Don Jenaro era un médico afamado en los pueblos de la redolada. Una noche sí y otra también, llamaban con urgencia a su puerta gentes que venían buscando sus remedios. Igual curaba un cólico miserere que un carbunco y, si se presentaba el caso, el torzón de alguna caballería. Cuando oía los golpes de la puerta, Valentina, una niña vivaracha, se levantaba y le llevaba la palmatoria a su abuelo. Después escuchaba desde los rincones hasta que el abuelo la oía respirar.
—¿Qué haces levantada a estas horas? Venga, a la cama.
A Valentina le gustaba acompañar a su abuelo cuando iba a visitar a los enfermos con la yegua. Don Jenaro la montaba delante de él, a mujeriegas, y le hacía sujetar un maletín de cuero marrón. Valentina se lo apretaba contra el pecho y se sentía más poderosa que la diosa Pandora. En esos viajes fue alimentando su deseo de acompañar a su abuelo a la romería de la Virgen de la Sierra.
Valentina estaba un poco harta de que a sus padres no les gustara que la hija de casa Navascués se mezclara con rapazuelos de El Frago, que así los llamaban ellos. Cuando iba a misa los domingos, se apiñaban todos en la puerta mayor, y ella los miraba de reojo esbozando una sonrisa, pero todos daban un paso atrás con la mirada severa de su madre. Todos, menos Juanín:
—¡Qué guapa está doña Luisa! A ver si algún día me deja acompañarlas.
Entonces la madre se apretaba el misal contra el pecho y se volvía con la cara desencajada:
—¡Largo! ¿Cómo te atreves a dirigirnos la palabra?
Juanín era de una casa rica venida a menos. Su padre murió antes de que él naciera y su madre tuvo que ganarse la vida lavando en el río. Casi siempre llevaba chichones en la cabeza. Como era el más bajo, los chicos lo forzaban a saltar tapias o a correr descalzo por los ruejos del río. Acabó por no ir con ellos. Se pasaba las tardes detrás de la tapia de casa Navascués imaginando qué haría Valentina encerrada allí dentro. Algunas veces la veía salir montada en la yegua con el abuelo. Ella le sonreía y don Jenaro le decía con un vozarrón que traicionaba su bondad.
—Juanín, deberías ir con los chicos de tu edad. No es bueno que andes siempre solo por estos andurriales.
Él bajaba la cabeza y se iba a casa pensando en Valentina. Si algún día…
El año que Valentina cumplió dieciséis años fue con su abuelo a la Virgen de la Sierra.
—Abre bien los ojos, hija mía —le dijo su madre cuando le dio permiso—. Allí van los jóvenes de las mejores casas de la zona. Muchos noviazgos y matrimonios de posibles han salido de esa romería. Te pondremos las mejores galas y todos sabrán que, además de la nieta de don Jenaro, eres la heredera de casa Navascués.
Las vísperas fueron días de ajetreo. Lavar y planchar las enaguas de hilo. Ventilar la mantilla de la abuela, que en paz descanse. Desempolvar los guantes de cabritilla. Limpiar el misal y el rosario de nácar. Colocaron todo encima de un arca y una tarde las amigas de Valentina fueron a ver el ajuar de romera. A la salida, se quitaban la palabra las unas a las otras y montaron tanta algarabía que ninguna se dio cuenta de que las seguía Juanín. Al llegar al primer recodo, él se fue a su casa y no salió hasta el día de la romería.
Por fin llegó el esperado domingo de mayo. Al amanecer, mientras el abuelo ensillaba la yegua, doña Luisa vestía a Valentina y le daba recomendaciones para que se portara como una señorita.
—Sobre todo, no les muestres demasiado interés a los pretendientes. Hazte de valer. Que después ya vendrán ellos a buscarte a El Frago.
El día fue largo. Don Jenaro conocía a mucha gente. Todos lo querían obsequiar y presentarle a sus hijos. Valentina estaba desbordada. Tenía razón su madre, no era un día para enseñar sus sentimientos. Aunque, durante mucho tiempo pensaría en los ojos los del heredero de casa Puyal de Isuerre.
En estas estaba cuando vio deambular a Juanín entre aquellos forasteros. Se hacía el encontradizo, pero, en realidad, no lo conocía nadie.
—¿Y tú qué haces aquí? —le dijo Valentina sorprendida.
—Pues lo mismo que tú. Rezar a la Virgen para ver si saco novia, que en El Frago no lo tengo fácil.
Valentina vio que tenía los pies desollados por las aliagas que cerraban las trochas. Entonces se dio cuenta de que Juanín había hecho más de tres leguas andando y había llegado antes que ellos. Por el monte se movía como un gamo.
Antes de que cayera el sol, el abuelo y la nieta volvieron a cabalgar camino de casa. El uno hablaba de todos los pacientes que había visitado y de los exvotos que habían dejado en el altar de la ermita. La nieta le iba describiendo a los chicos y chicas que había conocido.
—¿Abuelo, me traerás otro año?
Seguían enfrascados en su conversación sin darse cuenta de que en medio del camino ardían unas aliagas. La yegua comenzó a cabriolar hasta que dio con don Jenaro y su nieta en el suelo. Valentina se quedó entre las patas del animal que de una coz le abrió la cabeza. Al instante apareció Juanín, tomó el ronzal de la yegua y la calmó. Cuando consiguió monta al abuelo y la nieta, cogió las riendas y poco a poco llegaron hasta casa Navascués.
Valentina vivió más de cinco años paralítica con la fontanela abierta. Juanín le construyó un carretón y todas las tardes la bajaba hasta la orilla del Arba. De vez en cuando le limpiaba las babas con un trozo de arpillera y le sonreía con cara de bobalicón.
Carmen Romeo Pemán
Ermita de la Virgen de la Sierra de Biel. Años 40, por Jesús Pemán. Propiedad de la autora y de los Pemanes de Biel.
Vaya giro de argumento al final Carmen. Me ha dejado impactada. Es una pena que Juaniín solo consiga ser aceptado en la desgracia. Qué sociedad la de entoces! Aunque me temo que tampoco hemos cambiado tanto…
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¡Gracias, Elvira! Por la lectura, por el comentario y por todo.
Así fue y así es. Los pobres nunca superarán las barreras que ponen los ricos. O llámalos como quieras. Un beso enorme. Cuídate mucho.
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Extraordinario relato como nos tienes acostumbrados. Es tan bonita tu prosa que no he visto drama alguno. Solo he visto a un Juanin enamorado. Me ha cautivado. Enhorabuena y gracias por regalarnos momentos como el que acabo de pasar con su lectura. Un beso
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Curro, tú eres el lector y crítico que desea cualquier escritor. Si a esto le añadimos cariño y amistad, ¡ni te digo! Tú también me regalas maravillosos momentos. Estos comentario no los cambio por todo el oro del mundo. Un beso.
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Muy bonito el retrato que haces de la sociedad de aquel tiempo da pena que sea en la desgracia donde se ronpe las barreras de clase. Gracias carmen por tu arte en el relato un abrazo
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Gracias, Pilar, por esta lectura tan enriquecedora. Un abrazo.
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