#leyendasaragonesas

Detalle de un compairón o manta de lana que se ponía debajo de la silla de la novia el día de la tornboda, o viaje de la novia a su futuro hogar, la casa del novio. Museo Ángel Orenanz y Artes del Serrablo.
—¿Qué hace la señora Bárbara a sus sesenta y ocho años vestida de novia a la antigua usanza? —pensé la primera vez que vi la foto—. ¿Adónde va montada en un burro aparejado con silla de novia y un compairón?
No podía dejar de dar vueltas a esas preguntas. De repente me di una palmada en la frente y pensé: “Está clarísimo”. Todo se relacionaba con el viaje de las tornabodas.
Este no es un relato fantástico, no. Es la transcripción casi literal de unas costumbres aragonesas. Unas costumbres que tenían mucho que ver con los matrimonios entre las personas de las casas ricas y con la dote que aportaba la novia en una boda concertada por los padres, a través de un aponderador, que exageraba los bienes y las virtudes de la novia. Es que las hijas eran una carga para la familia y había que casarlas cuanto antes. Pero casarlas bien.
Seguramente nada de esto le pasó a la señora Bárbara de Farasdués. Es posible que en su treintena, moza vieja ya, se apañara con un pastor cinco años más joven y que se fueran a vivir a una de esas casas pobres de la Peñeta. Es posible que se hubieran casado en una misa antes del amanecer sin invitados ni ceremonias. Es posible que, cada vez que viera una boda con la comitiva de la tornaboda, o vuelta a casa del novio, se imaginara a sí misma como la reina de aquella ceremonia que tanto había deseado.
Y también es posible que ella no quisiera morirse sin que alguien la retratara como a las grandes novias, aunque fuera en un burro viejo y no en una yegua.
Los primeros contactos
Y la señora Bárbara no tuvo a nadie que la presentara, ni que la aponderara. Un día que iba a lavar se encontró en el camino con Fulgencio que iba a soltar el rebaño.
—Oye, Barbara, ya va siendo hora de que nos recojamos.
—Pues cuando quieras.
Y así estuvieron unos meses, con encuentros en el camino, en los que se contentaban con una mirada. Un día Fulgencio apoyó la barbilla en la vara con la que dirigía a las ovejas, y sin rodeos le dijo:
—Tendríamos que hablar con el cura para que nos amonestara.
—Lo que tú digas, Fulgencio.
Pero las cosas no se hacían así. Si ella hubiera sido de buena familia, sus padres habrían hecho un contrato con una casa de posibles y con un heredero. Y, si no hubiera habido en el pueblo, habrían hablado con los tratantes y arrieros que todos los días pasaban hacia Ayerbe por el camino de los Trajineros.
Es más, si hubiera hecho falta, habrían ido a la romería de la Virgen de la Sierra de Biel, que allí se concertaban buenas y ricas bodas entre casas en las que el heredero era el rey. Pero seguía viviendo con sus padres y con sus hermanos solteros, los tiones, que trabajaban por la cama y por la comida. A poco más tenía derecho un solterón.
La comitiva
Los novios de esas familias celebraban la boda en la casa de la novia. Unas veces en el mismo pueblo. Otras en un pueblo cercano. Y pocas veces en tierras lejanas. Que así reza el refrán: “El que lejos va a casar o va engañado o lo engañan”.
Pocas comitivas han hecho largas distancias. Algunas fueron notables, como la que fue desde Barcelona hasta un pueblo del Pirineo, en el Valle de la Garcipollera, cerca de Canfranc. En estas distancias, la comitiva se retrasaba hasta el día siguiente de madrugada.

Comitiva de una boda a su llegada a los Pirineos. Venían desde Barcelona. A pesar del largo viaje, siguen con los caballos enjalbegados y las personas con las ropas de la boda del día anterior. Publicada en Fotos Antiguas de Aragón.
Si eran de pueblos distintos, el novio tenía que pagar la manta a los mozos del pueblo de su novia por haberles robado a una moza. Y, si se negaba, comenzaban las bromas, las cencerrada, o esquilada. Desde el anochecer hasta la madrugada sonaban los cencerros y las esquilas del pueblo en la puerta de la recién casada.
En todos los casos se formaba un largo cortejo, con hombres y mujeres montados en caballerías de gala y ataviados de fiesta. A la llegada recibían a la novia con más festejos. Así la nueva vida de la recién desposada comenzaba como en un cuento de hadas.
A caballo en una yegua engalanada
Y eso es lo que añoraban la mirada triste y el gesto adusto de la señora Bárbara. Pero Fulgencio vivía en una especie de cueva. Para la cama bastarían unas pieles de cabra por el suelo. Y ella llevaría sayas de estameña y una toca negra en la cabeza.
Le habría gustado ser una novia engalanada en una cabalgadura elegante y no conformarse con el viejo burro que con tantos apuros compraron en la feria de Ayerbe.
Le habría gustado lucir un compairón debajo de la silla de la novia y presumir de una manta de lana blanca, tejida en forma de sarga, adornada con gallos, guirnaldas y otros símbolos que aludían la fertilidad que se deseaba para la novia. La futura descendencia aseguraba la continuidad de la casa. Pero eso era un privilegio de las grandes haciendas. La gran aspiración del heredero, conseguir una buena hembra paridora.

En el compairón nunca faltaba el gallo. En Aragón era el símbolo de la dedicación de la mujer al hogar. Museo Ángel Orenanz y Artes del Serrablo.
Pero el compairón y la silla no estaban al alcance de todos. Entre los ricos se prestaban estos arreos, que era caros para lucirlos solo un día. Lo malo era que todos sabían a quién pertenecían. A veces llevaban la marca de la casa, como los aperos de labranza, las talegas y los ganados.
La silla se encargaba a un buen ebanista. Lo más seguro es que la tallara con el tronco de unos nogales que guardaban para la ocasión. Podría estar pintada de colores y adornada con ramos en forma de corazones. Todo estaba pensado para trasladar a la novia a la casa del que ya era su marido.

Silla de novia. Museo Ángel Orensanz y Artes del Serrablo.
La señora Bárbara se imaginaba que la ayudaba a subir a una yegua blanca un joven elegido entre los amigos de su novio. Por primera vez en su vida montaba en una silla, a la mujeriegas, y no a escarramanchón, como le había tocado ir siempre encima de una albarda.
A la señora Bárbara no la seguía una comitiva, no. En la foto se ve a unas niñas que miran asombradas, como si estuvieran en las fiestas de Carnaval.
—Marchad todas de aquí —gritó—. Y no me espantéis al caballo que viene detrás con el baúl con mi dote. O con mi pliega, o como la queráis llamar. Que lo importante es lo que lleva dentro.
En ese momento alguien disparó la foto. Y quedó inmortalizada como un fantoche. Pero a sus años la vista le fallaba y la guardó en el fondo de un arca como un tesoro.
Foto de la entrada sin recortar.
Publicada por Fernando Ciudad Lacima el 27 de diciembre de 2019, en el grupo de FB, Fotos Antiguas de Aragón, del que soy miembro. Se la cedió José Luis Mincholé Alastuey, de Farasdués. El fotógrafo fue Elias Año Alastuey, un gran aficionado a la fotografía, tío abuelo de Pilar Campos Fornell.
Esta foto, y sus comentarios, me inspiraron este artículo. Desde aquí os doy las gracias a todos los del grupo por vuestras extraordinarias colaboraciones.
1929, Farasdués. Comarca de las Cinco Villas. (Zaragoza). Ese año Bárbara Fernández Garcés tenía 68 años. Su marido, Fulgencio Melero Pardo, de profesión pastor, era cinco años más joven. Vivían en la calle Ramón y Cajal, número 8.
Carmen Romeo Pemán
He disfrutado enormemente leyendo tu artículo, pues desconocía esas costumbres que describes con tanto detalle y precisión. Y como siempre, Carmen, al tiempo que nos enseñas unos usos ya perdidos, nos deleitas convirtiendo tu exposición en el relato sobre una mujer que quiso realizar su sueño, aunque el resultado fuera algo grotesco. Todo ello, ilustrado con unas magníficas fotos.
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¡Gracias, Josefina! Pues hoy mi intención era un artículo sobre los matrimonios concertados y esas mujeres que solo eran reinas por un día. Pero, a final, se me ha ido el narrador objetivo hacia un narrador ficcional.
Te agradezco muchísimo que te pases por Mocade. Un abrazo.
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Muy interesante, como todo lo q nos escribes, si cabe este más porque nos describes una costumbre perdida en la noche de los tiempos
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Gracias, Chesus, por tus palabras.
Esta costumbre está muy bien conservada en el museo Ángel Orensanz de Sabiñángo. Basta con mirar los objetos y leer las explicaciones. La suerte está encontrar una foto que ponga esos objetos en acción. Luego ya solo es cuestión solo insuflarle un poco de vida.
A mí me pareció una tradición fascinante. Y por eso la he recogido por escrito. Un abrazo.
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Muchas gracias por esta información; no tenía ni idea de esta costumbre de la tornaboda ; de la cencerrada si que he oído hablar pero que se hacía a las parejas de 2ª nupcias(un viudo que se casaba con una mujer o una moza del lugar)según me han contado.
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Gracias, Chavier, por tu comentario.
Estás en lo cierto, eso eran las cencerradas, y no había viudo que se librara.
Un abrazo.
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Menuda historia… real, de las de antes.
La mujer era un estorbo, hasta cierto punto.
Tanto la propia, como las hijas tenidas.
Se la insultaba y tratada como una criada, la deshonraban… al dejarla en casa, yéndose con la más joven a intentar conquistas para ver sí les daban un hijo extra-matrimonial.
Les importaba un ochavo … cómo quedase la propia, qué hijas cuidaba y de la casa se encargaba.
Eran unos egoístas y malos maridos y padres severos hasta la saciedad con la hija mayor, mientras qué con la pequeña, se deshacían en darle todo lo que les pedían.
Y los hijos tenidos con otras criadas, a su casa llevaban. Pero, no se atrevían a darles el apellido ni dejarles heredad, al obviar ese concepto tan importante e imprescindible. Que sus hijos varones nunca reclamaron, pero los nietos… años después se afanan en pedir lo que no les corresponde, por haberlo recibido su madre… y gastado sin darles nada a los hijos.
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Mia Pemán, gracias por tu testimonio. Tus palabras son fruto de tu empatía con las experiencias amargas de mucha mujeres.
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No hay de qué Carmen Romeo Pemán…
Es qué he conocido varias historias bastantes cercanas…
Qué luego he escuchado las críticas y cómo no me callo, he dejado a más de uno y unas, cercanos a ellas… con la boca tapada y sin poder decir ni pío…
Y, aún hoy en día, hay muchas mujeres jóvenes qué defienden las malas artes de aquellos personajes que se sobrepasaban sin ningún recato… queriendo ser más listos, y lo único que consiguen, es quedar cómo verdaderas palurdas, sin saber entender lo qué ellas pudieron vivir en su propia sangre y vida.
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Me ha gustado mucho conocer todas estas costumbres que nos cuentas en tu relato. Por aquí por el «sur», aunque, por supuesto, existían las bodas concertadas entre las familias ricas y también lo de la «manta», no creo que hubiera tanta parafernalia y exhibición como en los tornabodas que describes.
También es triste observar el papel de la mujer en todo esto, que es ignorada y usada en todo momento en beneficio de los hombres , sea cual sea su grado de parentesco con ellos.
Qué penica me ha dado la sra Bárbara y todas las demás mujeres, que en el fondo no se diferenciaban tanto de ella, aún siendo más ricas que ellas.
Gracias Carmen por seguir enseñándome tantas cosas.
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¡Gracias a ti, Elvira, por tus palabras y fidelidad!
Detrás de estas tradiciones, siempre vemos a la mujer como moneda de cambio. Antes de escribir nuestra Historia, entre todas tenemos que escribir muchos artículos y relatos de «lo menudo», del vivir cotidiano.
Cada vez echo más en falta la voz comprometida de Carmen García Royo. Su compromiso me alienta y me inspira. ¡Va por ella!
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Esto sí que es Memoria Histórica y se debería dar a conocer en todas aquellas Comarcas dónde se daban estas tradiciones y otras similares.
Una vez más ENHORABUENA por el artículo y un abrazo Mari Carmen
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Manolo, gracias, muchas gracias por tus palabras. No sabes cuánto las aprecio. Un abrazo.
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