Las fragolinas de mis ayeres
No quiero ser monja, no
que niña namoradica so.
Anónimo. Lírica tradicional. La malmonjada.
Llevaba una semana nevando y el peatón correo no podía pasar el puerto con su saca al hombro. Aquella tarde llegó sin que nadie lo esperara: “¡Cartaaa de Sevillaaa!”.
Filomena se sobresaltó, dejó el costurero en el suelo y bajó corriendo al patio. Volvió a la cocina rasgando el sobre. Mientras su marido se calentaba los pies en el hogar, corrió los visillos del balcón para aprovechar bien la luz, se quedó de pie, apoyada contra los cristales, y comenzó a leer la carta en voz alta.
JHS
Queridos Babil y Filomena: espero que al recibo de la presente estéis todos bien, incluidos los niños, especialmente Isabel. Yo bien, gracias a Dios.
Cuando su hermana María se fue al convento, Filomena pensó que ya no los importunaría más. Por eso, cuando vio aquella letra picuda explotó. Nunca le perdonaría que se hubiera metido monja para tapar semejante chanchullo.
—Babil, ya te lo decía yo —dijo acercándose al hogar para que su marido la oyera bien—. ¿No ves qué beata se ha vuelto María?
Y, sin dar tiempo a que le contestara, comentó lo que acababa de leer:
—Yo bien, gracias a Dios —dijo con retintín—. ¿A qué viene eso de gracias a Dios? ¡Gracias a nosotros, que hemos cargado con su mochuelo! Y encima le dimos una dote como a la mejor novia del pueblo.
Babil, que conocía los estallidos de Filomena, agacho la cabeza. Como siempre repetía lo mismo, se sabía de memoria lo que iba a decir. Así que, en lugar de escucharla, dejó volar sus pensamientos: “Vuelta con la burra al trigo. ¿Qué querrá que le diga ahora? No se da cuenta de que María nos ha hecho un favor huyendo».
Se revolvía un poco en la cadiera y seguía con su martingala: “Desde el primer momento la vi venir. Cuando la caté me dejó encandilado. No había conocido a ninguna moza que follara como María. Y a la mañana siguiente, si te he visto no me acuerdo. ¡Hala! todos a rezar el rosario. Hasta que se marchó tenía mortificada a la pequeña Isabel con tantas oraciones. Como si quisiera que la niña purgara sus culpas”
Filomena seguía con la carta en la mano esperando que le dijera algo. Pero él cada vez se concentraba más en sus cavilaciones: “Digan lo que digan, yo la echo de menos. Desde que se fue tengo que buscar alivio en otros andurriales. El médico me advierte que tenga cuidado, que puedo coger algún chancro”.
Se apretó las sienes con las yemas de los pulgares como si le doliera la cabeza.
“¡Todavía no he cumplido los cuarenta y ya estoy hecho un viejo! ¡Todo por culpa de esta mujer que me tiene en ayunas! Si no fuera la epilepsia, seguro que encontraría otra excusa”.
Filomena, se sacó un pañuelo de batista del bolsillo, se limpió una legaña, carraspeó un poco y siguió leyendo.
El motivo de la presente es comunicaros algunas decisiones de la Madre Superiora con respecto a mi caso.
—Si ya lo sabía yo, Babil —subió el tono de voz, como si le hablara a un sordo—. Sabía que no nos iba a dejar en paz ni a mil leguas de distancia. Como está muy reconcomida por dentro, andará revolviendo Roma con Santiago para salirse con la suya. Como si lo viera.
Dejó a un lado la carta y se rascó con fuerza los brazos, como si tuviera una urticaria. Tragó saliva y siguió:
Resulta que cuando acabé el noviciado y profesé los primeros votos, Babil me liquidó la herencia con dos hábitos nuevos, dos velos y cien pesetas
A Filomena se le quebraba la voz a medida que seguía leyendo.
Ahora, con motivo de los votos perpetuos, el señor Vicario ha revisado mis condiciones de ingreso y entiende que lo que vosotros me disteis era solo una dote, como la de una novia, pero no la mitad de un patrimonio familiar que había que repartir entre dos hermanas.
—¿No te lo decía yo, Babil? Es que no me hace falta seguir leyendo. Me dan ganas de quemar la carta. Mira, mira lo que dice la muy pécora.
Yo no recibí lo que me correspondía por haber fallecido mi hermano mayor, el heredero, sin descendencia ni testamento. Y, antes de que la Congregación emprenda una reclamación legal, me gustaría haceros una propuesta.
Como su marido estaba tan ensimismado y con la cabeza tan baja que casi le rozaba las rodillas, le espetó:
—¿Es que no piensas decir nada? ¡Como siempre! —Entonces un ligero temblor de barbilla la hizo tartamudear—. Des…desde que que María se fue al con… convento
Antes de que Filomena acabara el párrafo, Babil comenzó a atizar el fuego. Con el chisporroteo de las llamas, recordó las primeras imágenes de las dos hermanas en el velatorio de su hermano, el heredero, al que había acudido con otros mozos del pueblo.
“No me explico cómo me pude ofuscar tanto. La noche que vine a darles el pésame, me pareció que necesitaban un hombre. ¡Vaya ocasión! ¡No una, sino dos! ¡Y encima las dueñas de la mejor hacienda de la redolada! Así que aproveché el momento y, a los pocos días, me decidí a dar el paso. Filomena no se hizo de rogar. Aunque era la mayor, no había tenido ningún pretendiente”.
Filomena se giró hacia el hogar y notó que Babil tenía los ojos húmedos. Creyó que, como estaba demasiado cerca del fuego, se le habrían irritado por el humo. Si se hubiera fijado con más atención, habría podido adivinar lo que le pasaba por la cabeza.
A estas alturas Babil ya no la escuchaba, ni le interesaba lo que decía la carta.
Como quiero servir a Dios, y no será posible si no recibo lo que me corresponde, y como ahora vais a tener más gastos con los estudios de los niños, la Madre General me dice que si vosotros entregáis mi parte, en pago a vuestro esfuerzo, la comunidad se encargará de la educación de Isabel.
Estas palabras la irritaron tanto que sus gritos se podían oír desde la calle.
—Mira que os resultó fácil esconder el embarazo de María. Que ni yo me enteré. Me dijiste que la llevabas a Jaca con los endemoniados para que santa Orosia le sacara el Gran Mal. Y cuando vi tu lunar en la espalda de la niña no me lo podía creer.
Filomena se frotó la nariz y bebió un sorbo de agua.
—El día que decidiste adoptar a la niña, María se fue a hablar con el cura para que le buscara una orden religiosa. Y ese día, las que estaban lavando con ella en el Arba la oyeron cantar eso de: “No quiero ser monja, no, que niña namoradica, so”.
De repente Filomena comenzó a echar espuma por la boca. Su marido la vio que se desplomaba y pensó: “¡Ojalá sea el último ataque! Que aún tengo redaños para buscar otra hembra”.
Sin nada más que deciros, se despide vuestra hermana, que lo es, María Iriarte.
Religiosa profesa de velo y coro en la Congregación de las Hermanas de la Caridad
Babil acabó de leer la carta en silencio y la echó al fuego.
Carmen Romeo Pemán
Ilustración de Inmaculada Martín Catalán. (Teruel, 1949). Conocí a Inmaculada cuando llegó al Instituto Goya de Zaragoza. Venía con un buen currículo y con una excelente fama como profesora. Ha participado en numerosas exposiciones colectivas de escultura y pintura. Ya es una habitual colaboradora de Letras desde Mocade con la ilustración de mis relatos.
Querida Carmen, me ha encantado tu relato. ¡Que fácil de leer! ¡Cómo te engancha! Y, luego, esa forma de escribir tan personal, tan rítmica, tan pausada, que tanto me gusta. Sencillamente maravilloso. Estoy prendado de tu forma de escribir, pero ello no quita objetividad a mi comentario. Me encanta leerte. Enhorabuena. Un beso
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Querido Curro: no sabes cómo me animan tus comentarios. Estos sí que son sencillamente maravillosos. Un abrazo.
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Querida Carmen: suscribo una por una las palabras de Curro. Como escritora tienes una personalidad increíble, solo superada por tu valía como persona. ¡Eres maravillosa, amiga! Un beso grande.
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Adela, y a estos piropos que me sacan los colores, ¿qué puedo decir yo?
De momento, mandarte un abrazo inmensoooooo.
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Muy bueno, Carmen. Como los anteriores. No lo dejes que me encanta leerte.
Podemos vermos en breve? Estamos en Alcossebre todo el veramo excepto del 22 al 30.
Recuerdos a Víctor.
Un abrazo fuerte
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Intrigante e interesante
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Gracias, Chesus
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