De la tradición oral fragolina
Me hizo un alfarero de Biescas del siglo XVI, por eso tengo sólo tres asas y entre ellas me bajan unas trenzas como las de las vaqueras del Pirineo.
Hace más de un siglo que la abuela Engracia me trajo a esta casa, desde Ayerbe, entre los objetos más preciados de su dote. Durante muchos años conservé la mejor miel de las abejas, hasta que una epidemia acabó con los enjambres y me arrinconaron en una falsa con los trastos viejos.
Un día, Engracita, la nieta de Engracia, que estudiaba arqueología, me descubrió por azar y puso el grito en el cielo por la incultura de sus padres.
–¿Cómo habéis podido abandonar, así, una de las piezas más apreciadas de la cerámica del Pirineo?
Y yo me dije sonriendo:
–¡Ella sí que es inculta! No sabe que he sobrevivido tantos años gracias a que me abandonaron en un rincón y nadie se acordó de mí. Ni los ratones, que ya no guardaba nada que les gustara en mi panza. Gracias a que todos me olvidaron he podido ser testigo de todos los acontecimientos de la familia.
Engracita se emocionó tanto con mis orígenes que me llevó a una exposición del museo del Serrablo. Allí me limpiaron, me acariciaron y fui la reina por un año. A la vuelta, esa nieta intrépida no me envolvió bien, y en un bache de la carretera sufrí un gran golpe. No llegué a partirme del todo pero necesité muchas lañas para reparar las rajas de mis costados y perdí parte de mis trenzas.
Ahora que Engracita está muy mayor ha decidido deshacerse de mí. Ha llamado a un anticuario que le ofrece una fortuna. “¡Una pieza del siglo XVI y con lañas!”. Esta Engracita siempre ha sido un poco atolondrada. ¿Por qué no me ha donado a un museo para que me acaricie la gente?
Ya veo que me voy a pasar el resto de mi vida en casa de un coleccionista que no conocerá mi pasado. Ni sabrá que un famoso alfarero de Biescas nos dio vida a mí y a muchas de mis hermanas que todavía andan arrinconadas por las falsas de las casas del Pirineo.
Fotografías: Víctor Arenzana Hernández. El Frago (Zaragoza), septiembre de 2016.
Una tinajica de la alfarería de Biescas sobre un toallón de lino en la terraza de Casa Melchor. El racimo de uva, de la viña de Barbé. Mi abuela Antonia (El Frago, 1885-1950) le compró la escudilla a un quincallero de la plaza, a cambio de unas herraduras viejas. El toallón fue tejido, a principios del siglo XX, por el Benito Ángel Biescas (El Frago, 1882-1956), de Casa el Tejedor. Continuarón el oficio sus hijos Julián y Alfredo. A todos ellos les dedico este relato.
Carmen Romeo Pemán
¡Qué majo tu relato!, si me permites la expresión. Tal y como lo has «contado» (siguiendo la tradición oral) sería ideal para llevarlo hasta los más pequeños, que también deben conocer, entre otras cosas, estas pequeñas joyas de nuestro pasado, tradición y costumbres. Muy bien presentado, de verdad.
Saludos, Carmen
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Gracias, Yolanda! Tus comentarios me animan mucho. Porque, la verdad, a veces me entran dudas sobre si seguir publicando o no estos relatos tan locales. Todos parten de mis vivencias en el Aragón rural. Un abrazo.
Me gustaMe gusta
Hermoso relato mi Carmen 🙂 Me encantaría conocer todas esas historias de las que fue testigo esa hermosa pieza del Pirineo, deben ser maravillosas 🙂
Me gustaLe gusta a 1 persona