La noche que Diandra conoció a Ismael vio en sus labios carnosos y piel canela la personificación del amor. El amor medía uno con ochenta, tenía el cabello lacio y la barba tupida. Olía a colonia de Hugo Boss y se escuchaba como Vicente Fernández.
Como todos los viernes en la noche, Diandra se sentó en la barra del bar que frecuentaba desde hacía tres meses. Le pidió al barman un shot de tequila con limón y, como acostumbraba, observó con detenimiento a todas las almas que ocupaban el recinto. Esa noche había personas que calmaban el estrés de una larga jornada de trabajo con jarras de cerveza, amigos, novios, esposos, parejas que podían compartir sus miserias. Y ella. La única mujer solitaria en el bar, tomando tequila y preguntándose dónde estaría su media naranja, el príncipe azul del que hablaban los cuentos de hadas de su infancia. Mientras se tomaba el segundo shot de un solo trago, sintió que algo le rozaba la punta de los dedos. La respuesta a su pregunta estaba frente a ella, vestía una camisa blanca y pantalón de paño gris.
—Hola. Me gustaría invitarte a la próxima ronda. ¿Puedo? —dijo Ismael y se sentó en la silla que estaba desocupada junto a ella.
Diandra se quedó en silencio por unos instantes en un intento de procesar lo que estaba sucediendo. El amor quería pagarle el siguiente trago. ¿Podría ser verdad? Tantos años de espera y, ahora, por fin, estaba ahí, a unos cuantos centímetros y la miraba con deseo. Aunque Diandra no encontraba las palabras, asintió con una sonrisa y, en ese momento, Ismael le pidió al barman que sirviera los tragos.
Con los shots servidos sobre la barra intercambiaron algunas palabras. Cuando estuvo muy cerca de Ismael y pudo sentir la calidez que cubría toda su fisionomía, entonces supo que haría todo, todo lo que fuera necesario para tenerlo. “Así son las cosas del amor”, pensó, “entregarse por completo”. Si tenía que darle su vida entera servida con aderezo de almendras lo haría sin titubeos, dejaría que saboreara cada pedazo de su existencia, cada parte de su cuerpo. Para Diandra, entregarse por completo no sería un precio tan alto si así podía disfrutar de la compañía de Ismael y dejar de estar sola.
Desde aquella noche de septiembre se reunieron todos los fines de semana en el bar. Ocupaban las mismas sillas de la barra y se tomaban varias rondas de tequila. Los besos iban y venían, las caricias, las palabras susurradas al oído, el sexo. La mejor parte de todo fue cuando llegó el sexo, cuando pudo sentir la lengua de Ismael tocándole algo más que la boca.
Después de un mes de te amos y no puedo vivir sin ti, Ismael se fue a vivir con Diandra. ¡Qué días tan maravillosos! Cocinaban juntos, comían desnudos en la cama mientras veían películas de las novelas de Nicholas Sparks, se daban largos besos de despedida en la puerta. Diandra dormía con la camisa de Ismael y respiraba su aroma hasta quedarse dormida. Se esmeraba todos los días en ser la mujer perfecta, en tener el hogar ideal para vivir eternamente con el hombre ideal. La magia del amor inundaba cada rincón del nido que había construido con su príncipe.
—Diandra, necesito pedirte algo importante —dijo Ismael mientras jugaba con las manos de su amada.
—Puedes pedirme lo que sea, Ismael, sabes que haría cualquier cosa por ti.
—Diandra, sabes que te amo como eres, ¿verdad?
—Por supuesto. Lo sé, amor. Dime qué pasa —preguntó Diandra mientras le acariciaba la barba.
—Hermosa, es que —Ismael hizo una pausa, inhaló profundamente, se armó de valor y continuó—: Es que no soporto ver el dedo pequeño de tu pie, ¡es horrible! Es la parte más horrible de tu cuerpo, siento nauseas cuando lo veo. Si te lo quitaras serías aún más perfecta.
Diandra se quedó mirándolo perpleja. Era una petición bastante peculiar, pero podía hacerlo. Podía entregarle cada parte de su cuerpo si era necesario para hacerlo feliz. El amor requiere sacrificios y mutilarse no sería un problema.
—Claro, Ismael. Eres mi vida. Si no te gusta mi dedo, mañana mismo buscaré un cirujano.
Ismael sonrió complacido.
La mañana siguiente, Diandra se puso en la tarea de buscar el cirujano que le amputaría el dedo del pie. No sería una tarea fácil, no había muchos cirujanos en Medellín que estuvieran dispuestos a mutilar partes del cuerpo por simple capricho, pero por dinero siempre había alguien dispuesto a hacer cualquier cosa, lo que fuera, y ella encontraría a esa persona. Y así fue, después de varias citas con especialistas, que le insinuaban que acudiera a terapia, encontró al cirujano que le cumpliría el sueño de ser perfecta para Ismael. Aunque tuvo que usar sandalias para poder caminar y sentía un dolor intenso que serpenteaba por su pierna adormecida, el esfuerzo valió la pena, había cumplido los deseos de su hombre.
Ismael la esperaba en la puerta mientras ella se acercaba renqueante con una sonrisa que le atravesaba el rostro. La cadencia de su cojera hizo que Ismael se lanzará a los brazos de Diandra a toda prisa. La sujetó con fuerza y luego se arrodilló para besar el vendaje ensangrentado. Estaba pletórico porque su amada había cumplido con sus demandas, pero al ver que solo se había cortado el dedo de un pie sintió una desilusión que lo dejó helado.
—Y, ¿el otro? ¿Por qué no te cortaste también el otro? —Preguntó Ismael con la voz crispada.
Diandra sintió un vacío en la boca del estómago. ¿Cómo había sido tan estúpida? Era obvio que tenía que cortarse los dos.
—¡Mañana! —dijo de repente, sin pensar en la procedencia de sus justificaciones—. El cirujano dijo que mañana, porque no podía cortarme los dos dedos el mismo día.
—Bueno —dijo Ismael aliviado y se puso la mano en el pecho. Recuperó el ritmo de la respiración y añadió—: Por un momento pensé que solo te habías cortado el del pie derecho.
Ismael se levantó y la abrazó de nuevo. Caminaron de la mano hasta la habitación y se recostaron en la cama. Se quedaron mirándose por horas, diciendo cuánto se amaban.
Al día siguiente, ella se cortó el dedo pequeño del pie izquierdo.
Pasaron los días y Diandra pudo quitarse las vendas. No estaba tan mal, en realidad esos dedos no cumplían ninguna función en sus pies y si hacía feliz a su hombre que no existieran ¿qué más podía pedir? Felices por siempre a cambio de unos dedos no era gran cosa.
—Diandra
—Dime, Ismael.
—¿Harías otra cosa por mí?
—Claro mi vida, lo que quieras, sabes que haría lo que fuera por ti, por verte feliz —contestó Diandra y se aferró al cuerpo sudoroso de Ismael.
—Es que… Es que cuando dormimos en cucharita, y tú eres la que me abraza, me estorba mucho tu brazo derecho. Sabes cuánto me gusta dormir así. ¿Podrías hablar con el cirujano para que te lo quite también? —Ismael se incorporó en la cama para expresar con mayor elocuencia lo maravillosa de su idea—. Podrías ponerte una prótesis para los quehaceres y en la noche te la quitarías y dormiríamos más cómodos, estaríamos más cerca y, además, serías aún más perfecta.
Diandra se quedó mirándolo por un instante y luego asintió varias veces con la cabeza. Lo abrazó con las lágrimas empapándole el cuello y le susurró al oído:
—Puedo darte un brazo, una pierna, la cabeza si eso te hace feliz. Pídeme lo que quieras.
Diandra no tuvo ningún reparo en las peticiones de Ismael. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por él, para que siempre estuviera a su lado, porque para ella eso era el amor, hacer todo por el ser amado y eso incluía quitarse cualquier parte inservible de su cuerpo.
Después de un año, cuando Diandra había mutilado más partes de su cuerpo y no quedaba mucho para cercenar, Ismael se fue de viaje y no regresó.
Mónica Solano
Imagen de Free-Photos
Mónica, ¡vaya relato! Es una escalofriante metáfora de la realidad. Un puesta en escena de forma muy visual del gran problema que nos acecha a las mujeres. Nuestros amantes nos mutilan, nos reducen a la nada y nos abandonan.Nunca había leído nada tan plástico ni tan profundo.
Detrás de esta prosa muy bien escrita y con un ritmo fluido, está el compromiso de una escritora que dice ¡Basta! Basta con las mutilaciones y los abusos a las mujeres.
Muchas gracias por este regalo. Un abrazo.
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Un texto fluido y determinante.
El amor propio es el primero y el más importante. Un abrazo grande.
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Una vez fui mutilado y necesite mucho tiempo para reconstruirme, hoy en día solo queda cicatrices de lo que en su día fue amor.
Precioso el relato Mónica
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