos rosados que dibuja una tenue sonrisa.

Sofía extiende sus brazos para estirarse. Sacude el manto de flores con los pies y abre los ojos. Cientos de luciérnagas con sus alas encendidas revolotean a su alrededor. Mira hacía la Tierra, les manda un cálido beso a sus papitos y recibe con alegría el nuevo día.

Mónica Solano

 

Imagen de PIRO4D , Yuri_B

“Al final, escribir, como cualquier otra cosa en la vida, es una secuencia de soluciones a problemas”. Alessandro Baricco.

El Camino del artista de Julia Cameron me enseñó a comprometerme con mi artista interior. A reservar y enfocar una parte de mi tiempo en alimentar mi conciencia creativa. Julia lo llama la “cita con el artista” y consiste en dedicar unas horas en la semana a mimar a tu artista, a tu niño interior. Algunas veces ya sé que haré en esta cita, y en otras no tengo ni la menor idea. Y hace unos días, el autor italiano Alessando Baricco se pasó por Bogotá y tuvo una charla con Margarita Valencia, docente e investigadora de la maestría en Estudios Editoriales del Instituto Caro y Cuervo, en la Librería Lerner; una de mis favoritas y de gran tradición en la ciudad. Cuando vi la publicación del evento no podía sentirme más emocionada. Nunca había asistido a un conversatorio con un escritor italiano, y era una fortuna que también fuera autor de un libro que ya me había leído. Era el plan perfecto para pasar la tarde con mi artista. Entonces escribí a la librería, me dieron la información y quedé inscrita en la lista de personas que podrían asistir a la charla.

Tal y como lo esperaba fue una tarde muy entretenida. Aunque había escuchado que Alessandro era muy tímido, para mí resultó una persona encantadora, con mucho carisma. Me conquistó con su sencillez. En este artículo les quiero compartir sus respuestas a dos de las preguntas que le realizó Margarita, en las que podrán conocer su forma de trabajar y algunos conceptos bastante interesantes.

 

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Margarita inicia la charla con la lectura de la contraportada de Seda y hace énfasis en la frase: “No es una novela, sino una historia”. Desde su punto de vista la mayoría de los textos de Alessandro comparten la característica de no acomodarse a un género establecido y ella se cuestiona por qué para el autor Seda no es una novela sino una historia.

Alessandro sonríe y le dice que la pregunta le hizo recordar algo que ya había olvidado: Cuando empecé a escribir, no era un niño, tenía unos treinta años. Estaba muy seguro de mí mismo y era un poco presumido. Todavía soy presumido, pero en esa época lo era más. Yo no quería que sobre mis libros apareciera la palabra novela. Porque novela me parecía algo como viejo y yo quería escribir algo más moderno, más contemporáneo. Entonces no quería que en la portada apareciera la palabra “novela”. Mi primer editor insistía en que debía aparecer. Entonces me llamó el gran jefe de la editorial y me dijo: muy bien, vamos a publicar este libro. Muy lindo. Que nadie va a leer. Y usted, además, le va a quitar la palabra novela. Así que en la librería ni siquiera van a saber dónde ponerlo. Y recuerdo que, parado frente a ese señor, que era muy importante, le dije: como no vamos a vender ningún ejemplar, entonces quitémosle la palabra novela. Da igual. No tenemos nada que perder. Cuatro o cinco años después salió una edición de libros que se publicaban con el periódico. Que costaban muy poco. Escogieron algunos libros italianos y uno de esos libros fue ese, el primero que publiqué. La edición se llamaba los Súper Best Seller. Vendimos doscientas mil copias en un solo fin de semana, costaban un euro. Ya sabemos por qué. Cuando esto sucedió me llamó el gran jefe de la editorial y me dijo: pero sabe que en realidad usted no estaba tan equivocado. Estaba loco, pero no tanto. Pero, ¿se dio cuenta que todavía estaba la palabra novela en la portada? En el caso de Seda, es porque es una novela extraña. Todo está construido por pequeños párrafos y a mí eso tampoco me parecía una novela. Yo nunca escribí una novela.

Margarita se queda mirándolo y le pregunta: si para ti Seda no es una novela, ¿qué tenías en la cabeza? Alessandro suspira y le responde que él creía que existía algo que se llamaba novela. Y menciona a Madame Bovary, Moby Dick y a otros grandes clásicos de la literatura. Él sentía que había escrito otra cosa. Que su trabajo era algo completamente diferente a esos clásicos. Eso no era Seda.

 

Mientras avanzaba la charla nos sumergimos en el agua y Alessandro nos contó cómo escribió Océano Mar: Hay un cuadro de un pintor francés, Teodoro Géricault, La Balsa de la Medusa.

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La medusa era una balsa francesa que durante el siglo XIX había naufragado en las costas de Senegal. Yo adoraba ese cuadro. Cuando visitaba al Museo del Louvre iba directamente a este cuadro y lo miraba, nada más. Y pensé en que quería escribir un libro que contara lo que sucedía en él. Este cuadro muestra una balsa donde aparecen cuerpos inertes y algunas personas aún con vida. Hay una persona que sobresale entre ellos que tiene como una bandera o un trapo en la mano y lo agita. Es la historia de un naufragio que fue noticia en Francia en el siglo XIX. Todos la conocían porque fue dramática, feroz, horrenda. Quienes habían sobrevivido en aquella balsa habían tenido que comerse a quienes ya habían muerto, entonces había un tabú muy fuerte en esa historia y Géricault, que era un artista muy amado por el público, un joven apuesto, toda una estrella en esa época, decidió pintar un cuadro sobre esta historia que todos conocían tan bien. Fue como si hoy en día hicieran una película sobre una noticia muy famosa. Géricault empleó mucho tiempo para encontrar una imagen que recopilara y reflejara todo lo que había sucedido. Yo pasé días estudiándolo a él, al cuadro y a la historia que estaba detrás del cuadro. Luego encendí mi computadora y dije: “OK, voy a contar esta historia”, y resultó que era algo imposible, porque era una historia tan fuerte para mí, que no sabía por dónde empezar. No había un comienzo. Entonces me alejé un poco de la historia y me fui a la orilla del mar. Allí hice toda la primera parte de la novela, donde no hablo en absoluto del naufragio y es ahí donde aparecen todos los personajes. Era una historia muy tenue, muy suave, sin ángulos fuertes. No se entiende a dónde quiero llegar. Pero mis lectores y yo nos encontrábamos allí como si estuviéramos a orillas del mar, y cuando llevábamos un buen tiempo ahí, cuando ya estábamos listos, me metí dentro del mar y es en esta segunda parte donde está la historia del naufragio. Cuando terminé de escribirla sabía que el libro no podía terminar ahí. Tenía que haber una tercera parte, para alejarse suavemente, para decir adiós. Es por eso que tenemos esa estructura en tres partes en Océano Mar: La primera es una espera, la segunda el horror, la tercera la calma”. En ese momento Alessandro hace un movimiento con su mano, como si estuviera navegando sobre las olas y nos muestra la cadencia con que cierra el libro y agrega: “…porque los libros primero son una forma y después son una historia. Seda, por ejemplo, tiene una forma clara, primero son pasos pequeños. Después, en un momento especifico, hay un paso más largo que los demás, como si construyéramos un plano ligeramente inclinado, de pasos todos igualitos. Luego hay otro momento en el que el paso debe ser más largo y el libro se inclina hacia el otro lado. Das otros pasitos y fin. Estas son formas. Para mí un libro primero es la forma. No inicio un libro sin tener clara la forma.

 

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En ese momento pensé: ¿Forma? ¿Historia? Sus palabras se quedaron dando vueltas en mi cabeza. Me gustaba lo que nos contaba y sobre todo la forma en que lo hacía. Cuando terminó de hablar de Océano Mar, el tiempo había pasado velozmente y comenzó la ronda de preguntas del público. Todas giraban en torno a su método de escritura, hábitos de lectura, la Scuola Holden, y entonces alguien comenzó a hablar de la artesanía detrás de la narración, con la que es posible lograr que las cosas complejas se perciban más sencillas, como pasa en Seda y en Tres veces al amanecer, y le preguntó: ¿Cómo es la artesanía cuando escribe una novela? Esto es lo que contestó:

Al final, escribir, como cualquier otra cosa en la vida, es una secuencia de soluciones a problemas. Puedes tener una fórmula o una estructura de base. Puedes tener una visión muy rara, muy preciosa que no todos tienen. Puedes trabajar en la construcción de una historia especial, muy fuerte. Y después llegará la artesanía. Porque esta secuencia de soluciones a problemas no tiene fin. Algunas veces es una secuencia pequeñita, por ejemplo, cuando tienes que escoger un adjetivo. Hay veces en que es más grande, cuando tienes que escoger que tan larga va a ser la frase. Otras veces es un poco más grande, cuando tienes que hacer una proporción bella entre cinco frases. Y un poco más grande, cuando ya empiezas a ver dos y tres páginas, y a medir a qué distancia estás del narrador. Y así sucesivamente, hasta que te encuentras resolviendo el equilibrio de un problema entre la primera parte, cien páginas y la segunda parte, otras cien páginas. Después vas a tener otro problema que puede ser el personaje, luego vas a tener el problema de una cierta solución para la trama que no encuentras. Y continúas. Solo son soluciones de problemas. 80% solución de problemas. Lo más lindo de esto es que resolvemos todo de manera simultánea. Mientras estás escogiendo el adjetivo tienes que escoger cuántas palabras hay en la frase, cuántas frases hay en la página. También te estás acordando de lo que escribiste en la página anterior, y pensando en cómo era el principio del capítulo. Es fantástico.

 

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Escucharlo hablar me hizo tener la mejor cita con el artista en lo que va del año. Aunque todo lo que nos compartió me pareció increíble, les debo confesar que la frase que pagó la tarde fue: “la escritura es la mejor técnica narrativa”. En palabras menos rebuscadas “escribir, escribir y escribir”. Y me encanta porque reafirma una vez más que lo único que podemos hacer día tras día para garantizar ser mejores escritores es escribir. No hay otra fórmula secreta.

Mónica Solano

 

Imágenes Librería Lerner, Wikipedia

 

La mecánica del amor

Alex, tendida sobre la cama, mira el techo de su habitación y juega con un mechón de su cabello. Lo pasa entre sus dedos, lo estira y lo enrolla. Lo hace una y otra vez.

–¿En qué piensas, Alex? –pregunta Marco.

–En el amor. Estoy pensando en el amor.

Alex se voltea y queda de frente a Marco.

–¿Tú nunca te has preguntado qué es el amor?

–No. ¿Por qué me lo tengo que preguntar?

–Ay, Marco. Ese es tu problema, no conoces el amor.

–¿Y, tú? ¿Tú lo conoces?

–No… No lo sé. Quizás.

–No entiendo.

Alex juguetea de nuevo con el mechón. No puede soltarlo en las noches de insomnio. Lo enreda tanto en su mano que se arranca hebras de cabello desde la raíz.

–Ese es tu otro problema, Marco. Que no me entiendes. Por más inteligente y evolucionado que seas, no eres capaz de comprender la complejidad de una mujer como yo.

–Pero estoy a tu lado, te acompaño la mayor parte del tiempo y hago todo lo que me pides.

–Eso no es suficiente. Necesito que me hagas sentir viva, que me quemes la piel con un abrazo, que me escuches con atención. Que te intereses en mis cosas. No necesito que solo me hagas compañía o que me salves. Necesito que avancemos juntos en este mundo. ¡Que te preguntes qué es el amor!

–¿Para qué tengo que preguntarme qué es el amor si te amo?

–Tú crees amarme –Alex hace una pausa, entorna los ojos, y agrega–: Eso es lo que crees, pero no puedes amarme si ni siquiera sabes qué es el amor.

–Claro que sé qué es el amor y por eso no me ha hecho falta preguntármelo. El amor es un sentimiento de vivo afecto e inclinación hacia una persona o cosa a la que se le desea todo lo bueno.

Alex se levanta de la cama y agita las manos en un arranque de furia. Siente la sangre caliente que viaja por sus venas. Camina de un lado a otro de la habitación, aprieta las manos y tensa la barbilla.

–¿De dónde sacaste eso? ¡¿De Wikipedia?!

–Está en mi memoria.

–¿En tu memoria?

Alex pronuncia las palabras como si arrastrara las letras con dificultad desde el fondo de su garganta. Camina hasta la ventana de la habitación y abre las cortinas para que los rayos de la luna la iluminen.

–¿Está en tu memoria?

Alex se pasa la mano por la barbilla y fija la mirada en el horizonte.

–Pasé meses insertándote mis mejores recuerdos, mis experiencias más íntimas. Te di todo un decálogo de las emociones. Tienes la programación más sofisticada. Cualquier humano mataría por tenerla. Eres perfecto. Y, ¿la mejor definición del amor que puedes ofrecerme es algo que acabas de sacar de Google?

Alex suspira y mira de nuevo a Marco. Mientras lo observa siente como un sabor amargo le sube por la garganta. Se acerca a la cama y se sienta junto a él. Le acaricia el cabello y cuando le pasa la mano por el cuello oprime el botón que está detrás de su oreja. En la nuca se abre un compartimento en el que se pueden ver los circuitos maestros.

No lo piensa ni un segundo antes de desconectarlo.

Mónica Solano

 

Imagen de Johann Bret Bautista

Descripciones precisas o genéricas: ubicando al lector

Quiero iniciar este artículo con una confesión: desde hace varios meses estoy intentando escribirlo. Algunos temas se me resisten de modo especial cuando me enfrento a la hoja en blanco. Y eso es lo que me pasa con los detalles concretos, me resultan muy muy difíciles.

Cuando recibí la primera critica profesional a uno de mis relatos, vi resaltada en negrita y con mayúsculas, aunque no de forma literal, la frase: “mejor usa detalles concretos”. Todavía la puedo ver titilando sobre la pantalla en estos momentos. Es como el karma, no me abandona.

Aunque sigo siendo muy abstracta, para muchas cosas en realidad, trato de mantener presente esa premisa. Ahora que estoy en el proceso de escritura de mi primera novela, cada vez que intento retomar el hilo de la trama, me doy cuenta de que en algunos apartados tengo que ser más concreta. Por eso me animé a escribir este artículo, para enfrentarme a ese demonio.

Algunas personas pueden sentirse más cómodas recreando escenas o narrando con elementos concretos. En cambio, yo, cuando los utilizo, me siento como si estuviera escribiendo una enciclopedia o haciendo una lista de pormenores al azar.

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Las obras de Douglas Adams me encantan por la simplicidad de su prosa y porque tiene un imaginario bastante nutrido. Pero lo que más me gusta de él es su capacidad de sumergirnos en la historia con el uso muy cuidado de los detalles:

“La casa se alzaba en un pequeño promontorio, justo en las afueras del pueblo. Estaba sola y daba a una ancha extensión cultivable de la campiña occidental. No era una casa admirable en sentido alguno; tenía unos treinta años de antigüedad, era achaparrada, más bien cuadrada, de ladrillo, con cuatro ventanas en la fachada delantera y de tamaño y proporciones que conseguían ser bastante desagradables a la vista”.

En este fragmento de “Guía del autoestopista galáctico” podemos ver cómo hace una descripción de la casa de Arthur Dent completa, a la vez que sencilla. En este párrafo, gracias a la buena selección de detalles, podemos imaginarnos cómo es y dónde está ubicada. Como podemos apreciar, Douglas no solo incluye detalles concretos, sino que los enlaza con la historia de forma que en ningún momento salgamos del sueño de la ficción. Si suprimiéramos que la casa es de ladrillo y con cuatro ventanas y, además, omitiéramos que era de un tamaño y proporciones desagradables a la vista, estaríamos hablando de cualquier casa, no de la casa de Arthur Dent. Veamos cómo quedaría el párrafo si elimináramos los detalles concretos:

“La casa estaba en el monte. Era la única casa de la zona. No era una casa bonita. Era antigua y fea”.

No tiene nada qué ver, lo sé. Pero, ¿qué es lo abstracto y qué es lo concreto? En este segmento del artículo de Sinjania: “Lo concreto y lo abstracto al escribir”, nos regalan una explicación muy completa de estos dos términos:

“Las palabras concretas describen cosas que la gente experimenta con sus sentidos (naranja, gato, calor). Al usarlas, logramos que el lector obtenga una «fotografía» de aquello sobre lo que el texto está hablando y, en consecuencia, le resulta más sencillo entender su significado.

Mientras, las palabras abstractas se refieren a conceptos o sentimientos (libertad, felicidad, amor) intangibles y que pueden despertar ideas diferentes en diferentes lectores. Además, por su carácter inasible, los conceptos que representan pueden pasar por la mente del lector sin desencadenar una respuesta sensorial”.

Este tema me apasiona porque, aunque tengo claros los conceptos, en mis escritos tiendo a abusar de lo abstracto.

Quizás ofrecer detalles de lugares o elementos que complementen una escena sea una tarea más sencilla, pero cuando se trata de recrear emociones, para mí son palabras mayores. ¿Cómo describir la felicidad o la tristeza? ¿O el comportamiento errático de uno de nuestros personajes?

 

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Sin duda lo más fácil sería decir que están tristes, pues todos sabemos qué es la tristeza y cómo se siente, pero eso no nos dice nada del personaje y de cómo le afecta ese sentimiento, porque puede que se quede impávido o que llore desconsolado.

Hay muchas sensaciones asociadas a la tristeza. Podemos sentir un fuerte dolor en el pecho, quedarnos sin aire por unos segundos o simplemente convertir toda esta emoción en un estado de ánimo permanente que nos mantenga en completa pasividad. Por eso, decir que nuestro personaje se siente triste no es suficiente, hay que mostrarlo.

La “Guía del autoestopista galáctico” nos aporta más ideas interesantes:

“Este planeta tiene o, mejor dicho, tenía el problema siguiente: la mayoría de sus habitantes eran infelices durante casi todo el tiempo. Muchas soluciones se sugirieron para tal problema, pero la mayor parte de ellas se referían principalmente a los movimientos de pequeños trozos de papel verde; cosa extraña, ya que los pequeños trozos de papel verde no eran precisamente quienes se sentían infelices”.

Es un pasaje lleno de sarcasmo, sí, pero no deja de ser verdad que muchos seres humanos son infelices, la mayor parte del tiempo, por culpa del dinero. El manejo del detalle concreto es muy sugestivo porque el autor no habla de dinero específicamente, ni tampoco dice que los seres humanos creamos que se necesita tener montones de dinero para ser felices. El detalle de los pequeños trozos de papel verde es suficiente. El autor no tuvo que contarlo todo. Con ese símbolo especifico, tan bien seleccionado, nos sugiere toda la relación del personaje con el dinero.

Para ilustrarles lo que me pasa a menudo cuando escribo, utilizaré este ejemplo de un artículo de Diana P. Morales, “El detalle concreto: la varita mágica de la escritura – con Anne Tyler”, sobre el uso de los detalles concretos en la escritura:

EJEMPLO

“Él se levantó temprano aquel día, se vistió y tomó un autobús al trabajo”

Muy bien, la frase está bien redactada, claro, pero lo que se nos cuenta nos deja un poco… fríos. No vemos a ese personaje; aunque parece que se nos dicen cosas de él, en realidad, es todo tan general que podría aplicarse a cientos, a miles de personajes.

¿No entraría este personaje perfectamente dentro de la frase anterior?

PERSONAJE 1: “Javier se levantó a las seis de la mañana, se puso su mono azul y tomó el autobús que le dejaba en la fábrica de Wolsvagen, donde trabajaba”

Considero que el ejemplo de Diana es bastante claro. Y, como les decía, me recuerda a algunos de mis relatos en los que, acosada por el miedo, he tomado la vía fácil: “Se levantó, se vistió, salió, se subió, llegó”. Más que una historia parecía la bitácora de viaje de un personaje cualquiera.

Como les decía al principio de este artículo, soy abstracta para muchas cosas. Y lo que a veces me pasa con la escritura también me ocurre cuando le pido algo al universo: me siento en mi lugar de meditación con las piernas cruzadas y la espalda recta. Tomo tres inhalaciones profundas en las que mi estómago se infla y se desinfla. Entonces intento poner claras las intenciones en mi mente, pero la verdad es que no están claras, porque pienso en que quiero viajar, pero no adónde. Luego me digo a mi misma que algún día quiero ser una gran escritora, pero, ¿qué es ser una gran escritora?

Es muy divertido aplicar este concepto de lo concreto a la vida diaria, a algo tan cotidiano como nuestros sueños, porque nos damos cuenta de que nos pasamos mucho tiempo deseando cosas, pero no siempre estamos seguros de qué queremos. Lo que pretendemos alcanzar no tiene forma, ni color, ni tamaño. No hay una intención clara y, así como nuestros personajes o escenarios, sin el detalle concreto nuestros sueños terminan siendo cualquier cosa. Y el universo ama la claridad, así que es imposible verlos manifestados en nuestra realidad si para nosotros no son algo concreto que se pueda alcanzar.

Creo que en este punto ya comprenderán por qué me ha costado tanto escribir este artículo. Y es que compartir nuestras debilidades no es una tarea fácil, pero cuando les plantamos cara nos ayudan a entender cómo podemos mejorar y cómo podemos lograr que todo lo que nos proponemos se manifieste de la manera que esperamos. Como, por ejemplo, escribir usando detalles concretos.

 

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Mónica Solano

 

Imagen de Free-Photos y ShiftGraphiX

La vocación de Ricardo

Tictac, tictac, tictac…

Un sonido se extiende por toda la casa. Se abre paso entre las paredes, se arrastra por debajo de la puerta. Llega hasta los oídos de Lía y se acompasa con los latidos de su corazón, como si los segundos se le metieran entre las venas y marcaran el inicio de otra noche de insomnio.

Se frota los ojos con las manos y busca el interruptor a tientas. Le toma unos segundos acostumbrarse al resplandor de la bombilla. Se pasa dos dedos por la boca y aprieta el labio inferior entre los dientes. Mira de reojo el sobre que está en la mesita de noche. “¿A quién se le ocurre mandar una carta cuando se puede mandar un mail?”, piensa.

Se sacude las manos. Se rasca un poco la cabeza y finalmente se levanta. Camina en círculos y hace estaciones en la ventana, en el armario y en la puerta. Sale de la habitación hacia la cocina. Prepara un poco de té negro y regresa a la cama. Se queda unos minutos sentada en silencio. Mira la carta y repara en la caligrafía con la que está escrito su nombre. Señorita Lía Consuegra. “Debió hacer un curso de caligrafía si iba a mandar cartas” piensa mientras se calienta las manos con la taza.

Los pensamientos de Lía vienen y van. No se atreve a abrir la carta que Ricardo le dejó por la mañana. “Cinco años de noviazgo y ayer me decís que esto no sigue adelante porque te vas al seminario. Con lo mujeriego que sos, ya quisiera verte con sotana. A menos que ahora resulte que te afloró la vocación por mi culpa. ¡A la mierda!”. Lía aprieta la taza con las manos temblorosas. El té le salpica los dedos. La deja sobre la mesita y coge la carta. La arruga con fuerza y rompe parte del sobre. Se pasa la mano por la frente, suspira y la abre.

“Amor. Sé que no quieres verme y no te culpo. Si yo estuviera en tu lugar también estaría muy disgustado. Hemos vivido momentos maravillosos. Eres, sin temor a equivocarme, la mejor mujer que he conocido en mi vida”.

La carta tiembla entre las manos de Lía. “Después de todo resultó poeta este malnacido, ni sé para qué leo esta farsa”. A pesar del malhumor que tiene, Lía sigue leyendo, incapaz de detenerse. Se propone llegar hasta la última línea o la curiosidad terminará por devorarla.

“Sé que te estarás preguntando: ¿Por qué me escribe una carta y no me manda un mail? Pero tengo una buena explicación. ¿Recuerdas cuando nos conocimos? ¿Esa noche que tenías puesto el vestidito azul que tanto me gusta, con el que se te ven las nalgas todas paraditas? De solo imaginarte. ¡Ay, Lía, qué ganas me dan de tenerte entre mis brazos! ¿Te acuerdas de aquel diciembre? Cuando nos hicimos novios hacía poco que había estado de cumpleaños y me regalaste un cuaderno con hojas blancas para que escribiera nuestra historia. Te quedó sonando que te dije que quería ser escritor algún día, pero cuando me viste la letra soltaste una carcajada que casi no pudiste decirme que tenía la letra más fea que habías visto, que habría sido mejor si me hubieras regalado un computador. Te puedo imaginar en este momento maldiciendo mi mala letra con esta carta en tus manos. ¡Cómo te quiero! Ayer no quería despedirme así, ni siquiera me dejaste terminar. Quizá debería haberlo hecho de otra manera, pero es que apenas te dije que me iba al seminario y que necesitaba tiempo, empezaste a gritar como una loca y a pegarme. Se me retorcieron las tripas cuando la señora Flora intervino al oírte, que hasta marica me llamaste. Cuando se puso en medio de los dos, me gritó con los ojos encendidos: “No se deje mijo. Muy bueno que se va a separar de esta loca”, pero tú sabes que te quiero. Te amo. Anoche no te pude contar mis planes. No me dejaste. Y la mejor parte era que no solo eran míos, mi amor. Eran, y son, de los dos. Espero que todavía estés leyendo, porque te iba a contar que me voy a un seminario para escritores. Mi tío Arnulfo me consiguió una beca, los estudios son en Italia y se demoran tres años. Mi vida, voy a empezar a trabajar en mi sueño, a ver si dejo de escribir como la mierda. ¿No te sientes muy feliz por mí? Por fin voy a dar un paso verdadero para hacer lo que me gusta. Te quiero proponer que nos vayamos juntos. Yo arranco primero y me instalo y después tú llegas y nos casamos allá. ¿Te imaginas? Asómate a la ventana que voy a estar esperándote hasta la madrugada del viernes, para que me digas que sí. Vive este sueño conmigo, mi amor. Te amo. Siempre tuyo. Richi”.

Lía suelta un grito que retumba por toda la casa. Se levanta de la cama abrazando la carta y dando saltos. La señora Flora sale de su dormitorio con los rulos en la cabeza y una levantadora que deja ver sus brotadas pantorrillas. Se ajusta el cinturón y mira la puerta de la habitación de Lía.

—¡Deja de gritar maldita loca! ¡Eh! ¿Cuándo me libraré de esta desquiciada? ¡Señor, dale oficio a ver si me deja de joder!

Lía abre la puerta y le responde con los brazos levantados.

—¡Tía Flora! ¡Me voy pa’ Italia! ¡Bien lejos pa’ que vos dejes de joderme la vida! ¡Te imaginas la dicha!

—¡Siempre es que hay mucho entelerido en este mundo, mija, y mucha boba con suerte! ¡Que Dios la bendiga pues y que desocupe rapidito la casa!

Lía se apresura a asomarse a la ventana y saca la cabeza. Ve sentado a Ricardo en el suelo, recostado sobre la pared, frotándose los hombros con las manos para ahuyentar el frío. Ricardo voltea la cabeza y se levanta al oír a su enamorada. Lía hace señas para que la espere y baja las escaleras deprisa.

—Cómo pude ser tan idiota, mi amor. Perdóname. Yo pensé que te ibas de cura y tenía tanta rabia contigo que, cuando llegó la carta, quería romperla y matarte con ella.

Ricardo sonríe ante las explicaciones de Lía. Se pierde en el abrir y cerrar de sus labios, en el brillo de sus ojos y en el incansable movimiento de sus manos que acompaña cada palabra. Su amada vuelve a ser suya. Es en lo único que puede pensar.

—Entonces, amor, ¿te vienes conmigo?

Lía se lanza a los brazos de Ricardo y entre besos y caricias le dice que sí. Jacinto, el mejor amigo de Ricardo, pasa por la acera de enfrente y participa de la escena. Entre risas le grita a su amigo:

—¡Llévatela para un motel!

Se escuchan las carcajadas de lado a lado. Ricardo sujeta el cuerpo de Lía contra el suyo y mira a Jacinto.

—¡Dijo que sí!

Mónica Solano

 

 

Imagen de Mikali

 

Mi primer diario de gratitud

En esta época es costumbre tomarnos unos minutos para reflexionar. Evaluamos los objetivos que nos propusimos cuando comenzó el año, hacemos un balance de lo bueno y de lo malo, y nos planteamos nuevas metas. Para mí es, además, una excelente oportunidad para agradecer. Y para contarles que este año he descubierto una herramienta maravillosa que se puede emplear todos los días.

El diario de gratitud

Esta herramienta nos permite centrarnos en esos pequeños detalles que nos traen alegría y satisfacción, en esos detalles que ocurren a lo largo del día y que a menudo pasamos por alto. Con el diario de gratitud podemos reencontrar el equilibrio, abandonar el papel de víctimas y aprender a quejarnos menos. Y de este modo asumimos una actitud más proactiva.

La gratitud es un sentimiento muy beneficioso. Cuando la cultivamos, cambiamos nuestra forma de pensar, dejamos de centrarnos solo en lo negativo y aprendemos a valorar las cosas positivas. De esta manera desarrollamos una perspectiva global.

Un diario es una bitácora, un registro donde anotamos las cosas que nos suceden día tras día. También sirve para anotar nuestros deseos y secretos, o para, de alguna forma, crear un relato de vida. La psicología positiva utiliza el diario de gratitud para ayudarnos a conocernos mejor y para que reconozcamos las cosas maravillosas de la vida. Con un buen uso del diario podemos alcanzar el bienestar, la salud mental y emocional, y así podremos enfrentarnos de una mejor manera a los problemas cotidianos.

“Plasmar pensamientos y sentimientos en un papel es una de las mejores formas de apaciguar nuestros estados mentales y emocionales. Nos proporciona claridad, equilibrio y serenidad”. Mindful Science

Desde hace unos meses sigo en Facebook a Mindful Science, un grupo que se dedica a ofrecer programas online para fomentar la practicas de atención plena (mindfulness), y en su blog descubrí el diario de gratitud. Le dedicaban un artículo y planteaban un reto. Se trataba de escribir las cosas por las que nos sentimos agradecidos. Al menos durante 21 días. Y, como adoro los retos, sin pensarlo mucho me sumé a la idea. Compré una libreta, escogí un horario y empecé. A medida que iba escribiendo comenzaron a pasarme cosas interesantes.

Primero me di cuenta de que tengo mucho de que sentirme agradecida y comencé a ver la vida desde otra perspectiva. Me hice más consciente de todo lo bueno que me rodea y de lo que realmente me hace feliz. También me di cuenta de que hay cosas que no necesito para estar bien, como un auto de lujo o una casa más grande. Muchas veces nos pasamos el tiempo deseando lo que ya tenemos. Bueno, no tengo un auto de lujo, pero sí tengo uno en el que puedo viajar a todas partes.

Durante estas semanas he podido comprobar que, como dicen los psicólogos Robert Emmons y Michael McCullough, el diario de gratitud nos sitúa en las circunstancias reales, nos reorganiza el pensamiento y nos hace conscientes de todas aquellas cosas positivas y deseables que tenemos en nuestra vida. Estos estudios han identificado una amplia gama de beneficios derivados del simple acto de escribir todo aquello por lo que estamos agradecidos como, por ejemplo, una mejor calidad de sueño, menos enfermedades, un sentido positivo de bienestar, empatía con otras personas y un mejor desarrollo de habilidades cognitivas, entre otros.

La gratitud es una actitud con la que reconocemos un beneficio y lo damos por hecho. Tenemos muchas razones para agradecer. Debemos mirar todo lo bueno que tenemos como un regalo. Cuando somos agradecidos nuestra mente se centra en lo que tenemos y no en lo que nos falta. Ese simple hecho nos hace mucho más felices.

“La gratitud puede transformar lo que tenemos en suficiente, una comida en un banquete, una casa en un hogar, y un extraño en un amigo. Por muy difíciles que sean tus circunstancias, estoy seguro que siempre existe algo por lo cual puedes estar agradecido.” El buscador

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Diario de la gratitud – Palabras Aladas

¿Cómo hacer un diario de gratitud?

A continuación, expongo doce sencillos pasos para crear y mantener un diario de gratitud, que me han funcionado de maravilla para no desfallecer en el intento:

  1. Lo primero, tu actitud: decide conscientemente que quieres ser más agradecido, y establece el firme propósito de rellenar tu diario cada día.
  2. Crea una meta: establecer metas nos ayuda a motivarnos e inspirarnos. Puedes plantearte un objetivo inicial de varios días, varias semanas, varios meses, lo que resta de año.
  3. Elimina toda excusa que te impida escribir: cuando las excusas aparezcan, recuérdate interiormente lo importante que es para ti esta prioridad que has establecido en tu vida. Son solo unos minutos y los beneficios personales y sociales son innumerables.
  4. Dedica un cuaderno o libreta exclusivamente a tus notas de gratitud: esto le confiere a tu diario su propia entidad, de modo que se convertirá en un símbolo de gratitud.
  5. Escoge un momento del día para escribir: escribir en tu diario de gratitud cada noche, antes de acostarte, puede ayudarte a ver con mayor claridad lo que ha sucedido en una secuencia temporal completa. Escribir al despertarte puede ayudarte a enfocar tu día con una actitud más amable. Tú decides cuándo hacerlo. Sé consciente de lo que mejor funciona para ti.
  6. Crea recordatorios: alarmas en tu teléfono, marcas en tu calendario, una nota en la cabecera de tu cama o tu mesita de noche.
  7. Agradece libremente y sin restricciones: dicen los expertos que 5 o 10 cosas por las que sientes gratitud son un buen número. Sin embargo, esto es solo una orientación. Puedes escribir tanto como quieras en tu diario de gratitud. 
  8. La belleza de las pequeñas cosas: aunque puedes agradecer por tu familia, tu trabajo o tu salud, a veces pequeños detalles son suficientes para marcar la diferencia (te encontraste con ese amigo, viste aquella película, te gustó tu almuerzo, aquel suceso te hizo reír…).
  9. Entra en detalle: elabora en detalle cada cosa en particular por la que estás agradecido. Esto te puede reportar mayores beneficios que crear grandes listas superficiales con muchos elementos. Mejor tómate tu tiempo para profundizar y dedícale unas cuantas líneas a cada parte.
  10. Personaliza: centrarse en las personas por las que nos sentimos agradecidos tiene más impacto que enfocarse solo en cosas materiales.
  11. Sorpresa, sorpresa: al parecer, los eventos inesperados o sorprendentes tienden a suscitar mayores niveles de gratitud.
  12. Sé constante, escribe a diario: este estudio de Sonja Lyubomirsky y sus colegas encontró que las personas que escribieron en sus diarios de gratitud una vez al día durante ocho semanas reportaron aumentos de felicidad y bienestar; la gente que escribió tres veces por semana no lo hizo.

Como les contaba al principio, cuando comencé a escribir mi diario de gratitud el reto consistía en escribir 21 días seguidos, ya llevo más de 60 y se ha convertido en una práctica innegociable. Todas las mañanas, antes de iniciar mi rutina, escribo cinco cosas por las cuales me siento agradecida (un nuevo día, escribir, mi familia, una buena peli, Mocade …). Lo más interesante del ejercicio es que todos los días encuentro algo diferente por lo que estar agradecida. Para cerrar este artículo, quiero compartir con ustedes este poema del libro En todo, dar las gracias, que nos permite identificar momentos de gratitud.

Ser Agradecido

Agradece el no tener hoy todo lo que deseas. Si lo tuvieras, ¿qué ilusión quedaría para mañana?

Se agradecido cuando no sepas algo. Pues ello te da la oportunidad de aprender.

Se agradecido en los momentos difíciles. Son una enorme oportunidad para crecer.

Se agradecido en tus limitaciones. Porque te dan la oportunidad de mejorar.

Se agradecido en cada nuevo reto. Porque van a construir tu fuerza y tu carácter.

Se agradecido con tus errores. Ellos te enseñarán lecciones valiosas.

Se agradecido cuando estés cansado y fatigado. Eso significará que ese día has marcado una diferencia.

Es fácil ser agradecido por las cosas buenas. Una vida verdaderamente plena viene para aquellos que también agradecen los contratiempos.

La GRATITUD puede convertir lo negativo en positivo.

Encuentra una manera de estar agradecido por tus problemas, pues pueden llegar a convertirse en tus bendiciones.

 

Mónica Solano

 

Imagen de Mónica Solano

 

Y, ¿si es una niña?

—Mami, ¿mi hermanito cuándo va a salir de ahí? —preguntó Mariano y acarició la barriga de Alicia.

—¿Hermanito? ¿Por qué crees que será un niño?

—No va a ser una niña mamá. ¡A ver! —el tono de voz de Mariano aumentó ligeramente.

—Pero, ¿y si es una niña?

—Mira mamá, no va a ser una niña, porque yo le pedí al Niño Dios que, para navidad, me trajera un hermanito. Un hermanito con el que voy a jugar fútbol y nos va a gustar lo mismo. Por eso no va a ser una niña.

—Bueno, pero, ¿y si es una niña?

—Una niña no, mamá. ¡Qué asco! Las niñas son aburridas, lloronas y fastidiosas. No, no, no. ¡Es un niño!

—Muy bien, pero deberías pensar qué pasaría si fuera una hermosa niñita.

—¡Sería horrible!

Mariano dio media vuelta y caminó hasta su habitación. Alicia se quedó pensativa en medio del corredor. Su hijo estaba empecinado en que tendría un hermanito, pero la última ecografía había confirmado que sería una niña. ¿Y ahora? ¿Cómo se lo iba a decir? Y, sobre todo, se preguntó cómo le haría entender que, hiciera lo que hiciera, no dejaría de ser una niña.

Pasaron los días y Mariano seguía con los planes para la llegada de su hermanito. Tenía preparada una bolsa de juguetes con carros, balones, figuras de acción y juegos de hombres, como solía llamar a todo lo que, según él, solo les gusta jugar a los niños. Detrás de la puerta tenía pegado un calendario, que le había regalado su padre, en el que marcaba los días que iban pasando. Una tarde se paró enfrente de él y se dio cuenta de que había muchos días marcados.

—¿Cuántos días faltan, mami? He marcado muchos, muchos días y mi hermanito nada que sale de ahí —afirmó Mariano señalando la prominente barriga de Alicia.

—Falta poco. No te preocupes —respondió Alicia y le sacudió los cabellos dorados.

El veintitrés de diciembre, por la mañana, Alicia sintió una fuerte punzada en el vientre bajo. Caminó hasta la cocina, donde había dejado su celular y le marcó a Julián.

—Ya es hora. Corre que me duele mucho.

Julián salió del trabajo sin fijarse en todos los pendientes que tenía que resolver, se subió al auto y transitó por la avenida a más de cien kilómetros por hora. Recogió a Alicia en la casa y la llevo a la clínica. Antes de entrar al quirófano, llamó a su madre para que recogiera a Mariano en el jardín de niños.

Cuando Mariano llegó a la clínica, Alicia ya había dado a luz y estaba en una habitación, llena de flores, globos y osos de felpa. Mariano se acercó a su madre y vio que entre sus brazos había un pequeño bebé que tenía en la cabeza un gorro rosado.

—Mamá, ¿por qué mi hermanito tiene un gorro rosado?

—Porque no es un niño, es una niña. Acércate para que conozcas a tu hermanita.

Mariano retrocedió unos pasos.

—No mamá, ese no es mi hermanito. Recuerda que te dije que el Niño Dios me iba a traer un hermanito.

Julián miró a Alicia, antes de que ella pronunciara alguna palabra y con la mirada le dejó claro que él se haría cargo de la situación.

—Mariano, tener una hermanita también es genial, también podrán hacer muchas cosas juntos. Yo tengo una hermana y es la mejor del mundo. O ¿no te parece genial tu tía Aida?

—No papá, es que… —Mariano se detuvo y empezó a llorar— es que las niñas son horribles. Lloran por todo, ponen quejas… En el jardín… tú no sabes cómo son de fastidiosas.

—Pero esta niña es tu hermana, eso la hace la niña más especial de todas las niñas del mundo. También podrán jugar las cosas que te gustan, compartir secretos y hacer pijamadas. Y cuando seas más grande descubrirás que las mujeres son maravillosas.

Mariano se limpió la nariz con la manga de la camisa, hizo un esfuerzo por contener los sollozos y miró de reojo a la bebé. Julián lo tomó de la mano y se acercaron a la cama donde estaba Alicia. Julian cargó a su hija y se sentó en el sofá que estaba a un lado de la cama. Mariano se acercó con cautela y miró a su hermanita. Cuando sus miradas se encontraron una sonrisa se dibujó en el rostro de la bebé. En ese momento Mariano pensó que no estaba tan mal tener una hermanita.

—Papi, ¿puedo escoger el nombre?

 

Mónica Solano 

 

Imagen de Virvoreanu Laurentiu

Aromas, esencias, fragancias, ¡olores!

Hace unos días pasé por una cirugía para conseguir respirar mejor y viví una experiencia bastante particular. Tuve la oportunidad de conectarme con el olfato, mi sentido más deficiente. Estuve seis días sin poder oler nada. ¡Sí! Nada. Y fue terrible. A mi alrededor todo parecía un poco muerto. Aunque podía maravillarme con colores vibrantes, deleitarme con formas atrayentes y degustar sabores únicos, me faltaba algo. Era como si mi experiencia de vida estuviera incompleta.

Cuando me sentaba en la mesa y veía humear la comida recién preparada, me resultaba frustrante no percibir ningún olor. Podía imaginarme que el cilantro con su aromática esencia me haría estornudar o que el olor dulce y suave de la piña madura me dejaría un gustillo azucarado en la punta de nariz. Pero solo podía imaginármelo. No podía percibirlo y mucho menos combinarlo con el resto de mis sentidos.

Pensé en El Perfume de Patrick Suskind. Estoy segura de que así se debían sentir las personas cuando estaban cerca del pequeño Jean Baptiste Grenouille que, en medio del hedor del pescado y la basura, no emanaba ningún olor. Al igual que a Jean Baptiste me obsesionan los olores. Como acabo de decir, el olfato es mi sentido más deficiente y podrán comprender que mi dificultad para captar los aromas me hiciera sentirme más sensible.

Como ha solido pasarme con otras experiencias, esta también me llevó a pensar en la importancia de incluir los cinco sentidos en mi escritura. Y en este artículo me gustaría hablar de la importancia del olfato.

Cuando estoy leyendo y me encuentro ante una escena en la que el personaje camina por una playa, soy consciente de que el narrador me muestra cómo la brisa le acaricia la piel y le deja un sabor salado en la boca. La arena se desliza entre sus dedos y en la planta de los pies le quedan pequeñas marcas. Veo cómo el mar se funde con un cielo azul resplandeciente que hace picar los ojos y el personaje necesita parpadear varias veces para calmar el ardor. Al final puedo imaginar una bandada de gaviotas que se lanzan en picada contra el agua y salen con un pez chapaleando entre la boca. Su aleteo se oye por toda la playa. Me doy cuenta de que puedo recrear perfectamente el escenario, pero algo me falta. El personaje hunde sus pies en la arena y sus pensamientos vienen y van en un atardecer perfecto. Y entonces hago una pausa y me pregunto: ¿A qué huele? ¿A qué huele en el momento en que camina sumergido en sus pensamientos? ¿Huele a pescado y mariscos? ¿A sal? ¿A mar? Pero, ¿a qué huele el mar? Puede que a una combinación de gases refrescados por la biodiversidad vegetal y animal del océano. O quizás puede que sea tonto preguntármelo porque todos sabemos a qué huele el mar. Pero, ¿sería suficiente si en la escena el narrador me contara que olía a mar? ¿Estaría la escena completa?

Me pregunto qué pasaría si el personaje viera a pocos metros a una joven que está tumbada en la arena con un bikini de flores y un sombrero de ala ancha que le cubre el rostro. Entonces me imagino la escena.

El personaje camina hacia ella y cuando está a unos pasos siente un olor almendrado. Ese potente aroma le entra por la nariz y le desgarra los pulmones. De repente recuerda esa fragancia, le resulta familiar. Ha convivido con ella durante más de veinte años. La joven usa el mismo bronceador que se aplicaba su esposa, fallecida hace unas semanas. Si cierra los ojos, le parece sentirla todavía a su lado, como cuando pasaban horas tendidos bajo el sol en esa misma playa.

Definitivamente el olor marca una diferencia en la narración porque es especifico. El olor a mar no es suficiente para esta escena, puesto que me permite recrear un momento cualquiera. Pero si hablo del olor a almendras que emana del cuerpo de una mujer, me conecta de una forma más personal y más profunda con la relación que tenía el personaje con el amor de su vida.

Sin la presencia de ese aroma concreto, puede que el personaje se encuentre con la joven, que pase de largo, que siga disfrutando del mar y de la brisa, y que más adelante nos enteremos de que hace unas semanas perdió a su esposa. Podríamos incluir otros sentidos como por ejemplo el tacto. O podríamos hacer una combinación de sentidos. Pero si no incluimos el olfato, ¿lograríamos el mismo impacto? Yo creo que no, porque los recuerdos que nos evocan olores tienen más fuerza y más carga emocional que los recuerdos que evocamos con otros sentidos.

Y todo esto se debe a que el bulbo olfativo es una parte de nuestro sistema nervioso central que se encarga de dar un significado a los olores que nos entran por la nariz. Cuando recordamos algo asociado a un olor, ese recuerdo tiene una amplia carga emocional. Hay una fuerte conexión entre en el sentido del olfato y nuestra memoria. Cuando olemos algo nos lleva a un momento concreto del pasado y, junto a los recuerdos, nos trae las emociones y los sentimientos del momento que estamos evocando.

Es fácil describir formas, porque cualquiera puede imaginarlas sin mucho esfuerzo. Pero les confieso que cuando se trata de un olor me parece muy difícil. No basta con decir que, mientras el personaje camina, la frescura del mar lo envuelve y se encuentra con un aroma conocido. El narrador debe ir más allá y conseguir que el lector pueda olfatear lo mismo que el personaje por unos segundos. Y que en ese instante le surja un recuerdo. Por eso debemos ser muy cuidadosos en las descripciones y relatar con gran fidelidad lo que está sintiendo el personaje.

Conectarme de una manera más íntima con mi sentido más deficiente me ha hecho darme cuenta de que en la escritura no es suficiente mostrar y no limitarnos a contar, sino que es muy importante dar un paso más: conseguir que el lector vibre con nuestra historia. Y esto solo lo lograremos si escribimos para que pueda experimentar cada escena con los cinco sentidos.

 

Mónica Solano

 

Imagen de PublicDomainPictures

Hoy es un buen día para ceder ante los caprichos

Dejas de teclear en el celular y tomas el libro que te está esperando desde hace días. Lo abres y notas cómo se escapa un poco de arena. Acaricias una de las hojas y los granos que estaban escondidos se te pegan en la piel. Entonces te pasas la mano por la nariz y aspiras el olor del papel. Cierras los ojos y te transportas a aquel instante en el que leías el libro, sentada en la playa. De repente puedes ver el mar agitándose y escuchar el sonido de las olas golpeando contra la arena. Te estremeces al sentir los pies sumergidos en el agua. Se te escapa el aire de los pulmones, se te secan los labios y ahuyentas el estupor que te embarga con una sonrisa. Cuando abres los ojos, te decides a leer unas páginas y te encuentras la frase que tanto te emocionó en aquel momento: “Amanece y el tiempo transcurre despacio y silencioso entre la bruma. Mis pies eligen el destino, no tengo prisa, solo curiosidad”. Sientes cómo revolotean las ideas en tu mente, y piensas que hoy es un buen día para ceder ante los caprichos, para abandonarte al deseo de vivir a tu manera, sin prejuicios ni temores. Cierras el libro, te levantas de la silla, sales a la calle y dejas que el viento te despeine.

 

Mónica Solano

 

Imagen de StockSnap

Pequeñas acciones = Grandes cambios

Hace unos días recibí un hermoso comentario de una de nuestras lectoras, que revolucionó todo a mi alrededor. Me sentí muy complacida al saber que lo que escribo mueve a otras personas, y así se lo manifesté. Gracias a sus palabras, experimenté una satisfacción única. Luego mi amiga Adela me sorprendió con una publicación en Mocade, inspirada en ese mismo artículo. No podía estar más feliz. Fue mágico, me sentía espléndida. En ese momento pensé en lo increíble que resulta el impacto que logran las pequeñas cosas.

Hay momentos en los que me pongo a reflexionar sobre cómo lograr un impacto positivo en el mundo. Pienso que me gustaría dejar huella y formar parte de las acciones que revolucionan y transforman. Pero la mayor parte del tiempo creo que tienen que ser cosas inmensas, cosas que estén fuera de mi alcance porque soy una simple mortal. Siempre tiendo a magnificarlo todo y a pensar que, si no es lo suficientemente grande, no funcionará. Desde hace unos meses estoy convencida de que estaba equivocada.

 

El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo.

 

La teoría del efecto mariposa nos enseña que un pequeño cambio en cada una de las variables que afectan el comportamiento de un sistema puede producir grandes cambios en el mismo. Le debemos el término al meteorólogo estadounidense Edward Norton Lorenz, un pionero en el desarrollo de la teoría del caos. Y nos plantea que, según las condiciones iniciales de un determinado sistema, el más mínimo cambio puede provocar que progrese. De esa forma, el simple e imperceptible aleteo de una mariposa introduce una variable que condicionará cómo se desencadenarán los acontecimientos en el resto del mundo. Si, por ejemplo, aplicamos esta teoría al cambio de hábitos, conseguiremos ver que las cosas no son tan difíciles como suponíamos, porque pequeñas acciones podrán dar lugar a grandes cambios.

 

Hace algunas semanas, en el blog de Mujer Holística observé que María José Flaqué cerraba sus artículos con lo siguiente:

P.S. Esta es mi entrada No. 92 del Proyecto de 100 Días

Fui hacia atrás en sus publicaciones y encontré que hacía unos meses había publicado el artículo “El proyecto de 100 días y mi compromiso”. En ese momento se había comprometido a escribir un artículo diario para el blog de Mujer Holística durante cien días y documentarlo en su cuenta de Instagram. Ese era el primero del proyecto. Hace unos días escribió el número cien:

La razón por la cual me comprometí a hacer un artículo por día fue porque me costaba mucho sentarme a escribir y además analizaba todo lo que plasmaba en palabras escritas, mil veces antes de publicarlo. Apretar el botón de publicar era todo un tema, tenía que estar todo perfecto y tardaba días en decidir si me gustaba lo que había creado. Ahora no.

Me pareció fantástico y me identifiqué con sus palabras. Investigué un poco más sobre esta iniciativa y esto fue lo que encontré:

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#The100DayProject es un proyecto artístico de un profesor de la Universidad de Princeton, que animó a sus alumnos para que, durante cien días, escogieran un tema, realizaran algo artístico y lo documentaran en un diario o en algo similar. A raíz de esto, Elle Luna (artista y autora del libro The Crossroads of Should and Must: Find and Follow Your Passion) y Lindsay Jean Thomson, creadora de la plataforma de empoderamiento de la mujer Women Catalysts, le dieron continuidad al reto en https://the100dayproject.org. La edición de este año se realizó el 4 de abril.

La dinámica es muy sencilla: primero escoges una acción que quieras realizar durante cien días, luego te comprometes públicamente a realizarla y ¡ya está!, solo resta ponerte a trabajar.

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Navegando por la Web, he visto que muchas personas se han adherido a este proyecto, y ¿cómo no formar parte de algo tan inspirador? Porque esta iniciativa pretende despertar la creatividad y mantenerla viva a través de pequeños actos diarios. Cualquier persona puede participar. El objetivo es emprender una acción que impulse un cambio en nuestros hábitos, en nuestro estilo de vida o que nos permita sacar adelante aquello que tenemos entre manos y no hemos podido llevar a cabo, por las razones que sean. Lo importante es comprometernos y trabajar todos los días, a pesar de las dificultades que se nos presenten en el camino.

La semana pasada empecé la última etapa de mi proyecto de novela, pero ha sido un suplicio sacar el tiempo necesario para sentarme a escribir. Siempre tengo una excusa, un contratiempo, un “pero” y, al igual que le pasaba a María José, me cuesta un montón dejar de darle vueltas y vueltas a todo, lo que hace más difícil avanzar. Escribir forma parte de mi propósito de vida. Compartir mi imaginario y poner a volar la imaginación es mi meta. Por lo tanto, hoy me uno al proyecto de los cien días y, como sé que soy bastante complicada, elegí algunas reglas y me marqué unos objetivos concretos y alcanzables para facilitarme el proceso:

 

  1. Mi proyecto consistirá en escribir 10 páginas diarias de mi novela (mínimo 1.600 palabras al día).
  2. Sin correcciones. Solo escribir y escribir.
  3. Lo haré todos los días en la noche. A la misma hora.
  4. No soy mucho de publicar cosas personales en redes sociales, pero creo que este motivo se merece el esfuerzo, así que todos los días publicaré en mi Facebook cuando cumpla con el reto: #hoyescribí10páginasdemiproyectode100días
  5. Mi regla principal será disfrutar y deleitarme con cada minuto de escritura.
  6. ¡Las reglas son para romperlas! Si un día no puedo escribir a la misma hora, pues lo haré más tarde o más temprano, o si me toma más tiempo del planeado, escribiré más. ¡Esto no es una camisa de fuerza!
  7. Tener a la vista la regla número cinco: Lo más importante es ¡disfrutar!

 

Al principio de este artículo les decía que las pequeñas cosas también marcan la diferencia, como por ejemplo escribir algo que inspire y que logre robarle una sonrisa a una persona que la necesita o recibir una buena crítica que nos alimente y nos ponga en movimiento. La mayor parte del tiempo no somos conscientes de que tenemos la suerte de despertar otro día y de que, una vez más, podemos agradecer que en el mundo todavía hay cosas buenas y que las estamos recibiendo. No necesitamos grandes acciones para lograr un impacto en lo que nos rodea. Solo tenemos que estar dispuestos a hacer pequeños cambios en nuestros hábitos que nos conviertan en entes transformadores, que roben algunas sonrisas y que sean fuente de inspiración.

Hoy será mi primer día del proyecto. En mis próximas publicaciones les contaré cómo voy y, cuando finalice, les compartiré el resultado.

Mónica Solano

Imágenes de #The100DayProject y Anja

El circo espacial

El 25 de julio, a las trece horas de la Tierra, el ingeniero biomédico Toulouse arribó a la estación espacial Ícaro. Después de veinte años de trabajo en el laboratorio de genética de la NASA le habían asignado su primera misión. Una de las que se clasificaban en el rango más alto de confidencialidad. En plena euforia, decidió embriagarse con su esposa y no leyó el Manual de Contacto Kyvos que le había entregado la teniente Smith. “Ya tendré tiempo para leerlo cuando esté en la estación”, pensó.

El estómago se le retorcía en una ruidosa sinfonía. El dolor era tan intenso que el sudor se le escurría por la frente. Cuando la cápsula espacial tocó la superficie del planeta se tomó unos minutos. Respiró hondo, se ajustó el traje y armado de valor descendió por las escaleras. Cuando pisó el terreno arenoso con sus botas espaciales sintió que la bilis le destrozaba la garganta.

Al principio no estaba seguro de si lo que veía era una alucinación por el alcohol, de la noche anterior, o si de verdad estaba enfrente de una comunidad circense, a miles de millones de kilómetros de la Tierra. En ese momento se arrepintió de haber aceptado la misión sin conocer más detalles.

Movió la cabeza de un lado a otro, pero la imagen no se desvaneció. Fijó la mirada y vio con claridad las carpas puntiagudas, con rayas rojas y blancas, que se alzaban en el horizonte. Banderines de colores rojo y azul se agitaban en lo alto de los toldos. Estaba en un planeta habitado por un circo espacial. “De tantas especies que hay en el universo, por qué tengo que recolectar muestras de un maldito circo”, pensó. Y renegó una vez más por su mala suerte. Regresó a la cápsula, organizó el maletín con el equipo de recolección y se acomodó el traje. Con la mirada fija en el tablero de la manga derecha revisó la provisión de oxígeno. En el panel titilaba una cifra: siete horas.

—Tiempo suficiente para recoger las muestras y abandonar el planeta —dijo mientras cerraba el casco y oprimía el botón para liberar el oxígeno. Activó la grabadora en su cuello y emprendió la caminata.

—Bitácora tres cuatro tres. Día uno. Hace cuarenta y cinco minutos arribé al planeta Kyvos. Lo primero que vi fue una estación espacial con la forma de un espectáculo de circo. Espero no encontrarme con un maldito payaso. ¡Juro que no volveré a beber! ¡Maldición! Borrar. Borrar. Bitácora tres cuatro tres. Día uno. Hace cuarenta y cinco minutos que arribé a la estación espacial Ícaro. Estoy listo para recolectar las muestras de tejidos. Según la teniente Smith, los kyvosi tienen propiedades que facilitarán el desarrollo de órganos artificiales para preservar la raza humana. A las trece horas con cincuenta y cinco minutos de la Tierra no he visto ningún habitante. Caminaré hasta la carpa principal del circo. Nuevo reporte a las catorce horas con treinta minutos. Grabar.

De repente, mientras desactivaba la grabadora, Toulouse vio una figura mediana que se aproximaba hacía él. Una vez más sintió que la bilis se le atoraba en la garganta. Con una respiración controlada reprimió las náuseas, no quería vomitar en el traje. Contó de diez hasta uno y juró, por milésima vez, no volver a beber.

El pequeño ser se detuvo frente a él. Toulouse parpadeó un par de veces para observarlo mejor. Un tejido metálico lo cubría. Aunque estaba desnudo, a simple vista, parecía un ser asexuado. Dos cuernos que formaban un sombrero de arlequín le salían de la cabeza. Hacían juego con las marcas que le adornaban el rostro por debajo y por encima de las cuencas vacías. Alrededor de la boca unas líneas negras dibujaban una sonrisa perpetua. Aunque no tenía ojos, Toulouse podía sentir que el kyvosi lo miraba fijamente. ¿Cómo podrá verme?, pensó.

El pequeño arlequín extendió el brazo derecho y uno de los dedos de metal dibujó símbolos en el aire. Una luz roja formó la frase “Bienvenido al planeta Kyvos, terrícola”. Toulouse comprendió que el kyvosi conocía el lenguaje de la Tierra y podía comunicarse con él. Sacó el láser del maletín y escribió en el aire “Gracias. Soy el ingeniero biomédico Toulouse, encargado de recoger las muestras”. El kyvosi le indicó que lo siguiera. Mientras caminaban, mantuvieron una corta charla técnica, en la que le indicó la zona de trabajo, horarios y todo lo referente a la expedición. Al final del recorrido le invitó a una cena especial de bienvenida.

Toulouse, complacido por la invitación, hizo una reverencia como una muestra de gratitud. Cuando se incorporó, una tropa de soldados con lanzas de fuego lo tenían rodeado. En ese momento sintió que todo se movía a su alrededor y que el aire le faltaba. Maldijo entre dientes y recordó la advertencia de la doctora Smith “no entres a la cápsula sin leer el manual”.

“Manual de contacto Kyvos. Doctora Alied Smith. Inciso uno. Las reverencias son consideradas una falta grave en la comunidad kyvosi. Absténganse de realizarlas si no quiere morir desintegrado”.

 

Mónica Solano

Imagen de Rheo

Cuando decaiga tu motivación, rentabiliza tu experiencia

En esta semana, con las tareas hasta el cuello, me resultaba muy difícil escribir y, de repente, me vino la pregunta: ¿Cómo mantener intacta la motivación? Y, mientras intentaba responderla, me di cuenta de que no se trataba solo de la motivación de unos minutos para escribir, sino de cómo mantenerme motivada para todas las cosas que tengo que hacer en un día y las que me gustaría hacer.

Reflexioné unos minutos y descubrí que, con el paso del tiempo, nos sentimos obligados a formar parte de un sistema, en el que las cosas solo pueden ser de una manera. Y en nuestro afán por encajar en él, el miedo se apodera de nuestras acciones y terminamos comportándonos de forma automática, lo que nos lleva a vivir en un estado constante de estrés y ansiedad. La motivación nos decae cuando queremos cumplir con nuestras metas, porque parece que el mundo está en nuestra contra todo el tiempo.

Hoy voy a reflexionar sobre un concepto que me ha ayudado en estos últimos días a mantenerme motivada: la metacognición (Meta=más allá. Cognición=del latín congnitio, acción y efecto de conocer). Según el psicólogo y pionero del concepto, John Hurley Flavell, la metacognición se refiere a la capacidad que tenemos las personas para reflexionar sobre nuestros procesos de pensamiento y la forma de aprender. Gracias a ella podemos conocer y regular nuestros procesos mentales básicos, los que intervienen en la cognición.

Una estrategia para mantener la motivación intacta consiste en conectarnos con nuestra verdadera esencia, con lo que nos define, nos apasiona y nos quita el sueño.

Y esto me lleva a hablar de la metacognición como una alternativa para potenciar la conciencia sobre nuestros procesos cognitivos y su autorregulación, de tal manera que nos conduzcan a transferir el aprendizaje a todos los ámbitos de nuestra vida.

Con la metacognición podemos analizar nuestro pensamiento y, además,  nos permite conocer el nivel de conciencia y conocimiento que tenemos sobre una tarea y su monitorización. Este análisis es importante porque nuestros pensamientos, sentimientos y acciones crean nuestra realidad, determinan cómo nos sentimos y cómo nos comportamos.

“Quiero escribir, pero no tengo tiempo y tampoco soy lo suficientemente buena. Quizás no tengo el talento. Todavía no tengo las competencias. Es imposible sacar el tiempo cuando se tienen tantas obligaciones”. Estos, y otros pensamientos parecidos, me acuden cuando no puedo sacar esos minutos para escribir. Y si todo el tiempo estoy enviando a mi mente mensajes negativos que van en contra de mis metas, lo más seguro es que termine perdiendo la motivación y desista de seguir adelante.

 

“El aprendizaje más importante es aprender a aprender. El conocimiento más importante es el conocimiento de uno mismo. Nisbet y Schuksmith, 1986.

 

El origen de nuestra interpretación mental está en nuestro sistema de creencias, en los programas que tenemos alojados en el inconsciente. Si nuestros pensamientos están dominados por todo aquello que nos atormenta, estamos entregando información negativa a nuestro cerebro y esto frena la motivación, porque ubica a nuestro sistema nervioso en un estado de protección que nos impide crecer y ver las circunstancias desde la apertura y la oportunidad.

La metacognición nos permite ir más allá del pensamiento habitual, controlar los procesos cognitivos y tomar conciencia de lo que pensamos y sentimos. A medida que la desarrollamos, nos emerge una nueva mentalidad, que nos conduce a nuevas acciones. Adquirimos una nueva visión interior, autorregulamos nuestros estados mentales y descubrimos nuestro propósito vital.

La clave está en mantenernos conscientes, atentos a quiénes somos, qué percibimos y qué experimentamos. Debemos preguntarnos: ¿este es el tipo de vida que quiero llevar? ¿Es así como quiero vivir? En definitiva, tenemos que volvernos conscientes de cómo pensamos, cómo nos sentimos y qué hacemos, para crear una realidad más ajustada con nuestros valores y nuestro propósito. Adquirir una actitud interior correcta nos permitirá mantener intacta la motivación.

Para conservar nuestra mente sana existen varias técnicas. Una de las que más me gusta es activar la relajación a través de la respiración consciente. Esto permite desarrollar nuestra metacognición y, además, aprendemos a observar nuestra experiencia presente en total aceptación, confianza y seguridad. Entrenamos nuestra atención para desarrollar una conciencia que no envía señales de amenaza a nuestro sistema nervioso, y este equilibrio cuerpo-mente nos ayudará a relacionarnos de manera diferente con lo que sucede y lo que pensamos que nos sucede. Y nos permitirá situar nuestras experiencias de vida en un nuevo contexto. Cuando no nos sentimos amenazados le permitimos a nuestro cuerpo activar una respuesta de relajación que restablece las funciones cognitivas y orgánicas, aprendemos a reunir recursos internos y a desarrollar nuestra resiliencia, que es la capacidad que todos tenemos de sobreponernos a la adversidad.

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Cuando tenemos plena conciencia de los mensajes que enviamos a nuestra mente, y que definen nuestra forma de actuar, podemos hacer frente a todo lo que frena nuestra motivación. Dejamos de lado los miedos y nos lanzamos hacía el cumplimiento de nuestros sueños. Recuerda: “Nuestros miedos no definen quiénes somos”. Desarrollar confianza en nuestra capacidad para resolver problemas y confiar en nuestros instintos nos ayudará a construir la resiliencia. Cuando nos enfrentamos a tareas o situaciones que nos producen malestar emocional, influye más nuestra percepción de la situación que la carga real de trabajo o la verdadera magnitud de nuestro problema.

Por esta razón es conveniente tener presente cuál es nuestro objetivo, qué buscamos conseguir con lo que estamos haciendo y cómo nos beneficiará. No enfoquemos las situaciones y acontecimientos de nuestra vida en términos de bien o mal, ganar o perder. Es mejor considerar todas nuestras experiencias como parte de un proceso vital de aprendizaje. Cuando decaiga tu motivación trabaja en tus puntos débiles, en tus carencias y rentabiliza tu experiencia. Y, sobre todo, potencia tus fortalezas. La actitud es la clave.

Mónica Solano

 

Imagen de Karen Arnold

Cuando los recuerdos te desgarran por dentro

A los músicos que guardan en sus notas los momentos más memorables de mi vida.

 

Los recuerdos navegan por mis venas. Como exploradores perdidos se deslizan por mi cuerpo y recorren cada parte del sistema circulatorio. Se me acelera el corazón. Cada latido es un rugido que me desgarra por dentro. Estoy rodeada de personas que cantan efusivas y se deshacen en ovaciones. El eco de las voces de miles de fanáticos me envuelve. Cierro los ojos y puedo verme ahí, de rodillas en el viejo rincón, donde el tiempo no tiene principio ni fin. Pensé que jamás volvería a ese lugar donde las emociones te atacan y te dejan indefenso.

Inhalo una bocanada de humo y me dejo llevar por el sonido agudo de las guitarras. La música de mi juventud me golpea en lo más profundo de mi ser. Los recuerdos siguen viajando por mi piel, danzan inquietos y se arremolinan en mi oído. Me susurran desdichas. Quieren que los deje ir, pero no tengo el valor para ver cómo se alejan de mi vida.

El sudor se me escurre por las manos mientras se forma un nudo alrededor de la garganta y las lágrimas que se amontonan en mis ojos me nublan la visión. Estoy al borde de un colapso, de caer desmayada encima de las personas que gritan y aplauden con frenesí.

Unos brazos me sujetan con fuerza. En ese instante perfecto me siento protegida. Seco mis lágrimas mientras sumerjo el rostro en una chaqueta de jean desgastada. El estallido de emociones contrariadas ha cesado en mi interior. Los latidos han disminuido su ímpetu.

Aún abrazada a mi novio, miro al escenario por encima de su hombro y ahí está él, de pie, imponente, comiéndose el mundo. Luce fantástico con sus pantalones de cuero, la camisa de jean ajustada al cuerpo y la guitarra que reposa sobre su cintura.

Con una reverencia agita su cabello ensortijado ante el público que sigue gritando enloquecido. En ese instante, nuestras miradas se encuentran y con una sonrisa sincera me devuelve a la Tierra.

 Mónica Solano

Imagen de Matteo Zambrano

El uso de los americanismos

Soy de América Latina, pero debo confesar que no conozco todos los modismos propios de mi región. Cuando me pongo a escribir un relato o un artículo, si tengo dudas con alguna palabra, siempre me remito a la Real Academia Española (RAE). Pero hace poco descubrí el Diccionario de americanismos, un repertorio léxico que recoge todas las palabras propias del español de América. Y, sí, puede que esta maravillosa herramienta de consulta exista desde hace varios años, pero yo no la conocí hasta hace unas semanas. Un día, en clase de corrección de estilo, el profesor tuvo la grandiosa idea de compartirnos las mejores fuentes para resolver dudas con el español. Aunque esta historia no comienza con el profesor escribiendo las fuentes en una pizarra. En realidad, todo se desató con un artículo que leí en Internet y que se titulaba “Precipitud inconveniente”. En ese momento me pregunté si la palabra precipitud sería correcta. Inmediatamente consulté la RAE y encontré lo siguiente:

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¡La palabra no estaba registrada! Y había escrito el artículo un diplomático colombiano y, además, profesor universitario. Pero, ¿cómo puede cometer semejante error una persona con ese nivel de educación? Fue lo primero que me vino a la mente. Me sentí un poco indignada por el maltrato que le estaba dando a la lengua. Sin embargo, frené mi enojo, y le comenté a mi profesor lo sucedido. En ese momento ingresó en el Diccionario de americanismos, digitó la palabra “precipitud” y resultó que era una expresión correcta en Colombia y Panamá. Aún resuenan en mi cabeza sus palabras: “que no esté en la RAE, no significa que sea incorrecto”.

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Toda esta experiencia me hizo recordar que desde que inicié mi proceso de escritura me he venido cuestionando el uso de la lengua según el entorno o la cultura. Me parece sorprendente cómo puede cambiar el sentido de una palabra según el contexto y, sobre todo, el lugar en el que se utilice. Encontrar el Diccionario de americanismos ha sido de gran ayuda, porque desde ese momento, acudo a él antes de entrar en cólera y atreverme a afirmar que alguien atropella a la lengua. Y, como soy bastante curiosa, indagué un poco más y encontré lo siguiente:

 

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El Diccionario de americanismos es una obra descriptiva, no normativa, cuyo fin es ayudar al conocimiento del idioma y servir como herramienta de comprensión. En América se usa la mayor parte del español, por lo tanto, es importante conocer el significado de las palabras que se utilizan en este continente para poder comunicarnos mejor.

Según la RAE, los orígenes del Diccionario de Americanismos se remontan al siglo XIX, al tiempo que se constituían las primeras academias americanas de la lengua. Tiene entre sus características fundamentales las siguientes: es un diccionario descriptivo, que carece de propósito normativo y no da pautas para «el bien hablar o escribir»; un diccionario usual, que recoge los términos manejados con gran frecuencia de uso en la actualidad; un repertorio dialectal, pues se ocupa de los términos de todas las zonas americanas, desde los Estados Unidos hasta los de Chile y Argentina, en el extremo sur del continente; un repertorio diferencial, del que quedan fuera las palabras que, aunque nacidas en América, se usan habitualmente en el español general.

En mi búsqueda encontré que el primer diccionario de la RAE se publicó en el siglo XVII y que en primera instancia se consideró un diccionario del “español europeo”, al que de manera progresiva se le fueron añadiendo voces provenientes de América. Aunque el 80% del léxico se usaba en los dos continentes, se creía que el Diccionario de la lengua española (DRAE) no incluía los americanismos, por lo que a finales de dicho siglo surgió la necesidad de hacer un diccionario exclusivo del léxico americano. Hacia 1966, el filólogo paraguayo Marcos Augusto Morínigo, autor del Diccionario de las lenguas indígenas, escribió el Diccionario del español de América, del que existen varias ediciones posteriores. El lingüista y lexicógrafo alemán, Günter Haensch, siguió los pasos de Morínigo y en 1993 escribió el Nuevo diccionario de americanismos.

En todos los artículos y páginas que he consultado, he encontrado que en el DRAE solo se recogen las palabras comunes que se usan en todos los países donde se habla español. Durante muchas décadas se ha dejado de lado, en la selección oficial, la riqueza lingüística que tejen los pueblos latinoamericanos al inventar palabras para decir muchas cosas de manera más cercana.

Humberto López Morales, secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española, afirmó en un artículo del periódico El Espectador, en el año 2010 que, si algún lector encontraba, por ejemplo, la palabra “fregado” en una novela e intentaba ir al diccionario en busca de su significado, no lo encontraría. Y nadie le diría así que la palabra “fregado”, dependiendo de si se usaba en México, Colombia o Nicaragua, tenía acepciones distintas: “una persona que está en mala situación”, “algo que es difícil de solucionar” o alguien que simplemente “es inquieto”.

Todo lo que he expuesto me lleva a afirmar que el Diccionario de americanismos no recoge el léxico común a todos los hispanohablantes y, en cambio, recoge con bastante detalle la riqueza de vocablos que se usan de forma natural en los distintos países americanos de habla hispana.

El uso de la lengua que empleamos en nuestros relatos, desvela la visión que tenemos sobre algo, y es posible que esa visión nos llegue mediada por la de otras personas. Con nuestras aportaciones seguimos alimentando la construcción y la transformación del léxico de nuestros pueblos. Todo esto nos enseña que la forma de hablar de un territorio, así como sus creaciones artísticas, es determinante para comprender la historia de dicho lugar. El Diccionario de americanismos ocupa una parcela lexicográfica fundamental. Dadas sus dimensiones, ofrece una descripción fidedigna de la gran riqueza léxica del territorio americano, además de convertirse en testimonio del uso de determinadas palabras que pueden estar condenadas a su desaparición por culpa del proceso de internacionalización del español.

Mónica Solano

 

Imagen de Flockine

El día que llegaste a mi vida

A veces me pregunto cómo sería mi vida si no fuera madre. Si hubiera dedicado esa parte de mi existencia a navegar por el mundo. No les voy a mentir. Ser madre no me ha resultado una tarea fácil. El tiempo se ha convertido en un lujo. La palabra privacidad ha desaparecido de mi diccionario personal. Estoy en el último lugar de la lista para cumplir mis más profundos anhelos, porque esa pequeña personita por la que estoy dispuesta a dar la vida, y hasta a jurar en falso, encabeza mis prioridades. Y eso es así desde el 24 de agosto de 2004. El instante en el que mis manos tocaron la vida de una forma que no había creído posible. Ese día todo cambió para mí.

23 de agosto, 8:00 AM. Se han cumplido las cuarenta semanas. Han sido meses en los que la barriga ha crecido hasta el punto en que las rodillas soportan el peso con dificultad. Las manos están hinchadas y la cara se ha puesto un poquito regordeta. Cuando te miras en el espejo ves a una mujer diferente, a una desconocida. Pero, a pesar de las ojeras, el dolor en las articulaciones y las noches de insomnio, anhelas con todas las fuerzas ver al bebé que te está creciendo en el vientre.

Te atas el cabello con una coleta, te pones el vestido de maternidad y sales de casa directo a la clínica. Cuando llegas al consultorio, el médico te dice que no puede dejarte internada porque no hay señales de que el bebé vaya a nacer ese día. Te recomienda caminar. “Eso ayudará a que el bebé llegue pronto” te dice, mientras te aprieta la mano contra el hombro. Te sientes un poco frustrada, querías ver esa carita y tener el pequeño cuerpecito entre los brazos. No hay nada que hacer por el momento, así que vas a trabajar.

Es un día normal en la oficina. Clientes molestos, largas filas, los gruñidos de tu jefe que se escuchan por todo el pasillo. Nada extraordinario sucede mientras pasan las horas. Termina la jornada laboral y regresas a casa. Te pones unos zapatos cómodos y sales a caminar con tu esposo, como te sugirió el médico. Pasadas unas cuadras, sientes unas leves punzadas en el vientre. Recuerdas todo lo que te indicaron en el curso psicoprofiláctico, y empiezas a hacer una lista en la mente: la pañalera está preparada desde los siete meses de gestación, la carpeta con todos los exámenes médicos está en el armario de la habitación. “¿Qué más necesito?” No tienes idea. El dolor se hace más fuerte y se te nubla el juicio. Caminas de un lado a otro para mitigar un poco el dolor que viene y va, mientras tu esposo toma el tiempo de cada contracción con su reloj de pulsera. Cada vez son más frecuentes, entonces toma el teléfono y llama al doctor.

En menos de una hora una ambulancia se estaciona en la puerta de tu casa. El médico entra en la habitación y realiza los exámenes de rutina. Después de un tacto muy incómodo y algunos apuntes en su libreta decide llevarte a la clínica. No habías estado dentro de una ambulancia. Te sientes extraña. La sirena suena, pero no estás de muerte. Llevas una nueva vida en el vientre y quizás eso también sea tan importante como para detener el tráfico en las calles.

Cuando llegas a la clínica te recibe una enfermera con uniforme azul y zapatos blancos. Te realizan un examen físico integral y luego te acomodan en una camilla junto con otras madres que también están esperando para dar a luz. Algunas gritan, otras lloran, unas pocas, como tú, emiten quejidos moderados.

Llevas horas en la clínica, pero te parecen segundos. Ya es de madrugada y aún no te dicen nada. Estás ansiosa, agotada y, aunque quisieras dormir, el sueño se escapa de las posibilidades. Te frotas la barriga y le hablas al bebé. Le susurras cuánto deseas verlo, y en ese momento se acerca la enfermera y te dice que estás lista para entrar en el quirófano. Un escalofrío te recorre el cuerpo. Por fin vas a conocerlo.

La imagen del reloj colgado en la pared, enfrente de la silla de parto, te revuelve la bilis. Marca más de las siete de la mañana. “Llevo muchas horas en este hospital”, piensas. La blancura de la sala, el frío que te carcome los huesos y el olor a químicos aumentan la ansiedad, y te ponen los pelos de punta. La enfermera te ayuda a acomodarte en la silla y te da las indicaciones. Una vez más recuerdas el curso. Haces una inhalación profunda y a continuación, exhalas. Lo haces varias veces para contener el dolor y prepararte para pujar. Ya estás lista. Pujas con todas tus fuerzas, pero el bebé no quiere salir. Inhalas una vez más y pujas como si tu vida dependiera de ello. Y es en ese momento que ves en las manos del médico a un pequeño humano cubierto de fluidos y te preguntas: “¿Cómo algo tan maravilloso salió de mi cuerpo?”. Cuando el doctor te lo pone sobre el pecho te sientes aliviada. Cuentas sus deditos, inspeccionas sus brazos y piernas, lo miras directamente a los ojos y memorizas cada rasgo de su carita. No quieres que te lo cambien a la salida. Cierras los ojos y das gracias por vivir ese momento, luego miras el reloj en la pared. Marca las 8:40 AM del 24 de agosto. Es un día para no olvidar. Has conocido el amor en todas sus dimensiones. Tienes entre los brazos a la persona que te cambiará el mundo y todo lo que conoces y crees saber de la vida.

Dejo el lápiz sobre la mesa y miro el reloj. Marca las 8:40 AM. El corazón me da un salto. Durante trece años, el pequeño ser que cargué en mi vientre por nueve meses ha conmocionado mi mundo. Sigo mirándolo con la misma emoción, con el mismo fulgor en el corazón. Y cada día que tengo la oportunidad de abrir los ojos, me sigo sintiendo afortunada por tenerlo a mi lado y por verlo crecer. Después de todos estos años, cuando me pregunto cómo sería mi vida si no fuera madre, sigo teniendo la misma respuesta: no sería mi vida.

Mónica Solano

 

Imagen de Guillermo Cardona

 

El encanto de las bibliotecas públicas

Cuando estaba en el colegio me encantaba visitar la biblioteca. Era mi lugar favorito. Adoraba el olor de los libros, podía pasarme horas leyendo. Hasta llegué a ser asistente de la bibliotecaria. En esa época no teníamos la suerte de contar con el auge digital que existe hoy día y todas las consultas, para cumplir con las tareas escolares, se debían realizar en ese espacio sagrado. Allí, una señorita con el cabello canoso y anteojos, te informaba de todos los volúmenes que se almacenaban en el recinto y, también, te gruñía cuando el tono de voz superaba lo permitido. En la universidad, las bibliotecas siguieron siendo mi lugar predilecto para realizar trabajos y consultas. A las grandes estanterías cargadas de libros se sumaron centros de cómputo para navegar en Internet y los pequeños cajones, llenos de fichas bibliográficas, fueron reemplazados por pantallas digitales.

Las bibliotecas son escenarios de gran importancia para la búsqueda del conocimiento y el desarrollo de una sociedad. Nos proporcionan herramientas que nos ayudan a conocer e interpretar mejor y de manera autónoma nuestro entorno social. En Bogotá contamos con una amplia red de centros culturales que ofrecen, además de libros, muchas actividades atractivas para niños y adultos. Un plan perfecto para cultivar el conocimiento y, de paso, divertirse. Las entidades privadas, como las Cajas de Compensación Familiar, contribuyen y mantienen a nivel nacional esta red de bibliotecas que mensualmente tienen una programación de actividades gratuitas.

Hace poco, mientras leía un artículo del periódico El Espectador, “El fin de las bibliotecas”, me cuestioné el futuro de estos espacios y recordé que no he visitado ninguna desde hace algunos años. En Bogotá hay bibliotecas maravillosas, cargadas de historia. Algunas son, incluso, patrimonio de la ciudad. Pero como el trajín del día a día me mantiene corta de tiempo, siempre está la excusa: “para qué desplazarme de la comodidad de mi casa si tengo todo a un clic”.

Las bibliotecas han sido responsables de garantizar el acceso a la información y al conocimiento, de promover la lectura, la cultura y de facilitar la formación a lo largo de la vida. Desde mediados de la década de los noventa están reorientando su actividad, en parte, por el fácil acceso a contenidos digitales, pero también por los cambios de la propia sociedad: ciudadanos cada vez más participativos que han dejado de ser consumidores de información para ser generadores de contenidos. Por lo tanto, las bibliotecas están dejando de ser lugares de almacenamiento y préstamo de materiales para convertirse en puntos de participación, de interacción con los usuarios, convirtiéndose en espacios flexibles con una oferta creciente de actividades creativas.

“En burro, bus, carreta, bicicleta… Cualquier medio es adecuado para que viajen los libros. Son estrategias a las que recurren las bibliotecas y los líderes sociales para fomentar la lectura”.

El periodista colombiano John Saldarriaga escribió un artículo para el periódico El Colombiano, en el que reunía divertidas estrategias de las bibliotecas municipales en Colombia para fomentar la lectura y mantener latente la importancia de estos espacios de conocimiento. A continuación, les relaciono algunas:

Al son del pedaleo. En la Biblioteca Jorge Alberto Restrepo Trillo, de Guatapé, tienen una bicicleta para llevar libros a los comerciantes. A los quince días vuelven para renovarlos y aprovechan para mostrarles novedades recién adquiridas.

Bibliocarreta. En Sabaneta tienen la Bibliocarreta. Oswaldo Gutiérrez, el bibliotecario, la ideó en 2002 como una forma de llevarles libros a los habitantes de las veredas. Con el tiempo se convirtió en un mecanismo de promoción de lectura de la biblioteca central.

Biblioburro. En el Magdalena, cuentan con los burros del Biblioburro. Ideado por el profesor Luis Humberto Soriano Bohórquez en el corregimiento La Gloria, municipio de Nueva Granada, es un sistema efectivo para llevar conocimiento a las veredas apartadas de las carreteras.

Pocos países en América Latina tienen una red tan activa de bibliotecas públicas como Colombia. El Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas ha sido promovido de manera sostenida, desde el 2001, con la puesta en marcha de la campaña Colombia Crece Leyendo. Se han invertido millones de pesos para dotar y construir nuevas bibliotecas en al menos 300 municipios que carecían de ellas. Ya son aproximadamente 1.424 bibliotecas públicas las que integran en la actualidad la red nacional. Algunas disponen de estándares de tecnología, conectividad y dotaciones bibliográficas que buscan garantizar el acceso a contenidos universales, pero también particulares a los intereses de cada región o grupo social. Sin embargo, con el auge de los medios modernos de comunicación y el ritmo de vida acelerado al que nos hemos acostumbrado, son cada vez más las que caen en el olvido. Se les resta importancia y, en algunos casos, mueren. Muchas pierden el subsidio con el que contaban por falta de público que aliente su existencia y terminan cerradas. Así mismo, el equilibrio y bienestar de estos centros, donde la cultura intenta mantenerse viva, suelen sufrir los estragos del tiempo, sin que a nadie le preocupe demasiado. Y, además, por los limitados recursos con los que cuentan para mantenerse, pierden el esplendor.

 

Sentada en la biblioteca Julio Mario Santo Domingo, en la ciudad de Bogotá, pienso en lo refrescante que es el aire que se respira en estos recintos. Parece diferente, como cargado por una onda mística y ancestral. Y aunque estoy concentrada en mis pensamientos de una manera especial, al mismo tiempo puedo conectarme con todo lo que me rodea. Con personas de otras disciplinas, amantes de la lectura, estudiantes, jubilados y hasta empleados freelance que encuentran en las bibliotecas un espacio ideal para desempeñar su trabajo, porque las bibliotecas también son espacios de socialización.

Mónica Solano

 

 

Centro Cultural y Biblioteca Pública Julio Mario Santo Domingo. Imagen de Mónica Solano.

La primera guardiana de la tribu Chartam

El sonido de los tambores y los cantos de la tribu Chartam calentaban uno de los inviernos más fríos que habían azotado la región. Reunidos alrededor del árbol de Nimue, los herederos se preparaban para la ceremonia del guardián. Desde una esquina, Kane miraba cómo la trenza dorada de Aru se agitaba con el viento. Recuerdos de una infancia feliz junto a su hermana revolvieron las entrañas de Kane. Con la cabeza agachada, Aru le rezaba a la diosa Nimue. Rogaba por salir victoriosa y ser la primera mujer de la historia en proteger a su tribu.

El precio para mantener a salvo la comunidad de los Chartman era que el cacique perdiera a uno de sus hijos. Por otra parte, las leyes eran sagradas y los dos hermanos, que tenían el derecho a portar la insignia del guardián, debían pelear hasta la muerte para conseguirla. Si rechazaban el mandato, toda la población sufriría la ira de la diosa y quedarían a merced de Andras.

Cuando el chamán alzó su báculo al cielo, los hermanos juntaron las manos en posición de oración. Hicieron una reverencia, extendieron el brazo derecho hacía el árbol y, con la palma abierta, tocaron el tronco verdoso. Una savia caliente viajó por sus dedos hasta que sus ojos se tornaron de color esmeralda. Los hermanos se tocaron la frente y el mentón, como señal de estar preparados para la batalla. El chamán les recordó que el vencedor obtendría el poder de la diosa Nimue y se convertiría en un guerrero invencible. Sería el guardián de la tribu hasta su último aliento.

De repente, el suelo bajo sus pies emitió un crujido que apagó los cantos y el sonido de los tambores. El cielo se llenó de nubes negras y la oscuridad se posó sobre la llanura. Aru miró a Kane y extendió su mano hacía el suelo. Cuando agitó los dedos, una hiedra viscosa brotó de la tierra. Sin tocarla, la lanzó con fuerza hacía su hermano. Kane saltó como si pudiera volar y esquivó los latigazos, que raudos se acercaban hasta él. En un giro, elevó su mano al cielo y atrapó un relámpago con el que golpeó el rostro de Aru y le cortó la mejilla. Aru cayó al suelo. Se pasó la mano por la herida, limpió la sangre y miró a Kane que flotaba sobre el manto de nieve.

El corazón de Aru latió con fuerza, los ojos centelleantes de su hermano le hicieron temer lo peor. Pero Kane dudo unos instantes antes de lanzar un nuevo relámpago y Aru logró esquivarlo con una destreza inesperada. Y fue en ese momento cuando agitó de nuevo los dedos y otra rama de hiedra creció bajo los pies de Kane. Las raíces lo sujetaron de un brazo y lo arrojaron contra el suelo. El golpe hizo temblar la nieve que cubría la llanura. Kane no pudo reaccionar a tiempo después de la caída y la enredadera le aprisionó las manos, ya no podía realizar ningún hechizo. Las ramas subieron con velocidad hasta rodearle el cuello. Aru sintió un ardor que le subía por la garganta al ver a su hermano tan cerca de la muerte. Cerró los ojos, apretó los puños con fuerza y, cuando los puso sobre el pecho, Kane expiró su último aliento. La tribu se quedó en silencio mientras observaba como el cuerpo del heredero se desvanecía entre la hiedra y sus cenizas retornaban a los cimientos del árbol de Nimue.

Los rayos del sol se abrieron paso entre las nubes. La hoja dorada se iluminó en la copa del árbol. Aru se quitó la túnica y trepó desnuda por las ramas más gruesas. Cortó la hoja y la conectó a su sistema circulatorio desde su muñeca. La savia dorada le recorrió las venas y el color de sus ojos cambió de esmeralda a dorado. El brazalete de la diosa se formó alrededor de su antebrazo y un manto de seda le cubrió el cuerpo. Aru descendió del árbol por el camino que formaron las ramas. Mientras avanzaba, las miradas vibrantes de sus adeptos calmaron el dolor por la pérdida de su hermano. La tribu Chartam recibió con júbilo a su nueva guardiana.

Mónica Solano

 

Imagen de Henryk Niestrój

Los rituales. Recetas mágicas para crear hábitos

En todas las culturas, religiones, incluso en nuestra experiencia cotidiana tenemos la oportunidad de encontrarnos con rituales. Cada vez que me dispongo a escribir me aseguro de que todas las cosas estén en su lugar. Es mi ritual personal. Si no tengo abierta la libreta al lado derecho del portátil, una taza de café caliente al lado izquierdo y una buena playlist sonando, no me fluyen las palabras. No es de extrañar que me haga un lío cuando no se cumplen estas condiciones, porque los rituales son vitales para los seres humanos y han marcado los momentos más importantes de nuestra historia.

Durante siglos, la coexistencia de diferentes tradiciones ha conformado varios tipos de mestizaje cultural. Esto ha generado una gran riqueza, complejidad y diversidad de costumbres expresadas a través de rituales. En lo referente al agro, hay culturas que emplean un calendario para pedir que los cultivos crezcan, que haya buenas cosechas y que el ganado se críe sano y fértil. Existen diversas celebraciones de culto. Algunas como la Pachamama, uno de los rituales más antiguos y de mayor importancia en la región Andina, cuya finalidad primordial es el restablecimiento de la reciprocidad entre el ser humano y la naturaleza. Con la ofrenda o pago, el campesino pide permiso a la Pachamama para poder abrirla y devuelve de manera simbólica algo de sus frutos.

La época colonial se caracterizó por la superposición de divinidades, cultos y centros ceremoniales. Todo este sincretismo se expresa en las fiestas patronales que se celebran en la comunidad Andina. En ellas se reafirma la identidad cultural mediante rituales: procesiones, desfiles con danzas y música, ferias agropecuarias y artesanales, comidas típicas y actividades culturales, cuya base o principio es ancestral y permanente, de respeto a la tierra y a sus diferentes manifestaciones.

En Colombia, nuestros indígenas nos legaron piezas de oro y barro, mitos, leyendas y costumbres que han perdurado gracias a la tradición oral. Hace unos años visité la Laguna del Cacique Guatavita y me sorprendí con la riqueza cultural. En la reserva forestal hay un equipo de aproximadamente veinte guías, todos de ascendencia muisca, y a cinco minutos del parque del municipio hay un resguardo indígena, en el que se trabaja por conservar sus tradiciones. La Laguna de Guatavita es la más célebre de las lagunas sagradas de la cultura precolombina de los Muiscas. En ella se escenificaba el legendario rito de El Dorado, que tenía lugar cada vez que se entronizaba un nuevo cacique. El nuevo jefe entraba desnudo a la laguna, montado sobre una balsa, y se sumergía en las aguas. Al mismo tiempo los súbditos lanzaban a la laguna pequeñas estatuillas de oro.

Los rituales han acompañado al hombre desde tiempos inmemoriales. No hay religión que no los utilice como parte importante de sí misma ni persona que no tenga el suyo propio. Existen los rituales asociados al ciclo vital de una persona: los que se realizan antes del nacimiento, el del bautizo, la ceremonia del matrimonio, la construcción de la casa y el relacionado con la muerte, el último momento importante del ciclo.

Por razones místicas o cotidianas, los rituales responden a una necesidad del ser humano. Los religiosos se hacen para pedirle salud o prosperidad a un dios y los cotidianos expresan una costumbre que hacemos todos los días de forma indefectible.

Esto me lleva a considerar los rituales que tenían muchos escritores, porque tener uno formaba parte de esos buenos hábitos de escritura que los ayudaban a escribir más y a ser más productivos. The Guardian publicó un artículo en julio de 2015, en el que recopilaban los rituales de escritores famosos, que consideraban más peculiares. Les comporto los que más me llamaron la atención:

T. S. Eliot

El gran poeta de The Waste Land se pintaba la cara de verde para escribir, en lo que parece ser el gesto más sorprendente, una especie de drag poético. Al parecer Eliot hacía esto para «no parecer un empleado de banco» y tomar el aire distinguido y extravagante de un poeta, siguiendo tal vez la imagen del dandi de Baudelaire. Pintar su cara de verde con un polvo también podría ser una forma de tomar una personalidad dramática.

F. Scott Fitzgerald

Fitzgerald vivió como nadie el sueño de bonanza de la era del jazz y los «roaring 20», el exceso y el glamour. Muchos escritores escribían borrachos, pero Fitzgerald elegía en concreto el champagne cuando iba a escribir. La frase: «Cualquier cosa en exceso es mala, pero demasiado champagne es justamente bueno», se atribuye a Fitzgerald.

George Bernard Shaw

El escritor George Bernard Shaw construyó un cobertizo montado sobre un mecanismo giratorio que le permitía escribir siguiendo el curso del Sol todo el día, en una estupenda práctica heliográfica. Su cabaña también tenía el propósito de aislarse de la civilización, algo que compartía con muchos escritores. «La gente me molesta», escribió Shaw, «vengo aquí a esconderme de ellos». En este cobertizo, Shaw escribió algunas de sus obras maestras, como Pigmalión.

Durante mucho tiempo se ha mitificado el proceso de escritura de los grandes autores, como una especie de lucha con su propia mente. Algunas de sus técnicas obedecen a una lógica de estímulos comunes que propician la creatividad, como el café, el alcohol y la música. Otras son más extrañas y parecen entrar dentro de una región cabalística, como es el caso de Isabel Allende, que antes de empezar a escribir encendía una vela y cuando ésta se apagaba, interrumpía su proceso. Alejandro Dumas que vestía una sotana roja y unas sandalias para conseguir una prosa excelente, mientras que Víctor Hugo prefería estar desnudo para obligarse a escribir.

Para cerrar, les dejo este artículo de Sinjania “9 consejos para crear tu ritual de escritura”, por si se animan a crear uno.

Mónica Solano

 

Imagen de English