Acababan de dar las doce del mediodía en el reloj de la torre cuando el alcalde levantó la sesión. Matilde fue la primera que abandonó la sala de juntas. Al pasar por delante del secretario le dijo en voz baja:
—El cura no se saldrá con la suya. Yo conseguiré un local para las niñas.
El alcalde, el secretario y el médico, don Valero, se quedaron rezagados y se volvieron a sentar. Pensaban que con el enfrentamiento entre el cura y la maestra todos saldrían perdiendo.
—Si no nos llegan las subvenciones tendremos que cerrar las dos escuelas —dijo el alcalde.
—Pero ya ha oído a mosén Teodoro: “La enseñanza de las niñas no puede estar fuera de la Iglesia. Y menos en manos de una mujer” —dijo el secretario
—Este cura no se ha enterado de que ahora mandan los liberales y no sabe que los del Gobierno Civilno se andan por las ramas —terció el médico—Tendrán que tragarse a doña Matilde.
—Si no hacemos lo que nos dicen, nos embargarán todos los bienes. Y si no llegan los del Ayuntamiento, requisarán los de la Iglesia. —El secretario se quitó los anteojos y miró al médico —Nos tendremos que tomar en serio lo del local para dar clase a las niñas.
—En lugar de pagar multas por hacer mal las cosas, más les valdría pagar los sueldos que nos deben y construir un local nuevo para la escuela —replicó el médico con retintín.
—Ha venido usted un poco revuelto, don Valero. —le contestó el alcalde, apoyando las manos callosas en la mesa de madera renegrida.
—Es que yo no pienso abandonar el local que tanto me ha costado coseguir—contestó don Valero.
—¡Bueno, bueno! Si le decimos esto a doña Matilde se va a poner hecha un basilisco —apostilló el secretario que se estaba poniendo el guardapolvo gris.
—No se preocupen. Esto corre de mi cuenta. Yo me encargaré de traer a buenas a doña Matilde. —El médico se removió en el sillón y se oyó cómo crujía la madera.
Don Valero se puso el sombrero de bombín y salió a la plaza con el maletín en la mano. Dudó hacia dónde ir. Pensó que antes de comenzar la visita le vendría bien despejarse oyendo correr el agua del río en el Terrao.
Cuando llegó, se encontró a Matilde asomada a la barbacana. Todos los días, a la hora de comer, descansaba la vista en la mole de San Jorge antes de entrar en casa.
—Qué sorpresa encontrarla aquí. —Don Valero dejó el maletín en el banquero y se colocó cerca de la maestra.
—Me da la impresión de que le gusta hacer teatro. —Se dio la vuelta y lo miró de frente.
—Por Dios, doña Matilde, creía que me tenía en otra estima.
—Eso era antes de darme cuenta de que usted es un traidor.
—¿No le parece una acusación un poco fuerte?
—Mire, don Valero, creo que me quedo corta. Usted me ha traicionado. Se ha aprovechado del local que yo conseguí para mi escuela. —Se refirmó en la barbacana sin dejar de dar golpecitos en el suelo con el tacón del zapato.
—Creo que es muy injusta. Sabe que ese local era necesario para luchar contra el tifus.
—No me malentienda, don Valero. No me refiero a la época de la epidemia. Yo misma se lo ofrecí. Pero ahora lo que necesita es una sala para pasar consulta. —Matilde no pudo controlar el tic del labio de abajo—. Usted tendría que luchar contra estos caciques. Igual que hago yo.
—¿No querrá comparar la importancia de la salud con la enseñanza de las niñas?
—Pues no. Y sí. —Matilde subió el tono—. Es más importante la salud cuando la enfermedad ya ha estallado. Pero antes se puede prevenir educando a las niñas en la higiene.
—Ya salió su higienismo. —Don Valero hablaba con un tono seco—. Pues sepa que la higiene es importante, pero no lo cura todo. Solo con jabón, aún estaríamos enterrando cadáveres del tifus. Si no se nos hubiera llevado a nosotros por delante.
—Pues ya que lo ha sacado le diré lo que pienso. Mire, esos cirujanos que vinieron de Zaragoza no hicieron más que el ridículo con sus caretas de pajarracos. —Matilde dejó escapar un suspiro y continuó—: Si no hubiera sido por la colaboración de las mujeres, usted no habría podido con el avance de la epidemia—continuó.
Matilde volvió a hacer otra pausa y jugaba con los botones de su rebeca azul. Con el silencio se oía el murmullo de los pinos.
—Doña Matilde, por favor, no diga tontadas. No conoce la importancia de esas máscaras. Es verdad que el jabón y el agua ayudan a curar. Pero los medicamentos y la purificación con el fuego son igual de importantes. Son remedios que se suman.
De pronto, Matilde miró el reloj de sol de la esquina de casa Legüita. Era más de la una. Recogió sus libros y se despidió con un “usted lo pase bien”. Don Valero le respondió lo mismo. Matilde tomo aire, y don Valero aprovechó para continuar.
—Espere, doña Matilde. Se me ha olvidado comentarle que ayer recibí un telegrama. No, nada importante. Pero a lo mejor se arregla el problema de su local.
—Vaya, hombre, resulta que se guardaba una carta en el bolsillo.
El médico se quedó un poco pensativo. Miró al suelo y arrancó:
—Es que no sé si sabe que llevo medio año sin cobrar. Estos del Ayuntamiento dicen que no les llega el dinero. Total, que como estaba un poco apurado solicité una plaza en el Hospital Provincial de Zaragoza y…
Matilde contuvo el aliento y se dio media vuelta sin decir nada.
Carmen Romeo Pemán
Biel, 1908. Foto propiedad de la familia Marco Bueno.
Delfina Bueno Garza (Agüero, 1882-Alagón 1953), fue maestra de Biel desde 1907 hasta 1929. Su hermano Valero Bueno Garza (Agüero, 1888-Zaragoza, 1990) estuvo de médico en El Frago en la década de 1910. Eran hijos de Valero Bueno Abad, secretario de Agüero, y de Antonia Garza Ramos, maestra de Agüero, natural de Arándiga.
Gracias, Carmen.
Una narración muy valiosa por los datos e ideas históricas que aportas.
A principio de siglo vivimos (me incluyo en mis antepasados) una época muy importante en España, empezamos a realizar la revolución pendiente de las ideas liberales.
Por diversas circunstancias no hemos vuelto al espíritu limpio, puro y renovador de aquella época. Ni siquiera después de la transición.
Gracias por abrirnos esa ventana a la historia.
Espero que pronto podamos colaborar para aprovechar ese tesoro de sabiduría que has acumulado.
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Gracias, Miguel, por pasarte por aquí y comentarme. Estoy completamente de acuerdo con todo lo que dices. Un abrazo.
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Bravo por daña Matilde!!
Y bien también por ti Carmen, por recordar con cariño aquella mujeres y sus muchas penurias superadas. El tiempo les dio la razon a tanto esfuerzo. Gracias
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Gracias, Sara! En la época en la que situó el relato, seguramente que tu abuela dominica era una de las niñas de la escuela.
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Menos mal que ha habido muchas maestras como doña Matilde que se han esforzado tanto por darles a las chicas la posibilidad de una educación.
Y qué poco se ha reconocido el papel de las mujeres solidarias que tanto han ayudado en muchas circunstancias, ninguneàndolas para ponderar el papel de los hombres como hace Don Valero en tu relato.
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La mitad del potencial intelectual de la humanidad infraempleado ‘por decreto’ en ‘sus labores’.
Una catástrofe no súbita sino CONTINUADA durante miles de años. Qué despilfarro incomprensible.
Todo por la supuesta superioridad del macho.
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Así es, Elvira. Aunque mis relatos son del pasado pretendo tratar temas que sigan abiertos. Lo has visto muy bien y te lo agradezco. Un abrazo.
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Para ser nuestro pueblo tan pequeño, han pasado muchas historias y te las sabes todas.
Un abrazo Mari Carmen
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Manolo, nuestro pueblo, precisamente por pequeño, se dominan todas las historias y sirven de paradigma y ejemplo para las de otros pueblos mayores. Esta, además, me pareció muy oportuna para la situación que estamos viviendo. Hacer un paralelismo del presente con el pasado. Y en lo esencial, hemos cambiado poco.
Un abrazo fragolino.
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Máscaras, importancia de la higiene, médicos en condiciones laborales penosas y centros educativos sin recursos que sobreviven gracias a esos docentes que no cesan en parchear un tsunami de carencias.
Valeros y Matildes, Salud y Educación, ojalá algún día se entendiera que esas tienen que ser las prioridades de la inversión pública.
Gracias Carmen, gracias por este paralelismo histórico que nos tiene que servir para que dentro de otros 90 años no sea comparable nuestra situación actual con la que disfruten entonces.
Un abrazo
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¡Gracias, Yolanda! Me encanta que te hayas sentido identificada con el paralelo histórico. En realidad esta era mi intención. La literatura, con o sin máscara, tiene que bajar a la calle y denunciar las situaciones insostenibles. Un abrazo.
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