De las fragolinas de mis ayeres
Para Anuncia Romeo
Anuncia de la Fábrica, así la llamábamos nosotras, sus amigas, porque vivía con sus padres y sus hermanos en una vieja fábrica de harinas, en medio de unos montes, a cuatro kilómetros del pueblo por el camino de Biel. Todos los días venía andando por unas trochas estrechas y pedregosas. Al principio la acompañaban sus hermanos, pero pronto los sacaron a estudiar a la ciudad, y , a los ocho años, tenía que hacer sola el camino dos veces al día. En invierno salía de casa antes de que se hiciera de día y volvía con la noche cerrada.
Por las mañanas no solía ser puntual y, si hacía mal tiempo, faltaba. Esos días nos poníamos nerviosas y nos preguntábamos si su madre no la habría dejado salir o si le habría sucedido algo.
Un día la maestra recibió la noticia de que la semana siguiente vendría un inspector. Nos dijo que sería una visita rutinaria, pero a nosotras nos alborotó. No parábamos de movernos de un sito a otro. Y doña Asunción nos gritaba más que de costumbre.
—Anuncia, la semana que viene no faltes ni llegues tarde ningún día.
—No se preocupe. Le diré a mi madre que me despierte antes.
—Si quieres puedes quedarte en mi casa —le dijo la maestra.
Entonces montamos una gran algarabía. Todas queríamos que se quedara en nuestras casas.
—Pues yo prefiero ir a la mía. Es que esta semana mi madre está sola, que mi padre ha ido a comprar trigo a otros pueblos —dijo Anuncia.
A los pocos días llegó el inspector, un señor alto, con traje y zapatos negros bien lustrados. La maestra lo saludó y se volvió hacia nosotras:
—Niñas, por favor, saludad como hacéis siempre.
De repente, gritamos todas a una:
—Buenos días, señor inspector.
Él, ni siquiera nos miró, hizo como si no nos hubiera oído. Entró dando pasos largos y las suelas de sus zapatos retumbaban en la tarima. Se sentó en la mesa de la maestra. Doña Asunción se quedó de pie a su lado y se tapaba las manos con los puños de la rebeca para que no viéramos que le temblaban.
Él cogió la lista y nos fue llamando una por una. Todas respondíamos lo mejor que sabíamos para no dejar en mal lugar a nuestra maestra. Intentamos recitar las tablas de multiplicar sin titubear y contestar a sus preguntas con rapidez. Pero, sobre todo, queríamos lucirnos en la lectura en voz alta. Cada una de nosotras tenía que leer una hoja de la cartilla.
A eso de media mañana, cuando ya habíamos leído casi todas, se abrió la puerta y Anuncia entró con la respiración agitada. Llevaba los pies mojados, la falda salpicada de barro y las trenzas un poco despeinadas. Nos volvimos a mirarla con un suspiro de alivio. Por fin llegaba, sin que le hubiera pasado nada.
Pero nos cayó como un jarro de agua fría que ese señor ceñudo le regañara en voz alta a nuestra maestra. Le dijo que ya veía que no se ocupaba de la disciplina de sus alumnas.
—¡Qué formas son estas de dejar entrar una alumna sin llamar y con esos modales!
La maestra intentó darle explicaciones, pero él le hizo un gesto para que se retirara hacia atrás y se callara.
—A ver, tú, la que acabas de llegar, ven aquí a leer —dijo el inspector levantando el tono un poco más.
Anuncia se puso colorada y se le enrasaron los ojos. Desde mi asiento pude ver cómo le temblaban las piernas. Pero se levanto con aplomo y se acercó muy despacio a la mesa.
—Aquí, lea esta página —le señaló la última hoja a la que aún no habíamos llegado.
Nos quedamos boquiabiertas cuando la oímos leer de tirón, con buena entonación y dando un sentido a lo que leía.
El inspector dio un respingo en el sillón y dijo:
—Es increíble cómo lee esta niña
Estábamos todas radiantes por la victoria de Anuncia, creíamos que había conseguido vengar la insolencia de un señor que se había metido en nuestra escuela y en nuestras vidas.
Pero nos quedamos petrificadas y sin entender nada cuando oímos la voz serena de doña Asunción:
—Señor inspector, para que usted vea la importancia de una maestra, esta es la única niña que ha aprendido a leer sola.
Al salir de la escuela Anuncia nos contó que, como esa noche había llovido, tuvo que cruzar varios barrancos. Y que en el último se enfangó y la ayudó a salir un hombre que iba a moler. Que le dijo él la llevaba a casa, pero ella, que no, que ese día no podía faltar a la escuela.
Cuando llegamos a nuestras casas contamos de pe a pa lo que había pasado. Y lo seguimos comentando muchos años más.
Desde aquella visita del inspector, Anuncia entró en nuestras vidas como un mito, mejor dicho, como una parte del mito que entre todas hemos ido tejiendo en torno a nuestra escuela y a nuestra maestra.
Carmen Romeo Pemán
Comentario a la imagen de entrada.
Anuncia Romeo Extremar (El Frago, 1949), hija de Luisa y Emeterio, era la hermana pequeña de Enrique y Abelardo. Vivían en La Fábrica y, cuando ella venía a la escuela, sus hermanos ya habían salido a estudiar.
Foto de Gregorio Romeo Berges, El Frago, 1957.
Hace reflexionar cuántas «Anuncias» hay todavía en este siglo XXI….y cuántos «señores altos, con traje y zapatos negros bien lustrados» que no ilustrados y próximos
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Muy buena reflexión, Chesus. Muchas gracias.
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¡Magnífico relato, Carmen! Me encanta.
Por cierto, una pregunta: ¿la fábrica a la que te refieres es la que se puede ver desde la carretera junto al Arba subiendo a Biel?
Saludos.
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¡Gracias, David, por tus palabras! Sí, esa es. Comenzó siendo una fábrica de harinas, pero este negocio se hundió cuando se inauguró la Fábrica de Harinas de Biel. Entonces la de El Frago se convirtió en un molino de gran actividad, sobre todo, en los tiempos del estraperlo.
Merece la pena que la visites. Dentro se conservan las máquinas. El aspecto por fuera puedes verlo en la foto con la que ilustré el relato, En el molino del Arba, en este mismo blog.
https://letrasdesdemocade.com/2017/09/07/en-el-molino-del-arba
Un fuerte abrazo.
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Tengo 60 años. A los dos años de edad fui por primera vez a pasar el verano a La Fabrica. Los mejores recuerdos de mi infancia están ligados a ese lugar, al sr. Emeterio, a mi tía Luisa, (aunque no éramos familia), a Enrique, a Abelardo, a Anuncia. A sido un placer el leer este relato. Gracias, Carmen.
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Alberto Auría, y para mí una gran alegría que haya llegado hasta ti. Un abrazo.
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Carmen, me encantan tus relatos «humanos». Nos permites meternos en la piel de sus protagonistas y aprender experimentando con ellos sus recortes de vida.
A veces me pregunto si en tus recreaciones está plasmada también la realidad del hecho narrado (este o el del Conde del Molino….). Tampoco es importante, solo una curiosidad.
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¡Gracias, Peña, por pasarte por mi casa! Pues unas veces sí y otras no. La mayoría de las veces no. Suelo poner nombres y lugares de la zona para conseguir verosimilitud. Normalmente, a partir de un soporte de realidad mínimo, me zambullo en mi mundo de ficción, historias que me salen del corazón y de las entrañas. Historias y personajes que pudieron, o pueden ser, posibles. Por ejemplo, hay un personaje en mi mundo ficcional que me fascina: un médico que hubo en El Frago, don Valero Bueno Garza. Leí algunas notas suyas en el Ayuntamiento y, a partir de allí, su personalidad ficcionada me pide salir. Y de vez en cuando lo saco.
Por cierto, como era de tu familia, y creo que tienes fotos suyas, me gustaría que me hicieras llegar alguna. Esto no te lo hubiera pedido cuando él era una vaga sombra. Ahora ya lo tengo dotado de personalidad. Ahora puede ser interesante ilustrar al don Valero de mi ficción con el que existió en carne mortal.
Los dos relatos sobre el molino, por los que me preguntas, lo he concebido de forma muy distinta. El primero es un tema literario, una modificación de un arquetipo de la literatura clásica revivido En el molino del Arba. En cambio, Visita de inspección es hiper realista. He dado forma literaria a un episodio escolar que yo viví y que, con los años, me ha vuelto en forma de leyenda. Anuncia sigue siendo mi amiga y la maestra era mi madre.
Un abrazo enorme.
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Hoy el tema no te lo has inventado como otras veces. Conocemos a Anuncia y sus circunstancias familiares. Un fuerte abrazo y a esperar en marzo con qué nos sorprendes.
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Manolo, de eso se trata. De inventar a partir de una realidad o de prestar la lengua literaria a la realidad misma. En literatura no es importante el qué, sino el como.
Para los lectores no fragolinos esta realidad suena tan a fabulación como las fabulaciones mismas. ¿En qué punto acaba la realidad y comienza lo literario?
Un abrazo y muchas gracias.
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